CAPÍTULO TERCERO

EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA SOBRE LA EUCARISTÍA

 

            La fe de la Iglesia en la Eucaristía, confesada con toda la riqueza de aspectos resaltados por los Padres en las catequesis y en los comentarios bíblicos, celebrada y confesada en la celebración misma de los misterios con los textos de las plegarias eucarísticas, se conservó íntegra, excepto por algunas leves pero totalmente insignificantes rupturas, a lo largo de los diez primeros siglos del cristianismo. Esta unanimidad a la cual todavía hoy podemos tener acceso en las fuentes patrísticas, comunes a Oriente y Occidente, es estímulo de unidad eucarística en la fe y en la vida para todos los cristianos.

            Con el medievo esta fe experimenta algunos traumas. En primer lugar con la tendencia racionalista en la interpretación de la verdad de la Eucaristía como presencia real del cuerpo y de la sangre del Señor. Pero es sobretodo en el siglo XVI donde la fe sobre el misterio eucarístico es turbada por parte de Lutero y los otros reformadores los cuales, con diversos matices, niegan el sentido sacrificial de la Eucaristía, la permanencia de la presencia del Señor en las especies eucarísticas después de la celebración y, por lo tanto, el culto de la Eucaristía fuera de la Misa, y para no negar la presencia real, como Lutero que profesa su fe en la presencia, ofrecen explicaciones insuficientes para salvaguardar el sentido real de la presencia de Cristo en la Eucaristía.

            Estas negaciones que se apartan claramente de la gran tradición de la Iglesia del primer milenio, marcan profundamente la Iglesia de Occidente, especialmente la Reforma. Pero también en el campo católico, hasta el siglo XI, aparecen interpretaciones del misterio que no dan plena razón de la fe de la Iglesia.

            Nuestro siglo, tras la firme exposición de la tradición católica hecha en el concilio de Trento y conservada sin peligros durante cuatro siglos, ha visto una doble tendencia. Por una parte la manifestación de ciertas teorías interpretativas del misterio eucarístico que no corresponden con la fe de la Iglesia; y por otra una recuperación y un enriquecimiento de la teología del misterio eucarístico en la gran polifonía de los aspectos puestos de relieve en la tradición de Oriente y de Occidente.

            Se puede afirmar que en este nuestro tiempo a nivel de reflexión, de celebración y de compromiso, la Iglesia ha tratado de confesar y de vivir la Eucaristía en toda la plenitud de aspectos. En esta recuperación no son extraños también los cristianos de la tradición que se inspira en la Reforma protestante. La búsqueda de una mejor comprensión de la Eucaristía está en acto; y hay una especie de «nostalgia» por la recuperación de aquella unidad de fe, y de vida eucarística que, inspirada en las fuentes de la revelación, fue patrimonio de la doctrina común de la Iglesia de los primeros diez siglos, cuando la Iglesia estaba unida. Dicha teología, como se verá, es expresada de modo egregio, aunque no elaborado, en las plegarias eucarísticas de la tradición occidental y oriental.

            Aunque reservando para la segunda parte del tratado el estudio más específico y circunstanciado de algunas intervenciones del Magisterio, especialmente en torno al tema del sacrificio y de la presencia real, está bien tener hasta ahora una visión sinóptica de las diferentes intervenciones de la Iglesia y de las razones históricas que lo han provocado, para poder colocar adecuadamente, junto a la Revelación y a la tradición primitiva, la norma próxima de fe del Magisterio, tan importante en el ámbito de la doctrina eucarística.

            En el espacio histórico ahora descrito, se pone de relieve la atención vigilante del Magisterio de la Iglesia católica en confrontación con la doctrina y la praxis referentes al misterio eucarístico. Intervenciones dogmáticas y teológicas, litúrgicas y disciplinares, por conservar intacta la fe se han sucedido desde el medievo hasta nuestros días, cada vez que esta fe ha sido negada, o simplemente puesta bajo sospecha o resquebrajada. El papel del Magisterio ha sido providencial para descubrir y condenar los errores, para favorecer y nutrir la verdadera fe del pueblo de Dios y para mantener en toda la pureza y riqueza la fe eucarística de la Iglesia. Un simple repaso de las intervenciones del Magisterio al respecto se ofrece como la historia de la fe de la Iglesia desde el medievo hasta nuestros días.

