II

CONCEPCIÓN TEOLÓGICA

 

1. EL FUNDAMENTO DE LA TRADICIÓN


Cuando se habla de Tradición junto a Escritura y Revelación, no se trata de una pura creación, es decir, una experiencia humana. Más bien se expresa de tal manera que también se dé a entender que está cualificada por el Pneuma divino. Ordenada por el Espíritu de Dios a la Sagrada Escritura, abraza en sí misma tradiciones como testimonio de fe, que no son arbitrarias, sino que se sabe que tienen su fundamento en la experiencia de la auto-revelación de Dios. Y porque esta auto-manifestación de Dios alcanzó en Jesucristo su punto culminante, insuperable, (1°)
la Tradición conserva lo que es precisamente esta experiencia de Cristo y la confesión de Cristo, el contenido irrenunciable de la fe como tesoro heredado del pasado vivo. Pues la Tradición eclesiástica es en sí misma la prueba de que la Palabra de Dios, que encontramos en la Escritura, no es «letra muerta», sino verdad viva y permanente, siempre de un modo nuevo, que envuelve al hombre y permite renovarlo. Por este motivo se subordina la Tradición a la Sagrada Escritura, ya que ésta es auténtica Palabra de Dios. La subordinación, garantiza que la Tradición, aun cuando se extienda más allá de la literalidad de la Escritura, reafirma el fundamento en el que ella misma descansa. (La Tradición está aprisionada en la historia como en un pasado, la cual mantiene, en el recuerdo, su actual significación).

Por eso hay que tener en cuenta (2°), además, que la Tradición, como expresión de la creencia viva por la acción del Espíritu de Dios, arraigada inseparablemente en la Iglesia (como comunidad de fe), siempre es un elemento de presencia eclesial.

También (3°) hay que recordar: la tradición de la Iglesia (con sus tradiciones) que hace experimentable la acción del Espíritu de Dios, abrirá por este Espíritu lo que en el presente de la Iglesia ya «está presente» para el Reino de Dios futuro (cfr. Mc 1, 15). En este sentido, la Tradición conserva siempre un elemento del futuro, es decir, de la consumación de la Iglesia en el Reino de Dios.

Además no hay que pasar por alto (4°): que la Tradición no es un desarrollo arbitrario de los usos y dogmas en la Iglesia; la Tradición se apoya esencialmente en la Teología, que no puede concebirse tampoco, por su parte, sin la acción del Espíritu de Dios y puede determinar en sus trabajos a favor de la Iglesia. También en este aspecto es el Pneuma quien cualifica la tradicio ecclesiae.

Finalmente (5°) hay que constatar: que la Tradición es cualificada de un modo propio desde la revelación. La revelación, en cuanto auto-revelación de Dios, de tal manera se ha de proclamar que pueda ser entendida por los hombres como tal y ser asumida en la fe en la realización de la propia vida, con lo que se dice simultáneamente que la revelación se conserva viva en la Tradición. Y esto se da porque la revelación se expresa en la traditio, en la palabra como entrega y transmisión del Logos (como Palabra del Padre; cfr. Jn 1, 1). Como tal Palabra, la tradición transmite la auto-comunicación de Dios al mundo en el Pneuma. «El Espíritu os enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho» (Jn 16, 26). Pero al estar presente efectivamente la auto-revelación de Dios en el Penuma, pasa en la Iglesia a la Palabra como entrega de Cristo. «El tomará de lo mío y os lo anunciará» (Jn 16, 14). La confesión de la unidad de la Sagrada Escritura, en la diferencia del Antiguo Testamento y Nuevo Testamento, se verifica teniendo en cuenta el acontecimiento Cristo. El es el alfa y la omega, la Palabra por la que todo ha sido hecho, que descendió del cielo por nuestra salvación, tomó carne y que, finalmente, como Palabra que juzga, producirá a la vez el final consumado de la Iglesia y mundo (como nueva creación). La revelación, viva en la Iglesia por el Pneuma, será puesta en palabras es decir, proclamadas y escritas, como fruto de la acción del Espíritu.

El fundamento de la Tradición es, por tanto, la auto-revelación del Dios uno y trino, por eso con razón el llamado «mandato del bautismo» (Mt 28, 19): «Enseñad a todos los pueblos y bautizadles en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» puede tomarse como «documento fundacional» de la Iglesia; pues, esta afirmación es tenida hoy, bastante comúnmente, no como una palabra de Jesús, en sentido histórico, sino como resumen de la evolución y praxis de la primitiva Iglesia, dirigida por el Espíritu Santo, y en cuanto autorizada por Jesús»1. La Iglesia, como comunidad de fe de aquellos que han renacido «del agua y del Espíritu Santo» (Jn 3, 5) encuentra el centro de su Tradición en la celebración del memorial de la Cena del Señor: «Haced esto memoria de mí» (Lc 22, 19), completada por la Palabra del Señor, que Pablo transmite: «¡Pues cuantas veces coméis este pan y bebéis el cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que vuelva» (1 Co 11, 26s.). Los sacramentos del bautismo y de la Eucaristía fundamentan e implican, a la

1. KASPER, Der Gott Jesu Christi, 299s.

vez, la Tradición de la Iglesia. En ellos se manifiesta el Dios uno y trino como fuente y amor, que fortalece y consuma, a todos aquellos que en la comunidad de los fieles experimentan y viven la más profunda comunión con Dios por el encuentro con Jesucristo «en el Espíritu Santo» (en la Palabra y Sacramento).

Si la Tradición brota, por tanto, por una parte, de la acción de Dios «en el Espíritu», por la confesión de la historia como historia de salvación, ya que ella es «lugar» de la acción de Dios, se comprende la necesaria historicidad de la fe, «que elimina del individuo su ser individuo y le inserta a partir de Cristo en el conjunto de la historia venidera» 2. El acontecimiento Cristo, en cuanto suceso en la historia, une, no sólo la fe de los individuos con «el mundo», con «su» historia, sino también con la fe de la comunidad, a la que está ordenado el individuo por su confesión. Por eso la vinculación con la acción concreta salvífica de Dios, significa que está imbricada en Jesucristo, y también, simultáneamente, es un examen crítico de las Tradiciones, ancladas en la Tradición eclesiástica. Estas están integradas en las limitaciones de las posibilidades humanas como parte de la vida cristiana y por eso, hay que (examinar) también, siempre de nuevo, lo que se refiere a las reducciones. Cuando se exige la afirmación y la observancia de tradiciones únicamente por sí mismas –aduciendo en su favor autoridades que las apoyan– hay que recordar las permanentes ordenaciones previas y superiores de la Palabra de Dios. En este aspecto, no solamente tienen importancia (en el Antiguo Testamento) las palabras y predicaciones de los profetas (con su llamada a la conversión y a la vuelta a Yahvé), sino también las palabras de Jesucristo mismo propuestas con firmeza perentoria, quien contrapone precisamente su Palabra a la «tradición de los antiguos» cuando éstas oscurecen la transparencia de la única norma, la voluntad de Dios. De esta manera llegará a entenderse también, por primera vez, de un modo definitivo al final de los días, que el nuevo y eterno Pacto, concluido en la sangre de Cristo, «elimina asumiendo» en sentido literal, al Antiguo Pacto, conservándolo, por tanto, en su realidad propia querida por Dios. No lo antiguo venerable fundamenta un significado obligatorio, sino el testimonio, conservado en el Pacto de Yahvé con Israel de la cercanía de Dios con su pueblo, con el que él concluyó este Pacto. Cuando las tradiciones empequeñecen al hombre de tal manera que encuentra, ciertamente, su espacio vital, pero que no puede con su ayuda descubrir el fundamento que sustenta su vida, no pueden cumplir las exigencias de la Tradición cristiana. La vinculación con Dios abre la mirada al creyente para que pueda concebir que le es regalado, con la Tradición normativa, aquel espacio de libertad en el que puede concebir como proveniente de Dios lo específico de la vida, conservado en él y abierto a un futuro imperecedero, eterno.

