2. El Nuevo Testamento cumple el Antiguo


2.1. El hombre cambia, Dios no

11,2. En esto difiere Dios del ser humano: Dios hace, el hombre es hecho. Y, por cierto, el que hace siempre es el mismo; en cambio aquel que es hecho debe recibir comienzo, adelanto y aumento hasta llegar a la madurez. Dios concede los beneficios, el ser humano los recibe. Dios es perfecto en todas las cosas, siempre es igual y semejante a sí mismo, porque todo él es luz, mente, substancia y fuente de todos los bienes; mientras que el ser humano recibe el ir aprovechando y creciendo hasta Dios. De la misma manera como Dios es siempre el mismo, así también el hombre que se encuentra en Dios, siempre irá creciendo hacia él. Pues ni Dios deja nunca de beneficiar y enriquecer al ser humano, ni éste deja de recibir de Dios sus beneficios y riquezas. Cuando el ser humano es agradecido con aquel que lo creó, se convierte en recipiente de su bondad e instrumento de su gloria. De igual modo, el ingrato que desprecia a aquel que lo plasmó y no se sujeta a su Palabra, se convierte en recipiente de su juicio. Pues el mismo Señor prometió dar más a quien siempre da mucho fruto y multiplica el dinero de su Señor: <<[exclamdown]Ea, siervo bueno y fiel! Puesto que fuiste fiel en lo poco, te constituiré sobre lo mucho: entra en el gozo de tu Señor>> (Mt 25,21; Lc 19,17).

11,3. Pues así como prometió que a quienes ahora produzcan fruto, daría más según los dones de su gracia, y no por un cambio del conocimiento -ya que el Señor sigue siendo el mismo y el Padre así también se revela-, de igual manera el único y mismo Señor, con su venida, concede a los últimos mayores dones de gracia que en el Antiguo Testamento. Los antiguos escuchaban, por medio de los siervos, que habría de venir el Rey; por eso se alegraban con un gozo moderado, según lo que esperaban de esta venida. En cambio quienes lo vieron presente, recibieron la libertad y gozaron de sus dones, gozan de mayor gracia y de más abundante alegría, felices por la llegada del Rey, como dice David: <<Mi alma se alegrará en el Señor, exultará en su salvación>> (Sal 35[34],9).

[1003] Por eso, cuando entró en Jerusalén, todos los que se hallaban en el camino, con el ansia de David en el alma (Sal 42[41],2; 84[83],3), reconocieron a su Rey y se quitaron los vestidos para con ellos y con ramas verdes adornar la calle, gritando con grande gozo y alegría: <<[exclamdown]Hosanna al Hijo de David! [exclamdown]Bendito el que viene en el nombre del Señor! [exclamdown]Hosanna en las alturas!>> (Mt 21,9; Sal 118[117],25-26). En cambio los malos administradores, aquellos que se imponían a los pequeños y dominaban sobre los más simples, se pusieron celosos, y por ello rechazaban que hubiese llegado el Rey. Le decían: <<¿Oyes lo que dicen?>> Y el Señor les respondió: <<¿Nunca habéis leído: De la boca de los pequeños y lactantes has sacado tu alabanza?>> (Mt 21,16; Sal 8,3). Así les mostró que en él se cumplía lo que David había dicho acerca del Hijo de Dios, para darles a entender que no conocían el poder de la Escritura y la Economía de Dios, pues él era aquel Cristo a quien los profetas habían anunciado, <<cuyo nombre toda la tierra alaba>>, porque su Padre <<de los pequeños y lactantes ha sacado su alabanza>>, y por eso <<su gloria se eleva más allá de los cielos>> (Sal 8,2-3).

11,4. Así pues, si es el mismo aquel a quien los profetas anunciaron, el Hijo de Dios nuestro Señor Jesucristo, cuya venida trae consigo una mayor gracia y premio a quienes le recibieron, es claro que es también el mismo Padre aquel a quien los profetas predicaron, y que el Hijo, al venir, no nos dio a conocer a otro Padre sino al mismo que desde el principio había sido anunciado. De éste sacó la libertad para aquellos que de modo legítimo, con ánimo dispuesto y de todo corazón lo sirven. En cambio ha separado de la vida y arrojado a la perdición eterna a quienes desprecian a Dios y no le obedecen, sino que por una gloria humana, han puesto su riqueza en los actos de pureza exterior -los cuales la Ley les había dado como una sombra o trazo que delineaba lo eterno con rasgos temporales, y las cosas celestes con figuras terrenas-. Estos fingen observar más de lo que está prescrito, prefiriendo sus propias observancias al mismo Dios: están por dentro llenos de hipocresía, arden en deseos y en todo tipo de malicia (Mt 23,28). A éstos los arrojará a la perdición eterna, separándolos de la vida.

2.2. El mandamiento fundamental es el mismo

[1004] 12,1. Porque la tradición de sus padres, que ellos fingían observar cumpliendo la Ley, era contraria a la Ley que Moisés había dado. Por eso dijo Isaías: <<Tus taberneros mezclan vino con agua>> (Is 1,22). Con ello dio a entender que los antiguos mezclaban el agua de su tradición con el austero precepto de Dios; es decir, agregaban una ley adulterada contraria a la Ley, como claramente lo manifestó el Señor: <<¿Por qué transgredís el precepto de Dios por vuestra tradición?>> (Mt 15,3) No sólo, pues, vaciaron la Ley de Dios al transgredirla, mezclando vino con agua, sino que además establecieron una ley contraria, que hasta ahora se llama farisaica. A ésta algunos le añaden, otros le quitan, otros la interpretan como les viene en gana: de modo tan singular la aplican sus maestros. Tratando de reivindicar sus tradiciones, se negaron a sujetarse a la Ley de Dios que los instruía sobre la venida de Cristo (Gál 3,24). Por el contrario, acusaban al Señor de haber curado en sábado, lo cual, como antes hemos expuesto, la Ley no prohibía -puesto que ella misma de algún modo curaba al hacer circuncidar a un hombre en sábado (Jn 7,22-23)-. Ellos, en cambio, no se reprochaban a sí mismos por transgredir el mandamiento de Dios, siguiendo su tradición y su ley farisaica- al no cumplir lo principal de la Ley, o sea el amor a Dios.

12,2. Y como éste es el primero y más alto mandamiento, y el segundo es el amor al prójimo, el Señor enseñó que toda la Ley y los profetas dependen de estos dos preceptos (Mt 22,37-40). El mismo no nos dio otro precepto mayor que éste, sino que le dio nueva fuerza, al mandar a sus discípulos que amasen de todo corazón a Dios, y a los prójimos como a sí mismos. En cambio, si él hubiese provenido de otro Padre, jamás habría tomado de la Ley el primero y sumo mandamiento, sino que habría pretendido presentar otro mayor que tuviese su origen en el Padre perfecto, [1005] que sustituyese a aquel que el Dios de la Ley había dado. Pablo añade: <<El amor es el cumplimiento de la Ley>> (Rom 13,10). Y dice que, una vez que se hubiese terminado todo lo demás, quedará la fe, la esperanza y la caridad, pero la mayor de éstas es la caridad (1 Cor 13,13). Y ni el conocimiento ni el amor a Dios valen nada, ni la comprensión de los misterios, ni la fe ni la profecía, sino que todo está vacío y es inútil sin la caridad (1 Cor 13,2). Es que la caridad construye al hombre perfecto. Y aquel que ama a Dios es el hombre perfecto, tanto en este mundo como en el futuro: pues jamás dejaremos de amar a Dios, sino que, cuanto más lo contemplemos, más lo amaremos.

