PROLOGO

 

[Bae 61-88] Este epitalamio, es decir, canto de bodas, tengo para mi que Salomón lo escribió a modo de drama y lo cantó como si fuera el de una novia que va a casarse y está inflamada de amor celeste por su esposo, que es el Verbo1 de Dios. Lo cierto es que apasionadamente le ha amado, ya el alma, que fue hecha a su imagen, ya la Iglesia. Con todo, el presente escrito nos enseña además qué palabras utilizó personalmente este magnifico y perfecto esposo al dirigirse a su cónyuge, el alma o la lglesia. Y por este mismo libro, que se titula Cantar de los Cantares, podemos igualmente conocer qué dijeron las jóvenes compañeras de la esposa, presentadas junto con la misma esposa, y qué, asimismo, los amigos y compañeros del esposo. Y es que, efectivamente, también a los propios amigos del esposo se les dio la posibilidad de decir algo, siquiera lo que hubieran escuchado al esposo mientras se alegraban de su unión con la esposa. Por consiguiente la esposa no sólo habla en persona a su esposo, sino también a las jóvenes, y la palabra del esposo, por su parte, no va dirigida únicamente a la esposa, sino también a los amigos del esposo. Y a esto nos referíamos arriba cuando decíamos que el cantar de boda estaba redactado en forma de drama. Efectivamente, hablamos de drama —como suele hacerse al representar una pieza teatral— cuando se hace intervenir a diversos personajes y, mientras unos entran y otros hacen mutis, los diferentes interlocutores van dando cabo a la trama de la narración.

El presente escrito contiene cada uno de estos elementos por su orden, y todo su meollo está formado por coloquios místicos2. Pero antes que nada nos es necesario saber que, de la misma manera que la edad pueril no se siente movida al amor pasible, así tampoco se admite a la compresión de las palabras del Cantar a la párvula e infantil edad del hombre interior, es decir, la de aquellos que en Cristo se alimentan de leche, no de manjar sólido3, y que ahora, por primera vez, apetecen la leche auténtica y sin engaño4. Efectivamente, en las palabras del Cantar de los Cantares está el alimento del que dice el Apóstol: Sin embargo, el manjar sólido es propio de adultos; y requiere unos oyentes tales que, por la práctica de comer, tengan sus sentidos entrenados en el discernimiento del bien y del mal5.

Y ciertamente puede ocurrir que los párvulos antedichos vengan a estos parajes y no aprovechen nada absolutamente de esta Escritura, aunque tampoco se dañen demasiado al leer lo que está escrito, o bien al examinar lo que para su explicación se dirá. En cambio, si se acerca alguien que sólo es hombre según la carne, para éste tal lo escrito producirá una situación de peligro muy crítica. La razón es porque, al no saber escuchar con pureza y castos oídos las expresiones del amor, hará que toda acción de oír se desvíe del hombre interior al hombre exterior y carnal; del espíritu se volverá hacia la carne, nutrirá en sí mismo concupiscencias carnales y parecerá que la Escritura divina es para él ocasión de dejarse mover e incitar al deseo carnal. Por eso yo advierto y aconsejo a todo el que aún no está libre de las molestias de la carne y de la sangre ni ha renunciado a los afectos de la naturaleza material que se abstenga por completo de leer este libro y cuanto se dirá sobre él. De hecho cuentan que incluso entre los hebreos se procuraba que no se permitiese a nadie ni siquiera tener en sus manos este librito, a no ser quien hubiera alcanzado la edad adulta y madura. Es más, teniendo en cuenta que entre ellos es costumbre que los maestros y los sabios transmitan a los niños todas las Escrituras junto con las que ellos llaman tradiciones6, hemos sabido también que guardan para lo último estas cuatro partes: el comienzo del Génesis, en que se describe la creación del mundo7; los comienzos del profeta Ezequiel, en que se habla de los querubines8; su final, donde se contiene la construcción del templo9, y este libro del Cantar de los Cantares.

Por consiguiente, antes de entrar a discutir lo que se contiene en este libro, me parece necesario que previamente expongamos unas breves consideraciones acerca del amor mismo, que es la causa principal de haber sido escrito el libro; después, acerca del orden de los libros de Salomón, entre los cuales este libro parece ocupar el tercer lugar; luego también sobre la intitulación misma del librito: por qué se le puso el título de Cantar de los Cantares; y además, de qué manera fue compuesto, a guisa de drama, según parece, y como pieza teatral que se suele representar en escena con mutación de personajes.

Entre los griegos, ciertamente, muchos fueron los sabios que, queriendo investigar la verdadera naturaleza del amor, produjeron no pocos y variados escritos, también en forma de diálogos, con el intento de poner de manifiesto que no existe más fuerza del amor que aquella que puede conducir al alma desde la tierra hasta la cumbre excelsa del cielo, y que no es posible llegar a la suma felicidad si no media la provocación del deseo amoroso. Pero tenemos también noticia de haberse discutido este tema en algo así como en banquetes: pienso que entre personas que hacían banquetes, no de manjares, sino de palabras. Otros, es verdad, también dejaron por escrito ciertas artes mediante las cuales pareciese que se hacía nacer o crecer a este amor en el alma. Pero algunos hombres carnales aplicaron estas artes a los deseos viciosos y a los secretos del amor culpable. Por consiguiente, no es de extrañar que también entre nosotros, donde cuanto mayor es el número de simples mayor parece ser el de inexpertos, hayamos dicho que es difícil y hasta peligroso disputar sobre la naturaleza del amor, siendo así que, entre los griegos, que pasan por doctos y sabios, hubo no obstante algunos que no entendieron este tema tal como estaba escrito, sino que, bajo el pretexto de cuanto se dice sobre el amor, dieron consigo en las caídas de la carne y en los precipicios de la desvergüenza, bien porque, como antes recordamos, tomaron de lo que estaba escrito algunos estímulos e incentivos, bien porque utilizaban los escritos de los antiguos como cobertura de su incontinencia.

Así pues, para no incurrir también nosotros en algo parecido interpretando viciosa y carnalmente lo que escribieron los antiguos en sentido bueno y espiritual, extendamos hacia Dios nuestras palmas tanto del cuerpo como del alma, para que el Señor, que dio la palabra a los que evangelizaban11 con gran poder, nos dé también a nosotros, por su poder, la palabra con que podamos presentar una sana inteligencia de lo que está escrito y, en orden a la edificación de la castidad, ajustada tanto al nombre mismo como a la naturaleza del amor.

H/2-CLASES: Al comienzo de los libros de Moisés, donde se escribe sobre la creación del mundo, hallamos referida la creación de dos hombres: el primero, hecho a imagen y semejanza de Dios12; el segundo, modelado del barro de la tierra13. El apóstol Pablo, que sabía esto muy bien y con toda claridad, escribió en sus cartas con particular franqueza y transparencia que en cada hombre hay un doble hombre. Dice así, efectivamente: Aún cuando nuestro hombre exterior se va desmoronando, el interior, en cambio, se renueva de día en dia14; y también: Pues me complazco en la ley de Dios según el hombre interior15; ¿y cuánto no escribió por el mismo estilo? De ahí que yo piense que nadie debe ya dudar de lo que Moisés escribió al comienzo del Génesis sobre la hechura y formación de dos hombres, cuando vemos que Pablo, que sin duda entendía mejor que nosotros lo que Moisés escribió, dice que en cada hombre hay dos, y nos recuerda que uno de ellos, el interior, se va renovando de día en día mientras el otro, el exterior, se va corrompiendo y debilitando incluso en santos de la calidad del propio Pablo. Por si alguno piensa que todavía cabe alguna duda sobre esto, se dará explicación más amplia en sus correspondientes lugares.

Ahora, sin embargo, prosigamos con la razón de haber mencionado al hombre interior y al hombre exterior. En realidad, con ello queremos hacer saber que en las divinas Escrituras se suele nombrar mediante homónimos, esto es, mediante denominaciones semejantes, más aún, con idénticos vocablos, los miembros del hombre exterior y las partes y sentidos del hombre interior, y su mutua confrontación se realiza no sólo en las palabras sino también en los hechos mismos. Por ejemplo: uno es, por la edad, un muchacho según el hombre interior; entonces le es posible crecer y alcanzar la edad juvenil, y luego, continuando su crecimiento, llegar al estado de hombre perfecto16 y hasta convertirse en padre17. Pues bien, nos hemos querido servir de estos términos con el fin de presentar vocablos acordes con la divina Escritura, esto es, con lo que escribió Juan. Dice, efectivamente: Os escribo a vosotros, muchachos, porque ya conocéis al Padre; os escribo a vosotros, padres, porque ya conocéis al que existía desde el principio; os escribo a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes y la palabra de Dios permanece en vosotros y ya habéis vencido al meligno18. Es evidente—y nadie creo que pueda en absoluto dudarlo— que aquí Juan habla de muchachos, jóvenes e incluso padres, según la edad del alma, no según la del cuerpo. Pero es que el mismo Pablo dice en algún lugar: No puedo hablaros como a espirituales, sino como a carnales; como a niños en Cristo, os di a beber leche, y no alimento sólido19. Sin duda alguna se les llama niños en Cristo según la edad del alma, no según la de la carne. Efectivamente, el mismo Pablo dice también en otro lugar: Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, discurría como niño. Cuando me hice un hombre, acabé con las niñerias20. Y en otra parte vuelve a decir: Hasta que todos alcancemos el estado del hambre perfecto, la talla de la edad de la plenitud de Cristo21.