2. RATZINGER, Traditio. III. Systematisch, en LThK 210 (1965), 293-299, aquí 293.


2. ELEMENTOS DE LA TRADICIÓN

Es significativo, que, desde el comienzo, la Sagrada Escritura forme parte de la Tradición eclesial. Se entiende por Sagrada Escritura en primer lugar el Antiguo Testamento, que fue como Biblia hebrea o en la composición griega del texto de los Septuaginta, parte evidente de los textos de lectura en el culto cristiano. Incluso cuando el canon judío no estuvo todavía definitivamente fijado en sus límites, «sus libros estuvieron ya tan suficientemente definidos, que se refirieron a ellos colectivamente como "Escritura" (he graphe) o "las Escrituras" (hai graphai), y se podían introducir citándolos con la fórmula, "está escrito" (gegraphtai). Como cualquier judío piadoso, aceptaba Jesús la Biblia judía como Palabra de Dios y frecuentemente se refirió a esto en su doctrina y disputas. En esto le siguieron los primeros predicadores y maestros cristianos cuando se referían a la Biblia judía para probar la rectitud de la fe cristiana» 3. Y a partir de la canonicidad de la Biblia judía se forma también la fijación de los escritos neotestamentario reconocidos como canónicos. Con lo cual se logra, a partir de este momento, en la valoración teológica de las dos partes de la Sagrada Escritura, la regula fidei, que se les adjunta con significación normativa, en cuanto que, a partir de ella, puede probarse la peculiaridad teológica de la Biblia cristiana.

Una reflexión sobre la Tradición cristiana, ha de incluir, por tanto, siempre la Teología bíblica. El que haya que prestar especial atención al Antiguo Testamento, «refleja la Biblia cristiana como única Escritura, en las dos partes del canon (Antiguo Testamento y Nuevo Testamento), el encuentro de Iglesia y Sinagoga» 4 también igualmente es indiscutible por otra parte, «que únicamente puede desarrollarse la Teología bíblica a partir de la Escritura del Nuevo Testamento» 5. Ahí aparece la autoridad que fundamenta la Tradición. Es Dios mismo quien como auctor de la Escritura es, a la vez, autor de su inspiración. Una reflexión teológica que tenga en cuenta el conocimiento y exégesis de la Escritura desde los comienzos cristianos, no puede, en consecuencia, pasar de largo el canon de las Sagradas Escrituras. «A la Teología, es decir, a la mediación refleja de la Palabra de Dios contenida en el canon, es primero el contacto con la Biblia, (a saber) en todo caso, si el texto canónico es abierto sincrónicamente teniendo en cuenta las estructuras dadas intracatólicamente» 6. El devenir de la única Sagrada Escritura de dos Testamentos es parte inseparable de la tradición cristiana de la fe. Los accesos importantes a la Sagrada Escritura están fundados en la Tradición 7.

  1. B.M. METZGER, Der Kanon des Neuen Testamentes, Düsseldorf 1993, 12.

  2. Ch. DOHMEN, Der biblische Kanon in der Diskussion, en ThRv 91(1995), 451-460, aquí 458.

  3. lbid.

  4. G. LOHFING, Eine Bibel-zwei Testamente, en Chr. DOHMEN-Th. SÖDING (Edits.) Eine Bibel-zwei Testamente. Positionen biblischer Theologie. Paderborn 1995, 71-81, aquí 80.

  5. Cfr. Dokument der päpstlichen Bibelkonunission, 1983; publicado en F. G. MÜLLER: Bibel und Christologie. Stuttgart 1987 (alem./lat), 24-198, esp. 135.

Con esto, la mirada tiene en su horizonte otros dos elementos de la Tradición. En cuanto testimonio, con la presencia viva eclesial, la traditio christiana no puede ser otra cosa que traditio ecclesiastica. De ahí que haya que considerar (como segundo elemento) la autoridad, que garantiza la Tradición como cristiana, lo mismo que (como tercer elemento) la autoridad que sustenta la Tradición cristiana. La Escritura no se interpreta a sí misma; en ella se continúa más bien el tradere como dato fundamental de la acción divina salvífica. La economía divina de salvación, como lo testifica el Nuevo Testamento, con la acción del Padre, que «entregó por nosotros» al Hijo (Rm 8, 32), claramente encuentra su centro en el Hijo, que por nosotros se «entregó» (Ga 2, 20; Ef 5, 2.25), y quien finalmente -consumando su obra- nos dio al Espíritu, lo regaló a la Iglesia (cfr. Jn 19, 30). «La economía comienza, por tanto, con una entrega divina o Tradición; continúa en y por medio del hombre elegido y enviado para esto por Dios. El envío de Cristo y el envío del Espíritu, fundan la Iglesia y la llaman a la existencia para continuarse a sí mismos en ella: "Como me envió el Padre, así os envío a vosotros" (Jn 20, 21;17,18)» 8.

La búsqueda del hombre por Dios, que se separó de él (en el no del pecado), se consuma en esta traditio -del desvelamiento del insondable amor divino. De ahí que sólo se pueda alcanzar a comprender en el trato de las Sagradas Escrituras compuestas por los escritores bajo el impulso del Espíritu lo «que Dios quiso comunicar con sus palabras, con la fuerza eficaz del Espíritu de Dios»9. Para fijar el canon de la Sagrada Escritura, el criterio de la inspiración es incosificable como procedimiento para la aceptación, es decir, para la selección de una escritura. Y esta inspiración garantiza su autoridad en la Iglesia que se debe como institución a la voluntad fundadora de Jesucristo.

Se confió al oficio espiritual la conservación y anuncio genuinos del Evangelio en la succesio apostolica. De ahí que tampoco se pueda evitar el momento de tensión de la Tradición en la percepción de sus tareas que tienen que unir continuamente entre sí la conservación del contenido de la fe y sus actuales anuncios. Incluso cuando la Iglesia no sea una comunidad cuya permanencia dependa, en definitiva, del testimonio individual de fe de sus miembros, con todo, hay que mencionar, como tercer elemento, la autoridad del pueblo de Dios, que -unido por el bautismo en el agua y en el Espíritu Santo- «sostiene» la Tradición. La Iglesia es, como lugar de la acción del Espíritu, aquella comunidad en la que el testimonio de Cristo como experiencia de la presencia poderosamente activa del Señor exaltado, «en el Espíritu» continuamente se acepta de nuevo y se oye como «Palabra de Dios», la Escritura, con fe viva como algo siempre actual. Así se

  1. CONGAR, Tradition und Kirche, 13.

  2. DV 12.

asegura la incorporación en la fe transmitida, que es atestiguada en la comunidad de fe como vinculante, vinculación al fundamento histórico, y nos preserva de la arbitrariedad que quisiera sustraer a la Palabra de Dios de su poder de futuro (como permanente «Palabra abierta») para confirmar la propia especulación.

