7 de Setiembre
Santa Regina
mártir
Los niños piden -al menos así lo hacían en tiempos pasados- a los mayores que
les cuenten un cuento a la hora de dormir. La condescendencia de los que les
quieren, procurando su bien dormir, les lleva a ilustrar su imaginación con
historias que unas veces son sólo producto del genio humano y otras... adornan
la verdad de hechos ocurridos en la ordinariez de la vida con amplificaciones
que hacen fantástica, amable y hasta apasionante la historia real. No sé si la
historia de Regina servirá para rellenar esos momentos previos al descanso
nocturno de los pequeños, pero no me cabe duda de que sí servirán a los adultos
para que detengamos un momento nuestro ardoroso caminar.
Regina es palabra latina que se vierte al castellano por Reina. Así se llamaba
nuestra protagonista de hoy. Fue una francesita hija de padre romano y de madre
gala. Era el tiempo del Imperio. Cuando tenía quince años conoció a Cristo y le
entregó su corazón, se bautizó y decidió darle para siempre su virginidad.
Es hermosa en demasía. El prefecto romano se enamoró de ella al verla. En su
presencia, Regina confiesa su fe.
Desde este momento comienzan las dificultades para la fidelidad. Fue puesta en
la cárcel y con una amenaza: al regreso del prefecto, que necesariamente ha de
ausentarse, ella debe haber cambiado de religión o conocerá el furor romano.
Sucede a la vuelta del personaje lo previsible con la gracia de Dios. Ella se
niega a sacrificar a los ídolos, llegan las torturas, los hierros arañan y
cortan su carne. También hay prodigios del Cielo: se producen terremotos, se
oyen voces celestiales... hasta una paloma se acerca para consolarla, darle
ánimos y curarla.
El ejemplo es tan llamativo que la gente se convierte a centenares. Por fin, es
degollada.
La candidez de la historia narrada, pletórica de elementos hiperbólicos y de
adornos donados por la fantasía, expone un drama común y diario de mucha gente
que bien merece la atención y el mimo del poeta, me refiero a todos esos que
están dispuestos en serio a dar la vida por la fe que tienen y, llegado el
momento, darla.
Fuente: Archidiócesis de Madrid