12,3. Ya que tanto en la Ley como en el Evangelio el primero y mayor de los mandamientos es amar al Señor Dios con todo el corazón, y de ahí se sigue el segundo igual al primero, amar al próximo como a sí mismo, se muestra que es uno y el mismo el legislador tanto de la Ley como del Evangelio. La identidad del perfecto mandamiento de vida en ambos Testamentos demuestra que se trata del mismo Señor, que ordenó en uno y otro los preceptos particulares más convenientes a cada tiempo, él mismo estableció en ambos los más sublimes e importantes, sin los cuales nadie puede salvarse.

2.3. Hipocresía de los fariseos

12,4. Que nadie se confunda con las palabras del Señor, cuando puso en claro que la Ley no viene de otro Dios, cuando afirmó para instruir a la multitud y a los discípulos: <<En la cátedra de Moisés se sentaron los escribas y fariseos: haced y observad todo cuanto os dijeren, mas no actuéis según sus obras; pues ellos dicen y no hacen. Atan fardos pesados y los cargan sobre los hombros de los hombres, pero ellos ni con un dedo quieren moverlos>> (Mt 23,2-4). No criticaba la Ley que por medio de Moisés se había promulgado, puesto que los movía a observarla mientras Jerusalén estuviese en pie; pero sí reprendía a aquellos que proclamaban las palabras de la Ley, y sin embargo no se movían por el amor, y por eso cometían injusticia contra Dios y el prójimo.

Como Isaías escribe: <<Este pueblo me honra con sus labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me honran, cuando enseñan doctrinas y preceptos humanos>> (Is 29,13). Llama preceptos humanos y no Ley dada por Moisés a las tradiciones que los padres de aquéllos (fariseos) habían fabricado, por defender las cuales violaban la Ley de Dios, y por eso tampoco obedecían a su Verbo. Esto es lo que Pablo afirmó acerca de ellos: <<Ignorando la justicia de Dios, [1006] y tratando de imponer su propia justicia, no se sometieron a la justicia de Dios. Pues el fin de la Ley es Cristo, para justificar a todos los creyentes>> (Rom 10,3-4). Mas, ¿cómo podría Cristo ser fin de la Ley, si no fuese también su principio? Pues, quien decidió el fin, también llevó a cabo el principio; y es el mismo que dijo a Moisés: <<He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto, y he bajado para liberarlo>> (Ex 3,7-8): desde el principio el Verbo de Dios se habituó a subir y bajar para salvar a quienes el mal tiene sometidos.

2.4. Cristo confirma la Ley

12,5. Y como la Ley desde antaño había enseñado a los seres humanos que debían seguir a Cristo, éste lo aclaró a aquel que le preguntaba qué debía hacer para heredar la vida, respondiendo: <<Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos>>. Y como él le preguntase: <<¿Cuáles?>>, el Señor continuó: <<No cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no darás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo>> (Mt 19,17-19). De este modo exponía por grados los mandamientos de la Ley, como un ingreso a la vida para quienes quisieran seguirlo: diciéndoselo a uno, se dirigía a todos. Y, habiéndole él respondido: <<Todo esto he cumplido>> -aunque tal vez no lo había hecho, pues le había dicho: <<Guarda los mandamientos>>-, Jesús lo probó en sus apetitos, diciéndole: <<Si quieres ser perfecto, ve, vende todo lo que tienes, dalo a los pobres, y luego ven y sígueme>> (Mt 19,20-21).

A quienes esto hicieren, les prometió la parte que corresponde a los Apóstoles, y no predicó a otro Dios Padre a aquellos que lo seguían, fuera de aquel al que la Ley había anunciado desde el principio; ni a otro Hijo; ni a otra Madre, Entimesis del Eón que provino de la pasión y el desecho; ni la Plenitud de treinta Eones, que, como ya hemos probado, es inconsistente y vacía; ni toda esa fábula que los demás herejes han fabricado. Más bien les enseñaba a observar los mandamientos que Dios estableció desde el principio, a fin de vencer la concupiscencia con obras buenas y seguir a Cristo. Y como distribuir entre los pobres lo que se posee, deshace las viejas avaricias, Zaqueo puso en claro: <<Desde hoy doy la mitad de mis bienes a los pobres, y si en alguna cosa he defraudado a alguno, le devuelvo cuatro veces más>> (Lc 19,8).

2.5. No vino a abolir la Ley

13,1. El Señor no abolió los preceptos naturales de la Ley, [1007] por los cuales se justifica el ser humano, los cuales incluso guardaban antes de la Ley aquellos que fueron justificados por la fe y agradaban a Dios; por el contrario, los amplió y llevó a la perfección (Mt 5,17), como lo muestran sus palabras: <<Se dijo a los antiguos: No cometerás adulterio. Pero yo os digo: todo aquel que viere a una mujer para desearla, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón>> (Mt 5,27-28). Y añadió: <<Se ha dicho: No matarás. Pero yo os digo: todo el que sin motivo se enoje contra su hermano, es reo de juicio>> (Mt 5,21-22). Y: <<Se ha dicho: No perjurarás. Pero yo os digo que no debéis jurar en absoluto. Que vuestras palabras sean: Sí, sí, y no, no>> (Mt 5,33-34.7). Y otras cosas parecidas.

Todos esos mandatos no contradicen ni anulan los antiguos, como andan vociferando los marcionitas; sino que los amplían y perfeccionan, como él dijo: <<Si vuestra justicia no fuese mejor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos>> (Mt 5,20). ¿Qué significaba mejor? En primer lugar, no creer sólo en el Padre, sino también en el Hijo que ya se había manifestado: pues éste es el que conduce al ser humano a la comunión y unidad con Dios. En segundo lugar, no sólo decir, sino actuar -pues ellos decían y no hacían (Mt 23,3)-, y no sólo abstenerse de obrar mal, sino también de desearlo. No enseñaba estas cosas para contradecir la Ley, sino para cumplirla y hacer que la justificación de la Ley fuese eficaz en nosotros. Hubiese sido contrario a la Ley que él hubiese ordenado a sus discípulos hacer algo que ella prohíbe. En cambio, disponer que no sólo se abstengan de lo que prohíbe la Ley, sino también de desearlo, no es contrario a ella ni la anula, como antes dijimos, sino que la cumple, amplía y desarrolla.

[1008] 13,2. Y es que la Ley, como había sido promulgada para siervos, educaba mediante acciones externas y corporales, ajenas al alma, tratando de atraerla como quien la ata a la obediencia a los preceptos, a fin de que los seres humanos aprendiesen a someterse a Dios. En cambio el Verbo, al liberar el alma, les enseñó a ponerla al servicio del cuerpo para purificarlo libremente. Una vez que logró esto, fue necesario desatar también los lazos de la servidumbre a los cuales el hombre se había habituado, para que sin atadura alguna siguiese a Dios. Por eso amplió los decretos de libertad y ahondó en la sumisión al Rey, no fuera a suceder que alguno, volviéndose atrás, pareciese indigno de aquel que lo había liberado. En cambio conservó la piedad y obediencia hacia el Padre de familia, que es la misma para siervos e hijos; pero a éstos les aumentó la confianza, ya que es más elevada y gloriosa la acción libre que la realizada en sujeción y servidumbre.