No son separables Iglesia y transmisión de la fe, –vinculación que expresa otros dos elementos de la Tradición: La confesión de fe, entendida en primer término como regula fidei, luego como símbolo fijo, y la presencia poderosamente eficaz del Espíritu de Dios en la Iglesia «hasta el final de los días». En esto se hace patente inmediatamente la compenetración interna de estos dos elementos. Como el Credo, en cuanto desarrollo de la Escritura, es la seguridad de la norma obligatoria de la Iglesia apostólica (como permanente base válida de la fe de la Iglesia siguiente) y por eso presupone, para poder serlo, la asistencia del Espíritu de Dios, entonces la confesión siempre actual de este Credo, atestigua no menos la presencia permanente del Espíritu en la realización de la vida eclesial-sacramental. De ahí que no es de maravillar la observación histórica de que «para todo el Medioevo [...] fue determinante el pensamiento de que la Escritura había que interpretarla según la fides, es decir, en el hilo conductor de la confesión de fe»10, y menos sorprende el continuo testimonio de la acción del Espíritu, la cual –ya perceptible en la Escritura en particular en el Evangelio de Juan– ya aparece en los primeros tiempos del Cristianismo. en la valoración de los Concilios Ecuménico. Los padres conciliares se subordinan expresamente a la autoridad de la verdad divina transmitida en la Sagrada Escritura —más allá de la Escritura nada debería establecerse , pero ellos saben también que para conservar esta verdad divina han de ir más allá de una pura transmisión del texto de la Escritura. –En esto incluyen las tradiciones escritas y no escritas, para dar a la verdad divina la forma de expresión imperadamente obligatoria.

Las ulteriores consideraciones teológicas, que tienden el arco más allá de la Escolástica hasta los umbrales del concilio de Trento, siguen pensando más allá, en este aspecto, de un modo consecuente, ya que desarrollan, de un modo muy matizado, la acción del Espíritu Santo en la Iglesia. Bajo la «dirección» de este Espíritu de Dios, la Iglesia es introducida cada vez más profundamente en la verdad divina, por él se fundamentan los dogmas como proposiciones de la verdadera fe.

Pero como la historia de los dogmas está ordenada a la Eclesiología y Pneumatología, escapa la historia a una perspectiva estrecha puramente «conservadora». Para poder conservar la revelación de Dios cumplida en Jesucristo como auto-revelación, es necesaria su apertura al respectivo plano actual de intelección. El Pneuma divino cuida de que en la Iglesia «permanezca la revelación única, la cual

10. RATZINGER, Tradition, 295.

para permanecer precisamente la misma según las circunstancias, ha de ser dicha de otra manera» 11. Y une a la Iglesia ala propia historia cuando la descubre como su móvil y, con esto exige a la vez también la actualización de esta historia (como un fundamento conservado actualmente en la fe). Una concepción estrecha de la tradición apostólica oscurece, fácticamente, esta dinámica fundada en el Espíritu.

Ya desde la Biblia se comprenderán tradiciones familiares de la Iglesia (usos), como interpretación de la experiencia de la presencia divina salvífica en el cada día de la Iglesia y dentro de la vida cristiana 12. De ahí que no haya que separar entre sí verdad y traditiones. Pero también se puede decir de los dogmas, el que no hay que olvidar: que se han ido formado a partir de la Escritura por la fe y confesión en la Tradición, y experimentan, en consonancia con Escritura y Tradición, un desarrollo en la vida del creyente, dentro de la Iglesia 13. –Con esto la Tradición está sustraída, además, a la concepción puramente «doctrinal», que insinúa el supuesto de singularidad de la Escritura (en el sentido de Evangelio vivo proclamado).

La Tradición como acontecimiento constituye un interlocutor, que circula entre dar y recibir, y es paráfrasis de una relación entre el «objeto» entregado y el contenido entregado (con él). Por eso, son necesarias las distinciones entre Tradición activa y pasiva. Y porque se tienen presentes el que transmite y lo transmitido, hay que tener en cuenta además el origen que corresponde a lo que fundamenta la Tradición. En este aspecto, van juntas la traditio apostólica y las traditiones eclesiásticas. El contenido que se transmite en tales tradiciones es múltiple. Se puede tratar de lo que se refiere a la fe y costumbres; puede abarcar el culto eclesial y la vida personal de los fieles y así incluir también los llamados mandamientos de la Iglesia.

Mantengamos como seguro: precisamente las tradiciones preservan a los fieles de alienar de la propia vida el «verdadero Evangelio», encerrado en el inventario de la traditio apostolica. Relacionado con la acción del Espíritu en la Iglesia, pueden ir unidas las tradiciones con la Iglesia hasta el final; pero, además, pueden nacer también, en un tiempo determinado, y desaparecer luego otra vez. Con esto subrayan su función de servicio a la Tradición, en cuyo centro se encuentra la acción salvífica de Dios con la presencia operada por el Espíritu. Finalmente, la tradiciones son en sí mismas parte del Evangelio, de aquella buena nueva en sentido amplio, que ha de constituir a la Iglesia, han de transmitir-

  1. Ibid., 295s.; esto aparece en la doctrina de la Eucaristía, por ejemplo, la evolución de transsubstantiatio hasta el concepto tomista; cfr. H. JORISSEN, Die Entfaltung der Transsubstatiationslehre bis zum Beginn der Hochschlastik (MBTh 28, 1), Münster 1965.

  2. Recuérdese en este contexto, como ejemplo, los cuarenta días de preparación de la Pascua, la forma corriente en la Iglesia latina de orar de rodillas, pero también la praxis que se va consolidando del bautismo de los niños y el culto a los muertos.

  3. Cfr. sobre esto W. KNOCH, Tradition im Wandel- Wandel in Tradition. Ein Beitrag zum ökumenischen Dialog, en ThGI 75 (1985),133-147.

se a todo el mundo. La Iglesia, dirigida por el Espíritu, toma conciencia de «10 que encierra en sí el hecho de Jesucristo, el hecho de su venida en la carne, de su muerte y de su resurrección, de su exaltación a la derecha de Dios, de su presencia entre los suyos por su Espíritu, de su bautismo y de su Eucaristía» 14. Y esta fe impulsó e impulsa al desarrollo –es Tradición viviente.

 

3. SUJETOS DE LA TRADICIÓN


a. El Espíritu Santo, origen y poder

Lo que ya resonó aquí, ha de ser retomado otra vez expresamente: la Tradición no es un puro objeto cósico, hay que describirlo y ponderarlo con precisión en relación con la Sagrada Escritura y con el Credo de la Iglesia. La Tradición habla más bien de historia, eficaz en el presente como fuerza viva. Y tal vitalidad, que se abre por primera vez en la reflexión sobre la historia, necesariamente sobrepasa la relación cósica en dirección al ámbito de lo personal. La Tradición se descubre como red de relaciones personales, existe en la tensión del yo y el tú, de descubrimiento y sustraerse. Y de esta manera, es más que espacio que conserva el recuerdo; es simultáneamente en cuanto traditio de la obra salvífica de Dios, revelación de su presencia en el tiempo. Testimonia el presente como lugar de la presencia poderosamente salvífica de Dios en el Espíritu Santo. Esto es visible y experimentable en la Iglesia, en el ministerio espiritual y en el sacerdocio general, en la vocación y misión de los cristianos. El Espíritu de Dios como fuerza vital activa es, en consecuencia, por así decirlo «el alma de la Iglesia» 15. Él guía a los fieles a la unidad del pueblo de Dios; él sostiene los sacramentos de la Iglesia. Y él obliga, además, también a distinguir en la Iglesia lo pecaminoso y lo sin mancha, la Iglesia terrena de la Iglesia (celeste) «sin mancha ni arruga», como decían los Padres 16. De aquí que esté también en donde la Iglesia realiza su misión: en la traditio del Evangelio, sin excluir la limitación humana y pecaminosa.

