DOCUMENTACIÓN

 

CONCLUSIONES DEL CONGRESO EUROPEO DE LOS MOVIMIENTOS POR LA VIDA

Documento final de la cumbre celebrada en Granada del 7 al 9 de abril

CIUDAD DEL VATICANO, 5 mayo (ZENIT.org).- Con una amplia participación de  más de 2.000 participantes, se ha celebrado en Granada (España) del 7 al 9  de abril el Congreso Europeo de Movimientos por la Vida, con el lema  «Europa por la Vida. La "Evangelium vitae" en el Tercer Milenio». La  presencia de personalidades americanas en este Congreso resultó  especialmente significativa. Se ha querido con ello hacer más estrechas las  relaciones entre Europa y América en la defensa y promoción de la vida.  Durante el Congreso, el día 8 de abril, tuvo lugar también el «Encuentro de  Jóvenes Europeos por la Vida», que contó con la participación de otros  1.800 participantes procedentes de los cuatro puntos cardinales del  Continente Europeo. Ofrecemos el documento final publicado íntegramente por  la Sala de Prensa de la Santa Sede.

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Los Movimientos por la Vida de toda Europa, convocados por el Emmo. Sr.  Cardenal Alfonso López Trujillo, Presidente del Pontificio Consejo para la  Familia, por el Excmo. y Rvdmo. Mons. Antonio Cañizares Llovera, Arzobispo  de Granada (España) y por el Excmo. y Rvdmo. Mons. Juan Antonio Reig Pla,  Obispo Presidente de la Subcomisión para la Familia y Vida de la  Conferencia Episcopal Española, presentamos las siguientes conclusiones del  Congreso Europeo de Movimientos por la Vida celebrado en Granada del 7 al 9  de abril de 2000, que contienen algunas recomendaciones:

1. La vida humana es el primer don que hemos recibido y la base sobre la  cual se edifican los otros dones de la persona. Se trata de una vida que  encierra una dignidad singular: el hombre es criatura a imagen y semejanza  de Dios (Gen 1, 26). Nuestros Movimientos por la Vida reconocen esta  dignidad singular de la persona humana. La acción divina creadora de la  persona humana confiere una cierta sacralidad al acto de cooperación con  Dios con que se comunica la vida, que ha de permanecer abierto a ella. La  vida humana, por su origen y vocación divina, es inviolable desde el  comienzo de su existencia hasta su final natural.

2. Los Movimientos por la Vida Europeos son concordes en manifestar que  Dios ha inscrito en el corazón humano la capacidad de reconocer la dignidad  humana y sus exigencias. La ley natural es un válido punto de referencia  para el diálogo social sobre la defensa de la vida con todos los hombres de  buena voluntad. Es preciso incrementar los esfuerzos de presencia en la  sociedad, buscando cada vez más la persuasión de la verdad sobre la vida  humana en el conjunto de las sociedades europeas. Muchas veces es una  minoría que manipula con estadísticas la opinión pública, que en el fondo,  en su mayoría está en favor de la vida. En la situación actual urge ser  consciente de que la despenalización del aborto y eventualmente de la  eutanasia es fácilmente entendida por el pueblo como licitud moral de tales  acciones. De ello se sigue la grave responsabilidad de los políticos y  legisladores en la protección y promoción de los valores fundamentales, y  en especial el de la vida. Se ha llegado a una situación en Europa en que  la legislación se ha ido entrelazando en un tejido difícilmente desmontable  en un breve periodo de tiempo. Pero es inmediatamente urgente detener la  carrera hacia nuevos casos cada vez más permisivos, así como limitar los  daños y disminuir los efectos negativos, allá donde sea conveniente.  Manifestamos nuestro reconocimiento al Pontificio Consejo para la Familia,  en la persona de su Presidente, por la valiosa acción de coordinación,  impulso y aliento a los Movimientos por la Vida y a cuantos tienen aprecio  a la defensa de la vida en todo el mundo. Asimismo manifestamos nuestro  firme apoyo a la Santa Sede que en su calidad de Observador Permanente ante  la ONU desarrolla una preciosa actividad en favor de la vida humana y su  dignidad en este importante foro mundial de debate y decisiones que son las  Naciones Unidas.