13,3. Por eso el Señor, en lugar de <<No cometerás adulterio>> mandó no desear con concupiscencia (Mt 5,27-28); en lugar de <<No matarás>> prohibió ceder a la ira (Mt 5,21-22); en vez de simplemente pagar el diezmo, ordenó repartir los bienes entre los pobres (Mt 19,21); no amar sólo al prójimo, sino también al enemigo (Mt 5,43-44); y no únicamente estar dispuestos a dar y compartir (1 Tim 6,18), sino también a dar generosamente a aquellos que nos arrebatan nuestros bienes: <<Si alguien te quita la túnica, dale también el manto; no le reclames al otro lo que te arrebata; y trata a los demás como quieres que ellos te traten>> (Lc 6,29-30). De modo que no debemos entristecernos de mala gana cuando algo nos quitan, sino que lo demos voluntariamente, incluso que nos alegremos más dando al prójimo por gracia que cediendo a la necesidad: <<Si alguien te obliga a caminar con él una milla, acompáñalo otras dos>> (Mt 5,41), de manera que no lo sigas como un esclavo, sino que tomes la delantera como un hombre libre. De este modo te harás siempre útil en todo a tu prójimo, [1009] no mirando su malicia sino sólo tratando de ejercitar la bondad, para hacerse semejante al Padre, <<el cual hace salir su sol sobre los malos y los buenos, y llueve sobre justos e injustos>> (Mt 5,45).

Como antes dijimos, todas estas cosas no destruyen la Ley, sino que la cumplen, la extienden y la amplían en nosotros, en cuanto decimos que es más digno obrar por libertad, lo que muestra un afecto y sumisión a nuestro liberador más arraigados en nosotros. Porque El no nos ha liberado para que nos separemos de El -pues nadie que se aparte de los bienes del Señor puede adquirir por sí mismo el alimento de la salvación-; sino para que, habiendo recibido más dones suyos, más lo amemos; pues mientras más lo amemos, recibiremos de él mayor gloria cuando estemos para siempre en presencia del Padre.

13,4. Los preceptos naturales son los mismos para ellos (los esclavos) y para nosotros; sólo que en ellos comenzaron y en nosotros recibieron aumento y perfección. Mas obedecer a Dios y seguir su Palabra, amarlo sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos, hacerse prójimo del otro, abstenerse de todas las obras malas y todos los mandamientos semejantes, son comunes a unos y otros: por eso manifiestan a un solo y mismo Señor. Este Señor nuestro es el Verbo que en primer lugar atrajo a los siervos a Dios, y después liberó a los que se le someten, como El mismo dijo a sus discípulos: <<Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su Señor. A vosotros os he llamado amigos, porque os he dado a conocer todo lo que he oído de mi Padre>> (Jn 15,15). Cuando dice: <<Ya no os llamo siervos>>, claramente da a entender que fue El mismo quien anteriormente sometió a los hombres, por la Ley, como siervos de Dios, para luego darles la libertad. En aquello que dice: <<Porque el siervo no sabe lo que hace su Señor>>, mediante su venida muestra cuán grande era la ignorancia del pueblo servil. Y al llamar amigos a sus discípulos, nítidamente muestra que él es la Palabra de Dios, la misma que Abraham siguió voluntariamente y sin ataduras, por la generosidad de su fe, por lo cual se hizo <<amigo de Dios>> (Sant 2,23).

Mas el Verbo de Dios no elevó a Abraham a su amistad porque le hiciese falta, pues es perfecto desde siempre -en efecto, dijo: <<Antes de que Abraham fuese, yo existo>> (Jn 8,58)-; sino para otorgar a Abraham la vida eterna, por pura bondad, pues la amistad [1010] con Dios es fuente de inmortalidad para cuantos la cultivan.

2.6. Dios no creó por su propio provecho

14,1. Así pues, cuando al principio Dios plasmó a Adán, no lo hizo por necesidad, sino para tener a alguien que fuese objeto de sus beneficios. En cambio no sólo antes de Adán, sino antes de toda otra creación, el Verbo glorificaba a su Padre, permanecía en El, y el Padre lo glorificaba a El, como él mismo dijo: <<Padre, glorifícame con la gloria que tuve delante ti antes de que el mundo existiese>> (Jn 17,5). Ni nos mandó seguirlo porque necesitase de nuestro servicio, sino para procurarnos a nosotros mismos la salvación. Porque seguir al Salvador es lo mismo que participar de la salvación, así como seguir la luz es recibirla. Pues los que están en la luz no la iluminan, sino que ella los ilumina y los hace resplandecer; no le dan nada a ella, sino que reciben de la luz el beneficio de estar iluminados. De modo semejante, quien sirve al Señor nada le añade, ni a Dios le hace falta el servicio humano. Sino que El concede la vida, la incorrupción y la vida eterna a quienes le siguen y le sirven, de modo que convierte el servicio que ellos le prestan en servicio para ellos mismos; así como a quienes le siguen les da sus beneficios más que recibirlos de ellos: en efecto, él es rico, perfecto y no pasa necesidades.

Por ello también el Señor pide a los seres humanos que le sirvan; pues, como él es bueno y lleno de misericordia, quiere derramar sus beneficios sobre quienes perseveran en su servicio. Dios por su parte nada necesita; en cambio al hombre le hace falta la comunión con Dios. Y es una gloria del ser humano perseverar y mantenerse en el servicio de Dios. Por eso el Señor decía a sus discípulos: <<No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os he elegido>> (Jn 15,16). Con estas palabras les daba a entender que no eran ellos quienes le daban gloria a El al seguirlo, sino El quien a los seguidores del Hijo de Dios concedía su gloria. Y añadió: <<Quiero que donde yo estoy, también estén ellos, para que vean tu gloria>> (Jn 17,24): no se vanagloriaba con ello, sino quería hacer a sus discípulos participar de su gloria, como dice Isaías: <<Del oriente traeré a tu descendencia y del ocaso te recogeré. Diré al sur: [exclamdown]Entrégalos! [1011] Y al norte: [exclamdown]No los retengas! Trae a mis hijos desde lejos y a mis hijas desde los confines de la tierra, a todos los que llevan mi nombre. Lo he preparado, modelado y hecho para mi gloria>> (Is 43,5-7). Y eso porque <<donde está el cadáver, ahí se reunirán las águilas>> (Mt 24,28), para participar en la gloria de Dios: pues él nos ha creado y preparado para que participemos de su gloria.

14,2. Desde el principio Dios plasmó al ser humano para ser vaso de sus dones; eligió a los patriarcas para su salvación; formó el pueblo antiguo para enseñar a esa gente indócil a seguir a Dios; instruyó a los profetas para acostumbrar a los seres humanos sobre la tierra a ser depositarios de su Espíritu y a participar de la comunión con Dios. No necesitando él nada, concedió a los necesitados la comunión con El. Como un arquitecto proyectaba la construcción de la obra salvadora en favor de aquellos que hacían su beneplácito, guiándolos en Egipto sin que ellos lo advirtieran. Cuando andaban errando en el desierto, les dio la más adecuada de las leyes; a los que entraron en la tierra buena les concedió una digna heredad; para quienes se convertían al Padre mataba el novillo cebado y los hacía vestir con la mejor de las túnicas (Lc 15,22-23). De muchas maneras preparó al género humano a fin de que la salvación le viniese como una sinfonía[312]. Por eso Juan dice en el Apocalipsis: <<Su voz como el sonido de muchas aguas>> (Ap 1,15). Pues en realidad son muchas las aguas del Espíritu de Dios, porque el Padre es rico y grande. El Verbo pasó por todas ellas, prestando generosamente su auxilio a quienes se le sometían, escribiendo una ley conveniente para cada creatura.