Sabe, efectivamente, que todos los que creen alcanzarán el estado de hombre perfecto y la talla de la edad de la plenitud de Cristo. Por consiguiente, de la misma manera que los nombres de la edades mencionadas se asignan con los mismo vocablos al hombre exterior y al hombre interior, así también hallarás que incluso los nombres de miembros corporales se trasladan a los miembros del alma, o más bien éstos deben llamarse facultades y sentimientos del alma. Por eso se dice en el Eclesiastés: Los ojos del sabio, en su cabeza22; y en el Evangelio: El que tenga oídos para oir, que oiga23; también en los profetas: Palabra que habló el Señor por mano del profeta Jeromías24, o de cualquier otro. Parecido es también aquello que dice: Y no tropezará tu pie25; y de nuevo: Por poco resbalan mis pies26. Evidentemente también se designa al vientre del alma allí donde se dice: Señor, tu temor nos ha hecho concebir en el vientre27. Según eso, ¿quién dudará cuando se dice: Sepulcro abierto es su garganta28; y también: Hunde, Señor, y divide sus lenguas29; e incluso lo que está escrito: Machacaste los dientes de los enomigos30; y aún: Quiebra el brazo del pecador y del malvado31? ¿Pero qué necesidad tengo de andar recogiendo muchos textos sobre esto, si las divinas Escrituras están repletas de abundantísimos testimonios? Por ellos se demuestra con toda evidencia que esos nombres de miembros no pueden en modo alguno ajustarse al cuerpo visible, sino que deben ser referidos a las partes y facultades del alma invisible, porque, si es cierto que tienen vocablos semejantes, también es claro y palmario que presentan significados del hombre interior, no del exterior.

Por consiguiente, la comida y la bebida de este hombre material, que también se llama exterior, son parientes de su naturaleza, es decir, corporales y terrenas Ahora bien, el hombre espiritual, el mismo que también se dice interior, tiene su propia comida, como es el pan vivo que bajó del cielo32, y su bebida es de aquel agua que Jesús prometió cuando dijo: El que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá ya sed33. Así pues, se da semejanza total de vocablos para uno y otro hombre, pero se mantiene distinta la naturaleza propia de cada uno: lo corruptible se presenta al hombre corruptible y lo incorruptible se propone al hombre incorruptible. De ahí resultó que algunos más simples, por no saber distinguir y discernir en las divinas Escrituras qué cosas deben atribuirse al hombre interior y cuáles al hombre exterior, engañados por la semejanza de los vocablos, se refugiaron en estúpidas fábulas y en vanas invenciones, hasta el punto de creer que incluso después de la resurrección nos serviremos de manjares corporales y que beberemos no sólo de la vid verdadera34 y que vive por los siglos, sino también de estas vides y frutos de los árboles de acá35. Pero de esto hablaremos en otra ocasión. Así pues, siguiendo la distinción precedente, según el hombre interior, uno carece de hijos y es estéril mientras otro abunda en hijos, conforme a lo que se ha dicho: La estéril dio a luz siete hijos y la de muchos hijos quedó baldia36; y como se dice en las bendiciones: No habrá entre vosotros mujer sin hijos ni estéril37.

Entonces, si esto es así, de la misma manera que hay un amor llamado carnal, que los poetas llamaron Eros38, y quien ama según él siembra en la carne39, así también existe un amor espiritual, y el hombre interior, al amar según él, siembra en el espíritu40. Y por decirlo con mayor claridad, si aún hay alguien portador de la imagen del hombre terreno41 según el hombre exterior, a este lo mueven el deseo y el amor terrenos; en cambio, al portador de la imagen del hombre celeste42 según el hombre interior, lo mueven el deseo y el amor celestes. Ahora bien, el alma es movida por el amor y deseo celestes cuando, examinadas a fondo la belleza y la gloria del Verbo de Dios, se enamora de su aspecto y recibe de él como una saeta y una herida de amor43. Este Verbo es, efectivamente, la imagen y el esplendor del Dios invisible, primogénito de toda la creación44, en quien han sido creadas todas las cosas en el cielo y en la tierra, las visibles y las invisibles45. Por consiguiente, si alguien logra con la capacidad de su inteligencia vislumbrar y contemplar la gloria y la hermosura de todo cuanto ha sido creado por él, pasmado por la belleza misma de las cosas y traspasado por la magnificencia de su esplendor como por una saeta bruñida, en expresión del profeta46, recibirá de él una herida salutífera y arderá en el fuego delicioso de su amor. Sin embargo, nos conviene saber que, de la misma manera que el hombre exterior puede caer en un amor ilícito y contrario a la ley, de modo que ame, por ejemplo, no a su prometida o a su esposa, sino a una ramera o a una adúltera, así también el hombre interior, es decir, el alma, puede caer en un amor, no hacia su legitimo esposo, que dijimos que era el Verbo de Dios, sino hacia algún otro, adúltero y corruptor. Es lo que, utilizando la misma figura, expone con toda claridad el profeta Ezequiel47 cuando introduce a Ohlá y a Ohlibá, figuras de Samaria y de Jerusalén, corrompidas por un amor adulterino, como el texto mismo de la Escritura profética demostrará a quienes quieran conocerlo mejor. Por lo tanto también este amor espiritual del alma, según hemos señalado, unas veces se inflama por algunos espíritus perversos, y otras por el Espíritu Santo y por el Verbo de Dios: este es el esposo fiel y se llama marido del alma instruida, y de él se dice esposa la misma de que se habla sobre todo en la Escritura que estamos manejando, como demostraremos más plenamente, con la ayuda de Dios, cuando empecemos a exponer sus mismas palabras.

Por otra parte, tengo para mi que la divina Escritura, queriendo evitar a los lectores cualquier motivo de tropiezo a causa del término amor, en atención a los más débiles, lo que entre los sabios del mundo se denomina deseo (eros) lo llama, con vocablo más decoroso, amor (ágape)48, como, por ejemplo, cuando dijo de Isaac: Y tomó a Rebeca, que pasó a ser su mujer, y la amó49. Igualmente de Jacob y de Raquel vuelve a decir la Escritura: Raquel en cambio era de buen ver y de hermosa presencia; y amó Jacob a Raquel y dijo (a Labán): Te serviré siete años por Raquel, tu hija menor50. Sin embargo, el uso de este vocablo aparece muy claramente cambiado al referirse a Amnón, el que se enamoró de su hermana Tamar. Efectivamente, está escrito: Y después de esto sucedió que, teniendo Absalón, el hijo de David, una hermana hermosa, llamada Tamar, la amó Amnón, hijo de David51. Puso «amó» en lugar de «se enamoró». Y Amnan andaba atormentado hasta el punto de enfermar por causa de su hermana Tamar, pues era virgen y a Amnón le parecía difícil hacerle algo52. Y pocas líneas después, dice así la Escritura acerca de la violencia que Amnón ejerció sobre su hermana Tamar: Pero no quiso Amnón escuchar sus palabras, sino que, imponiéndose por la fuerza, la derribó y se acostó con ella. Después Amnón sintió por ella un odio terrible, pues el odio con que la odiaba era mayor que el amor con que la habla amado53. Así pues, hallarás que, en estos y en otros muchos pasajes, la divina Escritura rehuye vocablo deseo y pone amor en su lugar. Alguna vez, empero, aunque raramente, llama al deseo por su propio nombre y hasta convida e incita a las almas a él, como cuando en los Proverbios dice de la sabiduría: Deséala, y ella te guardará; asédiala, y ella te engrandecerá; hónrala, para que ella te abrace54. Y en el libro titulado Sabiduría de Salomón, también se ha escrito sobre la misma sabiduría lo siguiente: Me hice deseador de su belleza55. Con todo, creo que sólo allí donde no parece que habría ocasión de tropiezo es donde insertó la palabra deseo. Efectivamente, ¿quién podría advertir algo de pasional o indecoroso en el deseo de la sabiduría o en que alguien se constituya en deseador de la sabiduría? Pues, si hubiera dicho que Isaac deseó a Rebeca o Jacob a Raquel, ciertamente por esta expresión hubiera podido entenderse alguna pasión vergonzosa en los santos hombres de Dios, sobre todo entre aquellos que no saben elevarse de la letra al espíritu. Por lo demás, en este mismo libro que tenemos entre manos está clarísimo que el vocablo deseo se ha sustituido por el de amor allí donde dice: Yo os conjuro, hijas de Jerusalén: si encontráis a mi amado, ¿qué le anunciaréis? ¡Que estoy herida de amor!56; como si dijera: se me ha clavado una saeta de amor. En consecuencia es del todo indiferente que en la Escritura se diga amor o deseo, si no es que la palabra amor alcanza tal categoría que Dios mismo es llamado amor, como dijo Juan: Queridos, amémonos los unos a los otros, porque el amor viene de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor57.

