Dios, felicidad del hombre

Presentarnos un florilegio del pensamiento agustiniano sobre el tema de Dios como felicidad del hombre.

A) El objeto de la felicidad: sus condiciones "Todos deseamos vivir felices. No hay nadie en el género humano que no esté conforme con este pensamiento, aun antes de haber yo acabado su expresión. Ahora bien, según mi modo de ver, no puede llamarse feliz el que no tiene lo que ama, sea lo que fuere; ni el que tiene lo que ama, si es pernicioso; ni el que no ama lo que tiene, aun cuando sea lo mejor. Porque el que desea lo que no puede conseguir, vive en un tormento. El que consigue lo que no es deseable, se engaña. Y el que no desea lo que debe desearse' está enfermo. Cualquiera de estos tres supuestos hace que nos sintamos desgraciados, y la desgracia y la felicidad no pueden coexistir en un mismo hombre. Por lo tanto, ninguno de estos seres es feliz. Quédanos otra cuarta solución, y es, a mi parecer, que la vida es feliz cuando se posee y se arna lo que es mejor para el hombre. ¿En qué está el disfrutar una cosa sino en tener a mano lo que se ama ? No hay nadie que sea feliz si no disfruta aquello que es lo mejor, y todo el que lo disfruta es feliz; por lo tanto, si queremos vivir felices, debemos poseer lo que es mejor para nosotros" (De mor. Eccl. cath. 1,3,4: BAC., Obras t. 4 p.264; PL 32,13124).

B) La felicidad está en la perfección del alma

a) LO MEJOR PARA EL HOMBRE "Síguese de lo dicho que debemos buscar lo mejor para el hombre. Esto, desde luego, no puede ser cosa alguna que sea peor que él, porque lo que sea peor que él lo envilecería... ¿Será quizás otro hombre como él? Pudiera serlo, si no hubiese nada superior al hombre y susceptible de ser gozado por éste. Pero, si encontramos algo más excelente que pueda ser objeto del amor del hombre, no habrá duda de que debe el hombre esforzarse en conseguirlo para ser feliz.. Pues si la felicidad consiste en conseguir aquel bien que no tiene ni puede tener superior, a saber, el bien optimo, ¿cómo podremos decir que lo es la persona que no ha alcanzado su bien supremo? ¿Y cómo puede haber alcanzado el bien supremo si hay algo mejor a lo que pueda llegar?"

b) LA FELICIDAD DEL HOMBRE ES LA FELICIDAD DEL ALMA "Además, este bien debe ser de tal condición que no se pueda perder contra nuestra voluntad, porque nadie puede confiar en un bien si teme que se lo quiten aun queriendo conservarlo y abrazarse a él. El que no está seguro en el bien de que goza, no puede ser feliz mientras vive con ese temor" (ibid., 3,5). Debemos, pues, buscar qué es lo que hay mejor para el hombre. Ahora bien, el hombre es un compuesto de alma y cuerpo, y, desde luego, la perfección del hombre no puede residir en este último (ibid., 4,6). La razón es fácil: el alma es muy superior a todos los elementos del cuerpo, luego el sumo bien del mismo cuerpo no puede ser ni su placer, ni su belleza, ni su agilidad. Todo ello depende del alma, hasta su misma vida. Por tanto, si encontrásemos algo superior al alma y que la perfeccionara, eso seria el bien hasta del mismo cuerpo. Suponed que un auriga alimente, cuide y guie a sus caballos siguiendo mis consejos, ¿no soy yo el bien de esos caballos? Luego lo que perfeccione al alma será la felicidad del hombre (ibid., 5,7-8).

