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para la
BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL
Vida de San Benito
Abad |
|
"El
año 1980 nos recordará la
figura de San Benito..., se
cumplen 15 siglos de su
nacimiento. |
CAPÍTULO
XIX
DE LOS PAÑUELOS ACEPTADOS POR UN MONJE
No
lejos del monasterio había una aldea, de la cual una gran mayoría de sus
habitantes había sido convertida del
culto de los ídolos a la fe en Dios, por la predicación de Benito. Había
también allí unas mujeres consagradas a Dios, a las cuales el siervo de Dios
procuraba enviarles con frecuencia algunos de sus monjes para atenderlas
espiritualmente.
CAPÍTULO
XX
DEL PENSAMIENTO DE SOBERBIA DE UN MONJE, CONOCIDO EN ESPÍRITU
Fin
otra ocasión, mientras el venerable abad tomaba su alimento hacia el atardecer,
cierto monje, hijo de un abogado, le sostenía la lámpara delante de la mesa. Y
mientras el hombre de Dios comía y él le alumbraba, comenzó a pensar y decir
secretamente en su interior: "¿Quién es éste para que yo tenga que
servirle y sostenerle la lámpara mientras come? ¿Y siendo yo quien soy, he de
servirle?". Al punto, dirigiéndose a él el hombre de Dios, comenzó a
increparle ásperamente, diciéndole: "¡Santigua tu corazón, hermano! ¿Qué
es lo que estás pensando? ¡Santigua tu corazón!". Inmediatamente llamó
a los monjes, mandó que le quitasen la lámpara de sus manos, y a él le ordenó
que cesara en su servicio y se sentara.
CAPÍTULO
XXI
DE DOSCIENTOS MODIOS DE HARINA HALLADOS DELANTE DEL MONASTERIO EN TIEMPO DE
CARESTÍA
En
otra ocasión, sobrevino en la región de la Campania una gran hambre que afligía
a todo el mundo por la falta de alimentos. Empezaba también ya a escasear el
trigo en el monasterio de Benito y se habían consumido casi todos los panes, de
tal manera que a la hora de la refección de los monjes sólo pudieron hallarse
cinco. Viéndolos el venerable abad contristados, trató primero de corregir con
suave reprensión su pusilanimidad y luego de animarlos con esta promesa,
diciendo: "¿Por qué está triste vuestro corazón por la falta de pan?
Hoy ciertamente hay poco, pero mañana lo tendréis en abundancia". Al día
siguiente encontraron delante de la puerta del monasterio doscientos modios de
harina metido en sacos, sin que hasta el día de hoy se haya podido saber, de
quién se valió Dios todopoderoso para llevarlos allí. Viendo esto, los monjes
alabaron a Dios y aprendieron a no dudar más de la abundancia, aun en tiempo de
escasez.
PEDRO.-
Dime, por favor, si este siervo de Dios tenía siempre espíritu de profecía o
si este espíritu invadía su alma sólo de vez en cuando.
GREGORIO.-
El espíritu de profecía, Pedro, no está continuamente inspirando la mente de
los profetas, porque si el Espíritu Santo, según está escrito, inspira donde
quiere (Jn 3,8), también has de saber que inspira cuando quiere. Por eso,
preguntado el profeta Natán por el rey David, si podía construir el templo,
primeramente le dijo que sí y luego que no (2Sam 7,17). Y por lo mismo, cuando
el profeta Eliseo vio llorar a la mujer sunamita, sin conocer la causa de su
llanto, dijo al criado que la impedía acercarse: Déjala, porque su alma está
llena de amargura y el Señor me lo ha ocultado y no me lo ha revelado (2Re
4,27). Dios todopoderoso actúa así por disposición de su soberana bondad,
porque unas veces da el espíritu de profecía y otras lo retira, eleva las
almas de los profetas a las alturas y al mismo tiempo las mantiene en la
humildad, para que vean lo que son por la gracia de Dios, cuando reciben este
espíritu, y lo que son por sí mismos, cuando les falta.
PEDRO.-
Que es así como dices, lo manifiesta tu mismo razonamiento. Pero cuéntame por
favor, todo lo que sepas del venerable abad Benito.
