CONDENAS
Y BENDICIONES
16.
Pero ya es tiempo de hacer una breve síntesis, para recordarlo con mayor
facilidad, de todo lo que hemos dicho en tormo a las herejías y a la fe
católica. Cuando se repiten las cosas, se comprenden mejor y se graban más
profundamente en la memoria.
Condena,
pues, de Fotino, que rechaza la plenitud de la Trinidad y enseña que Cristo fue
pura y simplemente un hombre.
Condena
de Apolinar, el cual sostiene que la divinidad de Cristo se transformó y se
corrompió, negando así la propiedad de una humanidad perfecta.
Condena
de Nestorio, el cual afirma que Dios no ha nacido de una Virgen, admite dos
Cristos y, rechazando la fe en la Trinidad, nos propone una cuaternidad.
Bendita,
en cambio, la Iglesia Católica, que adora a un solo Dios en la plenitud de la
Trinidad y la igualdad de las Tres Personas Divinas en una única Divinidad, de
manera que ni la unidad de sustancia diluye la propiedad de las Personas, ni su
distinción rompe la unidad de la Divinidad.
Bendita
la Iglesia, la cual cree que en Cristo hay dos sustancias reales y perfectas,
pero que es única la persona de Cristo; la distinción entre las dos
naturalezas no escinde la unicidad de persona, ni la unicidad de persona
confunde las dos naturalezas diferentes.
Bendita
la Iglesia, que para proclamar que Cristo es y ha sido siempre uno profesa que
el hombre se unió a Dios en el seno mismo de la Madre, y no después del parto.
Bendita
sea esta Iglesia, la cual comprende que Dios se ha hecho hombre, no por una
modificación de su naturaleza, sino en virtud de la persona, no de una persona
ficticia o provisional, sino real y permanente.
Bendita
la Iglesia, la cual enseña que esta unicidad de persona es hasta tal punto
profunda, que atribuye al hombre, por un misterio admirable e inefable, lo que
es de Dios y a Dios lo que es del hombre. En virtud de esta unicidad, la Iglesia
no teme afirmar que el hombre, en cuanto Dios, descendió del cielo, y creer que
Dios, en cuanto hombre, nació en la tierra, padeció y fue crucificado.
Consecuencia de esta unicidad, la Iglesia confiesa que el hombre es Hijo de Dios
y que Dios es Hijo de una Virgen.
Bendita,
pues, y veneranda, bendita y sacrosanta es esta profesión de fe, totalmente
comparable a la alabanza angélica que da gloria al único Señor Dios con una
trina exaltación de su divinidad[1].
La Iglesia predica la unicidad de Cristo principalmente por esto: para respetar
el misterio de la Trinidad.
Todo
lo que he dicho en esta digresión, si a Dios place, lo trataré de manera más
amplia y completa en otra ocasión. Ahora volvamos a nuestro tema.
LA
CAÍDA DE ORÍGENES
17.
Decíamos que en la Iglesia de Dios el error de un maestro es una tentación
para los fieles; tentación tanto mayor cuanto más docto es el que yerra.
He
probado esto ya con la autoridad de la Escritura, después con ejemplos de la
historia eclesiástica, recordando aquellos hombres que fueron tenidos durante
cierto tiempo por plenamente ortodoxos y que acabaron en una secta acatólica o
incluso fundaron una herejía. Este es un aspecto muy importante, que por lo
mismo es necesario conocer y tener siempre presente, incluso ilustrado con gran
número de ejemplos para hacer que penetre bien en la mente, con el fin de que
los verdaderos católicos sepan que deben recibir a los Doctores con la Iglesia,
y no abandonar la Iglesia por los Doctores[2].
Yo
podría aducir numerosos ejemplos de tal clase de tentación, pero pienso que
ninguno es comparable al caso de Orígenes[3].
Poseía
cualidades tan excepcionales y maravillosas que cualquiera habría prestado fe,
desde el primer momento, a todas sus afirmaciones. Pues si la vida edifica la
autoridad de una persona, él fue un hombre de gran laboriosidad, castidad,
paciencia y constancia no comunes. Y si consideramos su cuna y su ciencia,
¿quién más noble que él? Nació de una familia ilustrada por el martirio, y
después de haber sido privado de padre y de hacienda, por la causa de Cristo,
salió adelante en medio de las estrechuras de una santa pobreza, sufriendo con
frecuencia, según nos han contado siempre, por confesar el nombre del Señor.
Poseía
otras muchas dotes, que después se mudaron en motivos de tentación. Su
inteligencia era tan vasta, penetrante, aguda, noble, que no tenía rival.
Además, tenía tal conocimiento de la doctrina cristiana y una erudición tan
grande que pocas cosas de la filosofía divina se le escapaban, y casi ninguna
de la humana había que él no hubiera adquirido profundamente.
Su
ciencia no se limitó a las obras griegas, sino que también se extendió a las
hebraicas.
¿Debo
recordar su elocuencia? Era tan agradable, pura, suave, que se habría podido
decir que era miel, no palabras, lo que destilaban sus labios. No había
cuestión difícil de exponer que él no hiciese límpida con la fuerza de su
razonamiento, ni cosas que parecían arduas que él no hiciese facilísimas.
-¿Pero
no habrá, quizá, construido sus obras y fundamentado sus asertos solamente
sobre argumentos racionales?
-Al
contrario, no ha habido nunca maestro que haya utilizado más que él la Sagrada
Escritura.
-Puede
que haya escrito poco.
¡En
absoluto! Ningún mortal ha escrito más que él, tanto que no es posible,
pienso yo, no sólo leer todas sus obras, pero ni siquiera encontrarlas todas. Y
para que no le faltase ningún medio para formarse y perfeccionarse en la
ciencia, tuvo el don de la plenitud de los años.
-Quizá
haya tenido poca suerte con sus discípulos.
-¿Hubo
alguien más afortunado que él? Innumerables son los doctores, los obispos, los
confesores, los mártires salidos de su escuela. Es verdaderamente imposible
medir la admiración, la gloria, el favor de que gozó por parte de todos.
¿Quién, por poco religioso que fuese, no acudía a él desde los más remotos
rincones de la tierra? Sabemos por la historia que era reverenciado no sólo por
las personas privadas, sino incluso por el mismo emperador. Se cuenta que la
madre del emperador Alejandro[4]
lo hizo llamar a su lado a causa de la sabiduría divina que sobreabundaba en
él, y que ella deseaba ardientemente conocer. Otro testimonio lo encontramos en
las cartas que escribió, con autoridad de maestro, al emperador Felipe[5],
primer príncipe de Roma; que se hizo cristiano.
Y
si no se quiere dar crédito a nuestro testimonio cristiano en torno a su
increíble ciencia, escuchemos al menos lo que de ella dicen los filósofos
paganos.
El
impío Porfirio narra que, siendo él todavía un chiquillo, fue hasta
Alejandría atraído por la fama de Orígenes, y allí lo vio, ya muy avanzado
en edad, pero con tal clase y con tanta grandeza, que parecía que él había
construido la ciudadela de toda la sabiduría.
Pero
se nos echaría la noche encima antes de que yo pudiese exponer, ni siquiera
sucintamente, una mínima parte de las dotes insignes que se encontraban juntas
en ese hombre.
Sin
embargo, todas estas cualidades no sirvieron solamente para la gloria de la
religión, sino también para hacer la tentación más peligrosa. Nadie se
habría encontrado dispuesto a abandonar a un hombre de tan gran ingenio, de
doctrina y dotes tan eximias; cualquiera habría repetido la sentencia: «Es
preferible estar equivocado con Orígenes que tener razón con los demás»:
¿Se podría añadir algo más?
La
tentación que esta gran personalidad, este doctor y profeta insigne provocó no
fue de poca monta, sino que fue de tal envergadura, como demuestra el resultado
final, que desvió a muchísimos de la integridad de la fe.
Por
haber abusado con temeridad de la gracia de Dios, por haber hecho demasiadas
concesiones a su inteligencia y puesto una confianza desmesurada en sí mismo,
por haber considerado en poco la antigua sencillez de la religión cristiana,
presumiendo en cambio de saber más que los otros; por haber despreciado las
tradiciones de la Iglesia y el magisterio de los antiguos, interpretando de
manera totalmente novedosa algunos pasajes de la Sagrada Escritura; por todo
eso, Orígenes -aun siendo tan eminente y extraordinario como era- mereció que
también a propósito de él se le dijese a la Iglesia de Dios: «Si en medio de
ti se levanta un profeta..., no escuches las palabras de ese profeta..., porque
te está probando Yavé, tu Dios, para ver si le amas o no».
Y,
por cierto, no fue ésta una prueba indiferente para la Iglesia que, confiando
en él y arrebatada por la admiración de su ingenio, de su ciencia, de su
elocuencia, de su modo de vivir, de su autoridad, sin sospechar nada ni temer
nada, se veía arrancada de ]a antigua fe y deslizarse hacia novedades profanas.
Alguno
dirá: las obras de Orígenes fueron interpoladas y amañadas. Lo concedo, e
incluso desearía que lo hubiesen sido todavía más. Hay muchos que hablan y
escriben acerca de estas interpolaciones, y no sólo católicos, sino también
herejes. Lo que yo quiero subrayar es el hecho de que, aunque los libros no
hayan sido escritos por Orígenes, sino empleando su nombre, fueron igualmente
ocasión de gran tentación. Hormiguean de afirmaciones impías, pero son
leídos y apreciados como si fuesen de Orígenes y no de otros. Así, aunque no
fuera su intención emitir errores, sin embargo, éstos fueron difundidos bajo
la autoridad de su nombre.
EL
ESCÁNDALO DE TERTULIANO
18.
Lo mismo ocurrió con Tertuliano[6],
el cual fue el más grande entre nuestros latinos, como Orígenes lo fue entre
los griegos.
¿Quién
fue más docto que él, quién más experto tanto en las cosas divinas como en
las humanas?
Con
la maravillosa capacidad de su mente se paseaba por el conocimiento de toda la
filosofía, de las escuelas filosóficas, de sus fundadores y seguidores, de
todas sus disciplinas, de la historia y de las más variadas ramas del saber.
Dotado de un in. genio fuerte y profundo, no había dificultad que se propusiera
resolver y que no superase y conquistase con su inteligencia aguda y poderosa.
¿Quién
sería capaz de alabar como se debe la estructura y el estilo de sus
composiciones? Todo está en ellas concadenado con tal necesidad lógica, que
obliga a asentir con él a aquellos a quienes no consigue convencer. Se puede
decir que en él cada palabra es una sentencia, cada afirmación una victoria.
Saben
muy bien esto los discípulos de Marción[7],
de Apeles., de Praxeas[8],
de Hermógenes[9], los judíos, los paganos,
los gnósticos[10]
y todos los demás, cuyas blasfemias fulminó, demolió y destruyó con sus
muchos y poderosos libros.
Sin
embargo, también él, ese Tertuliano que había llevado a cabo todas estas
cosas por haber sido poco tenaz en apegarse al dogma católico, o sea, a la fe
antigua y universal, y más elocuente que profundo, al final cambió sus ideas
-como dice de él el bienaventurado confesor Hilario[11]-
«.. .con ese error final privó de toda autoridad a sus alabados escritos».
