Carta del Santo Padre a la IV asamblea nacional de la comunidad católica hispana de Estados Unidos

 

La Conferencia episcopal de Estados Unidos organizó, del 6 al 9 de julio, el "Encuentro 2000", IV asamblea nacional de la comunidad católica hispana del país, que tuvo por tema:  "Muchos rostros en la casa de Dios". Durante el encuentro se puso de relieve la importante contribución que dan, con su fe y sus tradiciones, los católicos hispanos a la Iglesia que está en Estados Unidos. Con esa ocasión, el Santo Padre envió a mons. Joseph Fiorenza, presidente de la Conferencia episcopal, el siguiente mensaje para los participantes.


A mons. JOSEPH FIORENZA
Obispo de Galveston-Houston
Presidente de la Conferencia episcopal
de Estados Unidos


Me complace saber que del 6 al 9 de julio la Conferencia nacional de obispos católicos organizará el Encuentro 2000, IV asamblea nacional de la comunidad católica hispana de Estados Unidos. Estos Encuentros se pusieron en marcha para responder a los dones y a las necesidades específicas de la comunidad hispana. La decisión de celebrar el Encuentro 2000 como una asamblea de toda la Iglesia en Estados Unidos atrae la atención hacia el significado más profundo de ese acontecimiento eclesial. Compartiendo el único bautismo y proclamando al único Señor, se reunirán representantes de todos los sectores de la comunidad católica con espíritu de profundo amor a la Iglesia que, según la voluntad del Señor, es "como un sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano" (Lumen gentium, 1). Le ruego amablemente que salude de mi parte a los sacerdotes, a los religiosos y a los laicos reunidos en Washington con esa ocasión, y transmita mis mejores deseos por los frutos espirituales y pastorales de ese importante encuentro.

En este Año jubilar, el Encuentro tiene por tema:  "Muchos rostros en la casa de Dios", y pretende ser una celebración de la rica diversidad cultural, étnica y lingüística que caracteriza a la Iglesia católica en Estados Unidos. El gran jubileo es una exhortación a todo el pueblo de Dios a alegrarse por la salvación, que es el don del Verbo encarnado, y a ser cada vez más plenamente sacramento de unidad en un mundo turbado trágicamente por la división, la violencia y la opresión. Es significativo que el Encuentro 2000 no sólo quiera celebrar la fe y las tradiciones religiosas con las que los católicos hispanos enriquecen la vida eclesial de vuestro país, sino también destacar la importante contribución que todos los católicos unidos deben dar a la misión de la Iglesia en Estados Unidos. En el alba del nuevo milenio, mientras la comunidad católica en Estados Unidos afronta el reto de la nueva evangelización, todos están llamados a encarnar la unidad fecunda en la diversidad, que tiene su origen en la comunión de la santísima Trinidad y su fuente dinámica en la misión de la Iglesia en el mundo (cf. Ad gentes, 2).

Espero que el actual Encuentro, al reunir a representantes de muchos grupos culturales y lingüísticos que forman la Iglesia en Estados Unidos, lleve a un testimonio más eficaz del Evangelio en todos los ámbitos de la sociedad norteamericana. De esta manera, se ayudará cada vez más a las parroquias y las comunidades locales a convertirse en lugares donde todos se sientan acogidos y donde, mediante la evangelización y la catequesis, encuentren al Señor resucitado y participen plenamente en la nueva vida que él infunde incesantemente en los que han renacido por la fe y el bautismo.

Con el espíritu del gran jubileo, y haciéndome eco del llamamiento de los obispos reunidos en Roma para el Sínodo de América, pido a todos los participantes en el Encuentro que renueven su gratitud por el gran don de la fe (cf. Ecclesia in America, 75) y se comprometan nuevamente a asegurar que este inestimable tesoro se transmita con toda su vitalidad e integridad a la nueva generación. Orientar los esfuerzos de toda la Iglesia para proporcionar una educación religiosa sólida y completa permitirá a los fieles apreciar cada vez con mayor plenitud su dignidad bautismal y su elevada vocación como levadura de santidad, de justicia y de paz en la actual sociedad norteamericana.

