CONDENAS Y BENDICIONES

16. Pero ya es tiempo de hacer una breve síntesis, para recordarlo con mayor facilidad, de todo lo que hemos dicho en tormo a las herejías y a la fe católica. Cuando se repiten las cosas, se comprenden mejor y se graban más profundamente en la memoria.

Condena, pues, de Fotino, que rechaza la plenitud de la Trinidad y enseña que Cristo fue pura y simplemente un hombre.

Condena de Apolinar, el cual sostiene que la divinidad de Cristo se transformó y se corrompió, negando así la propiedad de una humanidad perfecta.

Condena de Nestorio, el cual afirma que Dios no ha nacido de una Virgen, admite dos Cristos y, rechazando la fe en la Trinidad, nos propone una cuaternidad.

Bendita, en cambio, la Iglesia Católica, que adora a un solo Dios en la plenitud de la Trinidad y la igualdad de las Tres Personas Divinas en una única Divinidad, de manera que ni la unidad de sustancia diluye la propiedad de las Personas, ni su distinción rompe la unidad de la Divinidad.

Bendita la Iglesia, la cual cree que en Cristo hay dos sustancias reales y perfectas, pero que es única la persona de Cristo; la distinción entre las dos naturalezas no escinde la unicidad de persona, ni la unicidad de persona confunde las dos naturalezas diferentes.

Bendita la Iglesia, que para proclamar que Cristo es y ha sido siempre uno profesa que el hombre se unió a Dios en el seno mismo de la Madre, y no después del parto.

Bendita sea esta Iglesia, la cual comprende que Dios se ha hecho hombre, no por una modificación de su naturaleza, sino en virtud de la persona, no de una persona ficticia o provisional, sino real y permanente.

Bendita la Iglesia, la cual enseña que esta unicidad de persona es hasta tal punto profunda, que atribuye al hombre, por un misterio admirable e inefable, lo que es de Dios y a Dios lo que es del hombre. En virtud de esta unicidad, la Iglesia no teme afirmar que el hombre, en cuanto Dios, descendió del cielo, y creer que Dios, en cuanto hombre, nació en la tierra, padeció y fue crucificado. Consecuencia de esta unicidad, la Iglesia confiesa que el hombre es Hijo de Dios y que Dios es Hijo de una Virgen.

Bendita, pues, y veneranda, bendita y sacrosanta es esta profesión de fe, totalmente comparable a la alabanza angélica que da gloria al único Señor Dios con una trina exaltación de su divinidad[1]. La Iglesia predica la unicidad de Cristo principalmente por esto: para respetar el misterio de la Trinidad.

Todo lo que he dicho en esta digresión, si a Dios place, lo trataré de manera más amplia y completa en otra ocasión. Ahora volvamos a nuestro tema.

LA CAÍDA DE ORÍGENES

17. Decíamos que en la Iglesia de Dios el error de un maestro es una tentación para los fieles; tentación tanto mayor cuanto más docto es el que yerra.

He probado esto ya con la autoridad de la Escritura, después con ejemplos de la historia eclesiástica, recordando aquellos hombres que fueron tenidos durante cierto tiempo por plenamente ortodoxos y que acabaron en una secta acatólica o incluso fundaron una herejía. Este es un aspecto muy importante, que por lo mismo es necesario conocer y tener siempre presente, incluso ilustrado con gran número de ejemplos para hacer que penetre bien en la mente, con el fin de que los verdaderos católicos sepan que deben recibir a los Doctores con la Iglesia, y no abandonar la Iglesia por los Doctores[2].

Yo podría aducir numerosos ejemplos de tal clase de tentación, pero pienso que ninguno es comparable al caso de Orígenes[3].

Poseía cualidades tan excepcionales y maravillosas que cualquiera habría prestado fe, desde el primer momento, a todas sus afirmaciones. Pues si la vida edifica la autoridad de una persona, él fue un hombre de gran laboriosidad, castidad, paciencia y constancia no comunes. Y si consideramos su cuna y su ciencia, ¿quién más noble que él? Nació de una familia ilustrada por el martirio, y después de haber sido privado de padre y de hacienda, por la causa de Cristo, salió adelante en medio de las estrechuras de una santa pobreza, sufriendo con frecuencia, según nos han contado siempre, por confesar el nombre del Señor.

Poseía otras muchas dotes, que después se mudaron en motivos de tentación. Su inteligencia era tan vasta, penetrante, aguda, noble, que no tenía rival. Además, tenía tal conocimiento de la doctrina cristiana y una erudición tan grande que pocas cosas de la filosofía divina se le escapaban, y casi ninguna de la humana había que él no hubiera adquirido profundamente.

Su ciencia no se limitó a las obras griegas, sino que también se extendió a las hebraicas.

¿Debo recordar su elocuencia? Era tan agradable, pura, suave, que se habría podido decir que era miel, no palabras, lo que destilaban sus labios. No había cuestión difícil de exponer que él no hiciese límpida con la fuerza de su razonamiento, ni cosas que parecían arduas que él no hiciese facilísimas.

-¿Pero no habrá, quizá, construido sus obras y fundamentado sus asertos solamente sobre argumentos racionales?

-Al contrario, no ha habido nunca maestro que haya utilizado más que él la Sagrada Escritura.

-Puede que haya escrito poco.

¡En absoluto! Ningún mortal ha escrito más que él, tanto que no es posible, pienso yo, no sólo leer todas sus obras, pero ni siquiera encontrarlas todas. Y para que no le faltase ningún medio para formarse y perfeccionarse en la ciencia, tuvo el don de la plenitud de los años.

-Quizá haya tenido poca suerte con sus discípulos.

-¿Hubo alguien más afortunado que él? Innumerables son los doctores, los obispos, los confesores, los mártires salidos de su escuela. Es verdaderamente imposible medir la admiración, la gloria, el favor de que gozó por parte de todos. ¿Quién, por poco religioso que fuese, no acudía a él desde los más remotos rincones de la tierra? Sabemos por la historia que era reverenciado no sólo por las personas privadas, sino incluso por el mismo emperador. Se cuenta que la madre del emperador Alejandro[4] lo hizo llamar a su lado a causa de la sabiduría divina que sobreabundaba en él, y que ella deseaba ardientemente conocer. Otro testimonio lo encontramos en las cartas que escribió, con autoridad de maestro, al emperador Felipe[5], primer príncipe de Roma; que se hizo  cristiano.

Y si no se quiere dar crédito a nuestro testimonio cristiano en torno a su increíble ciencia, escuchemos al menos lo que de ella dicen los filósofos paganos.

El impío Porfirio narra que, siendo él todavía un chiquillo, fue hasta Alejandría atraído por la fama de Orígenes, y allí lo vio, ya muy avanzado en edad, pero con tal clase y con tanta grandeza, que parecía que él había construido la ciudadela de toda la sabiduría.

Pero se nos echaría la noche encima antes de que yo pudiese exponer, ni siquiera sucintamente, una mínima parte de las dotes insignes que se encontraban juntas en ese hombre.

Sin embargo, todas estas cualidades no sirvieron solamente para la gloria de la religión, sino también para hacer la tentación más peligrosa. Nadie se habría encontrado dispuesto a abandonar a un hombre de tan gran ingenio, de doctrina y dotes tan eximias; cualquiera habría repetido la sentencia: «Es preferible estar equivocado con Orígenes que tener razón con los demás»: ¿Se podría añadir algo más?

La tentación que esta gran personalidad, este doctor y profeta insigne provocó no fue de poca monta, sino que fue de tal envergadura, como demuestra el resultado final, que desvió a muchísimos de la integridad de la fe.

Por haber abusado con temeridad de la gracia de Dios, por haber hecho demasiadas concesiones a su inteligencia y puesto una confianza desmesurada en sí mismo, por haber considerado en poco la antigua sencillez de la religión cristiana, presumiendo en cambio de saber más que los otros; por haber despreciado las tradiciones de la Iglesia y el magisterio de los antiguos, interpretando de manera totalmente novedosa algunos pasajes de la Sagrada Escritura; por todo eso, Orígenes -aun siendo tan eminente y extraordinario como era- mereció que también a propósito de él se le dijese a la Iglesia de Dios: «Si en medio de ti se levanta un profeta..., no escuches las palabras de ese profeta..., porque te está probando Yavé, tu Dios, para ver si le amas o no».

Y, por cierto, no fue ésta una prueba indiferente para la Iglesia que, confiando en él y arrebatada por la admiración de su ingenio, de su ciencia, de su elocuencia, de su modo de vivir, de su autoridad, sin sospechar nada ni temer nada, se veía arrancada de ]a antigua fe y deslizarse hacia novedades profanas.

Alguno dirá: las obras de Orígenes fueron interpoladas y amañadas. Lo concedo, e incluso desearía que lo hubiesen sido todavía más. Hay muchos que hablan y escriben acerca de estas interpolaciones, y no sólo católicos, sino también herejes. Lo que yo quiero subrayar es el hecho de que, aunque los libros no hayan sido escritos por Orígenes, sino empleando su nombre, fueron igualmente ocasión de gran tentación. Hormiguean de afirmaciones impías, pero son leídos y apreciados como si fuesen de Orígenes y no de otros. Así, aunque no fuera su intención emitir errores, sin embargo, éstos fueron difundidos bajo la autoridad de su nombre.

EL ESCÁNDALO DE TERTULIANO

18. Lo mismo ocurrió con Tertuliano[6], el cual fue el más grande entre nuestros latinos, como Orígenes lo fue entre los griegos.

¿Quién fue más docto que él, quién más experto tanto en las cosas divinas como en las humanas?

Con la maravillosa capacidad de su mente se paseaba por el conocimiento de toda la filosofía, de las escuelas filosóficas, de sus fundadores y seguidores, de todas sus disciplinas, de la historia y de las más variadas ramas del saber. Dotado de un in. genio fuerte y profundo, no había dificultad que se propusiera resolver y que no superase y conquistase con su inteligencia aguda y poderosa.

¿Quién sería capaz de alabar como se debe la estructura y el estilo de sus composiciones? Todo está en ellas concadenado con tal necesidad lógica, que obliga a asentir con él a aquellos a quienes no consigue convencer. Se puede decir que en él cada palabra es una sentencia, cada afirmación una victoria.

Saben muy bien esto los discípulos de Marción[7], de Apeles., de Praxeas[8], de Hermógenes[9], los judíos, los paganos, los gnósticos[10] y todos los demás, cuyas blasfemias fulminó, demolió y destruyó con sus muchos y poderosos libros.

Sin embargo, también él, ese Tertuliano que había llevado a cabo todas estas cosas por haber sido poco tenaz en apegarse al dogma católico, o sea, a la fe antigua y universal, y más elocuente que profundo, al final cambió sus ideas -como dice de él el bienaventurado confesor Hilario[11]- «.. .con ese error final privó de toda autoridad a sus alabados escritos».