C) La felicidad es Dios Nadie duda que la virtud es la perfección del alma. Ahora bien, esta virtud, o es el alma misma, o es algo fuera de ella. Decir que la virtud es el alma misma equivale a un absurdo, porque el alma imperfecta, sin virtud, encontraría su perfección en poseerse a si misma, esto es, en poseer una cosa imperfecta. Luego la virtud es algo que está fuera del alma, y si no queréis darle este nombre porque lo reserváis para los hábitos y cualidades de la misma alma, entonces me referiré a aquello que hace que la virtud sea posible (ibid., 6,9). "Esto que confiere al alma que la busca, la virtud y la sabiduría, o es un hombre sabio o es Dios". El hombre no lo es, porque falla aquella condición de la inamisibilidad; "queda, pues, sólo Dios. El seguirlo está bien; el conseguirlo, no sólo bien, sino que es vivir feliz". Evidentemente me dirijo a aquellos que creen en Dios (ibid., 6,10). Bien claro nos lo dice la Sagrada Escritura: Amarás al Señor Dios tuyo con todo tu corazón, con toda tu alma (Mt. 22,23) . ¿Quieres más ? Sí quisiera, si fuera posible. ¿Qué te dice Pablo? Dios hace concurrir todas las cosas para el bien de los que le aman... Si Dios está por nosotros, quién contra nosotros?... ¿La tribulación? ¿La angustia? ¿La persecución? ¿El hambre? La desnudez? (Rm 8, 28~35). En Dios tenemos el compendio de todos los bienes. Dios es nuestro sumo bien. Ni debemos quedarnos más bajo ni buscar más arriba. Lo primero seria peligroso; lo segundo, imposible (lbid.).

D) Deseo innato de la felicidad La sabiduría, el conocer y poseer la verdad, es la felicidad para San Agustín. La opinión de los hombres es muy diferente acerca de dónde se encuentra la verdadera sabiduría; unos la colocan en el arte militar, otros en sus negocios, etc. "Si, pues, consta que todos queremos ser bienaventurados, igualmente consta que todos queremos ser sabios, porque nadie que no sea sabio es bienaventurado, y nadie es bienaventurado sin la posesión del bien sumo, que consiste en el conocimiento y posesión de aquella verdad que llamamos sabiduría. Y así como, antes de ser felices, tenemos impresa en nuestra mente la noción de felicidad, puesto que en su virtud sabemos y decimos con toda confianza, y sin duda alguna, que queremos ser dichosos, así también, antes de ser sabios, tenemos en nuestra mente la noción de la sabiduría, en virtud de la cual, cada uno de nosotros, si se le pregunta si quiere ser sabio, responde sin sombra de duda que sí, que lo quiere" (De lib. arbit. 9,25-26: BAC Obras de San Agustín t.3 p 351-353; PL 32,1254).

E) La felicidad consiste en conocer y poseer a Dios San Agustín dedica el capítulo 12 del libro Sobre el libre albedrío a demostrar la existencia de una verdad fuera de nuestra inteligencia y superior a ella. Basa su prueba en el hecho de que diversas inteligencias ven una misma verdad, y, por otra parte, esas inteligencias son tornadizas, y la verdad, inmutable. Por lo tanto, existe una verdad superior a nuestra razón. Esa verdad debe de ser nuestro sumo bien.

a) VARIOS GÉNEROS DE FELICIDAD INSATISFACTORIOS 'Te prometí demostrarte... que había algo que era mucho más sublime que nuestro espíritu y que nuestra razón. Aquí lo tienes: es la misma verdad. Abrázala, si puedes; goza de ella, y alégrate en el Señor y te concederá las peticiones de tu corazón (Ps. 37,4). Porque ¿qué más pides tú que ser dichoso? ¿Y quién más dichoso que el que goza de la inconcusa, incomnutable y excelentísima verdad?"... "Los hombres dicen que son felices cuando tienen entre sus brazos los cuerpos hermosos, ardientemente deseados, ya de las cónyuges, ya de las meretrices, ¿y dudamos nosotros llegar a ser felices abrazándonos con la verdad? Se tienen los hombres por felices cuando, secas las fauces por el ardor de la sed, llegan a una fuente abundante y salubre, o cuando, hambrientos, encuentran una comida o cena bien condimentada, ¿y negaremos nosotros que somos felices cuando la verdad sacia nuestra sed y nuestra hambre?"... "Con frecuencia oímos decir a muchos que son dichosos porque se acuestan entre rosas y otras flores, o también porque recrean su olfato con los perfumes más aromáticos; pero ¿qué cosa hay más aromática y agradable que la inspiración de la verdad? ¿Y dudamos proclamar que somos bienaventurados cuando ella nos inspira?".. . "Muchos hacen consistir la bienaventuranza de la vida en el canto de la voz humana y en el sonido de la lira y de la flauta, y cuando estas cosas les faltan se consideran miserables y cuando las tienen saltan de alegría; y nosotros, sintiendo en nuestras almas suavemente y sin el menor ruido el sublime, armonioso y elocuente silencio de la verdad, si así puede decirse, ¿buscaremos otra vida rnás dichosa y no gozaremos de la tan cierta y presente a nuestras almas ?". . . "Cuando los hombres encuentran sus delicias en contemplar el brillo del oro y de la plata, el de las piedras preciosas y de los demás colores, o en la contemplación del esplendor y encanto de la misma luz que ilumina nuestros carnales ojos, ora proceda ella del fuego de la tierra, ora de las estrellas, o de la luna, o del sol, y de este placer no les aparta ni la necesidad ni molestias de ningún género, y les parece que son dichosos, y por gozar de ellas quisieran vivir si empre, ¿temeremos nosotros hacer consistir la vida bienaventurada en la contemplación del esplendor de la verdad?"