2.7. Dios estableció la Ley para el bien del ser humano

14,3. De esta manera dio al pueblo las leyes para fabricar la tienda y el templo, para elegir a los levitas, y para establecer el servicio de los sacrificios, oblaciones y ritos de purificación. No porque necesitase algo de esto -pues siempre está colmado de todos los bienes y tiene en sí mismo todo olor de suavidad y todo buen óleo perfumado, incluso antes de que Moisés naciese-; educaba a un pueblo inclinado a retornar a los ídolos, [1012] poniéndoles en la mano muchas herramientas para perseverar en el servicio divino: por medio de lo que era instrumento secundario para llegar a lo primario, es decir por medio de los tipos los guiaba hacia la verdad, por lo temporal a lo eterno, por lo carnal a lo espiritual y por lo terreno a lo celestial, como dijo a Moisés: <<Harás todo conforme al modelo que viste en el monte>> (Ex 25,40). Durante cuarenta días (Moisés) aprendió a retener las palabras de Dios, los caracteres celestes, las imágenes espirituales y las figuras de lo que había de venir, como dice Pablo: <<Bebían de la roca que los acompañaba, y la roca era Cristo>> (1 Cor 10,4). Y en seguida, habiendo recorrido los sucesos narrados en la Ley, añade: <<Todo esto les sucedía en figura; y se ha escrito para instrucción de quienes venimos al final de los tiempos>> (1 Cor 10,11). Por los tipos aprendían a temer a Dios y a perseverar en su servicio.

15,1. De esta manera la Ley era para ellos una educación y una profecía de los bienes futuros. Pues en un principio Dios amonestó a los seres humanos por medio de los preceptos naturales que desde el inicio inscribió en su naturaleza, es decir por el Decálogo -ya que, si alguien no los cumple, no obtendrá la salvación-, y nada más les pidió entonces, como dice Moisés en el Deuteronomio: <<Estos son todos los mandamientos que el Señor dirigió desde el monte a toda la comunidad de los hijos de Israel, nada más añadió, las escribió en dos tablas de piedra que me entregó>> (Dt 5,22), y ordenó que observaran estos preceptos quienes quisieran seguirlo (Dt 19,17). Mas, cuando se volvieron atrás fabricando el becerro, y en sus deseos se regresaron a Egipto deseando más ser esclavos que libres, cayó sobre ellos una servidumbre digna de su concupiscencia, que no los separaba de Dios sino que los mantenía bajo el yugo de su dominio. Ezequiel dice, para indicar los motivos de tal ley: <<Sus ojos iban tras los deseos de su corazón; [1013] por eso les di preceptos ineficaces y órdenes que no les dan la vida>> (Ez 20,24).

En los Hechos de los Apóstoles Lucas escribe que Esteban, el primer diácono elegido por los Apóstoles y el primer mártir de Cristo, así dijo sobre la Ley de Moisés: <<El os dio los preceptos del Dios vivo. Mas vuestros padres se negaron a obedecerlo, sino que lo rechazaron y en su corazón se regresaron a Egipto, cuando dijeron a Aarón: Fabrícanos dioses que nos guíen, pues no sabemos lo que ha ocurrido a Moisés, el que nos sacó de Egipto. Entonces fabricaron un becerro, le ofrecieron sacrificios al ídolo y festejaron la obra de sus manos. Mas Dios se volvió y los entregó al servicio de los astros del cielo, como está escrito en el libro de los profetas: ¿Acaso me ofrecisteis oblaciones y sacrificios durante cuarenta años en el desierto, casa de Israel? Cargasteis la tienda de Moloc y la estrella del dios Refam, ídolos que fabricasteis para adorarlos>> (Hech 7,38-43). Claramente dijo que no fue otro Dios quien les dio la Ley, sino el único y mismo, una Ley apta para someterlos. Por eso dice a Moisés en el Exodo: <<Mandaré ante ti a mi ángel: no subiré yo contigo, porque este pueblo es de dura cerviz>> (Ex 33,2-3).

15,2. Y no sólo eso, sino que el Señor les hizo caer en la cuenta de que algunos preceptos mandados por Moisés, se les habían dado porque, en su dureza de corazón, no querían sujetarse: <<¿Por qué Moisés mandó dar el acta de repudio y echar a la mujer? Esto fue permitido por vuestra dureza de corazón; mas no fue así desde el principio>> (Mt 19,7-8). Excusó a Moisés, porque era un siervo fiel; pero también confesó que fue Dios quien había hecho al inicio al varón y a la mujer, y a ellos los reprendió por ser duros e insubordinados: por eso [1014] Moisés les dio el precepto del repudio, acomodado a su dureza. ¿Mas para qué detenernos en el Antiguo Testamento? Los Apóstoles hicieron lo mismo en el Nuevo, y por la misma razón que hemos expuesto. Por ejemplo, Pablo escribe: <<Esto os digo yo, no el Señor>> (1 Cor 7,12). Y también: <<Esto lo digo a manera de concesión, no como un mandato>> (1 Cor 7,6). Y en otro lugar: <<Sobre las vírgenes no tengo un precepto del Señor; mas os doy un consejo, como quien ha conseguido la misericordia del Señor, a fin de ser fiel>> (1 Cor 7,25). En cambio dice en otro verso: <<Que Satanás no os tiente por vuestra incontinencia>> (1 Cor 7,5).

Así pues, si en el Nuevo Testamento notamos a los Apóstoles hacer ciertas concesiones por motivo de la incontinencia de algunos, a fin de que no apostaten de Dios, porque estando endurecidos podrían desesperar de la salvación, no os admire si en el Antiguo el mismo Dios quiso hacer algo semejante por la costumbre del pueblo. Los fue llevando por el sendero de tales observancias, a fin de que mediante ellas mordieran el anzuelo del decálogo para salvarse; de modo que, una vez cogidos por él, no volviesen a la idolatría ni apostatasen de Dios, sino que aprendieran a amarlo de todo corazón. Mas si alguno, mirando la desobediencia de los israelitas desviados, juzgare débil la Ley, hallará en nuestra vocación que <<muchos son los llamados, y pocos los elegidos>> (Mt 22,14). Muchos son lobos por dentro, aunque por fuera se visten con piel de oveja (Mt 7,15). Dios siempre ha protegido, por una parte la libertad y decisión del ser humano, y por otra su exhortación a él: por ello quienes no obedecen son justamente juzgados por su desobediencia, y quienes obedecen y creen reciben la corona incorruptible.

2.8. Fines de la circuncisión y del sábado

[1015] 16,1. La Escritura enseña, además, que Dios dio la circuncisión no como la cumbre de la justicia, sino como un signo por el cual se reconociese la raza de Abraham: <<Dios dijo a Abrabam: Se deberá circuncidar todo macho entre vosotros, y deberéis circuncidar el prepucio de vuestra carne, lo cual servirá como signo de la alianza entre mí y vosotros>> (Gén 17,9-11). Algo semejante dice Ezequiel sobre el sábado: <<Les di mis sábados a fin de que les sirva de signo entre mí y ellos, para que sepan que yo soy el Señor que los santifico>> (Ez 20,12). Y en Exodo Dios dijo a Moisés: <<Guardaréis mis sábados, pues ésta será mi señal en vosotros para vuestros descendientes>> (Ex 31,13).

