VI

MILAGROS

9. Los milagros de Jesús

9.1. Preámbulo

Lucas escribe que el Evangelio lo dedica a «todo lo que jesús hizo y enseñó desde el principio» (Hech 1,1). Y ciertamente una serie de acciones y mensajes de Jesús indican que el Reino de Dios está al alcance de la mano, que alborea y se otea en el horizonte. Esta realidad se enmarca dentro de la tradición judía en la que sobresale el convencimiento de que el Señor no abandona a su pueblo, porque es el soberano de la creación y retiene a Israel como su propiedad exclusiva, siendo fiel a sus promesas salvadoras. La primitiva tradición cristiana ha recogido una serie de acciones de Jesús que señalan esta presencia activa del Reino en cuanto contienen los beneficios que, en parte, han predicho los profetas como constitutivos del Reino efectivo de Dios en la historia humana. Si por lo general la tradición cristiana ha orientado los dichos de Jesús como instrucciones doctrinales que conformarían a la Iglesia primitiva en su lento caminar en la historia, las acciones se han interpretado muchas veces para clarificar y objetivar la persona de Jesús. Es enriquecedor descubrir los significados que han dado a los milagros las tradiciones más antiguas y la elaboración que cada evangelista ha desarrollado en el contexto de su exposición sobre la buena nueva proclama-da por Jesús. No obstante esto, es posible acercarnos a los milagros de Jesús desde otra perspectiva. Sería insertar estas acciones dentro de la proclamación del Reino, que es el lugar que les da Jesús, habida cuenta, además, de la concepción del mundo y de la historia, y de la función de Dios que está en la base de la cultura de entonces.

Los milagros son muy corrientes en la época de Jesús. Él participa de la idea de que Dios es creador de todo cuanto existe. Y la responsabilidad como Creador le conduce a un cuidado y mantenimiento de la creación que le hace estar presente de una forma continuada en la vida y vicisitudes de los humanos y de los fenómenos que se generan continuamente en la naturaleza. «¿No se venden cinco gorriones por dos cuartos? Pues ni de uno de ellos se olvida Dios. Hasta los pelos de vuestra cabeza están contados todos. No tengáis miedo, que valéis más que muchos gorriones» (Q/Lc 12,6-7; Mt 10,29-30). Y lo mismo sucede con la salida del sol y de su ocaso, el sucederse de las estaciones, los fenómenos meteorológicos, la vida de las plantas, de los anima-les: «Observad a los cuervos: no siembran ni cosechan, no tienen silos ni despensas, y Dios los sustenta [...] Observad cómo crecen los lirios, sin trabajar ni hilar; pero os digo que ni Salomón, con todo su fasto, se vistió como uno de ellos. Pues si a la hierba, que hoy crece y mañana la echan al horno, Dios la viste así, cuánto más a vosotros, desconfiados»1.

Dios, pues, actúa de una forma ordinaria en la creación, y cuando lo cree necesario también interviene de una manera fuera del curso normal de la naturaleza, porque El está omnipresente en la trama que mantiene viva su obra. Dios favorece la existencia con su bondad, ya que todo es «suyo», y cuando el hombre intenta él solo guiar la historia la conduce por sendas descarriadas. Muchas veces Dios realiza signos ('ót=semeia) para reconducir su obra, y por medio de ellos defiende a su pueblo y derrota a sus enemigos. Realiza prodigios y proezas (geburot=téras) que son juicios de condena que lleva consigo la destrucción, o el castigo y el sufrimiento consiguiente para mover a la conversión al pueblo o a un determinado personaje2. Estos signos revelado-

1 Q/Lc 12,22-31; Mt 6,25-33; cf. EvT 36; supra, 8.4.2. 5°, nota 60, 251.
2 Cf. Éx 11,9; Dt 4,34; 6,22; 7,19; 13,2-3; Sal 71,7; Is 8,18; Ez 12,6.11; Zac 3,8; etc.

res de la persona divina se concretan en prodigios que acercan al pueblo su presencia algunas veces lejana y trascendente, además de manifestar su potencia y santidad: «Una generación pondera a la otra tus obras y le cuenta tus hazañas. Alaban ellos tu gloria y majestad y yo medito tus maravillas. Encarecen ellos tus proezas terribles y yo recuento tus grandezas» (Sal 145,4-6). Pero tales hechos, fruto de su omnipotencia, originan en los creyentes cierto asombro y temor (peleh=thaúma) por la dimensión de los portentos que hace (Sal 106,21-22).

Dios se revela por los milagros y, a veces, los hace a través de enviados o mediadores; es el caso de Moisés (Éx 4,4; 14,16), o de Josué (Jos 4,14), y para verificar la misión que les ha encomendado3, y no para provecho propio o para ensalzarlos ante el pueblo. Si la salida de Egipto del grupo de hebreos capitanea-dos por Moisés puede interpretarse de mil formas, desde una huida a una emigración, lo cierto es que el nacimiento de Israel como pueblo, la elección, la alianza y la conquista de la tierra prometida han sido leídos siempre como intervenciones salva-doras de Dios. Israel fue creado en el acto de su elección, y su aparición en la historia ha sido debida a una serie de intervenciones prodigiosas de Dios que han constituido el contenido de su fe. Moisés y Josué quedan como simples signos que remiten a la historia de la relación entre Dios e Israel: «Mi padre era un arameo errante: bajó a Egipto y residió allí con unos pocos hombres; allí se hizo un pueblo grande, fuerte y numeroso. Los egipcios nos maltrataron y nos humillaron, y nos impusieron dura esclavitud. Gritamos al Señor, Dios de nuestros padres, y el Señor escuchó nuestra voz; vio nuestra miseria, nuestros trabajos, nuestra opresión. El Señor nos sacó de Egipto con mano fuerte, con brazo extendido, con terribles portentos, con signos y prodigios, y nos trajo a este lugar y nos dio esta tierra, una tierra que mana leche y miel» (Dt 26,5-9)4. Y en esta historia el con-

3 Cf. Éx 3,12; 4,8-9.28-31; Jos 3,5.
4 Cf. Dt 6,20-23; Jos 24,1-13; 24,17; Am 2,10; 3,1; Miq 4,4; Sal 135,8-9; 77,20-21; 78; 105; Neh 9,7-25; etc.

vencimiento del creyente ha sido siempre que es Dios, no obstante los mediadores, el que ha realizado todas las maravillas y prodigios de la existencia de Israel: «Oh Dios, cuando salías al frente de tu pueblo, cuando avanzabas por el páramo, la tierra tembló, el cielo destiló, ante el Dios del Sinaí, ante Dios, el Dios de Israel» (Sal 68,8-9).

Otra cosa constituyen las figuras de Elías y Eliseo que relatan sus respectivos ciclos en los libros de los Reyes (1Re 17-19; 2Re 2-9). Es cierto que el milagro llevado a cabo por Elías en el monte Carmelo (1Re 18,20-24) va en la misma dirección que la señalada antes, es decir, ante el peligro que hay en el pueblo de cambiar de dios, el Señor quema el novillo para hacer exclamar al pueblo: «¡El Señor es el Dios verdadero! ¡El Señor es el Dios verdadero» (1Re 18,39) y mostrar así ante los baales que Él es el auténtico Dios, el único en que los israelitas deben creer y adorar. Sin embargo, se comienza a mostrar la imagen del taumaturgo en las series de curaciones e incidencias en la naturaleza que realizan los dos profetas, cuya finalidad es muy distinta a la de los prodigios hechos por Dios o su mediador. Son acciones extraordinarias del taumaturgo que hace en favor o en contra de personas individuales, incluso obradas en bien propio, que están fuera del alcance del poder normal del hombre y del curso natural de las cosas y que, ciertamente, maravillan o pasman a quien las recibe o contempla. Los hechos realizados por Elías a la viuda de Sarepta (1Re 17,8-24), donde no falta harina en el cántaro, ni aceite en la aceitera, la resurrección de su hijo, el fin de la sequía (18,41-46), el saneamiento del agua y la venganza contra los chiquillos que se burlan de Eliseo (2Re 2,19-25), la concepción y posterior resurrección del hijo de la sunamita (2Re 4,8-37), etc., componen un conjunto de milagros que tipifican un estilo nuevo con el que se magnifica la figura del taumaturgo con esta serie de actos para legitimar su función profética.

Por último, debemos reseñar dos personajes que nos transmiten algunas tradiciones judías. Josefo relata en sus Antigüedades que Onías, de la primera mitad del s. I a.C., había rogado a Dios para que lloviese, petición que Dios escucha y envía el agua a Israel5. En la Misná, de finales del s. II o principios del s. III, aparece de nuevo Onías, pero el relato sobre la petición de la lluvia a Dios se amplía. En un primer momento Dios no manda la lluvia; entonces Onías traza un círculo, se coloca en medio de él y solicita de nuevo a Dios el agua. Dios le escucha enviando una gota; Onías pide más agua; y Dios la envía torrencialmente; por último le pide que mengüe, cosa que sucede. En definitiva, Dios le concede a Onías todo cuando le solicita, como un padre a su hijo6. Se pasa de la figura del justo que ora por su pueblo al entorno de la del taumaturgo, que puede conseguir la lluvia cuando lo desee. El Talmud de Babilonia lo considera como rabí y devuelve el protagonismo a Dios, aunque refiere el mismo hecho recordando a Elías, que tiene la llave de la lluvia (1Re 17,1; 18,41-46)7.

La Misná cita por tres veces a Janina ben Dosa, del s.I d.C., un rabí que defiende la bondad con los hombres como la relación auténtica con Dios, además de inculcar el temor al pecado y la realización de obras buenas8, las cuales él practica: «Con la muerte de R. Janina ben Dosa se acabaron los hombres activos (en el bien)». En el tratado de la Berajot se dice «que solía orar por los

5 «Pero cierto hombre llamado Onías, varón justo y amado por Dios, quien con ocasión de la falta de lluvias había suplicado a Dios que pusiera fin a la sequía, circunstancia en que Dios, que lo escuchó, había mandado el agua...». 14,19, II 802.

6 Cf. Taanit, 3,8, 403-404.

7 «Simón ben Sataj (el jefe de los fariseos) le mandó decir: Si no fue-ras Onías, mandaría sobre ti la excomunión. Si estos años fueran como los años de Elías, el cual tenía las llaves de la lluvia en sus manos, ¿no se habría profanado el Nombre de los Nombres por culpa tuya? Pero qué puedo yo hacer, pues eres importuno y Él cumple tu voluntad, como un niño que importuna a su padre y éste satisface su deseo». Taanit, 23a.

8 «R. Janina, hijo de Dosa, decía: en aquél, cuyo temor al pecado precede a su ciencia, ésta se mantiene. Pero en aquél, cuya ciencia precede al temor del pecado, su ciencia no se mantiene. Solía decir: en aquél, cuyas obras son más numerosas que su ciencia, ésta se mantiene, pero en aquél, cuya ciencia es más numerosa que sus obras, su ciencia no se mantiene... En aquel, en el que los hombres se complacen, se complace también Dios y en aquél, en el que Ios hombres no se complacen, tampoco se complace Dios...». Abot, 3,9-10, 845.

enfermos y decir: —éste vivirá, éste morirá. Le dijeron: —¿cómo lo sabes? Les respondió: —si mi oración es fluida en mi boca, sé que es aceptada; si no, sé que es rechazada»9. Como Onías, Janina utiliza la oración como medio para realizar las curaciones, según interpreta después el Talmud de Babilonia10, pues Dios siempre responde a las peticiones de sus mejores creyentes.

En los casos aducidos, como en otros muchos que se pueden invocar pertenecientes al contexto de Jesús, tanto de la tradición bíblica como de la extrabíblica11, el milagro entraña un acontecimiento fuera de lo común que cualquiera puede percibir como tal, por ejemplo, devolver la salud a un enfermo; y que una persona normal no lo puede llevar a cabo, porque supera las capacidades humanas, así resucitar a un muerto; y, además, tal hecho debe atribuirse en última instancia a Dios, porque es el único que realiza actos que están por encima de toda fuerza humana, o apelar a un elemento natural que pueda incidir en este acontecimiento12'.

9 Sota, 9,15, 591; Berajot, 5,5, 41-42.

10 Berajot, 34b; 9b; Yebamot, 121b; Taanit, 24b-25a; etc.

11 De Qumrán, tenemos el relato de la imposición de las manos de Abrahán sobre el Faraón: «¡Vete. Sal de todas las ciudades de Egipto! Pero ahora reza por mí y por mi casa, para que sea expulsado de nosotros este espíritu maligno. Yo recé por [...] e impuse mis manos sobre su cabeza. La plaga fue removida de él; fue expulsado [de él el espíritu] maligno y vivió» (1QapGn 20,27-29, 284); y la curación del rey Nabonida por medio del perdón de Ios pecados y la oración de un judío: «Palabra de la oración que rezó Nabonida, rey del pa[ís de Babi]lonia [gran] rey, [cuando fue afligido] por una inflamación maligna, por decreto del Di[os Altí]simo, en Teimán. [Yo, Nabonida,] fui afligido [por una inflamación maligna] durante siete años, y fui relegado lejos [de los hombres hasta que recé al Dios Altísimo] y mi pecado lo perdonó un exorcista. Era un [hombre] judío de [los desterrados, el cual me dijo:] Proclama por escrito para que se dé gloria, exal[tación y honor] al nombre del Di[os Altísimo]». 4QPrNab 1-5, 333; cf. SuETONIo, Vida de los doce Césares. II. «El divino Vespasiano». Versión de R. Ma Agudo Cubas. Madrid 1992, 263-293, en especial 270-272.276.; FILÓSTRATO, Vida de Apolonio de Tiana. Versión de A. Bernabé Pajares. Madrid 1979. TÁCITO, Historias, 4, Versión de C. Coloma. Madrid 1944, 212-214.

12 Estos tres elementos constitutivos del milagro los describe J. P. MEIER, Un judío, II/2, 598-602; este mismo autor trae varias definiciones de milagro que se han dado o se ofrecen en la actualidad: notas 5-6, II/2 613-4.

La mentalidad del tiempo de Jesús es muy diferente de las posturas que podemos encontrar en la actualidad, y que también se dieron en la antigüedad, en las que no se entiende una intervención divina en el curso normal de la creación. Tenemos a Polibio, entre otros muchos, del siglo III a.C., cuyo pensamiento puede suscribir cualquier contemporáneo nuestro sobre ciertos hechos extraordinarios que le «causan la impresión de una simpleza sencillamente pueril, por cuanto tal cosa cae no ya fuera de una teoría razonable, sino fuera de lo posible» 13. Por ello, estos acontecimientos se interpretan en cuanto son producidos por una sugestión colectiva o personal, o son un caso extraño que la ciencia no ha llegado aún a explicarlo, o simple-mente la increencia en los milagros obedece a un escepticismo ante todo lo que no se incluya en el decurso normal de la vida y de la historia, etc. En todo caso hay que situarse en la cultura de entonces, con una mentalidad y vida muy religiosa enraizada en la tradición judía antes aducida. En definitiva, y con la intencionalidad de Jesús de insertar estos acontecimientos dentro de la proclamación del Reino, exponemos las variantes que sobre el milagro traen los Evangelios, la interpretación de las tradiciones que los transmiten, la clasificación, etc.

13 El hecho a que se refiere es el siguiente: «Entre los bargilietanos se dice y se cree que la efigie de Ártemis Clindíada, que está al aire libre, no se moja cuando llueve o nieva, afirmación paralela a la de los yasios respecto a la imagen de Ártemis Astia. Incluso algunos autores aseguran cosas así. En lo referente a tales asertos de los historiadores no sé lo que pasa, pero en toda mi obra me opongo disgustado a ellos [...] En efecto, sostener que algunos cuerpos expuestos a la luz no arrojan sombra es propio de un espíritu calenturiento. Y esto, lo ha hecho Teopompo: escribe que Ios que entran en el templo de Zeus, en Arcadia, no proyectan sombra. En esto no se diferencia de lo ahora dicho. A algunos historiadores que explican prodigios y se inventan fábulas parecidas a las anteriores se les debe excusar si lo hacen con miras a preservar la piedad de los pueblos hacia la divinidad». Historias, 16 12. Versión de M. Balasch Recort. Madrid 1983, 20-21.

9.2. Los dichos de Jesús sobre sus milagros

Existen tres dichos de Jesús que ofrecen una idea global del significado que da a los hechos extraordinarios que realiza. Y esto es previo a cómo después las tradiciones los conformaron y les atribuyeron un sentido específico en el marco de la proclamación de la Buena Nueva y su prolongación en la historia.

El primero de ellos se refiere a las tres ciudades situadas a orillas del lago de Galilea que, seguramente, más visita Jesús. Y es probable que pronuncie este párrafo, ya citado antes, en el ambiente del progresivo rechazo a la novedad de su mensaje y oteando la pasión en el horizonte: «¡Ay de ti, Corozaín, ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo habrían hecho penitencia, sentados con sayal y ceniza. Y así, la suerte de Tiro y Sidón en el juicio será más llevadera que la vuestra. Y tú, Cafarnaún, ¿pretendes encumbrarte hasta el cielo? Pues caerás hasta el abismo» (Q/Lc 10,13-15; Mt 11,21-24).

Estas invectivas de Jesús, al estilo de los antiguos profetas14, expresan una indignación y queja justificada. En las dos comparaciones que hace de las tres ciudades galileas con Tiro y Sidón15, por una parte, y con Sodoma en la versión de Mateo16, por otra, les conmina a una conversión (metanoein) precisamente por los signos potentes (dynameis) que ha realizado en ellas,

14 Cf. Jer 13,27; Ez 24,6.9; Am 6,4-7; Miq 2,1; Hab 2,6-7; Sof 2,5; etc.

15 Son dos ciudades fenicias muy ricas e importantes por su comercio. Los profetas las fustigan y condenan como impías: Zac 9,2-4: «... y también la vecina Jamat, y Tiro y Sidón las habilísimas. Tiro se construyó una fortaleza, amontonó plata como polvo y oro como barro de la calle; pero el Señor la desposeerá, arrojará al mar sus riquezas, y ella será pasto del fuego...». Zac 9,2-4; cf. Am 1,9; Is 23,1-14; Ez 26-28; etc.

