La Teología de San Ireneo
Escatología

La resurrección y la nueva Jerusalén.

Dice Isaías: «Habrá un cielo nuevo y una tierra nueva, y ya no se acordarán de lo de antes, ni les vendrá a la mente, sino que encontrarán allí gozo y exultación» (Is 65, 17-18), Esto es también lo que dijo el Apóstol: «Porque pasa la figura de este mundo» (I Cor 7, 31)... Cuando pasen, pues, estas cosas que hay sobre la tierra dice Juan, el discípulo del Señor, que bajará la nueva Jerusalén de arriba, como una esposa que se ha adornado para su marido: éste será aquel tabernáculo de Dios en el que Dios habitará con los hombres. De esta Jerusalén es imagen aquella otra Jerusalén terrena, en la cual los justos se van entrenando para la incorrupción y se van preparando para la salvación... Y esto en manera alguna hay que tomarlo como metáfora, sino que todo ello es firme y verdadero y sustancial, como que está hecho por Dios para disfrute de los hombres justos. Porque así como existe verdaderamente el Dios que resucita al hombre, así también el hombre resucita verdaderamente de entre los muertos, y no sólo metafóricamente... Y así como resucita verdaderamente, así también se entrenará para la incorrupción, y crecerá y se fortalecerá en los tiempos del reino, para hacerse capaz de recibir la gloria del Padre. Finalmente, cuando todo haya sido hecho nuevo, vendrá a habitar realmente en la ciudad de Dios... Ya que son hombres verdaderos, verdadera ha de ser también su plantación: no pueden caer en la nada, sino progresar en el ser. Porque la sustancia y materia de la creación no desaparecerá, ya que el que le dio el ser permanece verdadero y firme, sino que «pasa la figura de este mundo» (I Cor 7, 31) para aquellos que cometieron transgresión, pues para ellos envejeció el hombre. Por esto, en la providencia que Dios tiene de todas las cosas, esta figura fue hecha temporal... pero cuando haya pasado esta figura., y el hombre haya sido renovado y haya recibido tal vigor en orden a la inmortalidad que ya no pueda de nuevo envejecer, entonces será el cielo nuevo y la tierra nueva. En aquella nueva condición permanecerá el hombre siempre nuevo, conservando cosas nuevas con Dios. Y que esto durará sin fin, lo dice Isaías: «De la misma manera que permanecen ante mi faz el cielo nuevo y la nueva tierra, dice el Señor, así permanecerá también vuestro linaje y vuestro nombre» (Is 66, 22)... 77.

El Apóstol proclamó que la «creación seria liberada de la servidumbre de la corrupción para alcanzar la libertad de los hijos de Dios» (Ro». 8, 21). Y en todas las cosas, y a través de todas, se manifiesta el mismo Padre, el que modeló al hombre, el que prometió la tierra a los padres, y el que extendió esta promesa hasta la resurrección de los justos, cumpliendo lo prometido en el reino de su Hijo. Más aún, paternalmente otorgó lo que ni ojo vio, ni oído oyó, ni penetró jamás en el corazón del hombre (cf. l Cor 2, 9). Porque, uno es el Hijo que llevó a cumplimiento la voluntad del Padre; y uno es el género humano, en el que tienen cumplimiento los designios misteriosos de Dios: «los ángeles desean contemplarlo» (I Pe 1, 12), pero no pueden llegar al cabo de la sabiduría de Dios por la cual su creatura alcanza la perfección al conformarse con su Hijo e incorporarse a él: a saber, que el primogénito que de él procede, el Verbo, descienda a la creación que es obra de sus manos y sea recibido en ella, y a la vez, que la creación sea capaz de recibir al Verbo y de ponerse a su nivel, por encima de los ángeles, hasta llegar a ser a imagen y semejanza de Dios 78.

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77. Ibid. V, 35, 2ss.
78. Ibid. V. 36, 3.