Y aunque sea propio de otra ocasión el decir algo de lo que como ejemplo hemos aducido de Juan, sin embargo no nos ha parecido fuera de lugar tocar aquí algo brevemente. Amémonos los unos a los otros—dice—porque el amor viene de Dios; y poco después: Dios es amor58. En esto demuestra que Dios mismo es amor, y también que el que viene de Dios es amor. Ahora bien, ¿quién viene de Dios si no es aquel que dice: Salí de junto al Padre y vine a estar en el mundo59? Porque, si Dios Padre es amor y el Hijo es también amor, y por otra parte amor y amor son una sola cosa y en nada difieren, se sigue que el Padre y el Hijo son justamente una sola cosa60. Y por esta razón es pertinente que Cristo, igual que se llama sabiduría, fuerza, justicia, palabra y verdad, se llame también amor. Y así la Escritura dice que si el amor permanece en nosotros, Dios permanece en nosotros61': Dios, esto es, el Padre y el Hijo, que viene al que es perfecto en el amor, según la palabra del Señor y Salvador, que dice: El Padre y yo vendremos a él, haremos morada en él62. Por tanto debemos saber que este amor, que es Dios, cuando está en alguien, no ama nada terrenal, nada material, nada corruptible, y por eso va contra su naturaleza el amar algo corruptible, ya que él mismo es fuente de incorrupción. Efectivamente, él es el único que posee la inmortalidad, puesto que Dios es amor, el único que posee la inmortalidad y habita en una luz inaccesible63. ¿Y qué otra cosa es la inmortalidad más que la vida eterna que Dios promete dar a los que creen en él mismo, único verdadero Dios, y en su enviado, Jesucristo, su Hijo64? Por esta razón se dice que ante todo y sobre todo es caro y grato a Dios el que uno ame al Señor su Dios con todo su corazón, con toda su alma y con todas sus fuerzas65. Y como quiera que Dios es amor, y el Hijo, que procede de Dios, también es amor, está exigiendo en nosotros algo que se le asemeje, de modo que por medio de este amor que hay en Cristo Jesús, que es amor, nos unamos a él con una especie de parentesco de afinidad por el amor, en el sentido de aquel que, ya unido, le decía: ¿Quién nos separará del amor manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro?66. Ahora bien, este amor ama a todo hombre como prójimo, y esa es la razón por la que el Salvador reprendió a uno que se figuraba que el alma justa no debe tener en cuenta los derechos que da el ser prójimo, cuando se trata de un alma envuelta en maldades, y por eso compuso la parábola que narra cómo un hombre cayó en manos de salteadores cuando descendía de Jerusalén a Jericó67. El Salvador culpa al sacerdote y al levita porque, aunque le vieron medio muerto, pasaron de largo; en cambio aplaude al samaritano, porque se había compadecido de él; y que este samaritano fue su prójimo, lo confirma con la respuesta del mismo que le hiciera la pregunta, al que dice: Vete y haz tú lo mismo68. Efectivamente, por naturaleza todos somos prójimos unos de otros, sin embargo, por las obras del amor, el que puede hacer el bien se convierte en prójimo del que no puede. De ahí que también nuestro Salvador se hiciera prójimo nuestro y que no pasara de largo cuando yacíamos medio muertos por las heridas de los salteadores. Por consiguiente debemos saber que el amor de Dios siempre tiende hacia Dios, del que se origina, y mira al prójimo, con el que tiene parte por estar asimismo creado en incorrupción. Así pues, todo lo que está escrito sobre el amor tómalo como dicho del deseo, sin preocuparte en absoluto de los nombres, porque, de hecho, en los dos se pone de manifiesto el mismo valor. Y si alguien dice que se nos acusa de amar el dinero, a la ramera y otras cosas tan malas como ellas, utilizando el mismo vocablo que deriva de amor, preciso es saber que en tales casos se nombra al amor, pero no en sentido propio, sino impropio. Así, por ejemplo, el nombre de Dios se aplica primera y principalmente a aquel de quien, por quien y en quien son todas las cosas69, lo que expresa bien claramente el poder y la naturaleza de la Trinidad70; pero en segundo lugar y, por decirlo así, impropiamente, la Escritura llama dioses también a aquellos a quienes se dirige la palabra de Dios, según confirma el Salvador en los Evangelios71. Además, también a las potestades celestes se les llama, al parecer, con este nombre, cuando se dice: Dios se alza en el consejo de los dioses, y en el medio juzga a los dioses72, y en tercer lugar, ya no impropiamente sino sin razón se llama dioses de los gentiles a los demonios, cuando dice la Escritura: Todos los dioses de los gentiles son demonios73. Pues, de modo parecido, también el nombre de amor se aplica en primer lugar a Dios, y por eso se nos manda amar a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas74, como origen que es de nuestra misma capacidad de amar. Y sin duda alguna, en ese mismo amor va ya incluido también nuestro amor a la sabiduría, a la justicia, a la piedad, a la verdad y a todas las virtudes, pues una sola y misma cosa es amar a Dios y amar el bien. En segundo lugar y en sentido impropio y derivado, se nos manda amar al prójimo como a nosotros mismos75. En tercer lugar, sin embargo, está lo que sin razón alguna se expresa con el nombre de amor: amar el dinero, los placeres o todo lo que tiene que ver con la corrupción y el error. No hay, por tanto, diferencia en decir que se ama o que se desea a Dios, y no creo que se pueda culpar a nadie que llame deseo a Dios, lo mismo que Juan le llamó amor. Por lo menos yo recuerdo que uno de los santos, llamado Ignacio, dijo de Cristo: Mi deseo está crucificado76, y no creo que merezca ser censurado por ello. Ahora bien, debemos saber que todo aquel que ama el dinero o cuanto en el mundo hay de materia corruptible abaja la fuerza del amor, que proviene de Dios, hasta lo terrenal y caduco, y abusa de las cosas de Dios para cosas que Dios no quiere. Efectivamente, Dios no concedió a los hombres el amor de tales cosas, sino el uso. Hemos tratado esto algo más ampliamente porque queríamos distinguir con mayor claridad y cuidado lo referente a la naturaleza del amor y del deseo, no fuera que, al decir la Escritura que Dios es amor77, se llegase a creer que de Dios viene todo lo que se ama, aunque sea corruptible, y que esto es amor. Ciertamente se demuestra que el amor es cosa de Dios y que es don suyo, pero también que no siempre los hombres lo ponen en práctica para las cosas que son de Dios y para las que Dios quiere.

Sin embargo es preciso también saber que es imposible que la naturaleza humana no ame siempre algo. Efectivamente, todo el que alcanza la edad que llamamos de la pubertad ama algo, ya sea menos rectamente cuando ama lo que no debe, ya sea recta y provechosamente, cuando ama lo que debe. Ahora bien, este sentimiento de amor, que por favor del Creador fue entrañado en el alma racional, algunos lo desvían hacia el amor del dinero y a la pasión de la avaricia, bien para lograr fama, y se hacen ávidos de vanagloria, bien para frecuentar a las rameras, y se ven cautivos de la impudicia y la sensualidad, o bien derrochan la fuerza de este bien tan grande en otras cosas parecidas a esas. Pero incluso cuando este amor se ordena hacia las diversas artes de tipo manual, o por causa de actividades de la presente vida—no las necesarias—se aplica, por ejemplo, a la gimnasia o a las carreras, o también a la música o a la aritmética, además de a otras disciplinas de parecida índole, ni siquiera entonces opino que se le utiliza de manera digna de aprobación. Efectivamente, si lo bueno es también lo que es digno de aprobación, y por bueno se entiende propiamente, no lo que mira a los usos corporales, sino ante todo lo que está en Dios y en las potencias del alma, la consecuencia es que amor digno de aprobación es aquel que se aplica a Dios y a las potencias del alma. Y que esto es así lo demuestra la definición del mismo Salvador, cuando, al preguntarle alguien cuál era el mandamiento supremo y el primero en la ley, respondió: Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Y añadió: De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profotas78, con lo cual demostraba que el amor justo y legítimo subsiste por estos dos mandamientos y que de ellos penden la ley entera y los profetas. Y también está lo que dice: No cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no levantarás testimonio falso y cualquier otro precepto, todos se resumen en esta fórmula: Amarás a tu prójimo como a ti mismo79, lo cual tendrá más fácil explicación como sigue.

Pongamos, por ejemplo, una mujer que se abrasa de amor por un hombre y ansía unir a él su suerte: ¿no obrará en todo y dispondrá todos sus movimientos en la forma que sabe que agrada a su amado, no sea que, si en algo obra contra su voluntad, este excelente varón desprecie y rechace su compañía? Esta mujer, que arde en amor por ese hombre con todo su corazón, con toda su alma y con todas sus fuerzas, ¿podrá cometer adulterio, si sabe que él arna la castidad? ¿o matar, si sabe de su mansedumbre? ¿o robar, si sabe cuánto le complace la generosidad? ¿Y podrá desear lo ajeno, ella que tiene toda su capacidad de deseo ocupada en el amor de ese hombre? En este sentido se dice también que en la perfección del amor se resume todo mandamiento y que de ella penden toda la ley y los profetass80. Por causa de este bien de amor, los santos no se dejan aplastar por la tribulación ni se desesperan en la perplejidad ni se dejan aniquilar cuando los abaten, al contrario, su leve y momentánea tribulación de ahora produce en ellos una inconmensurable riqueza eterna de gloria81. En realidad esta tribulación presente se dice momentánea y leve, no por todos, sino por Pablo y por los que son como él, porque poseen el perfecto amor de Cristo, derramado en sus corazones por el Espíritu Santo82. De igual modo, el amor a Raquel no permitió tampoco que el patriarca Jacob, ocupado en los trabajos durante siete años continuos, sintiera la quemadura del calor diurno y del frío de la noche83. Por eso, escucha al mismo Pablo que, inflamado en este amor, dice:EI amor todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo aguanta. El amor jamás decae84. Nada hay, pues, que no aguante el que ama perfectamente. Al contrario, si no aguantamos bastante más, la causa cierta es que no tenemos el amor que todo lo aguanta.

