San Pablo Miki: *
Tsunokuni (Japón), 1564 / + Nagasaki (Japón), 5-febrero-1597
Los 26 mártires: B. 14-septiembre-1627 / C.
8-junio-1862
A finales del siglo XVI surgieron en Japón grandes turbulencias políticas. Hideyoshi, jefe supremo del Gobierno, logró consolidar un fuerte poder militar, denotando a todos los señores feudales que mantenían dividido al país. En 1587 publicó el primer edicto de prohibición del cristianismo, por el que quedaban expulsados de Japón todos los misioneros extranjeros. Así pretendía alejar el peligro de una posible invasión de Japón por los gobiernos extranjeros. Aunque no hizo cumplir aquella orden de un modo muy estricto, la libertad religiosa se había acabado. Un signo dramático de la nueva era fue la crucifixión de 26 cristianos el 5 de febrero de 1597 en Nagasaki: este grupo incluía a extranjeros y japoneses, que eran franciscanos, jesuitas y laicos.
CRUCIFIXIÓN DE
FRANCISCANOS, JESUITAS, LAICOS
Hideyoshi había firmado la sentencia en el castillo de Osaka. En Nagasaki se encargó de ejecutarla Terazawa Hazaburo, hermano del gobernador de Nagasaki. Los mártires habían caminado desde Kyoto a Nagasaki en medio de los rigores del invierno. A las 10 de la mañana del 5 de febrero estaban ya preparadas las cruces donde iban a ser ejecutados. Terazawa, encargado de llevar a cabo la orden de Hideyoshi, era amigo de Pablo Miki, un jesuita que se encontraba en el grupo de los mártires. Esto hizo que Terazawa permitiera a dos jesuitas, los padres Pasio y Rodríguez, atender a todos antes de la ejecución. Poco después comenzaron a llegar al lugar del martirio los soldados de la escolta y los mártires, divididos en tres grupos, cada uno encabezado por dos franciscanos. Todos rezaban el rosario. Tenían las manos atadas, y sus pies descalzos iban dejando manchas de sangre por el camino. El «vía crucis había durado un mes. Llevaban cortada la oreja izquierda, señal de su condena a muerte.
Apenas llegaron todos, los soldados empezaron a fijar los cuerpos en los maderos con unas anillas de hierro en las manos, pies y cuello de las víctimas; una cuerda a la cintura bien atada los dejaba fijos a los maderos. Cuando estaban todos listos, los soldados levantaron las cruces y las dejaron caer en los hoyos que ya estaban preparados. La colina parecía sembrada de cruces.
Delante de todos los mártires aparecía la tabla en que estaba escrita la sentencia: «Por cuanto estos hombres vinieron de Filipinas con título de embajadores y se quedaron en Miyako (Kyoto) predicando la ley de los cristianos que yo prohibí rigurosamente los años pasados, mando que sean ajusticiados junto con los japoneses que se hicieron de su ley...»» Los extranjeros que estaban entre los mártires habían llegado en el galeón San Felipe, que había encallado cerca de las costas japonesas, en su viaje de Filipinas a Nueva España. Estos religiosos españoles habían sido declarados enemigos de Japón, por considerar que querían conquistar aquellas islas para la Corona de España. Ésta fue la chispa que desató el fuego de una persecución que ya estaba en ebullición hacía tiempo.
DESDE LA CRUZ,
ALABABAN A DIOS CON ALEGRÍA
Los mártires cantaban salmos, alababan a Dios con sus oraciones y amonestaban a la muchedumbre que se había ido reuniendo para que fuesen fieles a la fe por la que ellos morían. Entre ellos había tres niños que habían querido unirse al grupo de los mártires. Con una alegría contagiosa, cantaban los salmos que habían aprendido en la catequesis: «Alabad, niños, al Señor, alabad su santo nombre. Desde donde sale el sol hasta el ocaso, sea alabado el nombre del Señor». Los padres Pasio y Rodríguez iban de una cruz a otra para atender a los mártires y confortarlos con sus palabras. Juan de Goto, uno de los tres jesuitas que había en el grupo, había hecho los votos religiosos en la Compañía poco antes de salir para el martirio. Los otros dos eran Pablo Miki y Diego Kisai.
