DOCUMENTACIÓN

 

 

HOMILÍA Durante la apertura del Congreso eucarístico internacional, en la plaza de San Pedro, domingo 18 de junio

La Eucaristía, don de amor

Participaron numerosas Hermandades y Cofradías, que ese día celebraban su jubileo

El 18 de junio por la tarde se inauguró en la plaza de San Pedro el XLVII Congreso eucarístico internacional en presencia del Santo Padre, con el rezo de Vísperas solemnes de la Santísima Trinidad. Asistieron treinta y cuatro cardenales, numerosos arzobispos y obispos, y una gran asamblea de fieles, calculada en más de 50.000 personas. Dado que ese día celebraban también el jubileo las Hermandades y Cofradías, abundaban estandartes, crucifijos, imágenes de la Virgen, etc., que llegaron en procesión a través de la vía de la Conciliación. De Granada (España) trajeron el paso de la bellísima imagen de la Virgen del Mayor Dolor, archicofradía reciente, fundada en 1935, de la que había en la plaza más de mil cofrades. El Papa entró con los ministros en la plaza de San Pedro a las seis y media de la tarde, y después de besar el altar como signo de veneración y colocarse en la sede, pronunció el saludo litúrgico e hizo la monición de entrada; el cardenal Camillo Ruini, vicario de Su Santidad para la diócesis de Roma, salió con el santísimo Sacramento por el portón de Bronce y recorrió la plaza hasta el altar, mientras la asamblea cantaba el himno "Pan de vida nueva". Colocada la custodia en el altar, Juan Pablo II incensó el Santísimo y toda la asamblea permaneció un rato en adoración, en profundo silencio. Se inició, luego, el canto de las segundas Vísperas: después de cada salmo y del canto, los cardenales Roger Etchegaray, presidente del Comité para el gran jubileo del año 2000, y Camillo Ruini, que estaban a ambos lados de Su Santidad, se alternaron en el rezo de la oración correspondiente; seguidamente se hizo la lectura breve, tomada de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios. A continuación, el Santo Padre pronunció la homilía que publicamos. La oración de los fieles se hizo en inglés, francés, español, polaco y alemán. El acto se concluyó con la bendición con el santísimo Sacramento y la reserva. Antes de dejar la plaza, el Papa saludó a una representación de las Cofradías. Subió al coche panorámico y recorrió la plaza. Al final, los costaleros trasladaron en procesión a la Virgen del Mayor Dolor a la iglesia de San Juan Bautista de los Florentinos; durante dos horas, los cofrades cantaron a la Virgen hasta llegar al templo.

 

1. "Un solo Cuerpo y un solo Espíritu, como una es la esperanza a que habéis sido llamados" (Ef 4, 4).

¡Un solo cuerpo! En estas palabras del apóstol san Pablo se concentra esta tarde de modo particular nuestra atención, durante estas Vísperas solemnes, con las que inauguramos el Congreso eucarístico internacional. Un solo cuerpo: nuestro pensamiento va, ante todo, al Cuerpo de Cristo, ¡Pan de vida!

Jesús, que nació hace dos mil años de María Virgen, quiso dejarnos durante la última Cena su cuerpo y su sangre, inmolados por toda la humanidad. En torno a la Eucaristía, sacramento de su amor a nosotros, se reúne la Iglesia, su Cuerpo místico. Cristo y la Iglesia, un solo cuerpo, un único y gran misterio. Mysterium fidei!

2. Ave, verum corpus, natum de Maria Virgine! ¡Salve, verdadero cuerpo de Cristo, nacido de María Virgen! Nacido en la plenitud de los tiempos, nacido de mujer, nacido bajo la ley (cf. Ga 4, 4).

En el corazón del gran jubileo y al comienzo de esta semana dedicada al Congreso eucarístico, volvemos a aquel acontecimiento histórico que marcó el pleno cumplimiento de nuestra salvación. Nos arrodillamos como los pastores ante la cuna de Belén; como los magos que llegaron de Oriente, adoramos a Cristo, Salvador del mundo. Como el anciano Simeón, lo estrechamos entre los brazos, bendiciendo a Dios porque nuestros ojos han visto la salvación que ha preparado ante todos los pueblos: luz para iluminar a los gentiles y gloria del pueblo de Israel (cf. Lc 2, 30-32).

Recorremos las etapas de su existencia terrena hasta el Calvario, hasta la gloria de su resurrección. Durante los próximos días, iremos espiritualmente sobre todo al Cenáculo para volver a meditar en cuanto Jesucristo hizo y sufrió por nosotros.