CAPÍTULO
XXII
CÓMO EN UNA VISIÓN TRAZÓ EL PLANO DEL MONASTERIO DE TERRACINA
GREGORIO.-
En otra ocasión, cierto varón piadoso le rogó que enviase algunos de sus discípulos
para fundar un monasterio en una posesión suya, junto a la ciudad de Terracina.
Accedió Benito a su demanda; designó a los monjes que habían de ir y nombróles
abad y prior. A1 despedirlos les prometió: "Id y tal día iré yo y os
mostraré dónde debéis edificar el oratorio, el refectorio de los monjes, la
hospedería y todo lo demás". Recibida la bendición, partieron en
seguida. Esperaron con ansia el día señalado y prepararon todo lo necesario
para los que habían de venir en compañía del santo abad. Pero la noche
anterior al día convenido, antes de que amaneciera, el hombre de Dios se
apareció en sueños al que había constituido abad y a su prior y les fue señalando
minuciosamente cada uno de los lugares donde había de edificarse algo. Al
levantarse de la cama, refiriéronse mutuamente lo que habían visto en sueños,
pero no dieron crédito a la visión y así esperaron a que viniera el siervo de
Dios, tal como se lo había prometido. Mas viendo que no había comparecido el día
señalado, fueron a él y le dijeron llenos de tristeza: "Padre, esparábamos
que vinieras, tal como nos lo habías prometido, y nos indicaras lo que habíamos
de edificar, pero no compareciste". Él les respondió: "Hermanos, ¿cómo
decís esto? ¿Acaso no vine según había prometido?". Contestáronle:
"¿Cuándo viniste?". Él respondió: "Cuando me aparecí a los
dos mientras dormíais y os señalé cada uno de los lugares. Id, pues, y según
lo oísteis en la visión, construid todos los edificios del monasterio".
Al oír esto, quedaron estupefactos; regresaron al predio susodicho y
construyeron todas las dependencias según las instrucciones recibidas en la
visión.
PEDRO.-
Desearía que me explicaras, cómo pudo ir tan lejos, dar la respuesta a unos
que dormían y éstos reconocerle y oírle en la visión.
GREGORIO.-
¿Por qué, Pedro, porfías en querer averiguar el hecho con tanta prolijidad?
Es evidente que el espíritu es de naturaleza más sutil que el cuerpo. Por otra
parte, sabemos con absoluta certeza, por el testimonio de la Escritura, que el
profeta Habacuc fue arrebatado y transportado en un instante de Judea a Caldea
con la comida. Y después de dar de comer al profeta Daniel se halló de nuevo súbitamente
en Judea (Dn 17,32-39). Si, pues, Habacuc pudo en un instante ir corporalmente
tan lejos a llevar la comida, no es de maravillar que al abad Benito le fuera
concedido ir espiritualmente y decir lo necesario a los espíritus de aquellos
monjes que estaban durmiendo. Pues así como aquél fue corporalmente para
llevar el alimento corporal, éste fue espiritualmente para llevarles una
instrucción de tipo espiritual.
PEDRO.-
Confieso que la claridad de tus palabras ha hecho desaparecer en mí toda duda,
pero quisiera saber cómo era el modo habitual de hablar de este santo varón.
CAPÍTULO
XXIII
DE UNAS RELIGIOSAS QUE DESPUÉS DE SU MUERTE FUERON READMITIDAS
A LA COMUNIÓN ECLESIAL, MERCED A UNA OBLACIÓN SUYA
GREGORIO.-
Su lenguaje habitual, Pedro, no estaba desprovisto tampoco de poder
sobrenatural, porque no podían caer en el vacío las palabras de la boca de
aquel, cuyo corazón estaba suspendido en las cosas celestiales. Y si alguna vez
decía algo, no ya ordenando sino amenazando, su palabra tenía tanta fuerza,
que parecía que la hubiese proferido no con duda o vacilación, sino como una
sentencia. En efecto, no lejos del monasterio vivían consagradas a Dios en su
propia casa dos mujeres de noble linaje, a quienes cierto piadoso varón cuidaba
de proveerles de todo lo necesario para su sustento. Pero en algunos, la nobleza
de linaje suele engendrar vulgaridad de espíritu, puesto que los que recuerdan
haber sido algo más que los demás, se desprecian menos en este mundo. Así,
las citadas religiosas no habían domeñado perfectamente su lengua, ni siquiera
bajo el freno de su hábito religioso, y frecuentemente con palabras injuriosas
provocaban a ira a aquel piadoso varón, que les suministraba lo necesario para
vivir. Éste, después de aguantar por largo tiempo sus ofensas, se dirigió al
hombre de Dios y le contó las grandes afrentas que de palabra tenía que
sufrir. El hombre de Dios, después de oír de ellas semejantes cosas, les mandó
a decir: "Refrenad vuestra lengua, porque si no lo hacéis os excomulgaré".