Así pues, Dios les dio estas cosas como signos. Y tales signos no dejaban de ser símbolos, es decir, no carecían de significado, ni eran inútiles, pues se los dio la sabiduría de un artista, ya que la circuncisión carnal simbolizaba la espiritual. Dice el Apóstol: <<Nosotros hemos sido circuncidados con una circuncisión no hecha por mano de hombre>> (Col 2,11). Y el profeta: <<Circuncidad la dureza de vuestro corazón>> (Dt 10,16). Los sábados enseñaban [1016] a perseverar día a día en el servicio de Dios, como escribe Pablo: <<Se nos considera todo el día como ovejas para el matadero>> (Rom 8,36); es decir, consagrados todo el tiempo como ministros de nuestra fe, en la que perseveramos absteniéndonos de toda avaricia, no buscando ni poseyendo tesoros terrenos. También indicaban de algún modo el reposo del Señor que siguió a la creación, o sea el reino en el cual reposará el ser humano que persevere en el servicio de Dios, donde participará de la mesa de Dios.

16,2. Prueba de que estas prácticas no justificaban al ser humano, sino que servían de signo al pueblo, es que Abraham <<creyó y le fue reputado a justicia, hasta el punto de llamarse el amigo de Dios>> (Sant 2,23; Gén 15,6), sin la circuncisión y sin la observancia del sábado. Lot fue sacado de Sodoma sin estar circuncidado, para recibir de Dios la salvación. Noé era incircunciso, y sin embargo a tal punto agradó al Señor que éste le comunicó las medidas con las cuales el mundo sería regenerado. También Enoch agradó a Dios sin la circuncisión, pues, siendo hombre, Dios lo envió como su legado ante los ángeles y <<fue arrebatado>> (Heb 11,5; Gén 5,24), y vive hasta hoy como testigo del juicio de Dios, porque los ángeles caídos fueron castigados, en cambio el hombre [1017] que agradó a Dios fue elevado para salvarse. Toda la enorme multitud de justos que existieron antes de Abraham, así como todos los patriarcas que vivieron antes de Moisés, fueron justificados sin lo que hemos dicho y sin la Ley de Moisés, como éste mismo dijo al pueblo en el Deuteronomio: <<El Señor tu Dios estableció una alianza en el Horeb. El Señor no había destinado esta alianza a vuestros padres, sino a vosotros>> (Dt 5,2-3).

16,3. ¿Y por qué no hizo la alianza con los patriarcas? Porque <<la Ley no ha sido establecida para los justos>> (1 Tim 1,9). Los patriarcas eran justos y tenían el decálogo escrito en su corazón y en su espíritu, pues amaban a Dios que los hizo y se abstenían de hacer todo mal a su prójimo; por ello no fue necesario amonestarlos mediante la letra, porque llevaban dentro de sí la justicia de la Ley. Mas esta justicia y amor a Dios cayó en el olvido y se extinguió en Egipto, por ello fue necesario que Dios, por su inmensa bondad hacia el ser humano, se la mostrase con su Palabra. Primero con su poder sacó de Egipto al pueblo, a fin de que en seguida los seres humanos se hiciesen discípulos y seguidores de Dios; luego castigó a los rebeldes, para que no despreciasen a su Creador; los alimentó con el maná, para que recibieran un alimento espiritual, como dice Moisés en el Deuteronomio: <<Te alimentó con el maná que tus padres no conocieron, para que sepas que no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios>> (Dt 8,3). Luego les ordenó el amor a Dios y la justicia que implica el amor al prójimo; de modo que, a fin de que el hombre no sea ni injusto ni indigno de Dios, lo instruyó mediante el decálogo en la amistad consigo y en la concordia para con su prójimo. Todas estas cosas eran para provecho del ser humano, aunque de él Dios no necesitaba nada.

16,4. Por eso dice la Escritura: <<El Señor pronunció [1018] en el monte todas estas palabras para la comunidad de los hijos de Israel, y nada más añadió>> (Dt 5,22); pues, como hemos dicho, nada más necesitaba de ellos. Y Moisés añade: <<Así pues, Israel, ¿qué otra cosa te ha pedido el Señor tu Dios, sino que temas al Señor tu Dios, que camines por todos sus caminos, que ames y sirvas al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma?>> (Dt 10,12). Esto es lo que llenaba al hombre de gloria, supliendo en él lo que le faltaba, o sea la amistad con Dios; en cambio a Dios nada le añadía: porque a Dios no le hace falta el amor del hombre. El ser humano, en cambio, estaba privado de la gloria de Dios (Rom 3,23), que de ningún otro modo podía recibir sino obedeciéndolo. Por eso Moisés les dijo: <<Elige la vida, para que viváis tú y tus descendientes: ama al Señor tu Dios, escucha su Palabra y acógelo, porque de esto depende la vida y la duración de tus días>> (Dt 4,14). A fin de preparar al ser humano para este tipo de vida, el Señor mismo habló, dándoles a ellos y a todos los demás las palabras del decálogo: por ese motivo duran hasta nosotros, y por su venida a nuestra carne les ha hecho crecer y perfeccionarse, no las ha abolido.

16,5. En cuanto a los preceptos adecuados a un estado de servidumbre, se los dio aparte por medio de Moisés, a fin de instruirlos y castigarlos, pues Moisés mismo lo dijo: <<El Señor me mandó en aquel momento enseñaros estos preceptos y mandatos>> (Dt 4,14). Por este motivo en el Nuevo Testamento de la libertad abolió los mandamientos que les había dado como en figura para el estado de servidumbre. En cambio amplió e hizo crecer aquellos que son naturales, impulsan la libertad y son comunes a todos; concediendo a los seres humanos benigna y generosamente, por la filiación adoptiva, conocer y amar a Dios Padre de todo corazón, y seguir sin desviación a su Verbo, no sólo absteniéndose de realizar las malas obras sino incluso de desearlas. También desarrolló el temor de Dios: pues es más propio de los hijos temer [1019] que de los siervos, pues lo hacen por amor a su padre. Por eso el Señor dice: <<Los hombres darán cuenta en el juicio aun de toda palabra ociosa que dijeren>> (Mt 12,36); y: <<Quien viere a una mujer para desearla con pasión, ya ha adulterado con ella en su corazón>> (Mt 5,28); y: <<Quien sin motivo se enoje con su hermano, es reo de juicio>> (Mt 5,22). Así aprendemos que daremos cuenta a Dios no sólo de los hechos, como los esclavos, sino también de las palabras y pensamientos, sobre los cuales él nos hizo libres y los puso bajo nuestro poder; y en estas cosas el ser humano da mejor prueba de respetar, temer y amar al Señor. Por eso Pedro dice que no se nos dio la libertad como un velo para encubrir la maldad (1 Pe 2,16), sino para probar y manifestar la fe (1 Pe 1,7).

2.9. La figura de los sacrificios

17,1. Los profetas muy claramente explican que Dios no tenía necesidad de su servicio, sino que dispuso algunas observancias de la Ley en favor de ellos. Como hemos expuesto, también el Señor enseñó que a Dios no le hacen falta las oblaciones de los seres humanos; sino que las quiere por el hombre mismo[313].