Y si no sufrimos pacientemente algunas cosas, es porque falta en nosotros el amor que todo lo sufre. Y si en nuestra lucha contra el diablo fallamos frecuentemente, no cabe dudar que la causa es nuestra carencia de aquel amor que nunca falta.

Pues de este amor habla la presente Escritura: en él arde y se inflama por el Verbo de Dios el alma bienaventurada, y canta este cantar de bodas movidas por el Espíritu Santo por quien la Iglesia se enlaza y une con su celeste esposo, Cristo, ansiosa de juntarse con él por medio de la palabra, para concebir de él y así poderse salvar gracias a esta casta maternidad85, con tal que sus hijos perseveren en la fe y en una vida santa y sobria, en calidad de concebidos de la semilla del Verbo de Dios y engendrados y alumbrados por la Iglesia inmaculada o por el alma que no busca nada corpóreo ni material, sino que sólo se inflama de amor por el Verbo de Dios. Esto es lo que por el momento ha podido ocurrírseme acerca del amor al que se hace referencia en este epitalamio del Cantar de los Cantares. Sin embargo es de saber que de este amor se debieran decir tantas cosas cuantas se dicen de Dios, puesto que él mismo es amor86. Efectivamente, así como nadie conoce al Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar87, así también al amor nadie lo conoce, sino el Hijo. Y de modo parecido, puesto que también él es amor, al Hijo mismo nadie lo conoce, sino el Padre88. Y por el hecho de llamarse amor, sólo es santo el Espíritu que procede del Padre89, y por eso conoce lo que hay en Dios, igual que el espíritu del hombre conoce lo que hay en el hombre9". Lo cierto es que este Paráclito, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre90, anda rondando92 en busca de almas dignas y capaces a las que pueda revelar la grandeza de este amor que viene de Dios93. Así pues, ahora, invocando al mismo Dios Padre, que es amor, por aquel mismo amor que de él proviene, pasemos ya a discutir también lo demás.

En primer lugar intentemos indagar cuidadosamente qué significado pueda tener el hecho de que, habiendo recibido la Iglesia de Dios tres libros escritos por Salomón, se ponga como primero de ellos el libro de los Proverbios, segundo el que llamamos Eclesiastés, y sólo en tercer lugar el Cantar de los Cantares. Lo que a mí se me ocurre sobre este particular es lo siguiente. Las ciencias generales por las que se llega al conocimiento de las cosas son tres, que los griegos llamaron ética, física y teórica y que nosotros podemos denominar moral, natural y contemplativa94. Ciertamente algunos de entre los griegos pusieron también en cuarto lugar la lógica, que nosotros podemos llamar ciencia del razonamiento, pero otros afirmaron que ésta no quedaba fuera, sino que forma cuerpo compacto con las susodichas ciencias. En realidad, la lógica —la ciencia del razonamiento, como decimos nosotros— contiene al parecer la naturaleza, propiedades e impropiedades de las palabras y de las frases, los géneros y las especies, y enseña también minuciosamente la figuras aplicables a cada expresión particular: una ciencia tal no conviene que esté separada de las otras, sino bien trabada o inserta en ellas. Moral llamamos a la ciencia por la cual se dispone una conducta honrada y se proveen normas tendentes a la virtud. Natural llamamos a la ciencia en que se discute la naturaleza de cada cosa, con el fin de que en la vida nada hagamos contra la naturaleza, sino que apliquemos cada cosa a los usos para los que el Creador las hizo. Contemplativa llamamos a la ciencia por la que, yendo más allá de lo visible, contemplamos algo de las cosas divinas y celestiales, y las consideramos sólo con la mente, porque exceden a la visión corporal. Así pues, en mi opinión, estas ciencias las tomaron algunos sabios griegos de Salomón95 que, por su mayor antigüedad, las aprendió por obra del Espíritu de Dios mucho antes que ellos, las presentaron como invención propia y las dejaron en herencia a la posteridad incluidas en los volúmenes de sus doctrinas. Pero, como dijimos, antes que todos las descubrió y enseñó Salomón gracias a la sabiduría que recibió de Dios, según está escrito: Y dio Dios a Salomón prudencia y sabiduría muy grandes y una anchura de corazón como la arena que está en la orilla del mar. Y la sabiduría se multiplicó en él muy por encima de todos los antiguos hijos de hambres y por encima de todos los sabios de Egipto96. Por consiguiente Salomón, puesto que quería distinguir y separar entre ellas a estas tres ciencias que más arriba dijimos ser generales, esto es, la moral, la natural y la contemplativa, las dio a conocer en tres libros, dispuestos separadamente por su orden lógico. Así pues, primero enseñó en los Proverbios la doctrina moral, redactando las normas de vida en breves y sucintas sentencias, como era del caso. La segunda ciencia, la que se llama natural, la expuso en el Eclesiastés, en el cual, discurriendo largamente sobre temas naturales y distinguiendo lo inútil y vano de lo útil y necesario, exhorta a abandonar la vanidad y a buscar lo que es útil y recto. La cuestión contemplativa la enseñó en el presente libro que tenemos entre manos, esto es, en el Cantar de los Cantares donde, bajo la figura de la esposa y del esposo, despierta en el alma el amor de las cosas divinas y enseña que se ha de llegar a la unión con Dios por los caminos del amor.

Ahora bien, que al poner el fundamento de la verdadera filosofa y establecer el orden de las ciencias y de las reglas, no se le pasó por alto a Salomón ni desechó tampoco la cuestión lógica, lo demuestra con toda claridad el comienzo mismo de sus Proverbios. Lo primero de todo, por el hecho mismo de haber titulado su libro Proverbios, pues en todo caso este nombre significa que por fuera, a la vista de todos, se dice una cosa, pero por dentro se está indicando otra. Esto, efectivamente, lo enseña el uso que comúnmente se hace de los proverbios97, y Juan, en su Evangelio, presenta al Salvador cuando dice así: Esto os lo he dicho en parábolas. Llega la hora en que ya no os hablaré en parábolas, sino que con toda franqueza os hablaré del Padre98. Esto por lo que atañe al título mismo. Pero en lo que sigue, Salomón añade inmediatamente una distinción de lenguaje, y distingue la ciencia de la sabiduría y la disciplina de la ciencia, pone que la comprensión de las palabras es diversa, y dice que la prudencia consiste en poder entender las sutilezas de las palabras99. Distingue también la verdadera justicia de la rectitud de juicio, y hasta nombra cierta sagacidad como necesaria a los que está instruyendo, la misma —creo— que hace posible el comprender y esquivar la argucia de los sofismas. Y por esa razón dice que por la sabiduría se da a los simples la sagacidad, sin duda alguna para que en lo que atañe a la palabra de Dios no se les sorprenda con la trampa del sofisma100. Y creo que justamente en este punto Salomón está recordando la lógica, gracias a la cual se delimitan la ciencia de las palabras y los significados de las sentencias, y se distingue con norma segura el carácter especifico de cada expresión. En esta disciplina es en la que conviene ante todo instruir a los niños. A ello exhorta, efectivamente, cuando dice: Para dar al joven ciencia y reflexión101. Y como quiera que quien se instruye en esto forzosamente se gobierna a sí mismo de manera racional, gracias a lo aprendido, y mantiene su vida en mayor equilibrio, por eso dice: Y el inteligente adquirirá el arte de gobernar102. Ahora bien, por conocer que en las palabras divinas, en las cuales se ha entregado al género humano por medio de los profetas el plan de vida, existen diversas figuras de lenguaje y varias clases de estilos,.y sabiendo que entre ellas tenemos una figura que podríamos llamar parábola, otra que podríamos decir palabra obscura, otras que podríamos denominar enigmas y otras que se podrían llamar sentencias de los sabios, por eso escribe luego: Entenderás también la parábola y la palabra obscura, y las sentencias y los enigmas103. Así pues, con estas expresiones Salomón va exponiendo abierta y claramente la lógica, y con breves y sucintas máximas declara pensamientos sublimes y perfectos.

Todo esto, si uno medita en la ley de Dios día y noche104 y es como la boca del justo, que se ejercita en la sabiduría del Señor106, podrá investigarlo con mayor exactitud, con tal que lo busque rectamente y, al buscarlo, haya llamado a la puerta de la sabiduría pidiendo a Dios que le abran, y merezca recibir, por obra del Espíritu Santo, la palabra de sabiduría y de ciencia, y participar de aquella sabiduría que decía: Pues dilataba yo mis palabras y no escuchabais107. Y dice con razón que dilataba sus palabras en el corazón de aquel a quien, según dijimos antes, Dios había dado anchura de corazón108, pues, efectivamente, se dilata el corazón de quien es capaz de explicar con mayor amplitud doctrinal, mediante afirmaciones tomadas de los libros sagrados, lo que en los misterios está dicho brevemente.

