DOSSIER - DIA INTERNACIONAL DE LA MUJER

SESION ESPECIAL DE LA ONU CON MOTIVO DEL DIA INTERNACIONAL DE LA MUJER

En Nueva York, con una agenda dedicada a promover y negociar la paz

NUEVA YORK, 7 mar (ZENIT.org).- El 8 de marzo, en la sede de las Naciones Unidas en Nueva York, tendrá lugar la primera celebración del Día Internacional de la Mujer del año 2000. El centro del acontecimiento titulado «Mujeres Unidas por la Paz», será un llamamiento de todas las mujeres del mundo a reclamar una voz más fuerte y un papel en las negociaciones de paz y en las estrategias para construir la paz. Se espera que el secretario general de la Onu Kofi Annan inaugure las celebraciones en las que intervendrán entre otras, Mary Robinson, alta comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, y la embajadora Anwarul Karim Chowdhury (Bangladesh), como presidenta del Consejo de Seguridad de la ONU durante el mes de marzo.

El núcleo de la celebración del Día Internacional de la Mujer 2000 será el intercambio de experiencias de mujeres que se ha destacado en la resolución de conflictos en diferentes regiones del mundo. Entre las participantes se incluyen algunas organizaciones no gubernamentales como la de «Mujeres de Negro» (República Federal de Yugoslavia), Colectivo de Mujeres de los Medios de Comunicación (Sri Lanka) y Alerta Internacional (Reino Unido). También intervendrá un miembro directivo de Naciones Unidas, Rosa Malango, que forma parte de la misión que supervisa los acuerdos de paz en Angola.

Diljit Dhaliwal, corresponsal televisiva de ITN en Londres y Carol Jenkins, nueva corresponsal en Nueva York y directora de un programa de debate, moderarán el intercambio entre las participantes. El foro promoverá un intercambio de ideas, con vistas al desarrollo de una agenda común para la participación de las mujeres en la salvaguarda de la paz y en los esfuerzos de las negociaciones de paz, y el reforzamiento de redes de mujeres en favor de la paz. La iniciativa tendrá una importancia particular para preparar la sesión especial de la asamblea general de las Naciones Unidas que se celebrará en Nueva York del 5 al 9 de junio con el título «Mujeres 2000: Igualdad de Género, Desarrollo y Paz en el Siglo XXI». El encuentro servirá para analizar las aplicaciones de la Conferencia internacional sobre la mujer celebrada en Pekín en 1995. En estos momentos, siguen candentes todos los debates que ya entonces surgieron en torno a temas como el derecho al aborto o la imposición de programas de control de la natalidad en los países pobres.


LA POSICION DE LA SANTA SEDE SOBRE LA MUJER EN LOS FOROS DE LA ONU

Habla María Isabel Tellería, de la delegación vaticana en la Conferencia de Pekín de 1995

ROMA, 7 mar (ZENIT.org).- En este 8 de marzo, día en que las Naciones Unidas en Nueva York organizan la primera celebración del Día Internacional de la Mujer del año 2000, ya se encuentran en ebullición los preparativos de la asamblea general «Pekín+5» (encuentro en que la ONU evaluará la aplicación de la Conferencia internacional sobre la mujer celebrada en la capital china hace cinco años).

En aquella Conferencia de la ONU, la Santa Sede, con el apoyo en su mayoría de buena parte de países pobres, se enfrentó a las propuestas de Estados Unidos, Unión Europea y otros países ricos que reivindicaban cierto tipo de derechos, como al aborto, y que trataban de imponer una nueva concepción del hombre y de la mujer. La diferencia sexual natural, según estos grupos de presión, ya está trasnochada, es mejor hablar de «género», pues de este modo la identidad sexual puede adaptarse a las circunstancias. El argumento podría parecer tan absurdo como la famosa discusión sobre el sexo de los ángeles; sin embargo, tiene importancia decisiva en la práctica, pues podría servir para justificar legalmente la equiparación del matrimonio con todo tipo de parejas (también heterosexuales) o la misma adopción de niños por parte de parejas homosexuales.