La cruz de fray Felipe de Jesús (-
5 de febrero), franciscano mexicano, no quedaba ajustada a su cuerpo; el sedile quedaba muy bajo, y todo el cuerpo colgaba de la anilla del cuello; esto le hacía ahogarse por momentos. Lo vio Terazawa y mandó que los verdugos alancearan el cuerpo, con dos lanzas cruzadas a la manera japonesa. Éste fue el comienzo de las inmolaciones. Eran cuatro los verdugos que empezaron a clavar sus lanzas en el pecho de los 26 mártires, empezando por los dos extremos de la fila de las cruces. A medida que los verdugos avanzaban hacia el centro, disminuían las voces de los mártires y aumentaba el clamor de la muchedumbre. Monseñor Martínez, el primer obispo jesuita de Japón, escribía: «Oí un gran grito de la gente cuando los alancearon». El último en morir fue fray Pedro Bautista; al ver a los verdugos que están ya delante de su cruz para clavarle las lanzas, exclama: «Señor, en tus manos encomiendo mi espíritu».Una página bellísima, escrita por un contemporáneo, describe cómo fueron los últimos momentos de este grupo de mártires de la fe cristiana:
«Clavados en la cruz, era admirable ver la constancia de todos, a la que les exhortaban el padre Pasio y el padre Rodríguez. El padre comisario estaba casi rígido, los ojos fijos en el cielo. El hermano Martín daba gracias a la bondad divina entonando algunos salmos y añadiendo el verso "en tus manos, Señor". También el hermano Francisco Blanco daba gracias a Dios con voz clara. El hermano Gonzalvo recitaba también en voz alta la oración dominical y la salutación angélica.
»Pablo Miki, nuestro hermano, al verse en presencia de todos, declaró en primer lugar a los circunstantes que era japonés y jesuita, y que moría por anunciar el Evangelio, dando gracias a Dios por haberle hecho beneficio tan inestimable. Después añadió estas palabras: "Al llegar este momento no creerá ninguno de vosotros que me voy a apartar de la verdad. Pues bien: os aseguro que no hay más camino de salvación que el de los cristianos. Y como quiera que el cristianismo me enseña a perdonar a mis enemigos y a cuantos me han ofendido, perdono sinceramente al rey y a los causantes de mi muerte, y les pido que reciban el bautismo".
»Y volviendo la mirada a los compañeros comenzó a animarles para el trance supremo. Los rostros de todos tenían un aspecto alegre, pero el de Luis era singular. Un cristiano le gritó que estaría en seguida en el paraíso. Luis hizo un gesto con sus dedos y con todo su cuerpo, atrayendo las miradas de todos.
»Antonio, que estaba al lado de Luis, fijos los ojos en el cielo, y después de invocar los nombres de Jesús y María, entonó el salmo: "Alabad, niños, al Señor", que había aprendido en la catequesis de Nagasaki, pues en ella se les hace aprender a los niños ciertos salmos.
»Otros repetían: "¿Jesús, Maria!", y se echaron a llorar con gemidos que llegaban al cielo. Los verdugos remataron en pocos instantes a cada uno de los mártires.»
LOS 26 MÁRTIRES DE
NAGASAKI
La muchedumbre que rodeaba a las cruces rompió el cerco, y se abalanzaron para empapar sus pañuelos en la sangre de los mártires y cortar trozos de sus ropas. Aunque los soldados los golpeaban y apartaban de allí violentamente, ellos se
guían agarrados a las cruces. Terazawa dio órdenes severas a los soldados de custodiar a los mártires, y se retiró de la colina. Muchos notaron que también él iba llorando.La descripción de cada uno de los mártires, según el orden con que estaban en las cruces, fue anotado por todos los cronistas. Éstos son los 26 mártires de Nagasaki, que dieron su vida por Cristo el 5 de febrero de 1597:
Francisco,
Cosme Takeya,
Pedro Sukejiro,
Miguel Kozaki,
Diego Kisai,
Pablo Miki,
Pablo Ibaraki,
Juan de Goto, 19 años. Natural de las islas de Goto, hijo de padres cristianos, se educó con los jesuitas en Nagasaki y luego en el colegio que éstos abrieron en Shiki (Amakusa), para sus catequistas músicos y pintores. De allí fue a Osaka, donde trabajó con el padre Morejón hasta su martirio.
Luis Ibaraki,
Antonio,
Pedro Bautista,
Martín de la Ascensión,
Felipe de Jesús,
Gonzalo García,
Francisco Blanco,
Francisco de San Miguel,
Matías:
León Karasumaru,
Ventura:
Tomas Kozaki:
Joaquín Sakakibara,
Francisco,
Tomás Dangi,
Juan Kinuya,
Gabriel,
Pablo Suzuki,
LA COLINA DE
NAGASAKI, CALVARIO DE JAPÓN
Ésta es la descripción gloriosa de los 26 Santos Mártires, que ofrecieron su vida en la colina de Nishizaka, en Nagasaki, el 5 de febrero de 1597. Sus cuerpos, según una costumbre japonesa, permanecieron en las cruces durante bastante tiempo. Es
cribía el padre Francisco Calderón, misionero jesuita, que había sido rector de Pablo Miki.<«Esta santa procesión de cuerpos, que aquí, en este puerto de la nave de donde escribo esta carta, tenemos delante de los ojos aún puestos en sus cruces, aunque hace treinta y siete días que en ellas fueron crucificados.»
