CLEMENTE DE ALEJANDRÍA

 

II. Escritura, gnosis, tradición.

Las Escrituras tienen un sentido escondido.

Acerca de nuestras Escrituras, se dice claramente en los Salmos que están escritas en parábolas... «Abriré mi boca en parábolas, y hablaré sentencias desde el comienzo» (Sal 77, 2). Y lo mismo dice aproximadamente el ilustre Apóstol: «Hablamos la sabiduría entre los perfectos: una sabiduría que no es de este mundo, ni de los que gobiernan este mundo, que son aniquilados, sino que hablamos la sabiduría de Dios, que está oculta en el misterio. Dios la determinó antes de los siglos para gloria nuestra, y ninguno de los que gobiernan este mundo la conoció, porque si la hubieran conocido, no hubieran crucificado al Señor de la gloria» (I Cor 2, 6-8)... Y añade: «Predicamos, como está escrito, lo que ni ojo vio, ni oído oyó, ni logró penetrar en el corazón del hombre, a saber, lo que Dios preparó para los que le aman. Esto nos lo ha revelado Dios por medio del Espiritu. Porque el Espíritu lo investiga todo, hasta las profundidades de Dios» (Ibid. 9-10). Sabía que el que es espiritual y tiene conocimiento, es discípulo del Espiritu Santo, que ha recibido de Dios el conocer la mente de Cristo. «En cambio, el hombre animal no admite las cosas del Espíritu, que son para él una locura» (1 Cor 2, 14). Ahora bien, el Apóstol, para contraponer a la fe común la perfección del conocimiento (gnostiké teleiotes), llama a aquélla a veces «fundamento» y a veces «leche»... «Os he dado leche, no manjar sólido» (I Cor 3, 2)... «Como buen arquitecto he puesto un fundamento: otro vendrá a edificar con oro, y plata, y piedras preciosas» (1 Cor 3, 10); esto es lo que el conocimiento edifica sobre la base de la fe en Jesucristo.

En cambio, lo que levantan los herejes es «paja, leña y hierba: y el fuego mostrará cuál fuere la obra de cada uno» (ibid.). Igualmente, en la epístola a los Romanos, aludiendo a la construcción del conocimiento dice: «Tengo gran deseo de veros, a fin de comunicaros alguna gracia espiritual que os haga más fuertes» (Rm 1, 11). Es que no podían enviarse abiertamente por carta las gracias de este género... 19.

Profundidad del sentido de la Escritura.

BI/SENTIDO-OCULTO: Los que sabemos bien que el Salvador no dice nada de una manera puramente humana, sino que enseña a sus discípulos todas las cosas con una sabiduría divina y llena de misterios, no hemos de escuchar sus palabras con un oído carnal, sino que, con un religioso estudio e inteligencia, hemos de intentar encontrar y comprender su sentido escondido. En efecto, lo que el mismo Señor parece haber expuesto con toda simplicidad a sus discípulos no requiere menos atención que lo que les enseñaba en enigmas; y aun ahora nos encontramos con que requieren un estudio más detenido, debido a que hay en sus palabras una plenitud de sentido que sobrepasa nuestra inteligencia... Lo que tiene más importancia para el fin mismo de nuestra salvación, está como protegido por el envoltorio de su sentido profundo, maravilloso y celestial, y no conviene recibirlo en nuestros oídos de cualquier manera, sino que hay que penetrar con la mente hasta el mismo espiritu del Salvador y hasta lo secreto de su mente... 20

El misterio cristiano está reservado a pocos y a la palabra viva.