En este ambiente de preparación de las sesiones preparatorias de «Pekín+5», el Seminario Diocesano de Jaén (España) ha publicado las ponencias de un Seminario sobre «La Mujer en la Iglesia y en la Sociedad» que se había celebrado en febrero de 1996, con motivo de las VIII Jornadas Culturales de Santo Tomás. Entre las ponencias, suscita particular interés la intervención de María Isabel Tellería Tapia, minutante de la Secretaría de Estado de la Santa Sede para las relaciones con los Estados y miembro de la delegación vaticana en la Conferencia Mundial sobre la Mujer de Pekín, en septiembre de 1995. La delegación pontificia fue presidida por primera vez por una mujer, Mary Ann Glendon, profesora de Derecho de la Universidad de Harvard (EE.UU.). De un total de 22 personas que la integraban, 14 eran mujeres. Señoras, en su mayoría madres de familia, que procedían de Malasia, Noruega, Nigeria, Palestina, Polonia y China. Un matrimonio chileno y una religiosa de Vietnam, entre otros representantes vaticanos.

La ponencia de la doctora Tellería es un clarificador análisis de la aportación positiva que la Santa Sede hizo a aquella cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer. Incluye, en especial, una interesante exposición acerca de la aceptación, por parte de la delegación vaticana, de la palabra «género» y en qué sentido se admite su utilización. Una aclaración que puede ser útil para encuadrar las actuales polémicas en torno al uso del término.

«Sobre la interpretación de la palabra «género», la Santa Sede acepta --precisa la representante vaticana-- la decisión de que ha de entenderse según su uso ordinario en el ámbito de las Naciones Unidas. De todas formas, se ha precisado que la Santa Sede entiende el término "género" como fundado en una identidad biológico sexual, hombre y mujer. Excluye así, interpretaciones dudosas basadas en concepciones muy difundidas, que afirman que la identidad sexual puede adaptarse indefinidamente, para acomodarse a nuevas y diferentes finalidades».

La aclaración no era indiferente, explica María Isabel Tellería en su ponencia, por los diversos usos que se había dado a la palabra. Era por tanto un problema de lenguaje que había que aclarar ya que la palabra «género» se utilizaba con profusión en los documentos de la Conferencia de Pekín. En la reunión que se tuvo previamente en Nueva York para negociar el Programa de Acción, algunas delegaciones, en especial latinoamericanas, pidieron una explicación de este término, alegando que en muchos países se usaba de manera inaceptable sustituyendo la palabra sexo pero de un modo fluido, es decir, el hombre y la mujer son los extremos de las distintas posibilidades de géneros que se encuentran espontáneamente en la naturaleza. De este modo, según algunas delegaciones, considerar normales sólo los dos extremos es un error debido a condicionamientos culturales, sociales, etc.

Muchas delegaciones se opusieron a esta clarificación porque ponía en peligro la misma Conferencia, que versaba sobre la mujer. Con ella se echaba por tierra el papel que debe desempañar la mujer en la sociedad.

«La Santa Sede --subraya María Isabel Tellería-- que no quería frenar la Conferencia, mantuvo contacto con muchas delegaciones y participó en todo los encuentros oficiales que se llevaron cabo para encontrar una solución al problema, llegando a la conclusión de que no había segundas intenciones en la interpretación de la palabra del documento. Decidió, por tanto, aceptar la aclaración que se propuso. Es decir, se afirmaba que la palabra "género" tenía el mismo significado que había tenido hasta ahora en los documentos de las Naciones Unidas, el significado obvio de la palabra en el lenguaje común».

«Para evitar de todas formas --añade la delegada vaticana-- que en el futuro se pudiera verificar alguna evolución en el modo de interpretar el término, la Santa Sede quiso presentar al final de la Conferencia lo que se llama una «Declaración interpretativa» sobre la palabra en cuestión».

En su detallada exposición sobre los puntos positivos que la Conferencia aportó a la promoción de las mujeres y sobre aquellos aspectos más débiles o reductivos de la mujer, la doctora Tellería comenta también unas palabras de la secretaria general de la Conferencia, la señora Gertrude Mongella, tras entrevistarse con Juan Pablo II unos meses antes de la cita de Pekín. En sus declaraciones, la señora Mongella afirmaba que «si todos en el mundo tuvieran una postura como la del Santo Padre en favor de la mujer, el problema de la promoción de la mujer encontraría rápidamente solución».