Así, pues, también él fue para la Iglesia ocasión de gran tentación. No quiero añadir más, sino sólo recordar que por haber afirmado, sin tener en cuenta el precepto de Moisés, que las nuevas furias de Montano[12] surgidas en la Iglesia y las locas fantasmagorías de mujeres[13] delirantes de nuevos dogmas eran verdaderas profecías, mereció que de él y de sus escritos se dijera: «Si en medio de ti se levanta un profeta..., no escuches las palabras de ese profeta». ¿Por qué? «Porque te está probando Yahvé, tu Dios, para ver si le amas o no».

FUNCIÓN PROVIDENCIAL DE ESTOS EJEMPLOS

19. El número y la importancia de estos ejemplos eclesiásticos, y de muchos otros del mismo género, no puede dejar de hacernos prudentes, y nos muestran a una luz más clara que la del sol que, según lo que nos dice el Deuteronomio, si un doctor se desvía de la fe, es la Providencia de Dios la que lo permite, para ver si amamos a Dios con todo el corazón y con toda nuestra alma.

EL CATÓLICO VERDADERO y EL HEREJE

20. De todo lo que hemos dicho, aparece evidente que el verdadero y auténtico católico es el que ama la verdad de Dios y a la Iglesia, cuerpo de Cristo; aquel que no antepone nada a la religión divina y a la fe católica: ni la autoridad de un hombre, ni el amor, ni el genio, ni la elocuencia, ni la filosofía; sino que despreciando todas estas cosas y permaneciendo sólidamente firme en la fe, está dispuesto a admitir y a creer solamente lo que la Iglesia siempre y universalmente ha creído.

Sabe que toda doctrina nueva y nunca antes oída, insinuada por una sola persona, fuera o contra la doctrina común de los fieles, no tiene nada que ver con la religión, sino que más bien constituye una tentación, adoctrinado en esto especialmente por las palabras del Apóstol Pablo: Es necesario que incluso haya herejías, para que se descubran entre vosotros los que son de una virtud probada[14]. Como si dijera: Dios no extirpa inmediatamente a los autores de herejías, para que se manifiesten los que son de una virtud probada, es decir, para que aparezca en qué medida cada cual es tenaz, fiel, constante en el mora la fe católica.

Y verdaderamente, apenas un viento de novedades empieza a soplar, inmediatamente se ve cómo los granos cuajados del trigo se separan y se distinguen de la cascarilla sin peso, y sin gran esfuerzo es arrojado fuera de la era lo que no está sostenido por peso alguno[15]. Algunos vuelan inmediatamente; otros, en cambio, trastornados y desalentados, temen perecer, pero se avergüenzan de regresar, apaleados como están y más muertos que vivos; parece exactamente como si hubieran bebido una dosis de veneno que ya no pueden eliminar y que, aunque no los mata de golpe, no les permite seguir realmente viviendo.

¡Situación desgraciada! ¡Cuántas aflicciones violentas, cuántas turbaciones les asaltan! Ya se dejan arrastrar por el error como de un viento impetuoso; ya se repliegan en sí mismos, como olas en la tempestad, y son arrojados en la playa; otras veces, con audacia temeraria, dan su conformidad a lo que es incierto; en otros momentos, bajo el impulso de un miedo irracional, se espantan incluso de lo que es verdad.

No saben ya dónde ir, a dónde volver, no saben lo que quieren, no saben de qué deben huir, no saben lo que debe ser mantenido y lo que, por el contrario, debe ser rechazado.

¡Y si al menos supiesen que estas dudas y esta angustia de un corazón malamente vacilante son el remedio que la misericordia divina les ha preparado!

Por esto precisamente, lejos del puerto segurísimo de la fe católica, son sacudidos, golpeados, como inmersos en la tempestad, con el fin de que, recogidas y amainadas las velas de la mente, que estaban tendidas al largo y desplegadas a los vientos infieles de las novedades, vuelvan a buscar morada en el refugio confiado de su Madre buena y tranquila y, rechazadas las olas amargas y alborotadas del error, puedan alcanzar la fuente de aguas vivas y saltarinas y beber de ella.

Que «desaprendan» bien lo que no hicieron bien en aprender; y que comprendan, de todos los dogmas de la Iglesia, lo que la inteligencia puede comprender; lo que no puedan comprender, que lo crean.

«¡OH TIMOTEO!, GUARDA EL DEPOSITO»

21. Pensando y repensando dentro de mí estas cosas, no dejo de admirarme ante la inmensa locura de algunos hombres, ante la impiedad de su mente cegada y ante la pasión desenfrenada del error, que no les deja satisfechos con una norma de fe tradicional y recibida de la antigüedad, sino que cada día andan buscando cosas nuevas y arden continuamente en deseos de cambiar, de añadir, de quitar algo a la religión. Como si ésta no fuese un dogma celestial, que ya es suficiente que haya sido revelado una vez para siempre; como si fuera una institución humana, que no puede llegar a ser perfecta sino mediante asiduas enmiendas y correcciones.

Y, sin embargo, tenemos la Palabra Divina que proclama: No traspases los linderos antiguos que pusieron tus padres[16]; No tengas litigios con el juez[17]; y también: El que echa abajo un muro es mordido por la serpiente[19]. Además está el mandato del Apóstol, con el cual, como si fuera una espada espiritual, han sido decapitadas y lo serán siempre todas las malvadas novedades heréticas: ¡Oh Timoteo!, guarda el depósito, evitando las novedades profanas en las expresiones y las contradicciones de la falsa ciencia, que, al profesarla algunos, vinieron a perder la fe[19].

Después de estas advertencias ¿habrá todavía hombres tan osados y testarudos, de una cabezonería más dura que el acero, que no se dobleguen bajo el peso de tal elocuencia celestial, que no se sientan aplastados por semejante autoridad, hechos pedazos por martillazos como esos, reducidos a cenizas por rayos de esa clase?

«Evita -dice el Apóstol- las novedades profanas en las expresiones». No dice la antigüedad, la vetustez. Muestra claramente lo contrario, si tenemos en cuenta las consecuencias de lo que ha dicho: si se debe evitar la novedad, hay que atenerse a la antigüedad; si la novedad es impía, la antigüedad es sagrada. 

«Y las contradicciones de una falsa ciencia». Verdaderamente que sólo como falsa ciencia puede ser calificada la doctrina de los herejes, los cuales enmascaran su propia ignorancia llamándola ciencia, del tiempo revuelto dicen que está sereno, a la tiniebla la llaman luz.

«Al profesarlas algunos, vinieron a perder la fe». ¿Qué es lo que anunciaron éstos, que les hizo prevaricar, si no fue una doctrina nueva e ignorada?

Puedes escuchar cómo dicen algunos: venid, pobres ignorantes, los que sois comúnmente llamados católicos, y aprended la fe verdadera, que, aparte de nosotros, nadie entiende. Permaneció oculta durante muchos siglos, pero ahora ha sido revelada y manifestada. Mas aprendedla en secreto. Os dará alegría. Una vez la hayáis aprendido, enseñadla a otros, pero ocultamente, para que no os odie el mundo ni lo sepa la Iglesia, porque sólo a unos pocos les es dado conocer el secreto de tan gran misterio.

Pero, ¿ es que acaso no son estas palabras las mismas que leemos en los Proverbios de Salomón, dirigidas por la prostituta a los que pasan y van su camino?: El estúpido que venga acá. Ya los pobres de mente les exhorta diciendo: Tomad este pan de tapadillo, bebed estas dulces aguas hurtadas. Pero, ¿qué es lo que también encontramos escrito?: mas ignora que los hijos de la tierra mueren junto a ella[20]. ¿Quiénes son estos hijos de la tierra? Que lo diga el Apóstol: «los que vienen a perder la fe».

LA IGLESIA, CUSTODIO FIEL DEL DEPÓSITO

22. Pero es provechoso que examinemos con mayor diligencia esa frase del Apóstol: ¡Oh Timoteo!, guarda el depósito, evitando las novedades profanas en las expresiones.

Este grito es el grito de alguien que sabe y ama. Preveía los errores que iban a surgir, y se dolía de ello enormemente.

¿Quién es hoy Timoteo sino la Iglesia universal en general, y de modo particular el cuerpo de los obispos, quienes, ellos principalmente, deben poseer un conocimiento puro de la religión cristiana, y además transmitirlo a los demás?

Y ¿qué quiere decir «guarda el depósito»? Estáte atento, le dice, a los ladrones y a los enemigos; no suceda que mientras todos duermen, vengan a escondidas a sembrar la cizaña en medio del buen grano que el Hijo del hombre ha sembrado en su campo[21].

Pero, ¿qué es un depósito? El depósito es lo que te ha sido confiado, no encontrado por ti; tú lo has recibido, no lo has excogitado con tus propias fuerzas. No es el fruto de tu ingenio personal, sino de la doctrina; no está reservado para un uso privado, sino que pertenece a una tradición pública. No salió de ti, sino que a ti vino: a su respecto tú no puedes comportarte como si fueras su autor, sino como su simple custodio. No eres tú quien lo ha iniciado, sino que eres su discípulo; no te corresponderá dirigirlo, sino que tu deber es seguirlo.

Guarda el depósito, dice; es decir, conserva inviolado y sin mancha el talento[22] de la fe católica. Lo que te ha sido confiado es lo que debes custodiar junto a ti y transmitir. Has recibido oro, devuelve, pues, oro. No puedo admitir que sustituyas una cosa por otra. No, tú no puedes desvergonzadamente sustituir el oro por plomo, o tratar de engañar dando bronce en lugar de metal precioso. Quiero oro puro, y no algo que sólo tenga su apariencia.

¡Oh Timoteo! ¡Oh sacerdote!, intérprete de las Escrituras, doctor, si la gracia divina te ha dado el talento por ingenio, experiencia, doctrina, debes ser el Beseleel[23] del Tabernáculo espiritual. Trabaja las piedras preciosas del dogma divino, reúnelas fielmente, adórnalas con sabiduría, añádeles esplendor, gracia, belleza: Que tus explicaciones hagan que se comprenda con mayor claridad lo que ya se creía de manera muy oscura. Que las generaciones futuras se congratulen de haber comprendido por tu mediación lo que sus padres veneraban sin comprender.

Pero has de estar atento a enseñar solamente lo que has aprendido: no suceda que por buscar maneras nuevas de decir la doctrina de siempre, acabes por decir también cosas nuevas.

EL PROGRESO DEL DOGMA Y SUS CONDICIONES

23. Quizá alguien diga: ¿ningún progreso de la religión es entonces posible en la Iglesia de Cristo?

Ciertamente que debe haber progreso, ¡Y grandísimo! ¿Quién podría ser tan hostil a los hombres y tan contrario a Dios que intentara impedirlo? Pero a condición de que se trate verdaderamente de progreso por la fe, no de modificación. 

Es característica del progreso el que una cosa crezca, permaneciendo siempre idéntica a sí misma; es propio, en cambio, de la modificación que una cosa se transforme en otra.