16 Sodoma se une muchas veces a Gomorra; es la ciudad rebelde a Dios, en la que privan los vicios y pecados, especialmente la homosexualidad: «Los vecinos de Sodoma eran perversos y pecaban gravemente contra el Señor» (Gén 13,13; cf. 18,16-19,24), de ahí que se convierta a lo largo de la historia de Israel en símbolo del pecado: Dt 29,22; Am 4,11; Is 1,9-10; 13,19; Jer 49,18; 50,40; Sab 10,6-7; Zac 9,2-4; etc.

sobre todo en «su» ciudad17. Estos milagros son expresiones de la fuerza de Dios que trae consigo la presencia del Reino (Mt 3,2; 4,17); la potencia divina actuando en el presente que incluye un dinamismo transformador de la realidad, como en otros tiempos hizo Dios al liberar al pueblo del Faraón18. Sus conciudadanos deben saber «leer» los milagros como obras divinas, como antes dijimos de la comitiva que Juan, al oir hablar de los milagros que realiza Jesús, le envía a éste para cerciorarse de si es él el que ha de venir o hay que esperar a otro (Q/Lc 7,19; Mt 11,2). Viene a decir Jesús que «esta generación» no debe «distraerse» o «pasar» del tiempo «final» que están viviendo, y que escapar del juicio divino sólo es posible mediante la penitencia y la conversión. Los milagros contemplados ayudan ciertamente al cambio de vida. La comparación que hace Jesús con las ciudades citadas es feroz, debido a la importancia que da a los signos que ha hecho.

En el capítulo anterior se ha visto que la presencia del Reino se hace palpable por los exorcismos que realiza Jesús, que verifica la derrota de Satanás19. El repliegue de Satanás de la creación lo lleva a cabo Dios por medio de los exorcismos de Jesús, y se comprenden como signo de la llegada del Reino anunciado por los profetas (Ez 36,25). Estos relatos en los que se muestra a Jesús con un poder especial están dentro del ámbito judío de la época y que el mismo Jesús cree: «Si yo expulso los demonios con el poder de Beelzebul, ¿con qué poder los expulsan vuestros discípulos» (Q / Lc 11,19; Mt 12,27). Y es una creencia que admite que tales acciones se realizan en el mundo judío con normalidad, fundamentalmente obrados por los doctores del partido de los fariseos.

17 Jesús compara la actitud de los ciudadanos de Cafarnaún con la del rey de Babel y Tiro, que intentó escalar el cielo en señal de rebeldía y poder, como todos los tiranos: «Tú que te decías: —Escalaré los cielos, encima de los astros divinos levantaré mi trono [...] me igualaré al Altísimo. ¡Ay, abatido al abismo, al vértice de la sima!». Is 14,13-16; cf. Ez 26,20; 28,1-18.

18 É. 6,26; 15,6-7; Dt 3,24-25; 5,24; 11,2-3; Sal 86,8.

19 Q/Lc 11,19-20; Mt 12,27-28; cf. supra, 8.4.2., 242-243.

Por último está la respuesta que Jesús ofrece a los que Juan manda para cerciorarse de si Jesús es el enviado de Dios para anunciar al mundo la salvación definitiva: «Id a informar a Juan lo que habéis visto y oído: ciegos recobran la vista, cojos caminan, leprosos quedan limpios, sordos oyen, muertos resucitan, pobres reciben la buena noticia. Y dichoso el que no tropieza por mi causa»20. Estos milagros de curaciones, que corresponden a los signos que dicen los profetas que se darán en los tiempos en los que Dios introducirá la salvación en la historia, se ordenan a la afirmación final de que los pobres son evangelizados. Con ello relativiza los milagros en la medida en que se orientan a los pobres, y éstos, por ende, son los mayores beneficiarios de tales acciones de Jesús. Devolver la salud a estos enfermos determina la buena noticia del Reino que incide en el presente desgraciado, cambiando la situación y comenzando una nueva etapa en la existencia humana.

Estas tres citas evangélicas comprueban que Jesús obra exorcismos y curaciones21 y enseñan la intencionalidad que les da: el Reino de Dios se está haciendo presente. Por eso invita a sus oyentes a que hagan penitencia y se dejen convertir por Dios a fin de introducirse en el nuevo ámbito que Él está creando y poder participar de los beneficios que conlleva su llegada.

9.3. Estructura y relato de los milagros

Los milagros reseñados en los Evangelios se clasifican por tres elementos que intervienen en su realización: Jesús, el enfermo y la relación que se crea entre ambos. Cuando prevalece la acción y el poder de Jesús como taumaturgo, tenemos los exorcismos; cuando la acción se centra en el enfermo, se dan las curaciones. Aproximadamente comportan esta estructura: exposición de la situación, actuación de Jesús y el resultado de dicha acción.

20 Q/Lc 7,22; Mt 11,4; cf. supra, 4.4.2., 190-194.

21 Es lo que afirma Josefo: «...[Jesús] fue autor de hechos extraordinarios y maestro de gentes que gustaban de alcanzar la verdad». Ant., 18,63, II 1089.

 

9.3.1. En los exorcismos se plantea una tensión entre Jesús y el demonio. Éste ha tomado posesión de una persona, que anula para cualquier decisión y responsabilidad; la libertad pertenece al ámbito diabólico, y el hombre queda deshumanizado; no existe. Por eso la lucha se establece entre Jesús y Satanás, que pretende que no venga el Reino; el enfrentamiento se eleva a un nivel superior: Dios y Satanás. No hay, pues, una relación entre Jesús y el enfermo, sino un combate mediante el cual Jesús intenta maniatar al demonio22 para que el poseído recobre su autonomía como signo de la presencia del Reino y se demuestre que el vencedor es Dios23.

Tenemos en primer lugar el endemoniado de Cafarnaún (Mc 1,23-28; Lc 4,33-37). Jesús condena Cafarnaún, debido a los milagros realizados en ella y la nula respuesta que recibe de sus habitantes. Por eso no es extraño que un sábado, día de descanso y de fiesta, entre a la sinagoga y un endemoniado entable una lucha con quien está iniciando la proclamación de la cercanía del Reino: «¿Qué tienes que ver con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Consagrado por Dios. Jesús le increpó: —Calla y sal de él. El espíritu inmundo lo sacudió, dio un fuerte grito y salió de él. Todos se llenaron de estupor...». Satanás retrocede ante la potencia que exhibe el profeta Jesús, que es reconocido como ta124 al poseer el Espíritu de Dios distinto y enfrentado a él, porque el espíritu maligno no puede entrar en comunión con el espíritu divino, que detenta Jesús. De ahí la indignación que expresa ante la autoridad que manifiesta, que confirma su doctrina y es reconocida por el pueblo.

22 «Nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y llevarse su ajuar si primero no lo ata. Después podrá saquear la casa». Mc 3,27; Q/Mt 12,29; Lc 11,21-22; EvT 35; cf. TesLev., 18,12, V 60; cf. supra, 8.4.2. 2, nota 52, 247.

23 «Entonces se manifestará su reino sobre toda la creación, entonces el diablo tendrá su fin y la tristeza se alejará de él». TesMoi., 10,1, V 268.

24 Cf. Mc 3,11; 5,7; «el Consagrado por Dios» o «el Santo de Dios» dice relación a la expresión de la viuda de Sarepta sobre el profeta Elías (1Re 17,18) y a como es llamado Eliseo por una mujer importante de Sunán (2Re 4,9); también son llamados consagrados o santos Moisés en Sab 11,1; Sansón en Jue 16,17; Aarón en Sal 105,16.

En otra ocasión Jesús viaja a la región oriental del lago de Galilea, al territorio pagano de la Decápolis. Al estilo de la mujer que un espíritu maligno tiene encorvada dieciocho años (Lc 13,11-13), se encuentra allí con una persona enferma, pero además totalmente poseída por los demonios, lo que significa que vive en un estado mísero y despreciable (Mc 5,1-10par). Se recorren los mismos pasos que se han visto antes: el choque entre Jesús y Satanás, al cual vence Jesús por el mayor poder que posee y ello a pesar de la resistencia que opone: «¿Qué tienes conmigo, hijo del Dios Altísimo? Por Dios te conjuro que no me atormentes. Pues le decía: Espíritu inmundo, sal de este hombre [...] Los espíritus inmundos salieron...» (5,7-8.13). Los hombres que cuidan unos cerdos que pacen en aquel lugar, al ver el hecho, lo comunican a sus conciudadanos, que quedan asombrados y temerosos. También en un territorio no judío, Jesús vence al mal dando la posibilidad al hombre de recobrar su libertad y, con ella, su personalidad, que le reconduce a con-vivir de nuevo con los demás cuando antes estaba alejado y des-humanizado: «Se acercaron a Jesús y vieron al endemoniado [...] sentado, vestido y en sus cabales» (5,15). El poseso recupera el sosiego y el dominio de sí. Otra vez la compasión de Jesús da la vida a una persona. No obstante el resultado, la gente le ruega que se aleje de su término (5,17). Y él sube a la barca y regresa a su país.

Jesús viaja a la región de Tiro, en la costa fenicia, y debe pasar por la región de la alta Galilea en la que habita gente de creencia pagana. Los judíos que viven en este territorio dependen económicamente de Tiro, a la que sirven los productos agrícolas más necesarios, entre ellos el trigo, del que muchas veces se privan para abastecer a la ciudad. Existe, pues, una tensión social evidente: «... pues es bien sabido que los egipcios en su totalidad y, entre los fenicios, los tirios están en malas relaciones con nosotros» 25; y dentro de esta tensión, sobre el año 66 d.C., sucede que «... los tirios masacraron una gran cantidad de judíos, aunque fueron más los que encarcelaron»26.

25 JOSEFO, C.Ap., 1,13, 188.
26 ÍD., Guerra, 2,478, 358.

Seguramente se da en este territorio y ambiente la relación de Jesús con una mujer que sale a su encuentro, porque su hija está poseída por un demonio. La mujer es una fenicia de Siria, pero de lengua y cultura griega y de clase acomodada (Mc 7,24-30; Mt 15,21-28). Ante la fama de Jesús como exorcista, le suplica que cure a su hija. La respuesta de Jesús es dura: «No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos» (Mc 7,28)27. La mujer recibe la negativa de Jesús, pero reacciona diciendo: «Señor, también los perritos, debajo de la mesa, comen de las migas de los niños» (7,28). Jesús reconoce la fe de la solícita madre, y sana a distancia a su hija, como sucede en la curación del criado del centurión28, pues, como judío que es, evita el pecado de impureza no entrando en casa de un pagano. El combate con el demonio se sustituye por el diálogo de la mujer con Jesús. El horizonte en el que se mueve es el Israel de Dios, como es el de sus seguidores al inicio de su andadura pospascual, de forma que la apertura al mundo de la gentilidad no fue ningún camino de rosas. Pero también es verdad que Jesús no actúa como los hipócritas fariseos que recorren el mundo para hacer prosélitos y después descargan sobre ellos todo el peso de sus tradiciones y los convierten en unos desgraciados (Mt 23,15). Jesús no para mientes en condenar a Cafarnaún, a Corozaín y a Betsaida; y pronostica que los pueblos paganos pueden sustituir en el banquete del Reino a los hijos de Israel, como vimos con anterioridad. Con todo, su eje de actuación es claro y nítido: Israel. Pero como le ha sucedido con el endemoniado anterior, si se le ofrece la ocasión hace el bien quitando los prejuicios existentes entre pueblos y reconoce una realidad que será la base de su propia supervivencia en la historia: la fe que Dios regala a los

27 «Perrito» (kynarion) es el perro doméstico, diverso de los perros callejeros (kynes). La frase expresa el rechazo que sentían los judíos hacia los paganos y, en tantas ocasiones, su relación de desprecio; desde aquí viene la comparación de una persona con un perro. Cuando Semeí maldice a David, «Abisay, hijo de Sarvia, dijo al rey: ¿Por qué ha de maldecir este perro muerto a mi señor el rey? Voy ahora mismo y le corto la cabeza». 2Sam 16,9; cf. 2Re 8,13.

28 Cf. Q/Lc 7,1-10; Mt 8,5-10; In 4,46-53.

que reconozcan su filiación y admitan su misión; aunque dicha fe se deposite en los «perros» paganos, que se convierten en creyentes que le defienden. Una fe que, por cierto, se inicia en la confianza y fidelidad, cualidades que también los «perros» simbolizan para el hombre.

Como una mezcla entre la curación de un niño que padece epilepsia y el exorcismo, quizás porque detrás de esta enferme-dad se contempla a Satanás, ofrecen los Sinópticos la elaboración de una acción de Jesús que contiene elementos singulares. En Mc 9,14-29par se narra un exorcismo: un padre lleva su hijo a Jesús para que expulse al demonio y le desaparezcan las convulsiones de los endemoniados, pero que en este caso son más propias de un epiléptico (9,18). No es el maligno quien se dirige a Jesús, sino el padre. El maestro, como llama el padre a Jesús, increpa al demonio y deja al niño. Después sucede el relato propio de la curación: «El chico quedó como un cadáver, tanto que muchos decían que estaba muerto. Pero Jesús, agarrándolo de la mano, lo levantó y el chico se puso en pie» (9,26-27). Y la gente alaba a Dios por lo ocurrido, como signo de una presencia que se muestra salvadora en un caso tan sangrante como es la quiebra de la vida en sus mismos comienzos. Es curioso que los discípulos no puedan expulsar a Satanás (9,29), cuando tienen dicho poder29, pero Jesús es más potente que él (9,19), de forma que no es necesario que entable una conversación con el enemigo de Dios; basta una amenaza y una orden: «Espíritu sordo y mudo, yo te lo mando: sal de él y no entres más en él» (9,25). Hay una referencia del texto comentado más arriba en donde se dice la finalidad de todos estos hechos: la venida del Reino de Dios (Q/Lc 11,10; Mt 12,28).

Existen otros ejemplos de exorcismos en los Evangelios. Jesús libera a un endemoniado mudo (Q/Lc 11,14); Mateo escribe que es mudo y ciego (Q / Mt 12,22), que seguramente lo

29 «Juan le dijo: —Maestro, vimos a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo impedíamos, porque no va con nosotros. Pero Jesús dijo: — No se lo impidáis. Uno que haga un milagro en mi nombre no puede luego hablar mal de mí». Mc 9,38-39; Lc 9,49-50; cf. Mc 6,7.13.

duplica en 9,32-33; el fin es que la gente se pregunte ante estas curaciones sobre su mesianidad y los fariseos cuestionen su misión. Lucas afirma que Jesús es acompañado por los Doce y «algunas mujeres que había curado de espíritus inmundos y de enfermedades: María Magdalena, de la que habían salido siete demonios...» (8,2; cf. Mc 16,9). Aparte de lo extraño del caso, hacerse acompañar por un grupo de mujeres –cosa inusual en el judaísmo de la época30–, el número siete, como número pleno, apunta a la gravedad de la posesión, a la corrupción total. Cura a María, como antes a la suegra de Simón (Mc 1,30-31par), además de los paganos citados. Haber-la sacado de tan extremada situación, es probable que sea el origen de su incorporación a los seguidores de Jesús, de forma que aparece como testigo de la crucifixión, de la sepultura y del sepulcro vacío; recibe el anuncio de la resurrección y se encuentra con el Resucitado31.

En definitiva, Jesús realiza exorcismos, como algunos de sus contemporáneos. Se comprueba en los sumarios de Marcos32 y en las afirmaciones del propio Jesús referidas al comienzo de este párrafo y en los relatos reseñados. Vencer a Satanás es signo de que el Reino está presente en la historia, donde Dios está superando a su antagonista, ya que impide que aliene y destruya a sus criaturas. Es una lucha entre Dios en Jesús y Satanás; el poseso queda al margen de este antagonismo. De hecho, al situarse el mal en el interior del hombre, se establece esta lucha a un nivel distinto al de la enfermedad. Y Jesús mismo no se escapa a la acción diabólica que le intenta separar de la misión

30 «En esto llegaron los discípulos y se maravillaron de verlo hablar con una mujer» (Jn 4,27); «...cuando el hombre habla excesivamente con la mujer se procura daño a sí mismo, se abstrae (del estudio) de las palabras de la Ley y finalmente heredará el infierno». Misnd, Abot, 1,5, 838.

31 Cf. Mc 15,40-41.47par; 16,1-8; Mt 28,8-20; Lc 24,10; Jn 20,11-18.

32 «Al atardecer, cuando se puso el sol, le llevaban toda clase de enfermos y los endemoniados. Toda la población se agolpaba a la puerta. Jesús curó a muchos enfermos de dolencias diversas, expulsó muchos demonios, y no les permitía hablar, porque lo conocían». Mc 1,32-34par; cf. 1,39; 3,7-12; 6,12-13.

que Dios le ha encomendado33. Esta comprensión del mal es como se experimenta en este tiempo y está avalada por una larga tradición.