El Señor no reveló a muchos lo que no estaba al alcance de muchos, sino a unos pocos, a los que sabía que estaban preparados para ello, a los que sabía que podían recibir la palabra y configurarse con ella. Los misterios, como el mismo Dios, se confían a la palabra (viva), no a la letra. Y si alguno objeta que está escrito que «nuda hay oculto que no haya de manifestarse, ni escondido que no haya de revelarse» (Mt 10, 20), le diremos que la misma palabra divina anuncia que el secreto será revelado al que lo escucha en secreto, y que lo oculto será hecho manifiesto al que es capaz de recibir la tradición transmitida de una manera oculta, como la verdad. De esta suerte, lo que es oculto para la gran masa, será manifiesto para unos pocos. ¿Por qué no todos conocen la verdad? ¿Por qué no es amada la justicia, si ella está en todo el mundo? Es que los misterios se comunican de manera misteriosa, para que estén en los labios del que habla y de aquel a quien se habla; o, mejor dicho, no en el sonido de la voz, sino en la inteligencia de la misma. Dios concedió, en efecto, a la Iglesia, «que unos fueran apóstoles, otros profetas, otros evangelistas, otros pastores y maestros, para perfeccionamiento de los santos, para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo» (Ef 4, 14) 21.

La paradosis-gnosis no está al alcance de todo el mundo.

Puesto que la tradición (paradosis) no es cosa vulgar y al alcance de todos—al menos cuando uno es capaz de ver la sublimIdad de su enseñanza—hay que mantener velada «la sabiduría que se expresa en el misterio» (1 Cor 2, 7), la cual enseñó el Hijo de Dios. Ya el profeta Isaías purificó su lengua con el fuego a fin de poder explicar su visión; y nosotros hemos de purificar no sólo nuestra lengua, sino también nuestros oídos si es que intentamos participar en la verdad. Por esto tenía yo reparos para escribir, y todavía ahora procuro andar con cautela para no «echar las perlas preciosas a los cerdos, no sea que las pisoteen con sus pies y se vuelvan y os despedacen» (Mt 7, 6). Porque es peligroso mostrar las enseñanzas perfectamente puras y limpidas acerca de la luz verdadera ante oyentes porcinos e incultos. Para el vulgo nada hay más ridículo que esta suerte de lecciones, así como, por el contrario, nada hay más maravilloso y más inspirado para los espíritus nobles. «El hombre animal no es capaz de recibir lo que es del Espíritu de Dios, ya que, para él es locura» (I Cor 2, 141. «Los sabios no sacan de la boca lo que dialogan en el consejo» (cf. Prov 24, 7). Con todo, dice el Señor, «lo que oís al oído, predicadlo sobre los tejados» (Mt 10, 27). Con esto nos manda recibir las tradiciones ocultas del verdadero conocimiento (gnosis) interpretándolas en toda su profundidad y sublimidad, de suerte que así como las hemos oído en nuestros oídos las transmitamos a quienes se deben transmitir; pero no que las publiquemos sin más a todos explicando lo que a ellos se les ha dicho en parábolas. En realidad, la disposición de estas notas hace que contengan la verdad de una manera desparramada y dispersa, como las semillas en la sementera. Así no estarán al alcance de los que andan picoteando como los grajos. Pero, si tienen la suerte de encontrar un buen agricultor, cada grano brotará y fructificará en trigo 22.

Gnosis cristiana y tradición.

Si admitimos que el mismo Cristo es sabiduría que actúa mediante la actuación de los profetas, por medio de la cual puede uno aprender la tradición gnóstica de la misma manera con que él durante su vida enseñó a los santos apóstoles, la gnosis será una sabiduría que consiste en un conocimiento y una comprensión de las realidades presentes, futuras y pasadas, con la seguridad y firmeza que le confiere el hecho de haber sido entregado y revelado por el hijo de Dios. Y naturalmente, si el fin del sabio es la contemplación, el que es todavía filósofo —aspirante a sabio— tiende hacia la sabiduría divina, pero no la ha alcanzado todavía, a no ser que reciba como discípulo la voz profética aclarada para él, mediante la cual llegue al conocimiento de cómo son, fueron y serán las cosas presentes, futuras y pasadas. Esta gnosis fue entregada por vía no escrita a algunos de los apóstoles y nos llegó por transmisión de generaciones sucesivas 23.