b) LA VERDAD, SUPREMA FELICIDAD "Todo lo contrario, y puesto que en la verdad se conoce y se posee el bien sumo, y la verdad es la sabiduría, fijemos en ella nuestra mente y apoderémonos así del bien sumo y gocemos de él, pues bienaventurado el que goza del sumo bien..." "Esta, la verdad, es la que contiene en sí todos los bienes que son verdaderos, y de los que los hombres inteligentes, según la capacidad de su penetración, eligen para su dicha uno o varios. Pero así como entre los hombres hay quienes a la luz del sol eligen los objetos, que contemplan con agrado, y en contemplarlos ponen todos sus encantos y quienes, teniendo una vista más vigorosa, más sana y potentisima, a nada miran con más placer que al sol, que ilumina tambien las demás cosas, en cuya contemplación se recrean los ojos más débiles, así también, cuando una poderosa inteligencia descubre y ve con certeza la multitud de cosas que hay inconmutablemente verdaderas, se orienta hacia la misma verdad, que todo lo ilumina, y, adhiriéndose a ella, parece como que se olvida de todas las demás cosas, y, gozando de ella, goza a la vez de todas las demás, porque cuanto hay de agradable en todas las cosas verdaderas lo es precisamente en virtud de la misma verdad".

c) LIBERTAD, FELICIDAD Y VERDAD SUPREMAS "En esto consiste también nuestra libertad, en someternos a esta verdad suprema; y esta libertad es nuestro mismo Dios, que nos libra de la muerte, es decir, del estado de pecado. La misma verdad hecha hombre y hablando con los hombres, dijo a los que creían en ella: Si fuereis fieles en guardar mi palabras seréis verdaderamente mis discípulos y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres (Io 8,31-32). De ninguna cosa goza el alma con libertad sino de la que goza con seguridad" (cf. De lib. arbit. 13,35-37: BAC, t. 3 p.369-73; PL 32,1260).

d ) DIOS, SUPREMO BIEN DEL HOMBRE En resumen, "el que busca el modo de conseguir la vida feliz, en realidad no busca otra cosa que la determinación de ese fin bueno en orden a alcanzar un conocimiento cierto e inconcuso de ese sumo bien del hombre, el cual no puede consistir sino en el cuerpo, o en el alma, o en Dios; o en dos de estas cosas o en todas ellas. Una vez que hayas descartado la hipótesis de que el supremo bien del hombre puede consistir en el cuerpo, no queda más que el alma y Dios. Y si consigues advertir que al alma le ocurre lo mismo que al cuerpo, ya no queda más que Dios, en el cual consiste el supremo bien del hombre. No porque las demás cosas sean malas, sino porque bien supremo es aquel al que todo lo demas se refiere. Somos felices cuando disfrutamos de aquello por lo cual se desean los otros bienes, aquello que se anhela por si mismo y no por conseguir otra cosa. Por lo tanto, el fin se halla cuando no queda ya nada por correr no hay referencia ulterior alguna. Allí se encuentra el descanso del deseo, la seguridad de la fruición, el goce tranquilísimo de la buena voluntad" (cf. Epist. 118,313: BAC, Obras t. 8 p.854; PL 33,4381.

F) Inclinación sobrenatural a Dios

El deseo sobrenatural y la necesidad que tenemos de Dios nos muestra que Dios es nuestro fin. San Agustín se imagina aquella escena del Génesis en que el Espíritu de Dios se movía sobre las aguas, como símbolo del Espíritu Santo, moviéndose sobre el abismo de nuestras almas e impulsándolas hacia arriba.