9.3.2. Las curaciones. Jesús cita Isaías para indicarle a Juan que es el esperado para actuar la acción definitiva de Dios en la historia, porque «ciegos recobran la vista, cojos caminan, leprosos quedan limpios, sordos oyen, muertos resucitan...»34. He aquí una descripción temática de los milagros sobre curaciones que lleva a cabo en su ministerio público. En estos casos la acción de Jesús se centra en el enfermo, el cual es el protagonista del encuentro. Y por dos razones. Por la visibilidad que implica la enfermedad, aunque provenga de un pecado que no sea manifiesto a la gente. Esta evidencia del mal es diferente a la condición oculta de la posesión diabólica, aunque en alguna manera sea patente en los comportamientos extraños y alienaciones del endemoniado. Jesús no lucha contra la enfermedad que sufren las personas como si fuera un ser superior al hombre, sino que ayuda al enfermo a incorporarse a la vida y a la sociedad. La segunda: al ser el enfermo una persona, Jesús exige la fe. Y es una fe con distintas connotaciones que iremos describiendo y resumiremos al final de este apartado.

1° «Los ciegos ven...»

Jesús se acerca a Betsaida. Es la ciudad en la que, junto a Corozaín y Cafarnaún, ha hecho muchos milagros a lo largo de su ministerio (cf. Q/Lc 10,13-14; Mt 11,21-24). Uno de estos milagros es la curación de un ciego (Mc 8,22-26). Y Marcos relata esta acción milagrosa después de comprobar que los discípulos no comprenden ni ven los signos que está realizando35, y antes

33 Cf. Mc 1,12-13; Q/Lc 4,1-13; Mt 4,1-11; Mc 14,32-42par; supra, 7.1.-7.4., 213-221.

34 Cf. supra, 9.2., nota 20, 292.

35 «Se habían olvidado de proveerse de pan, y no llevaban en la barca más que un pan. Él les daba instrucciones: —¡Atención! Absteneos de la levadura de los fariseos y de la de Herodes. Discutían entre ellos porque no tenían panes. Cayendo en la cuenta, Jesús les dice: —¿Por qué discutís que no tenéis pan? ¿Todavía no entendéis ni comprendéis? ¿Tenéis la mente embotada? Tenéis ojos ¿y no veis?; tenéis oídos ¿y no oís? ¿No os acordáis? Cuando repartí los cinco panes entre los cinco mil, ¿cuántos cestos llenos de sobras recogisteis? Le contestan: —Doce. Y cuando repartí los siete entre los cuatro mil, ¿cuántos canastos de sobras recogisteis? Le contestan: — Siete. Les dijo: —¿Todavía no entendéis?». Mc 8,14-21.

de la confesión de Pedro donde expresa la mesianidad de Jesús36 y en la que comienza a ver quién es. Este contexto ilumina la curación del ciego, que es ciertamente singular. Unos familiares o amigos conducen un ciego a Jesús. No se sabe nada de su nombre ni de sus circunstancias. Curiosamente Jesús lo aparta de la gente. La acción la hace en solitario, sin testigos. Es un asunto entre el ciego y él. Y la curación la acomete en dos momentos. En principio escupe (ptysas) a los ojos del enfermo, le impone las manos y le pregunta si ve algo. La saliva, además de ser un signo de demencia37, se usa como remedio curativo38. Así la emplea Jesús en la curación del sordomudo de Marcos (7,33) y en el ciego de nacimiento de Juan (9,6), aunque no de una forma directa sobre la persona como en este caso. La imposición de las manos simboliza la transmisión de energía y de vida39.

36 «Él les preguntó: —Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondió Pedro: —Tú eres el Mesías». Mc 8,29par.

37 «No se le escapó a David aquel comentario, y tuvo miedo de Aquis, rey de Gat. Entonces se puso a hacer el bobo ante ellos; fingiéndose loco cuando iban a apresarlo, se puso a arañar las puertas, dejándose caer la baba por la barba». 1Sam 21,13-14.

38 BILLERBECK, II, 1-17; Obsérvese la opinión de la Misná sobre este uso terapéutico: «Estos son los que no tienen parte en la vida futura: el que dice: no hay resurrección de Ios muertos según la Torá; que la Torá no viene del cielo, y los epicúreos. R. Aquiba afirma: también el que lee libros extraños y el que susurra sobre una herida [después de haber escupido sobre ella]». Sanhedrín, 10,1, 745.

39 «El Señor dijo a Moisés: —Toma a Josué, hijo de Nun, hombre de grandes cualidades, impón la mano sobre él, preséntalo a Eleazar, el sacerdote, y a toda la comunidad, dale instrucciones en su presencia y delégale parte de tu autoridad, para que la comunidad de Israel le obedezca». Núm 27,18-20; cf. Dt 34,9.

Entonces el ciego recobra la vista, pero ve sin nitidez: «Veo hombres; los veo como árboles, pero caminando» (Mc 8,24). De nuevo le impone las manos sobre los ojos y consigue que perciba ya bien: «... y afinó la mirada, se curó y distinguía todo de lejos perfectamente» (8,25). No hay reacción de agradecimiento ni de glorificación de Dios por parte del enfermo; tampoco de la gente, porque se hace a solas. Jesús no exige la fe al ciego. Por otro lado, la curación, lenta y realizada en dos etapas, contrasta con el poder y eficacia que Jesús demuestra en la mayoría de los portentos que hace en su ministerio. Parece un médico torpe o un mago inexperto. Sea esto así o no, la curación es una de tantas que obra Jesús como signo de la presencia del Reino y su compasión por los débiles y enfermos. Marcos la encuadra dentro del camino de acceso de los discípulos a la comprensión de la identidad de Jesús. Pedro comienza a ver en su confesión de Cesarea de Filipo, pero hasta que no tenga, como sus compañeros, el encuentro con el Resucitado no alcanzará a ver perfecta-mente a Jesús: «... id a decir a sus discípulos y a Pedro que irá delante de ellos a Galilea. Allí lo verán, como les había dicho» (16,7).

Según Marcos (10,46-52par)40, poco antes de la Pascua, Jesús se dirige hacia Jerusalén acompañado de sus discípulos. A la

40 Esta sección la abre Marcos con la confesión de fe de Pedro: «Tú eres el Mesías» (8,29) y a continuación expone la necesidad de que el Mesías padezca: «Y empezó a explicarles que aquel Hombre tenía que padecer mucho, ser reprobado por los senadores, los sumos sacerdotes y los letra-dos, sufrir la muerte...» (8,31), lo que lleva a una invitación a que sigan este camino los discípulos: «Quien quiera seguirme, niéguese a sí, cargue con su cruz y sígame» (8,34). No obstante el nuevo anuncio de la pasión (9,30-32), Ios discípulos discuten sobre quién debe ser el mayor, lo que conlleva un severo correctivo de Jesús: «Si uno aspira a ser el primero, sea el último y el servidor de todos» (9,34-35). Al tercer anuncio de la pasión (10,32-33), le responden los hijos de Zebedeo que quieren ser los mayores en su futuro Reino. Entonces Jesús concluye: «... quien quiera entre vosotros ser gran-de que se haga vuestro servidor; y quien quiera ser el primero que se haga esclavo de todos. Pues este Hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por todos» (10,43-46). Los discípulos no ven el des-tino y camino de Jesús, a pesar de tanto aviso y enseñanza.

salida de Jericó, -sita en el lado occidental del río Jordán, por donde suelen pasar los peregrinos que van hacia la Ciudad Santa-, está a la orilla del camino un ciego pidiendo limosna. Se llama Bartimeo, hijo de Timeo. Bartimeo, como todos los ciegos de entonces, está condenado a la mendicidad. El ha oído hablar de los portentos que hace Jesús, y al paso del Maestro exclama: «¡jesús, hijo de David, ten piedad de mí! Muchos lo reprendían para que se callase. Pero él gritaba más fuerte: —¡Hijo de David, ten piedad de mí!» (10,47-48). No es extraño que Bartimeo pronuncie por dos veces «Hijo de David» puesto que, al margen de toda connotación mesiánica de la expresión, se emplea común-mente en el pueblo para referirse a Salomón y, en tiempos de Jesús, para designar al rey exorcista y sanador41, lo que induce a pensar que la gente relacione a Jesús con el rey sabio por los exorcismos y curaciones que hace. Jesús para la comitiva, no pasa de largo, como el sacerdote y el levita ante el herido en el camino (Lc 10,31-32), y cuando se encuentra con él le pregunta: «¿Qué quieres que te haga? El ciego le dijo: —Maestro, que recobre la vista. Jesús le dijo: Ve, tu fe te ha salvado. Y al instante recobró la vista y le seguía por el camino» (10,51-52). El ciego sigue a Jesús empujado por la convicción de que es el medio para supe-rar todas las dificultades. Jesús reconoce su actitud de confianza «ciega» en su capacidad de curación, no tanto en su poder, como sucede en los exorcismos. Marcos aprovecha el milagro para indicar que Bartimeo rehace con la vista la comunicación y la relación al insertarse en el grupo. Con ello, sigue a Jesús hacia Jerusalén, el lugar de su futuro sufrimiento, donde los discípu-

41 Salomón como hijo de David: 1Cró 29,22; 2Cró 1,1; 13,6; 30,26; 35,3; Prov 1,1; Eclo 1,1; etc. Salomón como sanador: «Y Dios le concedió también [a Salomón] el don de conocer los ardides para combatir a los demonios con vistas a conseguir ayudar y tratar a Ios hombres enfermos. En este sentido, compuso y nos legó encantamientos con que son aliviadas las enfermedades y distintos tipos de exorcismos, con los que los posesos expulsan tan radicalmente a los demonios que ya no vuelven a apoderarse de ellos. Y este tratamiento inventado por Salomón muestra entre nosotros hasta el día de hoy una eficacia inmensa...». JosEFO, Ant., 8,42, I 439; testimonio más tardío, cf. TesSal., 20,1, V 368.

los no ven todavía a su maestro-mesías como una persona derrotada, cuando la fe se entronca en la cruz42.

Jesús se encuentra a otro ciego en Jerusalén (Jn 9,1.6-7)43. Pero esta vez no se lo lleva la gente, o clama el ciego al maestro para que lo cure como en los casos anteriores, sino la iniciativa parte de Jesús: «Al pasar vio un hombre ciego de nacimiento» (9,1). Entonces «escupió en el suelo, hizo barro con la saliva [y] se lo untó en los ojos» (9,6). La saliva no toca directamente los ojos, sino que se mezcla con la tierra para hacer barro; de esta manera la acción de Jesús se convierte en una unción, que en la tradición joánica es el símbolo de la fe (Un 2,20.27), una fe que no se la exige explícitamente Jesús al ciego, como sucede con Bartimeo; o también el barro puede indicar la ceguera que desaparece al obedecer el ciego a Jesús al lavarse; o es un simple ungüento que se usa con frecuencia para las heridas y que coloca Jesús para que el ciego piense que se cura a sí mismo al limpiarse. A continuación le manda: «Ve a lavarte en la alberca de Siloé» (9,7). Esta alberca está en la conjunción del valle del Cedrón y el de Tyropeón, en el sureste de la ciudad, y recoge las aguas que proceden de la fuente de Guijón por medio de un canal de 544 metros construido por Ezequías ocho siglos antes44. En la fiesta de las Tiendas los sacerdotes sacan agua del estanque para derramarla en el ángulo del altar y se ilumina el atrio de las

42 Cf. la confesión de fe del paganismo puesta en boca del centurión: «El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo expiró, dijo: Realmente este hombre era hijo de Dios». Mc 15,39.

43 La curación se sitúa en una línea, que se puede trazar en el Evangelio, que arranca con la comprensión del Verbo como mediador de la creación que da la luz al mundo y descubre el pecado de los hombres (Jn 1,4); sigue con la luz que es Jesús (8,12), que testimonia las obras de Dios, (1,12.18) y es rechazada por los fariseos (1,13). Jesús, luz del mundo, que da la vista y el ver de la fe al ciego (9,5), lo que conlleva la reafirmación en la hostilidad de los defensores de la Ley después de la curación del ciego (9,16.24-35). Son las tinieblas, los judíos, que cercan a Jesús hasta darle muerte, a pesar de las continuas invitaciones para que sigan el camino de la luz (12, 35-36).

44 Cf. 2Re 20,20; 2Cró 32,30.

mujeres para que se toque la música y se baile45. En este tiempo es cuando el redactor evangélico establece el discurso mesiánico de Jesús con las frases: «Quien tenga sed acuda a mí a beber» (7,37); «Yo soy la luz del mundo» (8,12), que repite en este milagro (9,5) como expresión de llevar a cabo su misión de revelador de Dios, aunque las tinieblas de la incredulidad intenten ocultar la luz de las obras del Padre. Junto a la progresiva ceguera de los fariseos, está el camino hacia la luz del ciego, que, al final, ve, en cuanto cree, a Jesús como el Cristo, al que adora (9,35-38).

Estas curaciones muestran la cercanía del Reino y el necesario camino de la fe en Jesús para acceder al ámbito divino presente en la historia. La primera curación se contextualiza con el proceso creyente de los discípulos; en el caso de Bartimeo con la petición de Jesús de que tenga fe; la última, con una obediencia que postula la fe, para recuperar la vista y poder observar las obras de Dios en la vida y actuación de Jesús.

2° «Los cojos andan...»

Es probable que la curación de este paralítico (Mc 2,1-12par) tenga lugar estando Jesús en Cafarnaún en casa de Simón y Andrés (1,29), al comienzo de su ministerio público46. La escena la presenta Marcos de la siguiente manera. En pleno éxito de su recorrido por Galilea (1,39), vuelve Jesús a Cafarnaún y la gente se agolpa en la puerta de la casa donde reside (2,2). Ante la imposibilidad de franquear la puerta, cuatro hombres suben al tejado a un paralítico y abren un boquete entre el barro que cubre los juncos, el heno, las ramas y palos con los que los palestinos suelen hacer los techos de sus casas. La subida a la azotea de la casa se realiza por medio de una escalera, que muchas

45 Cf. supra, 2.2.3., 126.

46 El milagro lo inserta el Evangelista dentro de la revelación del Hijo del hombre que tiene capacidad para perdonar los pecados. Esto compren-de la reacción negativa de los escribas, porque sólo a Dios está reservado este poder (cf. Ex 34,7; Is 43,25; 44,22; etc.), y empalma con la siguiente cita de esta nominación de Jesús en la que se anuncia su muerte (cc. 8-10). En Marcos, el Hijo del hombre está orientado hacia la cruz.

veces se encuentra adosada al muro exterior de las viviendas. Después dejan caer al paralítico en el sitio donde se encuentra Jesús. Este se pasma por lo que ha contemplado y alaba la fe de los que han transportado al enfermo y, naturalmente, incluye al mismo paralítico. Esta fe está en la línea de la confianza en el poder de Jesús que conlleva una disposición incondicional. De ahí la admiración de Jesús por lo que estos hombres han hecho para presentarle al enfermo y, por otro lado, la compasión tan habitual en él por los débiles y enfermos. Por eso, después de una discusión con los escribas sobre el perdón de los pecados intercalada por el redactor, dice Jesús al paralítico: «Contigo hablo, levántate, carga con la camilla y vete a casa» (2,11). Y como signo de que ha quedado curado por completo, continúa el relato: «Se levantó al punto, cargó con la camilla y salió delante de todos». La reacción de los presentes es típica de estos casos: «De modo que todos se asombraron y glorificaban a Dios», pues una acción que está por encima de las fuerzas comunes dadas a los humanos remite a los creyentes a Dios, al que alaban y le dan gracias. Pero a continuación la alabanza se deriva hacia Jesús: «Nunca vimos cosa semejante» (2,12)47. Dios se revela con una relación salvadora propia de este tiempo final con el ministerio de Jesús.

Otro paralítico aparece en el Evangelio de Juan (5,1-9)48. Es un enfermo que está treinta y ocho años esperando sumergirse en las aguas medicinales de Betesda. Betesda está formada por una serie de estanques o piletas talladas en la roca, situadas

47 Ante la curación de la hija de Jairo: «Quedaron fuera de sí del asombro» (Mc 5,42). De los discípulos, cuando Jesús camina sobre las aguas y amaina el viento, se dice que: «... no cabían en sí de estupor» (6,51).

48 La curación que se realiza en sábado en la segunda visita que hace a Jerusalén sirve la controversia posterior (5,9-18), que Jesús mantiene con los fariseos (cf. Mc 2,1-3.6) y que se resuelve con la decisión de acabar con él: «los judíos con más ganas intentaban darle muerte» (Jn 5,18). Comienza el ataque judío a la revelación de Jesús: «Mi Padre sigue trabajando y yo también trabajo» (5,17), que seguirá en Ios capítulos posteriores de Juan sobre el discurso del pan de vida y las discusiones sobre el origen de Jesús (cc. 6-7).

entre dos grandes piscinas o depósitos de agua, en la zona nordeste del templo, por donde las ovejas entran a Jerusalén para ser sacrificadas. Otra vez se adelanta Jesús que «lo vio acostado y, sabiendo que llevaba así mucho tiempo, le dice: ¿Quieres curarte?» (5,6). El enfermo le cuenta su imposibilidad de introducirse en las aguas, y, sin que medie petición alguna por su parte, le dice Jesús: «Levántate, toma tu camilla y camina. Al punto se curó aquel hombre, tomó la camilla y se echó a andar» (5,8-9). Otro acto poderoso de Jesús, avalado por la cantidad de años que está impedido el enfermo, lo que aumenta la dificultad de restablecerle la salud. No consta agradecimiento alguno y deseo de conocer quién le ha curado. De hecho, cuando los fariseos le preguntan quién le ha sanado, él desconoce su identidad. Poco después, lo encuentra Jesús de nuevo, ahora en el templo, y se reafirma en hacerle el bien invitándole a recobrar también la salud del espíritu: «Mira que te has curado. No vuelvas a pecar, no te vaya a suceder algo peor» (5,14). La respuesta del paralítico es denunciarlo a los fariseos, ya que andan buscándole por haber curado en sábado, aunque la intención del redactor es «anunciarlo» a sus perseguidores. No hay exigencia de fe por parte de Jesús. La acción se apoya en Jesús solo, que continúa su plan de mostrar la venida del Reino, y que explicita una salvación que Dios está ofreciendo sin descanso desde el principio de la creación y que él lleva adelante (5,17), aunque no exista solicitud alguna por parte del hombre. La presencia del bien en la historia es una cuestión de Dios y muchas veces a pesar del hombre. En este caso, a pesar de la falta de reconocimiento del paralítico y de la reacción de los fariseos de condenar y matar al mensajero y portador del bien.