Clemente Alejandrino, transmisor de una tradición apostólica.

Esta obra no es un escrito compuesto con arte para ostentación, sino unas notas para el recuerdo, tesoro para mi vejez, remedio contra el olvido, un simple reflejo y esbozo de aquellos discursos brillantes y llenos de vida de aquellos hombres bienaventurados verdaderamente dignos de ser oídos, a los que yo tuve el honor de escuchar... Ellos conservaron la tradición verdadera de la enseñanza bienaventurada que procedía directamente de Pedro, y Santiago, y Juan, y Pablo, de los santos apóstoles, recibida de padres a hijos, aunque son pocos los hijos semejantes a sus padres. Y así ellos por la gracia de Dios depositaron en nosotros aquella semilla que se remontaba en su origen a los padres y a los apóstoles. Tengo por cierto que los lectores se alegrarán, no de esta exposición en sí misma, sino de la fidelidad vigilante de estas indicaciones. Porque pienso que el modelo del alma que desea guardar la bienaventurada tradición sin que se pierda gota de ella es el que se expresa en estas palabras: «EI hombre que ama la sabiduría dará alegría al corazón de su padre» (Prov 29, 3). Los pozos de los que se saca agua, la dan más limpia; aquellos de los que nada se saca, se corrompen. Igualmente, el hierro se conserva brillante por el uso, mientras que el desuso produce el orín; y, en general, se puede decir que el ejercicio es causa de la buena disposición de las almas y de los cuerpos. «Nadie enciende una lámpara y la coloca debajo de un celemín» (Mt 5, 15), sino sobre el candelero, para alumbrar a los que han sido dignos del banquete común. ¿De qué sirve una sabiduría que no es capaz de hacer sabio al que puede oirla? Aun el Salvador siempre está salvando, y siempre está actuando, como ve que hace su Padre. Cuando uno enseña es cuando más aprende, y al hablar se convierte uno muchas veces en oyente de los que le oyen. «Porque uno es el Maestro» (Mt 23, 8) tanto del que habla como del que oye, y es el manantial lo mismo de la inteligencia que de la palabra... 24.

Poniendo por delante la Escritura, presentaremos los temas anunciados de antemano por el profeta, buscando el significado de cada una de las perícopas, poniendo todo el empeño en mostrar el camino del conocimiento, de acuerdo con la regla de la verdad. Porque, ¿no es verdad que en la visión que tuvo Hermas, la potencia que se le presentó como figura de la Iglesia le dio el libro para que lo copiase con el intento de que fuera comunicado a los elegidos? Y él dice que lo copió letra por letra, sin poder comprender las silabas (cf. Herm. Vis. II, 3ss), con lo cual mostraba que la letra estaba clara para todos y permitía una simple lectura literal: esta es la fe que consta del orden de los elementos o letras, significada por la lectura literal. Pero la exposición gnóstica de la Escritura, que se da cuando la fe está ya más avanzada, podemos compararla a la lectura según las silabas. El mismo profeta Isaías recibe la orden de escribir un libro nuevo (cl. Is 8, 1), cuyo sentido santo sería dado más tarde por la acción profética del Espiritu mediante la explicación de la letra; pero hasta aquel momento permanecia todavía sin escribir, ya que todavía no había sido conocido. Y fue manifestado desde un principio sólo a los que eran capaces de comprenderlo. Y luego, después que el Salvador enseñó a los apóstoles, se ha ido ya transmitiendo hasta nosotros la tradición no escrita acerca de lo que estaba escrito, tradición escrita en corazones nuevos y para renovación de lo escrito por el poder de Dios 25.

III. El Logos revelador e iluminador.

Dios es en sí incomprensible, pero llegamos a conocerle por gracia y por su Palabra.

