4. Verdadera y falsa gnosis


4.1. La doctrina fundada en la verdad

25,1. Si alguno preguntase: <<Entonces ¿qué? ¿al acaso se eligieron esos nombres, el número de los Apóstoles, [798] la actividad del Señor y la estructura de lo que sucedió?>>[198] Les respondemos: de ninguna manera, sino según la gran sabiduría y el sumo cuidado con que Dios ha organizado y ordenado todas las cosas, tanto las de los tiempos antiguos como las que su Verbo llevó a cabo en los tiempos recientes. Todas ellas concuerdan no con la Treintena, sino con la estructura básica de la verdad. No tenemos que buscar a Dios a base de números, de sílabas y letras. Este método carece de base, debido a la multitud y variedad de esos datos, y porque una persona puede un día usar uno de ellos como prueba, y otra al día siguiente tomar el mismo como argumento contra la verdad, porque pueden transferirse de un significado a otro. Más bien, los números y hechos deben acomodarse al testimonio de la verdad. Porque la norma no se saca de los números, sino los números de la norma; ni Dios de los hechos, sino los hechos a partir de la acción divina: todo, en efecto, procede del único y mismo Dios.

25,2. Las cosas creadas son muchas y variadas, y en el conjunto de la obra aparecen adecuadas y en armonía, aunque muchas veces tomando una por una puedan ser contrarias a otras y no ajustadas entre sí; sucede como con el sonido de la lira, que produce una melodía a partir de sonidos diversos y contrarios. Por eso, quien ame la verdad no debe atender tanto a la diferencia de cada uno de los sonidos, ni por ello sospechar que uno lo ha producido un artista y otro un autor diverso, de los cuales el primero hubiese producido los tonos más agudos, y otro los más bajos, e incluso un tercero los intermedios; [799] sino que uno y el mismo lo ha hecho para, mediante la unidad armoniosa, mostrar su sabiduría en la justicia y la bondad de toda la obra. Quienes escuchan la melodía deben rendir gloria y alabanza al artista, admirando la agudeza de unas notas y la profundidad de otras, así como deleitarse en los tonos intermedios[199]. Ciertamente se preguntarán si unas cosas son figuras de otras, y entonces deberán todo referirlo a uno, preguntando la causa por la que es así, pero sin transformar la doctrina ni errar acerca del Autor, ni renegar de la fe en el único Dios que hizo todas las cosas, ni blasfemar contra nuestro Creador.

4.2. Pequeñez del ser humano ante el Creador

25,3. Si alguien no halla la causa de todas las cosas que busca, piense que el ser humano es infinitamente menor que su Creador; que ha recibido la gracia sólo en parte (1 Cor 13,9.12); que no es igual o semejante a su Hacedor; y que no puede tener la experiencia o el conocimiento como Dios. El que hoy existe como un ser hecho y empezó un día a existir, siempre será más pequeño que aquel que no fue creado y que siempre permanece siendo igual a su ser; por lo mismo tampoco puede ser igual que aquel que lo creó, en cuanto a la ciencia o a la profundización en las causas de todas las cosas. [exclamdown]Oh, ser humano! tú no eres increado, ni has existido desde siempre con Dios, como su propio Verbo; sino que, habiendo empezado a existir como su hechura, poco a poco aprenderás de su Verbo la Economía del Dios que te hizo.

25,4. Así pues, mantente en el nivel que corresponde a tu ciencia, y no quieras ir más allá del mismo Dios, sino conocer a fondo los bienes, porque él no puede ser sobrepasado; y por lo mismo tampoco preguntes qué hay más allá del Demiurgo, porque nunca lo hallarás: en efecto, tu Artesano no tiene límites. Ni pienses -como si lo hubieses medido todo en cuanto a su profundidad, anchura y altura- en otro Padre que esté sobre él: no podrá captarlo tu mente, sino que, pensando contra tu naturaleza, te volverás necio. Y si continúas en lo mismo, tarde o temprano caerás en la locura de creerte superior y mejor que tu Hacedor, soñando que te has elevado más allá de su reino.