3. La diferenciación sexual entre hombre y mujer, que está en el mismo  fundamento de la vida humana, ha sido querida por Dios. Esta verdad resulta  comprometida por la ideología del "gender". La persona en la integración de  su personalidad, adquiere progresivamente conciencia de su identidad en un  proceso de reconocimiento del propio ser y, consiguientemente, de la  dimensión sexual abierta a la vida, generándose la conciencia de identidad  y diferencia sexual. La conciencia de identidad psico-biológica del propio  sexo (y de diferencia respecto al otro sexo) y de identidad social y  cultural del papel que las personas de un determinado sexo desempeñan en la  sociedad, se complementan recíprocamente en un armónico proceso de  integración, en el que la misma vida humana encuentra el contexto natural  de su origen. Entonces, las personas viven en sociedad, y transmiten la  vida en el ámbito del amor conyugal de acuerdo con los aspectos culturales  correspondientes a su propio sexo. La integración de la personalidad es, de  este modo, un reconocimiento de la plenitud de la verdad interior de la  persona. La ideología de "gender" sostiene, en cambio, que la identidad  sexual sería independiente de la identidad sexual personal. Lo masculino y  femenino, en sí mismos ordenados a la transmisión de la vida, serían sólo  una "construcción social", sin relación con la verdad de la persona, el  amor humano y la vida. Cualquier actitud sexual, incluso cerrada a la vida,  resultaría justificable, según esta ideología del "gender". Es necesario  plantear adecuadamente una educación sexual abierta a la vida. Urge frenar  la tendencia a imponer desde instancias internacionales, como obligatorio  un tipo de legislación y educación en los valores sociales contrario a la  familia y a la vida. Asistimos en Europa al intento de sustitución de la  familia fundada en el matrimonio por diversos tipos de uniones de hecho,  incluidas las homosexuales, que están en contraste con la ley natural.  Nuestros Movimientos por la Vida se adhieren a la Declaración del  Pontificio Consejo para la Familia acerca de la reciente resolución del  Parlamento Europeo de proponer a los Parlamentos leyes inicuas en esta materia.

4. El matrimonio es la institución natural en que se trasmite la vida. Solo  así se salvaguarda el derecho del hijo a ser engendrado, recibido, amado y  educado en una familia a la que él aporta una nueva dimensión que enriquece  a los esposos en el amor conyugal, y por tanto a la familia y a la  sociedad. La crisis actual del matrimonio y de la familia se encuentra  entre las causas fundamentales del ambiente de hostilidad a la vida que se  percibe en nuestros días. Familia y vida se hallan íntimamente unidos. Las  propiedades esenciales de la institución del amor conyugal se encuentran  inscritas en la misma naturaleza humana. El amor en el matrimonio es  fecundo. Nuestras organizaciones son conscientes de que la separación de  vida sexual y de transmisión de la vida, deforma el sentido de la vida  sexual y de la diferencia de los sexos. La trivialización de la vida sexual  está en la raíz de las frecuentes crisis matrimoniales a la vez que ha  traído consigo una terrible caída de la natalidad, especialmente acusada en  nuestros países europeos de profundas raíces cristianas. Consecuentemente  el hijo deja de ser acogido por sí mismo y se reduce a objeto de deseo  egoísta, con todas las limitaciones que tal deseo implica. Deseamos que los  gobiernos europeos desarrollen políticas de ayuda a las familias, que hagan  posible su crecimiento. Los aspectos fiscales deberían ser más tenidos en  cuenta.