Así,
pues, también él fue para la Iglesia ocasión de gran tentación. No quiero
añadir más, sino sólo recordar que por haber afirmado, sin tener en cuenta el
precepto de Moisés, que las nuevas furias de Montano[12]
surgidas en la Iglesia y las locas fantasmagorías de mujeres[13]
delirantes de nuevos dogmas eran verdaderas profecías, mereció que de él y de
sus escritos se dijera: «Si en medio de ti se levanta un profeta..., no
escuches las palabras de ese profeta». ¿Por qué? «Porque te está probando
Yahvé, tu Dios, para ver si le amas o no».
FUNCIÓN
PROVIDENCIAL DE ESTOS EJEMPLOS
19.
El número y la importancia de estos ejemplos eclesiásticos, y de muchos otros
del mismo género, no puede dejar de hacernos prudentes, y nos muestran a una
luz más clara que la del sol que, según lo que nos dice el Deuteronomio, si
un doctor se desvía de la fe, es la Providencia de Dios la que lo permite, para
ver si amamos a Dios con todo el corazón y con toda nuestra alma.
EL
CATÓLICO VERDADERO y EL HEREJE
20.
De todo lo que hemos dicho, aparece evidente que el verdadero y auténtico
católico es el que ama la verdad de Dios y a la Iglesia, cuerpo de Cristo;
aquel que no antepone nada a la religión divina y a la fe católica: ni la
autoridad de un hombre, ni el amor, ni el genio, ni la elocuencia, ni la
filosofía; sino que despreciando todas estas cosas y permaneciendo sólidamente
firme en la fe, está dispuesto a admitir y a creer solamente lo que la Iglesia
siempre y universalmente ha creído.
Sabe
que toda doctrina nueva y nunca antes oída, insinuada por una sola persona,
fuera o contra la doctrina común de los fieles, no tiene nada que ver con la
religión, sino que más bien constituye una tentación, adoctrinado en esto
especialmente por las palabras del Apóstol Pablo: Es necesario que incluso
haya herejías, para que se descubran entre vosotros los que son de una virtud
probada[14].
Como si dijera: Dios no extirpa inmediatamente a los autores de herejías, para
que se manifiesten los que son de una virtud probada, es decir, para que
aparezca en qué medida cada cual es tenaz, fiel, constante en el mora la fe
católica.
Y
verdaderamente, apenas un viento de novedades empieza a soplar, inmediatamente
se ve cómo los granos cuajados del trigo se separan y se distinguen de la
cascarilla sin peso, y sin gran esfuerzo es arrojado fuera de la era lo que no
está sostenido por peso alguno[15].
Algunos vuelan inmediatamente; otros, en cambio, trastornados y desalentados,
temen perecer, pero se avergüenzan de regresar, apaleados como están y más
muertos que vivos; parece exactamente como si hubieran bebido una dosis de
veneno que ya no pueden eliminar y que, aunque no los mata de golpe, no les
permite seguir realmente viviendo.
¡Situación
desgraciada! ¡Cuántas aflicciones violentas, cuántas turbaciones les asaltan!
Ya se dejan arrastrar por el error como de un viento impetuoso; ya se repliegan
en sí mismos, como olas en la tempestad, y son arrojados en la playa; otras
veces, con audacia temeraria, dan su conformidad a lo que es incierto; en otros
momentos, bajo el impulso de un miedo irracional, se espantan incluso de lo que
es verdad.
No
saben ya dónde ir, a dónde volver, no saben lo que quieren, no saben de qué
deben huir, no saben lo que debe ser mantenido y lo que, por el contrario, debe
ser rechazado.
¡Y
si al menos supiesen que estas dudas y esta angustia de un corazón malamente
vacilante son el remedio que la misericordia divina les ha preparado!
Por
esto precisamente, lejos del puerto segurísimo de la fe católica, son
sacudidos, golpeados, como inmersos en la tempestad, con el fin de que,
recogidas y amainadas las velas de la mente, que estaban tendidas al largo y
desplegadas a los vientos infieles de las novedades, vuelvan a buscar morada en
el refugio confiado de su Madre buena y tranquila y, rechazadas las olas amargas
y alborotadas del error, puedan alcanzar la fuente de aguas vivas y saltarinas y
beber de ella.
Que
«desaprendan» bien lo que no hicieron bien en aprender; y que comprendan, de
todos los dogmas de la Iglesia, lo que la inteligencia puede comprender; lo que
no puedan comprender, que lo crean.
«¡OH
TIMOTEO!, GUARDA EL DEPOSITO»
21.
Pensando y repensando dentro de mí estas cosas, no dejo de admirarme ante la
inmensa locura de algunos hombres, ante la impiedad de su mente cegada y ante la
pasión desenfrenada del error, que no les deja satisfechos con una norma de fe
tradicional y recibida de la antigüedad, sino que cada día andan buscando
cosas nuevas y arden continuamente en deseos de cambiar, de añadir, de quitar
algo a la religión. Como si ésta no fuese un dogma celestial, que ya es
suficiente que haya sido revelado una vez para siempre; como si fuera una
institución humana, que no puede llegar a ser perfecta sino mediante asiduas
enmiendas y correcciones.
Y,
sin embargo, tenemos la Palabra Divina que proclama: No traspases los
linderos antiguos que pusieron tus padres[16];
No tengas litigios con el juez[17];
y también: El que echa abajo un muro es mordido por la serpiente[19].
Además está el mandato del Apóstol, con el cual, como si fuera una espada
espiritual, han sido decapitadas y lo serán siempre todas las malvadas
novedades heréticas: ¡Oh Timoteo!, guarda el depósito, evitando las
novedades profanas en las expresiones y las contradicciones de la falsa ciencia,
que, al profesarla algunos, vinieron a perder la fe[19].
Después
de estas advertencias ¿habrá todavía hombres tan osados y testarudos, de una
cabezonería más dura que el acero, que no se dobleguen bajo el peso de tal
elocuencia celestial, que no se sientan aplastados por semejante autoridad,
hechos pedazos por martillazos como esos, reducidos a cenizas por rayos de esa
clase?
«Evita
-dice el Apóstol- las novedades profanas en las expresiones». No dice la
antigüedad, la vetustez. Muestra claramente lo contrario, si tenemos en cuenta
las consecuencias de lo que ha dicho: si se debe evitar la novedad, hay que
atenerse a la antigüedad; si la novedad es impía, la antigüedad es
sagrada.
«Y
las contradicciones de una falsa ciencia». Verdaderamente que sólo como falsa
ciencia puede ser calificada la doctrina de los herejes, los cuales enmascaran
su propia ignorancia llamándola ciencia, del tiempo revuelto dicen que está
sereno, a la tiniebla la llaman luz.
«Al
profesarlas algunos, vinieron a perder la fe». ¿Qué es lo que anunciaron
éstos, que les hizo prevaricar, si no fue una doctrina nueva e ignorada?
Puedes
escuchar cómo dicen algunos: venid, pobres ignorantes, los que sois comúnmente
llamados católicos, y aprended la fe verdadera, que, aparte de nosotros, nadie
entiende. Permaneció oculta durante muchos siglos, pero ahora ha sido revelada
y manifestada. Mas aprendedla en secreto. Os dará alegría. Una vez la hayáis
aprendido, enseñadla a otros, pero ocultamente, para que no os odie el mundo ni
lo sepa la Iglesia, porque sólo a unos pocos les es dado conocer el secreto de
tan gran misterio.
Pero,
¿ es que acaso no son estas palabras las mismas que leemos en los Proverbios de
Salomón, dirigidas por la prostituta a los que pasan y van su camino?: El
estúpido que venga acá. Ya los pobres de mente les exhorta diciendo: Tomad
este pan de tapadillo, bebed estas dulces aguas hurtadas. Pero, ¿qué es lo
que también encontramos escrito?: mas ignora que los hijos de la tierra
mueren junto a ella[20].
¿Quiénes son estos hijos de la tierra? Que lo diga el Apóstol: «los que
vienen a perder la fe».
LA
IGLESIA, CUSTODIO FIEL DEL DEPÓSITO
22.
Pero es provechoso que examinemos con mayor diligencia esa frase del Apóstol: ¡Oh
Timoteo!, guarda el depósito, evitando las novedades profanas en las
expresiones.
Este
grito es el grito de alguien que sabe y ama. Preveía los errores que iban a
surgir, y se dolía de ello enormemente.
¿Quién
es hoy Timoteo sino la Iglesia universal en general, y de modo particular el
cuerpo de los obispos, quienes, ellos principalmente, deben poseer un
conocimiento puro de la religión cristiana, y además transmitirlo a los
demás?
Y
¿qué quiere decir «guarda el depósito»? Estáte atento, le dice, a los
ladrones y a los enemigos; no suceda que mientras todos duermen, vengan a
escondidas a sembrar la cizaña en medio del buen grano que el Hijo del hombre
ha sembrado en su campo[21].
Pero,
¿qué es un depósito? El depósito es lo que te ha sido confiado, no
encontrado por ti; tú lo has recibido, no lo has excogitado con tus propias
fuerzas. No es el fruto de tu ingenio personal, sino de la doctrina; no está
reservado para un uso privado, sino que pertenece a una tradición pública. No
salió de ti, sino que a ti vino: a su respecto tú no puedes comportarte como
si fueras su autor, sino como su simple custodio. No eres tú quien lo ha
iniciado, sino que eres su discípulo; no te corresponderá dirigirlo, sino que
tu deber es seguirlo.
Guarda
el depósito, dice; es decir, conserva inviolado y sin mancha el talento[22] de la fe católica. Lo que
te ha sido confiado es lo que debes custodiar junto a ti y transmitir. Has
recibido oro, devuelve, pues, oro. No puedo admitir que sustituyas una cosa por
otra. No, tú no puedes desvergonzadamente sustituir el oro por plomo, o tratar
de engañar dando bronce en lugar de metal precioso. Quiero oro puro, y no algo
que sólo tenga su apariencia.
¡Oh
Timoteo! ¡Oh sacerdote!, intérprete de las Escrituras, doctor, si la gracia
divina te ha dado el talento por ingenio, experiencia, doctrina, debes ser el
Beseleel[23]
del Tabernáculo espiritual. Trabaja las piedras preciosas del dogma divino,
reúnelas fielmente, adórnalas con sabiduría, añádeles esplendor, gracia,
belleza: Que tus explicaciones hagan que se comprenda con mayor claridad lo que
ya se creía de manera muy oscura. Que las generaciones futuras se congratulen
de haber comprendido por tu mediación lo que sus padres veneraban sin
comprender.
Pero
has de estar atento a enseñar solamente lo que has aprendido: no suceda que por
buscar maneras nuevas de decir la doctrina de siempre, acabes por decir también
cosas nuevas.
EL
PROGRESO DEL DOGMA Y SUS CONDICIONES
23.
Quizá alguien diga: ¿ningún progreso de la religión es entonces posible en
la Iglesia de Cristo?
Ciertamente
que debe haber progreso, ¡Y grandísimo! ¿Quién podría ser tan hostil a los
hombres y tan contrario a Dios que intentara impedirlo? Pero a condición de que
se trate verdaderamente de progreso por la fe, no de modificación.
Es
característica del progreso el que una cosa crezca, permaneciendo siempre
idéntica a sí misma; es propio, en cambio, de la modificación que una cosa se
transforme en otra.