Cuando Samuel vio que descuidaban la justicia y se alejaban del amor de Dios, y en cambio pensaban hacérselo propicio por medio de los sacrificios y el cumplimiento de otras de sus normas, les dijo: <<¿Acaso Dios no se complace más en que escuchéis su palabra, que en holocaustos y sacrificios? La obediencia vale más que el sacrificio y la docilidad que la grasa de carneros>> (1 Sam 15,22). Y David dice: <<No quisiste oblación ni sacrificio, pero me diste oídos; no pediste holocaustos por el pecado>> (Sal 40[39],7). Con estas palabras les enseñó que Dios prefiere la obediencia a los sacrificios [1020] y holocaustos, los cuales de nada valen para la justicia, y al mismo tiempo anuncia el Nuevo Testamento.

Más claro aún lo dice el Salmo 50: <<Porque si quisieras sacrificios, te los ofrecería; pero los holocaustos no te agradan. El sacrificio para Dios es el espíritu contrito; Dios no desprecia el corazón contrito y humillado>> (Sal 51[50],18-19). Que Dios de nada necesita, lo dice el Salmo anterior: <<No aceptaré becerros de tu casa ni cabritos de tus rebaños. Porque míos son todos los animales de la tierra, las fieras de los montes y las reses; conozco todas las aves del cielo y todos los productos de los campos. Si tuviese hambre, no te lo diría: pues mío es el orbe de la tierra y cuanto contiene. ¿Acaso comeré carne de toros o beberé sangre de cabritos?>> (Sal 50[49],9-13). Y además, para que ninguno pensara que Dios rehúsa los sacrificios por estar enojado, continúa dándoles este consejo: <<Inmola a Dios el sacrificio de alabanza y ofrece al Altísimo tus votos, invócame en la tribulación, yo te libraré y tú me darás gloria>> (Sal 50[49],14-15). Después de repudiar lo que aquéllos creían que, aun pecando, podía volverlo propicio, y haciéndoles ver que a él nada de eso le hace falta, los exhorta y amonesta para que ofrezcan aquello que justifica al ser humano y lo acerca a Dios.

Esto mismo dice Isaías: <<¿Para qué quiero ese montón de sacrificios vuestros? dice el Señor. Estoy harto>> (Is 1,10). Y, una vez que ha rechazado los holocaustos, oblaciones y sacrificios, así como las fiestas, los sábados, las solemnidades y todas las costumbres que las acompañaban, les indica qué cosas son aceptables para la salvación: <<Lavaos, purificaos, quitad de mi vista la maldad de vuestros corazones; dejad de hacer el mal, aprended a hacer el bien; buscad el derecho, salvad al oprimido, haced justicia al huérfano, defended a la viuda. Entonces venid y disputemos, dice el Señor>> (Is 1,16-18).

17,2. No abolió, pues, los sacrificios, como un hombre enojado, según algunos piensan; [1021] sino que lo hizo por compasión al ver su ceguera, y en cambio impulsó el sacrificio verdadero, ofreciendo el cual podían tener a Dios propicio a fin de que El les diese la vida. Como dice en otro lugar: <<El sacrificio agradable a Dios es un corazón contrito. Olor de suavidad que a Dios agrada es el corazón que da gloria a su Creador>>[314]. Pues si indignado hubiese rechazado sus sacrificios por ser indigno de conseguir su misericordia, ciertamente no hubiera indicado otros por medio de los cuales podrían salvarse. Mas, como Dios está lleno de misericordia, no los privó de un buen consejo. Pues, aunque dijo por Jeremías: <<¿Para qué me ofrecéis incienso de Saba y canela de tierras lejanas? No me agradan vuestros holocaustos y sacrificios>> (Jer 6,20); en seguida añadió: <<Escuchad la Palabra del Señor, todos los hombres de Judá. Esto dice el Señor Dios de Israel: Enderezad vuestros caminos y vuestra conducta, y os haré habitar en este lugar. No os fiéis de palabras mentirosas, porque no os serán de ningún provecho, cuando decís: [exclamdown]Templo del Señor! [exclamdown]Templo del Señor!>> (Jer 7,2-4).

17,3. Y además, para dar a entender que no los sacó de Egipto a fin de que le ofreciesen sacrificios, sino para que, olvidando la idolatría de los egipcios, pudieran escuchar la voz de Dios que les traería salvación y gloria, dice por medio del mismo Jeremías: <<Esto dice el Señor: [exclamdown]Añadid holocaustos a los sacrificios y comed la carne! Pues yo no hablé con vuestros padres para ordenarles holocaustos y sacrificios cuando los saqué de Egipto; sino que les dirigí mi Palabra para mandarles: Escuchad mi voz y yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo. Caminad en todos mis caminos como yo os mandare, para que os vaya bien. Y no obedecieron ni hicieron caso, sino que caminaron según les dictó la malicia de sus corazones, [1022] y se volvieron atrás en vez de seguir adelante>> (Jer 7,21-25). Y en otro pasaje del mismo profeta: <<El que se gloríe, gloríese sabiendo y entendiendo que yo soy el Señor que ejerce en la tierra misericordia, justicia, y juicio>>; y concluye: <<Esta es mi voluntad, dice el Señor>> (Jer 9,23). No se complace en oblaciones, holocaustos y sacrificios.

Estas cosas no eran principales sino secundarias, y por este motivo las recibió el pueblo, como Isaías indica: <<No me honraste con las ovejas de tus holocaustos ni con tus sacrificios; no te pedí que me sirvieras con ofrendas ni te cansé exigiéndote incienso; no me has comprado perfumes con tu plata; ni me saciaste con la grasa de tus sacrificios. Por el contrario, te acercaste a mí lleno de pecados y de iniquidades>> (Is 43,23-24). Y dice: <<¿Sobre quién pondré mis ojos, sino sobre el manso y humilde que se estremece ante mi Palabra?>> (Is 66,2). <<No serán las grasas y las carnes gordas las que te quitarán tus injusticias>> (Jer 11,15). <<Este es el ayuno que yo quiero, dice el Señor: Desata toda atadura injusta, rompe toda cadena de relación violenta, deja ir en paz a los oprimidos, rompe todo contrato injusto; de corazón comparte tu pan con el hambriento; acoge en tu casa al extranjero sin techo; si ves a un desnudo, vístelo, y no desprecies a tus hermanos de sangre. Entonces tu luz despuntará como la aurora y tus heridas sanarán muy rápido; te precederá la justicia y la gloria del Señor te rodeará; apenas me estarás llamando yo te responderé: [exclamdown]Aquí estoy!>> (Is 58,6-9).

Zacarías, uno de los doce profetas, comunicando la voluntad de Dios, escribe: <<Esto dice el Señor omnipotente: Juzgad con justo juicio, [1023] cada uno tenga piedad y misericordia de su hermano; dejad de oprimir al huérfano, a la viuda y al extranjero, y ninguno recuerde en su corazón el mal que le haya hecho su hermano>> (Zac 7,9-10). Y añade: <<Estas son las palabras que dirás: Cada uno diga la verdad a su prójimo, juzgad con justicia en vuestras puertas, que ninguno le dé vueltas en su corazón al mal que su hermano le haya hecho, no os deleitéis en el falso juramento, porque yo odio todo esto, dice el Señor omnipotente>> (Zac 8,16-17). También David dice algo semejante: <<¿Cuál es el hombre que ama la vida y desea vivir días felices? Reprime tu lengua del mal, y tus labios para que no digan palabras dolosas. Apártate del mal y haz el bien, busca la paz y ve tras ella>> (Sal 34[33],13-15).