La Tradición eclesial depende siempre de la acción del Espíritu de Dios. Él es el sujeto originario de la Tradición. «El tomará de lo mío y os lo anunciará», dice Jesucristo (Jn 16, 14). Ya los testigos de la historia, conservados en los escritos del Antiguo Testamento, son manifestaciones de la voluntad y mandatos de Dios. Han sido dados como promesa de salvación a su pueblo, y también para todo el mundo. En Jesucristo, esta promesa, no sólo es cumplida (como promesa

  1. CONGAR, Tradition und Kirche, 19.

  2. /bid., 54; cfr. VATICANO II, Decreto «Ad gentes», n. 4 (con la cita de Agustín, Sermo 267, 4).

  3. Cfr. RIEDLINGER, Makellosigkeit der Kirche, esp. «Die kirchl. Schriftteller», 18-68.

de salvación); está abierta al futuro feliz eterno, fundada, como Nueva Alianza, en su sangre. La historia, como lugar de la presencia poderosamente eficaz de Jesucristo, «en el Espíritu» es, en consecuencia, su historia en la Iglesia hasta el final de los tiempos. Y porque esta presencia del Señor resucitado y exaltado siempre es del Espíritu, de la fuerza vital «para la realización de la historia de salvación» 17, la Tradición es testimoniada ya en el Nuevo Testamento como obra del Espíritu Santo, sostenida por el ministerio espiritual de la Iglesia. El anuncio del Evangelio, anuncio que se realiza en la Iglesia y por medio de ella, como mensaje de salvación para todos los pueblos y tiempos «hasta el final del mundo» (Hch 1, 8; comp Mt 28, 20), no pone a la Iglesia en relación permutable con la Tradición por el carácter diferenciado de sus ministerios y tareas. La Iglesia recibe el tesoro de la Tradición no sólo pasivamente como bien confiado (a su responsabilidad) por el Espíritu de Dios; activa también en sí misma es a la vez portadora de la Tradición.

b. La Iglesia «casa de Dios
    y templo del Espíritu Santo»

El don de la Tradición otorgado a la Iglesia es, a la vez, misión para su transmisión. De esta manera, la Tradición que parte de la historia de la vida de la Iglesia, lleva consigo el proceso de comprensión y de una realización siempre actual. Y ella misma se transforma también en este proceso. Forma y contenido se separan. Sólo el Espíritu de Dios es el que en el necesario cambio de la forma, garantiza la identidad de lo conservado en ella. Tal «garantía», sin embargo, no se limita a la abstracción de una fórmula del Credo «verdaderamente» eclesiástica. Ella se convierte más bien, en concreto, en la aceptación creyente; toma cuerpo en la acción por la fuerza de los dones y ministerios regalados por el Espíritu a la Iglesia. En el acontecer de la Tradición, están inseparablemente coordinados entre sí, el Dios que se revela a sí mismo y el destinatario de la revelación. La realidad dialógica-actual en el presente de la revelación, es el fundamento de la Tradición. Por eso la Iglesia renueva su rostro a partir de ella.

De la misma manera que el mismo Espíritu de Dios fundamenta la tradición y él es, a la vez, también su poder, así también hay que explicar diferenciadamente la traditio en su esencia y como parte de la autoconcepción de la Iglesia.

El acontecimiento de la revelación, el Dios que se revela y los receptores inmediatos de la revelación (profetas y apóstoles) van inseparablemente unidos. Aunque unidos en este contexto de fundamentación, no hay que pasar, en efecto, por alto diferencias importantes en el Antiguo Testamento y en el Nuevo Testa-

17. CONGAR, Tradition und Kirche, 51.

mento. Lo mismo que la revelación encuentra en Jesucristo su perfecto punto culminante, de la misma manera los sujetos de la revelación destinados a ella hay que ponderarlos en él, es decir, a partir de él.

El servicio a la revelación hace que se le perciba simultáneamente como fundamento de la transmisión de la fe. Las profecías del Antiguo Testamento están imbricados con «el Profeta», que es, a la vez «el Hijo amado», al que hay que oír (Mt 17, 5 par). Y los apóstoles elegidos por Jesucristo, en su misión continúan la misión del Hijo: «Lo mismo que el Padre me ha enviado, así os envío a vosotros» (Jn 20, 21; cfr. 17, 18). La Iglesia, «signo e instrumento de la unión más íntima con Dios para la unidad de toda la humanidad» (LG n. 1), conoce, a la luz de la Tradición que se le ha confiado, su propio ser y su misión universal. Enviados y testigos, unidos en la Iglesia en la congregatio fidelium, experimentan esta unidad en la misión común, así son, en cuanto Iglesia, portadores en común de la Tradición. Y la traditio significa aquí muy concretamente: «Transmisión de la fe, transmisión de la vida cristiana, que florece en la conducta cristiana de nuestra propia vida, en la confesión de la fe ante los hombres y en la alabanza a Dios» 18. Así la revelación, en cuanto proclamada de una vez y definitivamente y cenada, por tanto, hace que la Iglesia se haga cargo de ella. Se ha de preocupar de la misma transmisión. En consecuencia, la aceptación de servicios y ministerios otorgados por el Espíritu en la Iglesia, significa también, a la vez, asumir una responsabilidad específica en relación con la Tradición. Percibiendo esto, la Iglesia permanece ecclesia semper reformanda. El Espíritu de Dios, que imparte sus dones como quiere, lo hace en relación con la construcción de la Iglesia de Jesucristo. «Existe una clase de degradación -con grados y combinaciones muy diferentes— en lo que se puede calificar su vinculación a lo humano de la historia de salvación, que se extiende desde su don perfecto en Cristo, pasando por las gracias otorgadas a los apóstoles, profetas, Padres de la Iglesia, papas y fundadores de órdenes hasta los ensayos penosamente tanteantes de los teólogos. La historia muestra muchas formas de expresión impugnables o, muy simplemente, menos felices o evoluciones en los campos de la Teología, de la piedad, de la dirección» 19. Precisamente por eso el tomar en serio la Tradición obliga a seguir desarrollándola matizadamente.

c. El Magisterio

También el Magisterio de la Iglesia se encuentra, en lo que refiere a la Tradición, en aquella interna tensión de la que ya se habló. Por una parte, participa de la

  1. Ibid., 49s.

  2. Ibid., 55.

historia de la traditio como de un bien confiado; por otra parte, es tarea del Magisterio hacer oír en cada momento la tradición, de manera que la realidad dada por Dios que se revela sea perceptible en la «palabra». Esto sólo se puede lograr con la fuerza del Espíritu Santo, como ya lo expresó Ireneo «de un modo clásico».

«La predicación de la Iglesia es, desde cualquier punto de vista, inmutable y permanece igual a sí misma; se apoya en el testimonio de los profetas, de los apóstoles y de todo los discípulos [... ] Esta predicación es el contenido de nuestra fe: la hemos recibido de la Iglesia y la conservamos; y bajo la actividad del Espíritu de Dios se rejuvenece continuamente como una especie de contenido precioso en una buena vasija y hace que se rejuvenezca la vasija misma, en la que se encuentra. [... ] Porque en donde la Iglesia está, allí está también el Espíritu de Dios; y en donde el Espíritu de Dios está, allí está la Iglesia y toda gracia. Y el Espíritu es la verdad» 20.

En consecuencia, se ha de preguntar primero: ¿Que contiene la designación «la Iglesia»? El Nuevo Testamento enseña que la Iglesia es «definida» a partir del Espíritu de Dios. Y así puede permanecer abierta «la hora de su nacimiento». Hay que mencionar no sólo el mandato del bautismo21, sino también respectivamente los acontecimientos de la vida de Jesús en la comunidad post-pascual de los discípulos. Lo que expresa la concepción de que la fundación de la Iglesia no interesa como suceso histórico. Lo decisivo es que la Iglesia como realidad querida por Dios y realizada por el Espíritu ya aparece en la Sagrada Escritura, como un acontecimiento complejo, en el que están entretejidos muchos momentos importantes, (en particular hay que referirse ante todo a la emisión del Espíritu por el Crucificado, a la resurrección y exaltación de Jesucristo, a la inspiración de los discípulos por el resucitado, al acontecimiento de Pentecostés en Jerusalén).