Así,
pues, crezcan y progresen de todas las maneras posibles la inteligencia, el
conocimiento, la sabiduría, tanto de la colectividad como del individuo, de
toda la Iglesia, según las edades y los siglos; con tal de que eso suceda
exactamente según su naturaleza peculiar, en el mismo dogma, en el mismo
sentido, según una misma interpretación[24].
Que
la religión de las almas imite el modo de desarrollarse los cuerpos, cuyos
elementos, aunque con el paso de los años se desenvuelven y crecen, sin embargo
permanecen siendo siempre ellos mismos. Hay gran diferencia entre la flor de la
infancia y la madurez de la ancianidad; no obstante, quienes ahora son
viejos son los mismos que fueron adolescentes. El aspecto y el porte de
un individuo cambiará, pero se tratará siempre de la misma naturaleza y de
la misma persona. Los miembros de un lactante son pequeños y más
grandes los de los jóvenes, y siguen siendo los mismos. Tantos miembros tienen
los adultos cuantos tienen los niños; y si algo nuevo aparece en edad
más madura, ya preexistía en el embrión; así, nada nuevo se manifiesta en el
adulto que ya no se encontrase de forma latente en el niño[25].
No
cabe ninguna duda de que éste es el proceso regular y normal del progreso,
según el orden preciso y bellísimo del crecimiento: el crecer en la edad
revela en los grandes las mismas partes y proporciones que la sabiduría del
Creador había delineado en los pequeños. Si la forma humana adoptase con el
tiempo un aspecto extraño a su especie, si se le añadiese o se le quitase
algún miembro, necesariamente todo el cuerpo moriría o se haría monstruoso, o
al menos se debilitaría.
Estas
mismas leyes de crecimiento debe seguir el dogma cristiano, de modo que con el
paso de los años se vaya consolidando, se vaya desarrollando en el tiempo, se
vaya haciendo más majestuoso con la edad, pero de tal manera que siga siempre
incorrupto e incontaminado, íntegro y perfecto en todas sus partes y, por así
decir, en todos sus miembros y sentidos, sin admitir ninguna alteración,
ninguna pérdida de sus propiedades, ninguna variación en lo que está
definido.
Pongamos
un ejemplo. Nuestros padres, en el pasado, han sembrado en el campo de la
Iglesia el buen grano de la fe; sería por demás injusto e inconveniente si
nosotros, sus descendientes, en lugar del trigo de la auténtica verdad
tuviésemos que recolectar la cizaña fraudulenta del error[26].
En cambio, es justo que la siega corresponda a la siembra y que recojamos,
cuando el grano de la doctrina llega a la madurez, el trigo del dogma. Si con el
paso del tiempo, una parte de la semilla original se ha desarrollado alcanzando
felizmente la plena madurez, no se puede decir que haya cambiado el carácter
específico de la semilla; puede darse un cambio en el aspecto, en la forma, una
concreción más precisa, pero la naturaleza propia de cada especie permanece
intacta.
No
suceda jamás, pues, que los rosales de la doctrina católica se transformen en
cardos espinosos. No suceda jamás, repito, que en este paraíso espiritual
donde retoñan el cinamono y el bálsamo, despunten a escondidas la cizaña y el
acónito. Todo lo que la fe de los padres ha sembrado en el campo de Dios que es
la Iglesia[27],
es lo que debe ser cultivado y custodiado por el celo de los hijos; solamente
esto debe florecer, y no otra cosa; debe florecer y madurar, crecer y alcanzar
la perfección.
Es
legítimo que los antiguos dogmas de la filosofía celestial, al correr
de, los siglos, se afinen, se limen, se pulan; pero sería impío cambiarlos,
desfigurarlos, mutilarlos. Adquieran, al contrario, mayor evidencia, claridad,
precisión; pero es necesario que conserven siempre su plenitud, integridad,
propiedad.
Si
se concediese, aunque fuera para una sola vez, permiso para cualquier mutación
impía, no me atrevo a decir el gran peligro que correría la religión de ser
destruida y aniquilada para siempre. Si se cede en cualquier punto del dogma
católico, después será necesario ceder en otro, y después en otro más, y
así hasta que tales abdicaciones se conviertan en algo normal y lícito. Y una
vez que se ha metido la mano para rechazar el dogma pedazo a pedazo, ¿qué
sucederá al final, sino repudiarlo en su totalidad?
Si
se empieza a mezclar lo nuevo con lo antiguo, lo extraño con lo que es
familiar, lo profano con lo sagrado, en breve este desorden se difundirá por
todas partes, y nada en la Iglesia permanecerá intacto, íntegro, sin mancha; y
donde antes se levantaba el santuario de la verdad pura e incorrupta,
precisamente en ese lugar, se levantará un lupanar de infamias y de torpes
errores.
Que
la misericordia divina mantenga alejado de la mente de los suyos este crimen;
que esto no sea más que una locura de los impíos. La Iglesia de Cristo,
custodio vigilante y prudente de los dogmas que le han sido confiados, no cambia
nunca nada en ellos, ni les quita o añade nada; no rechaza lo que es necesario
ni añade lo que es superfluo; no deja que se le escape lo que es suyo ni se
apropia de lo que pertenece a otros. Al tomar cautelosamente con fidelidad y
prudencia las doctrinas antiguas, sólo busca hacer con sumo celo lo siguiente:
perfeccionar y perfilar lo que ha recibido de la antigüedad de una manera
solamente esbozada; consolidar y reforzar lo que ha sido expresado con
precisión; custodiar lo que ha sido ya confirmado y definido.
En
realidad, ¿qué fines se propuso obtener siempre la Iglesia con los decretos
conciliares, si no ha sido el que se crea con mayor conocimiento lo que antes ya
se creía con sencillez; que se predique con mayor insistencia lo que antes ya
se predicaba con menor empeño; que se venere con mayor solicitud lo que ya
antes se honraba con demasiada calma?
Esto
y no otra cosa ha hecho siempre la Iglesia con los decretos de los concilios,
provocada por las innovaciones de los herejes: transmitir a la posteridad en
documentos escritos lo que había recibido de nuestros padres mediante sólo la
tradición; resumir en fórmulas breves una gran cantidad de nociones y, más
frecuentemente, con el fin de ilustrar la inteligencia, especificar con
términos nuevos y apropiados una doctrina no nueva.
ESTAR
EN GUARDIA ANTE LOS HEREJES
24.
Pero volvamos a la exhortación del Apóstol: «¡Oh Timoteo guarda el
depósito, evitando las novedades profanasen las expresiones». Evítalos, le
dice, como se hace con una víbora, con un escorpión, con un basilisco,
para que no solamente el contacto, pero ni siquiera su vista y su aliento te
hieran.
Ahora
bien: ¿qué significa evitar? Con gente así no debéis ni tomar bocado[28].
Y también: Si viene alguno a vosotros, y no trae esta doctrina -¿y qué
doctrina, sino la católica universal, que permanece siendo única e idéntica a
través de los siglos, en una incorrupta tradición de verdad, y que
permanecerá así siempre?- no le recibáis en casa, ni le saludéis. Porque
quien le saluda participa en sus acciones perversas[29].
El
Apóstol nos hablaba de novedades profanas en las expresiones. Ahora
bien, profano es lo que no tiene nada de sagrado ni religioso, y es totalmente
extraño al santuario de la Iglesia, templo de Dios. Las novedades profanas en
las expresiones son, pues, las novedades concernientes a los dogmas, cosas y
opiniones en contraste con la tradición y la antigüedad; su aceptación
implicaría necesariamente la violación poco menos que total de la fe de los
Santos Padres. Llevaría necesariamente a decir que todos los fieles de todos
los tiempos, todos los santos, los castos, los continentes, las vírgenes, todos
los clérigos, los levitas y los obispos, los millares de confesores, los
ejércitos de mártires, un número tan grande de ciudades y de pueblos, de
islas y provincias, de reyes, de gentes, de reinos y de naciones, en una
palabra, el mundo entero incorporado a Cristo Cabeza mediante la fe católica,
durante un gran número de siglos ha ignorado, errado, blasfemado, sin saber lo
que debía creer. Evita, pues, las novedades profanas en las expresiones, ya que
recibirlas y seguirlas no fue nunca costumbre de los católicos, y sí de los
herejes.
En
realidad, ¿qué herejía no ha surgido bajo un nombre en un lugar y en una
época determinadas? ¿Quién jamás ha fundado una herejía sin separarse antes
del acuerdo con la universalidad y la antigüedad de la Iglesia Católica?
Los
ejemplos nos muestran esto de manera evidentísima. En efecto, ¿quién nunca,
antes del impío Pelagio, tuvo la presunción de atribuir al libre albedrío el
poder tan grande de pensar que el auxilio de la gracia no es necesario para cada
uno de los actos, para llevar a cabo las buenas obras? ¿Quién, antes de su
monstruoso discípulo Celestio, negó que todo el género humano está
contaminado por el pecado de Adán?
Antes
del sacrílego Arrio[30],
¿quién tuvo la audacia de rasgar la unidad de la Trinidad o de confundirla,
como el pérfido Sabelio? Antes del rigidísimo Novaciano[31],
¿quién había dicho que Dios era cruel, porque prefería la muerte del
agonizante a que se convirtiese y viviese?
¿Quién,
antes de Simón Mago, duramente castigado por la reprimenda apostólica[32]
-y de quien proviene la antigua riada de torpezas que, por sucesión
ininterrumpida y oculta, ha llegado hasta Prisciliano-, se atrevió a decir que
el Dios creador es el autor del mal, es decir, de nuestros delitos, de nuestras
impiedades, de nuestros vicios? Este afirma que Dios, con sus propias manos crea
la naturaleza humana estructurada de manera que, por movimiento espontáneo y
bajo el impulso de una voluntad necesitada, no puede más, no quiere más que
pecar. Agitada e incendiada por las furias de todos los vicios, se ve arrastrada
con ansia inagotable a los abismos de toda suerte de crímenes.
Ejemplos
como éstos los hay para nunca acabar, pero dejémoslos en aras de ser breves.
Demuestran a todos con evidencia que la actitud normal y ordinaria de cualquier
herejía es gozarse en las novedades profanas y sentir hastío ante los dogmas
de la antigüedad, hasta el punto de naufragar en la fe a causa de las
discusiones de una falsa ciencia. En cambio, es propio de los católicos
custodiar el depósito transmitido por los Santos Padres, condenar las novedades
profanas y, como muchas veces repitió el Apóstol, descargar el anatema sobre
quien tiene la audacia de anunciar algo diverso de lo que ha sido recibido
LOS
HEREJES RECURREN A LA ESCRITURA
25.
Mas alguien se dirá: ¿es que quizá los herejes no se sirven de los
testimonios de la Sagrada Escritura?
Ciertamente
que se sirven ¡Y con cuánta apasionada vehemencia! Se les ve pasar de un libro
a otro de la Ley Santa: desde Moisés a los libros de los Reyes, desde los
Salmos a los Apóstoles, desde los Evangelios a los Profetas. En sus asambleas,
con los extraños, en privado, en público, en los discursos y en los escritos,
durante las comidas y en las plazas públicas, es raro que mantengan alguna cosa
si antes no la han revestido con la autoridad de la Sagrada Escritura.