Por lo tanto, en conformidad con esta misma doctrina del sapientísimo Salomón, es necesario que quien desee conocer la sabiduría comience por la instrucción moral y comprenda lo que está escrito: Deseaste la sabiduría: guarda los mandamientos y el Señor te la dará109. Por la misma razón este maestro, el primero en enseñar a los hombres la filosofía divina, puso como preámbulo de su obra el libro de los Proverbios, en el que, según dijimos, se enseña la moral, de suerte que, cuando uno ya progresado en la inteligencia y en las costumbres, pase también a la disciplina del conocimiento de la naturaleza, y allí, al distinguir las causas y la naturaleza de las cosas, reconozca que es preciso abandonar la vanidad110 y apresurarse, en cambio, hacia las realidades eternas y perpetuas. Y por eso, tras los Proverbios, se pasa al Eclesiastés, que, según dijimos, enseña que todas las cosas visibles y corpóreas son caducas y frágiles. En todo caso, cuando se dé cuenta de ello el que se consagra a la sabiduría, sin duda alguna las despreciará y desdeñará y, renunciando, por así decirlo, al mundo entero, se encaminará hacia las realidades invisibles y eternas que se enseñan en el Cantar de los Cantares con pensamientos espirituales, aunque velados por ciertas alegorías amorosas. Tal es la razón verdadera de ocupar este libro el último lugar, de modo que, cuando se llegue a él, uno esté ya purificado y haya aprendido a conocer y distinguir las cosas corruptibles y las incorruptibles, y por ello le sea imposible escandalizarse de nada a causa de esas alegorías con que se describe y representa el amor de la esposa al esposo celeste, es decir, del alma perfecta al Verbo de Dios. Efectivamente, una vez establecidos los medios por los cuales el alma se purifica en las acciones y en las costumbres, y alcanza el discernimiento de las cosas naturales, es el momento adecuado para pasar a las exposiciones dogmáticas y elevarse con amor sincero y espiritual a la contemplación de la divinidad.

Por eso pienso que esta triple forma de la filosofía divina está prefigurada también en aquellos santos y bienaventurados varones en razón de cuyas normas de vida santísimas el Dios supremo quiso llamarse Dios de Abrahán, Dios de Isaac y Dios de Jacob111. Abrahán, por su obediencia, representa la filosofía moral: fue tanta, en efecto, su obediencia y su observancia de los mandatos que, cuando oyó: Vete de tu tierra y de tu parentela y de la casa de tu padre112, no vaciló, y en seguida lo hizo; es más, hizo algo aún más grande, pues, cuando oye que inmole a su hijo, ni aún entonces duda, sino que obedece al mandato113 y, para dar a la posteridad ejemplo de obediencia, que es parte de la filosofía moral, no perdonó ni a su hijo único114. También Isaac: representa la filosofía natural cuando cava los pozos115 y escudriña la hondura de las cosas. Y Jacob, por su parte, representa la filosofía contemplativa, ya que, por causa de su contemplación de las cosas divinas, recibió también el nombre de Israel, vio el campamento del cielo y la casa de Dios, y divisó los caminos de los ángeles, es decir, las escalas tendidas desde la tierra hasta el cielo116. De ahí que con toda razón hallamos que estos tres santos varones erigieron altares a Dios, esto es, le consagraron los progresos de su filosofía, evidentemente para hacer saber que talEs progresos no deben atribuirse a las artes humanas, sino a la gracia de Dios. Habitan además en tiendas, para demostrar con ello que quien se dedica a la filosofía divina no puede poseer en la tierra nada propio, sino que siempre debe estar avanzando, no tanto de un lugar a otro, cuanto del conocimiento de lo inferior al conocimiento de lo perfecto. Pero aún hallarás en las divinas Escrituras muchos otros pasajes, que, según este mismo criterio, señalan ese orden que, dijimos, se guarda en los libros de Salomón, sólo que exponerlos ahora nos resulta largo, cuando tenemos entre manos otro tema. Por consiguiente, si alguien ha cumplido el primer capitulo, señalado por los Proverbios, enmendando las costumbres y observando los mandamientos, y luego, tras comprender la vanidad del mundo y considerar la fragilidad de las cosas caducas, consigue renunciar al mundo y a todo lo que en el mundo hay, llegará también a contemplar y desear las realidades invisibles y eternas117. Mas, para poder llegar a ellas, necesitamos de la misericordia divina. ¡Ojalá entonces, tras contemplar la belleza del Verbo de Dios, seamos capaces de abrasarnos en saludable amor por él, de suerte que también él se digne amar a esta alma a la que ha visto ansiosa de él!

Después de lo dicho, la ilación del discurso nos está exigiendo que hablemos también del título mismo del Cantar de los Cantares. En realidad, este giro tiene parecido con lo que de la tienda de la Alianza se denomina santo de los santos118, con las obras de las obras mencionadas en los Números119, y con lo que en Pablo se llama los siglos de los siglos120. Ahora bien, cómo se diferencia de lo santo el santo de los santos y en qué se distinguen de las obras las obras de las obras, lo hemos expuesto, según nuestras posibilidades, en sendas homilías sobre el Éxodo y el libro de los Números. Tampoco hemos pasado por alto lo de siglos de los siglos en los pasajes donde aparece, y baste con ello para no andar repitiendo lo mismo. Ahora, pues, comencemos por indagar cuáles son los cantares de los que éste se dice que es el Cantar. Pienso que cantares son aquellos que desde hacía tiempo se venían cantando por obra de los profetas y de los ángeles. Efectivamente, se dice que la ley ha sido administrada por obra de los ángeles en la mano de un mediador121, por consiguiente, todo lo que por medio de ello se anunciaba eran cantares que los amigos del esposo hacían preceder122. En cambio, éste es el único cantar que, en forma de epitalamio, debía cantar ya el propio esposo a punto de recibir a su esposa. En él la esposa no quiere ya que le canten los amigos del esposo, sino que anhela escuchar las palabras del esposo en persona, presente ya cuando dice: Que me bese con besos de su boca123. Es la razón por la que merecidamente se le prefiere a todos los cantares. En efecto, los demás cantares que la ley y los profetas cantaron parecen haber sido cantados a la esposa todavía niña, cuando aún no había penetrado en los umbrales de la edad madura, mientras que este cantar parece estar cantado a la esposa adulta, rebosante de salud y apta para el vigor fecundante del varón y el misterio perfecto. En conformidad con esto se dice de ella que es paloma única y perfecta124, y así, en cuanto esposa perfecta de un marido perfecto, ha concebido palabras de doctrina perfecta.

El primer cantar lo cantaron Moisés y los hijos de Israel cuando vieron a los egipcios muertos por la orilla del mar y cuando vieron la mano fuerte y el tenso brazo del Señor125 y creyeron a Dios y a su siervo Moisés. Entonces cantaron, diciendo: Cantemos al Señor, pues gloriosamente se ha cubierto de gloria126. Sin embargo, tengo para mi que nadie puede llegar a este perfecto y místico cantar y a esta perfección de la esposa, tal como se describe en el presente libro, si primero no camina a pie enjuto por medio del mar al hacérsele el agua un muro a derecha y a izquierda127 y puede así escapar de las manos de los egipcios, de modo que los vea muertos por la orilla del mar y, al mirar la fuerte mano de Dios que mató a los egipcios128, crea al Señor y a su siervo Moisés: quiero decir a la ley, a los evangelios y a todas las divinas Escrituras: entonces sí que cantará y dirá con razón: Cantemos al Señor, pues gloriosamente se ha cubierto de gloria129. Un canto así lo cantará cualquiera con tal que primeramente se haya librado de la esclavitud de Egipto. Ahora bien, después, cuando haya pasado por todo lo que se describe en el Éxodo y en el Levítico y llegue al punto de ser incorporado al censo divino, entonces cantará, nuevamente, el segundo cantar, en cuanto haya salido del valle de Zared (que significa descenso extraño) y haya alcanzado el pozo130 del que está escrito: Y dijo el Señor a Moisés: Junta al pueblo, y les daré de beber agua del pozo131. Efectivamente, allí cantará y dirá: Dedicadle el pozo. Lo excavaron los príncipes, lo ahondaron los reyes de los pueblos en su reino, cuando los dominaban132. Pero sobre esto ya se ha hablado más cumplidamente en el comentario al libro de los Números, según el Señor nos dio a entender. Es, pues, necesario llegar al pozo excavado por los príncipes y ahondado por los reyes, obra en la que ningún plebeyo interviene, sino todos príncipes, todos reyes, es decir, las almas regias y principescas que escudriñan la hondura del pozo de agua viva. Después de este cántico, se llega al cantar del Deuteronomio, del que dice el Señor: Y ahora escribíos las palabras de este cantar, y enseñadlo a los hijos de Israel, y metedlo en sus bocas, para que este cantar me sirva de testigo contra los hijos de Israel133. Y mira la importancia y calidad de este cantar, pues para escucharlo no basta la tierra, sino que se convoca al cielo. Dice, en efecto: Escucha, cielo, y hablaré, y oiga la tierra las palabras de mi boca134. Y mira cuán grandes y elevadas son las cosas que se dicen: Espérese como lluvia mi doctrina, y caiga como rocío sobre la grama y como nieve sobre el césped, porque invoqué el nombre del Señor, etc.135. El cuarto cantar se halla en el libro de los Jueces, y de él se escribe: Y cantaron Débora y Bareq hijo de Abinoam aquel día diciendo: Al dar comienzo los príncipes de Israel al plan del pueblo, bendecid al Señor. Escuchad, reyes, prestad oídos, etc.136. Realmente, la que canta, abeja tiene que ser, cuya obra es de tal naturaleza que tanto los reyes como la gente corriente la usan para curar.