Así, pues, crezcan y progresen de todas las maneras posibles la inteligencia, el conocimiento, la sabiduría, tanto de la colectividad como del individuo, de toda la Iglesia, según las edades y los siglos; con tal de que eso suceda exactamente según su naturaleza peculiar, en el mismo dogma, en el mismo sentido, según una misma interpretación[24].

Que la religión de las almas imite el modo de desarrollarse los cuerpos, cuyos elementos, aunque con el paso de los años se desenvuelven y crecen, sin embargo permanecen siendo siempre ellos mismos. Hay gran diferencia entre la flor de la infancia y la madurez de la ancianidad; no obstante, quienes ahora son viejos son los mismos que fueron adolescentes. El aspecto y el porte de un individuo cambiará, pero se tratará siempre de la misma naturaleza y de la misma persona. Los miembros de un lactante son pequeños y más grandes los de los jóvenes, y siguen siendo los mismos. Tantos miembros tienen los adultos cuantos tienen los niños; y si algo nuevo aparece en edad más madura, ya preexistía en el embrión; así, nada nuevo se manifiesta en el adulto que ya no se encontrase de forma latente en el niño[25].

No cabe ninguna duda de que éste es el proceso regular y normal del progreso, según el orden preciso y bellísimo del crecimiento: el crecer en la edad revela en los grandes las mismas partes y proporciones que la sabiduría del Creador había delineado en los pequeños. Si la forma humana adoptase con el tiempo un aspecto extraño a su especie, si se le añadiese o se le quitase algún miembro, necesariamente todo el cuerpo moriría o se haría monstruoso, o al menos se debilitaría.

Estas mismas leyes de crecimiento debe seguir el dogma cristiano, de modo que con el paso de los años se vaya consolidando, se vaya desarrollando en el tiempo, se vaya haciendo más majestuoso con la edad, pero de tal manera que siga siempre incorrupto e incontaminado, íntegro y perfecto en todas sus partes y, por así decir, en todos sus miembros y sentidos, sin admitir ninguna alteración, ninguna pérdida de sus  propiedades, ninguna variación en lo que está definido.

Pongamos un ejemplo. Nuestros padres, en el pasado, han sembrado en el campo de la Iglesia el buen grano de la fe; sería por demás injusto e inconveniente si nosotros, sus descendientes, en lugar del trigo de la auténtica verdad tuviésemos que recolectar la cizaña fraudulenta del error[26]. En cambio, es justo que la siega corresponda a la siembra y que recojamos, cuando el grano de la doctrina llega a la madurez, el trigo del dogma. Si con el paso del tiempo, una parte de la semilla original se ha desarrollado alcanzando felizmente la plena madurez, no se puede decir que haya cambiado el carácter específico de la semilla; puede darse un cambio en el aspecto, en la forma, una concreción más precisa, pero la naturaleza propia de cada especie permanece intacta.

No suceda jamás, pues, que los rosales de la doctrina católica se transformen en cardos espinosos. No suceda jamás, repito, que en este paraíso espiritual donde retoñan el cinamono y el bálsamo, despunten a escondidas la cizaña y el acónito. Todo lo que la fe de los padres ha sembrado en el campo de Dios que es la Iglesia[27], es lo que debe ser cultivado y custodiado por el celo de los hijos; solamente esto debe florecer, y no otra cosa; debe florecer y madurar, crecer y alcanzar la perfección.

Es legítimo que los antiguos dogmas de la filosofía  celestial, al correr de, los siglos, se afinen, se limen, se pulan; pero sería impío cambiarlos, desfigurarlos, mutilarlos. Adquieran, al contrario, mayor evidencia, claridad, precisión; pero es necesario que conserven siempre su plenitud, integridad, propiedad.

Si se concediese, aunque fuera para una sola vez, permiso para cualquier mutación impía, no me atrevo a decir el gran peligro que correría la religión de ser destruida y aniquilada para siempre. Si se cede en cualquier punto del dogma católico, después será necesario ceder en otro, y después en otro más, y así hasta que tales abdicaciones se conviertan en algo normal y lícito. Y una vez que se ha metido la mano para rechazar el dogma pedazo a pedazo, ¿qué sucederá al final, sino repudiarlo en su totalidad?

Si se empieza a mezclar lo nuevo con lo antiguo, lo extraño con lo que es familiar, lo profano con lo sagrado, en breve este desorden se difundirá por todas partes, y nada en la Iglesia permanecerá intacto, íntegro, sin mancha; y donde antes se levantaba el santuario de la verdad pura e incorrupta, precisamente en ese lugar, se levantará un lupanar de infamias y de torpes errores.

Que la misericordia divina mantenga alejado de la mente de los suyos este crimen; que esto no sea más que una locura de los impíos. La Iglesia de Cristo, custodio vigilante y prudente de los dogmas que le han sido confiados, no cambia nunca nada en ellos, ni les quita o añade nada; no rechaza lo que es necesario ni añade lo que es superfluo; no deja que se le escape lo que es suyo ni se apropia de lo que pertenece a otros. Al tomar cautelosamente con fidelidad y prudencia las doctrinas antiguas, sólo busca hacer con sumo celo lo siguiente: perfeccionar y perfilar lo que ha recibido de la antigüedad de una manera solamente esbozada; consolidar y reforzar lo que ha sido expresado con precisión; custodiar lo que ha sido ya confirmado y definido. 

En realidad, ¿qué fines se propuso obtener siempre la Iglesia con los decretos conciliares, si no ha sido el que se crea con mayor conocimiento lo que antes ya se creía con sencillez; que se predique con mayor insistencia lo que antes ya se predicaba con menor empeño; que se venere con mayor solicitud lo que ya antes se honraba con demasiada calma?

Esto y no otra cosa ha hecho siempre la Iglesia con los decretos de los concilios, provocada por las innovaciones de los herejes: transmitir a la posteridad en documentos escritos lo que había recibido de nuestros padres mediante sólo la tradición; resumir en fórmulas breves una gran cantidad de nociones y, más frecuentemente, con el fin de ilustrar la inteligencia, especificar con términos nuevos y apropiados una doctrina no nueva.

ESTAR EN GUARDIA ANTE LOS HEREJES

24. Pero volvamos a la exhortación del Apóstol: «¡Oh Timoteo guarda el depósito, evitando las novedades profanasen las expresiones». Evítalos, le dice, como se hace con una víbora, con un escorpión, con un basilisco,  para que no solamente el contacto, pero ni siquiera su vista y su aliento te hieran.

Ahora bien: ¿qué significa evitar? Con gente así no debéis ni tomar bocado[28]. Y también: Si viene alguno a vosotros, y no trae esta doctrina -¿y qué doctrina, sino la católica universal, que permanece siendo única e idéntica a través de los siglos, en una incorrupta tradición de verdad, y que permanecerá así siempre?- no le recibáis en casa, ni le saludéis. Porque quien le saluda participa en sus acciones perversas[29].

El Apóstol nos hablaba de novedades profanas en las expresiones. Ahora bien, profano es lo que no tiene nada de sagrado ni religioso, y es totalmente extraño al santuario de la Iglesia, templo de Dios. Las novedades profanas en las expresiones son, pues, las novedades concernientes a los dogmas, cosas y opiniones en contraste con la tradición y la antigüedad; su aceptación implicaría necesariamente la violación poco menos que total de la fe de los Santos Padres. Llevaría necesariamente a decir que todos los fieles de todos los tiempos, todos los santos, los castos, los continentes, las vírgenes, todos los clérigos, los levitas y los obispos, los millares de confesores, los ejércitos de mártires, un número tan grande de ciudades y de pueblos, de islas y provincias, de reyes, de gentes, de reinos y de naciones, en una palabra, el mundo entero incorporado a Cristo Cabeza mediante la fe católica, durante un gran número de siglos ha ignorado, errado, blasfemado, sin saber lo que debía creer. Evita, pues, las novedades profanas en las expresiones, ya que recibirlas y seguirlas no fue nunca costumbre de los católicos, y sí de los herejes.

En realidad, ¿qué herejía no ha surgido bajo un nombre en un lugar y en una época determinadas? ¿Quién jamás ha fundado una herejía sin separarse antes del acuerdo con la universalidad y la antigüedad de la Iglesia Católica?

Los ejemplos nos muestran esto de manera evidentísima. En efecto, ¿quién nunca, antes del impío Pelagio, tuvo la presunción de atribuir al libre albedrío el poder tan grande de pensar que el auxilio de la gracia no es necesario para cada uno de los actos, para llevar a cabo las buenas obras? ¿Quién, antes de su monstruoso discípulo Celestio, negó que todo el género humano está contaminado por el pecado de Adán?

Antes del sacrílego Arrio[30], ¿quién tuvo la audacia de rasgar la unidad de la Trinidad o de confundirla, como el pérfido Sabelio? Antes del rigidísimo Novaciano[31], ¿quién había dicho que Dios era cruel, porque prefería la muerte del agonizante a que se convirtiese y viviese?

¿Quién, antes de Simón Mago, duramente castigado por la reprimenda apostólica[32] -y de quien proviene la antigua riada de torpezas que, por sucesión ininterrumpida y oculta, ha llegado hasta Prisciliano-, se atrevió a decir que el Dios creador es el autor del mal, es decir, de nuestros delitos, de nuestras impiedades, de nuestros vicios? Este afirma que Dios, con sus propias manos crea la naturaleza humana estructurada de manera que, por movimiento espontáneo y bajo el impulso de una voluntad necesitada, no puede más, no quiere más que pecar. Agitada e incendiada por las furias de todos los vicios, se ve arrastrada con ansia inagotable a los abismos de toda suerte de crímenes.

Ejemplos como éstos los hay para nunca acabar, pero dejémoslos en aras de ser breves. Demuestran a todos con evidencia que la actitud normal y ordinaria de cualquier herejía es gozarse en las novedades profanas y sentir hastío ante los dogmas de la antigüedad, hasta el punto de naufragar en la fe a causa de las discusiones de una falsa ciencia. En cambio, es propio de los católicos custodiar el depósito transmitido por los Santos Padres, condenar las novedades profanas y, como muchas veces repitió el Apóstol, descargar el anatema sobre quien tiene la audacia de anunciar algo diverso de lo que ha sido recibido

LOS HEREJES RECURREN A LA ESCRITURA

25. Mas alguien se dirá: ¿es que quizá los herejes no se sirven de los testimonios de la Sagrada Escritura?

Ciertamente que se sirven ¡Y con cuánta apasionada vehemencia! Se les ve pasar de un libro a otro de la Ley Santa: desde Moisés a los libros de los Reyes, desde los Salmos a los Apóstoles, desde los Evangelios a los Profetas. En sus asambleas, con los extraños, en privado, en público, en los discursos y en los escritos, durante las comidas y en las plazas públicas, es raro que mantengan alguna cosa si antes no la han revestido con la autoridad de la Sagrada Escritura.