-Sentencia de excomunión que de hecho no lanzó, pues sólo amenazó con ella-.
A pesar del aviso, ellas no corrigieron en nada su conducta. A los pocos días
murieron y fueron sepultadas en la iglesia. Pero cuando se celebraba en ella el
sacrificio de la misa y el diácono decía, según se acostumbra, en voz alta:
"Si alguno está excomulgado salga fuera de la iglesia", su nodriza,
que solía ofrecer por ellas la oblación al Señor, las veía salir de sus
sepulcros y abandonar la iglesia. Después de comprobar repetidas veces que a la
voz del diácono salían fuera de la iglesia y no podían permanecer en ella,
recordó lo que el hombre de Dios les había mandado estando aún vivas, a
saber: que las privaría de la comunión eclesial si no enmendaban su conducta y
sus palabras. Entonces, sumamente apenada, comunicó el caso al siervo de Dios,
el cual entregó por su propia mano una oblación, diciendo: "Id y haced
ofrecer por ellas esta oblación al Señor y en adelante ya no estarán
excomulgadas". Mientras se inmolaba la oblación presentada por ellas, el
diácono, como de costumbre, dijo que salieran de la iglesia los excomulgados,
pero en adelante no se las vio salir más del templo. Con lo que quedó de
manifiesto que al no retirarse con los excomulgados, era porque habían sido
recibidas a la comunión del Señor, gracias a su siervo Benito.
PEDRO.-
Realmente, me admira que un hombre por más venerable y santo que fuera,
viviendo aún en carne mortal, pudiera absolver a unas almas que estaban ya ante
el invisible tribunal de Dios.
GREGORIO.-
Pero, ¿es que no vivía en carne mortal el apóstol san Pedro, cuando oyó de
la boca del Señor: Todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos y
todo lo que desatares en la tierra será desatado en el cielo? (Mt 16,1). Este
poder de atar y desatar lo tienen ahora aquellos que gobiernan santamente, por
su fe y sus buenas costumbres. Pero, para que el hombre terreno pudiera hacer
tales cosas, el Creador de cielos y tierra bajó del cielo, y para que la carne
pudiera juzgar incluso a los espíritus, Dios hecho carne por los hombres se
dignó concederle esto: que su debilidad se elevara sobre sí misma, porque la
fortaleza de Dios se había debilitado por debajo de sí misma.
PEDRO.-
El razonamiento de tus palabras concuerda perfectamente con el poder de sus
milagros.
CAPÍTULO
XXIV
DE UN MONJE JOVEN A QUIEN ARROJÓ LA TIERRA DEL SEPULCRO
GREGORIO.-
Un día, cierto monje joven, que amaba a sus padres más de lo conveniente, se
marchó a su casa, saliendo del monasterio sin pedir la bendición. El mismo día,
en llegando a su casa murió y le sepultaron. Pero al día siguiente hallaron su
cuerpo fuera de la fosa. De nuevo volvieron a enterrarle, pero al día siguiente
lo hallaron otra vez fuera de la tumba. Entonces corrieron a los pies del abad
Benito, pidiéndole entre sollozos que se dignara concederles su favor. Al
punto, dióles el hombre de Dios por su propia mano la comunión del Cuerpo del
Señor, diciéndoles: "Id y poned sobre su pecho esta partícula del Cuerpo
del Señor y sepultadlo con ella". Hiciéronlo así y la tierra retuvo el
cuerpo, sin volver a arrojarlo más.