Efectivamente, abeja es lo que significa Débora, la que canta este cantar, aunque también con ella Baraq, y Baraq significa fulguración. Y se canta este cántico después de la victoria, porque nadie puede cantar lo que es perfecto, sin haber vencido antes a los enemigos. Así al menos se dice en el cántico mismo: Despierta, despierta, Débora: aviva a los millares del pueblo. Despierta, despierta: entona un cantar. Despierta, Baraq137. Pero también sobre esto hallaréis exposiciones más cumplidas en las breves Homilías que sobre el libro de los Jueces hemos publicado. Después de los anteriores, el quinto cantar está en el libro segundo de los Reyes, cuando David dirigió al Señor las palabras de este cántico el día en que Dios le libró de la mano de todos sus enemigos y de la mano de Saúl, y dijo: El Señor es mi roca y mi baluarte; el Señor, mi libertador: mi Dios será mi guardián138. Así pues, si también tú puedes considerar atentamente quiénes son los enemigos de David a los que vence y derriba en los dos primeros libros de los Reyes y de qué manera se hizo digno de merecer la ayuda de Dios y el ser librado de todos sus enemigos, entonces también tú podrás entonar este quinto cantar. El sexto cantar está en el primer libro de los Paralipómenos, cuando David, al comienzo, estableció a Asaf y a sus hermanos para alabar al Señor, y el inicio de este cantar es así: Alabad al Señor y dadle gracias, e invocadlo en su nombre. Cantadle y entonadle himnos, contad todas sus maravillas, las que hizo el Señor139. Conviene sin embargo saber que el cantar que se halla en el segundo libro de los Reyes es muy parecido al Salmo XVII 140, mientras que el del libro primero de los Paralipómenos se parece al Salmo CIV141 en los comienzos, hasta el pasaje donde dice: No hagáis mal a mis protetas142. En cambio, lo que viene después de este pasaje tiene semejanza con la primera parte del Salmo XCV, donde se dice: Cantad al Señor la tierra entera, hasta el verso en que dice: Porque viene a juzgar la tierra143. Por consiguiente, si con esto debemos dar por cerrado el número de los cánticos, entonces deberá ser puesto en séptimo lugar el presente libro del Cantar de los Cantares. Pero si alguien opina que también debe contarse junto con los demás el cántico de Isaías144 —por más que no parezca muy acertado pensar que vaya delante el cántico de Isaías, cuando éste escribió en tiempos muy posteriores—, no obstante, si alguien piensa que las palabras de los profetas deben sopesarse, no atendiendo a las épocas, sino al contenido, entonces también incluirá ese cántico y dirá que éste que escribió Salomón es el Cantar, no sólo de los cantares que le precedieron, sino también de los que habrían de cantarse después. Sin duda, si alguien cree que deben tomarse, además, del libro de los Salmos aquellos en que aparece escrito «Cántico» o «Cántico del salmo», entonces se reunirá buen número de cánticos anteriores. Evidentemente, añadirá a los demás el grupo de los quince «Cantos de las subidas»145, y si busca los sentidos de cada uno de los cánticos y de ellos colige los grados del alma en su progreso y determina el orden y el acuerdo del sentido espiritual, entonces podrá mostrar con qué magníficos pasos la esposa va atravesando por todo eso y llega hasta el tálamo del esposo, yendo al lagar de la tienda admirable, hasta la casa de Dios, entre gritos de júbilo y de alabanza, bullicio de gente festiva146; llega, como dijimos, hasta el tálamo mismo del esposo, para escuchar y decir todo lo que se contiene en el Cantar de los Cantares.

Pero antes de entrar en el meollo mismo del libro, podemos todavía indagar lo siguiente: por qué razón Salomón, que en estos tres libros parece obedecer la voluntad del Espíritu Santo, en el libro de los Proverbios se dice: Salomón, hijo de David, que reinó en Israel147, mientras que en el segundo libro no se escribe Salomón, sino: Palabras del Eclesiastés, hijo de David, rey de Israel en Jerusalén148: igual que en el primero, también aquí se describe como hijo de David y rey de Israel, pero en aquel pone proverbios y en éste palabras, y allí se llama a sí mismo Salomón, aquí, en cambio, Eclesiastés; y mientras allí ponía solamente la nación sobre la que reinaba, aquí nombra no sólo la nación, sino también el lugar del reinado: Jerusalén. Por el contrario, en el Cantar de los Cantares no escribe ni el nombre de la nación ni el lugar donde reina ni siquiera que sea rey ni que tenga por padre a David, sino únicamente: Cantar de los Cantares, que es de Salomón149. Y aunque me parezca difícil poder indagar a fondo y comprender las diferencias de estos encabezamientos, o bien, una vez investigadas como sea, sacarlas a la luz y confiarlas a la escritura, con todo, voy a intentar explicarlo brevemente, según lo permita la capacidad de mi inteligencia y la atención de mis lectores. No creo que pueda dudarse de que Salomón representa en muchísimos aspectos la figura de Cristo, ya porque se llama pacifico150 ya por el hecho de haber venido la reina del Mediodía, desde los confines de la tierra, a escuchar la sabiduría de Salomón151. Cristo, pues, reina en Israel en cuanto que se llama hijo de David y en cuanto que reina sobre aquellos reyes respecto de los cuales él mismo se dice rey de reyes152. Y además él es también el verdadero Eclesiastés, el cual, siendo de condición divina, se anonadó a si mismo tomando la condición de esclavo153 para congregar a la Iglesia: de hecho se llama Eclesiastés porque congrega a la Iglesia. Pues bien, ¿quién es tan Salomón, esto es, pacífico, como nuestro Señor Jesucristo, al cual hizo Dios para nosotros sabiduría, justicia y paz154? Por consiguiente, en el libro de los Proverbios, cuando nos instruye en las disciplinas morales, se dice que es rey de Israel, pero no todavía en Jerusalén; razón: aunque nos llamamos Israel a causa de nuestra fe155, sin embargo no hemos llegado a tal punto que hayamos alcanzado la Jerusalén celestial156. Pero, cuando hayamos progresado y lleguemos al punto de poder asociarnos a la Iglesia de los primogénitos157, y cuando, después de haber examinado cuidadosamente las causas primeras y naturales, reconozcamos que la Jerusalén celestial es nuestra madre del cielo158, entonces también el mismo Cristo se convertirá ya para nosotros en Eclesiastés, y se dirá que reina, no sólo en Israel, sino también en Jerusalén. Cuando alcance la perfección de todo y se le una la esposa perfecta, por lo menos toda criatura racional159, puesto que pacificó por medio de su sangre tanto lo que haya en la tierra como lo que está en los cielos160, entonces será llamado Salomón, sin más, cuando haya entregado a Dios Padre el reino, después de haber destruido todo principado y potestad. Porque es preciso que él reine hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies, y sea destruido el último enemigo: la muerte161. Y así, con todo pacificado y sometido al Padre, cuando ya Dios sea todo en todos162, se llamará tan sólo Salomón, esto es, el único pacifico. Con razón, pues, en este libro, que debía ser escrito acerca del amor de la esposa y del esposo, y también por este motivo, no va escrito ni «hijo de David» ni «rey» ni título alguno que pueda relacionarse con un concepto corporal, con el fin de que la esposa ya perfecta pueda justamente decir: Y si en algún momento conocimos a Cristo según la carne, ya no le conocemos así163, y nadie pueda pensar que la esposa ama algo corporal o carnal y que su amor está mancillado. Por eso el Cantar de los Cantares es únicamente de Salomón y no del hijo de David ni del rey de Israel, y en ello no se mezcla ni el más mínimo atisbo de nombre carnal. Y no te extrañes de que, siendo único y el mismo nuestro Dios y Salvador, nosotros le consideremos, primeramente, inferior en los Proverbios, luego proficiente en el Eclesiastés y, por último, perfecto en el Cantar de los Cantares, puesto que puedes ver esto mismo escrito en los Evangelios, donde se dice que él progresa por nosotros y en nosotros; así, efectivamente, se cuenta: Jesús progresaba en edad y en sabiduría ante Dios y ante los hombres164. Creo, pues, que por todos estos motivos no se escribe ni «hijo de David» ni «rey de Israel», aunque también por otra razón: porque en el Cantar de los Cantares la esposa ha progresado hasta tal punto que ya es algo más que el reino de Jerusalén. Efectivamente, el Apóstol dice que Jerusalén es celestial165 recuerda que en ella entran los creyentes. Pues bien, el mismo Pablo, cuando define como sumo Pontifice166 a este esposo hacia el que ahora se apresura la esposa, escribe de él como de quien no está en los cielos, sino que ha atravesado todos los cielos, adonde le sigue también esta su perfecta esposa, más aún, allá sube con él pegada y unida a él, pues se ha hecho un solo espíritu con él167. También por este motivo me parece que, al decir a Pedro, que primero no podía seguirle: Adonde yo voy vosotros no podéis venirle, le dijo: Me seguirás más tarde169.