5. El embrión humano es desde el primer momento persona dotada de una  singularidad ya constatada por los biólogos. Por tanto, el embrión es  persona desde la concepción. Como persona humana, desde el mismo instante  de su concepción el nascituro es sujeto de derecho, y primordialmente del  derecho natural a la vida, lo cual debe ser reconocido por el ordenamiento  legal mediante un estuto jurídico acorde con la realidad ontológica,  regulando el deber de la sociedad de protegerlo adecuadamente. Negar este  deber del ordenamiento jurídico es arbitrario. Nuestos Movimientos por la  Vida quieren sensibilizar al conjunto de la sociedad sobre el hecho de que  el aborto no es una injusticia contra la persona humana entre otras muchas,  sino la más grave en cuanto que se ejercita contra la persona humana más  inocente y más indefensa: el embrión desde su misma concepción. Ni la  propia madre ni los médicos tienen el derecho de disponer de la vida, y  menos aun de la vida de una persona distinta de ellos. Cuando de algún modo  se legaliza el aborto se abre la puerta a cualquier otra excepción, como la  eliminación del discapacitado o del anciano. La permisividad frente al  aborto se desliza a considerar que existe un derecho de eliminar la persona  que llega. Todo ello contrasta con los principios morales objetivos. Se  trata de una verdad que la razón natural puede alcanzar con una meditación  serena y desapasionada de los datos de la ciencia contemporánea y de los  principios éticos naturales. El cristianismo desde sus comienzos tuvo clara  conciencia de esta verdad moral universal sobre la persona humana. Ya en  los más antiguos escritos cristianos se dice: "No matarás al niño mediante  aborto" (Didaché, 2, 2). "Se casan como todos; como todos engendran hijos,  pero no arrojan los fetos" (Carta a Diogneto, 5). Al embrión se extiende el  segundo gran precepto del Antiguo Testamento, el del amor al prójimo, y más  tarde el mandamiento nuevo de Jesús en la última Cena: amar a los otros  hasta el fin como Cristo nos amó (Jn 13, 34). La persona del embrión no  solo debe ser respetada, como reconoce la misma razón natural, sino amada  como Cristo la ama, en su estado embrional. Dios ha querido protegerla  también, como toda persona humana, con el quinto mandamiento, el cual hace  sea siempre pecado grave su eliminación y su manipulación.

6. La eutanasia es también gravemente ilícita. En todas sus formas  constituye un homicidio e infringe el precepto divino "no matarás". Incluso  cuando es pedida por un paciente sigue siendo una inmoral cooperación  directa a un suicidio. El hombre no pierde su dignidad en el sufrimiento ni  en el ocaso de su ancianidad. Queremos ayudar a los enfermos a vencer la  tentación de la desesperanza. En esto consiste la verdadera compasión. Es  una fuerte actitud egoísta que el entorno del enfermo sugiera su eutanasia,  para librarse así de las incomodidades que para ellos significa. Los  médicos y todos los demás profesionales tienen el deber de colaborar para  alcanzar la salud del enfermo y, cuando esta ya no es posible, al menos,  aliviar el sufrimiento. Las curas paliativas, evitando el peligro del  encarnizamiento terapéutico, son muestra de verdadera misericordia y  respeto para con el enfermo terminal y su calidad debería ser promovida  mucho más que en la actualidad. Nunca pueden ponerse al servicio de la  muerte. Los Movimientos por la vida, porque estamos en favor de la vida,  nos oponemos totalmente a la eutanasia. La historia contemporánea enseña  que cuando se abre la puerta a la eutanasia se produce un deslizamiento: de  un deseo a una exigencia, de una exigencia a un derecho; para concluir en  el gran atropello de los derechos del enfermo cuando la eutanasia se le  aplica contra su voluntad. Las más nobles tradiciones médicas, ya con  Hipócrates, procuraron cerrar la puerta a esta aberración. La dignidad  humana permanece intacta en el desvalimiento supremo del enfermo grave e  incluso terminal. Este desvalimiento es semejante al que el embrión tiene  en el seno de la madre.