Basta con leer las obras de Pablo de Samosata[33], de Prisciliano, de Eunomio, de Joviniano y de todas las otras pestes; inmediatamente se nota el cúmulo infinito de textos bíblicos: casi no hay página que no esté coloreada y acicalada con citas del Antiguo y del Nuevo Testamento. Mas es tanto más necesario estar en guardia y temerles cuando más buscan ocultarse y esconderse bajo la sombra de la Ley Divina.

Efectivamente, saben que sus exhalaciones pestilentes, desnudas y directas, no encontrarían el favor de nadie; por eso las perfuman con el aroma de la palabra celestial, ya que quien fácilmente rechazaría un error humano no está dispuesto a despreciar con  tanta facilidad los oráculos divinos.

Hacen lo que aquellos que, para suavizar la amargura de las medicinas destinadas a los niños, untan de miel el borde del vaso; los niños con la ingenua sencillez de su edad, una vez que han probado el dulce, se tragan sin sospecha ni temor también lo amargo. De la misma manera actúan quienes enmascaran con nombres medicinales hierbas nocivas y jugos venenosos, para que nadie, al leer la etiqueta, pueda sospechar que se trata de venenos y que no son remedios para dar salud. 

A este propósito el Salvador gritaba: Guardaos de los falsos profetas que vienen a vosotros disfrazados con pieles de ovejas, pero por dentro son lobos feroces[34]. ¿Qué otra cosa son esas pieles de ovejas sino las palabras de los Profetas y de los Apóstoles, con las cuales estos mismos, con mansa sencillez, han revestido como un velo al Cordero inmaculado que quita el pecado del mundo? ¿Quiénes son, en cambio los lobos voraces, sino las doctrinas salvajes y rabiosas de los herejes, que infectan el redil de la Iglesia, para desgarrar, de la mejor manera posible, el rebaño de Cristo?  Para sorprender más fácilmente a las incautas ovejas, enmascaran su aspecto de lobos, aunque conservando su ferocidad, arropándose con frases de la ley Divina como con un velo, con el fin de que, al sentir la blandura de la lana, las ovejas no sospechen de sus dientes agudos.

Pero, ¿qué nos dice el Salvador?: Por sus frutos los conoceréis[35]. Es decir, cuando ya no queden satisfechos con citar y predicar las palabras divinas, sino que empiecen a explicarlas y a comentarlas, entonces se pondrá de manifiesto su amargura, su aspereza y su rabia; entonces se esparcirá un nuevo hedor y aparecerán las novedades impías; entonces se verá por primera vez el seto arrancad[37] y trasladados los linderos puestos por los padres[36]; ultrajada la fe católica y el dogma de la Iglesia hecho pedazos.

Personas de esta ralea eran las fustigadas por el Apóstol en su segunda carta a los corintios: Estos falsos apóstoles son operarios engañosos, que se disfrazan de Apóstoles de Cristo[38]. ¿Qué significa: «se disfrazan de Apóstoles de Cristo»? Los Apóstoles citaban textos de la Ley Divina, y aquellos hacían lo mismo; los Apóstoles se apoyaban en la autoridad de los Salmos y de los Profetas, y aquellos lo mismo. Pero cuando empezaron a interpretar de manera diferente los mismos textos, entonces se distinguieron los sinceros de los falsarios, los genuinos de los artificiales, los rectos de los perversos, en una palabra, los verdaderos Apóstoles de los falsos. Y no es de extrañar -explica San Pablo-: pues el mismo Satanás se transforma en ángel de luz. Así no es mucho que sus ministros se transfiguren en ministros de justicia[39].

Según la enseñanza del Apóstol, cada vez que los falsos apóstoles, los falsos profetas, los falsos doctores citan pasajes de la Ley Divina con los cuales, interpretándolos mal, intentan apuntalar sus errores, no cabe duda de que siguen la táctica pérfida de su autor y maestro, el cual ciertamente no la habría usado, si no hubiera comprendido que no hay mejor camino para inducir a engaño a los fieles, que introducir fraudulentamente un error cubriéndolo con la autoridad de las palabras divinas.

LA ESCRITURA EN BOCA DE SATANÁS

26. Alguien podría quizá preguntar: ¿cómo se explica que el diablo utilice las citas de la Sagrada Escritura?

No tiene más que abrir el Evangelio y leer. Encontrará escrito: Entonces el diablo lo tomó -se trata del Señor, del Salvador- y lo puso sobre lo alto del templo y le dijo: si eres el Hijo de Dios, échate de aquí abajo; pues está escrito: te he encomendado a los ángeles, los cuales te tomarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra[40].

¿Qué no hará a los pobres mortales el que tuvo la osadía de asaltar, con testimonios de la Escritura, al mismo Señor de la majestad? ¿«Si tú eres el Hijo de Dios -le dijo- échate de aquí abajo». ¿Por qué? «Porque está escrito...».

Debemos prestar la más grande atención a la doctrina aquí expuesta y retenerla bien en nuestras mentes, para que, puestos en guardia por la autoridad de un ejemplo evangélico tan grande, no dudemos ni por un instante que es el diablo quien habla por boca de quienes veremos que citan contra la fe católica pasajes de los Apóstoles o de los Profetas Entonces era la cabeza quien hablaba a la Cabeza, ahora son los miembros quienes hablan a los miembros; es decir, los miembros del diablo a los miembros de Cristo, los renegados a los fieles, los sacrílegos a los hombres piadosos, los herejes a los católicos.

¿Pero qué es lo que dicen? Si tú eres el Hijo de Dios échate de aquí abajo. O sea, si quieres ser realmente Hijo de Dios y recibir la herencia del reino celestial, tírate abajo desde lo alto de la doctrina y de la tradición de esta Iglesia sublime, templo de Dios. Y si uno pregunta a cualquier hereje que quiere persuadirlo de la verdad de esto: ¿En qué pruebas te fundas para afirmar que yo debo abandonar la fe antigua y universal de la Iglesia Católica?, inmediatamente responderá: «Está escrito», y sin más amontonará mil testimonios, mil ejemplos, mil argumentos con los cuales, interpretados de nueva y mala manera, intentará precipitar el alma del desgraciado desde lo alto de la roca católica al abismo de la herejía.

Pero es con las promesas que ahora vamos a decir con las que los herejes  acostumbran a engañar, con un arte que es una verdadera maravilla, a quienes no están prevenidos. Efectivamente, osan prometer y enseñar que en su iglesia, es decir, en el conventículo de su secta, está presente una gracia de Dios extraordinaria, especial, absolutamente personal; y es de tal clase que sin fatiga, sin esfuerzo, sin ansiedad alguna, incluso aunque no pidan, ni busquen, ni anhelen, todos los que forman parte de su número obtienen de Dios esa ayuda, hasta el punto de que son llevados por manos de ángeles y custodiados por su protección, sin que su pie tropiece nunca con una piedra, o sea, sin sufrir escándalo.

COMO VENCER LAS INSIDIAS DIABÓLICAS DE LOS HEREJES

27. Después de todo lo que llevamos dicho, es lógico preguntar: si el diablo y sus discípulos -pseudoapóstoles, pseudoprofetas, pseudomaestros y herejes en general- acostumbran a utilizar las palabras, las sentencias, las profecías de la Escritura, ¿cómo deberán comportarse los católicos, los hijos de la Madre Iglesia? ¿Qué deberán hacer para distinguir en las Sagradas Escrituras la verdad del error?

Tendrán verdadera preocupación por seguir las normas que, al comienzo de estos apuntes, he escrito que han sido transmitidas por doctos y piadosos hombres; es decir, interpretarán el Canon divino de las Escrituras según las tradiciones de la Iglesia universal y las reglas del dogma católico; en la misma Iglesia Católica y Apostólica deberán seguir la universalidad, la antigüedad y la unanimidad de consenso. 

Por consiguiente si sucediese que una fracción se rebelase contra la universalidad, que la novedad se levantase contra la antigüedad, que la disensión de uno o de pocos equivocados se elevase contra el consenso de todos o al menos de un número muy grande de católicos, se deberá preferir la integridad de la totalidad a la corrupción de una parte; dentro de la misma universalidad, será preciso preferir la religión antigua a la novedad profana; y, en la antigüedad, hay que anteponer a la temeridad de poquísimos los decretos generales, si los hay, de un concilio universal; en el caso de que no los haya, se deberá seguir lo que más cerca esté de ellos, o sea, las opiniones concordes de muchos y grandes maestros.

Si, con la ayuda del Señor, observamos con fidelidad y solicitud estas reglas, conseguiremos descubrir sin gran dificultad, y desde su misma fuente, los errores nocivos de los herejes.

LOS PADRES Y LA TRADICIÓN CATÓLICA

28. Pienso que quizá será oportuno que yo demuestre, por medio de ejemplos, cómo pueden ser descubiertas y condenadas las novedades heréticas, investigando y confrontando entre sí las opiniones concordes de los maestros antiguos.

De todos modos, es evidente que este consenso antiguo y unánime de los Santos Padres, no debemos invocarlo sólo por cuestiones minuciosas de la Ley Divina; sino que será objeto de la más activa investigación y adhesión sólo en lo que se refiere a la regla de la fe.

Ni tampoco todas las herejías, de todos los tiempos, pueden ser combatidas de esta manera; solamente las nuevas y más recientes, en su primera floración y en sus  primeras manifestaciones, antes de que, por la misma escasez de tiempo, tengan la posibilidad de falsear la regla antigua de la fe y de inficionar con su veneno los libros de los Padres. En cuanto a las que ya se han difundido y han echado raíces profundas, no pueden ser combatidas por este camino,  porque el largo plazo de tiempo de que han dispuesto ha sido ocasión más que favorable para erosionar la verdad, y por eso es por lo que las impiedades más antiguas, tanto heréticas como cismáticas, no podemos refutarlas más que con la autoridad de la Escritura, o evitarlas en cuanto que ya están refutadas y condenadas por antiguos Concilios universales del Episcopado Católico.

Apenas, pues, comienza a extenderse la podredumbre de un nuevo error y éste, para justificarse, se apodera de algunos versículos de la Escritura, que además interpreta con falsedad y fraude, es preciso inmediatamente echar mano de las sentencias de los Padres interpretando los pasajes en cuestión; con su auxilio, cualquier novedad profana será en el acto desenmascarada sin ninguna ambigüedad y conde- nada sin vacilación.

En cuanto a los Padres, hay que consultar sólo el pensamiento de quienes santamente, sabiamente y con constancia han vivido, enseñado y permanecido firmes en la fe y en la comunión católica, y murieron fieles a Cristo o merecieron la alegría de dar su vida por él.

Mas a éstos se debe prestar fe siguiendo esta regla: lo que todos, o al menos la mayoría, han afirmado claramente, a modo de concilio de maestros perfectamente unánimes, y que han confirmado al aceptarlo, conservarlo y transmitirlo, eso es lo que debe ser mantenido como indudable, cierto y verdadero. Al contrario, todo lo que, fuera de la doctrina común, e incluso contra ella, haya pensado uno solo, aunque sea un santo y un docto, un obispo, un confesor, un mártir, debe ser relegado entre las opiniones personales, no oficiales, privadas, que no tienen la autoridad de la opinión común, pública y general; no nos suceda, con sumo peligro para nuestra salvación eterna, que abandonemos la antigua verdad de la doctrina católica para seguir el error nuevo de un solo individuo, según la sacrílega costumbre de los herejes y cismáticos[41].