En esta gran tarea de renovación eclesial no se debe descuidar una promoción consciente y perseverante de las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. Como reafirmaron los padres sinodales:  "La responsabilidad para reunir vocaciones al sacerdocio pertenece a todo el pueblo de Dios y encuentra su mayor  cumplimiento  en  la oración continua y humilde por las vocaciones" (ib., 40).

Encomendando el Encuentro 2000 a la protección amorosa de Nuestra Señora de Guadalupe, Madre y patrona de América, pido a Dios que por su poderosa intercesión el Evangelio arraigue cada vez más profundamente en el corazón de los fieles y contribuya a la renovación espiritual de la sociedad norteamericana. A los organizadores y a todos los participantes les imparto cordialmente mi bendición apostólica como prenda de alegría y paz en nuestro Señor Jesucristo.
Vaticano, 16 de junio de 2000


 

DISCURSO A los participantes en el capítulo general de la orden basiliana de San Josafat, sábado 8 de julio

El Año santo ha de constituir para todos una fuerte llamada a la santidad personal

 

La orden basiliana de San Josafat, de rito oriental, está celebrando en Roma su capítulo general. Los participantes proceden de las provincias de Argentina, Brasil, Canadá, Polonia, Rumanía, Estados Unidos, Eslovaquia, Ucrania, Hungría y Praga. La orden, inspirada en las Reglas de san Basilio el Grande, fue renovada por el santo obispo y mártir Josafat. El día 8 de julio, encabezados por su superior general, el protoarchimandrita Dionisius Pavlo Lachovicz, los capitulares fueron recibidos en audiencia por el Romano Pontífice en la sala Pablo VI. Ofrecemos a continuación el discurso que les dirigió Su Santidad.


Amadísimos padres de la orden basiliana: 

1. Estáis reunidos en la ciudad eterna para los trabajos de vuestro capítulo general. Os acojo con alegría en este encuentro especial, que habéis solicitado para confirmar, también de este modo, vuestra comunión con la Sede de Pedro. Al expresaros mi gratitud por este testimonio de caridad eclesial, dirijo un cordial saludo a vuestro protoarchimandrita Dionisius Lachovicz.

El objetivo de vuestro capítulo es la renovación de los estatutos de vuestra orden, la elección de la nueva curia generalicia, y la elaboración de directrices válidas para la solución de los problemas actuales de la orden. Gran parte de los miembros de vuestras comunidades acaba de celebrar el décimo aniversario de la liberación de los regímenes opresivos, que obstaculizaron seriamente la vida de la Iglesia. Y este acontecimiento coincide con el año del gran jubileo, o sea, con un período en el que estamos llamados de modo muy particular a la purificación de la memoria, al perdón, en una palabra, a la reconciliación. Especialmente quienes sufrieron tanto están llamados a un amor que "todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta" (1 Co 13, 7). Este amor lleva a la reconciliación con los hermanos, sobre todo con los que causaron esos sufrimientos indecibles.

Que el Año santo 2000 constituya para todos vosotros una fuerte llamada a la santidad, tanto en la vida personal como en la comunitaria, para que sus efectos benéficos se derramen en toda la comunidad cristiana.

El gran compromiso de la unidad de la Iglesia

2. La unidad de la Iglesia, por la que Cristo rogó en la última Cena (cf. Jn 17, 20. 21), ha de ser un constante compromiso para cada uno de vosotros. A este propósito, imitad el ejemplo de san Basilio el Grande, de quien escribí:  "Ese mismo amor a Cristo y a su Evangelio hizo que san Basilio sufriera grandemente por las divisiones de la Iglesia y que, con insistente perseverancia, esperando contra toda esperanza, se preocupara por lograr una comunión más eficaz y manifiesta con todas las Iglesias" (carta apostólica Patres Ecclesiae, 2 de enero de 1980, II:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 27 de enero de 1980, p. 14).

