TEMA 3. La fe sobrenatural
La virtud de la fe es una virtud sobrenatural que capacita al hombre a asentir firmemente a todo lo que Dios ha revelado.
1.
Noción y objeto de la fe
El acto de fe es la respuesta del hombre a Dios que se revela (cfr.
Catecismo, 142). «Por la fe el hombre somete completamente su inteligencia
y su voluntad a Dios. Con todo su ser da su asentimiento a Dios que revela» (Catecismo,
143). La Sagrada Escritura llama a este asentimiento «obediencia de la fe» (cfr.
Rm 1, 5; 16, 26).
La virtud de la fe es una virtud sobrenatural que capacita al hombre
—ilustrando su inteligencia y moviendo su voluntad— a asentir firmemente a
todo lo que Dios ha revelado, no por su evidencia intrínseca sino por la
autoridad de Dios que revela. «La fe es ante todo adhesión personal del
hombre a Dios; es al mismo tiempo e inseparablemente el asentimiento
libre a toda la verdad que Dios ha revelado» (Catecismo, 150).
2. Características de la fe
–«La fe es un don de Dios, una virtud sobrenatural infundida por Él (cfr.
Mt 16, 17). Para dar la respuesta de la fe es necesaria la gracia de
Dios» (Catecismo, 153). No basta la razón para abrazar la verdad
revelada; es necesario el don de la fe.
– La fe es un acto humano. Aunque sea un acto que se realiza gracias a
un don sobrenatural, «creer es un acto auténticamente humano. No es contrario
ni a la libertad ni a la inteligencia del hombre depositar la confianza en
Dios y adherirse a las verdades por Él reveladas» (Catecismo, 154). En
la fe, la inteligencia y la voluntad cooperan con la gracia divina: «Creer es
un acto del entendimiento que asiente a la verdad divina por imperio de la
voluntad movida por Dios mediante la gracia»[1].
– Fe y libertad. «El hombre, al creer, debe responder voluntariamente a
Dios; nadie debe estar obligado contra su voluntad a abrazar la fe. En efecto,
el acto de fe es voluntario por su propia naturaleza» (Catecismo, 160)[2].
«Cristo invitó a la fe y a la conversión, Él no forzó a nadie jamás. Dio
testimonio de la verdad, pero no quiso imponerla por la fuerza a los que le
contradecían» (ibidem).
– Fe y razón. «A pesar de que la fe esté por encima de la razón, jamás
puede haber desacuerdo entre ellas. Puesto que el mismo Dios que revela los
misterios y comunica la fe ha hecho descender en el espíritu humano la luz de
la razón, Dios no podría negarse a sí mismo ni lo verdadero contradecir jamás
a lo verdadero»[3].
«Por eso, la investigación metódica en todas las disciplinas, si se procede de
un modo realmente científico y según las normas morales, nunca estará
realmente en oposición con la fe, porque las realidades profanas y las
realidades de fe tienen su origen en el mismo Dios» (Catecismo, 159).
Carece de sentido intentar demostrar las verdades sobrenaturales de la fe; en
cambio, se puede probar siempre que es falso todo lo que pretende ser
contrario a esas verdades.
– Eclesialidad de la fe. “Creer” es un acto propio del fiel en cuanto
fiel, es decir, en cuanto miembro de la Iglesia. El que cree, asiente a la
verdad enseñada por la Iglesia, que custodia el depósito de la Revelación. «La
fe de la Iglesia precede, engendra, conduce y alimenta nuestra fe. La Iglesia
es la madre de todos los creyentes» (Catecismo, 181). «Nadie puede
tener a Dios por Padre si no tiene a la Iglesia por madre»[4].
– La fe es necesaria para la salvación (cfr. Mc 16, 16;
Catecismo, 161). «Sin la fe es imposible agradar a Dios» (Hb 11,
6). «Los que sin culpa suya no conocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia,
pero buscan a Dios con sincero corazón e intentan en su vida, con la ayuda de
la gracia, hacer la voluntad de Dios, conocida a través de lo que les dice su
conciencia, pueden conseguir la salvación eterna»[5]
3. Los motivos de credibilidad:
«El motivo de creer no radica en el hecho de que las verdades reveladas
aparezcan como verdaderas e inteligibles a la luz de nuestra razón natural.
Creemos “a causa de la autoridad de Dios mismo que revela y que no puede
engañarse ni engañarnos”» (Catecismo, 156).
Sin embargo, para que el acto de fe fuese conforme a la razón, Dios ha querido
darnos «motivos de credibilidad que muestran que el asentimiento de la
fe no es en modo alguno un movimiento ciego del espíritu»[6].
Los motivos de credibilidad son señales ciertas de que la Revelación es
palabra de Dios.
Estos motivos de credibilidad son, entre otros:
— la gloriosa Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, signo
definitivo de su Divinidad y prueba ciertísima de la verdad de sus palabras;
— «los milagros de Cristo y de los santos (cfr. Mc 16, 20;
Hch 2, 4)» (Catecismo, 156)[7];
— el cumplimiento de las profecías (cfr. Catecismo, 156), hechas
sobre Cristo o por Cristo mismo (por ejemplo, las profecías acerca de la
Pasión de Nuestro Señor; la profecía sobre la destrucción de Jerusalén, etc).