4.3. Más vale el amor del ignorante que el orgullo del sabio

[800] 26,1. Pues es mejor y más provechoso para uno ser ignorante o de poca ciencia, si se acerca a Dios por la caridad hacia su prójimo, que imaginarse saber mucho y ser perito en muchas cosas hasta blasfemar de Dios inventando a otro Dios y Padre. Por eso Pablo exclamó: <<La ciencia infla, la caridad edifica>> (1 Cor 8,1). No es que condenara el verdadero conocimiento de Dios, porque si así lo hiciera se condenaría a sí mismo; sino que, sabiendo que algunos, con ocasión de la ciencia, se enorgullecían hasta apartarse del amor de Dios, y sin embargo se tenían a sí mismos por perfectos, inventaban a un Demiurgo imperfecto como producto de su ciencia; por eso dijo: <<La ciencia infla, la caridad edifica>>.

Pues no hay mayor soberbia que la de tenerse a sí mismo por mejor y más perfecto que aquel que lo ha plasmado (Sal 119[118],73; Job 10,8), le dio el aliento de vida (Gén 2,7) y le ha dado el ser mismo. Por eso, como arriba dije, es mejor que alguien carezca de ciencia de modo que no conozca ninguna de las causas de la creación, si cree en Dios y permanece en el amor (Jn 15,9-10); y no que por el orgullo de la ciencia se aparte del amor que da vida al ser humano. Mejor que buscar la ciencia es no conocer otra cosa sino a Jesucristo el Hijo de Dios crucificado por nosotros (1 Cor 2,2), en vez de investigar cuestiones sutiles hasta caer en la impiedad y en la vana palabrería.

26,2. ¿Qué pasaría, por ejemplo, si alguien -entusiasmado por sus esfuerzos, al escuchar del Señor: <<Aun los cabellos de vuestra cabeza están contados>> (Mt 10,30), dejándose llevar por la curiosidad quisiera investigar cuántos cabellos tiene cada hombre [801] y el motivo por el cual uno tiene tantos y otro tantos, ya que no todos tienen el mismo número- hallara que unos tienen miles de cabellos más que otros porque unos tienen cabeza grande y otros chica, unos tienen pelo espeso, otros ralo, y otros más casi no tienen? ¿Y si en seguida, soñando en haber logrado descubrir el número, de ese hecho quisiera sacar una prueba del sistema que ha fraguado? O si alguien -oyendo del Señor: <<¿Acaso no se venden dos pájaros por un as? Y sin embargo ninguno de ellos cae por tierra sin que vuestro Padre lo quiera>> (Mt 10,29)- pretendiera contar cuántos pájaros se cazan en cada región, y la causa por la cual ayer fueron tantos, anteayer tantos y hoy tantos más; si luego esgrimiera ese número como argumento, ¿ese individuo no se estaría trastornando él mismo y volviendo locos a los que le hacen caso? [exclamdown]Son tantas las personas que están siempre dispuestas a creerles, cuando imaginan haber encontrado un maestro que sabe más que los otros!

26,3. Y si alguien nos preguntase si Dios conoce todas las cosas que ha hecho en el pasado y las que continúa creando, y si por su providencia cada uno de los seres ha recibido lo que le es propio, responderíamos que sí: nada de lo que ha sido o es hecho escapa a la ciencia de Dios; sino que cada uno de esos seres, por su providencia, recibe su naturaleza, organización, cantidad y medida, así como los caracteres que lo distinguen. En efecto, nada de lo que ha sido hecho en el pasado o es hecho ahora ha existido al acaso o por azar, sino con gran orden y armonía: porque existe un Verbo admirable y divino que puede discernir todas estas cosas y determinar sus causas. Pero supongamos que alguien, al escuchar nuestro testimonio sobre esta doctrina común, trata de contar las arenas del mar, las piedras de la tierra, las estrellas del cielo, y pretende precisar las causas del número que sueña haber descubierto: [802] ¿no lo juzgaría un loco y un irracional que en vano ha trabajado, cualquier persona que tenga un poco de sentido común? Pues mientras más se ocupe de investigar en estos asuntos tan singulares, si se imagina que ha superado a los demás en sus descubrimientos, juzga a los otros unos ignorantes e idiotas y los llama psíquicos porque no aceptan los resultados de su inútil búsqueda, más se tornará él un insensato y estúpido, como quedan aquellos a quienes fulmina un rayo. Porque en lugar de someterse a Dios, por la ciencia que sueña haber adquirido cambia al mismo Dios y lanza su doctrina por encima de la grandeza del Creador.