Dice Juan el apóstol, refiriéndose al invisible e inexpresable seno de Dios: «A Dios nadie le vio jamás, pero el Dios unigénito, el que está en el seno del Padre, éste lo explicó» (Jn 1, 18ss). Por eso algunos lo llamaron abismo, pues aunque abarca y contiene en su seno todas las cosas, es ininvestigable e interminable. Que Dios es sumamente difícil de aprehender se muestra en el discurso siguiente: Si la causa primera de cualquier cosa es difícil de descubrir, la causa absoluta y suprema y más originaria, siendo la causa de la generación y de la continuada existencia de todas las demás cosas, será muy difícil de describir. Porque ¿cómo podrá ser expresable lo que no es ni género, ni diferencia, ni especie, ni individuo, ni número, así como tampoco accidente o sujeto de accidentes? No se le puede llamar adecuadamente «el Todo», porque el todo se aplica a lo extenso, y él es más bien el Padre del todo. Ni se puede decir que tenga partes, porque lo Uno es indivisible, y por ello es también infinito, no en el sentido de que sea ininvestigable al pensamiento, sino en el de que no tiene extensión o limites. Como consecuencia, no tiene forma ni nombre. Y aunque a veces le demos nombres, éstos no se aplican en sentido estricto: cuando le llamemos Uno, Bien, Inteligencia, Ser en sí, Padre, Dios, Creador, Señor, no le damos propiamente un nombre, sino que, no pudiendo otra cosa, hemos de usar estas apelaciones honoríficas a fin de que nuestra mente pueda fijarse en algo que no ande errante en cualquier cosa. Cada una de estas denominaciones no es capaz de designar a Dios, aunque tomadas todas ellas en su conjunto muestran la potencia del Omnipotente. Las descripciones de una cosa se dicen con referencia a las cualidades de la misma, o a las relaciones de ésta con otras: pero nada de esto puede aplicarse a Dios. Dios no puede ser aprehendido por ciencia demostrativa, porque ésta se basa en verdades previas y ya conocidas, pero nada es previo al que es inengendrado. Sólo resta que el Desconocido llegue a conocerse por gracia divina y por la Palabra que de él procede... 26.

El Hijo es uno y todo, principio y fin.

Dios, no siendo objeto de demostración, no es tampoco objeto de ciencia; en cambio el Hijo es sabiduría, y ciencia, y verdad y todo lo que es afín a estas cosas, y así es objeto de demostración y de explicación. Todas las potencias del Espíritu (= la divina naturaleza) reunidas en una unidad completan la noción de Hijo, pero éste no queda completamente expresado con nuestra concepción de cada una de sus potencias. Porque él no es simplemente uno como unidad, ni muchos como divisible en partes, sino que es uno en el que todo se hace uno, y, por tanto, es también todo. Es la órbita de todas las potencias que se mueven hacia el uno y que en él se unifican. Por esto es llamado «alfa y omega» (Ap 1, 8), el lugar único donde el fin se hace principio, y de nuevo vuelve a hacerse fin para convertirse de nuevo en principio, sin solución alguna de continuidad... 27.

El Hijo está sobre todas las cosas.

La naturaleza del Hijo es perfectísima, santísima, absolutamente soberana, llena de autoridad, real y benefactora: es lo más afín al Único todopoderoso. Él es la suma preeminencia, que ordena todas las cosas según la voluntad del Padre, que guía debidamente todas las cosas y actúa en todas ellas con poder eficaz e infatigable, penetrando en los más ocultos pensamientos a través de su actividad. Porque el Hijo no abandona jamás su atalaya observadora: no está dividido ni partido, ni anda de lugar en lugar, sino que está siempre en todas partes, y no está circunscrito a ningún lugar determinado. Todo él es mente, todo él luz del Padre, todo ojo, que contempla todas las cosas, las oye todas, las conoce todas, penetrando las facultades con su poder. Todo el ejército de ángeles y de dioses le está sujeto a él, el Logos del Padre que ejecuta por sí mismo el designio divino, porque aquél lo ha sometido todo a él 28.

Las diversas funciones del Logos.