17,4. Por todo lo anterior queda claro que Dios no les exigía sacrificios y holocaustos, sino la fe, la obediencia y la justicia para su salvación. Así les enseñó Dios su voluntad por el profeta Oseas: <<Quiero misericordia y no sacrificio, conocimiento de Dios más que holocaustos>> (Os 6,6). Y también el Señor los exhortó diciendo: <<[exclamdown]Si supiéseis lo que significa: Misericordia quiero y no sacrificios, nunca habríais condenado al inocente>> (Mt 12,7). De este modo dio testimonio de que los profetas predicaban la verdad, y al mismo tiempo reprendió a los otros por su ignorancia culpable.

2.10. El Sacrificio del Nuevo Testamento

17,5. Dando consejo a sus discípulos de ofrecer las primicias de sus creaturas a Dios, no porque éste las necesitase, sino para que no fuesen infructuosos e ingratos, tomó el pan creatural y, dando gracias, dijo: <<Esto es mi cuerpo>> (Mt 26,26). Y del mismo modo, el cáliz, también tomado de entre las creaturas como nosotros, confesó ser su sangre, y enseñó que era la oblación del Nuevo Testamento. La Iglesia, recibiéndolo de los Apóstoles, en todo el mundo ofrece a Dios, que nos da el alimento, las primicias de sus dones en el Nuevo Testamento.

Con estas palabras lo preanunció Malaquías, uno de los doce profetas: <<No me complazco en vosotros, dice el Señor omnipotente, y no recibiré el sacrificio de vuestras manos. Porque desde el oriente hasta el occidente mi nombre es glorificado en las naciones, y en todas partes se ofrece a mi nombre [1024] incienso y un sacrificio puro: porque grande es mi nombre en las naciones, dice el Señor omnipotente>> (Mal 1,10-11). Con estas palabras indicó claramente que el pueblo antiguo dejaría de ofrecer a Dios; y que en todo lugar se le habría de ofrecer el sacrificio puro; y su nombre es glorificado en los pueblos.

17,6. ¿Y qué otro nombre es glorificado en todas las naciones, sino el de nuestro Señor, por el cual reciben gloria tanto el Padre como el ser humano? Y lo llama <<su nombre>> porque es el de su propio Hijo, al cual él mismo ha hecho hombre (Mt 1,21). Es como si un rey pintase la imagen de su hijo, justamente la llamaría su propia imagen a doble título: porque es la de su hijo, y porque él mismo la hizo. Algo semejante sucede con el nombre de Jesucristo al que la Iglesia rinde gloria en todo el mundo: el Padre confiesa que es suyo, primero porque es de su Hijo, y segundo porque El mismo lo ha escrito y dado para su salvación al ser humano (Hech 4,12). Así pues, porque el nombre del Hijo es también del Padre, y porque la Iglesia ofrece su oblación en todas partes a Dios omnipotente por Jesucristo, bien dice (el profeta) por ambos motivos: <<Y en todo lugar se ofrece incienso a mi nombre y un sacrificio puro>> (Mal 1,11). Juan dice en el Apocalipsis que el incienso es la oración de los santos (Ap 5,8).

18,1. Por consiguiente, la oblación de la Iglesia que dice el Señor se le ofrece por todo el mundo, es un sacrificio puro y acepto a Dios; no porque El tenga necesidad de nuestro sacrificio, sino porque quien lo ofrece recibe gloria al momento mismo de ofrecerlo, si su oblación es aceptada. Al ofrecer al Rey nuestra oblación le rendimos honor y le mostramos afecto. Esto es lo que el Señor, queriendo que lo hiciésemos con toda simplicidad e inocencia, enseñó a ofrecer diciendo: <<Si al presentar tu oblación ante el altar te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu oblación ante el altar, primero ve a reconciliarte con tu hermano, y vuelve luego a presentar tu ofrenda>> (Mt 5,23-24). Lo propio es, pues, ofrecer a Dios las primicias de su creatura, como dice Moisés: <<No te presentarás con las manos vacías en la presencia del Señor tu Dios>> (Dt 16,16). De este modo, en las mismas cosas en las cuales el ser humano muestra su gratitud, [1025] Dios reconoce su agradecimiento y recibe el honor divino.

18,2. No se condena, pues, el sacrificio en sí mismo: antes hubo oblación, y ahora la hay; el pueblo ofrecía sacrificios y la Iglesia los ofrece; pero ha cambiado la especie, porque ya no los ofrecen siervos, sino libres. En efecto, el Señor es uno y el mismo, pero es diverso el carácter de la ofrenda: primero servil, ahora libre; de modo que en las mismas ofrendas reluce el signo de la libertad; pues ante él nada sucede sin sentido, sin signo o sin motivo. Por esta razón ellos consagraban el diezmo de sus bienes. En cambio quienes han recibido la libertad, han consagrado todo lo que tienen al servicio del Señor. Le entregan con gozo y libremente lo que es menos, a cambio de la esperanza de lo que es más, como aquella viuda pobre que echó en el tesoro de Dios todo lo que tenía para vivir (Lc 21,4).

18,3. En un principio Dios puso los ojos sobre las oblaciones de Abel, porque las ofrecía con sencillez y justicia; en cambio no miró el sacrificio de Caín, porque su corazón estaba dividido por celos y malas intenciones contra su hermano, según Dios mismo le dijo al reprenderlo por lo que ocultaba: <<¿Acaso no pecas aunque ofrezcas tu sacrificio rectamente, si no compartes con justicia? Tranquilízate>> (Gén 4,7). Es que no se aplaca a Dios con el sacrificio. Por eso, si alguien tratara de ofrecer su sacrificio de modo que pareciese puro, recto y legítimo, en cambio en su alma no compartiera con rectitud en el trato con su hermano ni tuviera temor de Dios, no por haber ofrecido un sacrificio externamente correcto seduciría a Dios: por dentro estaría lleno de pecado y su oblación de nada le serviría si no cesa de hacer el mal que ha concebido interiormente; pues al simular una obra, el pecado mismo hace homicida a esa persona.

Por eso el Señor decía: <<[exclamdown]Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas! Os parecéis a sepulcros blanqueados. Por fuera la tumba parece hermosa, pero por dentro está llena de huesos de muerto y podredumbre. Así vosotros: por fuera parecéis justos ante los hombres, pero por dentro estáis llenos [1026] de maldad e hipocresía>> (Mt 23,27-28). Por fuera daban la impresión de ofrecer el sacrificio de modo legítimo; pero dentro de ellos ocultaban los celos como Caín. Por eso asesinaron al justo (Sant 5,6), dejando de lado, como Caín, el consejo del Verbo[315], pues El le dijo: <<Tranquilízate!>>, pero no hizo caso. ¿Y qué otra cosa puede significar tranquilizarse, sino dominar sus impulsos? También dijo otra cosa parecida: <<[exclamdown]Fariseo ciego!, limpia la copa por dentro para que también esté limpia por fuera>> (Mt 23,26). Pero no escucharon. Jeremías dice: <<Tus ojos y tu corazón no están sanos, sino que en tu avidez sólo piensas en derramar la sangre del justo, en la opresión y en cometer homicidio>> (Jer 22,17). Y también Isaías: <<Habéis hecho planes pero no para mí, pactos pero no por mi Espíritu>> (Is 30,1).