7. Estos motivos inspirados en la dignidad del ser humano impulsan a  nuestros Movimientos por la Vida al compromiso en el servicio a la vida  humana, y por tanto, a denunciar los múltiples y graves atentados actuales  que se comenten contra la misma. En primer lugar, la situación de hambre y  miseria en que se vive todavía en extensas zonas del planeta, a  consecuencia de graves desequilibrios. Del mismo modo deploramos la guerra  y el genocidio que siguen vulnerando la dignidad humana. Deben preverse  urgentemente leyes que protegan la vida humana de experiencias inadmisibles  tales como la utilización de embriones, para fines experimentales,  comerciales o terapéuticos (en este caso, cuando es en perjuicio de ellos  mismos), la "reducción embrionaria", el eugenismo prenatal, la clonación  humana. Advertimos también de los efectos abortivos de algunas técnicas  presentadas como anticonceptivas y de la interesada utilización del término  "pre-embrión" para justificar prácticas abortivas. Los recientes  desarrollos en el campo de las biotecnologías nos preocupan, como la  existencia de embriones congelados, grave problema causado por la  fecundación artificial y señal de grave falta de responsabilidad y  sensibilidad ante la vida humana. Es muy preocupante la investigación en  células estaminales embrionarias (en inglés, "stem cells"), con fin de  desarrollar terapias de sustitución de tejidos lesionados, puesto que  implica la utilización de tejidos de embriones y fetos, que son después  destruidos. La combinación de estas técnicas con las técnicas de clonación  (la llamada por los expertos "clonación terapéutica") supone una grave  violación del derecho a la vida de toda persona humana que el embrión  posee. Es también preocupante el desarrollo de las investigaciones sobre el  genoma humano que ya está en las últimas etapas del protocolo de  investigación. Existe la posibilidad de que estos conocimientos sean  aplicados para evidenciar, con costes económicos moderados, embriones  sospechosos de "anormalidad" con el consiguiente peligro. Debemos denunciar  esta nueva forma de eugenismo abortivo. Corresponde a los políticos,  especialmente a los legisladores, y a sus votantes, dar prioridad a la  protección de la vida de los más vulnerables.

8. Nuestros Movimientos por la vida desean sensibilizar a la sociedad cada  vez mas en una actitud favorable a la vida. Manifestamos nuestra gratitud a  Juan Pablo II por su infatigable servicio en favor de la vida humana y su  dignidad, con motivo del Vº Aniversario de la Encíclica "Evangelium vitae",  que nos alienta en nuestra vocación y lucha en favor de la dignidad de la  persona humana y sus derechos en los contextos sociales europeos plurales  contemporáneos, en especial el fundamento de los otros derechos, el derecho  a la vida. Este servicio incansable del Santo Padre es para nosotros  precioso don que nos conforta y fortalece en nuestra tarea. Acogemos y  agradecemos fervientemente el paternal Saludo que se ha dignado dirigirnos  y la Bendición Apostólica que nos ha impartido con motivo de este  encuentro. Como hemos hecho constar en el mensaje escrito que el Congreso  ha enviado a Su Santidad, "Reconocemos en Vuestra Persona y en Vuestra  Palabra al gran defensor de la vida humana en sus expresiones más frágiles  y necesitadas. Todos los miembros del Congreso vemos en el mensaje de  Vuestra Santidad un fuerte estímulo para la tarea que nos hemos propuesto,  de estudiar y asimilar cada vez más el mensaje profético contenido en la  Encíclica de Vuestra Santidad sobre la vida". Junto con los participantes  del "Encuentro de Jóvenes Europeos por la Vida", reiteramos la adhesión y  caluroso afecto a Juan Pablo II que manifestamos en nuestro mensaje.  Agradecemos la presencia en este Congreso de las personalidades y  participantes de América, que han aceptado nuestra invitación, cuyo sentido  es incrementar nuestras relaciones con el fin de una mejor promoción de la  dignidad humana, en el servicio a la familia y a la vida. En este sentido,  la iniciativa, acogida ya por varios Países, de instituir una jornada de  conmemoración de la dignidad del nascituro, es muy oportuna. Vemos, por  tanto, con especial simpatía la celebración del "DÍA DEL NIÑO POR NACER" en  todo el Continente Europeo. Sugerimos la conveniencia de unir dicha jornada  a la celebración, por parte de la Iglesia Católica, de la Solemnidad de la  Encarnación del Señor, 25 de marzo, día en que el Hijo de Dios se hizo  hombre en el seno de la Virgen.