 

            En el siglo XI el Sínodo de Roma (con diversas intervenciones en Vercelli y Florencia) en el año 1059 impone a Berengario de Tours (999-1088) una profesión de fe eucarística que afirma con fuerza y realismo la presencia de Cristo en la Eucaristía, negada precisamente por Berengario. En 1079 esta confesión se volvió a proponer con un nuevo texto que, al afirmar con fuerza el realismo de la presencia y la conversión sustancial, parece más sobrio que la anterior profesión de fe en la terminología (DS 690 y 700).

 

            En el siglo XIII el concilio Lateranense IV (1215) define en algunos cánones la recta doctrina católica, ahora ya elaborada filosóficamente, sobre la presencia real y la transustanciación (DS 802).

 

            En el siglo XV el concilio de Constanza (1414/1418) precisa algunos puntos de la doctrina eucarística contra J. Wycliffe (DS 1151-1152).

 

            En el siglo XVI el concilio de Trento afronta de manera sistemática y autorizada la proclamación de la doctrina católica sobre la Eucaristía contra los errores de Lutero, Calvino y Zwinglio. Fruto de este estudio son: a) en la sesión XIII (1551) la doctrina y los cánones sobre la presencia real, la transustanciación y el culto eucarístico (DS 1635-1661); b) en la sesión XXI (1562) el decreto sobre la comunión bajo las dos especies (1725-1734); c) en la sesión XXII (1562) la doctrina sobre el sacrificio de la misa (DS 1738-1760).

            La doctrina del concilio de Trento, amplia, articulada, precisa, queda como un punto firme de la doctrina de la Iglesia católica sobre la Eucaristía, también por el hecho de que las grandes afirmaciones de los capítulos doctrinales han sido formuladas en los cánones como dogma de fe, según la revelación y la tradición de la Iglesia.

 

            En el siglo XVIII con la Bula «Auctorem fidei», Pío VI condena los errores del Sínodo de Pistoia, entre los cuales uno hace referencia al alcance dogmático del concepto de transustanciación (DS 2629).

 

            En el siglo XX la atención del Magisterio de la Iglesia hacia el misterio eucarístico es rica en documentos y orientaciones. Destacamos los más importantes.

 

            Pío X ofrece los documentos Sacra Tridentina Synodus de 1905 sobre la comunión frecuente (DS 3375-3383) y Quam singulari sobre la primera comunión de los niños, en 1910 (3530-3536).

 

            Del Magisterio eucarístico de Pío XII es justo recordar la encíclica Mediator Dei sobre la sagrada liturgia (1947), con particular atención a la doctrina sobre el sacrificio eucarístico (DS 3840-3855). En su famosa encíclica Humani generis sobre los errores teológicos modernos (1951), hay una autorizada toma de posición por una clara explicación católica de la presencia real (DS 3891). Hasta los últimos meses de su vida Pío XII tuvo una vigilante atención a la sacralidad del misterio eucarístico y a la recta doctrina sobre la presencia real y sobre la transustanciación.

 

            Pablo VI en 1965 promulga la encíclica Mysterium Fidei sobre la presencia real y sobre el sacrificio eucarístico, para condenar las interpretaciones minimalistas de la transignificación y de la transfinalización. La encíclica de Pablo VI fue promulgada el día 3 de septiembre de 1965, que entonces era memoria litúrgica de san Pío X, Papa de la Eucaristía. Esta Encíclica publicada la vigilia de la convocatoria de la última sesión conciliar, estuvo precedida por autorizadas intervenciones del Papa durante los meses de abril y junio del mismo año. Estas intervenciones fueron provocadas por las teorías que fueron difundiéndose entre algunos teólogos, especialmente en Holanda, sobre la presencia real y la transustanciación.