«Forma parte del ser de la Iglesia, su estructura social como la de una sociedad constituida jerárquicamente con oficios y poderes, el Espíritu que como un alma la anima y (porque como tal se ha de testimoniar históricamente como comunidad dotada del Espíritu) la manifestación de esta dotación del Espíritu» 22. Lo mismo que hubo que hablar ya de esto para dar adecuada cuenta de la importancia insuperable de la Iglesia apostólica en relación con la recepción de la auténtica revelación por medio de Jesucristo, «en el Espíritu Santo, que introduce

  1. IRENEO de LIÓN, Adversus Haereses 111, 24, 1. Trad. e introd. de N. Brox (Fontes Christiani 8/3), Freiburg i. Br. 1995, 299.

  2. Cfr. KASPER, Gott Jesu Christi, 300: «La confesión trinitaria expresa... la realidad de la que la Iglesia vive como cualquier otro cristiano vive y ha de vivir para ella»; además: R. SCHENACKENBURG, Die Kirche im NT (QD 14). Freiburg 1961. Explica el «mandato del bautismo» a partir de Ef 3, 10. «Los paganos están dentro del plan de la disposición salvífica de Dios; con su incorporación al "Cuerpo de Cristo", recibe la Iglesia, por primera vez, su total figura existencial...» 51.

  3. K. RAHNER, Das Dynamische in der Kirche (QD 5), Freiburg i. Br. 1958, 38.

en toda verdad», de la misma manera hay que dirigir ahora la mirada a la comunidad postpascual en relación con la mediación de la revelación en el espacio de la Iglesia. Aquí no sólo es fundamental «que la successio y la traditio sean las dimensiones propias de la mediación eclesial de la revelación» 23. El Nuevo Testamento pone, además, en claro que toda llamada a ser apóstol o discípulo, hecha por Jesús, incluye un servicio sobresaliente en y para la comunidad, la Iglesia de Jesucristo (cfr. Mt 16, 18). Por eso, lo individualmente-único se encuentra como fundamento permanentemente válido al comienzo de la Iglesia «el carácter único y la peculiaridad del colegio apostólico y la irrepetibilidad de sus cometidos que fundan la Iglesia [...] La unicidad y peculiaridad, la poseen los apóstoles por ser miembros de la unión entre el suceso histórico Cristo y la humanidad creyente. Pero la garantía divina se extiende hasta la infalibilidad personal de los Apóstoles y a toda la institución de la revelación en la comunidad cristiana. El primer periodo eclesial posee, por tanto, carácter normativo para la Iglesia postapostólica» 24. En ella ha sido insertado ya el mencionado carácter único del ministerio apostólico en la continuidad del servicio pastoral del inspector de la comunidad. Por eso, no es de maravillar que ya en los Padres, en lo que se refiere a la Iglesia como conjunto de los creyentes, se entienda sobre todo de los «inspectores» (aquellos que presiden) pero no para asegurar la estructura jurídica de la Iglesia, sino como ejemplo, –en su modo de vivir y piedad integran el «cuerpo de Cristo»– los cuales están puestos al frente del cuerpo de los miembros de la Iglesia. Con esto no se discute, en manera alguna, que prescindiendo de la diferencia estricta entre vida personal y ministerio público, lo que a consecuencia de los enfrentamientos reformadores se puso de relieve enérgicamente, se admitiese partiendo de la Escritura una jerarquía de ministerio junto al sacerdocio común (cfr. 1 P 2, 5-10). Ella «ha recibido la misión y la autoridad o el poder correspondiente, en la sucesión de los apóstoles de conservar y de interpretar, fieles a la verdad, el tesoro apostólico del Evangelio» 25. Lo que testimonia el especial enraízamiento del ministerio en el Espíritu Santo.

De lo contrario sería posible que el error humano superase la verdad divina, que la Iglesia oficial se separase de Dios, se separase de su gracia. Entonces estaría marcada por la ruptura de la Alianza, la cual como nueva y eterna alianza concluida en la sangre de Cristo, celebrada en la Eucaristía, pone de manifiesto el centro de la Iglesia. No sería la Iglesia del final de los tiempos, contra la que las puertas del infierno no pueden nada. Sería todo esto, «no como la visible Iglesia

  1. H.DÖRING, Grundriss der Ekklesiologie, Darmstadt 1986, 234.

  2. Ibid.

  3. CONGAR, Tradition und Kirche, 61.

de los apóstoles constituida jerárquicamente, la de la misión y continuación del ministerio, de la palabra escrita, de los sacramentos perceptibles, no la Iglesia de la Palabra que se ha hecho carne» 26.

Porque la Iglesia está fundada sobre los apóstoles y sobre su misión permanentemente válida y, por eso, es una dimensión histórica, el Espíritu de Dios tiene que asegurar «el ministerio a la Iglesia como testamento permanente para que continúe siendo un lugar de la experimentabilidad de la gracia. (Por eso) se dice, por tanto, a los Apóstoles y a sus sucesores que proceden de ellos en sucesión histórica, que el Señor permanecerá con ellos todos los días hasta el final» 27. El «recto» obrar del ministerio no fluye de un momento interno de este ministerio, sino únicamente de la asistencia del Espíritu de Dios. Así es perceptible también en la traditio, lo carismático del ministerio, sin que haya que afirmar globalmente una intervención del Espíritu en todas las manifestaciones y decisiones o limitar lo carismático al ministerio eclesiástico. Yen cuanto que este ministerio existe por la acción del Espíritu Santo, como magisterio portador de la Tradición, no puede ser concebido como traditio apostolica sin la acción del Espíritu Santo. Es la tarea más característica del oficio jerárquico, conservar la Palabra de Dios proclamada en la Escritura y transmitida por la tradición. «Cumple con su deber, por tanto, sobre todo en la definición de fe y en el proceso del juego lingüístico, que es lo que hace posible sobre todo la unidad de una comunidad de comunicación. Pero, por eso, está determinado esencialmente, de nuevo, por lo pastoral. Magisterio y ministerio pastoral, son dos aspectos de una única misión. Se encuentran primero y siempre de nuevo, cuando esta determinación es de tal especie que deja libertad y permanece abierta, pero esto significa también, que así entendido, unido a la Tradición enseña que la tensión que caracteriza cada época de la historia de la Iglesia, también se da hoy» 28.

El concilio Vaticano II, en la Dei Verbum, lo fundamenta con las palabras: «La Sagrada Tradición [...] la Palabra de Dios confiada por Cristo el Señor y por el Espíritu Santo a los Apóstoles, sigue transmitiendo íntegra a sus sucesores, para que, la conserven, expliquen y propaguen fielmente en su anuncio, bajo la

  1. RAHNER, Das Dynamische in der Kirche, 39.

  2. Ibid., Explicándolo, continúa Karl Rahner:
    «No como si los hombres y su oficio y su derecho no fuesen capaces desde ellos mismos de levantarse contra el Espíritu de Cristo y de negarle, no como si la Iglesia, en cuanto está formada por hombres como tales y así por pecadores, no fuese capaz de convertirse en la Sinagoga del Anticristo. Pero porque la gracia de Dios es ofrecida al hombre no sólo como posibilidad, sino que está prometida a la Iglesia como gracia triunfante, como más poderosa que el pecado, por eso, ya de antemano, es seguro por Dios y por él sólo que el oficio de la Iglesia no sea usado como arma por el hombre contra Dios en el sentido más propio y esencial (aunque fuese posible). En tanto en que el oficio de la Iglesia es él mismo algo carismático, nosotros entendemos algo por carismático, algo opuesto que signifique a lo puramente institucional, administrable por el hombre, calculable, aprehensible en las leyes y normas».