 

PARA NO PERDER EL RECUERDO DE LOS TESTIGOS DE LA FE DEL SIGLO XX

Homilía de Juan Pablo II en la Conmemoración de los testigos de la fe

CIUDAD DEL VATICANO, 7 mayo (ZENIT.org).- «El ecumenismo de los mártires y  de los testigos de la fe es el más convincente». Este es el motivo que,  como el mismo Juan Pablo II ha reconocido, le ha llevado a convocar la  «Conmemoración ecuménica de los testigos de la fe del siglo XX», en la que  hoy participaron líderes de todas las confesiones cristianas en el Coliseo  de Roma, escenario de la persecución de los primeros cristianos. El  recuerdo de los hombres y mujeres de este siglo que han dado su vida por  Cristo, dijo en la homilía el pontífice, «no debe perderse, más bien debe  recuperarse de modo documentado». Ofrecemos el texto íntegro de la homilía  del Papa en el acto ecuménico.

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1. «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si  muere, da mucho fruto» (Jn 12,24).

Con estas palabras Jesús, la víspera de su pasión, anuncia su glorificación  a través de la muerte. La comprometedora afirmación ha resonado hace poco  en la aclamación al Evangelio. Esa resuena con fuerza en nuestro espíritu  esta tarde, en este lugar significativo, donde hacemos memoria de los  «testigos de la fe del siglo XX».

Cristo es el grano de trigo que muriendo ha dado frutos de vida inmortal. Y  sobre las huellas del rey crucificado han caminado sus discípulos,  convertidos a lo largo de los siglos en legiones innumerables «de toda  lengua, raza, pueblo y nación»: apóstoles y confesores de la fe, vírgenes y  mártires, audaces heraldos del Evangelio y silenciosos servidores del Reino.

Queridos hermanos y hermanas, unidos por la fe en Cristo Jesús, me es muy  grato dirigiros hoy mi fraterno abrazo de paz, mientras juntos conmemoramos  los testigos de la fe del siglo XX. Saludo con afecto a los representantes  del Patriarcado ecuménico y de las otras Iglesias hermanas ortodoxas, así  como a los de las Antiguas Iglesias de Oriente. Igualmente agradezco la  presencia fraterna de los representantes de la Comunión Anglicana, de las  Comuniones Cristianas Mundiales de Occidente y de las Organizaciones  ecuménicas.

Para todos nosotros es motivo de intensa emoción encontrarnos juntos esta  tarde, reunidos junto al Coliseo, para esta sugestiva celebración jubilar.  Los monumentos y las ruinas de la antigua Roma hablan a la humanidad de los  sufrimientos y de las persecuciones soportadas con fortaleza heroica por  nuestros padres en la fe, los cristianos de las primeras generaciones.  Estos antiguos vestigios nos recuerdan la verdad de las palabras de  Tertuliano que escribía: «"sanguis martyrum semen christianorum" - la  sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos» (Apol., 50,13: CCL  1, 171).