Ahora bien, el que haya algo mayor incluso que Israel170, lo colegimos del hecho de que en el libro de los Números se hace recuento de todo Israel y, en verdad, las doce tribus de Israel quedan registradas bajo cierto número; en cambio, a la tribu de Levi, como más eminente que las demás, se la mantiene por encima de ese recuento, y en modo alguno se la considera dentro del censo israelita. Dice así, efectivamente: Este es el censo de los hijos de Israel según las casas de sus familias: todo su censo, por escuadrones, es de seiscientos tres mil quinientos cincuenta. Mas los Levitas no se incluyeron en el censo, como lo había mandado Dios a Moisés171'. Estás viendo cómo los Levitas, como más excelentes que los hijos de Israel, son puestos aparte y no se les junta en el recuento. Y los sacerdotes, a su vez, serán descritos como superiores a los Levitas. Así está expresado, efectivamente, en la misma Escritura: Y habló Dios a Moisés diciendo: Toma la tribu de los Levitas y ponlos delante del sacerdote Aarón, y que estén a su servicio172. ¿Ves cómo también en este pasaje llama a los sacerdotes superiores a los Levitas, y de nuevo pone a los Levitas por encima de los hijos de Israel? Todo esto hemos tenido a bien examinarlo con mayor cuidado porque, con ello, queríamos también mostrar la razón por la que, incluso en los títulos de sus libros, Salomón se sirvió de distinciones necesarias, y desde la misma redacción del título señaló una cosa en los Proverbios, otra en el Eclesiastés y otra también en el Cantar de los Cantares. Y en cuanto al hecho de que en el Cantar de los Cantares, donde ya se pone de manifiesto la perfección, no se escriba ni «hijo de David» ni «rey», todavía se puede añadir lo siguiente: cuando el siervo se haya hecho como el amo y el discípulo como el maestros, parece que ya ni el siervo es siervo, porque se ha convertido en amo, ni el discípulo es discípulo, puesto que se ha convertido en maestro, sino que, en su tiempo, efectivamente, fue discípulo, pero ahora es como el maestro, y en un tiempo fue siervo, pero ahora es como el amo. Por consiguiente parece que también se podrá utilizar un razonamiento semejante acerca del rey y de aquellos sobre quienes reina, cuando ya el reino sea entregado a Dios Padre174.

Sin embargo, tampoco se pase por alto el hecho de que algunos escriben como título de este libro: Cantares de los Cantares, lo que está mal escrito, pues no se dice en plural, sino en singular: Cantar de los Cantares. Esto es lo que a modo de prólogo hemos dicho sobre el título mismo del libro. Ahora ya, con la ayuda de nuestro Señor, vamos a acometer el principio de la obra misma. Con todo, que no quede por nosotros sin mencionar también el hecho de que a algunos ha parecido bien investigar todavía más sobre el título o inscripción del libro, que reza así: Cantar de los Cantares, que es de Salomón175. En realidad lo entienden como si el autor hubiera dicho que éste es el cantar de los cantares de Salomón, en el sentido de haber señalado el autor que éste era uno más entre sus muchos cánticos. Pero, ¿cómo vamos nosotros a aceptar semejante interpretación, cuando ni la Iglesia de Dios ha recibido para leer ningún otro cántico de Salomón, ni entre los hebreos, de quienes pasó a nosotros la palabra de Dios, se conservan en el canon más que estos tres libros de Salomón que también tenemos nosotros? Con todo, quienes esto afirman quieren corroborar su opinión partiendo de lo que está escrito en el tercer libro de los Reyes, a saber, que existen muchos cánticos de Salomón, y así pretenden confirmar que éste es uno de esos muchos; efectivamente, así está escrito: Y dio Dios a Salomón prudencia y .sabiduría muy grandes, y una anchura de corazón como la arena que está en la orilla del mar. Y la sabiduría se multiplicó en él por encima de todos los antiguos hijos de los hombres y por encima de todos los sabios de Egipto, y aun por encima del ezrajita Etán y de Hemán, Kalkol y Dardá, hijos de Majol; y su nombre se extendió por todos los pueblos circunvecinos. Y pronunció Salomón tres mil parábolas, y sus cánticos fueron cinco mil176. Así, pues, quieren que este único cantar que poseemos sea uno de esos cinco mil cánticos: pero a las iglesias de Dios no ha llegado su uso, ni siquiera noticia de dónde y hasta cuándo se cantaron. Pero sería trabajoso y muy ajeno a nuestro propósito querer ahora indagar cuántos libros se mencionan en las divinas Escrituras, de los cuales no se nos ha transmitido una sola cita. Por otra parte, hallamos que ni siquiera entre los judíos se usan tales lecturas, ya sea porque plugo al Espíritu Santo quitarlas de en medio por contener algo que sobrepasaba la inteligencia humana, ya sea porque los antiguos no quisieron darles un sitio ni admitirlas como autoridad, por ser escritos que llamamos apócrifos177, a causa de encontrarse en ellos muchas cosas corrompidas y contrarias a la verdadera fe. El pronunciarnos sobre tales puntos sobrepasa nuestras fuerzas. Está claro sin embargo, que tanto los apóstoles como los evangelistas han citado e incluido en el Nuevo Testamento muchos pasajes que nunca leímos en las Escrituras que poseemos como canónicas y que, sin embargo, se hallan en los apócrifos, de los que, evidentemente, están sacados. Pero ni aún así se debe dar lugar a los apócrifos; no se debe, en efecto, traspasar los linderos que establecieron nuestro padres178. De hecho pudo ocurrir que los apóstoles y los evangelistas, llenos del Espíritu Santo, supieron qué debían tomar de esos escritos y qué debían rechazar; nosotros, en cambio, no podemos presumir, sin peligro, de nada parecido, pues no tenemos tanta abundancia de espíritu. Por consiguiente, del presente versículo mantenemos aquella versión que ya expusimos, sobre todo porque en él tenemos una distinción clara, cuando dice: Cantar de los Cantares, que es de Salomón179. Si el autor realmente hubiera querido que se entendiera que de los cantares de Salomón éste era uno más, con seguridad habría dicho: Cantar de los cantares que son de Salomón, o bien: Cantar de entre los cantares de Salomón. Sin embargo, puesto que dijo: que es de Salomón, demuestra que este Cantar que tenemos en las manos y que él debía cantar es de Salomón. Y tal es el contenido del titulo que propuso.

Veamos, pues, ahora lo que sigue.

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1 Orígenes utiliza el vocablo logos para indicar, bien la palabra de Dios en sentido genérico, bien el Logos divino, Cristo, en cuanto Palabra divina personal. En este segundo caso, Rufino ha traducido siempre Verbum, mientras, en el primero, sermo o verbum. Nosotros traducimos Verbo para designar a Cristo en cuanto Palabra de Dios, y palabra/palabras cuando el texto utiliza el término en sentido más general. Pero téngase bien presente que para Orígenes, el término logos, aún usado en sentido genérico, siempre es «praegnans», pues la palabra de Dios es en todo sentido manifestación de Cristo.

2 Orígenes emplea mystikós (lat. mysticus) para indicar, según el sentido normal de la palabra griega, realida- des secretas e inefables referidas a Dios. Tal es el significado con que usamos aquí el término castellano.

3 Hb 5,12.

4 I P 2,2. Orígenes amplia en sentido platónico la distinción paulina entre hombre interior y hombre exterior, hasta imaginar al primero como una realidad inteligible (espiritual) que se corresponde hasta en los pormenores con el hombre corpóreo: el hombre interior tiene los mismos miembros (espirituales) que tiene el hombre carnal, y tiene los mismos sentidos, espirituales, evidentemente. Sobre este argumento, que es fundamental en la mística origeniana, cf. infra, pp. 4 ss.; 50 s. Igualmente fundamental es la distinción entré pequeños, incipientes, y adultos, perfectos: los primeros son los cristianos que se contentan con una instrucción elemental ( = se alimentan de leche); los otros son los que progresan en el conocimiento de Dios (= se nutren con manjar sólido), pasando de la interpretación literal de la Escritura a la espiritual. Todo el comentario origeniano al Cantar se asienta sobre este tema, es decir, sobre la exigencia de que todo cristiano se esfuerce por superar su condición de incipiente y crezca en perfección.

5 Hb 5,14

6 Mishna, «enseñanza», es decir, el conjunto de interpretaciones orales que los judíos daban a la Escritura.

7 Gn 1.

8 Ez 10

9 Ez 40

10 Alusión evidente al Banquete, de Platón, cuyo tema es precisamente el amor, entendido sobre todo en su dimensión ideal, espiritual.

11 Sal 67,12

12 Gn 1,26

13 Gn 2,7.—En la repetición del relato bíblico de la creación del hombre, los exegetas espiritualistas de la tradición alejandrina distinguen la creación del hombre a imagen de Dios (Gn/01/26-27/H-ESPA) de la creación del hombre del barro de la tierra (Gn/02/07/H-CARNAL); en este contexto, Orígenes ve en el primer hombre al hombre interior, es decir, al alma, y en el segundo, al hombre carnal.

14 2 Co 4,16

15 Rm 7,22

16 Ef 4,13

17 En sentido espiritual, el hombre se convierte en padre de otro cuando lo prepara para la vida perfecta, es decir, engendrándolo para la verdadera vida.

18 1 Jn2,13s.

19 1 Co 3, 1 s.