4.4. Cómo usar la mente para buscar a Dios

27,1. Una mente sana y religiosa que ama la verdad, sin peligro alguno pone la capacidad que Dios concedió a los seres humanos al servicio de la ciencia, y con un constante estudio podrá progresar en su conocimiento de las cosas. Por éstas quiero decir aquellas que día tras día suceden ante nuestros ojos, y también aquellas que las palabras de la Escritura tratan en forma abierta. Por eso se deben interpretar las parábolas sin métodos ambiguos[200]: quien de esta manera las entiende, no correrá peligro, y todos deben explicar las parábolas de modo semejante. Haciéndolo así, el cuerpo de la verdad permanecerá íntegro, siempre adecuado a los miembros y libre de distorsiones. En cambio, cuando se aplican cosas ocultas y que no están a la vista, a la interpretación de las parábolas, [803] como a cada uno se le antoja, desaparece toda regla de la verdad; pues cuantos fueren los expositores de las parábolas, otras tantas serán las verdades opuestas entre sí y provocarán doctrinas contradictorias, como sucede con las cuestiones de los filósofos paganos.

27,2. Procediendo de esta manera, el ser humano indagará siempre, pero jamás encontrará nada, pues comienza por rechazar el justo método de la búsqueda. Y cuando venga el Esposo, aquel que tenga su lámpara sin aceite no tendrá ninguna luz que le ilumine el camino; entonces recurrirá a las explicaciones de las parábolas que lo desviarán en medio de la oscuridad, apartándose de quien le puede ofrecer el camino hacia él mediante el regalo de una honesta predicación, y por ello quedará excluido de las nupcias (Mt 25,1-12).

Todas las Escrituras, los profetas y el Evangelio, predican abiertamente y sin ambigüedades -a quienes puedan escuchar, aunque no todos crean-, que existe un solo y único Dios, el cual, excluyendo a cualquier otro Dios, por medio de su Verbo hizo todas las cosas, visibles e invisibles, del cielo y de la tierra, peces del mar y animales de la tierra, como hemos probado usando las mismas expresiones de las Escrituras. Toda la creación de la que formamos parte da testimonio, por medio de las cosas que extiende ante nuestros ojos, de que uno solo es el que las hizo y gobierna. Siendo así, se mostrarán necios quienes se ciegan ante una manifestación tan clara y se rehúsan a ver la luz de la predicación; sino que se encarcelan a sí mismos, de modo que mediante explicaciones tenebrosas de las parábolas, cada uno de ellos piensa haber encontrado a su propio Dios.

Acerca de la teoría de quienes opinan cosas contrarias al Padre nada dice la Escritura, ni en forma abierta, ni con sus palabras, ni en forma incontrovertida. Los mismos herejes dan testimonio de ello, cuando afirman que el Salvador las enseñó en secreto, no a todos sino a algunos discípulos capaces de entenderlo (Mt 19,11-12) y de interpretar su significado por medio de argumentos, enigmas y parábolas. Llegan incluso a decir que uno es el Dios del que se predica, y otro el Padre al que se refieren las parábolas y enigmas.

[804] 27,3. Pero ¿qué persona que ame la verdad no se da cuenta de que si las parábolas pueden tener tantas explicaciones, y a partir de ellas se busca a Dios abandonando lo que es cierto, indubitable y verdadero, se está optando por un modo de proceder irracional que arroja a la persona a graves peligros? ¿Y no es esto construir su casa no sobre la piedra firme, sólida y al abierto, sino sobre la incertidumbre de la arena movediza? De ahí que tales construcciones se derrumben fácilmente (Mt 7,24-27).