2. La experiencia de los mártires y de los testigos de la fe no es  característica sólo de la Iglesia de los primeros tiempos, sino que también  marca todas las épocas de su historia. En el siglo XX, tal vez más que en  el primer período del cristianismo, son muchos los que dieron testimonio de  la fe con sufrimientos a menudo heroicos. Cuántos cristianos, en todos los  continentes, a lo largo del siglo XX, pagaron su amor a Cristo derramando  también la sangre. Sufrieron formas de persecución antiguas y recientes,  experimentaron el odio y la exclusión, la violencia y el asesinato. Muchos  países de antigua tradición cristiana volvieron a ser tierras donde la  fidelidad al Evangelio se pagó con un precio muy alto. En nuestro siglo «el  testimonio ofrecido a Cristo hasta el derramamiento de la sangre se ha  hecho patrimonio común de católicos, ortodoxos, anglicanos y protestantes»  («Tertio millennio adveniente», 37).

La generación a la que pertenezco ha conocido el horror de la guerra, los  campos de concentración y la persecución. En mi Patria, durante la segunda  Guerra Mundial, sacerdotes y cristianos fueron deportados a los campos de  exterminio. Sólo en Dachau fueron internados casi tres mil sacerdotes; su  sacrificio se unió al de muchos cristianos provenientes de otros países  europeos, pertenecientes también a otras Iglesias y Comunidades eclesiales.

Yo mismo fui testigo en los años de mi juventud, de tanto dolor y de tantas  pruebas. Mi sacerdocio, desde sus orígenes, «ha estado inscrito en el gran  sacrificio de tantos hombres y de tantas mujeres de mi generación» («Don y  Misterio», p. 47). La experiencia de la Segunda Guerra Mundial y de los  años siguientes me ha movido a considerar con grata atención el ejemplo  luminoso de cuantos, desde inicios del siglo XX hasta su fin,  experimentaron la persecución, la violencia y la muerte, a causa de su fe y  de su conducta inspirada en la verdad de Cristo.

3. ¡Y son tantos! Su recuerdo no debe perderse, más bien debe recuperarse  de modo documentado. Los nombres de muchos no son conocidos; los nombres de  algunos fueron manchados por sus perseguidores, que añadieron al martirio  la ignominia; los nombres de otros fueron ocultados por sus verdugos. Sin  embargo, los cristianos conservan el recuerdo de gran parte de ellos. Lo  han demostrado las numerosas respuestas a la invitación de no olvidar,  llegadas a la Comisión «Nuevos mártires» dentro del Comité del Gran  Jubileo, que ha trabajado con tesón para enriquecer y actualizar la memoria  de la Iglesia con los testimonios de todas aquellas personas, también las  desconocidas, que «han dado su vida por el nombre de Nuestro Señor  Jesucristo» (Hch 15,26). Sí, como escribía --la víspera de su ejecución--  el metropolita ortodoxo de San Petersburgo, Benjamín, martirizado en 1922,  «los tiempos han cambiado y ha surgido la posibilidad de padecer  sufrimientos por amor de Cristo...». Con la misma convicción, desde su  celda de Buchenwald, el pastor luterano Paul Schneider lo afirmaba ante sus  verdugos: «Así dice el Señor, yo soy la Resurrección y la Vida».

La participación de Representantes de otras Iglesias y Comunidades  eclesiales da a nuestra celebración de hoy un valor y elocuencia singulares  dentro de este Jubileo del año 2000. Muestra cómo el ejemplo de los  heroicos testigos de la fe es verdaderamente hermoso para todos los  cristianos. La persecución ha afectado a casi todas las Iglesias y  Comunidades eclesiales en el siglo XX, uniendo a los cristianos en los  lugares del dolor y haciendo de su común sacrificio un signo de esperanza  para los tiempos venideros.

Estos hermanos y hermanas nuestros en la fe, a los que hoy nos referimos  con gratitud y veneración, son como un gran cuadro de la humanidad  cristiana del siglo XX. Un mural del Evangelio de las Bienaventuranzas,  vivido hasta el derramamiento de la sangre.