Tres cosas hay en el hombre: sus hábitos, sus acciones y sus pasiones. El Logos protréptico o convertidor es el que ha tenido cuidado de sus hábitos: como guía de la religión, está subyacente al edificio de la fe, a la manera de la quilla en un barco. Por él nos hemos llenado de gozo, habiendo sacudido las viejas opiniones y habiéndonos rejuvenecido con la salvación Con el profeta cantamos: «Cuáni bueno es Díos para Israel, para los rectos de corazón» (Sal 72, 1). En cuanto a las acciones, es el Logos consejero el que las gobierna todas. Por lo que se refiere a las pasiones, el Logos apaciguador es el que las cura. Este Logos es en todos los casos uno y el mismo, arrancando al hombre de sus hábitos naturales y mundanos y conduciéndolo como un pedagogo a la salvación sin par que está en la fe en Dios. Asi pues, este guía celestial que es el Logos, cuando llama a la salvación recibe el nombre de Protréptico o convertidor... Cuando cura y aconseja e... incita al que ya se ha convertido, en suma, cuando promete la curación de nuestras pasiones, podemos llamarle con el solo nombre muy apropiado de Pedagogo. Porque el pedagogo no se ocupa de la instrucción, sino de la educación, y su fin no es enseñar, sino hacer al alma mejor, guiándola en la vida de la virtud, no en la de la ciencia. Evidentemente, el mismo Logos será también maestro, pero en otro momento. Porque el Logos que enseña es el que declara y revela las verdades doctrinales, mientras que previamente el Pedagogo se ocupó de la vida práctica, ordenando nuestras costumbres... Interesado, pues, en llevarnos por los peldaños de nuestra salvación, el Logos, que en todo muestra su amor para con los hombres, pone por obra un programa excelente para educarnos eficazmente: primero nos convierte, luego nos educa como un pedagogo, y finalmente nos enseña como maestro... 29

El Logos, médico del alma.

El Logos, nuestro pedagogo, cura con sus consejos las pasiones del alma que son contra la naturaleza. En sentido propio, se llama medicina al cuidado de las enfermedades del cuerpo, y se trata de un arte que se enseña por sabiduría humana. Pero el Logos del Padre es el único médico de las enfermedades morales del hombre, facultativo y sagrado encantador del alma enferma... Según Demócrito, «la medicina cura las enfermedades del cuerpo, pero la sabiduría libera de sus pasiones al alma» (fr. 31 Diels). Pero nuestro buen Pedagogo, sabiduría y Logos del Padre. y creador del hombre, cuida de su creatura en su totalidad, y cura lo mismo su cuerpo que su alma, como médico del género humano capaz de curarlo todo. «Levántate», dice el Salvador, «toma la camilla sobre la que yaces, y vete a tu casa» (cf. Mt 9, 6): y al punto se sintió fuerte el enfermo. Y al muerto le dice: «Lázaro, sal fuera» (Jn 11, 43): y salió de la tumba el muerto, tal corno era antes de morir, ensayándose así para la resurrección. Y es cierto que también cura al alma en sí misma con sus preceptos y sus gracias: tal vez es tardo en dar recetas, pero en sus gracias es abundante: Perdonados te son tus pecados» (Lc 5, 20), nos dice a los pecadores que somos nosotros.

Nosotros, con su solo pensamiento, fuimos hechos niños, y recibimos de su fuerza ordenadora nuestro puesto, el mejor y el más seguro. En efecto, primero se ocupó del mundo y del cielo y del curso circular del sol y de los demás astros: todo para el hombre; y luego, se ocupa del hombre mismo, en el cual vuelca todo su afán. Y considerando que ésta es su obra suprema, dispuso su alma dotada de inteligencia y de sabiduría, y su cuerpo adornado con belleza y armonía; y por lo que se refiere a las actividades del hombre, le infundió con su soplo la rectitud y el orden que le eran propios 30.

Dios es amor. y el Hijo es engendrado por el amor.