Para que no haya quien se atreva a despreciar este acuerdo sagrado y universal de los Padres, el Apóstol escribió en su primera carta a los corintios: Dios ha puesto en la Iglesia, unos en primer lugar apóstoles (él era uno de ellos), en segundo lugar profetas (como leemos en los Hechos de los Apóstoles que era Agabo), en el tercero maestros[42], a quienes nosotros llamamos doctores, pero el mismo Apóstol a veces les llama profetas, porque explican al pueblo cristiano los misterios del mensaje profético.  Cualquiera que se atreva a despreciar a estos hombres puestos por Dios en su Iglesia según los lugares y los tiempos, y que están de acuerdo en la interpretación del dogma católico, no despreciaría a un hombre, sino a Dios mismo. Y con el fin de que nadie esté en desacuerdo con su unidad, la única verdadera, el mismo Apóstol dice: Os ruego encarecidamente, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que todos tengáis un mismo lenguaje, y que no haya entre vosotros cismas, antes bien, viváis perfectamente unidos en un mismo pensar en un mismo sentir[43].

Y si alguien deja de estar de acuerdo con su doctrina, escuche lo que dice el Apóstol: Dios no es un Dios de discordias, sino de paz[44]. O sea, no es Dios de quien rompe la unidad y la concordia, sino de quienes permanecen en la paz de un solo sentir. Y estas son -continúa- las cosas que yo enseño en todas las Iglesias de los santos[45], es decir, de los católicos, y son cosas santas precisamente porque permanecen en la comunión de la fe.

Y con el fin de que nadie se arrogue la pretensión de ser él sólo escuchado y creído, sin tener en cuenta a los demás, pregunta: ¿Por ventura tuvo de vosotros su origen la palabra de Dios? ¿O ha llegado a vosotros solos?[46]. Además, para evitar que sus palabras fuesen tomadas a la ligera, añade: Si alguno de vosotros se tiene por profeta o por persona espiritual, reconozca que las cosas que os escribo son preceptos del Seño[47]. Mas ¿de qué preceptos se trata, sino de que cualquiera que es profeta o persona espiritual, o sea, maestro de cosas espirituales, debe tener el mayor cuidado en cultivar la imparcialidad y la unidad, a fin de que no llegue a preferir su opinión personal a la de los demás o a separarse del sentir común? Porque -amonesta el Apóstol- quien desconoce estos preceptos será él mismo desconocido[48]; o sea, quien no aprende las cosas que no sabe, o desprecia las que sabe, será tenido por indigno de ser incluido por Dios en el número de quienes están unidos en la fe e iguales en la humildad. ¿Se podría pensar un mal más grande? Precisamente esto es lo que, como sabemos, ocurrió, de acuerdo con la amenaza del Apóstol, al pelagiano Juliano[49], que se negó a compartir la doctrina de sus colegas y tuvo la presunción de separarse de ellos.

Pero ha llegado el momento de traer a colación el ejemplo a que nos hemos referido, y mostrar dónde y de qué manera, por decreto y autoridad de un concilio, las opiniones de los Padres fueron recogidas con el fin de fijar, siguiéndolas, la regla de fe de la Iglesia.

Para mayor comodidad, pongo aquí fin a estas notas. El resto lo trataré en una segunda parte.

El segundo Conmonitorio desapareció; no quedó de él más que la segunda parte, que es una simple recapitulación y que a continuación añadimos[50].

ES LEGÍTIMO RECURRIR A LOS PADRES

29. Creo llegado el momento de recapitular al fin de este segundo Conmonitorio, todo lo que ha sido tratado en los dos Conmonitorios. En el primero dije que los católicos han tenido siempre la costumbre, y tienen todavía, de determinar la verdadera fe de dos maneras: con la autoridad de la Escritura divina y con la tradición de la Iglesia Católica. No porque la Escritura, por sí sola, no sea suficiente en todos los casos, sino porque muchos, interpretando a su capricho las palabras divinas, acaban por inventar una cantidad increíble de doctrinas erróneas. Por este motivo es necesario que la exégesis de la Escritura divina vaya guiada por la única regla del sentir católico, especialmente en las cuestiones que tocan los fundamentos de todo el dogma católico. 

También he afirmado que en la misma Iglesia es necesario tener en cuenta la universalidad y la antigüedad, con el fin de que no nos suceda que nos separemos de la unidad del conjunto y acabar, disgregados, en el fragmentarismo particularista del cisma, o precipitarnos, desde la fe antigua, en novedades heréticas.

He dicho además, en cuanto a la antigüedad, que es preciso a toda costa tener presente dos cosas y adherirse a ellas profundamente, si no queremos convertirnos en herejes; primero: ver si ha habido antiguamente algún decreto por parte de todos los obispos de la Iglesia Católica, emanado bajo la autoridad de un concilio universal; después, en el caso de que surja una cuestión nueva, en torno a la cual no se encuentre nada definido, recurrir a las sentencias de los Padres, pero sólo a aquellos que, por haber permanecido, en su tiempo y lugar, dentro de la unidad de la comunión y de la fe, se han convertido en maestros probados. Todo lo que se encuentre que ha sido por ellos mantenido con unanimidad de sentir y de consenso puede ser sometido sin temor alguno como expresión de la verdadera fe católica.

Como habría podido parecer que yo afirmaba estas cosas por mi propia cuenta, más que basándome en la autoridad de la Iglesia, me he referido al ejemplo del Santo Concilio habido hace tres años en Efeso[51], en Asia, bajo el consulado de los preclaros Basso y Antioco. En el curso de las discusiones que allí se tuvieron para establecer la regla de la fe, con el fin de evitar que una novedad impía se insinuase del mismo modo que se llevó a cabo la perfidia de Rimini, pareció a todos los obispos, reunidos en número de casi doscientos, que el mejor procedimiento, el más católico y el más conforme a la fe, era el de remitirse a las sentencias de los Santos Padres, alguno de los cuales eran mártires, otros confesores, con tal que de todos ellos hubiera constancia de que habían sido obispos católicos y que habían perseverado como tales. Fortalecidos por su consenso, fue confirmada por decreto, en debida forma y solemne, la antigua fe, y condenada la blasfemia de la nueva impiedad.

A la luz de este procedimiento, y con todo derecho y merecidamente, el impío Nestorio fue juzgado de estar en desacuerdo con la antigüedad católica, y el bienaventurado Cirilo[52] en comunión con la santísima fe antigua.

Para que nada faltase a la fidelidad de los hechos que he narrado, proporcioné también los nombres y el número de los Padres (aunque se me haya olvidado el orden)[53], de conformidad con cuya sentencia unánime fueron interpretadas las palabras de la Sagrada Escritura, y fue confirmada la regla de la fe divina. Pienso que no será superfluo que la vuelva a recordar, para refrescar mi memoria.

LOS PADRES CITADOS EN ÉFESO

30. He aquí, pues, los nombres de aquellos cuyos escritos fueron citados en aquel Concilio como jueces y testigos.

San Pedro obispo de Alejandría[54], doctor insigne y mártir; San Atanasio[55], obispo de la misma ciudad, maestro fidelísimo y confesor eximio; San Teófilo[56], también él obispo de Alejandría, célebre por su fe, vida y ciencia; su sucesor, el venerable Cirilo, que actualmente ilustra la iglesia alejandrina. y para que no se pensara que aquélla era la doctrina de una sola ciudad o de una sola provincia, se recurrió también a las celebérrimas luminarias de Capadocia: San Gregorio[57], obispo de Nizancio y confesor; San Basilio[58], obispo de Cesárea de Capadocia y confesor; el otro Gregorio[59], obispo de Nisa, por fe, costumbres y sabiduría realmente digno de su hermano Basilio.

Además, para demostrar que no sólo Grecia y Oriente, sino también Occidente, el mundo latino, había mantenido siempre la misma fe, fueron leídas algunas cartas de San Félix Mártir[60] y de San Julio[61], obispos de la ciudad de Roma.

Pero no solamente la cabeza del mundo, también las partes secundarias proporcionaron su testimonio a aquélla sentencia. De los meridionales fue citado el beatísimo Cipriano, obispo de Cartago y mártir; de las tierras del Norte, San Ambrosio, obispo de Milán y confesor.

Estos fueron los que en Éfeso, según el número sagrado del Decálogo[62], fueron invocados como maestros, consejeros, testigos y jueces. Manteniendo su doctrina, siguiendo su consejo, creyendo su testimonio, obedeciendo su juicio, aquel santo sínodo se pronunció sobre las reglas de la fe, sin odio, presunción ni condescendencia alguna.

Sin duda se habría podido citar un número mayor de Padres, pero no fue necesario. No era, en efecto, conveniente ocupar el tiempo en una multitud de textos, desde el momento en que nadie dudaba de que la opinión de aquellos diez era la de todos los demás colegas

EL CONCILIO DE ÉFESO PROCLAMA LA FE ANTIGUA

31. Además, he consignado las palabras del bienaventurado Cirilo, tal como están contenidas en las mismas Actas eclesiásticas.

Ellas refieren que, apenas fue leída la carta de Capreolo[63], el Santo obispo de Cartago, quien no pedía ni deseaba más que se rechazase la novedad y se defendiese la antigüedad, tomó la palabra el obispo Cirilo. No parece inútil que cite aquí de nuevo sus palabras. Según está escrito al final de las Actas, él dijo: «La carta del venerando y religiosísimo obispo de Cartago, Capreolo, que nos ha sido leída, debe ser incluida en las Actas oficiales. Pues su pensamiento es clarísimo: quiere que sean confirmados los dogmas de la antigua fe y reprobadas y condenadas las novedades inútilmente excogitadas e impíamente predicadas. Todos los obispos lo aprobaron con grandes voces: esas palabras son las nuestras, expresan el pensamiento de todos nosotros, éste es el voto de todos».

¿Cuáles eran, pues, las opiniones de todos? ¿Cuáles los deseos comunes? Que se mantuviese todo lo que había sido transmitido desde la antigüedad y se rechazase lo que recientemente se había añadido.

He admirado y proclamado la humildad y la santidad de ese Concilio. Los Obispos reunidos allí en gran número, la mayor parte de los cuales eran metropolitanos, poseían una tal erudición y doctrina, que podían casi todos discutir acerca de cuestiones dogmáticas, y el hecho de encontrarse todos reunidos habría podido animarles y afirmarles en su capacidad para deducir por sí mismos. No obstante, no tuvieron la osadía de introducir ninguna innovación, ni se arrogaron ningún derecho. Al contrario, se preocuparon por todos los medios de transmitir a la posteridad solamente lo que habían recibido de los padres. con el fin no sólo de resolver bien las cuestiones del presente, sino también de ofrecer a las generaciones futuras el ejemplo de cómo se deben venerar los dogmas de la antigüedad sagrada y condenar las novedades impías.