4. «Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan, y os calumnien de  cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos porque vuestra  recompensa será grande en el cielo» (Mt 5,11-12). Qué bien se aplican estas  palabras de Cristo a los innumerables testigos de la fe del siglo pasado,  insultados y perseguidos, pero nunca vencidos por la fuerza del mal.

Allí donde el odio parecía arruinar toda la vida sin la posibilidad de huir  de su lógica, ellos manifestaron cómo «el amor es más fuerte que la  muerte». Bajo terribles sistemas opresivos que desfiguraban al hombre, en  los lugares de dolor, entre durísimas privaciones, a lo largo de marchas  insensatas, expuestos al frío, al hambre, torturados, sufriendo de tantos  modos, ellos manifestaron admirablemente su adhesión a Cristo muerto y  resucitado. Escucharemos dentro de poco algunos de sus impresionantes  testimonios.

Muchos rechazaron someterse al culto de los ídolos del siglo XX y fueron  sacrificados por el comunismo, el nazismo, la idolatría del Estado o de la  raza. Muchos otros cayeron, en el curso de guerras étnicas o tribales,  porque habían rechazado una lógica ajena al Evangelio de Cristo. Algunos  murieron porque, siguiendo el ejemplo del Buen Pastor, quisieron permanecer  junto a sus fieles a pesar de las amenazas. En todos los continentes y a lo  largo del siglo XX hubo quien prefirió dejarse matar antes que renunciar a  la propia misión. Religiosos y religiosas vivieron su consagración hasta el  derramamiento de la sangre. Hombres y mujeres creyentes murieron ofreciendo  su vida por amor de los hermanos, especialmente de los más pobres y  débiles. Tantas mujeres perdieron la vida por defender su dignidad y su pureza.

5. «El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en  este mundo se guardará para la vida eterna» (Jn 12,25). Hemos escuchado  hace poco estas palabras de Cristo. Se trata de una verdad que  frecuentemente el mundo contemporáneo rechaza y desprecia, haciendo del  amor hacia sí mismo el criterio supremo de la existencia. Pero los testigos  de la fe, que también esta tarde nos hablan con su ejemplo, no buscaron su  propio interés, su propio bienestar, la propia supervivencia como valores  más grandes que la fidelidad al Evangelio. Incluso en su debilidad, ellos  opusieron firme resistencia al mal. En su fragilidad resplandeció la fuerza  de la fe y de la gracia del Señor.

Queridos hermanos y hermanas, la preciosa herencia que estos valientes  testigos nos han legado es un patrimonio común de todas las Iglesias y de  todas las Comunidades eclesiales. Es una herencia que habla con una voz más  fuerte que la de los factores de división. El ecumenismo de los mártires y  de los testigos de la fe es el más convincente; indica el camino de la  unidad a los cristianos del siglo XXI. Es la herencia de la Cruz vivida a  la luz de la Pascua: herencia que enriquece y sostiene a los cristianos  mientras se dirigen al nuevo milenio.

Si nos enorgullecemos de esta herencia no es por parcialidad y menos aún  por deseo de revancha hacia los perseguidores, sino para que quede de  manifiesto el extraordinario poder de Dios, que ha seguido actuando en todo  tiempo y lugar. Lo hacemos perdonando a ejemplo de tantos testigos muertos  mientras oraban por sus perseguidores.

6. Que permanezca viva la memoria de estos hermanos y hermanas nuestros a  lo largo del siglo y del milenio recién comenzados. Más aún, ¡que crezca!  Que se transmita de generación en generación para que de ella brote una  profunda renovación cristiana. Que se custodie como un tesoro de gran valor  para los cristianos del nuevo milenio y sea la levadura para alcanzar la  plena comunión de todos los discípulos de Cristo.

Con el espíritu lleno de íntima emoción expreso este deseo. Elevo mi  oración al Señor para que la nube de testigos que nos rodea nos ayude a  todos nosotros, creyentes, a expresar con el mismo valor nuestro amor por  Cristo, por Él que está vivo siempre en su Iglesia: como ayer, así hoy,  mañana y siempre.