D/MADRE/CLEMENTE: Contemplad los misterios del amor, y podréis contemplar el seno del Padre, que sólo su Hijo unigénito ha revelado. Porque la esencia de Dios es amor, y fue por amor como se hizo manifiesto a nosotros. Es padre en cuanto que es inefable, pero es madre en cuanto nos ama. Porque, por su amor, el Padre se hizo mujer, como se muestra por el hecho de que engendró de sí mismo a este hijo único, ya que el fruto que nace del amor es amor. Por esta razón el Hijo en persona vino a la tierra, se revistió de humanidad y sufrió voluntariamente la condición humana. Quiso someterse a las condiciones de debilidad de aquellos a quienes amaba, porque quería ponernos a nosotros a la altura de su propia grandeza. Y cuando iba a ser derramado en libación, ofreciéndose a sí mismo como rescate, nos dejó un nuevo testamento: «Yo os doy mi amor.» ¿Qué género de amor es éste? ¿Cuáles son sus dimensiones? Por cada uno de nosotros entregó él una vida que valía lo que todo el universo, y en retorno nos pide que entreguemos nuestras vidas el uno por el otro... 31

La pedagogía del Logos.

El Pedagogo es el Logos que nos conduce a nosotros, niños, a la salvación. El mismo Logos lo ha dicho claramente acerca de si mismo por boca de Oseas: «Yo soy vuestro educador» (Os 5. 2 LXX). Ahora bien, la pedagogía consiste en la vida piadosa, que es un aprendizaje de cómo servir a Dios, una instrucción para el conocimiento de la verdad y una recta educación que conduce hasta el cielo. Hay muchas clases de pedagogía... pero la pedagogía de Dios es la que indica el camino recto de la verdad que lleva a la visión de Dios, la que indica las obras santas que permanecen eternamente. Como el general guía a su falange, preocupado por la salvación de sus mercenarios, y como el piloto gobierna la nave con voluntad de conservar salvos a los pasajeros, así también el Pedagogo conduce a los niños a un modo de vida saludable, solícito de nuestras personas. En general, todo cuanto nosotros podemos pedir razonablemente a Dios, lo alcanzaremos obedeciendo a nuestro Pedagogo. Y así como el piloto no siempre cede a los vientos, sino que a veces hace proa a ellos y se enfrenta a la borrasca, así nuestro Pedagogo no cede a veces a los vientos que soplan en este mundo, ni deja al niño al arbitrio, como se abandona una nave, para que se destruya con una vida bestial y licenciosa; al contrario, sólo sigue bien equipado al soplo de la verdad, y se agarra con gran fuerza al timón del niño—me refiero a sus oídos—hasta el momento en que pueda atracar sano y salvo en el puerto de los cielos. Porque la educación recibida de los padres, como la llaman, pasa con facilidad; pero la formación que viene de Dios es una posesión que permanece para siempre...

...Nuestro pedagogo es Jesús, Dios santo, Logos conductor de la humanidad entera. El mismo Dios que ama a los hombres se hace Pedagogo... 32.

El Logos iluminador.

¡Salve, luz! Desde el cielo brilló una luz sobre nosotros, que estábamos sumidos en la oscuridad y encerrados en la sombra de la muerte; luz más pura que el sol, más dulce que la vida de aquí abajo. Esa luz es la vida eterna y todo lo que de ella participa vive, mientras que la noche teme a la luz y, ocultándose de miedo, deja el puesto al día del Señor. El universo se ha convertido en luz indefectible, y el occidente se ha transformado en oriente. Esto es lo que quiere decir la «nueva creación»: porque el «sol de justicia» que atraviesa en su carroza el universo entero, recorre asimismo la humanidad imitando a su Padre, «que hace salir el sol sobre todos los hombres» (Mt 5, 45) y derrama el rocío de la verdad. Él fue quien cambió el occidente en oriente; quien crucificó la muerte a la vida; quien arrancó al hombre de su perdición y lo levantó al cielo, trasplantando la corrupción en incorruptibilidad y transformando la tierra en cielo, como agricultor divino que es, que «muestra los presagios favorables, excita a los pueblos al trabajo» del bien, recuerda las subsistencias de verdad, nos da la herencia paterna verdaderamente grande, divina e imperecedera; diviniza al hombre con una enseñanza celeste, «da leyes a su inteligencia y las graba en su corazón... 33

La salvación se extiende a todos los hombres de todos los tiempos.