4.5. Dios conoce muchas cosas que nosotros no alcanzamos

28,1. Teniendo, pues, la Regla misma de la verdad y un claro testimonio de Dios, no podemos abandonar el conocimiento cierto y verdadero sobre Dios, por cuestiones desviantes en otras y otras interpretaciones; sino que más bien, dirigiendo nuestra mente hacia esas cuestiones de la manera expuesta, conviene que nos ejercitemos en buscar los misterios y la Economía del único Dios que existe, en crecer en el amor hacia aquel que tanto ha hecho y sigue haciendo por nosotros, y en jamás separarnos de la convicción que nos hace confesar claramente que sólo hay un Dios y Padre verdadero que ha creado el mundo, que plasmó al ser humano, que dirige el desarrollo de sus creaturas y que llama a quienes caminan hacia él para que se eleven desde lo bajo hasta su altura. Como a un bebé concebido en el seno, lo hace nacer a la luz del sol; y como a grano de trigo que, una vez crecido en la espiga, lo recoge en el granero (Mt 3,12). Porque uno y el mismo es el Demiurgo que plasmó el seno y creó el sol, y uno y el mismo Señor el que hizo brotar el grano, crecer el trigo para que se multiplicara, y preparó el granero[201].

28,2. Aunque no podamos resolver todas las cuestiones que se plantean en la Escritura, no busquemos a otro Dios fuera del único que existe: sería la peor impiedad. Debemos abandonar esas cuestiones al Dios que nos hizo, [805] sabiendo perfectamente que las Escrituras son perfectas, pues fueron dictadas por el Verbo de Dios y por su Espíritu. A nosotros, por ser inferiores al Verbo y a su Espíritu y por vivir en el tiempo[202], nos hace falta su conocimiento de los misterios. Ni hay por qué admirarse de que necesitemos la revelación de las cosas espirituales y celestiales; incluso respecto de las cosas que tenemos bajo los pies -me refiero a las que existen en este mundo, con las que vivimos y que todos los días manejamos y vemos-, muchas de ellas han escapado a nuestro conocimiento, y por eso las confiamos a Dios; porque él necesariamente está sobre todas las cosas. Por ejemplo, ¿cómo podríamos nosotros conocer las causas por las cuales el Nilo se desborda?

Hablamos de muchas cosas, de las cuales unas nos convencen, otras no; pero todo lo que es seguro, cierto y firme está en manos de Dios. No sabemos dónde habitan las aves migratorias que nos visitan en verano y durante el otoño nos abandonan: cosas que suceden en nuestro mundo y escapan a nuestra ciencia. ¿Qué podemos controlar de las mareas altas y bajas, por tener dominio de sus causas? ¿Quién puede describir los mundos que quedan más allá del océano? ¿Quién puede explicar cómo se forman las lluvias, los rayos y truenos, los cúmulos de nubes, la neblina, los vientos y prodigios semejantes? ¿Alguien es capaz de descubrir los tesoros de la nieve y el granizo (Job 38,22) y otros fenómenos parecidos? ¿Quién puede preparar las nubes y hacer brotar la niebla, quién conoce las causas del crecimiento y disminución en las fases de la luna, o el por qué la diferencia entre el agua, el metal, la piedra y los demás cuerpos? De todas estas cosas bien podemos hablar mucho e indagar sus causas; pero el único que conoce toda la verdad sobre ellas es el único Dios que las ha creado.

28,3. Si aun entre las cosas creadas algunas son accesibles sólo al conocimiento de Dios, y otras también pueden caer bajo nuestra ciencia, [806] ¿qué dificultad hay si en las cuestiones de la Escritura, siendo éstas espirituales, averiguamos unas cosas con su gracia y otras las dejamos a Dios, de tal manera que no sólo en esta vida, sino también en la futura, Dios sea siempre el Maestro, y el ser humano deba siempre aprender de él? Como dice el Apóstol, cuando desaparezca todo lo parcial, permanecerán sólo la fe, la esperanza y la caridad (1 Cor 13,9-13)[203]. La fe en nuestro Maestro sigue siendo firme en la confesión de un solo Dios verdadero y en el amor que siempre le tenemos por ser el único Padre; por eso esperamos recibir y aprender más de Dios, porque es bueno e infinitamente rico, su reino jamás se acaba y su doctrina no tiene término.