20 1 Co 13,11

21 Ef 4, 1 3

22 Qo 2,14

23 Mt 13,43

24 Jr 50,1

25 Pr 3,23

26 Sal 72,2

27 Is 26, 18

28 Sal 5,10

29 Sal 54,10

30 Sal 3,8

31 Sal 9,36

32 Jn 6.33.41

33 Jn 4,14

34 Jn 15,1

35 Alusiones a determinados cristianos que se imaginaban la resurrección de los justos de manera materia- lista, como inicio de una era de felicidad corporal en una tierra rica en mieses y frutos (milenarismo).

36 1 S 2,5

37 Ex 23,26-35 Orígenes contrapone los términos griegos que designan al amor, esto es, eros y ágape, como indicativos, respectivamente, del amor carnal y del amor espiritual, bien que más adelante reconocerá que esta distinción no se guarda siempre en la Escritura. Para la distinción de los dos términos en el griego prebíblico, véase Kittel, Theologisches Woreterduch z.N. Test., 1 34 ss.

39 Ga 6,8

40 Ibid.

41 1 Co 15,49

42 Ibid.

43 Orígenes desarrolla el motivo de la saeta y la herida de amor al comentar Ct 2,5.

44 Col 1,15; Hb 1,3

45 Col 1, 1 6

46 Is 49,2

47 Ez 23,4

48 EROS/AGAPE: En este contexto, Orígenes contrapone y explica los términos eros y ágape, y los verbos que de ellos derivan. Rufino ha traducido el primer grupo por amor, amare y adamare, y el segundo, por caritas y diligere. Como quiera que en castellano caridad tiene hoy acepciones que no bastan para traducir con exactitud el término ágape y carece, además, de verbo derivado, aún a sabiendas de lo limitada que es nuestra solución, hemos preferido, en este contexto, traducir eros por deseo, y ágape por amor.

49 Gn 24,67

50 Gn 29,17 s.

51 2 S 13,1

52 2 S 13,2

53 2 S 13,14 s.

54 Pr 4,6.8.

55 Sb 8,2

60 Jn 10,30

61 1 Jn 4,12

62 Jn 14,23

63 1 Tm 6,16

64 Jn 17,3

65 Lc 10,27

66 Rm 8,35.39.

67 Lc 10,23 ss.

68 Lc 10,37

69 Rm 11,36

70 En esta última expresión no puede excluirse un arreglo de Rufino, pues Orígenes nunca habla en sus obras conservadas en griego de una naturaleza de la Trinidad.

71 Cf. Jn 10,35

72 Sal 81,1

73 Sal 95,5

74 Lc 10,27

75 Lc 10,27

76 Rm 7,2.- Orígenes y otros después de él entendieron que el eros/deseo de que habla Ignacio era Cristo; en realidad, Ignacio alude a su deseo terrenal, que se ha purificado y distanciado de la materia.

77 1 Jn 4,8

78 Mt 22,37 ss.

79 Mt 19,18; Rm 13,9.

80 Rm 13,9; Mt 22,40

81 2 Co 4,8 s.; 4,17.

82 Rm 5,5

83 Gn 29,18 s.

84 1 Co 13,7 s.

85s 1 Tm 2,15

86 1 Jn 4,8

87 Mt 11,23

88 Ibid.

89 Jn 15,26

90 1 Co2,11

91 Jn 15,26

92 1 P 5.8

93 1 Jn 4,7

94 Son evidentes los arreglos de Rufino para esclarecer a los lectores latinos la fraseología griega relativa a la división de la filosofa, en uso en las escuelas de la época. Está de más el poner de relieve lo forzado de la idea de Orígenes de relacionar con esa división tripartita escolar las tres obras veterotestarnentarias atribuidas a Salomón.

95 Orígenes alude a un motivo que ya los judíos habían introducido en su polémica con los griegos en Alejandría y que los cristianos hicieron suyo: para exaltar la tradición veterotestamentaria frente a la filosofía griega, se afirmaba, con absoluta arbitrariedad, que los filósofos griegos debían su filosofía a Moisés y a otros personajes del A.T., de gran antigüedad.

96 1 R 4.29-30

97 Es evidente que el griego paroimia (lat. proverbium) está aquí empleado con un sentido mucho más amplio que el castellano proverbio, pues implica el hablar en parábolas e imágenes.

98 Jn 16,25

99 Pr 1,2 ss.

100 Pr 1,3-4

101 Pr 1,4

102 Pr 1,5

103 Pr 1,6

104 Sal 1,2

105 Sal 36.30

106 Col 4,3

107 Pr 1,24

108 1 R 4,29

109 Si 1,26

110 Qo 1,2

111 Ex 3,6

112 Gn 12,1

113 Gn 22,1 ss.

114 Gn 22,16

115 Gn 26,15

116 Gn 28,12.17; 32,2.- Para entender el razonamiento origeniano, téngase presente que está basado en la etimología, usual en su tiempo, del nombre de Israel = «hombre que ve a Dios». Orígenes tiene por sistema partir de la etimología de los nombres hebreos, tal como se entendía en su época, para basar en ella su interpretación alegórica del texto sagrado. En las páginas que siguen, cosecharemos bastantes ejemplos de tal proceder.

117 2 Co 4.18

118 Ex 30,29

119 Nm 4,47

120 Rm 16,27

121 Ga 3,19

122 Veremos cómo Orígenes interpreta los amigos del esposo, de quienes se habla en el Cantar, como figuras y símbolos de los profetas y de los ángeles, que habían anticipado, profetizado y preparado la venida de Cristo en la carne ( = venida del esposo).

123 Ct 1,2

124 Ct 6,8

125 Ex 14,30 ss.; Dt 4,34; Sal 135,12.

126 Ex 15,1

127 Ex 14,29

128 En sentido alegórico, Egipto y los egipcios son siempre, en Orígenes, símbolo del mal y del pecado. Todo el razonamiento que sigue, relativo a los cánticos del A.T., tiende a interpretar éstos como etapas progresivas del cristiano hacia la perfección, evidentemente sobre la base de la interpretación alegórica. El Cantar de los Cantares representa su punto de llegada.

129 Ex 15,1

130 POZO/SIMBOLO: Normalmente, en Orígenes, el pozo se entiende como símbolo de la profundidad de la sabiduría y de la ciencia que se ocupan de las cosas divinas.

131 Nm 21,16

132 Nm 21,17 s.

133 Dt 31.19

134 Dt 32,1

135 Dt 32,2 s.

136 Jc 5,15

137 Jc 5,12

138 2 S 22,1 ss.

139 1 Cro 16,8 s.

140 Sal 17,3

141 Sal 104,1-15

142 1 Cro 16,22

143 Sal 95,1 ss.

144 1s 5,1 ss.

145 O «Salmos graduales». Así se denominan los salmos 119-133, porque los cantaban los peregrinos mientras iban subiendo al monte de Jerusalén. Para Orígenes, simbolizan la ascensión del alma hacia la perfección.

146 Sal 41,5

147 Pr 1,1

148 Qo 1,1

149 Ct 1 1

150 Esta era la etimología que se daba corrientemente del nombre de Salomón.

151 Mt 12,42

152 1 Tm 6,15

153 Flp 2,6-7

154 1 Co 1,30

155 Ga 6,16; Rm 9,ó-8.- Es decir, la Iglesia representa al verdadero Israel, el Israel según el espíritu, mientras los judíos son Israel sólo según la carne.

156 Hb 12,22

157 Hb 12,23

158 Ga 4,26

159 En el sistema origeniano, también los ángeles participan, aunque de modo muy peculiar suyo, en ese tender de la Iglesia de los perfectos, de la que forman parte, hacia Cristo. Por eso también las regiones celestes quedan implicadas en la empresa, como lugar de llegada de las almas perfectas.

160 Col 1,20

161 1 Co 15,24-26

162 Col 3, 11.

163 2 Co 5,16

164 Lc 2,52.- El progreso del cristiano hacia la perfección significa también progreso de Cristo en cuanto que todo cristiano es parte de su cuerpo místico.

165 Hb 12,22

166 Hb 4,14

167 1 Co 6,17

168 Jn 8,21

169 Jn 13,36

170 Orígenes está aludiendo a las realidades supramundanas, a las jerarquías angélicas, que, según dijimos, son. parte de la Iglesia en su dimensión más perfecta: cf. n. 159.

171 Nm 2,32 s.

172 Nm 3,5 s.

173 Mt 10,24; Lc 6,40

174 1 Co 15,24.- Es decir, en la perfección del cuerpo místico ya plenamente realizado no habrá ya superiores e inferiores, sino que en Cristo todos serán iguales entre si y respecto de Cristo mismo.

175 Ct 1, 1

176 1 R 4,29 ss.

177 Con este nombre se designó a escritos que presentaban la forma vétero y neotestamentaria, pero que no fueron reconocidos como inspirados y, por tanto, tampoco incluidos en el canon de la sagrada Escritura. Aquí Origenes da una valoración por lo menos positiva de algunos apócrifos, mientras que, por el contrario, el juicio corriente de la Iglesia sobre ellos era severo, pues los consideraba obra de herejes o, en todo caso, de falsarios. En realidad, aquí Orígenes admite que algunos de tales libros eran tan profundos en las ideas que presentaban que sólo podían estar al alcance de la capacidad de unos pocos elegidos: por eso justifica su exclusión del uso en una iglesia, donde la casi totalidad de los fieles no podría comprenderlos.

178 Pr 22,28

179 Ct 1, 1