El Evangelio dice que muchos cuerpos de los que habían muerto resucitaron (cf. Mt 27, 52), evidentemente para pasar a un estado mejor. En aquel momento tuvo lugar una especie de movimiento general y de cambio, como consecuencia de la dispensación del Salvador: porque un justo no se distingue de otro justo en lo que se refiere a la justicia, ya sea judío o griego. Dios es Señor, no sólo de los judíos, sino de todos los hombres, aunque está más cerca como Padre de aquellos que han llegado a conocerle. Si el vivir rectamente es lo mismo que vivir según la ley, y el vivir según la razón es lo mismo que vivir en la ley, los que vivieron rectamente antes de la ley eran considerados como que tenían la fe, y eran juzgados como justos. Parece claro que los que estaban fuera de la ley a causa de sus peculiares condiciones de vida, si habían vivido rectamente, aunque estuvieran en la prisión del Hades, al oir la voz del Señor—ya fuera ella misma, ya la que se hacía oir por medio de los apóstoles—se habían de convertir al punto y creer. Porque hemos de recordar que el Señor es el poder de Dios, y el poder no está jamás sin fuerza. Esto muestra, a mi parecer, que Dios es ciertamente bueno, y que el Señor tiene poder para salvar con justicia y equidad a los que se convierten a él, ya vengan de acá o de otra parte. Porque la actividad de su poder no se manifiesta sólo aquí, sino que está operante siempre y en todas partes 34.

El Logos salvador.

Este es el Logos celestial, el verdadero competidor que será coronado en el concurso de todo el universo... ÉI canta el nombre eterno de la nueva meladía que lleva el nombre de Dios, el cántico nuevo, el de los levitas, «que aleja la tristeza y la ira, y hace olvidar todos los males» (Hom. Od. IV, 221), cántico en el que se ha mezclado una droga persuasiva, hechas de dulzura y de verdad...

GRACIA/TRANSFORMA-H: El cantor de que yo hablo no se hace esperar: viene a destruir la amarga esclavitud de los demonios que nos tiranizan, cambiándola por el dulce y amable yugo de la piedad para con Dios. Él llama de nuevo a los cielos a aquellos que habían sido arrojados a la tierra. Él es el único que ha logrado jamás domesticar a los más fieros de los animales, los hombres: los volátiles, que son los frívolos; las serpientes, que son los embusteros; los leones. que son los violentos; los cerdos, que son los voluptuosos; los lobos, que son los rapaces. Los insensatos son piedra y madera: pero más insensible que las piedras es el hombre sumergido en el error. Venga a atestiguarlo la voz de los profetas, que concuerda con la de la verdad: ella gime sobre aquellos que consumen su vida en la ignorancia y la insensatez: «Poderoso es Dios para levantar de estas piedras hijos de Abraham» (Mt 3, 9). Él es el que, habiéndose apiadado de la ignorancia y del endurecimiento de los que se habían convertido en piedras con respecto a la verdad, suscitó una semilla de religión sensible a la virtud en aquellas naciones petrificadas, que habían puesto su fe en las piedras. En otra ocasión, llamó «raza de víboras» (Mt 3, 7) a ciertos hombres veneníferos, hipócritas doblados, que acechan contra la justicia: con todo, si una de estas serpientes se muestra dispuesta a convertirse, con seguir al Logos se convertirá en «hombre de Dios» (cf. 1 Tim 6, ll; 2 Tim 3, 17). A otros los presenta como «lobos vestidos con piel de oveja» (cf. Mt 7, 15) aludiendo a los que bajo formas humanas son rapaces. Pues bien, a todos estos animales en extremo salvajes, y a todas estas piedras, este encantamiento venido del cielo ha logrado cambiarlos en hombres mansos. «Porque—como dice la Escritura del Apóstol—también nosotros éramos en otro tiempo insensatos, indóciles, extraviados, esclavos de toda suerte de placeres y de apetitos, viviendo en el mal y en la envidia, aborrecidos y odiándonos los unos a los otros. Pero cuando se puso de manifiesto la bondad y el amor a los hombres de nuestro Salvador, Dios, obtuvimos la salvación, no por las obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia» (Tit 3, 3-5). Ved la fuerza de este canto nuevo: de las piedras ha hecho hombres. De los animales salvajes ha hecho hombres. Y los que en cierto sentido estaban muertos por no participar de la vida verdadera, con sólo oir este canto volvieron a la vida.

