María
es nuestra Madre,
la
causa de nuestra a1egría
Por
ser Madre,
yo
jamás he tenido dificultad alguna
en
hablar con María
y
en sentirme muy cercana a Ella.
*
Suelo recomendar el rezo de la siguiente oración:
María,
Madre de Jesús
y
de cuantos participan de su ministerio sacerdotal,
acudimos
a Ti como hijos que acuden a su Madre
Ya no somos niños,
sino
adultos que de todo corazón desean ser hijos de Dios.
Nuestra condición humana es débil;
por
eso venimos a suplicar tu ayuda maternal
para
conseguir sobreponernos a nuestras debilidades.
Ruega por nosotros,
para
que, a nuestra vez, podamos ser
personas
de oración.
Invocamos tu protección para poder permanecer
libres
de todo pecado.
Invocamos tu amor para que el amor pueda reinar,
y
nosotros podamos ser compasivos
y
capaces de perdonar.
Invocamos tu bendición
para
que podamos ser como la imagen e tu Hijo,
Señor
y Salvador nuestro, Jesucristo
Amén.
*
A raíz de su visita a Calcuta, el Santo Padre Juan Pablo II decidió establecer
en el Vaticano un hogar para quienes carecen de él, para los enfermos y
moribundos de Roma.
Ese hogar se denomina «Regalo de María».
*
Si leemos con atención el Santo Evangelio, nos percatamos de que María, Madre
de Dios, no hizo largos discursos.
Para dar gloria y gracias a Dios, recitó el siguiente himno:
Mi
alma engrandece al Señor,
y
mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador,
porque
ha puesto los ojos en la humildad de su esclava.
Mirad: desde ahora me llamarán feliz todas las generaciones,
porque
el Poderoso ha hecho por mí cosas maravillosas.
Santo es su nombre
y
su misericordia llega de generación en generación
a
los que lo temen.
Mostró la fuerza de su brazo,
dispersó
a los de pensamiento orgulloso en el
corazón,
derribó
de sus tronos a los poderosos
y
elevó a los humildes;
a
los hambrientos los llenó de bienes
y
a los ricos los despidió sin nada.
Socorrió
a su siervo Israel,
acordándose
de su misericordia, según dijo a nuestros padres,
a
Abraham y a su semilla por la eternidad. (Lc, 1, 46‑55).
*
Cuando la congregación de las Misioneras de la Caridad acababa de ser fundada,
tuvimos necesidad urgente de un edificio para la casa matriz.
Para conseguirlo, yo prometí rezar a la Virgen 85 000 veces el Acordaos.
Es
decir, la siguiente oración:
Acordaos,
oh piadosísima Virgen María,
que
jamás se ha oído decir
que
ninguno de cuantos han invocado vuestra
protección,
implorado
vuestro auxilio
o
suplicado vuestra intercesión,
haya
sido desamparado.
Animado
por esta misma confianza, recurro a Vos,
oh
Virgen de las Vírgenes y Madre mía amantísima.
A
Vos acudo, ante Vos me postro,
triste
y pecador.
Oh,
Madre del Verbo Encarnado,
no
despreciéis mis peticiones,
sino
que, por vuestra bondad,
dignaos
escucharme y socorrerme.
Amén.
Por entonces éramos todavía
muy pocas Hermanas.
¿Cómo podríamos hacer frente a nuestra deuda de oraciones?
Se me ocurrió una solución: reunir a todos los niños y a los enfermos
que teníamos a nuestro cuidado en Nirmal Hriday y en Shishu Bhavan
Les enseñé la oración y todos hicimos promesa de decirla.
El edificio no tardó en ser nuestro.
*
Con motivo de la celebración del Año santo de 1.984, el Santo Padre estaba
celebrando la santa Misa en la plaza de San Pedro, ante una muchedumbre inmensa.
Asistía también a la Misa un grupo de Misioneras de la Caridad.
De repente empezó a llover.
Dije a las Hermanas:
—Recemos en seguida nueve Acordaos a Nuestra Señora para que
deje de llover.
Estábamos todavía en el segundo Acordaos cuando la lluvia arreció
todavía más.
Cuando fuimos llegando al tercero, al cuarto, quinto, sexto, séptimo y
octavo, los paraguas empezaron a cerrarse.
A punto de terminar el noveno, los únicos paraguas abiertos eran los
nuestros: nos habíamos preocupado tanto de rezar que dejamos de prestar atención
al tiempo.
Y ya había dejado de llover.
*
Deberíamos aprender de María a prestar atención a las necesidades tanto
materiales como espirituales de nuestros pobres.
*
Nuestra Señora nos ofrece las mejores lecciones de humildad.
Aunque
estaba llena de gracia, se proclamó esclava del Señor.
Aun siendo Madre de Dios, fue a visitar a su prima Isabel para hacer las
tareas del hogar.
Aunque concebida sin mancha, se encuentra con Jesús humillado con la
cruz a cuestas camino del Calvario y permanece al pie de la cruz como una
pecadora necesitada de redención.
*
No nos quedemos parados aguardando a que los pobres vengan a nosotros.
Salgamos, vayamos en su busca, como hizo María una vez que se sintió
llena de Jesús.
Pero, de camino, vayamos rezando.
*
Sorprende la humildad con que se inició el misterio de la Redención.
Porque Dios no envió al arcángel Gabriel a un palacio de gente ilustre
y rica, sino a la joven doncella María, que vivía en una humilde casita de
Nazaret .
Por otra parte, María no hizo más que una pregunta: «¿Cómo puede ser
esto?»
El ángel le dio una sencilla explicación y ella, la Llena de gracia, no
pretendió saber más.
*
Todos tenemos presente la escena del banquete nupcial descrito en el Evangelio (Jn.
2,3).
Había mucha gente, pero sólo María se percato de que el vino empezaba
a escasear.
Tuvo compasión de aquella joven pareja y quiso evitarle la humillación
de no tener vino suficiente para los invitados.
¿Qué hizo?
Sin llamar la atención, con serenidad, dejó la sala (porque en las
fiestas judías mujeres y hombres estaban separados entre sí) y, acercándose a
Jesús, le dijo con total sencillez:
—No tienen vino.
Ahí se nota la caridad de María.
Advierte las necesidades de los demás y se las comunica a Jesús con
toda delicadeza.
*
Debemos hacer todo lo posible para que nuestra lengua no se manche, porque Jesús
tiene que posarse sobre ella, como vivió encerrado en el seno de María.
*
Dios no habló a María directamente, sino por medio de un ángel.
Y María, haciendo lo que el ángel le había dicho, obedeció a Dios.
*
A María, nuestra Madre, le demostraremos nuestro amor trabajando por su Hijo
Jesús, con Él y para Él.
*
Deberíamos hacer con los pobres lo que hizo María con su prima Isabel:
ponernos a su servicio.
*
Tras dar el sí, María ya no tuvo la menor duda.
No lo volvió a comentar con nadie.
Ni siquiera con san José.
*
Oigamos a María para que nos enseñe, como hizo con su Hijo Jesús, a ser
mansos y humildes de corazón, de esta manera poder dar gloria a nuestro Padre
que está en los cielos.
*
La última vez que estuve en Holanda, vino a visitarme un protestante acompañado
por su mujer y me soltó:
—Tengo la impresión de que los católicos os pasáis con María.
Yo le contesté que sin María no hay Jesús.
Él no replicó.
Unos días después me envió una hermosa postal con esta expresión: «Sin
María no hay Jesús.»