  3. W. BEINERT, Theologie- Tradition. Kirchliches Lehramt, en idem, Vom Finden und Verkünden der Wahrheit in der Kirche. Edit. por G. Kraus, Freiburg i.Br. 1993, 234-246, aquí 245.

guía iluminadora del Espíritu de Verdad» 29. Y por eso, como sigue exponiendo allí el Concilio, es una interpretación estrictamente auténtica de la Palabra de Dios, escrita o transmitida. «Confiada únicamente al Magisterio vivo de la Iglesia, cuyo poder se ejerce en nombre de Cristo» 30. El Magisterio ejerce este servicio «cuando no enseña nada más que lo que está transmitido» 31. Si el Concilio acentúa además de esto «que la Sagrada Tradición, la Sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia, según el sabio decreto de Dios, de tal manera están unidos y asociados entre sí que uno no subsista sin el otro y que todos juntos, cada uno a su manera, sirvan eficazmente a la salvación de las almas por la acción del único Espíritu Santo» 32, entonces la explicación sobre hacia dónde se oriente concretamente el Magisterio es tanto más importante cuanto «la Palabra de Dios, por encargo divino y con la asistencia del Espíritu Santo, la escucha con plena reverencia, santamente la conserva y fielmente lo interpreta» 33. Muchos teólogos se decidieron en el pasado por una explicación del contenido de esta pregunta, cuando equipararon «Tradición» y «la doctrina» del magisterio. Esta posición teológica obliga a preguntarse, no solamente por la espiritualidad que aquí aflora; sino que con esta equiparación ni está resuelto el problema teológico real, ni se tiene en cuenta que, en relación con la Tradición, también adquiere la Teología significación propia.

d. La Teología

En la reflexión sobre la Tradición y sus portadores, se complementan, normalmente mediante reflexiones sobre el sentido de la fe de los fieles, las exposiciones sobre el magisterio eclesiástico y sobre su propia importancia insustituible, para la conservación de la «verdad» del Credo cristiano. En esto, ciertamente, no hay que olvidar la necesidad de explicaciones teológicas y eclesiológicas ulteriores, recurriendo a las afirmaciones concretamente de los concilios Vaticano I y II. Esto se puede decir sobre la relación entre Magisterio eclesiástico y los fieles, que en su conjunto no pueden «eirar en la fe» 34. Lo mismo hay que decir de la Teología científica y de su significado original para toda la Iglesia como también del Magisterio eclesiástico. Para este tema se aducen las siguientes reflexiones, limitadas a la pregunta sobre el significado de la Teología para la Tradición eclesial. ¿La Teología es también «portadora», sujeto de esta Tradición?

  1. DV 9, en este pasaje del Concilio, formulado sin referencia a la tarea específica de la Teología ni tampoco al sensus fidelium.

  2. DV 10.

  3. Ibid.

  4. Ibid.

  5. Ibid., cfr. KKK, n. 86.

  6. LG 12; más detalladamente sobre esto cfr. más adelante C.II.3.d.

Llama la atención que la Teología (científica) –al menos generalmente– 35 viene asociada a 1as «Tradiciones» (o transmisiones), por tanto, con las formas especiales de expresión de la Tradición apostólica36, no diga nada, sin embargo, cuando trata de la traditio eclesial ni de sus mismos portadores. Pero, una ojeada a la historia de la Teología y de los dogmas, exige otra valoración. Prescindiendo de que el primer milenio desarrolla, sobre todo, sólo perfiles de los conceptos mismos de «Magisterio» y «Teología» y también de la plenitud de su contenido 37, y el segundo milenio además, con su fijación en este aspecto, los «llena» de ulteriores contenidos significativos, es un hecho indiscutible que la reflexión teológica, ya desde los tiempos de la Iglesia primitiva, es constitutiva del Credo cristiano. Y más tarde, desde el siglo III, nace una Teología que hay que llamar independiente «y quizás ya científica» 38 caracterizada por la «reflexión, especulación y la sistematización [...]; es una especie de contemplación intelectual [...], de unidad "perichorética" de pensamiento de fe y anuncio de la fe» 39.

Es propia de ministerio episcopal, como sucesor de los apóstoles, la tarea del magisterio, es decir, por una parte, el ministerio de anunciar el Evangelio como un servicio auténtico de testigo, conservado y anunciado en la Iglesia una de Jesucristo. Por otra parte, va necesariamente con el servicio de anunciar, propio también del Magisterio, la protección autorizada del tesoro de la fe, por tanto, un oficio de vigilancia. Finalmente el Magisterio fácticamente va unido con la competencia teológico-científica.

– Inmediatamente después, aparecieron consecuencias y evoluciones importantes. Parte de esto fue la condenación en los primeros siglos, de gran número de obispos en procesos por objeciones doctrinales. Lo que manifiesta que el ministerio de anunciar que ha de ejercer el obispo, se le confía de un modo muy personal. Por otra parte, ya madura en la Patrística la visión de la vinculación del Credo con toda la Iglesia. Se convirtió en praxis corriente lo que ya se insinuó en el llamado concilio de los Apóstoles (Hch 15): Los Sínodos y los Concilios asumen y llevan a cabo la deliberación y corrección de tradiciones y transmisiones de la «verdadera fe», también, necesariamente, con condenaciones doctrinales. La traditio de la fe se toma en serio tanto subjetivamente (comofides qua) como objetivamente (comofides quae): La Tradición de los que atestiguan (la «nube de testigos» (Hb 12, 1) va unida a la traditio de lo atestiguado. Con esto la Tradi-

  1. Incluso CONGAR, Tradition und Kirche, 134s., admite bajo el título «Testigos de la Tradición» sólo a los Padres de la Iglesia pero no a la Teología científica.

  2. Cfr. KKK, n. 83.

  3. Cfr. SECKLER, Kirchliches Lehramt und theologische Wissenschaft. Geschichtliche Aspekte, Probleme und Lösungselemente, en Die Theologie und das Lehramt, edit. por W. Kern (QD 91), Freiburg i. Br. 1982, 17, 62, aquí 21(con Bibl.).

  4. Ibid., 22.

  5. Ibid., 22s.

ción está extensamente imbricada en su eclesialidad; la Teología y el ministerio episcopal encuentran una representación común.

– Con el cambio producido por la Escolástica, se produce un cambio de posición sobre la traditio. La Teología evoluciona desde ahora en la ciencia de la fe, según la concepción aristotélica de ciencia, la cual encuentra su lugar en las universidades. Trabaja racional, discursiva y argumentativamente. Yen estos trabajos científicos se integra también la relación con la Tradición: la traditio no es algo puramente ordenado a la comprensión de la fe, pensada en el horizonte de gracia y personal perplejidad; la Tradición se convierte más bien en sí misma en objeto de examen científico-crítico. Esto no se da claramente compitiendo con el anuncio, bíblicamente fundado, de la fe y el Credo apostolicum; tampoco existe la intención de eliminar la Tradición conservada en la proclamación doctrinal y presentada como normativa. Se trata más bien del mantenerlas juntas completándose, concediendo peso propio a la enseñanza apostólica y a la investigación y profundización científico-racional. Tomás de Aquino habla, en consecuencia, del magisterium cathedrae pastoralis y del magisterium cathedrae magisterialis, como de dos magisterios en la Iglesia. Y lo explica diciendo que tanto los obispos como los Teólogos son quasi principales artífices, unos en relación con el ministerio de dirigir en la Iglesia, otros en la investigación y la enseñanza 40. Así el Aquinate tiene en cuenta simultáneamente el ordo del pensamiento del Medioevo que pone el sacedotium y al imperium, junto al studium41.