La siguiente curación afecta a un hombre que tiene la mano o el brazo atrofiado (Mc 3,1-6par) y también en el contexto del descanso sabático49. Marcos sitúa la acción en la sinagoga, donde encuentra Jesús al enfermo. Su estado de salud no es

49 Cf. Mc 1,21.29; 2,23-28; Lc 13,10-17; 14,1-6; Jn 7,22; 9,14-16; etc. Con este relato el Evangelista termina las cinco controversias que Jesús mantiene con los defensores de la Ley: la curación del paralítico antes narrada (2,1-12); la comida con los pecadores (2,15-17); discusión sobre el ayuno (2,18-22) y las espigas arrancadas en sábado (2,23-28), que introduce a la que comentamos cuando con el ejemplo de David relativiza la rigidez del descanso sabático, además de la sentencia: «El sábado se hizo para el hombre, no el hombre para el sábado» (2,27). Y concluye con el mismo aserto que la primera disputa: Una acusación que le lleva a la muerte (2,7; cf. 14,63-64; 3,6).

grave; por consiguiente puede curarlo cualquier día de la semana, aunque Lucas especifica que es el brazo derecho, para darle mayor importancia a la inutilidad que padece (6,6). Los médicos sólo pueden curar en sábado cuando hay amenaza de muerte, pues «todo peligro de vida desplaza al sábado»50. Pero, si el enfermo fallece, o alguien muere por cualquier causa, se retrasa su entierro al primer día de la semana51. Jesús adivina con facilidad la posición de los que le observan, pues la actitud es de «vigilancia» o «acecho» (3,2). Entonces los reta obligando «al hombre de la mano atrofiada: —Ponte en medio. Y les pregunta a ellos: —¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer el bien o el mal?, ¿salvar la vida o dar muerte?» (3,3-4). Jesús cambia el plano de cómo piensan la cuestión sus adversarios. No es una situación de obediencia o desobediencia a la ley, sino de hacer el bien o no, de forma que omitir la acción buena entraña hacer el mal. El mismo sábado se convierte en un tiempo de maldad cuando no se responde con el bien a una circunstancia adversa al hombre, sea cual fuere. Quedan sin sentido los treinta y nueve trabajos que no pueden realizarse en sábado52. Y no es que quiera abolir el sábado, sino someterlo a la voluntad salva-

50 Misnd, Yoma, 8,6, 353.

51 «Si cae sobre una persona un edificio y existe duda si está allí o si no está, si está vivo o si está muerto, si es extranjero o si es israelita, retirarán de él los escombros. Si lo encuentran vivo lo sacan; si lo encuentran muerto, lo dejan allí [hasta que expire el sábado]». Misnd, Yoma, 8,7, 353.

52 «Sembrar, arar, segar, engavillar, majar, bieldar, limpiar, moler, cribar, amasar, cocer, esquilar, lavar la lana, mullirla, teñirla; hilar, tejer, hacer dos cordoncillos, tejer dos hilos, separar dos hilos; hacer nudos, soltarlos, hacer dos costuras, desgarrar algo con objeto de hacer dos costuras, cazar un ciervo, matarlo o despellejarlo, ensalarlo, curar la piel, pulirla, cortarla; escribir dos letras, borrar con el fin de escribir dos letras; edificar, demoler, apagar, encender; golpear con el martillo, transportar de un ámbito al otro». Misnd, Shabbat, 7,2, 232-233. Son las treinta y nueve veces que aparece en el Pentateuco ml'kt con sentido de trabajo.

dora de Dios que expresa la celebración de la vida y la libertad donadas al Pueblo, en vez de la opresión y la esclavitud que provoca la Ley de Dios, según la interpretación de sus adversarios.

Con esta libertad ante la opresión de la ley, Jesús, desafiante, «Mirándolos en torno indignado, aunque dolorido por su obstinación, dice al hombre: —Extiende la mano. El la extendió y la mano quedó restablecida» (3,5). La indignación (orgé) y la pena (syllypoumenos) de jesús responde al mal y a la incredulidad que manifiestan y, por tanto, a un desconocimiento y alejamiento de la nueva situación que Dios está inaugurando con su Reino53. Un corazón duro (pörosis), cuando él es la sede de la fe, supone cerrarse a un Dios salvador que está al alcance de la mano54. Tampoco aquí hay petición del enfermo o de la gente cercana para que lo cure, ni una solicitud de parte de Jesús para que crea en su poder de sanarlo, como en el caso del paralítico de Betesda. La iniciativa para sanar, como la provocación para los que le rodean, viene de Jesús, y la discusión con los fariseos ahoga el milagro, que se cierra con una solución contraria a la habitual: en vez de glorificar a Dios, deciden matar a Jesús, justamente cuando, según defienden los adversarios, no se puede hacer nada en sábado. Se observa la intención de Marcos que une el poder benefactor de Jesús con su muerte: «Los fariseos salieron inmediatamente y deliberaron con los herodianos cómo acabar con él» (3,6).

53 Es la indignación que siente Jesús normalmente hacia el mal (Mc 1,25; 9,25; Mt 4,10; 16,23; Lc 4,41) como oposición a Dios y como reino alter-nativo al salvífico, lo que vacía de contenido su vida y misión. Es el fracaso que siente ante la «obstinación» de los adversarios.

54 Es la situación y circunstancias que tantas veces han denunciado los profetas: «En aquel tiempo llamarán a Jerusalén "Trono del Señor" y acudirán a ella todos los paganos, porque Jerusalén llevará el nombre del Señor y ya no seguirán la maldad de su corazón obstinado». Jer 3,17; cf. 7,24; 9,13; 11,18; 13,10; 16,12; 18,12; 23,17; Sal 81,13; Dt 29,18; etc.

Esta misma situación, la de estar en la sinagoga, la aprovecha Jesús para curar a una mujer que lleva encorvada dieciocho años, de tal manera que en todo este tiempo no ha podido ende-rezarse a causa de una enfermedad; de un «espíritu de enferme-dad», dice Lucas (Lc 13,10-17)55, con lo que señala indirectamente a Satanás como origen de los males humanos, pero no es una posesión diabólica que necesite un exorcismo. Jesús no increpa para nada al «espíritu del mal», porque en este caso es un «mal aire». Parece una fusión de las vértebras de la columna. Una vez más, la iniciativa parte de Jesús, que, llamándola, le dijo: «Mujer, quedas libre de tu enfermedad» (13,12). Como en el ciego de Betsaida antes referido (Mc 8,22-26), Jesús le transmite la nueva vida del Reino por medio de la energía que infunde en la imposición de las manos. «Al punto se enderezó y daba gloria a Dios» (13,13).

Ante el hecho, se inicia un relato de disputa en el que el jefe de la sinagoga se dirige a la gente para acusar a Jesús de haber curado en sábado: «Hay seis días en que se debe trabajar: venid esos días a curaros y no en sábado» (13,16), si bien el sentido del milagro no es exactamente ése: es Jesús quien aprovecha su visita a la sinagoga para enderezar a la mujer. Pero Jesús recoge la acusación lanzada contra él para decir a los que han hecho causa con el responsable de la sinagoga, lo que ya se ha comprobado en el relato anterior: «¡Hipócritas! ¿No suelta cualquiera de vosotros al buey o al asno del pesebre para llevarlo a beber? Pues a esta hija de Abrahán, que Satanás ha tenido atada diez y ocho años, ¿no había que soltarle las ataduras en sábado?» (13,15-16). Y estas costumbres con los animales constituyen una realidad cotidiana que la gente sabe de sobra por la cantidad de veces que les sucede. ¡Más derecho que un animal tiene

55 El relato está aislado de su contexto inmediato (la parábola de la higuera estéril, 13,6-9; y la parábola del grano de mostaza, vv.18-19), aun-que pertenece a las diversas unidades lucanas que conforman el viaje de Jesús hacia Jerusalén y que componen los capítulos 9-19 del Evangelio. Jesús, como un maestro, aprovecha el viaje para enseñar en las sinagogas y curar a los enfermos (cf. Lc 4,15; 6,6; etc.).

un creyente judío de ser atendido! Por eso, Lucas termina con una exclamación del pueblo que le es muy querida: «Cuando decía esto, se sentían confundidos sus adversarios, mientras que la gente se alegraba de los portentos que realizaba» (13,17).

Por último, narran los Evangelios56 que el hijo (Jn 4,46 / Mt 8,6: país), o criado (Lc 7,7), de un centurión o un funcionario de Herodes Antipas, con sede en Cafarnaún y amigo de los judíos, yace en cama, probablemente paralítico, con enormes dolores (Mt 8,6). Es una curación muy parecida a la de la hija de la mujer sirofenicia57. Habiendo oído el centurión del poder sanador de Jesús, sale a su encuentro para pedirle la curación de su hijo. Se da un diálogo entre Jesús y el padre de la criatura en torno a la fe. No hay rechazo por parte de Jesús, seguramente porque la situación social de los judíos es muy diferente en Cafarnaún a la de la región de Tiro. Mateo introduce un texto ya analizado antes sobre el acceso de los paganos al Reino mientras que los hijos de Israel se quedan fuera58, pues relaciona la fe que muestra el centurión en el poder de Jesús con el creciente rechazo que hay en cierto sector del judaísmo. La manifestación de fe del centurión la estructura Mateo con el siguiente diálogo: «Le dice Jesús: —Yo iré a curarlo. Pero el centurión replicó: —Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo. Basta que pronuncies una palabra y mi criado quedará curado. También yo tengo un superior y soldados a mis órdenes. Si le digo a éste que vaya, va; al otro que venga, viene; al siervo que haga esto, lo hace» (8,7-9). Jesús se admira de esta fe del centurión; ella expresa una con-fianza inmensa en su poder y autoridad, además de estar persuadido de la eficacia de su palabra. Y cura al criado, o hijo, a distancia, sin que medie contacto alguno. Los Evangelistas unen, quizás, dos situaciones distantes en el tiempo: la compasión de Jesús por los enfermos y marginados y la creciente aceptación del mundo pagano de la fe en Jesús, mientras se experimenta el bloqueo judío a reconocer su misión. La actitud de

56 Q/Lc 7,1-10; Mt 8,5-13; Jn 4,46-54.
57 Cf. Mc 7,24-30; Mt 15,21-28; supra, 9.3.1., 293.
58 Cf. Mt 8,11-12; supra, 8.4.1. 2°., 234-238.

súplica y confianza ha quedado fijada en la liturgia como prototipo de la acogida de la persona y mensaje de Jesús.

Recuperar el movimiento de las personas es potenciar la vida, por la autonomía que entraña. El Reino se presenta en la medida en que beneficia al hombre en todos los ámbitos, en estos casos, también en lo corporal. De nuevo se resalta la fe y confianza en Jesús para que éste obre en beneficio de los enfermos: los hombres que suben al techo de la casa, o el centurión sensible a los dolores de su hijo o siervo, son pruebas de la respuesta y diálogo humano que Dios ha iniciado en Jesús. Por eso no importa algunas veces señalar lo que el hombre hace ante esta nueva invasión de Dios en la creación, como el enfermo de Betesda, la mujer encorvada o el hombre con el brazo atrofiado, sino describir el movimiento divino en las actitudes y preocupaciones, gestos y palabras de Jesús, que formulan que Dios vive su historia con los hombres en la historia de amor de Jesús. A la mujer que camina con normalidad, o al hombre dispuesto de nuevo a trabajar con sus brazos, o al que queda libre del pecado y de la necesidad de zambullirse en el agua, les basta con reconocer que Dios está ahí y que les sale a su encuentro en Jesús.

3° «Los leprosos quedan limpios...»

La lepra es una de las enfermedades peor catalogadas por la Escritura. Tan es así que al que padece esta enfermedad se le considera como un ser muerto59; es la primogénita de la muerte

59 Cuando María y Aarón criticaron a Moisés por haber tomado por esposa a una extranjera, el Señor castigó a María con la lepra. Entonces intercedió Aarón a Moisés por ella con estas palabras: «Perdón; no nos exijas cuentas del pecado que hemos cometido insensatamente. No dejes a María como un aborto que sale del vientre de su madre, con la mitad de la carne comida» (Núm 12,11-12); véase la situación de los leprosos que relata el libro de los Reyes: «Junto a la entrada de la ciudad había cuatro hombres leprosos. Y se dijeron: —¿Qué hacemos aquí esperando la muerte? Si nos decidimos a entrar en la ciudad, moriremos dentro, porque aprieta el hambre; y si nos quedamos aquí, moriremos lo mismo. ¡Venga, vamos a pasarnos a los Sirios! Si nos dejan con vida, viviremos; y si nos matan, nos mataron». 2Re 7,3-5.

(Job 18,13); curar la lepra, pues, es una acción parecida a resucitar un muerto. El leproso es considerado como una persona impura y tiene que vivir alejado de la sociedad60. De hecho, no puede ingresar en la Comunidad de Qumrán61. La lepra es un concepto muy amplio y no es sólo el11amado bacilo de Hansen, sino que se engloba en tal enfermedad a gérmenes patógenos situados en los vestidos, en las casas, y que, por contagio, pueden dar lugar a diferentes enfermedades de la piel (Lev 13-14). No es extraño, por consiguiente, que la Misnd distinga hasta 72 tipos de lepra62.

Con este horizonte, Marcos cuenta cómo Jesús limpia a un enfermo afectado de lepra (1,40-45par)63. El relato es muy escueto. «Se le acerca un leproso y arrodillándose le suplica: Si quieres, puedes limpiarme» (1,40). Es el enfermo quien viene a Jesús e implora con confianza extrema a quien tiene un poder parecido al de Dios, porque se incluye en la petición no sólo la cura-

60 «El que ha sido declarado de afección cutánea andará harapiento y despeinado, con la barba tapada y gritando: "¡Impuro, impuro!". Mientras le dure la afección seguirá impuro. Vivirá apartado y tendrá su morada fuera del campamento». Lev 13,45-46; 2Re 7,3-10; Lam 4,5; 2Cró 26,21.

61 «Que ningún hombre contaminado por algunas de las impurezas de hombre entre en la asamblea [...] Y todo el que está contaminado en su carne, paralizado en sus pies o en sus manos, cojo, ciego, sordo, mudo o contaminado en su carne con una mancha visible a los ojos [...] éstos no entrarán a ocupar su puesto en medio de la congregación de los hombres...». 1QSa, 2,3-8, 177; JOSEFO, C.Ap., 1,31, 225; Ant., 261, 1 171.

62 Negaim, 1229-1264.

63 El Evangelista coloca la curación en el pórtico de las cinco controversias que Jesús mantiene con los escribas y fariseos, porque perdona los pecados (2,7); come con los pecadores (2,16); exculpa del ayuno (2,18); no observa el sábado (2,24) y cura al hombre con el brazo atrofiado (3,1-6). Tales disputas expresan la buena nueva del Reino que le impulsa a tocar a los leprosos (1,41), perdonar (2,7), que le siga un pecador (2,14), incorporarlos al Reino (2,17), colocar el ayuno y el sábado al servicio del hombre (2,19.27; 3,4). Previo a estos conflictos, la curación del leproso hace que la fama de Jesús se extienda por toda Galilea, el lugar de su primera misión: «Pero él salió y se puso a pregonarlo y a divulgar el hecho, de modo que Jesús ya no podía presentarse en público en ninguna ciudad, sino que se quedaba fuera, en despoblado. Y de todas partes acudían a él» (1,45).

ción, sino la limpieza o purificación de quien está «manchado» también ante la divinidad. La reacción de Jesús es airada: «Encolerizado» (orgistheis), debido, quizás, a que el enfermo se le acerca estándole severamente prohibido; o a que ve su grave enfermedad y peor situación social como expresión del desorden que existe en la creación por el dominio de los poderes del maligno; o porque se le fuerza a comenzar los milagros antes de tiempo, como en Caná. Sin embargo, la mayoría de los manuscritos escriben: «movido a compasión», «apiadado» (splagchnistheis) por la situación que padece el leproso, además de manifestar la ternura y cercanía de Jesús hacia la miseria humana64. Por último, Jesús transmite al leproso la energía o fuerza benéfica propia de la nueva vida del Reino con el deseo de limpiarle y el hecho de curarle: «Extendió la mano, lo tocó y le dijo: —Lo quiero; queda limpio. Al punto, se le pasó la lepra y quedó limpio» (1,41-42). A la apertura del leproso a Jesús, que nace de la confianza en él, le responde Jesús con la curación del mal. Aquí se da el mutuo encuentro salvador de Jesús y el leproso.

Marcos señala a continuación que Jesús, siguiendo la ley, «lo despidió encargándole: —Cuidado con decírselo a nadie. Ve a presentarte al sacerdote y, para que le conste, lleva la ofrenda de tu curación establecida por Moisés» (1,43-44). Las leyes judías son muy severas al respecto, de manera que el leproso no puede comunicarse con la gente. Sólo las autoridades responsables de las normas sociales tienen capacidad para incorporar de nuevo al enfermo a la convivencia común, previa ofrenda al templo65. Por otro lado, la curación es instantánea, muy diferente de los dos casos de sanación de la lepra que aparecen en la tradición judía. Moisés cura a su hermana María después de mucho rezar y excluirla siete días del campamento (Núm 12,12-16), y Eliseo manda bañarse siete veces a Naamán en el Jordán (2Re 5,8-14). Sin embargo, Jesús está en la línea de los profetas, ya que realiza

64 Como en el caso de la muchedumbre que le sigue: «Y al desembarcar, vio mucha gente y sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no tienen pastor...». Mc 6,34; cf. 8,2; 9,22; cf. infra, 5°, 317-318.