POR UN NUEVO FEMINISMO

Habla Janne Haaland Matlary, viceministra de Asuntos Exteriores de Noruega

ROMA, 7 mar (ZENIT.org).- Ha llegado la hora de un nuevo feminismo, más radical, que parta del reconocimiento de que la mayor parte de las mujeres son madres o desean serlo. Esta es la propuesta de una mujer competente en el tema. Se llama Janne Haaland Matlary, además de ser viceministra de Asuntos Exteriores de Noruega en la coalición guiada por el Partido cristiano-democrático y catedrática de Relaciones internacionales en la facultad de Ciencias Políticas en la Universidad de Oslo, está casada y tiene cuatro hijos de entre 12 y 7 años. En 1995 fue miembro de la delegación de la Santa Sede en las Conferencias Internacionales de la ONU en Copenhague (sobre el desarrollo social) y Pekín (sobre la mujer).

Para explicar su tesis ha escrito un libro, «Por un nuevo feminismo», una especie de manifiesto, aunque muy concreto. Se trata de una reflexión basada en su propia experiencia de mujer, madre, catedrática y política que termina con una conclusión clara: ha llegado la hora de un «nuevo florecer» en el que «las cualidades femeninas» deben desarrollarse en todos los campos de la vida personal y social, «en todo rincón de la tierra».

Se trata de un punto de vista original, que pretende sentar los fundamentos de un nuevo feminismo, precisamente en un momento en el que el feminismo histórico está haciendo autocrítica.

--Usted habla de la exigencia de un feminismo «mucho más radical». Para muchos, sin embargo, el de los años setenta ya parecía suficientemente radical.

--Janne Haaland Matlary: Cuando hablo de «radical» no quiero decir extremista, sino que me refiero a una actitud que va a las raíces de la cuestión. El feminismo de los años setenta apuntaba a la negación de la maternidad y a la imitación de los hombres. Esto ha impedido, de hecho, todo desarrollo de las cualidades y de las contribuciones femeninas, así como la aplicación de políticas capaces de ayudar verdaderamente a las mujeres.

--¿Cuáles son las raíces de la cuestión?

--Janne Haaland Matlary: Ante todo hay que reconocer que las mujeres y los hombres son diferentes, tienen talentos diferentes. Además, la mayor parte de las mujeres son madres o quieren serlo. El desafío consiste en crear una igualdad que reconozca esta diversidad y especificidad.

--¿Podría poner un ejemplo concreto?

--Janne Haaland Matlary: Es un hecho el que las mujeres, incluso las de los países más «avanzados» en el campo del feminismo, como es el caso de donde procedo, Escandinavia, tienen problemas para conciliar el papel de madre y de trabajadora. Con frecuencia, para poder trabajar, las mujeres se ven obligadas a renunciar a la maternidad.

--¿Cómo deberían cambiar las políticas en favor de la mujer?

--Janne Haaland Matlary: Es fundamental garantizar ante todo una adecuada pausa laboral con motivo de la maternidad, retribuida y con una duración que evite el «doble trabajo». Pero una pausa laboral es fundamental también para los padres. No sólo está involucrada la mujer, sino toda la familia. Hay que reconocer a toda la familia y el trabajo que se ejerce en ella. Se requiere, por tanto, aplicar medidas de flexibilidad económica y de políticas sociales específicas. Por ejemplo, el año pasado, en Noruega, aprobamos una ley que permite a las familias escoger entre la guardería pública o el cuidado de los niños en casa. Las mujeres que quieren quedarse en casa cuando los niños son pequeños (hasta los tres años) reciben la misma suma que el Estado destina a la guardería por cada niño, unos 6 mil dólares al año.

--En general se dice que la maternidad sale cara tanto a las empresas como a la colectividad.

--Janne Haaland Matlary: En realidad, para la sociedad no es más barato tener hijos que no tenerlos. Basta pensar en las consecuencias sociales negativas, con sus relativos costes, provocadas por la desintegración de la familia o del derrumbe de la falta de responsabilidad para con los hijos. Además, en el cálculo costes-beneficios de las empresas, habría que tener en cuenta también el hecho de que las mujeres garantizan tradicionalmente una mayor estabilidad y fidelidad a la empresa.

--De todos modos, en esta época de globalización en la que los empresarios transfieren la producción de un país al otro para bajar el costo del trabajo y garantizarse ganancias inmediatas, su propuesta de ofrecer una amplia pausa laboral y garantizar mejores condiciones a las madres suena un poco utópica.