Sobre este fondo, se deduce también una explicación de la función que corresponde al Teólogo en lo que se refiere a la Tradición de la Iglesia. El magisterio apostólico y la competencia teológica, que en tiempo de los Padres iban fácticamente unidos, adquieren desde ahora su propio peso fundado en la realidad. Cierto que algunos obispos individuales continúan todavía con la unidad heredada; pero, en conjunto, obispos y teólogos perciben el ministerio que se les ha confiado, de un modo independiente y separado. En esto el offlcium praelationis incluye, por una parte, como lo muestran «los primeros conflictos y procesos de teólogos en el siglo XII y XIII, que el poder jurídico doctrinal en cuestión de doctrina de la fe, residía inequívocamente en el ministerio apostólico en su triple incorporación: obispo, sínodo episcopal, respectivamente Concilio y Papa, lo que, por lo demás, también era completamente evidente para Tomás de Aquino» 42. Por ora parte, se hace mucho más patente en tales conflictos que la reflexión científica de tal tipo, es la que mantiene en su actualidad la verdad heredada. Sin perjuicio del hecho de que los teólogos pueden fracasar también en esta tarea,

  1. TOMÁS DE AQUINO, Quodlibet I, 7, 2 (14).

  2. Cfr. la fundación de las Universidades y el nacimiento de las facultades teológicas: F. VAN STEENBERGHEN, Die Philosophie im 13. Jh., Paderborn 1977.

  3. SECKLER, Kirchliches Lehramt, 33.

esto quiere decir que: Los teólogos no son sólo testigos de la traditio de la Iglesia, de la sagrada tradición de la fe. Son de un modo propio también «portadores» de la Tradición.

Es esclarecedor en este lugar referirse a Giovanni Perrone (1794-1876), uno de los padres fundadores más importantes de la «Escuela romana». Hacia la mitad del siglo XIX constató en sus Praelectiones que: tanto los Padres como los teólogos escolásticos son «testigos y canales de la Tradición y [...] maestros que defienden y explican la doctrina recibida. El mérito de los escolásticos consiste en que han dado una forma sistemática a la doctrina de la Iglesia y la han definido con más precisión por medio de formulaciones. En esto han seguido la doctrina aceptada de la Iglesia y de la tradición, y su testimonio es en eso incontestable» 43. Ciertamente que hay que tener en cuenta todavía que, así continúa escribiendo Perrone, que la verdad pensada de un modo teológico-científico, cuyo contenido procede tanto de la antigüedad como de la Tradición, encontró, gracias a los Escolásticos, una forma condicionada por el tiempo. –Y precisamente así, confirma él la importancia que tiene no sólo para los escolásticos, sino para la Teología en general, la Tradición eclesiástica en su plenitud incluye a la Teología como fundamento de ésta44.

e. El pueblo de Dios y su sensus fidelium

El concilio Vaticano II, en su Constitución sobre la Iglesia, Lumen Gentium, habla de la Iglesia como mysterium y «Pueblo de Dios», concibe, por tanto, la realidad de la Iglesia a partir de la acción del Espíritu de Dios. Los fieles, partícipes del sacerdocio común, participan en el «sacerdocio ministerial, es decir, el sacerdocio jerárquico», mutuamente coordinados los dos, «cada uno [partipa] del sacerdocio de un modo especial» (art. 10). Lo mismo hay que decir también de la participación «en el ministerio profético de Cristo» (art. 12), por el cual, la totalidad de los fieles no pueden errar. El sentido sobrenatural de la fe, une de un modo concreto, a «todo el pueblo de Dios» 45. Esta exquisita nota del Concilio, aclarada con una cita de Agustín46, indica el camino de la superación de una tensión intraeclesial, que se articula, no en último término, como la descripción de la coordinación y límites, en la mutua relación. De los más diversos planos de jerarquía y laicos e incluye también, en lo referente a la Tradición eclesial, la coor-

  1. KASPER, Tradition, 175 con la cita de PERRONE, Praelectiones III, 224s., n. 456.

  2. Para la explicación de este pensamiento hay que remitir también la historia de las herejías. Cfr. sobre esto: H. FICHTENAU, Ketzer und Professoren. Häresie und Vernunftglauben im Hochmittelalter. München 1992.

  3. Cfr. W. BEINERT, Tradition. Der Galubenssinn der Gläubigen in Theologie- und Dogmengeschichte. Ein Überblick, en Der Glaubenssinn des Gottesvolkes – Konkurent oder Partner des Lehramts? Edit. por D. Wiederkehr (QD 151), Freiburg i. Br. 1994, 66-131, aquí 100s.

  4. Texto: AGUSTÍN, De praed. sanct. 14, 27; PL 44, 980.

dinación de magisterio y laicos. Ésta, como, se dice en la Dei Verbum (n. 10), como herencia de la fe de toda la Iglesia, está confiada únicamente al Magisterio viva de la Iglesia para su interpretación auténtica.

Pero, ¿se ha rechazado con esta afirmación que el «no-poder-errar» en la fe incluya su aceptación actual y la traducción de la Tradición en la vida práctica? También el «Catecismo de la Iglesia Católica» que aquí es necesario que esto se explique. En primer lugar apone su acento concretamente (n. 87) en lo referente a los fieles, sin entrar en su posesión del Espíritu, sólo «el dócil oír» las enseñanzas e instrucciones de los pastores. Pero luego hace constar, acertadamente, que «todos los fieles [...] participan de la comprensión y transmisión de la verdad revelada. Han recibido la unción del Espíritu Santo, que les instruye y guía hacia toda la verdad» (n. 91) 47. El Catecismo cita, además, no sólo la afirmación ya mencionada de LG sobre «el sentido sobrenatural de la fe» 48; señala, además, expresamente, la posibilidad de un crecimiento en la comprensión de la fe. «Gracias a la asistencia del Espíritu Santo, puede crecer en la vida de la Iglesia la comprensión de las realidades y de las formulaciones de la herencia de la fe: –por medio de la meditación y del estudio de la fe, que consideran en sus corazones» 49.

Por tanto hay que mantener, en primer lugar, que: Es de la incumbencia de todo fiel, en relación con la Tradición, la transmisión del tesoro de la fe, por tanto, algo de importancia fundamental. Esto, en segundo lugar, según el concilio Vaticano II es válido «siempre de un modo peculiar». Una descripción de las tareas del Magisterio en relación con el tesoro de la fe, llamado, con razón, anuncio e interpretación auténticos de la fe, no ha de pasar por alto en silencio o recelar, por tanto, el que los fieles estén dotados del Espíritu, por el contrario ha de procurar mostrar el sensus fidelium, convertir «la conciencia de fe del Pueblo de Dios [...] en criterio primario de la Tradición» 50. También la argumentación «emancipada» opuesta, que subrayando las competencias llamadas laicales, silencian su incorporación en el conjunto de la Iglesia organizada jerárquicamente, como don indebido del Espíritu de Dios, hará bien en interrogar, precisamente en este aspecto, la Sagrada Escritura y la historia de los dogmas.

Aquí se manifiesta, concretamente, no sólo que el Nuevo Testamento ofrece ya un firme fundamento para esclarecer el sensus fidelium. El sentido de la fe de los fieles y el consenso en la fe, forman parte del núcleo de la traditio ecclesiastica y fueron, en todos los grandes períodos de la historia de la Iglesia, factores teológicos de gran influjo y peso» 51.