Este cumplimiento es prueba de la veracidad de la Sagrada Escritura;
— la sublimidad de la doctrina cristiana es también prueba de su origen
divino. Quien medita atentamente las enseñanzas de Cristo, puede descubrir en
su profunda verdad, en su belleza y en su coherencia; una sabiduría que excede
la capacidad humana de comprender y explicar lo que es Dios, lo que es el
mundo, los que es el hombre, su historia y su sentido trascendente;
— la propagación y la santidad de la Iglesia, su fecundidad y su estabilidad
«son signos ciertos de la Revelación, adaptados a la inteligencia de todos» (Catecismo,
156).
Los motivos de credibilidad no sólo ayudan a quien no tiene fe para superar
prejuicios que obstaculizan el recibirla, sino también a quien tiene fe,
confirmándole que es razonable creer y alejándole del fideísmo.
4. El conocimiento de fe
La fe es un conocimiento: nos hace conocer verdades naturales y
sobrenaturales. La aparente oscuridad que experimenta el creyente, es fruto de
la limitación de la inteligencia humana ante el exceso de luz de la verdad
divina. La fe es un anticipo de la visión de Dios “cara a cara” en el Cielo (1
Co 13, 12; cfr. 1 Jn 3, 2).
La certeza de la fe: «La fe es cierta, más cierta que todo
conocimiento humano, porque se funda en la Palabra misma de Dios, que no puede
mentir» (Catecismo, 157). «La certeza que da la luz divina es mayor que
la que da la luz de la razón natural»[8].
La inteligencia ayuda a profundizar en la fe. «Es inherente a la fe que
el creyente desee conocer mejor a Aquel en quien ha puesto su fe, y comprender
mejor lo que le ha sido revelado; un conocimiento más penetrante suscitará a
su vez una fe mayor, cada vez más encendida de amor» (Catecismo, 158).
La teología es la ciencia de la fe: se esfuerza, con la ayuda de la
razón, por conocer mejor las verdades que se poseen por la fe; no para
hacerlas más luminosas en sí mismas —que es imposible—, sino más inteligibles
para el creyente. Este afán, cuando es auténtico, procede del amor a Dios y va
acompañado por el esfuerzo de acercarse más a Él. Los mejores teólogos han
sido y serán siempre santos.
5. Coherencia entre fe y vida
Toda la vida del cristiano debe ser manifestación de su fe. No hay ningún
aspecto que no pueda ser iluminado por la fe. «El justo vive de la fe» (Rm
1, 17). La fe obra por la caridad (cfr. Ga 5, 6). Sin las obras, la fe
está muerta (cfr. St 2, 20-26).
Cuando falta esta unidad de vida, y se transige con una conducta que no está
de acuerdo con la fe, entonces la fe necesariamente se debilita, y corre el
peligro de perderse.
Perseverancia en la fe: La fe es un don gratuito de Dios. Pero este don
inestimable podemos perderlo (cfr. 1 Tm 1,18-19). «Para vivir, crecer y
perseverar hasta el fin en la fe debemos alimentarla» (Catecismo, 162).
Debemos pedir a Dios que nos aumente la fe (cfr. Lc 17,5) y que nos
haga «fortes in fide» (1 P 5, 9). Para esto, con la ayuda de
Dios, hay que realizar muchos actos de fe.
Todos los fieles católicos están obligados a evitar los peligros para la fe.
Entre otros medios, deben abstenerse de leer aquellas publicaciones que sean
contrarias a la fe o a la moral —tanto si las ha señalado expresamente el
Magisterio, como si lo advierte la conciencia bien formada—, a menos que
exista un motivo grave y se den las circunstancias que hagan esa lectura
inocua.
Difundir la fe. «No se enciende una luz para ponerla debajo de un
celemín, sino sobre un candelero... Alumbre así vuestra luz ante los hombres»
(Mt 5, 15-16). Hemos recibido el don de la fe para propagarlo, no para
ocultarlo (cfr. Catecismo, 166). No se puede prescindir de la fe en la
actividad profesional[9].
Es preciso informar toda la vida social con las enseñanzas y el espíritu de
Cristo.
Francisco Díaz
Bibliografía básica
Catecismo de la Iglesia Católica, 142-197.
Lecturas recomendadas
San Josemaría, Homilía Vida de fe, en Amigos de Dios, 190-204.
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[1]
Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, II-II, q. 2, a. 9
[2]
Cfr. Concilio Vaticano II, Declar. Dignitatis humanae, 10; CIC, 748,
§2.
[3]
Concilio Vaticano I: DS 3017.
[4]
San Cipriano, De catholicae unitate Ecclesiae: PL 4,503.
[5]
Concilio Vaticano II, Const. Lumen gentium, 16.
[6]
Concilio Vaticano I: DS 3008-3010; Catecismo, 156.
[7]
El valor de la Sagrada Escritura como fuente histórica totalmente fiable se
puede establecer con sólidas pruebas: por ejemplo, las que se refieren a su
antigüedad (varios de los libros del Nuevo Testamento han sido escritos pocos
años después de la Muerte de Cristo, lo cual da testimonio de su valor), o las
que se refieren al análisis del contenido (que muestra la veracidad de los
testimonios).
[8]
Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, II-II, q. 171, a. 5, ad 3.
[9]
Cfr. San Josemaría, Camino, 353.