65 Cf. Lv 13,49; 14,1-10.21.

obras que indican que se está en los tiempos finales, de la última y decisiva acción de Dios en la historia.

Estando Jesús en la frontera con Samaría desde la región de Galilea, le salen al encuentro diez leprosos al entrar en un pueblo (Lc 17,11-14)66. Los leprosos van en busca de Jesús para implorar su misericordia y poder, como en el caso anterior, pero esta vez se paran a cierta distancia para evitar el contagio, como está prescrito en la Ley (Lv 13,46). « ...y, alzando la voz, dijeron: —Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros» (Lc 17,13). Es curioso que llaman a Jesús «maestro» (epistatés), como lo hacen los discípulos en este Evangelio con el sentido de ser guía de la comunidad que encabeza67. Aquí Jesús no toca ni impone las manos a los enfermos, sino más acorde con la Ley para no caer en impureza les manda que vayan a presentarse a los sacerdotes, como está prescrito en el Levítico (14,1-32). Los leprosos confían en la palabra y mandato de Jesús. «Mientras iban, quedaron limpios» (Lc 17,14). Lucas aprovecha este hecho para subrayar que, al quedar limpios los leprosos, sólo un samaritano, perteneciente a un pueblo despreciado por los judíos como idólatra debido a su sincretismo religioso (2Re 17,30-34), vuelve a él para darle gracias y glorificar a Dios, lo que le lleva también a recibir la salvación religiosa68. Él ha dado el paso de ver en la acción de Jesús una obra de Dios. El samaritano representa a todos aquellos paganos que están reconociendo y adhiriéndose a la acción salvadora de Dios en Jesús en tiempos de Lucas

66 Como en el milagro de la mujer encorvada (Lc 13,10-17), este pasa-je está dentro del viaje de Jesús a Jerusalén (cc. 9-19), donde terminará la misión con su muerte y resurrección y la oferta de salvación a los gentiles, según el plan de Dios (13,33).

67 Cf. 5,5; 8,24.45; 9,33.49. Sin embargo, el endemoniado de Cafarnaún le dice el «consagrado de Dios» (4,34), o «hijo de Dios» (4,41), como el poseído de Gerasa (8,28); el ciego de Jericó le llama «hijo de David» (18,38).

68 «Uno de ellos, viéndose curado, se volvió glorificando a Dios en voz alta, y cayó de bruces a sus pies, dándole gracias. Era un samaritano. Jesús tomó la palabra y dijo: ¿No quedaron limpios los diez? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios, sino este extranjero? Y le dijo: Álzate, ve, tu fe te ha salvado». Lc 17,15-19.

(Hech 8,5-25), como antes ocurrió con Naamán el sirio, mientras los judíos se alejan de su oferta de salvación.

Jesús limpia la lepra y también purifica a los enfermos de su pecado, restituyendo su relación social y su incorporación a Dios, para que ninguna ley, aunque sea dada por motivos profilácticos y en su nombre, impida su cercanía y presencia saludable.

4° «Los sordos oyen...»

El caso que presenta ahora Marcos es la curación de un sordo (Mc 7,31-37)69. Su estructura es muy parecida a la del ciego de Betsaida (8,22-26). La gente le lleva a Jesús un sordo que, a la vez, tiene dificultades para hablar, cosa muy corriente en las personas que no pueden oír. Ante el ruego de los que han conducido al enfermo para que le transmita su energía salva-dora por la imposición de las manos, Jesús, «le metió los dedos en los oídos; después le tocó la lengua con saliva» (7,33). Es habitual en los taumaturgos la práctica de tocar los miembros afectados por la enfermedad. Además, es opinión común de que la sangre, el agua, el vino, el aceite y la saliva, que es aliento condensado, tiene efectos curativos en cuanto transmite energía (como en el ciego de Betsaida, 8,23). También el dedo (de Dios) vehicula fuerza y potencia, como la imposición de las manos70, aunque estamos muy lejos de los brebajes y otras jerigonzas que hacen los magos de la época. «Levantó la vista al cielo, gimió y le dijo: Effatha (que significa ábrete)» (7,34). Jesús se dirige a Dios con la mirada, y el suspiro expresa la acción

69 El milagro se inscribe en el ámbito de la declaración y defensa de Jesús de que todos los alimentos son puros: 7,18-19. Y después camina por algunos lugares habitados por gentiles, superando las barreras que los separan de los judíos. Y, en otra perspectiva más amplia, este milagro se relaciona con el ciego de Betsaida antes relatado (8,22-26); con las dos acciones, Jesús va curando la ceguera y sordera de los discípulos (8,21.33; 9,32; etc).

70 Cf. Ex 8,15; 31,18; Dt 9,10; Sal 8,4; Lc 11,20; BILLERBECK, I1 15.

sobrehumana que va a realizar junto a la compasión, gestos propios de los taumaturgos. Estos gestos, como los anteriores del dedo y la saliva, los acompaña con una palabra posible-mente derivada de la lengua aramea, «effatha», y orientada al enfermo, más que a sus miembros atrofiados. Sucede igual con la curación de la hija de Jairo: «Talitha qum...: Chiquilla, te lo digo a ti, ¡levántate!» (5,41).

Dios está obrando de nuevo como en el principio de la creación: «Vio Dios todo lo que había hecho: y era muy bueno» (Gén 1,31), como ahora en Jesús: «Estaban estupefactos y comentaban: Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos» (7,37), un eco que aparece en los finales de los milagros71. Es el cumplimiento del oráculo de Isaías sobre la salvación en los tiempos mesiánicos: «Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como ciervo el cojo, y la lengua del mudo cantará» (35,5-6).

5° «...y los muertos resucitan»

La posibilidad de la resurrección de un muerto es una creencia común en tiempos de Jesús, al menos en toda la cultura que rodea el Mediterráneo. Además de las relaciones de Plinio el Viejo, Apuleyo, Filóstrato, etc., está la tradición bíblica que narra las resurrecciones que Elías realiza del hijo de una viuda de Sarepta (1Re 17,17-24) y Eliseo del hijo de una mujer de Sunán (2Re 4,18-37). En el período neotestamentario suceden los casos de Pedro que resucita a Tabita (Hech 9,36-43) y Pablo a un joven que fallece al caer del tercer piso de una casa al quedarse dormido (Hech 20,7-12). Veamos los tres casos que lleva a cabo Jesús y en los que los discípulos creen y transmiten la devolución a la vida histórica, naturalmente para morir de nuevo, de la hija de Jairo, del hijo de la viuda de Naín y de Lázaro. Estas resurrecciones no se pueden comparar con la que Dios hace con Jesús, por la cual supera la muerte para siempre.

71 Cf. Mc 1,27; 2,12; 4,41.

Marcos coloca a Jesús de regreso de la Decápolis, donde ha curado al endemoniado de Gerasa y agrupa los milagros de este poseído, la mujer que padece flujos de sangre y la resurrección de la hija de Jairo (c.5) para mostrar su poder sobre Satanás, la enfermedad y la muerte. Con esto simboliza el contenido de la presencia del Reino ante sus discípulos. Entre la muchedumbre, se acerca «un jefe de sinagoga, llamado Jairo, y al verlo se echa a sus pies y le suplica insistentemente: —Mi hijita está en las últimas. Ven y pon las manos sobre ella, para que se cure y conserve la vida» (Mc 5,22-23par). Este personaje, importante dentro de la estructura social judía, impulsado por la extrema gravedad de su hija se entrega a Jesús postrándose ante su presencia, gesto de humildad y de fe, e indica, a la vez, el medio por el que Jesús puede curarla: la transmisión de su poderosa energía vital que significa la imposición de las manos72. Ante esta extrema manifestación de confianza en Jesús, éste se pone en camino de inmediato sin mediar palabra con el padre. Pero «aún estaba hablando, cuando llegan los enviados del jefe de la sinagoga para decirle: —Tu hija ha muerto. No importunes al Maestro». Sin embargo, quien responde a la comunicación de los enviados es Jesús. Y lo hace dirigiéndose a Jairo en el sentido de mantener la actitud confiada que ha tenido desde el principio: «Jesús, entreoyendo lo que hablaban, dijo al jefe de la sinagoga: No temas, basta que tengas fe» (5,35-36)73. Es la actitud que exige a sus discípulos cuando enseña la dificultad que tienen Ios ricos para acceder al Reino. Ante la pregunta ¿quién se podrá salvar?, Jesús responde: «Para los hombres es imposible, no para Dios; todo es posible para Dios» (10,27).

72 Marcos lo escribe en un sumario con ocasión de la visita a su pueblo de Nazaret: «Y no podía hacer allí ningún milagro, salvo unos pocos enfermos a quienes impuso las manos y curó» (6,5); cf. supra, nota 39, 299.

73 Marcos y Lucas introducen la presencia de Pedro, Juan y Santiago, los discípulos que han sido llamados los primeros con Andrés (Mc 1,16.19) y aparecen a la cabeza cuando Jesús instituye a los Doce (3,16-19par). Los tres discípulos serán testigos de la transfiguración (9,2par) y de la agonía de Jesús en Getsemaní antes de ser apresado por la guardia del sumo sacerdote (14,33par).

Cuando ¡por fin! llega a la casa, se tropieza Jesús con la escena típica de los lamentos por los difuntos: las plañideras y los flautistas74, a los que contesta: «¿A qué viene este alboroto y esos llantos? La niña no está muerta, sino dormida» (Mc 5,39), dormición con sentido de fallecimiento: es el sueño de la muerte. Le responden con la burla (kategelón autou, «se reían de él»), ya que la vida pertenece a Dios y exclusivamente a El recuperarla. La primera decisión de Jesús de ir a sanar a la niña se encuentra con cuatro obstáculos: la escena de la hemorroisa intercalada (5,25-34), el aviso de que ha fallecido (5,35); la gente que llora la muerte (5,38); y la misma muerte. Este contraste se advierte también entre la fe del padre en Jesús y el escepticismo de los que avisan que la niña ha muerto. Entonces Jesús, «echando afuera a todos, tomó al padre, a la madre y a sus compañeros, y entró adonde estaba la niña. Agarrando a la niña de la mano, le dice: Talitha qum (que significa: Chiquilla, te lo digo a ti, ¡levántate!. Al instante la muchacha se levantó y se puso a caminar. (Tenía doce años)» (5,40-42). Gesto y palabra, centrada y dirigida a la niña, se unen en Jesús para devolverle la existencia. No le impone la mano, sino tomando la de la niña75, como a la suegra de Pedro (1,31), la incorpora a su familia, como levanta a aquélla de la cama para servir. Y para confirmar que vive, ade-más de hacerle andar, manda a los padres que la alimenten (5,43). Es como si hubiera curado cualquier enfermedad, que es lo que le solicita el padre al principio. Si hubiera muerto, a nadie se le hubiese pasado por la cabeza pedir a Jesús que la resucita-se. Por esto los que están en casa durante el suceso «quedaron fuera de sí del asombro» (5,42).

Lucas es quien relata la resurrección del hijo de la viuda de Naín (7,11-17)76, el segundo milagro de estas características que aparece en los Evangelios. No lo realiza a puertas cerradas como

74 BILLERBECK, 1 521-523.

75 Jesús comete aquí un acto de impureza, lo mismo cae en impureza cuando es tocado por la hemorroisa (Mc 5,28) y cuando toca al leproso (1,41), cf. Lev 11,24; 15,27.

76 Según Lucas, las narraciones de milagros después del Sermón en la llanura (6,20-49) manifiestan la presencia misericordiosa de Dios en la misión de Jesús. Esta actitud se ahonda más al contemplar la comitiva fúnebre que conduce a enterrar al hijo único de una viuda. Con esta acción, se piensa que Dios visita a su pueblo, no para condenarlo, sino para salvar-lo. No obstante esto, sigue a este párrafo la pregunta que le hacen los discípulos de Juan a Jesús sobre si es el profeta más fuerte que tiene que venir, a lo que contesta Jesús con la frase de Isaías ya citada repetidas veces en la que se contienen los signos que se darán en lo tiempos finales, entre los que se indica que «resucitarán los muertos». Is 26,19; cf. 25,8; Ez 37; Os 13,14. La prueba ha sido la resurrección del joven de Naín.

con la hija de Jairo, sino a la intemperie. Jesús se acerca a la ciudad de Naín, sita no muy lejos de Nazaret (10 km), al sur del monte Tabor, en la ruta que va del lago de Tiberíades a la 11anura de Yizrael en el límite meridional de Galilea. Va acompañado de sus discípulos y de un grupo de gente. A las puertas de la ciudad se encuentra con un cortejo fúnebre que lleva en unas angarillas a enterrar a un muerto «hijo único de una viuda; la acompañaba un grupo considerable de vecinos» (7,12). Los dos grupos portan signos diferentes: unos, la nueva vida del Reino que está actuando Jesús; los otros, la muerte, y en las dimensiones más graves: la de un joven que ha experimentado cómo la vida se le ha ido en sus comienzos. Era el único sostén de su familia, pues su madre se queda sin «hombres» al no tener marido ni más hijos varones77. Por eso entrará a formar parte del mundo de los pobres y desprotegidos78. Jesús no mira al cadáver, sino a la madre y «sintió compasión y le dijo: —No llores» (7,13). Esta compasión (splagkhna) evoca al buen samaritano cuando ve al hombre herido orillado en el camino (Lc 10,33), o al buen padre cuando sale a recibir al hijo perdido (15,20), o la variante del leproso de Marcos (1,40-45). Es la misericordia de Dios experimentada por Jesús. En ninguna de estas tres situaciones se pide ayuda, porque es la inclinación compasiva la que

77 Cuando se llora la pérdida del hijo único o del primogénito de la familia, se trasluce el dolor más profundo que puede sufrir una persona, como muestra Zacarías sobre la muerte del enviado de Dios, en el que su sufrimiento se relaciona con la salvación escatológica: «Al mirarme traspasado por ellos mismos, harán duelo como por un hijo único, llorarán como se llora a un primogénito». Zac 12,10; cf. Am 8,10; Jer 6,26.

78 Cf. Éx 22,20-23; Dt 10,18; 24,17-22; 26,12-13; 27,19; supra, 4.3.2., 180-183.

origina el servicio. Ni la viuda, ni los acompañantes, ni Jairo en la situación anterior, solicitan que resucite a los fallecidos79.

Jesús, después de haber tocado el féretro para que se parase la comitiva, sin temor a caer de nuevo en la impureza legal, y sin exigir la fe de la madre, pronuncia su palabra llena de potencia y energía: «Muchacho, contigo hablo, levántate», o «despiértate» (egertheti) de tu sueño (7,14). El hecho recuerda las resurrecciones obradas por Elías y Eliseo y que el Evangelista ya ha citado cuando Jesús visita Nazaret y se siente rechazado por sus paisanos80, como también la de Tabita por Pedro (Hech 9,36-42) y de Eutico por Pablo (20,7-12). A la palabra de Jesús, portadora de la vida, le responde el joven estableciendo un diálogo, signo de que se ha incorporado a la existencia humana y social. Como Elías le entregó el hijo a la viuda de Sarepta, así hace Jesús: «se lo entregó a su madre» (7,15; cf. 1Re 17,23). Otra vez la gente se pasma ante la resurrección del vecino de Naín, y Lucas recalca la dimensión profética de Jesús (Lc 7,16) en la línea de los gran-des profetas veterotestamentarios, aunque no lo identifica con Elías que haya venido de nuevo, o el último profeta. Jesús es un profeta excepcional que expresa la misericordia y bondad de Dios, y Lucas incluye este título con los demás que le da a lo largo de su Evangelio, como Mesías de Dios (9,19-20), Hijo de Dios (4,3; 8,28; etc.), Hijo del Hombre (7,34; 9,22; etc).

Por último, el Evangelio de Juan narra la resurrección de Lázaro (11,1-45)81. Jesús es solicitado por María porque su her-

79 Cf. supra, nota 64, 312.

80 «Muchas viudas había en Israel en tiempo de Elías, cuando el cielo estuvo cerrado tres años y medio y hubo gran carestía en todo el país. A ninguna de ellas fue enviado Elías, sino es a la viuda de Sarepta de Sidonia. Muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; ninguno se curó, sino Naamán el sirio». Lc 4,25-27; cf. 1Re 17,17-24; 2Re 4,32-37.

81 En este relato el redactor desarrolla la doctrina de la resurrección, donde presenta a Jesús como fuente de la vida (zóé), que comunica a quien cree en él: «Yo soy la resurrección y la vida. Quien cree en mí, aunque muera, vivirá; y quien vive y cree en mí, no morirá para siempre» (11,25-26). Junto a este tema, expone sus doctrinas sobre la gloria de Dios, luz y tinieblas y la unión de Jesús con el Padre. Es la última de las señales (semeia) u obras milagrosas que narra en el Evangelio. Jesús ofrece la salvación a alguien por medio de un beneficio de orden físico, y en medio de un diálogo teológico. Y este beneficio físico es un símbolo de otro mucho más pleno y permanente, en este capítulo, vida de Dios o vida eterna, que pasa por la futura resurrección que Dios hace de Jesús.

mano Lázaro está enfermo, como ha sucedido con los dos relatos anteriores. Tampoco está Jesús en el lugar de los hechos. Betania dista unos 3 km de Jerusalén (11,18) y se ubica en la parte oriental del huerto de los Olivos. Jesús residirá en ella cuando vaya a celebrar su última pascua con sus discípulos (Mc 11,1.11par). Por tanto, estamos en el último tramo de su ministerio. Jesús tarda en llegar al lugar del suceso, no obstante Lázaro se presente como amigo (philein) suyo y sus familiares pasen también como discípulos y amados (agapan) (Jn 11,3.5), pues, según el Evangelista, se halla en algún lugar de la región de Judea, al otro lado del río Jordán (10,40). «Cuando llegó Jesús, encontró que llevaba cuatro días en el sepulcro» (11,17.39-40). No se sabe por qué tarda tanto Jesús en llegar a Betania, aunque el interés del redactor es subrayar que Lázaro lleva esos días muerto para acentuar que dicha muerte es real, que no aparente. Es sabido que para los judíos permanece el espíritu tres días junto al cadáver, y cuando éste comienza a corromperse se entierra definitivamente para que ingrese en el reino de los muertos82. También se puede pensar que Jesús se entera de la muerte de Lázaro pasados algunos días de su fallecimiento.