Basta
con leer las obras de Pablo de Samosata[33],
de Prisciliano, de Eunomio, de Joviniano y de todas las otras pestes;
inmediatamente se nota el cúmulo infinito de textos bíblicos: casi no hay
página que no esté coloreada y acicalada con citas del Antiguo y del Nuevo
Testamento. Mas es tanto más necesario estar en guardia y temerles cuando más
buscan ocultarse y esconderse bajo la sombra de la Ley Divina.
Efectivamente,
saben que sus exhalaciones pestilentes, desnudas y directas, no encontrarían el
favor de nadie; por eso las perfuman con el aroma de la palabra celestial, ya
que quien fácilmente rechazaría un error humano no está dispuesto a
despreciar con tanta facilidad los oráculos divinos.
Hacen
lo que aquellos que, para suavizar la amargura de las medicinas destinadas a los
niños, untan de miel el borde del vaso; los niños con la ingenua sencillez de
su edad, una vez que han probado el dulce, se tragan sin sospecha ni temor
también lo amargo. De la misma manera actúan quienes enmascaran con nombres
medicinales hierbas nocivas y jugos venenosos, para que nadie, al leer la
etiqueta, pueda sospechar que se trata de venenos y que no son remedios para dar
salud.
A
este propósito el Salvador gritaba: Guardaos de los falsos profetas que
vienen a vosotros disfrazados con pieles de ovejas, pero por dentro son lobos
feroces[34].
¿Qué otra cosa son esas pieles de ovejas sino las palabras de los Profetas y
de los Apóstoles, con las cuales estos mismos, con mansa sencillez, han
revestido como un velo al Cordero inmaculado que quita el pecado del mundo?
¿Quiénes son, en cambio los lobos voraces, sino las doctrinas salvajes y
rabiosas de los herejes, que infectan el redil de la Iglesia, para desgarrar, de
la mejor manera posible, el rebaño de Cristo? Para sorprender más
fácilmente a las incautas ovejas, enmascaran su aspecto de lobos, aunque
conservando su ferocidad, arropándose con frases de la ley Divina como con un
velo, con el fin de que, al sentir la blandura de la lana, las ovejas no
sospechen de sus dientes agudos.
Pero,
¿qué nos dice el Salvador?: Por sus frutos los conoceréis[35]. Es decir, cuando ya
no queden satisfechos con citar y predicar las palabras divinas, sino que
empiecen a explicarlas y a comentarlas, entonces se pondrá de manifiesto su
amargura, su aspereza y su rabia; entonces se esparcirá un nuevo hedor y
aparecerán las novedades impías; entonces se verá por primera vez el seto
arrancad[37] y trasladados los linderos
puestos por los padres[36];
ultrajada la fe católica y el dogma de la Iglesia hecho pedazos.
Personas
de esta ralea eran las fustigadas por el Apóstol en su segunda carta a los
corintios: Estos falsos apóstoles son operarios engañosos, que se disfrazan
de Apóstoles de Cristo[38].
¿Qué significa: «se disfrazan de Apóstoles de Cristo»? Los Apóstoles
citaban textos de la Ley Divina, y aquellos hacían lo mismo; los Apóstoles se
apoyaban en la autoridad de los Salmos y de los Profetas, y aquellos lo mismo.
Pero cuando empezaron a interpretar de manera diferente los mismos textos,
entonces se distinguieron los sinceros de los falsarios, los genuinos de los
artificiales, los rectos de los perversos, en una palabra, los verdaderos
Apóstoles de los falsos. Y no es de extrañar -explica San Pablo-: pues
el mismo Satanás se transforma en ángel de luz. Así no es mucho que sus
ministros se transfiguren en ministros de justicia[39].
Según
la enseñanza del Apóstol, cada vez que los falsos apóstoles, los falsos
profetas, los falsos doctores citan pasajes de la Ley Divina con los cuales,
interpretándolos mal, intentan apuntalar sus errores, no cabe duda de que
siguen la táctica pérfida de su autor y maestro, el cual ciertamente no la
habría usado, si no hubiera comprendido que no hay mejor camino para inducir a
engaño a los fieles, que introducir fraudulentamente un error cubriéndolo con
la autoridad de las palabras divinas.
LA
ESCRITURA EN BOCA DE SATANÁS
26.
Alguien podría quizá preguntar: ¿cómo se explica que el diablo utilice las
citas de la Sagrada Escritura?
No
tiene más que abrir el Evangelio y leer. Encontrará escrito: Entonces el
diablo lo tomó -se trata del Señor, del Salvador- y lo puso sobre lo
alto del templo y le dijo: si eres el Hijo de Dios, échate de aquí abajo; pues
está escrito: te he encomendado a los ángeles, los cuales te tomarán en sus
manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra[40].
¿Qué
no hará a los pobres mortales el que tuvo la osadía de asaltar, con
testimonios de la Escritura, al mismo Señor de la majestad? ¿«Si tú eres el
Hijo de Dios -le dijo- échate de aquí abajo». ¿Por qué? «Porque está
escrito...».
Debemos
prestar la más grande atención a la doctrina aquí expuesta y retenerla bien
en nuestras mentes, para que, puestos en guardia por la autoridad de un ejemplo
evangélico tan grande, no dudemos ni por un instante que es el diablo quien
habla por boca de quienes veremos que citan contra la fe católica pasajes de
los Apóstoles o de los Profetas Entonces era la cabeza quien hablaba a la
Cabeza, ahora son los miembros quienes hablan a los miembros; es decir, los
miembros del diablo a los miembros de Cristo, los renegados a los fieles, los
sacrílegos a los hombres piadosos, los herejes a los católicos.
¿Pero
qué es lo que dicen? Si tú eres el Hijo de Dios échate de aquí abajo. O sea,
si quieres ser realmente Hijo de Dios y recibir la herencia del reino celestial,
tírate abajo desde lo alto de la doctrina y de la tradición de esta Iglesia
sublime, templo de Dios. Y si uno pregunta a cualquier hereje que quiere
persuadirlo de la verdad de esto: ¿En qué pruebas te fundas para afirmar que
yo debo abandonar la fe antigua y universal de la Iglesia Católica?,
inmediatamente responderá: «Está escrito», y sin más amontonará mil
testimonios, mil ejemplos, mil argumentos con los cuales, interpretados de nueva
y mala manera, intentará precipitar el alma del desgraciado desde lo alto de la
roca católica al abismo de la herejía.
Pero
es con las promesas que ahora vamos a decir con las que los herejes
acostumbran a engañar, con un arte que es una verdadera maravilla, a quienes no
están prevenidos. Efectivamente, osan prometer y enseñar que en su iglesia, es
decir, en el conventículo de su secta, está presente una gracia de Dios
extraordinaria, especial, absolutamente personal; y es de tal clase que sin
fatiga, sin esfuerzo, sin ansiedad alguna, incluso aunque no pidan, ni busquen,
ni anhelen, todos los que forman parte de su número obtienen de Dios esa ayuda,
hasta el punto de que son llevados por manos de ángeles y custodiados por su
protección, sin que su pie tropiece nunca con una piedra, o sea, sin sufrir
escándalo.
COMO
VENCER LAS INSIDIAS DIABÓLICAS DE LOS HEREJES
27.
Después de todo lo que llevamos dicho, es lógico preguntar: si el diablo y sus
discípulos -pseudoapóstoles, pseudoprofetas, pseudomaestros y herejes en
general- acostumbran a utilizar las palabras, las sentencias, las profecías de
la Escritura, ¿cómo deberán comportarse los católicos, los hijos de la Madre
Iglesia? ¿Qué deberán hacer para distinguir en las Sagradas Escrituras la
verdad del error?
Tendrán
verdadera preocupación por seguir las normas que, al comienzo de estos apuntes,
he escrito que han sido transmitidas por doctos y piadosos hombres; es decir,
interpretarán el Canon divino de las Escrituras según las tradiciones de la
Iglesia universal y las reglas del dogma católico; en la misma Iglesia
Católica y Apostólica deberán seguir la universalidad, la antigüedad y la
unanimidad de consenso.
Por
consiguiente si sucediese que una fracción se rebelase contra la universalidad,
que la novedad se levantase contra la antigüedad, que la disensión de uno o de
pocos equivocados se elevase contra el consenso de todos o al menos de un
número muy grande de católicos, se deberá preferir la integridad de la
totalidad a la corrupción de una parte; dentro de la misma universalidad, será
preciso preferir la religión antigua a la novedad profana; y, en la
antigüedad, hay que anteponer a la temeridad de poquísimos los decretos
generales, si los hay, de un concilio universal; en el caso de que no los haya,
se deberá seguir lo que más cerca esté de ellos, o sea, las opiniones
concordes de muchos y grandes maestros.
Si,
con la ayuda del Señor, observamos con fidelidad y solicitud estas reglas,
conseguiremos descubrir sin gran dificultad, y desde su misma fuente, los
errores nocivos de los herejes.
LOS
PADRES Y LA TRADICIÓN CATÓLICA
28.
Pienso que quizá será oportuno que yo demuestre, por medio de ejemplos, cómo
pueden ser descubiertas y condenadas las novedades heréticas, investigando y
confrontando entre sí las opiniones concordes de los maestros antiguos.
De
todos modos, es evidente que este consenso antiguo y unánime de los Santos
Padres, no debemos invocarlo sólo por cuestiones minuciosas de la Ley Divina;
sino que será objeto de la más activa investigación y adhesión sólo en lo
que se refiere a la regla de la fe.
Ni
tampoco todas las herejías, de todos los tiempos, pueden ser combatidas de esta
manera; solamente las nuevas y más recientes, en su primera floración y en
sus primeras manifestaciones, antes de que, por la misma escasez de
tiempo, tengan la posibilidad de falsear la regla antigua de la fe y de
inficionar con su veneno los libros de los Padres. En cuanto a las que ya se han
difundido y han echado raíces profundas, no pueden ser combatidas por este
camino, porque el largo plazo de tiempo de que han dispuesto ha sido
ocasión más que favorable para erosionar la verdad, y por eso es por lo que
las impiedades más antiguas, tanto heréticas como cismáticas, no podemos
refutarlas más que con la autoridad de la Escritura, o evitarlas en cuanto que
ya están refutadas y condenadas por antiguos Concilios universales del
Episcopado Católico.
Apenas,
pues, comienza a extenderse la podredumbre de un nuevo error y éste, para
justificarse, se apodera de algunos versículos de la Escritura, que además
interpreta con falsedad y fraude, es preciso inmediatamente echar mano de las
sentencias de los Padres interpretando los pasajes en cuestión; con su auxilio,
cualquier novedad profana será en el acto desenmascarada sin ninguna
ambigüedad y conde- nada sin vacilación.
En
cuanto a los Padres, hay que consultar sólo el pensamiento de quienes
santamente, sabiamente y con constancia han vivido, enseñado y permanecido
firmes en la fe y en la comunión católica, y murieron fieles a Cristo o
merecieron la alegría de dar su vida por él.
Mas
a éstos se debe prestar fe siguiendo esta regla: lo que todos, o al menos la
mayoría, han afirmado claramente, a modo de concilio de maestros perfectamente
unánimes, y que han confirmado al aceptarlo, conservarlo y transmitirlo, eso es
lo que debe ser mantenido como indudable, cierto y verdadero. Al contrario, todo
lo que, fuera de la doctrina común, e incluso contra ella, haya pensado uno
solo, aunque sea un santo y un docto, un obispo, un confesor, un mártir, debe
ser relegado entre las opiniones personales, no oficiales, privadas, que no
tienen la autoridad de la opinión común, pública y general; no nos suceda,
con sumo peligro para nuestra salvación eterna, que abandonemos la antigua
verdad de la doctrina católica para seguir el error nuevo de un solo individuo,
según la sacrílega costumbre de los herejes y cismáticos[41].