--Janne Haaland Matlary: Nada de eso. Se trata, ante todo, de una cuestión de prioridades políticas, pues ciertos problemas no pueden ser resueltos por el mercado. Para alcanzar la estabilidad social es fundamental promover políticas que valoren y ayuden a la familia. Por eso, es importante que los gobiernos ayuden a los empresarios en este sentido, por ejemplo, a través de beneficios fiscales. Además, por lo que se refiere a la globalización, no existe una movilidad del trabajo entre Estados. Si bien algunas actividades se pueden transferir, de hecho, la mayoría de los trabajos no pueden transferirse. Ciertamente esto no sucede en el sector de servicios, ni en toda la industria.


CONCHITA CABRERA, ESPOSA, MADRE Y MISTICA DE ESTE SIGLO

El testimonio de una fundadora mexicana en el Día Internacional de la Mujer

ROMA, 7 mar (ZENIT.org).- Esposa, madre de nueve hijos, fundadora de varias congregaciones religiosas y una de las místicas más originales y prolíficas del siglo XX. Este es el increíble testimonio que ofrece Concepción Cabrera de Armida, Conchita como la llamaban quienes la conocían, en este 8 de marzo, en el que el mundo celebra el Día Internacional de la Mujer. Su causa de beatificación se encuentra ya muy avanzada. Recientemente Juan Pablo II concedió el Decreto sobre las virtudes heroicas de esta mujer mexicana.

El documento vaticano de reconocimiento habla de Conchita como una esposa que «mientras cumplía con sus oficios de madre, secundando la vocación religiosa de dos de ellos, desarrolló una amplia actividad apostólica suscitando y favoreciendo el crecimiento de dos congregaciones religiosas, dos obras laicales y una fraternidad sacerdotal. Al mismo tiempo, diligentemente cultivó su vida interior. Editó muchos libros (actualmente casi un millón de copias en diversas lenguas), escribió sobre su progreso espiritual, sus fenómenos místicos y sobre su múltiple actividad apostólica».

Cuando tenía 36 años de edad, meses antes del nacimiento de su noveno hijo, Conchita misma escribió: «Llevo en mí tres vidas, a la cual más fuertes: la vida de familia con sus multiplicadas penas de mil clases, es decir, la vida de madre; la vida de las Obras de la Cruz con todas sus penas y peso . que a veces me aplasta y parece que no puedo más; y la vida del espíritu o interior, que es la más pesada, con sus altos y bajos, sus tempestades y luchas, su luz y sus tinieblas. ¡Bendito sea Dios por todo!» (C.C., 10, 339. Octubre 8, 1898).

Nacida el 8 de diciembre de 1862 durante la guerra civil mexicana entre los partidos liberal y conservador, que tuvo dramáticas repercusiones religiosas, Conchita creció y formó a su familia durante la época del «Porfirismo». Vivió en la ciudad de México los conflictos de la revolución mexicana y de la persecución religiosa. En este ambiente --dice Anna Crespi, una de las promotoras del carisma de Conchita en Italia-- «creo que Conchita recibió como gracia de Dios la capacidad intelectual de descubrir y vivir plenamente la propia identidad, no solamente como esposa, madre, hija, hermana, ama de casa..., sino también como un proceso de búsqueda de la propia unidad interior y de la propia originalidad como criatura de Dios. Y todo esto en un tiempo en el que ciertamente no se hablaba de la dimensión o del papel femeninos en la sociedad, en el mundo del trabajo, de la política».

Conchita quedó viuda a los 39 años. Se entregó a sus hijos, a pesar de las graves enfermedades que sufrió y de los apremios económicos. En esta situación y con la ayuda de su director espiritual, el padre Félix de Jesús, descubrió que Dios le llamaba a una nueva maternidad, esta vez de carácter espiritual. De este modo, dio vida a familias religiosas y obras laicales y una fraternidad sacerdotal como la Alianza de Amor, la Liga Apostólica y los Misioneros del Espíritu Santo. Falleció el 3 de marzo de 1937.

Luis María Martínez, arzobispo de México y su director espiritual en los últimos doce años de su vida decía de ella: «Es una gran mística a la altura de las más grandes que ha tenido la Iglesia». Para comprobarlo basta consultar la obra publicada recientemente por el padre Juan Gutiérrez, «Concepción Cabrera de Armida, Cruz de Jesús» que pone en manos de los lectores casi la totalidad de los sesenta y seis volúmenes que forman el Diario Espiritual de Conchita.