Cuando María oye que Jesús llega a la ciudad, sale a recibir-le con un grupo de vecinos. Le dice que si hubiera estado allí, no habría sucedido el óbito (Jn 17,28.32). Ante la pena y dolor de María y de la gente que la acompaña, Jesús gime o se conmueve (embrimäomai) en su interior (17,33.38), que es un sentimiento contra el mismo hecho de la muerte y el dolor que ha provoca-do. Jesús va hacia el sepulcro, que es una especie de cueva. Una piedra hace de puerta que impide su acceso. Seguramente hay una apertura en el suelo que conduce a una antecámara desde la que se entra al sepulcro. Ante esto, Jesús manda que retiren la piedra (17,41) y «grita con voz fuerte: —Lázaro, sal afuera»

82 Cf. BILLERBECK, II 544-5.

(17,43). Jesús expresa la misma potencia que con la hija de Jairo y el hijo de la viuda de Naín, pero en el contexto joánico su grito puede indicar aquella voz de la apocalíptica por la que se despertarán en el último día los que duermen el sueño de la paz al oír la llamada a la vida de la voz divina; o la voz fuerte del siervo de Isaías que «dice a los prisioneros: ¡Salid!, a los que están en tinieblas: ¡Venid a la luz!» (Is 49,9); o la soberanía de Jesús para transmitir y conceder la vida (Jn 5,25.28; cf. 1Tes 4,16). Y como a la hija de Jairo después de resucitarla manda que le den de comer y el hijo de la viuda comienza a hablar, aquí ordena que desaten las vendas a Lázaro como signo de que vive: «Salió el muerto con los pies y las manos sujetos con vendas y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: Desatadlo y dejadlo ir» (11,44), con lo que vuelve a su existencia cotidiana.

Como ocurre con el paralítico de Betesda, la respuesta de un grupo de judíos de creer en Jesús, y que se vuelve cada vez mayor (Jn 11,56; 12,9.12.17), hace que la resurrección de Lázaro alcance mucha publicidad. Y es lógico que algunos cuenten lo acaecido a los fariseos (11,46), que deciden con los sumos sacerdotes en un consejo del Sanedrín darle muerte. Aunque la óptica de fe del Evangelista es muy distinta a la de la historia, no está demás subrayar el hecho de que Caifás diga: «No entendéis nada. ¿No veis que es mejor que muera un sólo hombre por el pueblo y que no perezca toda la nación?» (11,49-50) a fin de salvaguardar el difícil equilibrio que se mantiene entre los poderes judíos y las fuerzas de ocupación romanas (11,48)83.

Jesús es el profeta escatológico por el que también Dios rehace la vida, no sólo curando la enfermedad, sino también cuando

83 Este peligro se observa en el Evangelio cuando Jesús adquiere cierta preponderancia ante la gente que, por la multiplicación de los panes, atisba que es el profeta escatológico que tiene que venir y por eso quiere hacerle rey (Jn 6,14-15), como aquellos que están en la celebración de la Pascua en Jerusalén y lo aclaman como liberador de Israel (12,13). Esto puede conducir a que los romanos destruyan los parámetros donde se mueve y vive Israel: el templo y la nación (11,48); cf. 4,20; 18,35; Dan 3,38; 2Mac 1,29; 3,12.18; 5,19; Mt 24,15; 26,3-5; Hech 6,13-14; 7,7.

ésta conduce a la muerte. La hija de Jairo, el hijo de la viuda de Naín y Lázaro retornaron a la vida para después morir de nuevo. Estas resurrecciones nada tienen que ver con la acción que Dios llevó a cabo con Jesús. Pero indican la presencia del Reino, ante el cual nada puede poner resistencia, ni siquiera el mayor enemigo de la creación.


6° Curaciones varias

Hay otras tres curaciones reseñadas por los Evangelistas: la suegra de Pedro (Mc 1,29-31par), la hemorroisa (5,24-34par) y el hombre que padece hidropesía (Lc 14,1-6). Sobre la primera narración, Marcos sitúa la escena dentro de la actividad que Jesús realiza en Cafarnaún. Cuando sale de la sinagoga y, acompañado de Juan y Santiago, se dirige a casa de Simón y Andrés. Entonces se encuentra con que la suegra de Pedro yace en cama con fiebre. Jesús, al estilo como ha hecho con la hija de Jairo (Mc 5,41) y el joven epiléptico (9,27), «se acercó, la tomó de la mano y la levantó» (1,31). Ningún gesto, ninguna palabra, ninguna exigencia de fe de la enferma. Es como si le devolviera la salud con toda naturalidad por la potencia de Dios. Todo sucede en la compañía de los cuatro primeros discípulos (Mc 1,16-21), y en una casa donde Jesús gusta de estar con los que le siguen más cercanamente (cf. 7,17; 9,28; 10,10). En estas circunstancias se halla la casa de Pedro que, aunque procede de Betsaida (Jn 1,44), se iría a vivir a Cafarnaún donde aparece casado (1Cor 9,5). No hay gente que se admire ni aclame al taumaturgo. A continuación se describe una escena normal después de acudir la familia a la sinagoga: es compartir la cena. La señora, una vez curada, la sirve (diakonein), acto realizado con afecto y como muestra de que ha quedado curada por completo. Este servicio a la mesa es diferente al servicio (doulos) a los demás que se hace por cualquier causa.

La mujer que padece flujos de sangre o hemorragias (Mc 5,24-34par) se introduce en el Evangelio de Marcos con la resurrección de la hija de Jairo (5,21-43par) y cumple, quizás, la función de detener a Jesús en su marcha hacia la casa del jefe de la sinagoga, donde llega cuando la niña ya está muerta84. Jesús se fue con Jairo. «Por el camino le seguía una gran multitud que lo estrujaba. Había una mujer que llevaba doce años padeciendo hemorragias; había sufrido mucho a manos de médicos, se había gastado la fortuna sin mejorar, antes empeorando. Oyendo hablar de Jesús, se mezcló con la multitud, y por detrás le tocó el manto. Pues pensaba: Con sólo tocar su manto, me curaré» (5,25-28). La hija de Jairo tiene doce años, justos los que la mujer ha experimentado como un infierno, pues está condena-da a vivir en soledad, ya que su enfermedad la introduce en un estado de impureza permanente. Es una marginada de la ley y, por tanto, de la sociedad85. Ha sufrido mucho por ello (polla pathein). No es extraño, pues, que gastara toda su herencia en los médicos para remediar el mal, aunque fue en vano86. La única salida la tiene al alcance de la mano debido a la fama que envuelve a Jesús como taumaturgo (Mc 1,45; 3,10), en el que la potencia divina se expresa más allá de los medios humanos: «El Señor [...] cura todas tus dolencias» (Sal 103,3). Por su estado de impureza se esconde en medio de la gente y es cuando roza el

84 Marcos ofrece otros tres casos semejantes: Las relaciones de Jesús con sus familiares y la intercalación de las calumnias de los escribas (3,20-35par); la higuera estéril y seca (11,12-14.20-26; Mt 21,18-22) con la expulsión de los vendedores del templo (11,15-18par); y las negaciones de Pedro en medio del proceso ante el sanedrín (14,53-72par).

85 Además de la duración del período menstrual estipulado en siete días: «Cuando una mujer tenga hemorragias frecuentes, fuera o después de la menstruación, quedará impura, como en la menstruación, mientras le duren las hemorragias. La cama en que se acueste [...] quedará impura. El asiento en que se siente quedará impuro. El que los toque quedará impuro...». Lev 15,25-30; cf. BILLERBECK, I 519-20.

86 Sobre los médicos, hay para todas las opiniones en la Biblia: «Respeta al médico, pues lo necesitas, también él lo ha creado Dios. [...] Por su ciencia lleva alta la cabeza y se presenta ante los nobles» (Eclo 38,1.3); y en sentido contrario: «El año treinta y nueve de su reinado enfermó [Asá] de podagra. Aunque la enfermedad se fue agravando, acudió sólo a los médicos, sin acudir al Señor ni siquiera en la enfermedad...». 2Cró 16,12-13; cf. Job 13,4; Eclo 10,10; Tob 2,10; «...el mejor de los médicos es digno de infierno» (Misná, Qiddushin, 4,14, 631), quizás porque unía sus actividades a la magia muchas veces.

manto de Jesús por detrás, clandestinamente, con la confianza de que sería curada, según los usos del talismán. Es una acción contraria al modo como Jesús devuelve la salud: es él quien palpa, como al leproso (Mc 1,41), o al ciego de Betsaida (8,22), si bien la mujer se sitúa en la conducta que también señala Marcos: «En cualquier aldea o ciudad adonde iba, colocaban a los enfermos en la plaza y le rogaban que los dejara tocar al menos la orla del manto. Y los que lo tocaban se curaban» (6,56).

Después de tocar el vestido de Jesús, la mujer se siente cura-da de inmediato (Mc 5,29; Lev 12,7). Pero Jesús «consciente de que una fuerza había salido de él, se volvió entre la gente y preguntó: ¿Quién me ha tocado el manto?» (Mc 5,30). Es como una corriente física que transmite una fuerza de vida concedida por Dios y que se pasa al otro como un fluido. Así lo dice Lucas: «Toda la gente intentaba tocarlo, porque salía de él una fuerza que curaba a todos» (Lc 6,19), lo cual actúa por medio del con-tacto corporal (Mc 1,41; 3,10). Ante la pregunta de Jesús, la mujer se ve descubierta e interpelada por haber realizado una acción impura, no sólo con Jesús, sino con toda la gente con la que le sigue: «La mujer, asustada y temblando, pues sabía lo que había pasado, se acercó, se postró ante él y le confesó toda la verdad» (5,33), aunque es una actitud lógica que responde a la presencia divina en la tradición bíblica (Éx 15,16; Dt 2,25). A continuación Jesús dice la auténtica dimensión del porqué le ha tocado la mujer: «Hija, tu fe te ha curado; vete en paz y sigue sana de tu dolencia» (5,34), trocando el temor de la mujer por el afecto personal llamándola «hija» (thygatér). La potencia de la misericordia divina que lleva Jesús se corresponde con la apertura y confianza humana, la cual se ha dado en este caso. Por esto, ante el resultado de la salud recuperada, la mujer comienza una nueva vida llena de prosperidad, como indica el saludo bíblico «vete en paz»87; al recobrar su fuerza y vigor, todo le irá bien; puede estar tranquila.

87 «No temas, predilecto; ten calma, sé fuerte. Mientras me hablaba, recobré las fuerzas y dije: Me has dado fuerzas, Señor, puedes hablar». Dan 10,19; cf. lSam 1,17; 2Sam 15,9; Jue 18,6; Hech 16,36.

Hay un caso en Lucas (14,1-6) parecido al del hombre con el brazo atrofiado de Marcos (3,1-6)88. Los juristas y los defensores de la observancia de la ley siguen y espían a Jesús por si cura en sábado. «En una ocasión en que entró en sábado a comer en casa de un jefe de fariseos, ellos lo vigilaban» (Lc 14,1). Es costumbre invitar a un maestro después del culto celebrado en la sinagoga, y se hace con una comida preparada el día anterior (cf. Sab 4,1-2). Ocurre el milagro en una casa y ante invitados, en vez de en la sinagoga y ante el público asistente, como suele pasar con las disputas que Jesús mantiene con los representan-tes de las instituciones religiosas. Lo que interesa en esta historia no es tanto el milagro cuanto el debate de Jesús con los representantes de la ley sobre la obligación del cumplimiento del descanso sabático en ciertas circunstancias. Jesús invalida de nuevo el cumplimiento riguroso de tal descanso. «Se le puso delante un hidrópico. Jesús tomó la palabra y preguntó a juristas y fariseos: —¿Está permitido curar en sábado o no? Ellos callaron. Jesús tomó al enfermo, lo curó y lo despidió» (14,3-4). No es, pues, el enfermo quien pide la salud, y menos expresa una fe en Jesús para recibir su potencia curativa. El hombre que padece un exceso de líquido seroso en ciertas cavidades del cuerpo, que produce una hinchazón anormal, es tomado como ejemplo de la tensión originada por la disputa doctrinal. De hecho, tampoco Jesús pronuncia palabra alguna ni exige nada, simplemente lo deja marchar. No se sabe si es uno de los invitados, o se lo han presentado para que lo curase en un tiempo prohibido.

Jesús legitima el milagro con la siguiente pregunta: «Supongamos que a uno de vosotros se le cae un hijo o un buey a un

88 También este suceso acontece en la gran marcha que Jesús hace a Jerusalén, y después de pronunciar su lamentación por ella: «Jerusalén, Jerusalén!, que matas a los profetas y apedreas a los enviados...» (Lc 13,34-35), coloca Lucas este milagro, la elección de los asientos e invitados al banquete y la parábola de los invitados a una cena (14,7-24). A continuación aparece de nuevo el itinerario de Jesús: «Lo seguía una gran multitud...» (14,25).

pozo: ¿no lo sacará en seguida, en sábado?» (Lc 14,5; cf. Mt 12,11)89. Late detrás la afirmación de Marcos (3,4) de que la vida humana y el bien están por encima de la Ley, y que en situaciones extremas está permitido ayudar. Existen afirmaciones en la tradición como ésta: «Si ves el asno o el buey de tu hermano caí-dos en el camino, no te desentiendas, ayúdalos a levantarse» (Dt 22,4); o en la Misnd: «No está permitido sacarle a la bestia parturienta el fruto de sus entrañas, pero sí se le puede ayudar. Si una mujer da a luz en día de sábado, se puede llamar a una comadrona en cualquier lugar que esté, se puede profanar por su causa el sábado y se puede atar el cordón umbilical [...] también se puede cortar. Todo lo que la circuncisión lleva consigo puede hacerse en día de sábado»90. La respuesta que recibe Jesús es el silencio: «A lo cual no pudieron responderle» (Lc 14,6). La callada por respuesta que recibe Jesús de los expertos religiosos obedece a que, en el fondo, están de acuerdo, por supuesto si se trata de que el hijo o el buey sea suyo. Otra cosa sería si es de un extraño. En cualquier caso, es un silencio distinto a cuando les interroga sobre si es lícito curar en sábado antes de realizar el milagro (Lc 14,4), porque dicho silencio es malicioso y perverso.

Por último, tenemos el suceso acaecido en el prendimiento de Jesús en Getsemaní: «Uno de los presentes desenvainó la espada y de un tajo le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote» (Mc 14,47par). Lucas, en esta misma situación, redacta: «Viendo lo que iba a pasar, los que estaban con él dijeron: —Señor, ¿herimos a espada? Uno de ellos dio un tajo al criado del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha. Jesús le dijo: —Ya basta. Y tocándole la oreja, lo curó» (22,49-51). En la refriega originada por el prendimiento de Jesús, uno del grupo que le acompaña intenta defenderlo por la violencia. La reacción de

89 El Documento de Damasco dice: «Que nadie ayude a parir a un animal el día del sábado. Y si lo hace caer en un pozo o a una fosa, que no se le saque en sábado [...] Y a todo hombre vivo que cae a un lugar de agua o a un lugar de [...] que nadie lo saque con una escalera o una cuerda o utensilio». CD-A 11,13-14.16-17, 89.

90 Shabbat, 18 3, 249.

Jesús es inmediata y acorde con lo que ha enseñado: «Amad a vuestros enemigos, tratad bien a los que os odian,...» (Lc 6,27-35). Entonces repone la oreja al siervo del sumo sacerdote. Como más tarde, según Lucas, hará Jesús en algunas escenas de la pasión: con una mirada hace consciente a Pedro de su traición, provocándole el arrepentimiento (22,61-62); pone en aviso de la destrucción de Jerusalén a las mujeres que se lamentan de su situación (23,27-31); perdona a los que le crucifican (23,34); promete el paraíso al ladrón crucificado con él (23,43).

La curación del hidrópico se sitúa en el contexto de una comida, como sucede con la suegra de Simón. Jesús llama a su lado para compartir el don de la salvación a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos (Lc 14,13). A todos los recupera para insertarlos en la historia de nuevo, como a la hemorroisa, incluso a los enemigos, pero con el sentido que tuvo la creación en sus inicios: que sean conscientes de que la vida es un don que procede de Dios, que ni se conquista ni se debe destruir con la violencia.