"¿Qué diré de ese peso de los deseos que nos empuja hacia el abismo negro, y del modo como nos levanta el Espíritu Santo, que se mueve sobre las aguas? ¿Cómo explicaré que nos hundimos y que flotamos? ¿ Qué semejanza encontraré?.. . Son nuestros afectos, son nuestros amores, son las inmundicias del espíritu humano, que se escurre hacia abajo con el amor de los cuidados y es tu santidad la que nos sube con el amor de la seguridad, para que elevemos nuestro corazón a ti y alcancemos aquel descanso supereminente después que nuestra alma haya atravesado estas aguas que no tienen consistencia (Ps. 123,5)" (cf. Confesiones XIII, 7,8; BAC Obras de San Agustín t.2 p.904-910; PL 32.847). "Resbalan los ángeles, resbala el alma del hombre, y todas las criaturas espirituales caerían en el abismo profundo y tenebroso si tú no hubieses dicho desde un principio Hágase la luz (Gen. 1.3), Y la luz se hubiera hecho... Y esta misma miserable inquietud de las almas que resbalan y que nos muestra sus tinieblas, una vez desnudas del vestido de tu luz, nos enseña suficientemente la grandeza de la criatura racional que no puede conseguir el descanso feliz con nada que sea menos que tú y, por lo tanto, nunca en sí misma. Tú, Dios mio, iluminarás nuestras tinieblas (Ps 17,29)..., pues de ti nacen nuestros vestidos, y nuestras tinieblas serán como mediodía (Ps. 138,12). Entreguéme a ti, Dios mío, vuelve a mí; yo te amo, y si te amo poco, te amaré más. No puedo medir y saber cuánto amor tuyo me falta para llegar a la suficiencia y que mi vida alcance tus abrazos y no se separe de ti hasta que pueda esconderme en tu rostro (Ps. 30,21). Sólo sé una cosa, que me va mal fuera de ti, y no sólo fuera de ti, sino hasta en mí mismo, y toda riqueza que no sea mi Dios es pobreza para mí" (ibid., XIII, 8,9).

C) La felicidad exige la eternidad "Tarde te he amado, ¡oh Hermosura tan antigua y tan nueva!; tarde te he amado, y te tenía dentro, y yo andaba fuera y te buscaba allí y me desparramaba por las cosas hermosas que tú hiciste. Tú estabas conmigo y yo no estaba contigo. Me sujetaba lejos de ti todo aquello que, si no hubiese estado en ti, hubiera perdido el ser. Y tú me llamaste y tu gritaste y rompiste mi sordera; brillaste, resplandeciste y desvaneciste mi ceguedad; despediste tu fragancia y pude guiar mi espíritu, y ahora te anhelo. Gusté de ti y tengo hambre y sed. Me tocaste, y me ha colmado tu paz" (cf. Confesiones X,27,38: BAC, t.2 p.751, PL 32,795). "Cuando me uno a ti totalmente, no sufro dolores ni trabajos; mi vida se llena toda de ti, pero, como quiera que tu levantas a los que llenas y ahora no estoy lleno, me soy una carga para mí mismo. Batallan las alegrías mías, que merecen llorarse, con las penas que debían alegrar, y yo no sé distinguir hacia qué parte se inclina la victoria. ¡Ay de mí, Señor! ¡Compadécete de mí! Pelean mis tristezas malas con las alegrías buenas, y no sé en qué parte está la victoria. ¡Ay de mí, Señor! ¡Compadécete de mí! ¡Ay de mí! No escondo mis heridas. Tú eres el médico, y yo el enfermo; tú el misericordioso, y yo el mísero. ¿No es acaso una tentación la vida humana en esta tierra? (Job 7,1). ¿Hay quien desee sus molestias y dificultades? Tú mismo me mandas que las soporte, pero no que las ame. Nadie ama lo que soporta, aunque ame el tolerarlo. Si bien se alegran de su paciencia, preferirían que no existiera lo que la ocasiona. En medio de la adversidad deseo la prosperidad; en la prosperidad temo la adversidad. Y en medio de todo ello, ¿como no va a ser tentación la vida humana? ¡Ay, una y mil veces, de las prosperidades del siglo, del temor de la adversidad y de la corrupción de la alegría! (ibid., X,28,39).