3. "In supremae nocte cenae... se dat suis manibus". Durante la última cena, celebrando la Pascua con sus discípulos, Cristo se entregó a sí mismo por nosotros. Sí, la Iglesia, convocada para el Congreso eucarístico internacional, vuelve durante estos días al Cenáculo y permanece allí en adoración. Revive el gran misterio de la Encarnación, fijando su mirada en el sacramento en que Cristo nos dejó el memorial de su pasión: "Esto es mi cuerpo que es entregado por vosotros. (...) Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros" (Lc 22, 19-20).

Ave, verum corpus... vere passum, immolatum!

Te adoramos, verdadero Cuerpo de Cristo, presente en el Sacramento de la nueva y eterna Alianza, memorial vivo del sacrificio redentor. ¡Tú, Señor, eres el Pan vivo bajado del cielo, que da vida al hombre! En la cruz diste tu carne para la vida del mundo (cf. Jn 6, 51): in cruce pro homine!

Ante un misterio tan sublime la mente humana queda desconcertada. Pero, confortada por la gracia divina, se atreve a repetir con fe: Adoro te devote, latens Deitas, quae sub his figuris vere latitas. Te adoro, oh Dios escondido, que bajo las sagradas especies te ocultas realmente.

4. "Un solo Cuerpo y un solo Espíritu, como una es la esperanza a que habéis sido llamados" (Ef 4, 4).

En estas palabras, que acabamos de escuchar, el apóstol san Pablo habla de la Iglesia, comunidad de los creyentes congregados en la unidad de un solo cuerpo, animados por el mismo Espíritu y sostenidos por la participación en la misma esperanza. San Pablo piensa en la realidad del Cuerpo místico de Cristo, que en su Cuerpo eucarístico encuentra el propio centro vital, del que fluye la energía de la gracia hacia cada uno de sus miembros. El Apóstol afirma: "El pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? Porque, aun siendo muchos, somos un solo pan y un solo cuerpo" (1 Co 10, 16-17). Así, todos los bautizados nos convertimos en miembros de ese cuerpo y, por consiguiente, en miembros unos de otros (cf. 1 Co 12, 27; Rm 12, 5). Con íntimo reconocimiento, demos gracias a Dios, que ha hecho de la Eucaristía el sacramento de nuestra plena comunión con él y con nuestros hermanos.

5. Esta tarde, con las Vísperas solemnes de la Santísima Trinidad, comenzamos una semana singularmente densa, durante la cual se reunirán en torno a la Eucaristía obispos y sacerdotes, religiosos y laicos de todas partes del mundo. Será una extraordinaria experiencia de fe y un testimonio elocuente de comunión eclesial.

Os saludo a vosotros, queridos hermanos y hermanas que participáis en este acontecimiento jubilar, que se puede considerar el corazón de todo el Año santo. Mi saludo se dirige, en particular, a los fieles de la diócesis de Roma, nuestra diócesis, que, bajo la guía del señor cardenal vicario y de los obispos auxiliares, y con la colaboración del clero, de los religiosos y las religiosas, así como de tantos laicos generosos, ha preparado en sus diversos aspectos este Congreso eucarístico. La diócesis de Roma se dispone a asegurar su desarrollo ordenado en los próximos días, consciente del honor que tiene al acoger este acontecimiento central del gran jubileo.

También deseo dirigir un saludo especial a las numerosas Hermandades, reunidas en Roma para un significativo "camino de fraternidad". Su presencia, más sugestiva aún por sus artísticas cruces y notables imágenes sagradas transportadas hasta aquí en majestuosas andas, es un marco digno de la celebración eucarística para la que nos hemos congregado aquí.

En esta plaza confluyen la mente y el corazón de numerosos fieles del mundo entero. Invito a los creyentes y a las comunidades eclesiales de todos los rincones de la tierra a compartir con nosotros estos momentos de profunda espiritualidad eucarística. Pido especialmente a los niños y a los enfermos, así como a las comunidades contemplativas, que ofrezcan su oración por la feliz y fructuosa realización de este encuentro eucarístico mundial.

6. El Congreso eucarístico nos invita a renovar nuestra fe en la presencia real de Cristo en el sacramento del altar: Ave, verum corpus!

Al mismo tiempo, nos dirige una apremiante exhortación a la reconciliación y a la unidad de todos los creyentes: "Un solo cuerpo... una sola fe... un solo bautismo". Por desgracia, divisiones y contrastes desgarran aún el cuerpo de Cristo e impiden a los cristianos de diversas confesiones compartir el único Pan eucarístico. Por eso, invoquemos unidos la fuerza sanante de la misericordia divina, sobreabundante en este año jubilar.

Y tú, oh Cristo, única Cabeza y Salvador, atrae hacia ti a todos tus miembros. Únelos y transfórmalos con tu amor, para que la Iglesia resplandezca con la belleza sobrenatural que brilla en los santos de todas las épocas y naciones, en los mártires, en los confesores, en las vírgenes y en los innumerables testigos del Evangelio.

O Iesu dulcis, o Iesu pie, o Iesu, fili Mariae!

Amén.