9.3.3. Otros milagros

Quedan en los Evangelios una serie de obras extraordinarias de Jesús que se han clasificado como milagros sobre la naturaleza, porque su objeto recae en el ámbito natural, que no sobre las personas, como sucede con los exorcismos y curaciones. También se ha agrupado estas acciones de Jesús con otras categorías, como milagros de dádiva, de salvamento, de epifanía y de norma91. Lo cierto es que son hechos singulares que aparecen en los Evange-

91 De dádiva o donación en la que Jesús ofrece bienes materiales, y se incluyen la multiplicación de los panes (Mc 6,32-44par), la pesca milagrosa (Lc 5,1-11), las bodas de Caná (Jn 2,1-10); de salvamento como el de la tempestad calmada (Mc 4,35-41) y el «caminar» de Jesús sobre las aguas del lago de Tiberíades (6,45-52); de epifanía en cuanto es una manifestación de la gloria de Jesús como se relata en la transfiguración (Mc 9,2-8par); y de norma, orientados a imponer unas leyes o castigar o premiar su transgresión u obediencia, como la maldición de la higuera (Mc 11,12-14.20-24); cf. G. THEISSEN, Urchristliche Wundergeschichten, 90-125; G. THEISSEN-A. MERZ, El Jesús, 331-333.

lios y que las tradiciones y los redactores los exponen como signos de la presencia del Reino u obras prodigiosas del último de los profetas situado en el alba del tiempo escatológico.

a. Lucas narra la pesca milagrosa (5,4-7; cf. Jn 21,1-14)92 en medio de la elección de Simón. Se introduce la escena situando a Jesús en la orilla del lago de Genesaret y rodeado de mucha gente que le sigue, como profeta, para escuchar «la palabra de Dios» (ho logos tou theou) (Lc 5,1). Entonces ve dos barcas junto a la orilla. Los pescadores están lavando las redes (5,2-3). Jesús se sube a una de ellas, la de Simón, para enseñar a la muchedumbre (cf. Mc 4,1-2). A continuación, «cuando acabó de hablar, dijo a Simón: Boga lago adentro y echa las redes para pescar. Le replicó Simón: Maestro, hemos bregado toda la noche sin cobrar nada; pero, ya que lo dices, echaré las redes» (Lc 5,5-6; cf. Jn 21,3-5). Es lógica la respuesta de Simón a Jesús, pues después de toda una noche sin pescar un pez, más difícil será hacerlo de día y con los hombres cansados. Mas Simón reconoce a Jesús como un «superior» o «jefe» (epistatés), aunque no, por cierto, en el arte de pescar, pues es de tierra adentro y un tekton. Simón le ha escuchado junto a los demás y, confiado o fiándose en su palabra, comienza la faena de nuevo. Se adentra en el mar y echan las redes en forma de círculo, según la costumbre de los pesca-dores del Mediterráneo. Rodean a los peces y, al ver la cantidad que hay, hacen señas a los de la otra barca para que vengan a cerrar el círculo y levar las redes, porque es tal la cantidad de

92 Según Lucas, Jesús comienza su ministerio en Galilea sin el seguimiento de los discípulos y después del bautismo y las tentaciones. Entonces «Jesús volvió a Galilea por la fuerza del Espíritu y su fama se extendió por toda la región. Iba enseñando en sus sinagogas, alabado por todos» (4,14-15). A continuación, Lucas muestra su misión en la sinagoga de Nazaret por medio de su palabra (4,16-30) y de sus obras (4,31-44); más tarde presenta la vocación de los cuatro primeros discípulos (5,1-11), siguiendo a Marcos 1,16-20. En este contexto de la elección del discipulado se da la pesca milagrosa, en concreto en el contexto de la llamada de Jesús a Pedro para que le siga una vez que éste le ha escuchado en la sinagoga y Jesús ha curado a su suegra (Lc 4,38-39).

peces que a una sola barca le hubiera sido imposible recogerlos, además del peligro que corren de romperse las redes y perder los peces pescados; «y llenaron las dos barcas, que casi se hundían» (Lc 5,6-7; cf. Jn 21,6). Pero no sucede ni el hundimiento de las barcas, ni la rotura de las redes, ni la pérdida de la pesca (Lc 5,7; cf. Jn 21,8.10-11). A continuación se relata el pasmo de Pedro ante lo acontecido, y Jesús le invita a seguirlo (Lc 5,11; cf. Jn 21,19) y, según Juan, concreta su misión dentro de la comunidad (21,15-19)93. En definitiva, la pesca es fruto de esa «palabra de Dios» que Jesús proclama con potencia profética y en donde Dios se manifiesta a sí mismo en la historia. Por tanto, Simón echa las redes de nuevo obedeciendo una palabra que resulta ser alimento y vida para él y para los hombres, en los que se estable-ce ahora su trabajo de pescador.

Según el Evangelio de Juan, Jesús asiste con sus discípulos y familiares (Jn 2,1.12) a una boda que se celebra en Caná de Galilea (2,1-11)94. Esta población puede corresponder a una ciudad situada a 7 km de Nazaret hacia el nordeste, u otra llamada tam-

93 «Al verlo, Simón Pedro cayó a los pies de Jesús y dijo: —Apártate de mí, Señor, que soy un pecador. Pues el estupor se había apoderado de él y de todos sus compañeros por la cantidad de peces que habían pescado. Y lo mismo sucedía a Juan y Santiago, que eran socios de Simón. Jesús dijo a Simón: —No temas, en adelante pescarás hombres. Entonces, atracando las barcas en tierra, lo dejaron todo y le siguieron» (Lc 5,8-11). Según Lucas, es Simón el primer galileo que ve el poder de Jesús, como también será el primer testigo de la resurrección: «Realmente ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón». Lc 24,34; cf. Hech 2,14-40.

94 El texto se encuentra entre la elección de los discípulos (Jn 1,31-51) y antes de la purificación del templo (2,13-22). Es la primera de las señales (sémeia), el principio (arche) de los signos, como el prototipo de los demás signos, que revelan la especial relación que Jesús mantiene con Dios, lo que constituye su gloria (doxa), y llevan a los discípulos a creer en él: «En Caná de Galilea hizo Jesús esta primera señal, manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos» (2,11); (cf. los signos y prodigios que realiza manifiestan que lo ha enviado Dios: Éx 4,8.30; Dt 20,1-3; 34,11; Jn 12,37). El Evangelio relata seis señales: La conversión del agua en vino (2,1-11); curación del hijo del funcionario real (4,46-54); el enfermo de Betesda (5,1-18); la multiplicación de los panes (6,5-15); la curación del ciego de nacimiento (9) y la resurrección de Lázaro (11,1-43).

bién así distante una jornada de Tiberíades y a unos 14 km de la ciudad de la familia de Jesús. El relato inicia con «al tercer día», seguramente a los tres días del encuentro con Felipe y Natanael; o puede relacionarse al conocimiento que expresa Jesús sobre Natanael. Este le reconoce como profeta y rey de Israel, y Jesús le responde que: «cosas más grandes verás» (1,43-50). Es probable que la presencia de Jesús en esta fiesta se deba a la cercanía de amistad o de parentesco de la madre de Jesús con los esposos: «allí estaba la madre de Jesús», quien informa a su hijo de la falta de vino. El vino, que «fue creado para alegrar al hombre» (Eclo 31,27), es una bebida fundamental para estas celebraciones, en concreto; las fiestas de nupcias suelen durar desde un mínimo de tres días hasta catorce como máximo y en ellos esta bebida se hace imprescindible95. Jesús responde a la solicitud discreta de su madre96, que desea poner remedio a la difícil situación y en cuya boca se coloca una frase con amplias resonancias en la historia de Israel: «lo que os diga hacedlo» (Jn 2,5); Jesús, como José, que abastece de pan al pueblo, o los israelitas, que se comprometen a cumplir la alianza que el Señor ha establecido con ellos, es quien dispensa al pueblo los bienes de la salvación97.

95 Cf. Gén 29,27-28; Jue 14,12.17; Tob 8,20; 10,8; 11,20. Sobre el valor del vino para el hombre y las fiestas: «¿A quién da vida el vino? —Al que lo bebe con moderación. [...] Alegría y gozo y euforia es el vino bebido a su tiempo y con tiento[...] Mientras se bebe vino no reprendas al vecino, ni te burles de él cuando está alegre; no lo afrentes con tus palabras ni lo humilles delante de los demás». Eclo 31,27-28.31; cf. Sal 104,15.

96 Si bien las perspectivas de Jesús y su madre son diversas según la elaboración teológica del redactor («¿Qué quieres de mí, mujer? Aún no ha llegado mi hora» (2,4), es decir, ¿qué me va en esto?), pues la acción solicitada es inoportuna al no ser el tiempo de la revelación definitiva de Dios que está íntimamente unida a la persona y obra de Jesús (Jn 4,21.23; 5,21.18) y sus ritmos los señala Dios, que no los hombres. En este caso, su madre, como en otro, sus hermanos, que desean que manifieste sus obras portentosas, a pesar de que no creían en él: 7,3-6: «... pues ni sus parientes creían en él» (2,6).

97 Cf. Gén 41,55; Ex 19,8; 24,3.7.

«Había allí seis tinajas de piedra para las abluciones de los judíos, con una capacidad de setenta a cien litros. Jesús les dice: —Llenad las tinajas de agua. Las llenaron hasta el borde» (Jn 2,6-7). Los sirvientes llenan de agua los seis recipientes y Jesús les manda que se la lleven al maestresala, quien la prueba ya convertida en vino. Al degustar el vino comprueba que resulta ser mucho mejor que el servido a lo largo de la fiesta. Entonces se dirige al novio para decirle: «Todo el mundo sirve primero el vino mejor, y cuando los convidados están algo bebidos, saca el peor. Tú has guardado hasta ahora el vino mejor» (2,10-11). La comparecencia de Jesús en la fiesta hace que se hagan presentes los dones escatológicos de amor, libertad y abundancia de bienes a los que tanto aspira Israel y que sus profetas se encargan de anunciar que estarán regados por el buen vino: «Mirad que llegan días -oráculo del Señor- cuando el que ara seguirá de cerca al segador y el que pisa uvas al sembrador; fluirá licor por los montes y ondearán los collados»98. Son los días que Marcos señala para disfrutar de la presencia del «novio» y donde no tiene cabida el ayuno que requieren los discípulos de Juan y los fariseos a los seguidores de Jesús (Mc 2,19), porque su presencia ya es el inicio del Reino, contemplado también como un banquete de bodas (Mt 22,2; 25,1).

La multiplicación de los panes y de los peces (Mc 6,35-44par)99. Marcos escribe que los discípulos retornan de su misión de predicar el Reino y, después de contarle a Jesús todo lo que han

98 Am 9,13; cf. Gén 49,11-12; Is 25,6; Os 14,8; Jer 31,12; etc.; el vino con relación al amor, cf. Cant 1,2.4; 7,10; 8,2.

99 Los Evangelios presentan seis relatos de la multiplicación de los panes, o panes y peces: Mc 6,35-44; 8,1-10; Mt 14,13-21; 15,32-39; dos versiones de un único relato; Lc 9,10-17; Jn 6,1-15. Mateo y Lucas tienen en cuenta el primer relato de Marcos, y la segunda narración de Mateo, la segunda de Marcos. En Juan, aunque hay referencias a las dos redacciones de Marcos, se usa una tradición parecida pero no directamente dependiente. El relato de Marcos se sitúa en una sección llamada de los «panes» que comprende desde 6,30 a 8,21 con las dos multiplicaciones. La primera multiplicación se cierra con la curación del sordomudo (7,32-37); la segunda, con la curación del ciego de Betsaida (8,22-26); todo ello para que los discípulos «vean» y «comprendan» a Jesús; y comienzan a «entreverlo» con la confesión de Pedro: «Tú eres el Mesías» (8,29).

hecho, él les invita a retirarse a un lugar apartado para descansar (cf. Mc 1,35.45), porque es tanto el trabajo realizado que no han tenido tiempo ni para comer (3,20). Suben a una barca y se alejan de la muchedumbre, como les ha pasado con anterioridad (4,36). Sin embargo la gente descubre su itinerario, y con otros que se les unen en el camino, siguen a Jesús. La situación indica que no atraviesan el lago, sino que navegan junto a su costa. A continuación, Jesús se compadece (splagkhnizesthai) de la gente que lo sigue (6,30-34). Estamos en un lugar parecido al anterior, apartado de los pueblos, donde Jesús se ha retirado. Entonces se muestra la razón de la compasión de Jesús al contemplar a la gente: «... porque eran como ovejas sin pastor. Y se puso a enseñarles muchas cosas» (6,34), todo lo contrario a los responsables de Israel, a los que fustigaron Jeremías y Ezequiel100, o los actuales fariseos y escribas, que extorsionan al pueblo a base de enseñanzas que tergiversan los mandamientos divinos (7,1-12). Ante esto, Jesús enseña, y en abundancia, con compasión y misericordia, a las ovejas abandonadas. Aunque también la compasión le puede venir de ver a la multitud extenuada y con hambre: «Me da lástima esa gente, pues llevan tres días junto a mí y no tienen qué comer» (8,2).

La actitud personal de Jesús, la situación de la muchedumbre y el ser tarde provocan un diálogo de los discípulos con su maestro: «El lugar es despoblado y la hora es avanzada; despídelos para que vayan a los campos y las aldeas del contorno a comprar qué comer» (6,35); o también puede ser que parta de Jesús la toma de conciencia de que la multitud esté sin comer (8,3). Sea de una o de otra forma, el caso es que Jesús manda a los discípulos que les provean de comida con la intención de mostrarles su impotencia y hacerles ver que no es solución que la misma gente se pueda abastecer de comida. «El les respondió: —Dadles vosotros de comer. Replicaron: —¿Tenemos que ir a comprar

100 Cf. 1 Re 22,17; Jer 23,1-2; Ez 34,1-6.

doscientos denarios de pan para darles de comer?» (6,37). El tiempo, el lugar y la falta de recursos, pues un denario es lo que gana un jornalero al día (cf. Mt 20,2), hacen imposible la compra. «Les contestó: —¿Cuántos panes tenéis? Id a ver. Lo averiguaron y le dijeron: —Cinco y dos peces» (Mc 6,38). El pan de trigo o cebada (Jn 6,9) es el alimento base de la población pobre, y el pescado es lo que se añade, lógicamente, en las riberas del lago. Todo esto crea y prepara la situación para el milagro.

«Ordenó que los hicieran recostarse en grupos sobre la hierba verde. Se sentaron en filas de cien y de cincuenta» (Mc 6,39-40). Es una imagen festiva, como la del banquete de los tiempos mesiánicos en el que el pueblo disfrutará la salvación definitiva adornada con toda clase de bienes en un ambiente de libertad. La multitud no es una masa anónima; son personas elegidas y queridas por Dios, que se reúnen espontáneamente alrededor de Jesús para aprender y para compartir la vida simbolizada en la comida y expresada en el sentido de pertenencia a un mismo pueblo. Por esto se agrupan formando corros101'. El verdor del suelo indica que es primavera y signo de esperanza y abundancia. «Tomó los cinco panes y los dos peces, alzó la vista al cielo, bendijo y partió los panes y se los fue dando a los discípulos para que los sirvieran; y repartió los peces entre todos» (6,41)102 Los gestos y palabras de Jesús evocan el rito que el padre de

101 Sin embargo la multitud forma «rectángulos», «cuadros», «banca-les» (prasiai). Parecida distribución se ofrece en la nominación de jueces que hizo Moisés: «Busca entre todo el pueblo algunos hombres hábiles, que respeten a Dios, sinceros, enemigos del soborno, y nombra entre ellos jefes de mil, de cien, de cincuenta y de veinte» (Ex 18,21); y en la Comunidad del Qumrán para entablar la guerra santa: «En el estandarte del millar escribirán [...] Y en el estandarte de la centena escribirán [...] Y en el estandarte de la cincuentena escribirán...» (1QM 4,1-5, 148), y para la organización de la Comunidad: «En tercer lugar entrará todo el pueblo en la Regla, uno detrás de otro, por millares, por centenas, cincuentenas y decenas, para que todos los hijos de Israel conozcan su propia situación en la comunidad de Dios...». 1QS 2,21-22, 51; cf. CD 13,1-2, 90.

102 Según la estructura del milagro de Eliseo. Incluso se prepara el milagro como hemos visto en Jesús ante la imposibilidad de dar de comer a tanta gente: «Uno de Baal Salisá vino a traer al profeta el pan de las primicias, veinte panes de cebada y grano reciente en la alforja. Eliseo dijo: — Dáselo a la gente, que coman. El criado replicó: —¿Qué hago yo con esto para cien personas? Eliseo insistió: —Dáselo a la gente, que coman. Porque así dice el Señor: Comerán y sobrará. Entonces el criado se los sirvió, comieron y sobró, como había dicho el Señor». 2Re 4,42-44.

familia hace mientras parte el pan en la comida. Es una oración en la que se suele incluir la acción de gracias, la bendición y la alabanza, en las que actúa la relación de Dios a los hombres y de los hombres a Dios a partir y con ocasión de las cosas y acciones que mantienen y defienden la vida humana103. El pan suele tener la amplitud de un plato y el primer trozo se lo come quien lo bendice y lo distribuye, pero en este caso, ante la cantidad de personas, no da Jesús los pedazos directamente a la gente, sino que se los entrega a los discípulos para que los repartan y se los coman. Y hay tal cantidad que «comieron todos y quedaron satisfechos. Recogieron las sobras de los panes y de los peces y llenaron doce canastos. Los que comieron eran cinco mil hombres» (6,42-44). Este dato señala la magnitud del milagro y lo que es más importante: la participación en la mesa de Jesús de toda clase de gente; todo el mundo tiene cabida, sea de la condición que fuere. Es la dimensión universal del Dios del Reino en la que a todos se les ofrece la enseñanza y el pan, es decir, la vida.