También he impugnado la criminal presunción de Nestorio, que se ufanaba de haber sido el primero y el único en comprender la Sagrada Escritura, tachando de ignorantes a todos aquellos que, antes de él, investidos del oficio del Magisterio, habían explicado la Palabra Divina, o sea, a todos los obispos, a todos los confesores, a todos los mártires. Algunos de éstos habían explicado la Ley de Dios, otros habían aceptado las explicaciones que les habían dado y les habían prestado fe. En cambio, según el parecer de Nestorio, la Iglesia se había equivocado siempre, y continuaba equivocándose por haber seguido, según él, a doctores ignorantes y heréticos.

INTERVENCIONES DE SIXTO III Y DE CELESTINO I
CONTRA LAS INNOVACIONES IMPÍAS

32. Aunque todos estos ejemplos son más que suficientes para destrozar y aniquilar las novedades impías, sin embargo, para que no pueda parecer que falta alguna cosa a tan gran número de pruebas, añadí al final dos documentos de la Sede Apostólica: uno del Santo Papa Sixto[64], que en la actualidad ilustra la Iglesia de Roma, y el otro de su predecesor de feliz memoria, el Papa Celestino[65]. He creído necesario reproducir aquí también estos dos documentos.

En la carta que el santo Papa Sixto envió al obispo de Antioquía[66] a propósito de Nestorio, le escribía: «Puesto que el Apóstol ha dicho que una es la fe (cfr. Efes 4, S), la fe que se ha impuesto abiertamente, creamos lo que debemos hablar y prediquemos lo que debemos mantener». ¿Queremos saber qué es lo que debemos creer y predicar? Oigamos lo que sigue diciendo: «Nada le es lícito a la novedad, porque nada es lícito añadir a la antigüedad. La fe límpida de nuestros padres y su religiosidad no deben ser enturbiadas por ninguna mezcla de cieno».

Sentencia verdaderamente apostólica, que describe la fe de los padres como limpidez cristalina y las novedades impías como mezcla de cieno.

En el Papa Celestino encontramos el mismo pensamiento. En la carta que envió a los obispos de las Galias, les reprocha que, de hecho, estaban en connivencia con los propagadores de novedades, en cuanto que su silencio culpable venía a envilecer la fe antigua y permitía, por consiguiente, que se difundieran las novedades impías. «Con toda razón -dice- debemos considerarnos responsables, si con nuestro silencio favorecemos el error. Estos hombres deben ser reprendidos; ¡no tienen la facultad de predicar libremente!».

A algunos podría planteársele la duda acerca de la identidad de las personas a quienes les está prohibido predicar según les plazca: si serán los predicadores de la antigua fe o los inventores de novedades. Que el propio Papa hable y resuelva los dudas de los lectores. En efecto, añade: «Si eso es verdad...», es decir si es verdad eso de lo que algunos os han acusado, es decir, que vuestras ciudades y provincias se suman a las novedades, «si eso es verdad, que la novedad cese de lanzar improperios y acusaciones contra la antigüedad». El venerando parecer del bienaventurado Celes tino no fue, pues, que la fe antigua dejase de oponerse con todas sus fuerzas a la novedad, sino más bien que ésta acabase ya de molestar y de perseguir a la antigüedad.

CONCLUSIÓN

33. Cualquiera que se oponga a estas decisiones apostólicas y católicas, ofende ante todo la memoria de San Celestino, el cual decretó que la novedad debía cesar de acusar a la antigua fe; se burla del juicio de San Sixto, el cual declaró que no se podía tolerar las novedades, porque no se puede añadir nada a la antigüedad; por último, desprecia la decisión del bienaventurado Cirilo, el cual alabó a plena voz el celo del venerando Capreolo, deseoso de que los dogmas de la antigua fe fuesen confirmadas condenadas las invenciones novedosas.

El mismo Sínodo de Efeso sería conculcado, es decir, las definiciones de los Santos Obispos de todo Oriente, los cuales, divinamente inspirados, decretaron que la posteridad no debería creer o cosa más que lo que la antigüedad sagrada de Santos Padres, unánimemente concordes en Cristo, había mantenido. Con grandes voces y aclamaciones todos a una, dieron testimonio de que la sentencia, el deseo, el juicio de todos era que, del mismo modo que habían sido condenados los herejes anteriores Nestorio, por despreciar la fe antigua y mantener novedades, fuese también condenado Nestorio, que igualmente era autor de novedades y adversario de la antigüedad.

Si alguien es contrario a este consenso unánime, que fue santamente inspirado por la gracia celeste, se sigue que juzga condenada injustamente la impiedad de Nestorio. Como última y lógica consecuencia, desprecia como basura a toda la Iglesia de Cristo y a sus Maestros, Apóstoles y Profetas, de manera especial al Apóstol Pablo, que escribió: «¡Oh, Timoteo!, guarda el depósito evitando las novedades profanas en las expresiones». Y también: «Cualquiera que os anuncie un Evangelio diferente del que habéis recibido, sea anatema».

Así, pues, si las decisiones de los Apóstoles y los decretos de la Iglesia no pueden ser transgredidos -en virtud de los cuales, según el consenso sagrado de la universalidad y de la antigüedad, todos los herejes han sido siempre justamente condenados-, en consecuencia, es deber absoluto de todos los católicos, que desean demostrar que son hijos legítimos de la Madre Iglesia, adherirse, pegarse a la fe de los Santos Padres, y morir por ella, al mismo tiempo que detestan, tienen horror, combaten, persiguen las novedades impías.

Esto es todo lo que, más o menos, he expuesto en los dos Commonitorios, y que he resumido aquí brevemente. De esta forma, mi memoria, en cuyo auxilio he escrito estas notas, podrá consultarlas con frecuencia y sacar provecho, sin sentirse agobiada por una exposición prolija.


[1] Cfr. ls 6, 3: Santo, Santo, Santo, Señor de los ejércitos, está la tierra llena de su gloria.

[2] Ver a este propósito el capítulo 28

[3] ORÍGENES: Orígenes, el gran sabio cristiano de la Antigüedad, fue un personaje asombroso, un polígrafo fecundísimo y uno de los pensadores más brillantes de todos los tiempos. Cristiano de nacimiento, siendo todavía un adolescente, vio morir a su padre mártir de la fe. A los dieciocho años de edad, por mandato de su obispo, asumió la dirección de la escuela de Alejandría (a. 203). Más tarde, los celos y suspicacias que su inmenso prestigio comenzó a suscitar entre el clero de la iglesia alejandrina, le hicieron trasladarse a Palestina, donde se ordenó de presbítero y fundó en Cesárea una nueva escuela que dirigió durante veinte años. Ya anciano, padeció allí crueles tormentos durante la persecución de Decio, fue confesor de la fe y murió a consecuencia de esos sufrimientos, en la ciudad de Tiro, el año 253. Orígenes realizó una obra literaria de colosales dimensiones. Se dice que compuso unos dos mil trata dos y, a través de San Jerónimo, conocemos los títulos de ochocientos de ellos. Fue el creador de la ciencia escriturística, y las Exaplas, versión séxtuple de la Biblia, a la que dedicó toda su vida, fue el primer intento de edición crítica de la Escritura, y bastaría por sí solo para darle fama imperecedera. Pero, además, Orígenes comentó todos los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, siguiendo el método alegó rico de su escuela. Su contribución fue también importantísima en otros campos de las letras cristianas: en apologética, su principal obra fue el tratado Contra Celso, refutación del Discurso verídico del conocido filósofo anticristiano. El Peri Archon -en su título latino, De principiis- es un intento de construcción sistemática de la doctrina cristiana y puede considerarse como el primer tratado de teología dogmática. Orígenes fue también autor de diversos escritos de carácter ascético, entre los que puede mencionarse una obra sobre la oración y la Exhortación al martirio. Los errores en que incurrió Orígenes sobre algunos puntos de doctrina en nada menguan la admiración que merece tanto su vida como su obra. La escuela de Cesárea fue una prolongación de la alejandrina, y en sus años de enseñanza, Orígenes incorporó a ella las mismas tradiciones, su método y su orientación científica. Después de la muerte del maestro, en Cesárea se conservó el núcleo principal de sus obras, y esta biblioteca fue a la vez un centro de estudios y un foco de difusión de la teología alejandrina. Cesárea jugó, pues, un papel importante como vehículo de penetración de esa teología en Siria y Asia Menor. Baste recordar que en Cesárea se formaron jóvenes estudiosos, que estaban destinados a convertirse pronto en lumbreras de las ciencias sagradas: Gregorio el Taumaturgo; Eusebio el historiador, y los tres grandes Capadocios, Basilio, Gregorio de Nisa y Gregorio Nacianceno.

[4] ALEJANDRO SEVERO: El Emperador Alejandro Severo (a. 222-235) se mostró favorable al cristianismo, así como su madre, la Emperatriz Julia Mammea. El Emperador estaba en muy buenas relaciones con el teólogo laico Julio Africano. El presbítero romano Hipólito dedicó a la Emperatriz un escrito sobre la Resurrección.

[5] FELIPE EL ÁRABE: El Emperador Felipe el Árabe (244- 249) se mostró tan favorable a los cristianos que quizá llegase a serlo ocultamente. Eusebio, en su Historia Eclesiástica, menciona una carta escrita por Orígenes a Felipe el Árabe y otra a la mujer de éste, Severa.

[6] TERTULIANO: Quinto Septimio Florente Tertuliano nació en Cartago hacia el año 160. Estaba dotado de un in genio agudo y de una inteligencia penetrante, a cuyo servicio ponía una elocuencia llena de agilidad y atractivo; fue uno de los escritores latinos eclesiásticos de más originalidad y de mayor personalidad. Sus escritos y su oratoria están llenos de una fuerza que arrastra, cuajados de frases magistrales, con un estilo conciso y sustancioso; muchas de esas frases se han hecho célebres: «el alma naturalmente cristiana»; «la sangre de los mártires es semilla de cristianos»; «somos de ayer y lo llenamos todo», etc. La obra más importante de Tertuliano es el Apologeticum, dirigido a los prefectos de las provincias del Imperio Romano, en defensa de los cristianos, que eran juzgados y condenados por el solo crimen de llamarse cristianos; no pide para ellos perdón, pues no tienen que ser perdonados de nada, sino justicia. Muchas de sus obras se han perdido, y solamente se conservan treinta y una de ellas. Su temperamento austero, apasionado y nada conciliador lo arrastró hacia la secta de los montanistas. Murió en Cartago a edad muy avanzada, seguramente después del año 220.