Por consiguiente, si por los motivos que acabamos de exponer dejamos a la ciencia de Dios ciertas cuestiones, mientras conservamos la fe, podemos vivir seguros y sin peligros. De este modo toda la Escritura que Dios nos ha dado nos parecerá congruente, concordarán las interpretaciones de las parábolas con expresiones claras, y escucharemos las diversas voces como una sola melodía que eleva himnos al Dios que hizo todas las cosas. Por ejemplo, si alguno pregunta: [807] ¿Qué hacía Dios antes de crear el mundo? Le diremos que ése es un problema de Dios. En cambio, cómo hizo él este mundo de modo perfecto y con un comienzo temporal, nos lo enseñan las Escrituras; en cambio nada nos dicen acerca de lo que hacía antes de esta obra. Luego toca sólo a Dios esta respuesta; pero no por ello quieras fantasear emanaciones tontas y sin sentido (2 Tim 2,23) y blasfemas, de modo que por la pretensión de haber descubierto la producción de la materia te sientas con derecho de renegar del Dios que hizo todas las cosas.

28,4. Pensad, pues, los que inventáis estas doctrinas, en que el mismo y único Dios verdadero al que llamamos Padre es aquel a quien llamáis el Demiurgo. Las Escrituras reconocen sólo a éste como Dios; el Señor llamó Padre sólo a éste y no reconoció a ningún otro, como lo probaremos con sus mismas palabras. Luego, cuando llamáis a éste un fruto emanado de la ignorancia, que no conoce las realidades superiores, y todo lo demás que decís sobre él, considerad cuán grande es vuestra blasfemia contra el único Dios verdadero. Parecéis honestos y serios cuando aseguráis que creéis en Dios; pero, no pudiendo mostrar a ningún otro Dios, definís producto de la ignorancia y de la decadencia a ese mismo Dios en quien decís creer. Esto no es más que ceguera y necedad que os viene de que nada reserváis para Dios: queréis proclamar los nacimientos y emanaciones del mismo Dios, de su Pensamiento, del Verbo, de la Vida y de Cristo; y no lo aprendéis de ninguna otra fuente, sino de la actividad interior del ser humano.

Pero no entendéis que el hombre es un animal compuesto, y por esto se pueden hacer sobre él tales afirmaciones; pues, en efecto, como antes dijimos, hablamos del intelecto y la mente humana, porque de su intelecto viene su mente, de ésta el pensamiento y del pensamiento la palabra -¿qué tipo de palabra (o verbo)? Porque en la lengua griega, el verbo incluye la facultad de pensar, distinta del órgano [808] por medio del cual la palabra se pronuncia, pues unas veces el ser humano está callado y en reposo, otras veces habla y actúa-. Dios, en cambio, siendo todo Mente, todo Verbo, todo Espíritu, todo Luz, siempre existe idéntico e igual a sí mismo. Así como nos es útil saber de Dios tal como nos lo enseñan las Escrituras, así no es justo hacer derivar dentro de él esas actividades humanas ni introducir divisiones. Como la lengua es carnal, su velocidad no alcanza a seguir el proceso intelectual del hombre, porque éste es espiritual; por eso nuestro verbo interior queda como reprimido, porque no puede pronunciarse de un solo golpe -como ha sido concebido-, sino por partes, según la lengua es capaz de hacerlo.