Otra finalidad primaria de vuestra consagración a Dios en la orden basiliana es la renovación de la vida cristiana de vuestro pueblo, finalidad por la que tanto trabajó san Josafat, cuyos restos mortales descansan ahora aquí cerca, en la basílica de San Pedro. Nos estamos acercando al 400° aniversario de su entrada en el monasterio de la Santísima Trinidad en Vilna. A ese momento se remonta el comienzo de una nueva primavera monástica en la Iglesia greco-católica. Con su ascesis espiritual, con su vida de penitencia y con su infatigable servicio a la Iglesia, contribuyó eficazmente no sólo al renacimiento del monaquismo, sino también del cristianismo en aquellas tierras. Una situación análoga se repite actualmente en los lugares donde, durante muchos decenios, la Iglesia fue suprimida. También hoy esos pueblos esperan ver la luz de Dios que se refleja en el rostro de hombres transfigurados por la oración, el amor y el servicio. La unidad de la Iglesia necesita hoy fidelidad creativa (cf. Vita consecrata, 37), que sepa recurrir a la inmensa y rica tradición espiritual del Oriente cristiano. Es preciso que se recupere esta tradición en todas vuestras comunidades:  os corresponde  a vosotros ser testigos fieles de un patrimonio espiritual tan multiforme.

El amor a Dios y a los hermanos

3. San Basilio el Grande, vuestro patriarca, comienza las "Reglas más amplias" con una fuerte exhortación al precepto del amor a Dios y a los hermanos. En efecto, de él deriva todo el dinamismo de las sucesivas normas monásticas y del mismo camino hacia la santidad. El amor se practica en una vida comunitaria que se inspira en el modelo de la primera comunidad de Jerusalén, la cual vivía en una comunión plena de bienes y carismas (cf. Hch 2, 42-47). En este principio se inspiraron vuestros padres, el metropolita José Veliamin Rutskyj y san Josafat Kuntsevytch, que renovaron la vida de vuestra orden.

Vuestro servicio al ecumenismo ha de partir de una profunda conversión interior a Jesucristo y a su Evangelio. Esto supone una intensa dedicación a la oración, "que transforma nuestra vida con la luz de Dios y la verdad, haciéndonos imagen de Cristo" (Discurso del Santo Padre durante su visita a la iglesia de los padres basilianos greco-católicos de Varsovia, 11 de junio de 1999, n. 4:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 25 de junio de 1999, p. 7). Sólo poniéndose en humilde contemplación de la santa faz de nuestro Redentor podremos llegar a reconciliarnos entre nosotros y restablecer la unidad plena que nace del amor.

En este camino reviste particular importancia la liturgia, culmen y centro de toda la vida cristiana. Con todas sus riquezas, debe ser vuestro continuo punto de referencia. La adhesión fiel al patrimonio del pasado, que sepa abrirse a una sana creatividad según el gran espíritu de las plegarias litúrgicas, será garantía de la perseverancia en vuestra identidad religiosa oriental.

Fidelidad al carisma originario

4. Vuestro carisma se basa en algunos puntos esenciales:  la vida comunitaria, manifestación clara de la vida evangélica; el servicio a la unidad de la Iglesia de Cristo expresado con el estudio, con el ejemplo y, sobre todo, con la oración personal y litúrgica; y el apostolado multiforme en favor del pueblo de Dios mediante la formación espiritual y la actividad pastoral, catequística, misionera, escolar y editorial. El mismo san Basilio "supo, con sabio equilibrio, hacer compatible la infatigable predicación con largos momentos de soledad dedicados a la oración. Juzgaba, en efecto, que esto era absolutamente necesario para la "purificación del alma" y consiguientemente para que el anuncio de la palabra de Dios pudiese siempre ser confirmado con un "evidente ejemplo" de vida. Así se convirtió en pastor y al mismo tiempo fue monje, en el auténtico sentido de la palabra" (Patres Ecclesiae, II).

Al expresar mi estima y mi gratitud a los padres consejeros salientes, y mis mejores deseos de buen trabajo a quienes serán elegidos en su lugar, dirijo un saludo especial a los representantes de las provincias de Argentina, Brasil, Canadá, Polonia, Rumanía, Estados Unidos, Eslovaquia, Ucrania, Hungría y de la reciente fundación de Praga. Os encomiendo a todos a la intercesión materna de la Virgen santísima, a la vez que, con un saludo fraterno al padre protoarchimandrita, os imparto a cada uno de todo corazón una especial bendición apostólica.