Para
que no haya quien se atreva a despreciar este acuerdo sagrado y universal de los
Padres, el Apóstol escribió en su primera carta a los corintios: Dios ha
puesto en la Iglesia, unos en primer lugar apóstoles (él era uno de
ellos), en segundo lugar profetas (como leemos en los Hechos de los
Apóstoles que era Agabo), en el tercero maestros[42],
a quienes nosotros llamamos doctores, pero el mismo Apóstol a veces les llama
profetas, porque explican al pueblo cristiano los misterios del mensaje
profético. Cualquiera que se atreva a despreciar a estos hombres puestos
por Dios en su Iglesia según los lugares y los tiempos, y que están de acuerdo
en la interpretación del dogma católico, no despreciaría a un hombre, sino a
Dios mismo. Y con el fin de que nadie esté en desacuerdo con su unidad, la
única verdadera, el mismo Apóstol dice: Os ruego encarecidamente, hermanos,
por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que todos tengáis un mismo
lenguaje, y que no haya entre vosotros cismas, antes bien, viváis perfectamente
unidos en un mismo pensar en un mismo sentir[43].
Y
si alguien deja de estar de acuerdo con su doctrina, escuche lo que dice el
Apóstol: Dios no es un Dios de discordias, sino de paz[44].
O sea, no es Dios de quien rompe la unidad y la concordia, sino de quienes
permanecen en la paz de un solo sentir. Y estas son -continúa- las
cosas que yo enseño en todas las Iglesias de los santos[45],
es decir, de los católicos, y son cosas santas precisamente porque permanecen
en la comunión de la fe.
Y
con el fin de que nadie se arrogue la pretensión de ser él sólo escuchado y
creído, sin tener en cuenta a los demás, pregunta: ¿Por ventura tuvo de
vosotros su origen la palabra de Dios? ¿O ha llegado a vosotros solos?[46].
Además, para evitar que sus palabras fuesen tomadas a la ligera, añade: Si
alguno de vosotros se tiene por profeta o por persona espiritual, reconozca que
las cosas que os escribo son preceptos del Seño[47].
Mas ¿de qué preceptos se trata, sino de que cualquiera que es profeta o
persona espiritual, o sea, maestro de cosas espirituales, debe tener el mayor
cuidado en cultivar la imparcialidad y la unidad, a fin de que no llegue a
preferir su opinión personal a la de los demás o a separarse del sentir
común? Porque -amonesta el Apóstol- quien desconoce estos preceptos
será él mismo desconocido[48];
o sea, quien no aprende las cosas que no sabe, o desprecia las que sabe, será
tenido por indigno de ser incluido por Dios en el número de quienes están
unidos en la fe e iguales en la humildad. ¿Se podría pensar un mal más
grande? Precisamente esto es lo que, como sabemos, ocurrió, de acuerdo con la
amenaza del Apóstol, al pelagiano Juliano[49],
que se negó a compartir la doctrina de sus colegas y tuvo la presunción de
separarse de ellos.
Pero
ha llegado el momento de traer a colación el ejemplo a que nos hemos referido,
y mostrar dónde y de qué manera, por decreto y autoridad de un concilio, las
opiniones de los Padres fueron recogidas con el fin de fijar, siguiéndolas, la
regla de fe de la Iglesia.
Para
mayor comodidad, pongo aquí fin a estas notas. El resto lo trataré en una
segunda parte.
El
segundo Conmonitorio desapareció; no quedó de él más que la segunda parte,
que es una simple recapitulación y que a continuación añadimos[50].
ES
LEGÍTIMO RECURRIR A LOS PADRES
29.
Creo llegado el momento de recapitular al fin de este segundo Conmonitorio, todo
lo que ha sido tratado en los dos Conmonitorios. En el primero dije que
los católicos han tenido siempre la costumbre, y tienen todavía, de determinar
la verdadera fe de dos maneras: con la autoridad de la Escritura divina y con la
tradición de la Iglesia Católica. No porque la Escritura, por sí sola, no sea
suficiente en todos los casos, sino porque muchos, interpretando a su capricho
las palabras divinas, acaban por inventar una cantidad increíble de doctrinas
erróneas. Por este motivo es necesario que la exégesis de la Escritura divina
vaya guiada por la única regla del sentir católico, especialmente en las
cuestiones que tocan los fundamentos de todo el dogma católico.
También
he afirmado que en la misma Iglesia es necesario tener en cuenta la
universalidad y la antigüedad, con el fin de que no nos suceda que nos
separemos de la unidad del conjunto y acabar, disgregados, en el fragmentarismo
particularista del cisma, o precipitarnos, desde la fe antigua, en novedades
heréticas.
He
dicho además, en cuanto a la antigüedad, que es preciso a toda costa tener
presente dos cosas y adherirse a ellas profundamente, si no queremos
convertirnos en herejes; primero: ver si ha habido antiguamente algún decreto
por parte de todos los obispos de la Iglesia Católica, emanado bajo la
autoridad de un concilio universal; después, en el caso de que surja una
cuestión nueva, en torno a la cual no se encuentre nada definido, recurrir a
las sentencias de los Padres, pero sólo a aquellos que, por haber permanecido,
en su tiempo y lugar, dentro de la unidad de la comunión y de la fe, se han
convertido en maestros probados. Todo lo que se encuentre que ha sido por ellos
mantenido con unanimidad de sentir y de consenso puede ser sometido sin temor
alguno como expresión de la verdadera fe católica.
Como
habría podido parecer que yo afirmaba estas cosas por mi propia cuenta, más
que basándome en la autoridad de la Iglesia, me he referido al ejemplo del
Santo Concilio habido hace tres años en Efeso[51],
en Asia, bajo el consulado de los preclaros Basso y Antioco. En el curso de las
discusiones que allí se tuvieron para establecer la regla de la fe, con el fin
de evitar que una novedad impía se insinuase del mismo modo que se llevó a
cabo la perfidia de Rimini, pareció a todos los obispos, reunidos en número de
casi doscientos, que el mejor procedimiento, el más católico y el más
conforme a la fe, era el de remitirse a las sentencias de los Santos Padres,
alguno de los cuales eran mártires, otros confesores, con tal que de todos
ellos hubiera constancia de que habían sido obispos católicos y que habían
perseverado como tales. Fortalecidos por su consenso, fue confirmada por
decreto, en debida forma y solemne, la antigua fe, y condenada la blasfemia de
la nueva impiedad.
A
la luz de este procedimiento, y con todo derecho y merecidamente, el impío
Nestorio fue juzgado de estar en desacuerdo con la antigüedad católica, y el
bienaventurado Cirilo[52]
en comunión con la santísima fe antigua.
Para
que nada faltase a la fidelidad de los hechos que he narrado, proporcioné
también los nombres y el número de los Padres (aunque se me haya olvidado el
orden)[53],
de conformidad con cuya sentencia unánime fueron interpretadas las palabras de
la Sagrada Escritura, y fue confirmada la regla de la fe divina. Pienso que no
será superfluo que la vuelva a recordar, para refrescar mi memoria.
LOS
PADRES CITADOS EN ÉFESO
30.
He aquí, pues, los nombres de aquellos cuyos escritos fueron citados en aquel
Concilio como jueces y testigos.
San
Pedro obispo de Alejandría[54],
doctor insigne y mártir; San Atanasio[55],
obispo de la misma ciudad, maestro fidelísimo y confesor eximio; San Teófilo[56],
también él obispo de Alejandría, célebre por su fe, vida y ciencia; su
sucesor, el venerable Cirilo, que actualmente ilustra la iglesia alejandrina. y
para que no se pensara que aquélla era la doctrina de una sola ciudad o de una
sola provincia, se recurrió también a las celebérrimas luminarias de
Capadocia: San Gregorio[57],
obispo de Nizancio y confesor; San Basilio[58],
obispo de Cesárea de Capadocia y confesor; el otro Gregorio[59],
obispo de Nisa, por fe, costumbres y sabiduría realmente digno de su hermano
Basilio.
Además,
para demostrar que no sólo Grecia y Oriente, sino también Occidente, el mundo
latino, había mantenido siempre la misma fe, fueron leídas algunas cartas de
San Félix Mártir[60]
y de San Julio[61], obispos de la ciudad de
Roma.
Pero
no solamente la cabeza del mundo, también las partes secundarias proporcionaron
su testimonio a aquélla sentencia. De los meridionales fue citado el beatísimo
Cipriano, obispo de Cartago y mártir; de las tierras del Norte, San Ambrosio,
obispo de Milán y confesor.
Estos
fueron los que en Éfeso, según el número sagrado del Decálogo[62],
fueron invocados como maestros, consejeros, testigos y jueces. Manteniendo su
doctrina, siguiendo su consejo, creyendo su testimonio, obedeciendo su juicio,
aquel santo sínodo se pronunció sobre las reglas de la fe, sin odio,
presunción ni condescendencia alguna.
Sin
duda se habría podido citar un número mayor de Padres, pero no fue necesario.
No era, en efecto, conveniente ocupar el tiempo en una multitud de textos, desde
el momento en que nadie dudaba de que la opinión de aquellos diez era la de
todos los demás colegas
EL
CONCILIO DE ÉFESO PROCLAMA LA FE ANTIGUA
31.
Además, he consignado las palabras del bienaventurado Cirilo, tal como están
contenidas en las mismas Actas eclesiásticas.
Ellas
refieren que, apenas fue leída la carta de Capreolo[63],
el Santo obispo de Cartago, quien no pedía ni deseaba más que se rechazase la
novedad y se defendiese la antigüedad, tomó la palabra el obispo Cirilo. No
parece inútil que cite aquí de nuevo sus palabras. Según está escrito al
final de las Actas, él dijo: «La carta del venerando y religiosísimo obispo
de Cartago, Capreolo, que nos ha sido leída, debe ser incluida en las Actas
oficiales. Pues su pensamiento es clarísimo: quiere que sean confirmados los
dogmas de la antigua fe y reprobadas y condenadas las novedades inútilmente
excogitadas e impíamente predicadas. Todos los obispos lo aprobaron con grandes
voces: esas palabras son las nuestras, expresan el pensamiento de todos
nosotros, éste es el voto de todos».
¿Cuáles
eran, pues, las opiniones de todos? ¿Cuáles los deseos comunes? Que se
mantuviese todo lo que había sido transmitido desde la antigüedad y se
rechazase lo que recientemente se había añadido.
He
admirado y proclamado la humildad y la santidad de ese Concilio. Los Obispos
reunidos allí en gran número, la mayor parte de los cuales eran
metropolitanos, poseían una tal erudición y doctrina, que podían casi todos
discutir acerca de cuestiones dogmáticas, y el hecho de encontrarse todos
reunidos habría podido animarles y afirmarles en su capacidad para deducir por
sí mismos. No obstante, no tuvieron la osadía de introducir ninguna
innovación, ni se arrogaron ningún derecho. Al contrario, se preocuparon por
todos los medios de transmitir a la posteridad solamente lo que habían recibido
de los padres. con el fin no sólo de resolver bien las cuestiones del presente,
sino también de ofrecer a las generaciones futuras el ejemplo de cómo se deben
venerar los dogmas de la antigüedad sagrada y condenar las novedades impías.