28,5. En cambio Dios, como es todo Mente y Verbo, habla lo que piensa y piensa lo que habla: su Pensamiento es su Verbo, su Verbo es su Mente, y su Mente no es otra cosa que el Padre mismo. Por eso quien habla de la Mente de Dios como un producto distinto, lo declara compuesto; como si uno fuera Dios, otro su Pensamiento principal. Lo mismo se diga cuando se habla del Verbo como de la tercera emisión a partir del Padre, motivo por el cual no conocería su grandeza: se marca una separación muy honda entre el Verbo y Dios. Sin embargo, de él dice el profeta: <<¿Quién podrá declarar su origen?>> (Is 53,8). Vosotros, en cambio, os ponéis a adivinar acerca de su origen a partir del Padre, y transferís el proceso de la palabra humana que la lengua emite a la emisión del Verbo de Dios: con esto sólo probáis que no conocéis ni las cosas humanas ni las divinas.

28,6. Llenos de orgullo sin razón, os atrevéis a decir que conocéis los inefables misterios de Dios, cuando el mismo Señor, siendo Hijo de Dios, declaró no saber ni el día ni la hora del juicio, sino sólo Dios, cuando dijo: <<Acerca de aquel día y hora nadie los conoce, ni el Hijo, sino sólo el Padre>> (Mt 24,36). Por lo tanto, si el Hijo no tuvo empacho de atribuir sólo al Padre el conocimiento de aquel día, y habló con verdad, [809] tampoco nosotros debemos avergonzarnos de reservar a Dios aquellas cuestiones que nos superan: en efecto, nadie está sobre su maestro (Mt 10,24). Así pues, si alguien nos pregunta: <<¿Cómo el Padre emitió al Hijo?>>, le respondemos que esta producción, o generación, o pronunciación, o parto, o cualquier otro nombre con el que quiera llamarse este origen, es inefable[204]. No la conocen ni Valentín, ni Marción, ni Saturnino, ni Basílides, ni los Angeles, ni los Poderes, ni las Potestades, sino sólo el Padre que lo engendró y el Hijo que de él nació. Siendo, pues, inefable esta generación, quienquiera se atreva a narrar las generaciones y emanaciones, no está en su mente cuando promete describir lo indescriptible.

Que la palabra (el verbo) procede del pensamiento y la mente, todas las personas lo saben. Luego no inventaron nada nuevo ni un misterio escondido aquellos a quienes se les ocurrieron tales emisiones, cuando simplemente transfirieron al Verbo Unigénito de Dios lo que todos entienden: lo llaman inefable e indescriptible, y sin embago, como si ellos hubiesen sido las comadronas que lo atendieron, hablan de su primera generación, explican su emisión y anuncian su nacimiento, asemejándolo a la palabra que los seres humanos pronuncian.

28,7. Si hablando sobre la naturaleza de la materia decimos que Dios la ha producido, en nada erramos: pues de la Escritura hemos aprendido que Dios tiene el primado sobre todas las cosas. Pero ni la Escritura nos ha explicado de dónde o cómo la produjo, ni nosotros debemos inventarlo haciendo infinitas conjeturas sobre Dios a partir de nuestras opiniones, sino que hemos de reservar este conocimiento a Dios.

Lo mismo se diga acerca del motivo por el cual, habiendo hecho Dios todas las cosas, muchas de las creaturas se negaron a someterse a Dios y se separaron de él; en cambio otras, las más, perseveraron y aún perseveran sujetas al Dios que las hizo. [810] Cuál sea la naturaleza de las que pecaron, y cuál la de aquellas que perseveran, lo dejamos a la ciencia de Dios y de su Verbo, al cual Dios le dijo: <<Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos como escabel de tus pies>> (Sal 110[109],2). Nosotros aún caminamos sobre la tierra, no estamos sentados junto al trono de Dios. El Espíritu del Salvador que está en él <<escudriña todas las cosas, hasta las profundidades de Dios>> (1 Cor 2,10), en cambio entre nosotros <<hay diversidad de gracias, ministerios y operaciones>> (1 Cor 12,4-6) y, mientras estamos sobre la tierra, como Pablo dice, <<conocemos parcialmente y parcialmente profetizamos>> (1 Cor 13,9). Y como conocemos parcialmente, sobre todas estas cuestiones debemos ponernos en las manos de aquel que nos concede también parcialmente su gracia.