[vii] MARCIÓN: Marción fue el representante más notable del Gnosticismo cristiano, que con él alcanzó el máximo grado de peligrosidad para el Cristianismo y la Iglesia. Había nacido en el Ponto y era hijo del obispo de Sínope. Excomulgado por su propio padre, hizo fortuna en negocios naviero s y el año 140 llegó a Roma, donde fue acogido por la comunidad cristiana, a la que entregó un importante donativo. Cuatro años más tarde abandonaba esa iglesia para fundar no ya una escuela, según acostumbraban otros maestros de la secta, sino una contra iglesia, que fue durante siglos depositaria de doctrinas gnósticas. La iglesia marcionita, tanto en su organización como en su liturgia, trató de imitar a la Iglesia Católica. La base de la doctrina de Marción era la absoluta oposición que pretendía ver entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Según él, bajo ningún aspecto podía éste considerarse como continuación y plenitud del Antiguo, puesto que existía una radical incompatibilidad entre el mensaje transmitido por el uno y el otro. Nada podía haber en común entre el Mesías guerrero profetizado por el Viejo Testamento y Jesús; no podía ser uno mismo el Dios bueno y misericordioso del Nuevo Testamento, y el Dios creador y justiciero de la Antigua Ley. De ahí que, según Marción, este último, Yahvé, fuese el Demiurgo, autor del mundo visible, mientras que el Dios bueno y verdadero, desconocido hasta entonces, se habría revelado  enviando a su Espíritu -Jesucristo-, que trajo a los  hombres el evangelio del amor de Dios y la redención.

[8] PRAXEAS: A fines del siglo II, la herejía conocida con el nombre de monarquianismo enseñó que en Dios no hay más que una persona -lo cual hizo exclamar a Tertuliano: «monarquiam habemus»-. Pronto esta herejía se dividió en dos ramas:  a) El monarquianismo adopcionista, que dice que Cristo es puro hombre, aunque nacido sobrenatural- mente de la Virgen María por obra del Espíritu San- to, y en el bautismo Dios lo dotó de un poder divino particular y lo adoptó como hijo.
b) El monarquianismo modalístico, que también se llama patripasionismo. Esta doctrina mantiene la verdadera divinidad de Cristo, pero enseña que fue el Padre quien se hizo hombre en Jesucristo y padeció por nosotros. Praxeas fue partidario de esta última postura. Tertuliano lo combatió con su escrito Adversus Praxeam

[9] HERMÓGENES: Era pintor y gnóstico; llegó a Cartago desde Siria. Opinaba que la materia era eterna, igual a Dios, así admitía dos dioses. Según Tertuliano, que le combatió en el libro Contra Hermógenes, esta doctrina la dedujo de la filosofía de los paganos, y dice de él: «Coloca la materia en el mismo nivel que Dios, como si hubiera existido desde siempre, sin haber nacido ni haber sido creada. Según él, no habría tenido ni principio ni fin. Dios se habría servido luego de ella para crear todas las cosas». No fue Tertuliano el primero que escribió contra él, pues ya Teófilo de Antioquía le precedió con su obra Contra la herejía de Hermógenes, libro que se ha perdido.

[10] GNOSTICISMO: El Gnosticismo era como una gran corriente de ideas y de intuiciones religiosas de diversa procedencia, aunadas por la tendencia sincretista que tanto auge alcanzó en los últimos siglos de la Antigüedad. El punto de arranque de esa corriente lo constituía el anhelo de resolver el problema del mal ¿Cómo encontrar el conocimiento perfecto, la verdadera ciencia que diese la clave del enigma del mundo y de la presencia del mal en el mundo, que aclarase el sentido de la existencia humana? Las doctrinas gnósticas daban unas respuestas a estos interrogantes, cuyo sentido general era que existía un Dios supremo y, por debajo de él, una multitud de «eones», seres semidivinos que formaban con Aquél el Pleroma, el mundo superior y luminoso del Dios verdadero. Nuestro mundo material e imperfecto, donde reside el mal, no sería obra del Dios supremo, sino de un ser creador, el Demiurgo, que ejercía el dominio sobre su obra. En este mundo creado se encontraba desterrado el hombre, la obra maestra del Demiurgo, pero en el que late una centella de la suprema Divinidad. De ahí el impulso que el hombre sien te en lo más íntimo de su ser a unirse con el Dios sumo y verdadero. Tan sólo la «gnosis», el conocimiento perfecto de Dios y de sí mismo permitiría al hombre liberarse de los malignos poderes mundana les y alcanzar el universo luminoso, el Pleroma del Dios Padre y Primer Principio.

[11] HILARIO DE POITIERS, San: Nació en Poitiers hacia el año 320. Fue obispo de su ciudad natal. Aparece como figura de primera fila en la defensa de la ortodoxia católica, con un importante tratado sobre la Trinidad. Murió en Poitiers hacia el año 367.

[12] MONTANO: Fue el fundador de la herejía llamada montanismo, que originariamente fue llamada por sus seguidores la «nueva profecía» y por sus adversarios la «ascesis frigia». El Montanismo apareció hacia el año 170, cuando Montano, después de recibir el bautismo, comenzó a anunciar que era el Profeta del Espíritu Santo, y que este Espíritu iba a revelar por su conducto a todos los cristianos la plenitud de la verdad. El rasgo más notable de esta revelación era el mensaje escatológico: estaba a punto de producirse la segunda venida de Cristo, y con ella el comienzo de la Jerusalén celestial. Una estricta vida moral prepararía a los creyentes para el advenimiento del Señor: evitar toda huida del martirio, guardar ayuno riguroso y abstenerse en lo posible del matrimonio eran los principales deberes impuestos por Montano. La radical aversión al matrimonio, postulada igualmente por los gnósticos, constituía también el principal precepto de la secta de los «encratitas», fundada por el apologista sirio Taciano. Montano obtuvo la adhesión de dos mujeres, Priscila y Maximila, y con su ayuda difundió la secta por Asia Menor. Pero el Montanismo hubiera tenido es caso relieve sin la tardía adhesión de Tertuliano, acaecida cuando habían muerto ya sus tres primeros pro motores. El Tertuliano montanista de la última época inauguró en realidad una nueva forma de Montanismo, que tomó del primero la actitud rigorista y su pretensión de vinculación carismática al Espíritu Santo, sin intermedio de la Jerarquía eclesiástica. Tertulia no anunció que la «nueva profecía» llevaría la Cristiandad a su estado de madurez, y prescribió un pro grama moral rigorista: no huir de la persecución, las segundas nupcias, que consideraba como un adulterio, y mayor dureza en la disciplina penitencial. El Montanismo fue condenado por la Iglesia cuando quedó claro que se trataba de una secta fanática que, por su obsesión escatológica y por la exageración rigorista con que los planteaba, venía a falsear una serie de temas muy fa miliares a la tradición cristiana. Tertuliano montanista apenas encontró seguidores en su patria africana.

[13] Estas mujeres fueron Priscila y Maximilia; ver el «Breve léxico de conceptos y nombres»: Montano

[14] 1 Cor 11,19. 

[15] TERTULIANO, en De praescr. haeret., 3: ML 2, 17, utiliza la misma comparación: «Así es como el Señor conoce a quienes" son suyos y desarraiga las plantas que El no ha plantado, y así hace ver que los últimos son los primeros, y lleva en la mano el aventador para limpiar su era. Enhorabuena vuele lejos la paja de una fe superficial y ligera, en cuanto sienta el soplo de la prueba; tanto más limpio será así el montón de trigo que se habrá de guardar en los graneros del Señor».

[16] Prov 22, 28.  

[17] Ecli 8, 17. 

[18] Ecl. 10, 8.

[19] 1 Tim 6, 20-21.

[20] Prov 9, 16-18; aquí San Vicente utiliza la versión griega de los LXX

[21] Cfr. Mt 13, 24-30

[22] Cfr. Mt 25, 15.

[23] BESELEEL: Cfr. Ex 31, 2 ss. El Señor lo escogió y fue lleno del Espíritu de Dios para construir el Tabernáculo y todos los ornamentos y utensilios necesarios para el culto y poner en ese trabajo toda su inteligencia y toda su habilidad.

[24] In eoden dogmate, eodem sensu, eademque sententia. frase clásica que recoge el Concilio Vaticano 1 y también San Pío X en el juramento antimodernista.

[25] Ver lo que dice SAN AGUSTÍN, en De civitate Dei, lib. XXII, 14: ML 41,777: «Todos tienen, desde el momento de la concepción y del nacimiento, esta medida perfecta; aunque en potencia, no en acto. Todos los miembros están contenidos en el semen de manera latente, aunque alguno de ellos falte todavía en los recién nacidos, como, por ejemplo, los dientes. 

[26] Cfr. Mt 13, 24-30.

[27] Cfr. 1 Cor 3, 9.

[28] 1 Cor 5, 11.

[29] 2 Jn. 10-11.

[30] ARRIO: Arrio (256-336), presbítero alejandrino natural de Libia y formado, según parece, en la escuela teológica de Antioquía, profesaba un subordinacionismo radical, ya que no tan sólo subordinaba el Hijo al Padre en naturaleza, sino que le negaba la naturaleza divina. Su postulado fundamental era la unidad absoluta de Dios, fuera del cual todo cuanto existe es criatura suya. El Verbo habría tenido comienzo, no sería eterno, sino tan sólo la primera y más noble de las criaturas, aunque, eso sí, la única creada directamente por el Padre, ya que todos los demás seres habrían sido creados a través del Verbo. El Verbo, por tanto, no sería Hijo natural, sino Hijo adoptivo de Dios, elevado a esta dignidad en virtud de una gracia particular, por lo que en sentido moral e impropio era lícito que la Iglesia le llamase también Dios. Arrio expuso su doctrina en diversos sermones y obras, la más importante de las cuales fue la titulada Thalia, el Banquete. El arrianismo consiguió una rápida difusión, porque simpatizaron con él los intelectuales procedentes del helenismo, racionalistas y familiarizados con la noción del Dios supremo, el Summus Deus; contribuyó también a su éxito el concepto del Verbo que proponía y que entroncaba con la idea platónica del Demiurgo, en cuanto era un ser intermedio entre Dios y el mundo creado y artífice a su vez , de la creación. Las consecuencias de esta doctrina eran gravísimas, porque afectaban a la esencia misma de la obra de la Redención: si Jesucristo, el Verbo de Dios, no era Dios verdadero, su muerte careció de eficacia salvadora y no pudo haber verdadera redención del pecado del hombre. La Iglesia de Alejandría se dio pronto cuenta de la trascendencia del problema, y su obispo, Alejandro, trató de disuadir a Arrio de su error. Mas la actitud de Arrio era irreductible, y en el año 318 hubo de ser condenado por un concilio de cien obispos de Egipto. Poco tiempo después el Arrianismo se había convertido en un problema de la Iglesia universal, que exigió la convocatoria de la primera asamblea ecuménica de la Iglesia, el concilio de Nicea.