También
he impugnado la criminal presunción de Nestorio, que se ufanaba de haber sido
el primero y el único en comprender la Sagrada Escritura, tachando de
ignorantes a todos aquellos que, antes de él, investidos del oficio del
Magisterio, habían explicado la Palabra Divina, o sea, a todos los obispos, a
todos los confesores, a todos los mártires. Algunos de éstos habían explicado
la Ley de Dios, otros habían aceptado las explicaciones que les habían dado y
les habían prestado fe. En cambio, según el parecer de Nestorio, la Iglesia se
había equivocado siempre, y continuaba equivocándose por haber seguido, según
él, a doctores ignorantes y heréticos.
INTERVENCIONES
DE SIXTO III Y DE CELESTINO I
CONTRA LAS INNOVACIONES IMPÍAS
32.
Aunque todos estos ejemplos son más que suficientes para destrozar y aniquilar
las novedades impías, sin embargo, para que no pueda parecer que falta alguna
cosa a tan gran número de pruebas, añadí al final dos documentos de la Sede
Apostólica: uno del Santo Papa Sixto[64],
que en la actualidad ilustra la Iglesia de Roma, y el otro de su predecesor de
feliz memoria, el Papa Celestino[65].
He creído necesario reproducir aquí también estos dos documentos.
En
la carta que el santo Papa Sixto envió al obispo de Antioquía[66] a propósito de Nestorio,
le escribía: «Puesto que el Apóstol ha dicho que una es la fe (cfr. Efes 4,
S), la fe que se ha impuesto abiertamente, creamos lo que debemos hablar y
prediquemos lo que debemos mantener». ¿Queremos saber qué es lo que debemos
creer y predicar? Oigamos lo que sigue diciendo: «Nada le es lícito a la
novedad, porque nada es lícito añadir a la antigüedad. La fe límpida de
nuestros padres y su religiosidad no deben ser enturbiadas por ninguna mezcla de
cieno».
Sentencia
verdaderamente apostólica, que describe la fe de los padres como limpidez
cristalina y las novedades impías como mezcla de cieno.
En
el Papa Celestino encontramos el mismo pensamiento. En la carta que envió a los
obispos de las Galias, les reprocha que, de hecho, estaban en connivencia con
los propagadores de novedades, en cuanto que su silencio culpable venía a
envilecer la fe antigua y permitía, por consiguiente, que se difundieran las
novedades impías. «Con toda razón -dice- debemos considerarnos responsables,
si con nuestro silencio favorecemos el error. Estos hombres deben ser
reprendidos; ¡no tienen la facultad de predicar libremente!».
A
algunos podría planteársele la duda acerca de la identidad de las personas a
quienes les está prohibido predicar según les plazca: si serán los
predicadores de la antigua fe o los inventores de novedades. Que el propio Papa
hable y resuelva los dudas de los lectores. En efecto, añade: «Si eso es
verdad...», es decir si es verdad eso de lo que algunos os han acusado, es
decir, que vuestras ciudades y provincias se suman a las novedades, «si eso es
verdad, que la novedad cese de lanzar improperios y acusaciones contra la
antigüedad». El venerando parecer del bienaventurado Celes tino no fue, pues,
que la fe antigua dejase de oponerse con todas sus fuerzas a la novedad, sino
más bien que ésta acabase ya de molestar y de perseguir a la antigüedad.
CONCLUSIÓN
33.
Cualquiera que se oponga a estas decisiones apostólicas y católicas, ofende
ante todo la memoria de San Celestino, el cual decretó que la novedad debía
cesar de acusar a la antigua fe; se burla del juicio de San Sixto, el cual
declaró que no se podía tolerar las novedades, porque no se puede añadir nada
a la antigüedad; por último, desprecia la decisión del bienaventurado Cirilo,
el cual alabó a plena voz el celo del venerando Capreolo, deseoso de que los
dogmas de la antigua fe fuesen confirmadas condenadas las invenciones novedosas.
El
mismo Sínodo de Efeso sería conculcado, es decir, las definiciones de los
Santos Obispos de todo Oriente, los cuales, divinamente inspirados, decretaron
que la posteridad no debería creer o cosa más que lo que la antigüedad
sagrada de Santos Padres, unánimemente concordes en Cristo, había mantenido.
Con grandes voces y aclamaciones todos a una, dieron testimonio de que la
sentencia, el deseo, el juicio de todos era que, del mismo modo que habían sido
condenados los herejes anteriores Nestorio, por despreciar la fe antigua y
mantener novedades, fuese también condenado Nestorio, que igualmente era autor
de novedades y adversario de la antigüedad.
Si
alguien es contrario a este consenso unánime, que fue santamente inspirado por
la gracia celeste, se sigue que juzga condenada injustamente la impiedad de
Nestorio. Como última y lógica consecuencia, desprecia como basura a toda la
Iglesia de Cristo y a sus Maestros, Apóstoles y Profetas, de manera especial al
Apóstol Pablo, que escribió: «¡Oh, Timoteo!, guarda el depósito evitando
las novedades profanas en las expresiones». Y también: «Cualquiera que os
anuncie un Evangelio diferente del que habéis recibido, sea anatema».
Así,
pues, si las decisiones de los Apóstoles y los decretos de la Iglesia no pueden
ser transgredidos -en virtud de los cuales, según el consenso sagrado de la
universalidad y de la antigüedad, todos los herejes han sido siempre justamente
condenados-, en consecuencia, es deber absoluto de todos los católicos, que
desean demostrar que son hijos legítimos de la Madre Iglesia, adherirse,
pegarse a la fe de los Santos Padres, y morir por ella, al mismo tiempo que
detestan, tienen horror, combaten, persiguen las novedades impías.
Esto es
todo lo que, más o menos, he expuesto en los dos Commonitorios, y que he
resumido aquí brevemente. De esta forma, mi memoria, en cuyo auxilio he escrito
estas notas, podrá consultarlas con frecuencia y sacar provecho, sin sentirse
agobiada por una exposición prolija.
[1]
Cfr. ls 6, 3: Santo,
Santo, Santo, Señor de los ejércitos, está la tierra llena de su gloria.
[2]
Ver a este propósito el capítulo
28
[3]
ORÍGENES:
Orígenes, el gran sabio cristiano de la Antigüedad, fue un personaje
asombroso, un polígrafo fecundísimo y uno de los pensadores más
brillantes de todos los tiempos. Cristiano de nacimiento, siendo todavía un
adolescente, vio morir a su padre mártir de la fe. A los dieciocho años de
edad, por mandato de su obispo, asumió la dirección de la escuela de
Alejandría (a. 203). Más tarde, los celos y suspicacias que su inmenso
prestigio comenzó a suscitar entre el clero de la iglesia alejandrina, le
hicieron trasladarse a Palestina, donde se ordenó de presbítero y fundó
en Cesárea una nueva escuela que dirigió durante veinte años. Ya anciano,
padeció allí crueles tormentos durante la persecución de Decio, fue
confesor de la fe y murió a consecuencia de esos sufrimientos, en la ciudad
de Tiro, el año 253. Orígenes realizó una obra literaria de colosales
dimensiones. Se dice que compuso unos dos mil trata dos y, a través de San
Jerónimo, conocemos los títulos de ochocientos de ellos. Fue el creador de
la ciencia escriturística, y las Exaplas, versión
séxtuple de la Biblia, a la que dedicó toda su vida, fue el primer intento
de edición crítica de la Escritura, y bastaría por sí solo para darle
fama imperecedera. Pero, además, Orígenes comentó todos los libros del
Antiguo y del Nuevo Testamento, siguiendo el método alegó rico de su
escuela. Su contribución fue también importantísima en otros campos de
las letras cristianas: en apologética, su principal obra fue el tratado Contra
Celso, refutación del Discurso verídico del
conocido filósofo anticristiano. El Peri Archon -en su
título latino, De principiis- es un intento de
construcción sistemática de la doctrina cristiana y puede considerarse
como el primer tratado de teología dogmática. Orígenes fue también autor
de diversos escritos de carácter ascético, entre los que puede mencionarse
una obra sobre la oración y la Exhortación al martirio. Los
errores en que incurrió Orígenes sobre algunos puntos de doctrina en nada
menguan la admiración que merece tanto su vida como su obra. La escuela de
Cesárea fue una prolongación de la alejandrina, y en sus años de
enseñanza, Orígenes incorporó a ella las mismas tradiciones, su método y
su orientación científica. Después de la muerte del maestro, en Cesárea
se conservó el núcleo principal de sus obras, y esta biblioteca fue a la
vez un centro de estudios y un foco de difusión de la teología
alejandrina. Cesárea jugó, pues, un papel importante como vehículo de
penetración de esa teología en Siria y Asia Menor. Baste recordar que en
Cesárea se formaron jóvenes estudiosos, que estaban destinados a
convertirse pronto en lumbreras de las ciencias sagradas: Gregorio el
Taumaturgo; Eusebio el historiador, y los tres grandes Capadocios, Basilio,
Gregorio de Nisa y Gregorio Nacianceno.
[4]
ALEJANDRO SEVERO:
El Emperador Alejandro Severo (a. 222-235) se mostró favorable al
cristianismo, así como su madre, la Emperatriz Julia Mammea. El Emperador
estaba en muy buenas relaciones con el teólogo laico Julio Africano. El
presbítero romano Hipólito dedicó a la Emperatriz un escrito sobre la
Resurrección.
[5]
FELIPE EL ÁRABE:
El Emperador Felipe el Árabe (244- 249) se mostró tan favorable a los
cristianos que quizá llegase a serlo ocultamente. Eusebio, en su Historia
Eclesiástica, menciona una carta escrita por Orígenes a
Felipe el Árabe y otra a la mujer de éste, Severa.
[6]
TERTULIANO:
Quinto Septimio Florente Tertuliano nació en Cartago hacia el año 160.
Estaba dotado de un in genio agudo y de una inteligencia penetrante, a cuyo
servicio ponía una elocuencia llena de agilidad y atractivo; fue uno de los
escritores latinos eclesiásticos de más originalidad y de mayor
personalidad. Sus escritos y su oratoria están llenos de una
fuerza que arrastra, cuajados de frases magistrales, con un estilo
conciso y sustancioso; muchas de esas frases se han hecho célebres: «el
alma naturalmente cristiana»; «la sangre de los mártires es semilla de
cristianos»; «somos de ayer y lo llenamos todo», etc. La obra más
importante de Tertuliano es el Apologeticum, dirigido a
los prefectos de las provincias del Imperio Romano, en defensa de los
cristianos, que eran juzgados y condenados por el solo crimen de llamarse
cristianos; no pide para ellos perdón, pues no tienen que ser perdonados de
nada, sino justicia. Muchas de sus obras se han perdido, y solamente se
conservan treinta y una de ellas. Su temperamento austero, apasionado y nada
conciliador lo arrastró hacia la secta de los montanistas. Murió en
Cartago a edad muy avanzada, seguramente después del año 220.
[vii]
MARCIÓN:
Marción fue el representante más notable del Gnosticismo cristiano, que
con él alcanzó el máximo grado de peligrosidad para el Cristianismo y la
Iglesia. Había nacido en el Ponto y era hijo del obispo de Sínope.