El Señor dijo claramente que el fuego está preparado para los transgresores, y lo enseña el resto de las Escrituras, así como también enseñan que Dios todo lo sabe de antemano, y por eso desde el principio preparó este fuego eterno para quienes habrían de hacerse transgresores. Pero ni la Escritura ni el Apóstol ni el Señor enseñaron el motivo preciso por el cual esos seres fueron transgresores. Por eso debemos dejar a la ciencia de Dios muchas de estas cuestiones, como el Señor le dejó el día y la hora (Mt 24,36). Correríamos el más grande peligro si a Dios nada le dejamos, aunque hemos recibido de él sólo en parte esta gracia, cuando investigamos las cosas que nos superan y que por ahora no nos es posible descubrir. Pero caer en tan grande osadía que fosilicemos a Dios, que presumamos de haber descubierto lo que no hemos descubierto, proclamando con palabras vacías la emisión del Dios Demiurgo, diciendo que su substancia proviene de la ignorancia y la penuria, no es sino inventar con mentira un impío argumento contra Dios.

28,8. Al fin de cuentas, no teniendo ningún testimonio que apoye su ficción que en tiempos recientes han inventado, tratan de cimentar las fábulas que cuentan y que ellos mismos han fraguado, unas veces en números extraños, [811] o en sílabas, o en nombres, o en letras incluidas en otras letras, o en parábolas mal interpretadas, o en suposiciones sin fundamento.

Si, por ejemplo, alguien busca el motivo por el cual sólo el Padre conoce el día y la hora, aunque todo le comunica a su Hijo, el mismo Señor lo ha dicho, y nadie puede inventar otro sin riesgo (de equivocarse), porque sólo el Señor es el Maestro de la verdad; y él nos ha dicho que el Padre está sobre todas las cosas, pues dijo: <<El Padre es mayor que yo>> (Jn 14,28). El Señor, pues, ha presentado al Padre como superior a todos respecto a su conocimiento, a fin de que nosotros, mientras caminamos por este mundo (1 Cor 7,31), dejemos a Dios el saber hasta el fondo tales cuestiones; porque si pretendemos investigar la profundidad del Padre (Rom 11,33), corremos el peligro de preguntar incluso si hay otro Dios por encima de Dios[205].

28,9. Si a alguno le gusta discutir y contradice lo que dijimos sobre las palabras del Apóstol: <<Conocemos parcialmente y parcialmente profetizamos>> (1 Cor 13,9), soñará haber recibido la gnosis total y no sólo parcial, como Valentín, Ptolomeo, Basílides o alguno de aquellos que pretenden haber investigado las profundidades de Dios (1 Cor 2,10). Que en vez de presumir con arrogancia, adornándose con la gloria de conocer más que los demás las cosas invisibles e inefables, mejor se dedique a investigar con diligencia tantas cosas de este mundo que no conocemos, como por ejemplo cuántos cabellos tiene en su cabeza, cuántos pájaros se cazan cada día, y otras muchas que ni siquiera se nos ocurren: que se las pregunten a su Padre y nos las expongan, a fin de que podamos creerles cuando hablan de los misterios más elevados. Porque ni siquiera acerca de cosas que tenemos en las manos, bajo los pies y ante los ojos [812] en la tierra, por ejemplo la providencia sobre los cabellos de su cabeza, saben nada esos que presumen de perfectos, ¿cómo les vamos a creer cuando tratan de convencernos vanamente de cosas espirituales y supracelestes, y de aquellas que sobrepasan a Dios?

Ya te hemos hablado demasiado acerca de los números, de los nombres, de las sílabas y de las cuestiones sobre las realidades superiores que ellos pregonan, y del modo tan absurdo como interpretan las parábolas. Tú puedes añadir otras.

[198] San Ireneo propone claramente la preocupación de los gnósticos, oculta bajo su sistema: si este mundo inferior no es imagen del mundo superior, entonces todo sucede al acaso y resulta ininteligible. Su rechazo de la libertad humana (que esconde el escándalo por el mal) también implica el repudio de la historia. En el fondo ellos quieren escapar del mal sintiéndose ya salvados, liberarse de la responsabilidad en este mundo (y por eso teorizan que en él ya todo está determinado), y en consecuencia de toda ley moral. San Ireneo recurre, en cambio, a la sabiduría de Dios que guía la historia, y a su plan salvífico (Economía) en favor del hombre.