Y para que su voluntad y sus pensamientos interiores, una vez puestos de manifiesto, manifestaran que el Dios que los desenmascara no es culpable de ellos ni obra el mal, sino que la culpa recae sobre el que hace el mal, le dice a Caín que rehúsa tranquilizarse: <<El se revuelve sobre ti, y tú lo debes dominar>> (Gén 4,7). Algo semejante dijo a Pilato: <<No tendrías ningún poder si no se te hubiese dado de lo alto>> (Jn 19,11). Porque Dios siempre concede al justo sufrir a fin de que ese sufrimiento que soporta le sirva de prueba; y en cambio el perverso sea juzgado y por sus mismas acciones sea echado fuera. Por ello no son los sacrificios los que purifican al ser humano, pues Dios no los necesita; sino la conciencia pura de quien lo ofrece es lo que santifica el sacrificio, y hace que Dios los reciba como de un amigo. En cambio peca <<quien mata en mi honor un becerro como si matara un perro>> (Is 66,3).

18,4. Mas, como la Iglesia lo ofrece con simplicidad, ante Dios este sacrificio se le tiene por puro. Así dijo Pablo a los Filipenses: <<Me siento lleno con los dones que me enviasteis por medio de Epafrodito, como un perfume de suavidad y un sacrificio aceptable que agrada a Dios>> (Fil 4,18). Conviene, pues, que ofrezcamos a Dios el sacrificio y que en todo seamos gratos al Dios Demiurgo, con pensamientos puros, con fe sin hipocresía, con esperanza firme, fervientes en el amor, ofreciendo las primicias de sus creaturas. [1027] Y sólo la Iglesia ofrece esta oblación pura al Demiurgo, cuando la presenta en acción de gracias por los dones que provienen de la creación. Los judíos ya no la ofrecen, porque sus manos están llenas de sangre (Is 1,15); pues rechazaron al Verbo, por medio del cual se ofrece a Dios el sacrificio. Pero tampoco lo ofrece ninguna de las comunidades de los herejes: porque unos llaman Padre a alguien diverso del Demiurgo, si le ofrecieran una creatura, lo mostrarían ansioso de lo que pertenece a otro y codicioso de lo ajeno. Y por su parte, quienes pregonan que todas las creaturas que nos rodean fueron hechas de la penuria, ignorancia y pasión, ofreciendo el fruto de la ignorancia, de la pasión y de la penuria pecan contra su Padre, más ofendiéndolo que dándole gracias.

¿Cómo les constará que el pan sobre el que se han dado gracias, es el cuerpo de su Señor, y el cáliz de su sangre, si no creen en el Hijo del Demiurgo del mundo, es decir, en su Verbo, por el cual el árbol da fruto, las fuentes manan y la tierra da primero el tallo, después de un poco la espiga, y por fin el trigo lleno en la espiga? (Mc 4,27-28)

[1028] 18,5. ¿Cómo dicen que se corrompe y no puede participar de la vida, la carne alimentada con el cuerpo y la sangre del Señor? Cambien, pues, de parecer, o dejen de ofrecer estas cosas. Por el contrario, para nosotros concuerdan lo que creemos y la Eucaristía y, a su vez, la Eucaristía da solidez a lo que creemos. Le ofrecemos lo que le pertenece, y proclamamos de manera concorde la unión y comunidad entre la carne y el espíritu. Porque, así como el pan que brota de la tierra, una vez que se pronuncia sobre él la invocación (epíklesin) de Dios, ya no es pan común, [1029] sino que es la Eucaristía compuesta de dos elementos, terreno y celestial, de modo semejante también nuestros cuerpos, al participar de la Eucaristía, ya no son corruptibles, sino que tienen la esperanza de resucitar para siempre.

18,6. Pues no lo ofrecemos como si él lo necesitase, sino para dar gracias por su don y santificar las creaturas[316]. Así como a Dios no le hace falta lo nuestro, así a nosotros sí nos hace falta ofrecer algo a Dios, como dice Salomón: <<Quien se compadece del pobre presta a Dios>> (Prov 19,17). Mas aunque Dios no tenga necesidad de nada, recibe nuestras buenas obras a fin de darnos en retorno sus propios bienes, como dice nuestro Señor: <<Venid, benditos de mi Padre, a recibir el reino preparado para vosotros; porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, vagué peregrino y me recibisteis, desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme>> (Mt 25,34-36). Así como él no necesita de estas cosas, y sin embargo quiere que las hagamos en favor de nosotros mismos, así también el Verbo mismo mandó al pueblo que ofreciera oblaciones aunque él no las necesitaba, sino para que aprendiera a servir a Dios, como también quiere que nosotros ofrezcamos en el altar el don, con frecuencia y sin cesar nunca[317]. Porque hay un altar en los cielos, al que todas nuestras oblaciones se dirigen; y un templo, como Juan dice en el Apocalipsis: <<Se abrió el templo de Dios>> (Ap 11,19); y sobre el santuario: <<Apareció el santuario de Dios, en el que habitará junto con los hombres>> (Ap 21,3).

[312] San Ireneo concibe toda la Economía como una gran sinfonía. Hay diversas etapas históricas en la manera como el único plan de salvación se desarrolla (como son diversas las notas que componen una única melodía), pero todas ellas cantan la misma gloria del Padre. Nótese que San Ireneo se inspira en el texto de la Biblia que está citando: en Lc 15,25 leemos que el hijo mayor, al regresar del campo, advirtió que su hermano menor había regresado a la casa paterna, cuando <<oyó la sinfonía>>. En II, 25,2 ha usado una imagen semejante para refutar a los gnósticos, los cuales, por las distintas obras, deducen a diversos creadores: la pluralidad de las obras es como la de las notas que construyen una sola melodía.

[313] Signo de la absoluta generosidad de Dios. Resuena el eco del Sal 50: en 9-13 Yahvé aclara no tener necesidad de que le ofrezcamos sacrificios de animales, pues toda la tierra y cuanto contiene es suyo. Y, sin embargo, en 14-15 acepta el sacrificio de alabanza para liberar al hombre: así éste, al quedar liberado, le dará gloria.

[314] Este no es un texto bíblico. Parece una sentencia tomada de alguna colección de espíritu bíblico, más o menos semejante a Ecclo 39,14. También lo cita CLEMENTE DE ALEJANDRIA, Pedagogo III, 12: PG 8,669.

[315] Recuérdese que para San Ireneo Dios hace todo por su Verbo, incluso en el Antiguo Testamento: el Verbo llamó a Abraham y a Moisés, habló a Adán (ver IV, 10,1), a Caín y a los profetas. Poco más adelante nos dice que <<Dios siempre concede al justo...>> (ver IV 20,1 y 4): estos son signos de la única Economía del Padre, realizada a través del tiempo. Esta unidad perfecta elimina la posibilidad de la doctrina gnóstica sobre el Dios del Antiguo Testamento, distinto del Padre de nuestro Señor Jesucristo.

[316] Conéctese con IV, 14,1 y 17,1: San Ireneo subraya la absoluta generosidad de Dios, que nada necesita de nuestros dones porque todo es suyo. Por eso respecto al culto y el sacrificio (cuyo prototipo es la Eucaristía: ver I, 13,2), si Dios los ha mandado y acepta, lo hace sólo por nuestro bien. Esta actitud cristiana contrasta con la de los gnósticos: si ellos consideran malos los dones creados por Dios, entonces al ofrecérselos (por ejemplo en la caricatura de Eucaristía celebrada por Marco) más bien ofenden a Dios al ofrecerle sus dones que, por hipótesis suya, son frutos de corrupción y de desecho.

[317] San Ireneo muestra en este pasaje el valor de la Eucaristía.