H) La gloria, esperanza de los hijos adoptivos

a) HIJOS DE DIOS EN LA ESPERANZA CR/HIJO-DE-D: Haznos ver, ¡oh Yavé!, tus piedades y danos tu ayuda salvadora (Ps. 84,8). Danos tu misericordia, que no es otra cosa sino Cristo, el pan que bajó del cielo. Nos dio a Cristo, pero a Cristo hombre, y el que nos lo dió hombre, nos lo ha de dar también como Dios. A los hombres les dio un hombre, porque no podían verle de otra manera. A Cristo Dios ningún hombre puede verle. Se hizo hombre para los hombres; se reserva en cuanto Dios para los dioses. ¿Estoy hablando quizá soberbiamente? Lo sería si El mismo no hubiese dicho: Sois dioses, sois hijos del Altísimo (Ps. 81,6, y Jn. 10,34). La adopción divina nos renueva, nos trueca en hijos de Dios. Por ahora lo somos, pero sólo por la fe y en la esperanza, no en la realidad... Ahora creemos lo que no vemos; pero, permaneciendo firmes en creer lo que no se ve, conseguiremos ver lo que creemos. Por eso Juan en su Epistola nos dice: Ahora somos hijos de Dios, aunque no se ha manifestado lo que hemos de ser (1 Jn. 3,2). ¿Cómo no saltaria de gozo un pobre peregrino, desconocedor de su familia, hambriento y lleno de calamidades, si de repente se le dijera: Eres hijo de un senador, tu padre nada en riquezas y te llama? ¿Cuál no seria su alegría sI estas promesas no fueran falsas? Pues ahí tenéis que un Apostol de Cristo, que no miente, se os acerca y dice: ¿Por que desesperáis, por qué os afligís y os quebrantáis de pena, por qué os empeñáis en vivir en la miseria de estos placeres siguiendo vuestras concupiscencias? Teneis un Padre, teneis una patria, tenéis un patrimonio. ¿Quien es el Padre?. Somos hijos de Dios. ¿Por qué, pues, no vamos a nuestro Padre? Porque aún no se ha manifestado lo que hemos de ser. ¿Y qué seremos? Seremos semejantes a El, porque le veremos tal cual es" (ibid.).

b) HERMOSURA DE DIOS Pero quizás veamos al Padre y no a Cristo. "Oye a Cristo: El que me ve a mí, ve a mi Padre (Io. 14,9). Cuando se ve al Dios único, se ve a la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo... Meditad, hermanos, aquella hermosura. Todas estas cosas que veis y que amáis, las hizo El y si son hermosas, ¿qué no será El mismo? Si son grandes, ¿cuán grande será El? Sírvanos todo esto que amamos para encendernos en deseos mayores de El y, despreciándolas, amarle... ¡Oh Señor!, danos a tu Cristo, conozcamos a tu Cristo, veamos a tu Cristo, no como lo vieron los judíos que lo crucificaron, sino como lo ven los ángeles, que lo ven y gozan" (cf. Enarrat. in Ps. 84,10: PL 36,1073).

I) Tranquilidad eterna del cielo

a ) FELICIDAD TRANQUILA CIELO/COMO-SERA/AG "¿Qué recibirán los buenos?... Os he dicho que estaremos a salvo, viviremos incólumes, gozaremos la vida sin pena, sin hambre. sin sed, sin defecto alguno, con los ojos limpios para la luz. Todo eso os he dicho y, sin embargo, me he callado lo principal. Veremos a Dios, y ésta es tan gran cosa, que en su comparación todo lo anterior es nada... A Dios no puede versele ahora tal y como es; sin embargo, le veremos, por eso se dice que el ojo no vio ni el oído oyó, pero lo verán los buenos, lo verán los piadosos, lo verán los misericordiosos" (Serm. 128,11 PL 38,711).

