Un participante en la Misión Universitaria habla para «Alfa y Omega»
«Yo tengo una razón para vivir»

Tengo 26 años y pertenezco a la Fraternidad Misionera Verbum Dei. Soy licenciado en Medicina por la Universidad Complutense y estoy preparando las oposiciones del M.I.R. Cuando ingresé en la Facultad de Medicina, tenía mucha ilusión en que la carrera fuera útil para los demás. Con los años fui perdiendo esta ilusión. Nos preocupábamos más de luchar por las mejores notas que de ser respuesta a realidades mucho más importantes: el hambre, la violencia, la droga... Yo buscaba la respuesta en la Medicina, pero ni en el ambiente, ni en la propia Medicina, las encontraba.

Vivía con un deseo profundo de felicidad, creyendo que podía existir una alegría auténtica y duradera, que no acabara un sábado a las 5 de la madrugada. Una alegría de vivir que no me la robara un lunes a las 8:30 de la mañana al entrar en la Facultad. ¿Es posible ser feliz sin que te lo robe cualquier situación de la vida? Ésta era la pregunta que me rondaba la cabeza. Como también si el amor podía ser una experiencia estable y no un sentimentalismo superfrágil... hoy te quiero porque lo siento; mañana no te quiero porque el sentimiento pasó.

Un día en el Metro vi este anuncio de la llamada lanzadera del Parque de atracciones: Nunca pensaste llegar tan alto. Nunca creíste bajar tan rápido. Sinceramente, así vivía yo mi vida. Llegó un momento en que tiré la toalla. Está claro que lo que echaba en falta era el amor. ¿Pero qué calidad de amor? La respuesta es Cristo. Y ésta era la calidad de amor que faltaba en mi vida: Cristo.

Cristo ha sido en mi vida la respuesta a todos esos deseos de felicidad, estabilidad, alegría. Cristo ha abierto un nuevo sentido a mi vida, a mi forma de vivir la carrera, la familia, etc...

¿Cómo encontré en Cristo? Fue a través de una persona a la que un día conocí en la Facultad. Alguien como tú y como yo. Una persona que se había encontrado con Cristo. En ese momento yo había desistido de buscar respuesta en el cristianismo, porque después de algunos años de probarlo, no me convencía. Iba a misa, rezaba (sobre todo en época de exámenes), ayudaba a la gente, etc... pero a mí esta experiencia se me quedaba muy pequeña, porque yo no me encontraba con este Cristo con el que se puede convivir, compartir la propia vida y afrontar todas las situaciones. Esta forma de vivir el cristianismo fue la que yo vi en esta persona. Al principio, vi su alegría un lunes por la mañana y un jueves por la tarde, su delicadeza y respeto, siempre pendiente de los demás. Pero poco a poco iba descubriendo en esta persona una forma diferente de afrontar los problemas, de vivir el día a día. Esta persona me hizo descubrir cuál era la clave que había encontrado en su vida. Y esa clave era una persona, no una moral, ni un cumplimiento. Una persona: Cristo, que respondía a todos sus deseos y aspiraciones.

Empecé a compartir la fe con otros, a escuchar la Palabra de Dios. Al ver lo que esto enriquecía mi vida, descubrí la urgencia de comunicarlo a los demás. Y a través de mi vida otras personas, entre ellas, compañeros de mi Facultad, fueron conociendo a Dios y creciendo en la fe. Esto le dio a mi vida una alegría que nunca hubiese soñado tener.

Todos somos conscientes de que no son dos, ni tres, las personas que están sin una razón firme para vivir, que están como yo estaba antes. Son muchos los jóvenes que no tienen nada claro el porqué están haciendo su carrera, con miedo frente al futuro incierto que les espera. Jóvenes a nuestro lado que vuelven vacíos a sus casas después de un viernes de minis, que han perdido la esperanza de encontrar un sentido para vivir, un Amor capaz de llenarles el corazón.

Frente a esta situación me quema por dentro la misma urgencia que a Cristo: He venido a prender fuego a la Humanidad y ¡cuánto desearía que ya estuviera ardiendo! La misma urgencia, porque a mí la experiencia del encuentro con Cristo me ha cambiado la vida, y no dudo un instante en proponer mi propia vida a cualquier persona. Por esto anuncio a Cristo, porque creo que toda persona tiene derecho a vivir una vida de verdad, plenamente feliz.

Me siento muy afortunado, porque es para mí una suerte poder dar gratis el tesoro que gratis recibí. Poderme unir a las palabras de Cristo: He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia. Es para mí un regalo, un deber y siempre la mayor alegría, poder anunciar a Cristo y poder así devolverle un poquito del amor que él me ha dado.

Miguel Ángel Palencia