[199] Ver de nuevo esta comparación con la melodía en III, 20,7: San Ireneo impulsa a los gnósticos a contemplar la armonía de todas las obras del único Creador. Ellos, en cambio, atendiendo sólo a las diferencias entre los seres y (sobre todo) de los sucesos del mundo, los proyectan en causas diversas, y así originan multitud de dioses (muchos de ellos opuestos). Esta maravillosa armonía de Dios nos descubre su proyecto salvífico en la historia (sus Economías): uno en su voluntad, múltiple en su aplicación a través del tiempo.

[200] San Ireneo supone que Dios nos ha dado dos medios para conocer la verdad: la fe en su Palabra y la razón aplicada de manera justa. La no apertura a la inteligibilidad de la Escritura es, pues, signo de una mente enferma y nada religiosa. Por este motivo ellos tienen sus <<Escrituras gnósticas>> (como el <<Evangelio de la verdad>>), y luego pretenden leer como si fuesen del mismo estilo <<mistérico>> las Escrituras reveladas. Cierto que los pasajes de la Escritura con frecuencia pueden aceptar varias interpretaciones (siendo diversas las preguntas que se les hacen), pero siempre y todas ellas dentro del marco de la <<Regla de la Verdad>>. De otra manera surgen doctrinas contradictorias que dan lugar a las múltiples herejías y a los grupos separados.

[201] Muy claramente San Ireneo expone su antropología de la creación: el único Dios creó todas las cosas teniendo desde el principio un plan salvífico (una Economía) en su mente: todo lo hizo en función del ser humano y de su desarrollo, a fin de que éste progresivamente se perfeccione hasta llegar a la plenitud, para entrar en comunión con la vida de Dios.

[202] Lit. <<porque somos más recientes>>, en efecto, ellos son eternos.

[203] San Ireneo interpreta así a San Pablo: en esta vida hay muchas virtudes, pero las que permanecen son la fe, la esperanza y la caridad: mientras estamos en este mundo, como camino hacia la plenitud; cuando resucitemos, como seguiremos siendo humanos, aun habiendo llegado a la plenitud (humana) continuaremos creciendo eternamente. La vida eterna es siempre nueva (ver V, 36,1). Por eso, aun plenos en la caridad, viviremos en la continua fe y esperanza de ahondar en la inagotable vida de Dios.

[204] Desde II, 28,4 San Ireneo desarrolla su argumento: el problema de los gnósticos es concebir a Dios a imagen del hombre y no viceversa. La Escritura habla de un Verbo (Palabra) de Dios, a semejanza (hoy diríamos por analogía) y no por igualdad con la palabra humana. El hombre piensa la palabra con su mente y la profiere con su boca, porque es un ser compuesto, y la palabra resulta un producto distinto de él. En cambio Dios es un ser absolutamente simple, y por ello su Verbo no es otro ser, ni Dios lo profiere con la boca, sino que todo él está concebido y pronunciado en su Mente. Se trata de una concepción espiritual análoga, no idéntica a la concepción humana: por eso la entendemos sólo en parte, y así nos resulta inefable.

[205] San Ireneo contrasta su sentido del misterio con el de los gnósticos. Para él, el misterio radica en la profundidad insondable de Dios, que sólo se nos da a conocer en la medida de su voluntad y de nuestra capacidad humana. Para ellos, es cuestión de una verdad oculta, sólo accesible a los iniciados. En el primer caso, el misterio está en las manos de Dios; en el segundo, es manejable por quienes lo poseen. Por eso, para el obispo de Lyon, debemos saber reservar a Dios el conocimiento de aquellas honduras de su ser que no ha querido revelarnos. Los gnósticos, en cambio, pretendiendo poseer la gnosis de todo, corren el riesgo de fabricar un Dios falso.