  1. Con la cita a Jn 16,13.

  2. Textode LG 12.

  3. Cita de DV 8.

  4. RATZINGER, Tradition, 296.

  5. BEINERT, Glaubenssinn der Gläubigen, 76s.; Belege aus der Kirche und Dogmengeschichte, Ibid., 79s.

Puede mostrarse esto, a modo de ejemplo, en los dos dogmas marianos «recientes». También aquí aparece claro de qué modo «los fieles» son (también) realmente portadores de la traditio con su sensus fidelium52. El 8 de diciembre 1854 el papa Pío IX anunció, como verdad infalible, y, por tanto, como parte irrenunciable del contenido eclesial de la fe: «La doctrina de que la beatísima Virgen María, por una distinción especial de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, Redentor del género humano, permaneció preservada de toda mancha de pecado original en el primer momento de su concepción, lo que está revelado por Dios y, por tanto, ha de ser creído firme e inmutablemente por todos los fieles» 53. Y el 1 de noviembre de 1950 el papa Pío XII anunció solemnemente: «La Inmaculada, siempre Virgen María, Madre de Dios, una vez terminado el curso de su vida terrestre, fue asumida en cuerpo y alma en la gloria celeste» 54. Como muestra la fórmula solemne de la proclamación, se sigue desarrollando en ambos dogmas el tesoro de la fe de la Iglesia, su traditio. Se tiene en cuenta aquí la dignidad de María la Madre de Dios, expresada en el artículo de fe: «Jesucristo, concebido por el Espíritu Santo, nacido de María, la Virgen». El concilio de Efeso (431) profesó solemnemente esta dignidad de María, que presupone una cercanía especial a Dios de la Madre de Dios desde el comienzo de su vida y que pide, a la vez, una consumación inmediata de su «ser-en-Dios» al final de su vida terrena. La acción del Espíritu de Dios, que fundamenta la maternidad divina, es parte también de las experiencias fundamentales de la vida cristiana de cada uno. Por medio del Espíritu Santo se da el perdón de los pecados, concedido en el sacramento de la penitencia al pecador arrepentido; y es el mismo Espíritu quien, en el bautismo y confirmación, regala la filiación divina como promesa de comunión eterna, feliz con Dios. De estas experiencias fundamentales de la acción del Espíritu en la vida cristiana no puede excluirse María, ya que su dignidad, como se ha dicho, se debe únicamente a la acción indebida del Espíritu de Dios. El sentido «certero» de la fe de los fieles, se ha manifestado en estos dos dogmas no sólo como guardián pasivo de la Tradición; sino que se manifiesta como intérprete activo de ella. La «proclamación en cada tiempo y la praxis de la Iglesia [son] llamados criterios de definibilidad 55 de verdades, inherentes al depósito de la fe. Ambos dogmas marianos subrayan enérgicamente «en la conciencia de fe de la Iglesia de todos los tiempos [...] [se pone de manifiesto] el carácter de revelación de la correspondiente opinión doctrinal» 56.

«Assumpta quia immaculata»: «Porque María permaneció preservada de todo pecado original, ha sido elevada en cuerpo y alma al cielo». Hicieron bien

  1. Cfr. W. KNOCH, Sensus fidelium, 77-80.

  2. DH 2803.

  3. DH 3903.

  4. G. SÖLL, Marilogie (HDG 111/4), Freiburg i.Br. 1978, 212.

  5. Lbid., 223s.

de emprender los papas Pío IX y Pío XII, con el poder petrino, esta dogmatización; y la coordinación de la autoridad oficial de enseñar y el sensus fidelium están aquí perfectamente fijados como realidad eclesial, en consonancia con la confesión de fe de jerarquía y laicos. También estas concepciones, que profundizan en el tesoro de la fe de la Iglesia, son fruto del Espíritu de Dios, al que se debe la Iglesia cómo mysterium y «Pueblo de Dios».

A la luz de esta declaración se puede despejar ahora el error de que subrayar el sensus fidelium implica la fijación en una «competitividad» con el Magisterio eclesiástico 57. Precisamente la mirada a ambos dogmas marianos ha mostrado concretamente: Ni una discusión sabia «oficial» ni preferencias personales, buenas intuiciones y acentos subjetivamente legítimos no son tampoco fórmulas dogmáticas solemnes que «creen» una verdad infalible de fe y que así, desarrollen la traditio de la Iglesia Hay que explicar y profundizar, ciertamente, la irrenunciable misión del Magisterio de dirigir la fides catholica; pero el fundamento del todo lo da a conocer plenamente, sobre todo, la acción del Espíritu Santo. Es decir, el Espíritu, que comunica sus dones de la manera «como él quiere», reparte «también dones especiales entre los fieles de cualquier estado» 58. Al dirigir el Concilio la mirada aquí a los múltiples carismas que se le han dado al «Pueblo de Dios», los explica en el llamado «capítulo de los laicos», porque les atribuye expresamente la participación en el triple ministerio de Cristo, «a su manera». Y sobre los sacerdotes dice el Concilio, en otro pasaje, que han de tratar de descubrir con su sentido de la fe los carismas de los laicos59. Cuanto más se objetive, por tanto, el sensus fidelium, tanto más necesidad tiene del ministerio espiritual, que –«instituido» en la objetividad sacramental «de la Iglesia»– se consolida en el sentido de la fe conservada en la regula fidei como norma de fe.

Por tanto, mantengamos con firmeza: Porque cada bautizado participa en el triple ministerio de Cristo, existe el sensus fidelium, el cual realiza lo propio y peculiar de cada «estado» de la Iglesia. Pero esto no significa más que: el sensus fidelium es un don, ordenado a la Iglesia como visible «Pueblo de Dios», con estructura jerárquica y ordenado al desarrollo de sus servicios y ministerios. Este «sentido certero de la fe», es confianza operada por el Espíritu de Dios, que sostiene a la Iglesia en conjunto y que se ha testimoniado hacia fuera como creíble. Este servicio de testimonio, lo ha de realizar cada uno a su manera en la Iglesia, tanto el Magisterio auténtico, como los «laicos». Precisamente el camino hacia los dogmas marianos de 1854 y 1950 permite explicar que el sensus fi-

  1. HJ. POTrMEYER, Rezeption und Gehorsam —Aktuelle Aspekte der wiederentdeckten Realität «Rezeption», en Glaube als Zustimmung zur Interpretation kirchlicher Rezeptionsvorgänge, ed. por W. Beinert (QD 131), Freiburg i. Br. 1991, 51-91, aquí 73.

  2. LG 12.

  3. Cfr. SO 9.

delium, con la infalibilidad que lo acompaña, está «directamente» conservado como tal en el mismo Magisterio episcopal apostólico y vinculante. Los obispos, por su parte, de acuerdo con su oficio, han planteado el problema de «la Iglesia»; siendo ellos mismo parte integrante del sensus fidelium, han confirmado a «la Iglesia» como comunidad de fe, que se concibe a sí misma, a partir de la acción del Espíritu Santo.

Las dificultades intraeclesiales de cada momento se convierten en un peso abrumador cuando ya no se puede percibir la transparencia de la vida eclesial en el sensus fidelium común, y se convierten en escándalo cuando la experiencia de la confianza decreciente «en» la Iglesia no suscita ya más la pregunta sobre el fundamento de la propia fe y, con esto, la apelación a una fuerza renovadora del Espíritu de Dios en el sensus fidelium. La Iglesia es en cuanto mysterium del Espíritu de Dios, congregatio fidelium en el Espíritu Santo. Y, por eso, tiene vigor la frase de Ireneo de Lión: «¡Donde está la Iglesia, allí está también el Espíritu de Dios; y donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y toda gracia. Pero el Espíritu es la Verdad» 60.

60. IRENEO DE LIÓN, Adversus haereses I11, 24,