Excomulgado por su propio padre, hizo fortuna en negocios naviero s y el
año 140 llegó a Roma, donde fue acogido por la comunidad cristiana, a la
que entregó un importante donativo. Cuatro años más tarde abandonaba esa
iglesia para fundar no ya una escuela, según acostumbraban otros maestros
de la secta, sino una contra iglesia, que fue durante siglos depositaria de
doctrinas gnósticas. La iglesia marcionita, tanto en su organización como
en su liturgia, trató de imitar a la Iglesia Católica. La base de la
doctrina de Marción era la absoluta oposición que pretendía ver entre el
Antiguo y el Nuevo Testamento. Según él, bajo ningún aspecto podía éste
considerarse como continuación y plenitud del Antiguo, puesto que existía
una radical incompatibilidad entre el mensaje transmitido por el uno y el
otro. Nada podía haber en común entre el Mesías guerrero profetizado por
el Viejo Testamento y Jesús; no podía ser uno mismo el Dios bueno y
misericordioso del Nuevo Testamento, y el Dios creador y justiciero de la
Antigua Ley. De ahí que, según Marción, este último, Yahvé, fuese el
Demiurgo, autor del mundo visible, mientras que el Dios bueno y verdadero,
desconocido hasta entonces, se habría revelado enviando a su
Espíritu -Jesucristo-, que trajo a los hombres el evangelio del amor
de Dios y la redención.
[8]
PRAXEAS: A fines del siglo II, la herejía conocida con el nombre de monarquianismo
enseñó que en Dios no hay más que una persona -lo cual hizo exclamar
a Tertuliano: «monarquiam habemus»-. Pronto esta herejía se dividió en
dos ramas: a) El monarquianismo adopcionista, que
dice que Cristo es puro hombre, aunque nacido sobrenatural- mente de la
Virgen María por obra del Espíritu San- to, y en el bautismo Dios lo dotó
de un poder divino particular y lo adoptó como hijo.
b) El monarquianismo modalístico, que también se
llama patripasionismo. Esta doctrina mantiene la
verdadera divinidad de Cristo, pero enseña que fue el Padre quien se hizo
hombre en Jesucristo y padeció por nosotros. Praxeas fue partidario de esta
última postura. Tertuliano lo combatió con su escrito Adversus
Praxeam.
[9]
HERMÓGENES:
Era pintor y gnóstico; llegó a Cartago desde Siria. Opinaba que la materia
era eterna, igual a Dios, así admitía dos dioses. Según Tertuliano, que
le combatió en el libro Contra Hermógenes, esta
doctrina la dedujo de la filosofía de los paganos, y dice de él: «Coloca
la materia en el mismo nivel que Dios, como si hubiera existido desde
siempre, sin haber nacido ni haber sido creada. Según él, no habría
tenido ni principio ni fin. Dios se habría servido luego de ella para crear
todas las cosas». No fue Tertuliano el primero que escribió contra él,
pues ya Teófilo de Antioquía le precedió con su obra Contra la
herejía de Hermógenes, libro que se ha perdido.
[10]
GNOSTICISMO:
El Gnosticismo era como una gran corriente de ideas y de intuiciones
religiosas de diversa procedencia, aunadas por la tendencia sincretista que
tanto auge alcanzó en los últimos siglos de la Antigüedad. El punto de
arranque de esa corriente lo constituía el anhelo de resolver el problema
del mal ¿Cómo encontrar el conocimiento perfecto, la verdadera ciencia que
diese la clave del enigma del mundo y de la presencia del mal en el mundo,
que aclarase el sentido de la existencia humana? Las doctrinas gnósticas
daban unas respuestas a estos interrogantes, cuyo sentido general era que
existía un Dios supremo y, por debajo de él, una multitud de «eones»,
seres semidivinos que formaban con Aquél el Pleroma, el mundo superior y
luminoso del Dios verdadero. Nuestro mundo material e imperfecto, donde
reside el mal, no sería obra del Dios supremo, sino de un ser creador, el
Demiurgo, que ejercía el dominio sobre su obra. En este mundo creado se
encontraba desterrado el hombre, la obra maestra del Demiurgo, pero en el
que late una centella de la suprema Divinidad. De ahí el impulso que el
hombre sien te en lo más íntimo de su ser a unirse con el Dios sumo y
verdadero. Tan sólo la «gnosis», el conocimiento perfecto de Dios y de
sí mismo permitiría al hombre liberarse de los malignos poderes mundana
les y alcanzar el universo luminoso, el Pleroma del Dios Padre y Primer
Principio.
[11]
HILARIO DE POITIERS,
San: Nació en Poitiers hacia el año 320. Fue obispo de su ciudad natal.
Aparece como figura de primera fila en la defensa de la ortodoxia católica,
con un importante tratado sobre la Trinidad. Murió en Poitiers hacia el
año 367.
[12]
MONTANO:
Fue el fundador de la herejía llamada montanismo, que originariamente fue
llamada por sus seguidores la «nueva profecía» y por sus adversarios la
«ascesis frigia». El Montanismo apareció hacia el año 170, cuando
Montano, después de recibir el bautismo, comenzó a anunciar que era el
Profeta del Espíritu Santo, y que este Espíritu iba a revelar por su
conducto a todos los cristianos la plenitud de la verdad. El rasgo más
notable de esta revelación era el mensaje escatológico: estaba a punto de
producirse la segunda venida de Cristo, y con ella el comienzo de la
Jerusalén celestial. Una estricta vida moral prepararía a los creyentes
para el advenimiento del Señor: evitar toda huida del martirio, guardar
ayuno riguroso y abstenerse en lo posible del matrimonio eran los
principales deberes impuestos por Montano. La radical aversión al
matrimonio, postulada igualmente por los gnósticos, constituía también el
principal precepto de la secta de los «encratitas», fundada por el
apologista sirio Taciano. Montano obtuvo la adhesión de dos mujeres,
Priscila y Maximila, y con su ayuda difundió la secta por Asia Menor. Pero
el Montanismo hubiera tenido es caso relieve sin la tardía adhesión de
Tertuliano, acaecida cuando habían muerto ya sus tres primeros pro motores.
El Tertuliano montanista de la última época inauguró en realidad una
nueva forma de Montanismo, que tomó del primero la actitud rigorista y su
pretensión de vinculación carismática al Espíritu Santo, sin intermedio
de la Jerarquía eclesiástica. Tertulia no anunció que la «nueva
profecía» llevaría la Cristiandad a su estado de madurez, y prescribió
un pro grama moral rigorista: no huir de la persecución, las segundas
nupcias, que consideraba como un adulterio, y mayor dureza en la disciplina
penitencial. El Montanismo fue condenado por la Iglesia cuando quedó claro
que se trataba de una secta fanática que, por su obsesión escatológica y
por la exageración rigorista con que los planteaba, venía a falsear una
serie de temas muy fa miliares a la tradición cristiana. Tertuliano
montanista apenas encontró seguidores en su patria africana.
[13]
Estas mujeres fueron Priscila y Maximilia; ver el «Breve léxico de
conceptos y nombres»: Montano
[14]
1 Cor 11,19.
[15]
TERTULIANO, en De praescr.
haeret., 3: ML 2, 17, utiliza la misma comparación: «Así es como el
Señor conoce a quienes" son suyos y desarraiga las plantas que El no
ha plantado, y así hace ver que los últimos son los primeros, y lleva en
la mano el aventador para limpiar su era. Enhorabuena vuele lejos la paja de
una fe superficial y ligera, en cuanto sienta el soplo de la prueba; tanto
más limpio será así el montón de trigo que se habrá de guardar en los
graneros del Señor».
[16]
Prov
22,
28.
[17]
Ecli
8,
17.
[18]
Ecl.
10,
8.
[19]
1 Tim
6, 20-21.
[20]
Prov 9,
16-18; aquí San Vicente utiliza la versión griega de los LXX
[21]
Cfr.
Mt 13, 24-30
[22]
Cfr. Mt 25, 15.
[23]
BESELEEL:
Cfr. Ex 31, 2 ss. El Señor lo escogió y fue lleno del Espíritu de
Dios para construir el Tabernáculo y todos los ornamentos y utensilios
necesarios para el culto y poner en ese trabajo toda su inteligencia y toda
su habilidad.
[24]
In eoden dogmate, eodem sensu,
eademque sententia. frase
clásica que recoge el Concilio Vaticano 1 y también San Pío X en el
juramento antimodernista.
[25]
Ver lo que dice SAN AGUSTÍN, en De
civitate Dei, lib. XXII, 14: ML 41,777: «Todos tienen, desde el
momento de la concepción y del nacimiento, esta medida perfecta; aunque en
potencia, no en acto. Todos los miembros están contenidos en el semen de
manera latente, aunque alguno de ellos falte todavía en los recién
nacidos, como, por ejemplo, los dientes.
[26]
Cfr.
Mt 13, 24-30.
[27]
Cfr.
1 Cor 3, 9.
[28]
1 Cor 5,
11.
[29]
2 Jn. 10-11.
[30]
ARRIO:
Arrio (256-336), presbítero alejandrino natural de Libia y formado, según
parece, en la escuela teológica de Antioquía, profesaba un
subordinacionismo radical, ya que no tan sólo subordinaba el Hijo al Padre
en naturaleza, sino que le negaba la naturaleza divina. Su postulado
fundamental era la unidad absoluta de Dios, fuera del cual todo cuanto
existe es criatura suya. El Verbo habría tenido comienzo, no sería eterno,
sino tan sólo la primera y más noble de las criaturas, aunque, eso sí, la
única creada directamente por el Padre, ya que todos los demás seres
habrían sido creados a través del Verbo. El Verbo, por tanto, no sería
Hijo natural, sino Hijo adoptivo de Dios, elevado a esta dignidad en virtud
de una gracia particular, por lo que en sentido moral e impropio era lícito
que la Iglesia le llamase también Dios. Arrio
expuso su doctrina en diversos sermones y obras, la más importante de las
cuales fue la titulada Thalia, el Banquete. El
arrianismo consiguió una rápida difusión, porque simpatizaron con él los
intelectuales procedentes del helenismo, racionalistas y familiarizados con
la noción del Dios supremo, el Summus Deus; contribuyó
también a su éxito el concepto del Verbo que proponía y que entroncaba
con la idea platónica del Demiurgo, en cuanto era un ser intermedio entre
Dios y el mundo creado y artífice a su vez , de la creación. Las
consecuencias de esta doctrina eran gravísimas, porque afectaban a la
esencia misma de la obra de la Redención: si Jesucristo, el Verbo de Dios,
no era Dios verdadero, su muerte careció de eficacia salvadora y no pudo
haber verdadera redención del pecado del hombre. La Iglesia de Alejandría
se dio pronto cuenta de la trascendencia del problema, y su obispo,
Alejandro, trató de disuadir a Arrio de su error. Mas la actitud de Arrio
era irreductible, y en el año 318 hubo de ser condenado por un concilio de
cien obispos de Egipto. Poco tiempo después el Arrianismo se había
convertido en un problema de la Iglesia universal, que exigió la
convocatoria de la primera asamblea ecuménica de la Iglesia, el concilio de
Nicea.