 

            El Vaticano II en su Magisterio ha ofrecido una amplia cosecha de textos eucarísticos que forman, en su conjunto, una rica y autorizada síntesis de teología cristiana. En la doctrina del Vaticano II tenemos casi un centenar de textos sobre el misterio eucarístico. El Documento Eucharisticum Mysterium (1967) ha ofrecido una síntesis autorizada de esta doctrina conciliar. Muchos documentos de la reforma litúrgica postconciliar tienen una estrecha relación con la fe eucarística y con la renovación de la celebración de la Eucaristía. La fe tradicional no está resquebrajada, más bien se ha tratado de ofrecer un enriquecimiento de los aspectos globales.

 

            Entre estos documentos es preciso recordar la Constitución Missale Romanum que sanciona la reforma del nuevo rito de la Misa, la introducción de la concelebración, de las nuevas plegarias eucarísticas, de la comunión bajo las dos especies, etc. Históricamente se debe recordar que una primera redacción de los Preliminares al Novus Ordo Missae (1969) fue fuertemente criticada por algunos autores. Esto llevó a una notable revisión del texto de la Constitución Missale Romanum (1970) con la añadidura de un Proemio y de la Institutio Generalis del Misal Romano, con la corrección de algunos números, en particular de los nn. 7, 48, 55...

 

            Juan Pablo II ha enriquecido el Magisterio eucarístico de nuestros tiempos con amplias intervenciones, a lo largo de todo su pontificado. El documento magisterial más autorizado, emanado hasta ahora sobre el misterio eucarístico es, sin duda, la Carta a los Sacerdotes con ocasión del Jueves Santo de 1980, con el título Domenicae Coenae, publicada el 24 de febrero de 1980, seguida por la Instrucción de la (entonces) Sagrada Congregación para los Sacramentos y el Culto Divino Inaestimable donum (3 de abril de 1980). Este documento toma posición decididamente contra los abusos litúrgicos y propone de nuevo el misterio eucarístico según la doctrina tradicional de la Iglesia confirmando algunos temas venerados en la teología de Juan Pablo II: la sacralidad de la celebración, el sentido comprometido de la participación en el sacrificio, la Eucaristía como bien supremo de la Iglesia, la relación entre Eucaristía y caridad fraterna, etc.

            Este documento posee una rica documentación patrística y litúrgica en las notas que dejan entrever a un gran experto como colaborador en la redacción (L. Ligier, SJ).

            En el Catecismo de la Iglesia Católica tenemos una amplia exposición de la doctrina católica sobre la Eucaristía. Ésta se encuentra en la segunda parte, en la sección referente a los sacramentos. Dicho compendio ofrece de manera articulada tanto la riqueza de la tradición, como la claridad del Magisterio de la Iglesia, con una atención particular al sentido complementario de la visión del misterio por parte de Oriente y de Occidente.

            La articulación de la exposición del Catecismo nos ofrece ya la clave de lectura de una doctrina plenamente tradicional y renovada a la luz del Vaticano II:

            Tras una breve introducción (nn. 1322-1323) se delinea la realidad de la Eucaristía como fuente y culmen de la vida eclesial (nn 1324-1347) y se explican los diversos nombres (nn. 1328-1332); se presenta la Eucaristía en la economía de la salvación, con una breve síntesis de carácter bíblico: el pan y el vino, la institución y el memorial (nn. 1333-1344). Se evidencia la continuidad de la estructura celebrativa de la Eucaristía, desde el segundo siglo hasta la celebración actual (nn. 1345-1355). Se describe el sacrificio sacramental en su dimensión trinitaria: acción de gracias al Padre, memorial del sacrifico de Cristo y de la Iglesia, presencia de Cristo obrada por el Espíritu Santo (nn. 1356-1381). Se presenta la Eucaristía como banquete de comunión (nn. 1382-1401). El tratado finaliza con la presentación del misterio eucarístico en su dimensión escatológica (nn. 1402-1405). La síntesis doctrinal comprende los nn. 1406-1419.

            Esta breve reseña de los documentos más importantes del Magisterio de la Iglesia nos servirá de punto de referencia en la exposición sistemática de los grandes temas del misterio eucarístico; en el Magisterio, en efecto, encontramos la norma próxima de nuestra fe; esto vale especialmente para la Eucaristía, cuya doctrina ha sido competentemente definida en los aspectos más cualificados, como por ejemplo, sobre el sacrificio de la misa y la presencia real del Señor en la Eucaristía 35.