Los tres milagros tratan de la comida de los hombres y entendida como un don de Dios. Él da el alimento esencial para vivir, el pan, que resume la subsistencia de todo hombre (Gén 37,25); y también regala el vino para que dicha existencia sea gozosa y alegre (Jue 9,13); el pescado se une al pan y al agua como tantas hierbas y carnes que los acompañan, y el aceite y la sal dan su colorido y sabor mediterráneo. Esta comida, como ofrenda de Dios, fundamenta la comunión entre los humanos, porque hace posible la amistad (Gén 43,25-34), la hospitalidad (Jue 19,20-21) y el perdón (2Sam 9,7). La potencia de Dios cubre las necesidades del hombre cuando la creación y el trabajo no

103 Y tales gestos aluden a las acciones de la Última Cena que enriquecieron con el tiempo el relato de este milagro, lo que se observa con claridad en la segunda versión de Marcos: 8,1-10, en especial 8,6-7 con 14,22.

dan para comer, pero con una misma perspectiva: la comida es siempre un don, que sobreabundará en el banquete del Reino, y será como cuando Jeremías comunica a los desterrados: «Y vendrán entre aclamaciones a la altura de Sión, afluirán hacia los bienes del Señor: trigo y vino y aceite, y rebaños de vacas y ovejas; será como huerto regado, no volverán a desfallecer» (Jer 31,12).

b. Inmediatamente después de la multiplicación de los panes, Jesús, sin más razón, urge a los discípulos que viajen hacia Betsaisa, de donde proceden Pedro y Andrés (Jn 1,44) y situada al nordeste del lago de Genesaret, un poco más arriba de la desembocadura del Jordán en el lago. Según el relato de Juan (6,16), los discípulos bajan a la orilla del mar y montan en una barca para dirigirse hacia Cafarnaún. Mientras tanto, Jesús despide a la gente y sube al monte para orar (Mc 6,45-46) (en Juan huye al monte solo, porque la multitud quiere hacerle rey, 6,15). La montaña es lugar de revelación de Dios (Dt 33,2) y es aquí donde permanece Jesús, en tanto que los discípulos se adentran en el lago ya casi de noche (Mc 6,47). Con esto se introduce el episodio del caminar de Jesús sobre las aguas (Mc 6,45-52; Mt 14,34-36)104.

«Anochecía y la barca estaba en medio del lago y él solo en la costa. Viéndolos fatigados de remar, porque tenían viento contrario, hacia la cuarta vela de la noche se acerca a ellos caminan-do sobre el agua, intentando adelantarlos. Al verlo caminar sobre el lago, creyeron que era un fantasma y dieron un grito. Pues todos lo vieron y se espantaron» (Mc 6,47-50). Con la serenidad que da la estancia en la montaña, Jesús anda por el mar entre las tres y la seis de la mañana ante los trabajados y cansa-dos discípulos que reman contra el viento en la superficie del

104 El relato lo inserta Marcos después de la primera multiplicación de los panes dentro del viaje de Jesús con sus discípulos por el lago de Tiberíades. Juan (6,16-21) también acentúa la epifanía de Jesús y ofrece el texto para mostrar la revelación de Jesús, Palabra de Dios hecha carne (1,14).

mar. Recuerda lo que dice el Salmo sobre Dios: «Tu camino por el mar, un vado por aguas caudalosas...»105. Que pase de largo Jesús, también se relaciona con la epifanía veterotestamentaria de Dios: «El Señor pasó ante él y exclamó Moisés: el Señor, el Señor, el Dios compasivo y clemente, paciente, rico en bondad y lealtad...» (Éx 34,6), porque a Dios no se le puede ver de frente sin morir (Gén 32,31). De hecho cuesta a los discípulos reconocerlo y creen que es un fantasma (Mc 6,49). Por esto el relato es una manifestación de Jesús que evoca las apariciones del Resucita-do a los discípulos (cf. Lc 24,16.31.37).

Jesús aplaca el susto de los discípulos: «Pero él, al punto les habló y les dijo: —¡Ánimo!, soy yo, no temáis» (Mc 6,50). Jesús exclama: «yo soy», aunque en un sentido distinto a como dice de sí mismo el Señor cuando expresa su identidad divina106; más bien se entiende que su presencia lleva consigo la tranquilidad de los discípulos, como Mateo interpreta por boca de Pedro: «Señor, si eres tú, mándame ir por el agua hasta ti» (Mt 14,28). Jesús se revela a los discípulos, y al subir él a la barca se calman, y, con ellos, el viento, aunque quedan atónitos por lo sucedido. Es la presencia de Jesús la que consigue esto, como en las cristofanías pascuales (Mt 28,10; Lc 24,37-42): «Subió a la barca con ellos y el viento cesó. Ellos no cabían en sí de estupor» (Mc 6,51)107; o, según el relato de Juan: «Quisieron subirlo a bordo, y enseguida la barca tocó tierra, donde se dirigían» (6,21). En este relato de milagro no ayuda Jesús a enfermos o endemoniados, o

105 Sal 77,20; cf. Dt 2,8; Job 9,8.

106 Cf. Éx 33,18-23; 1Re 19,11; con sentido absoluto: Dt 32,39; Is 43,10; 45,18; con una determinación a Moisés: Éx 3,14. El «yo soy» de Juan (6,20) expresa el deseo de Jesús de ser reconocido por los discípulos, pero, ade-más, su comprensión se desarrolla en 8,24: «... si no creéis que Yo Soy, moriréis por vuestros pecados». Con esas mismas palabras vence a las potencias del mal cuando Judas le descubre para que lo apresen, Jn 18,4-9; cf. Mc 13,6; 14,62.

107 Mateo termina con una revelación pública y la consiguiente profesión de fe de todos los discípulos, que adelanta a la de Pedro en Cesarea de Filipo (16,16): «Los de la barca se postraron ante él diciendo: Ciertamente eres Hijo de Dios». Mt 14,33.

remedia necesidades de las personas, sino simplemente se manifiesta a los discípulos que, como los fariseos, tienen la mente embotada para comprender quién es y lo que está sucediendo con su actuación, como presencia salvadora y amorosa de Dios (Mc 8,17; cf. 3,5).

En la tempestad calmada (Mc 4,35-41par)108, los discípulos no reman contra el viento, como en el texto anterior, sino que existe un verdadero peligro de que la barca zozobre y se hunda, y con ella, sus ocupantes. Aquí Jesús no se manifiesta a los discípulos, sino que los salva, y según un esquema que se relaciona con la historia de Jonás109

Jesús ordena a los discípulos atravesar el lago, de la parte occidental a la oriental, pues el suceso siguiente tiene lugar en territorio pagano de la Decápolis, en el país de los gerasenos.

108 El texto lo coloca Marcos al inicio de una serie de milagros en los que muestra el poder de Jesús sobre el mal (4,35-5,43). Primero sobre el viento y el agua; después sobre los demonios (endemoniado de Gerasa) y, por último, sobre la enfermedad (hemorroisa) y la muerte (resurrección de la hija de Jairo). Antes ya había planteado el Evangelista que Jesús es un profeta poderoso en palabras y obras (1,27). Y poderoso en palabras con las parábolas del sembrador (4,1-9), de la semilla (4,26-29) y del grano de mostaza (4,30-32). Tres parábolas y tres milagros llevados a cabo teniendo como marco el Lago de Galilea.

109 Sin embargo, Jonás rehúsa ir a un territorio pagano, mientras que Jesús va por propia voluntad. «El Señor dirigió la palabra a Jonás, hijo de Amitay, diciéndole: —Levántate y vete a Nínive, la gran metrópoli, y pro-clama en ella que su maldad ha llegado hasta mí. [..] Bajó a Jafa y encontró un barco que zarpaba para Tarsis; pagó el precio y se embarcó para nave-gar con ellos a Tarsis, lejos del Señor. Pero el Señor desencadenó un viento impetuoso sobre el mar, se alzó una furiosa tormenta en el mar y la nave estaba a punto de naufragar. Temieron los marineros [...j mientras Jonás dormía profundamente [..] Los hombres remaban para alcanzar tierra firme, y no podían porque el mar seguía embraveciéndose. Entonces invocaron al Señor: —¡Ah, Señor, que no perezcamos por culpa de este hombre, no nos hagas responsable de una sangre inocente! Tú, Señor, puedes hacer lo que quieres. Alzaron en vilo a Jonás y lo arrojaron al mar y el mar calmó su furia. Y aquellos hombres temieron mucho al Señor. Ofrecieron un sacrificio al Señor y le hicieron votos». Jon 1,1-16.

Es de noche y unas barcas los acompañan; Jesús ya no puede separarse de la gente que le sigue por todas partes, aunque se hayan despedido de todos (Mc 4,35-36). «Se levantó un viento huracanado, las olas rompían contra la barca, que estaba a punto de anegarse. Él dormía en popa sobre un cojín» (4,37-38). Se supone que ha pasado un tiempo desde la salida y que la barca está en medio del lago cuando se forma la tempestad, ya que si ésta la hubieran avistado no se habrían embarcado. El peligro se agrava cuando la barca se anega de agua. A la tensa situación de los discípulos se contrapone la serenidad y seguridad de Jesús, que duerme ajeno a las circunstancias, como Jonás (1,5), y, algunas veces, el Señor cuando no auxilia a su pueblo en situaciones de peligro (Sal 121,4; Is 51,9-10). Los discípulos reaccionan de mala manera ante la indiferencia de Jesús: «Maestro, ¿no te importa que naufraguemos?» (Mc 5,38). Marcos prepara muy bien la situación para que se dé el acto milagroso, ya que es impensable que Jesús duerma en tales circunstancias. El «maestro», como le invocan, en vez de rezar al Señor como sucede en el episodio de Jonás, afronta personal-mente la situación: «Se levantó, increpó al viento y ordenó al mar: —¡Calla, enmudece! El viento cesó y sobrevino una calma perfecta» (4,39). Jesús manda al viento con palabras parecidas a las que emplea para conminar al demonio que posee a un habitante de Cafarnaún: «Cállate y sal de él» (1,25). Y es que el mar embravecido por la potencia del viento recuerda las fuerzas del caos y del mal, pero ante las cuales muchas veces se interpone el Señor110, y en este caso Jesús con el poder divino, como profeta que es de Él. Gritar «cállate» no es una expresión para que enmudezca el mar y se pare el viento, es un increpación (epitimao) y un anatema al maligno, que remueve a la creación contra las criaturas de Dios, pues Jesús increpa a alguien, a un ser «vivo», que no a la naturaleza inerte. Y la calma que sobreviene es la misma que cuando Jesús camina por el lago y sube a la barca (Mc 6,51).

110 Cf. Sal 18,16; 29,3; 65,8; 89,10; 104,7; 107,23-30.

De inmediato viene una reacción de Jesús sobre los cobardes discípulos: «Y les dijo: ¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?» (Mc 4,40). Fe con relación a su poder, si bien la solicitud que hacen sus discípulos al despertarle es precisamente motivada por la confianza que tienen en él para que les saque de tan desesperada situación, realidad que manifiestan al final del párrafo: «Llenos de miedo, se decían: —¿Quién es éste, que le obedecen hasta el viento y el lago?» (4,41). Quizás la falta de fe mira más a la adhesión y comunión que deben mantener con Jesús, tanto en sus éxitos como en sus riesgos, como el que han pasado (cf. Mc 8,32-33).

Estas dos acciones de Jesús se disponen en el mar de Galilea y se relacionan con los discípulos. En esta última se enseña que los discípulos deben mantener su confianza en Jesús en los peligros que de una forma continua les acechan, aunque en apariencia esté ausente su «Señor». Su impotencia ante tanta adversidad les previene que han de hundir sus raíces en Dios, donde la oración es el agua que las nutre, porque hace posible recibir la savia divina. La oración se realiza según se describe en la petición que hacen a Jesús en la barca: ir hacia Jesús para despertar-le; pedir que los salve y mostrar su debilidad humana ante la adversidad. Estos movimientos abocan en un reconocimiento de la identidad de Jesús, pues aún no ven, aunque realice actos que están reservados a Dios. Por eso necesitan los discípulos la manifestación de Jesús de una forma constante en medio de sus vidas y dentro de su historia comunitaria. La perspectiva de estos dos milagros, que está más allá de la historia de Jesús, indica que los discípulos sólo se pueden unir a él por la fe en el Resucitado.


9.4. Conclusión

Dios se aproxima al hombre con su Reino por medio de los acontecimientos narrados, aunque tales sucesos hayan sido y aún hoy estén continuamente interpretándose por la fe en la Resurrección de Jesús. No se pueden describir como puro relato histórico, sino como sucesos teológicos: con ellos Dios establece una relación en favor de la vida y libertad humanas. Por eso no se puede prescindir del mensaje subyacente que está sosteniendo las obras del taumaturgo Jesús. Está fuera de lugar que se intenten sustituir por una rigurosa investigación científica que demuestre que son productos de la autosugestión, hipnosis, etc., porque, entre las razones aducidas, las fuentes no lo permiten. Descubrir cualquier fraude está fuera de lugar en los actuales Evangelios. Los milagros se insertan en la proclamación de la Buena Nueva de Jesús.

La clave, por consiguiente, es la expuesta: tanto para Jesús, como para los discípulos, los beneficiados y la gente compren-den los milagros como acciones provenientes de Dios mediante las cuales se hace presente su relación benevolente hacia sus criaturas y, por tanto, como contenido de su Reino. Ellos formulan la fidelidad permanente de Dios a su creación, fidelidad que está presente en la historia cuidando de que el mal no dañe o estropee su obra maestra. Él crea continuamente, y provee todos los días a la creación de lo necesario para que exista con los elementos amorosos que la hicieron surgir. De ahí que los milagros, como los hechos cotidianos que mantienen y alegran la vida de los hombres, se encuadren en la relación viva y amorosa que Dios tiene con su criatura.

Jesús realiza milagros en este sentido. Él los inserta en la unión de Dios con la historia y en su voluntad de defensa y salvación para que su obra perviva y alcance desde el principio la finalidad que le dio. Los milagros no son exhibiciones de nadie con poder sobrehumano. Jesús lucha en los exorcismos en nombre de Dios contra el diablo, de forma que el combate no se entabla entre el poseído y Jesús, sino entre el Reino de Dios que pro-clama y el reino de Satanás. En las curaciones no hay disputa, sino un diálogo entre Jesús y el enfermo, donde la fe en él ocupa un lugar importante en la relación establecida. Es la fe en su capacidad y potencia para curar, que proviene del enfermo, de los familiares, o de los amigos y vecinos. Se parece a la confianza que algunas veces se envuelve en una súplica para recobrar la salud y a la fe como acción de gracias de los que aclaman el milagro realizado. Se da otra fe, que es la que Jesús realmente espera; es la que implica la renuncia a sí mismo y la renuncia a apoyarse en las propias convicciones, incluso creyentes, y que lleva a la conversión, a la inserción en el Reino y a la aclamación de Jesús según se comprende desde Dios: el profeta escatológico que anuncia la cercanía del Reino. Es la fe que abre la persona a Dios y en Él y con Él sabe leer el sentido último de los milagros.

Los milagros de Jesús pasaron por la predicación, las tradiciones preevangélicas y la redacción de los evangelistas, que los agrupan y les dan una perspectiva propia.

Marcos une los milagros al anuncio del Reino y a la persona de Jesús. Éste posee un poder (dynamis) capaz de insertar la vida divina en la historia y de transformar las condiciones que denigran la dignidad humana. Pero Jesús obra los milagros en su débil condición de criatura amorosa de Dios, que puede ser rechazado por la libertad del hombre y verse impotente ante las adversidades que le ocasionan los que no le admiten. Aunque se puede entrever la epifanía de Dios en su vida y obra manifestando la gloria que corresponde al Hijo de Dios.

Mateo acentúa las profesiones de fe en Jesús como Mesías e Hijo de Dios, de manera que su palabra tiene una eficacia salva-dora e introduce al hombre en la nueva creación que supone el Reino. Centrados los milagros en Jesús, subrayan su poder, y su poder ejercido en la condición de Siervo del Señor que puede compadecer y consufrir las dolencias humanas, evitando toda alusión a la magia de entonces. A la acción de Jesús se corresponde la fe del beneficiado que en la mayoría de los casos es la fe teologal que confiesa a Jesús como el Salvador y el Mesías, experiencia central en la Iglesia primitiva.

Lucas sitúa los milagros dentro de la misión de Jesús, que trae la liberación del mal a todas las gentes. Los milagros se insertan a lo largo de todo su Evangelio, desde su recorrido por las ciudades y pueblos de Galilea hasta su viaje y estancia en Jerusalén. Estas acciones avalan las enseñanzas de Jesús, que remiten a un Dios pleno de misericordia y bondad para con sus criaturas. Como en Mateo, el enfermo necesita la fe para abrirse al poder de Jesús, fe que le posibilita el sentido que tiene su acción como obra de Dios, que impacta sobre los hombres como hechos singulares o fuera de lo común (paradoxa). En fin, los milagros se inscriben en la historia de la salvación subrayando un horizonte de sentido que abarca el Antiguo Testamento, el Nuevo Testamento y la Iglesia de la Pascua.

Juan acentúa en los milagros la gloria de Jesús, la vida eterna que se hace presente por medio de sus signos (semeia) y obras (erga). Los signos despliegan al Verbo encarnado en su caminar por la historia. Ante situaciones angustiosas, Jesús toma la iniciativa para proceder con pleno poder y con ello manifestar su gloria. La fe se orienta hacia el reconocimiento de esta gloria. Las obras revelan las obras del Padre que actúa por medio de Jesús. Son obras que pertenecen a los dos y expresan su amor mutuo y su amor a los hombres.

Los milagros son las obras de Dios en la medida en que continúa presente en la creación por una relación de bondad con sus criaturas. Jesús acerca el Reino a los hombres con los milagros, al restituir la libertad y la vida a las personas. Y lo hace con entrañas de misericordia. Con esto refleja la voluntad divina en la conciencia de su misión y de su filiación, de forma que son milagros de Jesús sin dejar de ser de Dios: la gente aclama a Dios por las maravillas que hace Jesús (Lc 9,43) y entra en un diálogo más intenso con Él por la mayor humanización que implica el hecho milagroso. En fin, los milagros prefiguran el mundo nuevo que se dará en los tiempos escatológicos cuando el pecado no afecte más a la creación en todas las sus dimensiones: a la vida de los hombres, de los animales, de las plantas, ... porque salvar al hombre es liberar del mal al cosmos y conducirlos a ambos hacia su plenitud.