Traducción distribuida por la Sala de Prensa de la Santa Sede.


 

«EL ECUMENISMO DE LOS MARTIRES ES QUIZA EL MAS CONVINCENTE»

Palabras del Papa antes de rezar el «Angelus»

CIUDAD DEL VATICANO, 7 mayo (ZENIT.org).- Al encontrarse a mediodía al  igual que todos los domingos con motivo del rezo de la oración mariana del  «Angelus» con varios miles de peregrinos en la plaza de San Pedro, Juan  Pablo II quiso explicar el sentido de la «Conmemoración ecuménica de los  testigos de la fe del siglo XX», una celebración sin precedentes en la  historia en la que ha el pontífice y líderes de las Iglesias recordaron en  el Coliseo el testimonio de hombres y mujeres de las diferentes confesiones  cristianas que han dado su vida por Cristo en el último siglo. Estas fueron  las palabras del pontífice.

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1. Esta tarde, en el Coliseo, tendrá lugar un acontecimiento importante del  gran Jubileo: la «Conmemoración ecuménica de los testigos de la fe del  siglo XX».

El siglo que acaba de transcurrir ha estado marcado por sombras oscuras,  pero en medio de ellas resaltan espléndidas luces. Muchos hombres y  mujeres, cristianos de todas las confesiones, razas y edades, han  testimoniado la fe en medio de duras persecuciones, de la prisión, en medio  de privaciones de todo tipo, y muchos de ellos han derramado también la  sangre para permanecer fieles a Cristo, a la Iglesia, al Evangelio.

En ellos resplandece la misma luz de la Pascua: de hecho, los discípulos  reciben de la resurrección la fuerza para seguir al Maestro en la hora de  la prueba. Por eso, la conmemoración ha sido colocada en el tiempo  litúrgico pascual, del que se celebra hoy el tercer domingo. Además, el  lugar escogido habla por sí mismo: el Coliseo nos remonta a los inicios del  cristianismo, cuando muchos cristianos de los primeros momentos dieron un  «bello testimonio», convirtiéndose en semilla de nuevos creyentes.

2. Recordar a los testigos heroicos de la fe del siglo XX significa  preparar el futuro, poniendo sólidas bases de la esperanza. Las nuevas  generaciones tienen que saber lo que ha costado la fe que han recibido en  herencia para recoger con gratitud la llama del Evangelio y con ella  iluminar el nuevo siglo y el nuevo milenio.

Además, es importante subrayar que la celebración de esta tarde tendrá un  carácter ecuménico: serán proclamados los testimonios de algunos cristianos  de varias confesiones y comunidades eclesiales. Su valentía a la hora  cargar con la cruz de Cristo pone de manifiesto de manera más evidente aún  los factores de la división: el ecumenismo de los mártires es quizá el más  convincente (cf. «Tertio millennio adveniente», 37). El amor hasta el  sacrificio purifica a las Iglesias de lo que puede frenar y detener el  camino hacia la unidad plena.

3. Entre las luces de los heroicos discípulos de Cristo, brilla con  singular esplendor la de María, Virgen fiel, mártir bajo la Cruz. Desde el  «hágase» («fiat») de Nazaret hasta el del Calvario, toda su existencia fue  moldeada por el Espíritu Santo siguiendo el modelo del Hijo, a la hora de  dar testimonio de Dios Padre y de su amor misericordioso.

En la primera comunidad de Jerusalén, María representaba la memoria  viviente de Jesús, de su encarnación, pasión, muerte y resurrección. Todo  creyente y toda comunidad cristiana, en la hora de la prueba, encuentra en  la Virgen apoyo y consuelo. A ella, Madre de la Esperanza, confiamos la  Jornada de hoy, para que la memoria de los testigos de la fe ayude a todos  los cristianos a caminar con más decisión hacia la unidad plena querida por  Cristo.