b) FELICIDAD ETERNA "¿Y qué, hermanos? Si os preguntase si queréis ser felices, si queréis vivir sanos, todos me contestaríais que desde luego. Pero una salud y una vida cuyo fin se teme, no es vida. Eso no es vivir siempre, sino temer continuamente Y temer continuamente es ser atormentado sin interrupción y siI vuestro tormento es sempiterno, ¿dónde está la vida eterna? Estamos muy seguros de que una vida, para ser feliz, necesita ser eterna; de lo contrario, no sería feliz ni aun siquiera vida, porque, si no es eterna, si no se colma con una saciedad perpetua, no merece el nombre ni de felicidad ni de vida... Cuando lleguemos a aquella vida prometida al que guarde los mandamientos, habré de decir que es eterna? ¿Habré de decir que es feliz? Me basta con decir que es vida porque es vida, es eterna y es feliz. Y cuando la alcancemos podemos estar seguros de que no ha de fenecer. Pues si, una vez llegados a ella, estuviéramos inciertos sobre su futuro temeríamos, y donde hay temor hay tormento, no del cuerpo sino de lo que es más grave, del corazón, y donde hay tormento, ¿cómo podrá haber felicidad? Luego bien seguro es que aquella vida es eterna y no se acabará porque viviremos en aquel reino del que se ha dicho que no tiene fin (Lc. 1,33)" (Serm. 307,7: PL 38,1403).

C) SACIEDAD INSACIABLE "Saciedad insaciable, sin cansancio; siempre hambrientos y siempre saciados. Oye dos sentencias de la Escritura: Los que me comen tendrán más hambre de mi, y los que me beben quedarán sedientos (Si 24,21). Y para que no pienses que allí puede haber necesidad o hambre, oye al Señor: Quien bebe de esa agua, volverá a tener sed (Io. 4,131. Pero me preguntas: ¿cuándo será esto? Cuando quiera que sea, tú espera al Señor, ten paciencia, obra virilmente y ensánchese tu corazón: falta menos de lo que ha pasado" (Serm. 170.9 : PL 38,932) .

J) Exhortación final

San Agustín comenta las palabras del Apóstol: Alegraos siempre en el Señor (Flp 4.4-6). El Apóstol nos manda alegrarnos, pero no en el siglo, sino en el Señor. Hay dos gozos diferentes: uno es el gozo de este siglo y otro el gozo de Dios. Hay dos gozos de Dios: uno en esta vida y otro en el cielo. Pero ¿como no me podré alegrar con el gozo de este siglo, si vivo en él ? Levantándome sobre este mundo y pensando en Cristo. Cristo está cerca.

a) DIOS Y EL HOMBRE "¿Puede haber dos cosas más lejanas y remotas que Dios y los hombres, el inmortal y los mortales, el justo y los pecadores?... Muy lejos estaba de nosotros, mortales y pecadores, el que era inmortal y justo, pero descendió hasta la tierra para estar muy cercano el que vivía lejos. ¿Y qué hizo? EI tenía dos bienes, y nosotros dos males. El, dos bienes: la justicia y la inmortalidad; nosotros, dos males: la iniquidad y la muerte. Si hubiese asumido nuestros dos males, hubiese sido como uno de nosotros y hubiera necesitado también un liberador. ¿Qué hace, pues, para ser próximo a nosotros? Próximo quiere decir no igual a nosotros. sino cercano. Considera dos cosas: es justo y es inmortal. En nuestros dos males, uno es la culpa y el otro la pena. La culpa consiste en ser malos; la pena, en ser mortales. El, para hacerse próximo a nosotros tomó nuestra pena, pero no nuestra culpa, y si tomó ésta fué para borrarla. no para obrarla... Permaneciendo justo, recibió la mortalidad, y asumiendo la pena, pero no la culpa, borró la culpa y la pena".

b) LA ALEGRÍA DEL SIGLO Y EL GOZO DE DIOS "¿Cuál es el gozo de este siglo? Gozarse en el mal, en la torpeza, en la fealdad, en la deformidad; en todo esto se goza el siglo... Te lo diré brevísimamente: La alegría del siglo es la maldad impune". Viven los hombres en medio de sus delitos, y si no les sobreviene un castigo, se consideran felices. "He aquí la alegría del siglo, pero Dios no piensa como el hombre; sus pensamientos son muy distintos". "Somos hijos. ¿Cómo lo sabemos? Porque murió por nosotros el Unigénito, para no seguir siendo uno solo. No quiso ser uno solo el que murió solo. El Hijo único de Dios engendró otros muchos hijos de Dios... ¿Dudaréis que va a repartir sus bienes el que no se creyó indigno de recibir nuestros males? Luego, hermanos, gozaos en el Señor y no en este siglo, esto es, gozaos en la verdad y no en la iniquidad; gozaos en la esperanza de la eternidad y no en la flor de la vanidad. Por lo tanto, dondequiera que os encontréis, sabed que el Señor está próximo (Flp. 4,5)".