Los náufragos del »»San Felipe», a los que se les permitió salir de Japón, escriben también la impresión que les produjo la visión de los mártires:
«Salimos de Nagasaki para Manila dejando en aquel lugar los veintiséis santos mártires, cada uno puesto en su cruz en la playa, cerca de la mar y a cien pasos de ella.»
Los mártires seguían predicando en silencio desde sus cruces. Contra lo que Hideyoshi pensaba, este martirio sólo sirvió para enfervorizar a la cristiandad: todos los cristianos querían ya ser mártires como ellos. En la carta ya citada del padre Calderón, comentaba:
"Afirmo a V.R. que ha sido una providencia particular de Dios N.S. sobre esta cristiandad, pues como hasta ahora no había llegado nuestro perseguidor a derramar sangre y teníamos tanto enseñado por especulación, sin haber práctica de morir por la santa fe, ver ahora por experiencia muertes tan maravillosas y notables, no se puede creer cuánto se han fortalecido, cuánto ánimo han tomado estos nuevos cristianos para hacer ellos otro tanto.»
Los cristianos plantaron árboles en los hoyos que quedaron en el suelo de la colina, en donde estaban plantadas las cruces. Todos los viernes se reunían a rezar y a cantar salmos, colocando luces en las ramas de los árboles. Cada año, el 5 de febrero se reunía allí una gran multitud, hasta 1619: la persecución se hizo entonces más dura y terminó con aquellas reuniones de cristianos.
Durante el tiempo de la persecución más recia, en Nagasaki y en esta misma colina fueron martirizados más de 650 cristianos y misioneros, que siguieron tan cercanamente a los 26 santos mártires de 1597. Pero la cristiandad de Nagasaki no se desvaneció: permaneció oculta durante muchos años, hasta el día feliz del descubrimiento de los «cristianos ocultos», el 17 de marzo de 1865.
Cuando se logró la libertad religiosa, los cristianos de Nagasaki comenzaron a pensar en levantar una iglesia en aquella colina que había sido regada por tanta sangre de mártires de Cristo. En 1962 el sueño se convirtió en realidad: ante peregrinos llegados de distintas partes del mundo, se descubría el monumento a los 26 Santos Mártires de Nagasaki, junto a una iglesia y un museo que conserva los recuerdos relacionados con la cristiandad japonesa. Todo el conjunto es obra del arquitecto Imai Kenji. Las imágenes de los mártires son obra del escultor cristiano Angélico F. Funakoshi. Todo el conjunto tiene un sentido simbólico, que aparece en las esculturas de los 26 mártires, en la estructura del templo y en todo el museo: los mártires cantando suben de la cruz al cielo.
El monumento, sobre todo, es un grito de fe desde la colina de los mártires de Nagasaki. Hoy día, con tanto espacio comido al mar, ya no está la colina en la orilla misma del agua. Pero se ve desde bien lejos de la ciudad, y aquellos 26 mártires siguen predicando con sus rostros iluminados por la fe y el amor a Cristo.
El escultor Angélico F. Funakoshi describe así su obra:
«Seré feliz si con ojos benévolos miran mi obra como el sencillo esfuerzo de un hombre de fe débil que ha querido acercarse, por lo menos un poco, a la expresión de lo que fueron las figuras y el espíritu de unos mártires de hace trescientos sesenta y cinco años.»
Esta obra en la colina de Nishizaka, en Nagasaki, es la expresión de lo que la Iglesia piensa sobre el martirio:
«El martirio, en el que el discípulo se asemeja al Maestro, que aceptó libremente la muerte por la salvación del mundo, y se conforma a él en efusión de su sangre, es estimado por la Iglesia como un don eximio y la suprema prueba de amor» (Conc. Vat. II, Const. Lumen gentil( m, C.V., n. 42).
Así lo reconoció públicamente la Iglesia al beatificar muy pronto a estos 26 mártires en 1627, sólo 30 años después del
martirio. Más tarde, en 1862, fueron canonizados estos 26 testigos de la fe y el amor de Cristo por el beato Pío IX.
FERNANDO GARCÍA GUTIÉRREZ, S j.