¿Ves,
Pedro, qué méritos no tendría este hombre delante de nuestro Señor
Jesucristo, que hasta la tierra arrojaba de sí el cuerpo de aquel que no tenía
el favor de Benito?
PEDRO.-
Lo veo perfectamente y ello me llena de asombro.
CAPÍTULO
XXV
DEL MONJE QUE AL MARCHARSE DEL MONASTERIO CONTRA LA VOLUNTAD DE BENITO
LE SALlÓ AL ENCUENTRO UN DRAGÓN QUE QUERÍA DEVORARLE
GREGORIO.-
Un monje suyo, proclive a la inconstancia, no quería perseverar en el
monasterio. Y aunque el hombre de Dios le corregía asiduamente y le amonestaba
con frecuencia, de ningún modo quería permanecer más en la comunidad y se
empeñaba con importunos ruegos a que le dejara marchar. Un día, cansado ya el
venerable abad de tanta impertinencia, le mandó airado que se fuese. No bien
hubo abandonado el monasterio, cuando le salió al encuentro un dragón, que
abriendo sus fauces contra él amenazaba con devorarle. Entonces, tembloroso y
jadeante empezó a gritar con fuerte voz: "¡Corred, corred, que este dragón
quiere devorarme!". Acudieron rápidamente los monjes; no vieron al dragón,
pero condujeron al monasterio al monje, despavorido y tembloroso, quien en
seguida hizo promesa de no abandonar jamás el monasterio. Y desde aquel momento
permaneció constante en su promesa, gracias a que por las oraciones del santo
varón había podido ver a aquel dragón que quería devorarle y al que antes
seguía sin ver.
CAPÍTULO
XXVI
UN CASO DE ELEFANTIASIS CURADO
Tampoco
debo callar lo que me contó el ilustre Antonio: que un esclavo de su padre fue
atacado de una elefantiasis tan grave, que se le entumecía la piel y se le caía
el cabello, sin poder ocultar la podredumbre que avanzaba por momentos. Enviado
por su padre al hombre de Dios, instantáneamente recuperó la salud perdida.
CAPÍTULO
XXVII
DE UNOS SUELDOS DEVUELTOS MILAGROSAMENTE AL DEUDOR
Asimismo,
no puedo callar tampoco lo que su discípulo Peregrino solía contar: que en
cierta ocasión un fiel cristiano, apremiado por la obligación de saldar una
deuda, creyó que sólo hallaría remedio si acudía al hombre de Dios y le
exponía la necesidad que tenía de pagarla.
Fue,
pues, al monasterio halló al siervo de Dios omnipotente y le explicó cómo su
acreedor le afligía gravísimamente por doce sueldos que le debía. El
venerable abad le respondió que no tenía doce sueldos, pero después de
consolarle de su pobreza con suaves palabras, le dijo: "Ve y vuelve dentro
de dos días, porque no tengo hoy lo que quisiera darte".
Durante
estos dos días, Benito, según su costumbre, estuvo ocupado en la oración.
Cuando al tercer día volvió aquel hombre afligido por la deuda, se encontraron
inesperadamente trece sueldos sobre un arca del monasterio que estaba llena de
trigo. Mandó traerlos el hombre de Dios y entregarlos al afligido demandante,
diciéndole que pagara los doce sueldos y se reservara el sobrante para sus
propias necesidades.
Pero
volvamos ahora a lo que supe por referencias de los discípulos, de quienes hice
mención en el exordio de este libro.
Un
hombre tenía una grandísima envidia de su enemigo y a tal punto llegó su
odio, que ocultamente vertió veneno en su bebida. El veneno no llegó a
quitarle la vida, pero de tal manera hizo mudar el color de su piel, que
aparecieron esparcidas por todo el cuerpo unas manchas semejantes a las de la
lepra. Fue enviado al hombre de Dios y recobró inmediatamente la salud perdida.
Pues con sólo tocarle el santo desaparecieron al punto las manchas de su piel.