[31] NOVACIANO: Mientras en Africa la Iglesia se esforzaba por poner coto al peligro del laxismo, en Roma surgía una tendencia rigorista cuyo principal representante fue Novaciano. Sostenía éste que la apostasía era un pecado irremisible y que los lapsi no podían ser nunca readmitidos a la comunión de la Iglesia, ni aun siquiera en la hora de la muerte. El Papa Cornelio rechazó la doctrina de Novaciano y fue viva mente apoyado por San Cipriano. Un sínodo romano excomulgó a Novaciano, cuya doctrina encontró es. caso eco en Italia.

[32] Cfr. Hech 8, 9-24.

[33] PABLO DE SAMOSATA: Fue gobernador y tesorero de la reina Zenobia de Palmira. En el año 260 fue consagrado obispo de Antioquía. No reconocía tres Personas en Dios, y negaba la Encarnación diciendo que Jesús era superior a Moisés y los profetas, pero no era el Verbo: era un hombre igual que nosotros, pero mejor en todos los aspectos. Un concilio del año 268, celebrado en Antioquía, condenó su doctrina y lo de puso de su sede. 

[34] Mt. 7, 15. 65 

[35] Mt. 7, 16.

[36] Cfr. Ecl 10, 8.

[37] Cfr. Prov 22, 28.

[38] 2 Cor 11, 13.

[39] 2 Cor 11, 14-15.

[40] Mt 4, 5-6.

[41] CISMA: Los Santos Padres tienen que hacer frente a ensayos más o menos felices de explicar el dogma. Son teologías desafortunadas, no sólo porque emplean un lenguaje todavía balbuciente, sino, sobre todo, porque parten de presupuestos falsos. Así, vendrán a desembocar en cismas, es decir, en la constitución de pequeñas iglesias, separadas de la gran Iglesia, a la que proporcionarán la ocasión de formular con mayor precisión el verdadero dogma.

[42] 1 Cor 12, 28.

[43] 1 Cor 1, 10.

[44] 1 Cor 14, 33.

[45] 1 Cor 14, 33.

[46] 1 Cor 14, 36.

[47] 1 Cor 14, 37. 

[48] 1 Cor 14, 38.

[49] JULIANO: Obispo de Eclano, en Italia, se puso a la cabeza de la oposición contra el Papa Zósimo, cuando éste confirmó la condenación del pelagianismo en su carta Tractoria, el año 418. Fue depuesto de su sede episcopal y enviado al exilio. Anduvo errante por las provincias orientales del Imperio y murió hacia el año 454, probablemente en Sicilia. San Agustín trató de convencerle de su error con su obra Contra Julianum.

[50]

[51] CONCILIO DE EFESO: El Concilio de Efeso se abrió el 22 de junio del año 431. Cirilo ostentó la representación del Papa, y tres legados pontificios acudieron también desde Roma. El desarrollo del Concilio fue muy accidentado. En la primera sesión se aprobó un decreto redactado por Cirilo, donde se formulaba la doctrina de la unión hipostática de las dos naturalezas en Cristo, y se acordó también la deposición y excomunión de Nestorio. Al término de la sesión se produjo una manifestación pública de júbilo y el pueblo de Efeso, gozoso al ver confirmado a María el título de Madre de Dios, acompañó con antorchas a los padres del Concilio. Mas pocos días después llegó el patriarca Juan de Antioquía con los obispos antioquenos, y és tos rehusaron aceptar cuanto se había acordado hasta entonces y se constituyeron en asamblea separada, en anticoncilio. La actitud del emperador Teodosio II fue durante cierto tiempo ambigua, aunque al final decidió respaldar la acción del Concilio, y Nestorio fue privado de su sede y recluido en un monasterio. La escisión entre los episcopados de Siria y Egipto se resolvió al aceptar Cirilo una profesión de fe redactada por Juan de Antioquía, en la que se llamaba a María con el título de Madre de Dios, que es la que se ha denominado Símbolo de Efeso; los antioquenos, por su parte, admitieron los decretos del Concilio y la deposición de Nestorio. Con ello, el Nestorianismo se fue extinguiendo como problema vivo de la Iglesia. Grupos de nestorianos subsistieron en la región de Edesa y luego arraigaron en Persia, donde se constituyó una Iglesia nestoriana que en los siglos siguientes desarrolló una activa labor misionera en la India y otras tierras de Asia.

[52] CIRILO, San: El nombre de San Cirilo de Alejandría está inseparablemente unido a las disputas cristológicas del siglo V y a la historia de la Mariología. Frente a la doctrina nestoriana de la existencia en Cristo de dos personas separadas, Cirilo afirmó la unión hipostática y la única persona de Cristo; frente a la negativa de Nestorio y de ciertos antioquenos a confesar la Maternidad divina de María, madre tan sólo, según ellos, del hombre Cristo, Cirilo, haciendo uso de la expresión empleada ya por los dos Gregorios de Na cianzo y de Nisa, designó a María con el título de Theotokos -Madre de Dios- y promovió la sanción oficial de esta doctrina en el Concilio de Efeso (año 431).

[53] En el segundo Conmonitorio, San Vicente relataba en detalle el Concilio de Efeso; en ese relato consignaba todos los pormenores a los que aquí se refiere.

[54] PEDRO DE ALEJANDRÍA, San: Fue elevado a la sede de Alejandría hacia el año 300, probablemente después de haber sido director de la Escuela de esa ciudad. Tuvo que abandonar su diócesis durante la persecución de Diocleciano y murió mártir el año 311. De sus escritos sólo se conservan pequeños fragmentos de sus cartas y tratados teológicos.

[56] ATANASIO, San: La historia del Dogma en el siglo IV tuvo como uno de sus grandes forjadores a San Atanasio (295-373). Su existencia heroica discurrió en medio del fragor del incesante combate doctrinal, que en repetidas ocasiones le acarreó la persecución y el destierro. Atanasio es el símbolo de la ortodoxia católica frente al Arrianismo, y nadie podría serlo con mejor derecho, porque toda su vida y su obra las consagró apasionadamente a ese gran empeño. Como teólogo, su doctrina fundamental es la defensa del Hijo consustancial -homoousios- al Padre, que contribuyó a hacer prevalecer en el Concilio de Nicea (325) y expuso después ampliamente en su principal obra dogmática, los tres «Discursos contra los Arrianos». San Atanasio, al explicar la naturaleza y la generación del Verbo, puso las bases del futuro desarrollo de la doctrina trinitaria. Pero la atención prestada a la Teología de la Trinidad, entonces en primer plano, no le impidió abordar cuestiones propiamente cristológicas, que pronto alcanzarían vivísima actualidad. Atanasio jugó también un papel preponderante en la propagación del ascetismo cristiano, gracias a su Vida de San Antonio, que se difundió ampliamente y consiguió enorme éxito.

[56] TEÓFILO, San: Era tío de San Cirilo, a quien sucedió en el Patriarcado de Alejandría. De sus obras se ha perdido prácticamente todo, pues sólo se conservan algunas cartas y unos cuantos fragmentos de otros: escritos. Su doctrina era perfectamente ortodoxa, y por eso fue citado en Efeso.

[57] GREGORIO DE NACIANZO, San: Ver Basilio, San.

[58] BASILIO, San: La batalla doctrinal del Arrianismo, combatida en sus momentos más duros por San Atanasio, fue definitivamente vencida gracias, sobre todo, a tres Padres del Asia Menor, estrechamente vinculados entre sí, que la fama ha bautizado con el título común de «los grandes Capadocios»: los hermanos Basilio de Cesárea (330-79) y Gregorio de Nisa (335- 94?) Y su amigo Gregorio de Nacianzo (328/29-89/90). Los tres desarrollaron su principal actividad en la segunda mitad del siglo IV, Y aunque eran muy distintos por su personalidad y temperamento, estuvieron estrechamente unidos en la doctrina y servicio de la Iglesia. San Basilio, al que se apellidó el «Grande», fue un eminente hombre de gobierno, legislador monástico y, desde el año 370, obispo de Cesárea. Sus escritos sobre la Teología de la Trinidad fueron muy importantes, porque de una parte refutaron categóricamente el Arrianismo puro, representado por Eunomio, y por otra, al esclarecer algunos conceptos teológicos fundamentales, abrieron el camino para que los semi-arrianos fueran nuevamente atraídos a la Iglesia y la doctrina trinitaria de Nicea se aceptara universalmente en el Concilio I de Constantinopla (381). Gregorio de Nacianzo y Gregorio de Nisa, obispos también, carecían sin embargo de las dotes pastorales de Basilio, y el primero renunció a la sede constantinopolitana, después de un breve pontificado. Fueron, en cambio, grandes teólogos, especialmente el Niseno, y en cuanto tales hicieron avanzar sobre manera la doctrina de la Trinidad y sostuvieron de modo expreso la divinidad del Espíritu Santo, proclamada por el Concilio I de Constantinopla (381). Su doctrina cristológica preparó también el camino a las futuras definiciones dogmáticas del siglo V.

[59] GREGORIO DE NISA, San: Ver Basilio, San.

[60] FÉLIX 1, San: Fue obispo de Roma del 269 al 274. Las Actas del Concilio de Efeso contienen un extracto de una carta del Papa Félix al obispo Máximo de Alejandría y a su clero. Trata de la divinidad y perfecta humanidad de Cristo. Además se conservan dos fragmentos sobre la naturaleza de Cristo, que se atribuyen al Papa Félix, pero se ha demostrado que tanto la carta citada en Éfeso como el fragmento más pequeño de los referidos son una falsificación hecha por los apolinaristas.

[61] JULIO, San: Fue obispo de Roma durante los años 337 al 352

[62] San Vicente da los nombres de sólo diez Padres citados en el Concilio de Efeso, aunque también fueron citados Atico de Constantinopla y San Anfiloquio de Iconio; al reducir los nombres a diez, San Vicente se deja llevar por el simbolismo imperante todavía en su época: así el número de los Padres citados coincide con el número diez de los Mandamientos.

[63] CAPREOLO, San: Era obispo de Cartago (430-437). Envió una carta a Éfeso excusando su ausencia y la de otros obispos africanos. En la carta rogaba a los Padres del Concilio que no cambiasen nada de lo que ya había sido definido y enseñado antes. Su carta fue incluida en las Actas del Concilio, tanto en su original latín como en una traducción griega.

[64] SIXTO III, San: Obispo de Roma desde el año 432 al 440. Se conservan siete cartas suyas. En memoria de la definición dogmática que se hizo en el Concilio deEfeso de la maternidad divina de María, rehizo y amplió la Basílica Libeiana, y la adornó de espléndidos  mosaicos que todavía existen. 

[65] CELESTINO I, San: Fue obispo de Roma durante diez, años, desde el 422 al 432. Hizo frente al pelagianismo. Reunió un Concilio en Roma el año 430 para juzgar las homilías de Nestorio, en las que exponía errores; comisionó a San Cirilo de Alejandría para que obtuviese la retractación de Nestorio.

[66] Se refiere a Juan de Antioquía, amigo de Nestorio, que en el Concilio de Efeso opuso a San Cirilo y al mismo Concilio un conciliábulo.