[31]
NOVACIANO:
Mientras en Africa la Iglesia se esforzaba por poner coto al peligro del
laxismo, en Roma surgía una tendencia rigorista cuyo principal
representante fue Novaciano. Sostenía éste que la apostasía era un pecado
irremisible y que los lapsi no podían ser nunca
readmitidos a la comunión de la Iglesia, ni aun siquiera en la hora de la
muerte. El Papa Cornelio rechazó la doctrina de Novaciano y fue viva mente
apoyado por San Cipriano. Un sínodo romano excomulgó a Novaciano, cuya
doctrina encontró es. caso eco en Italia.
[32]
Cfr. Hech 8, 9-24.
[33]
PABLO DE SAMOSATA:
Fue gobernador y tesorero de la reina Zenobia de Palmira. En el año 260 fue
consagrado obispo de Antioquía. No reconocía tres Personas en Dios, y
negaba la Encarnación diciendo que Jesús era superior a Moisés y los
profetas, pero no era el Verbo: era un hombre igual que nosotros, pero mejor
en todos los aspectos. Un concilio del año 268, celebrado en Antioquía,
condenó su doctrina y lo de puso de su sede.
[34]
Mt. 7, 15.
65
[35]
Mt.
7,
16.
[36]
Cfr.
Ecl 10, 8.
[37]
Cfr.
Prov 22, 28.
[38]
2 Cor 11, 13.
[39]
2 Cor 11, 14-15.
[40]
Mt
4,
5-6.
[41]
CISMA:
Los Santos Padres tienen que hacer frente a ensayos más o menos felices de
explicar el dogma. Son teologías desafortunadas, no sólo porque emplean un
lenguaje todavía balbuciente, sino, sobre todo, porque parten de
presupuestos falsos. Así, vendrán a desembocar en cismas, es decir, en la
constitución de pequeñas iglesias, separadas de la gran Iglesia, a la que
proporcionarán la ocasión de formular con mayor precisión el verdadero
dogma.
[42]
1 Cor 12,
28.
[43]
1
Cor 1,
10.
[44]
1 Cor 14,
33.
[45]
1 Cor 14,
33.
[46]
1 Cor 14, 36.
[47]
1 Cor 14, 37.
[48]
1 Cor 14, 38.
[49]
JULIANO:
Obispo de Eclano, en Italia, se puso a la cabeza de la oposición contra el
Papa Zósimo, cuando éste confirmó la condenación del pelagianismo en su
carta Tractoria, el año 418. Fue depuesto de su sede
episcopal y enviado al exilio. Anduvo errante por las provincias orientales
del Imperio y murió hacia el año 454, probablemente en Sicilia. San
Agustín trató de convencerle de su error con su obra Contra Julianum.
[51]
CONCILIO DE EFESO:
El Concilio de Efeso se abrió el 22 de junio del año 431. Cirilo ostentó
la representación del Papa, y tres legados pontificios acudieron también
desde Roma. El desarrollo del Concilio fue muy accidentado. En la primera
sesión se aprobó un decreto redactado por Cirilo, donde se formulaba la
doctrina de la unión hipostática de las dos naturalezas en Cristo, y se
acordó también la deposición y excomunión de Nestorio. Al término de la
sesión se produjo una manifestación pública de júbilo y el pueblo de
Efeso, gozoso al ver confirmado a María el título de Madre de Dios,
acompañó con antorchas a los padres del Concilio. Mas pocos días después
llegó el patriarca Juan de Antioquía con los obispos antioquenos, y és
tos rehusaron aceptar cuanto se había acordado hasta entonces y se
constituyeron en asamblea separada, en anticoncilio. La actitud del
emperador Teodosio II fue durante cierto tiempo ambigua, aunque al final
decidió respaldar la acción del Concilio, y Nestorio fue privado de su
sede y recluido en un monasterio. La escisión entre los episcopados de
Siria y Egipto se resolvió al aceptar Cirilo una profesión de fe redactada
por Juan de Antioquía, en la que se llamaba a María con el título de
Madre de Dios, que es la que se ha denominado Símbolo de Efeso; los
antioquenos, por su parte, admitieron los decretos del Concilio y la
deposición de Nestorio. Con ello, el Nestorianismo se fue extinguiendo como
problema vivo de la Iglesia. Grupos de nestorianos subsistieron en la
región de Edesa y luego arraigaron en Persia, donde se constituyó una
Iglesia nestoriana que en los siglos siguientes desarrolló una activa labor
misionera en la India y otras tierras de Asia.
[52]
CIRILO,
San: El nombre de San Cirilo de Alejandría está inseparablemente unido a
las disputas cristológicas del siglo V y a la historia de la Mariología.
Frente a la doctrina nestoriana de la existencia en Cristo de dos personas
separadas, Cirilo afirmó la unión hipostática y la única persona de
Cristo; frente a la negativa de Nestorio y de ciertos antioquenos a confesar
la Maternidad divina de María, madre tan sólo, según ellos, del hombre
Cristo, Cirilo, haciendo uso de la expresión empleada ya por los dos
Gregorios de Na cianzo y de Nisa, designó a María con el título de Theotokos
-Madre de Dios- y promovió la sanción oficial de esta doctrina en el
Concilio de Efeso (año 431).
[53]
En el segundo Conmonitorio, San
Vicente relataba en detalle el Concilio de Efeso; en ese relato consignaba
todos los pormenores a los que aquí se refiere.
[54]
PEDRO DE ALEJANDRÍA,
San: Fue elevado a la sede de Alejandría hacia el año 300, probablemente
después de haber sido director de la Escuela de esa ciudad. Tuvo que
abandonar su diócesis durante la persecución de Diocleciano y murió
mártir el año 311. De sus escritos sólo se conservan pequeños fragmentos
de sus cartas y tratados teológicos.
[56]
ATANASIO,
San: La historia del Dogma en el siglo IV tuvo como uno de sus grandes
forjadores a San Atanasio (295-373). Su existencia heroica discurrió en
medio del fragor del incesante combate doctrinal, que en repetidas ocasiones
le acarreó la persecución y el destierro. Atanasio es el símbolo de la
ortodoxia católica frente al Arrianismo, y nadie podría serlo con mejor
derecho, porque toda su vida y su obra las consagró apasionadamente a ese
gran empeño. Como teólogo, su doctrina fundamental es la defensa del Hijo
consustancial -homoousios- al Padre, que contribuyó a hacer
prevalecer en el Concilio de Nicea (325) y expuso después ampliamente en su
principal obra dogmática, los tres «Discursos contra los Arrianos». San
Atanasio, al explicar la naturaleza y la generación del Verbo, puso las
bases del futuro desarrollo de la doctrina trinitaria. Pero la atención
prestada a la Teología de la Trinidad, entonces en primer plano, no le
impidió abordar cuestiones propiamente cristológicas, que pronto
alcanzarían vivísima actualidad. Atanasio jugó también un papel
preponderante en la propagación del ascetismo cristiano, gracias a su Vida
de San Antonio, que se difundió ampliamente y consiguió
enorme éxito.
[56]
TEÓFILO,
San: Era tío de San Cirilo, a quien sucedió en el Patriarcado de
Alejandría. De sus obras se ha perdido prácticamente todo, pues sólo se
conservan algunas cartas y unos cuantos fragmentos de otros: escritos. Su
doctrina era perfectamente ortodoxa, y por eso fue citado en Efeso.
[57]
GREGORIO DE NACIANZO,
San: Ver Basilio, San.
[58]
BASILIO,
San: La batalla doctrinal del Arrianismo, combatida en sus momentos más
duros por San Atanasio, fue definitivamente vencida gracias, sobre todo, a
tres Padres del Asia Menor, estrechamente vinculados entre sí, que la fama
ha bautizado con el título común de «los grandes Capadocios»: los
hermanos Basilio de Cesárea (330-79) y Gregorio de Nisa (335- 94?) Y su
amigo Gregorio de Nacianzo (328/29-89/90). Los
tres desarrollaron su principal actividad en la segunda mitad del siglo IV,
Y aunque eran muy distintos por su personalidad y temperamento, estuvieron
estrechamente unidos en la doctrina y servicio de la Iglesia. San Basilio,
al que se apellidó el «Grande», fue un eminente hombre de gobierno,
legislador monástico y, desde el año 370, obispo de Cesárea. Sus escritos
sobre la Teología de la Trinidad fueron muy importantes, porque de una
parte refutaron categóricamente el Arrianismo puro, representado por
Eunomio, y por otra, al esclarecer algunos conceptos teológicos
fundamentales, abrieron el camino para que los semi-arrianos fueran
nuevamente atraídos a la Iglesia y la doctrina trinitaria de Nicea se
aceptara universalmente en el Concilio I de Constantinopla (381). Gregorio
de Nacianzo y Gregorio de Nisa, obispos también, carecían sin embargo de
las dotes pastorales de Basilio, y el primero renunció a la sede
constantinopolitana, después de un breve pontificado. Fueron, en cambio,
grandes teólogos, especialmente el Niseno, y en cuanto tales hicieron
avanzar sobre manera la doctrina de la Trinidad y sostuvieron de modo
expreso la divinidad del Espíritu Santo, proclamada por el Concilio I de
Constantinopla (381). Su doctrina cristológica preparó también el camino
a las futuras definiciones dogmáticas del siglo V.
[59]
GREGORIO DE NISA,
San: Ver Basilio, San.
[60]
FÉLIX 1,
San: Fue obispo de Roma del 269 al 274. Las Actas del Concilio de Efeso
contienen un extracto de una carta del Papa Félix al obispo Máximo de
Alejandría y a su clero. Trata de la divinidad y perfecta humanidad de
Cristo. Además se conservan dos fragmentos sobre la naturaleza de Cristo,
que se atribuyen al Papa Félix, pero se ha demostrado que tanto la carta
citada en Éfeso como el fragmento más pequeño de los referidos son una
falsificación hecha por los apolinaristas.
[61]
JULIO,
San: Fue obispo de Roma durante los años 337 al 352
[62]
San Vicente da los nombres de sólo
diez Padres citados en el Concilio de Efeso, aunque también fueron citados
Atico de Constantinopla y San Anfiloquio de Iconio; al reducir los nombres a
diez, San Vicente se deja llevar por el simbolismo imperante todavía en su
época: así el número de los Padres citados coincide con el número diez
de los Mandamientos.
[63]
CAPREOLO,
San: Era obispo de Cartago (430-437). Envió una carta a Éfeso excusando su
ausencia y la de otros obispos africanos. En la carta rogaba a los Padres
del Concilio que no cambiasen nada de lo que ya había sido definido y
enseñado antes. Su carta fue incluida en las Actas del Concilio, tanto en
su original latín como en una traducción griega.
[64]
SIXTO III,
San: Obispo de Roma desde el año 432 al 440. Se conservan siete cartas
suyas. En memoria de la definición dogmática que se hizo en el Concilio
deEfeso de la maternidad divina de María, rehizo y amplió la Basílica
Libeiana, y la adornó de espléndidos mosaicos que todavía
existen.
[65]
CELESTINO I,
San: Fue obispo de Roma durante diez, años, desde el 422 al 432. Hizo
frente al pelagianismo. Reunió un Concilio en Roma el año 430 para juzgar
las homilías de Nestorio, en las que exponía errores; comisionó a San
Cirilo de Alejandría para que obtuviese la retractación de Nestorio.
[66]
Se refiere a Juan de Antioquía,
amigo de Nestorio, que en el Concilio de Efeso opuso a San Cirilo y al mismo
Concilio un conciliábulo.