El ha sometido el universo a un orden armonioso, reduciendo la disonancia de los elementos al orden de la armonía para que todo el mundo resuene así para él como un concierto. Ha dejado a la mar suelta, pero le ha prohibido invadir la tierra, solidificando a su vez la tierra flotante, fijándola como un muro divisorio frente al mar. Él ha dulcificado el ímpetu de la llama... y ha temperado la ruda frialdad del aire combinándolo con el fuego, fundiendo así armoniosamente estas dos voces extremas del universo... Y así, el Logos de Dios, descendiente de David que existía antes de David, despreciando la lira y la cítara, instrumentos inertes, armonizó con el Espiritu Santo nuestro mundo, y muy particularmente el microcos mos que es el hombre, en alma y cuerpo. De este instrumento de mil voces se sirve él para cantar a Dios, acompañándose en su canto de ese instrumento que es el hombre... David, el rey citarista del que hemos hablado hace poco, nos invitó a encontrar la verdad y a apartarnos de los ídolos... Y el Señor, soplando en este bello instrumento que es el hombre, lo configuró a su imagen: y él mismo es, por supuesto, un instrumento de Dios perfectamente armonioso, afinado y santo, sabiduría supraterrestre, Logos celestial.

¿Qué pretende, pues, este instrumento, el Logos de Dios, el Señor. con su cántico nuevo? Abrir los ojos a los ciegos y los oídos a los sordos, conducir a los lisiados y extraviados a la justicia, mostrar a Dios a los hombres insensatos, poner fin a la corrupción, triunfar de la muerte, reconciliar con el Padre a los hijos rebeldes. Este instrumento de Dios ama a los hombres: el Señor es misericordioso, enseña, exhorta, amonesta, salva, protege y nos promete además gratuitamente, como recompensa de nuestra docilidad el reino de los cielos, no queriendo él sacar otro provecho de nosotros, si no es nuestra salvación. Porque es el mal el que se ceba con la corrupción del hombre, mientras que la verdad, como la abeja, no ensucia cosa alguna y sólo se regocija con la salvación de los hombres. Ahi tienes, pues, la promesa: ahí tienes el amor a los hombres: ven a tener parte en este don 35'.

..........................

19. Ibid. V, 4, 25, 1 ss. 
20. CLEMENTE, Quis Dives, 5, 2-4. 
21. CLEMENTE, Strom. I, 1, 13, 2. 
22. Ibid. I, 55. 
23. Ibid. VI, 7, 61. 
24. Ibid. I, 1, 11ss. 
25. Ibid. VI, 15, 131. 
26. Ibid. V, 12, 81. 
27. Ibid. IV, 25, 156. 
28. Ibid. VIII, 2, 5. 
29. CLEMENTE, Pedagogo, I, 1, 1. 
30. Ibid. I, 6. 
31. Quis Dives, 37. 
32. Ped. I, 53, 3. 
33. Protrept. Il, 8, 114. 
34. Strom. VI, 6, 4. 
35. Protrépt. I, 2, 3ss.