c) La Sagrada Familia:
En la calle que conduce a la fuente vive esta familia. Tienen una pequeña casa de adobes que la mujer ha enjalbegado recientemente. Tras el patio, la casa. En el patio, una parra antigua, con troncos que rezuman gotas de miel al sol, y una higuera fértil que da los frutos más dulces de Nazareth. Si vais por Nazareth, si necesitáis una casa donde descansar bajo una sombra apacible, o si queréis encargar las jambas de una puerta, o una cuna de madera, o una artesa, id a José. Es buen carpintero, de manos fuertes, anchas, callosas de tanto manejar la garlopa y la sierra. Sus brazos, nervudos y musculosos. Su barba, negra y crespa. Ella, la esposa, es una muchacha aún. Con el velo corrido sobre el rostro cubriéndola la cabeza; Hay también un Niño que corre, que juega, que pregunta, que duerme, que tiene hambre, que ríe, que espera. Es la familia de José. En la callecita aquella, por donde van las vacas al abrevadero, por donde caminan los rebaños que salen de Nazareth para las colinas, por donde caminan las muchachas veladas con su cántaro a la cintura. Si pasáis. escucharéis el ruido de la sierra sobre los duros troncos, las canciones de María, al fondo de la casa, y los gritos del chiquillo, que se ha caldo o que juega con Ella, Si queréis, podéis sentaros en el poyo de la puerta del carpintero, sin que os vean, y estar allá en silencio, escuchando el ruido de la vida que pasa, que sigue y que siempre es el mismo.
Un día, un día como todos los años, la Familia va a Jerusalén en aquella peregrinación ritual de los buenos creyentes. El Niño se extravía. Cree José que irá con María. Cree María que irá con José. Se les angustia el corazón cuando temen que lo han perdido. Lo buscan con espanto. Alguien les dice;
- José, María, he visto a vuestro Hijo. Estaba en el' templo y todos los doctores de la ley le escuchaban...
Los padres corren hacia el templo. Y allí está Jesús. mientras los rabinos le oyen con asombro.
La mirada con lágrimas de la madre tiene un reproche cariñoso:
- ¿Por qué has hecho esto? Tu padre y yo te hemos buscado con dolor...
Y el Niño tiene una respuesta misteriosa:
- ¿No sabéis que yo debo emplearme en las cosas que miran al servicio de mi Padre?
¿Qué siente María, qué siente José ante estas extrañas palabras? María, sí; María entiende porque tiene allá, en su corazón, la clara conciencia de lo que ocurre, Sabe quién es este Hijo. Sabe de quién es. Y comprende que aquellas "cosas" reclaman ya a Jesús. ¿Y José? José vive plenamente inmerso en el prodigio. Si el Evangelio afirma que ellos no comprendieron el sentido de su respuesta. sabemos que si comprendieron su naturaleza.
Lucas, el cronista de Nuestra Señora, concluye este capítulo de la vida de Jesús con estas palabras conmovedoras, cargadas de sugerencias, de ideas y de afectos:
"En seguida se fue con ellos y vino a Nazareth; y les estaba sujeto. Y su Madre conservaba todos estas cosas en su corazón. Jesús, entre tanto, crecía en sabiduría, en edad y en gracia, delante de Dios y delante de los hombres."
Sólo esta escueta, pero densa, referencia tenemos de la vida oculta de la Familia. Sólo esto sabemos. Pero los arqueólogos. los investigadores históricos y los poetas, han querido ahondar en el misterio de esa vida oculta para darnos la dimensión real de esta Familia entrañable, para poderla poner como ejemplo para todas las familias venideras. ¿Queréis que pensemos un poco en ellos, sin verlos ahora, sino como eso, como una familia?
Ved. José es el padre.. el cabeza de familia. No saben las gentes el escalofriante secreto de esta Madre y este Hijo. Ante los ojos de todos, José pasa por ser el padre de Jesús. Nadie sabe que José, este varón bueno, este hombre justo, está asociado a la Redención. Que, entre cientos de miles de hombres, el dedo de Dios se ha detenido sobre su cabeza como si dijera:
"Este es el hombre más bueno que existe sobre la tierra. A este hombre confiaré la vida de mi Hijo y el cuidado de su Madre."
Huyamos, por favor, de esa iconografía lastimosa que nos muestra a José como un venerable anciano, el anciano que jamás fue - pues José debió morir joven relativamente- con blancas barbas venerables y una aureola en la cabeza. ¡Pobre imaginación humana! ¿Por qué se quiere que aquella virtud tan de José - la castidad - tenga que estar justificada por los años y no por eso, por la virtud ejercida en el grado máximo? Ved a José como un hombre muy hombre, Duro, fuerte, grave, contenido, discreto, sencillo. En él nos vamos a dignificar todos los padres de familia. Por él, el trabajo nuestro, nuestro luchar por la esposa y los hijos. va a ennoblecerse maravillosamente. José no es sólo el brazo que gana el sustento. Es también la sombra fuerte sobre el hogar, el cansancio satisfecho, la ternura dispuesta, la sonrisa y la serenidad, la seguridad del futuro. ¿Cómo iba a dejar Dios aquellas dos preciosas vidas en manos de un anciano? Se ha dicho que José sería un tipo como los que pudieran guardar rebaños o los que puedan hoy pilotar un avión o un buque.
José es hombre rezador sin equívocos. Quiero decir que es un hombre íntegramente religioso. Reza dos veces al día la profesión de fe prescrita por la religión israelita, dirije el rezo en la mesa, peregrina una vez al año- con María, y luego también con el Niño Jerusalén, por Pascua. Pero sabe que la oración no es nada si sólo es fórmula piadosa. Si sólo es rutina. Por eso él reza todo el día. Rezar con el hacha, el cepillo o el serrucho. Con la cola y el barniz. Con el sudor de cada momento. El ha convertido su trabajo en oración, y no se sabe dónde empieza exactamente cada cosa.
Dios está con él. El Evangelio nos dice cómo los ángeles van escoltando con su cuidado la vida de la Familia, trazando los pasos de José. Un ángel le dice que al Niño se le debe poner de nombre "Jesús". Otro se le aparece, antes, para que no repudie a María. Otro le ordena que huya con María y el Niño a Egipto. Otro le dice que ya puede regresar. Dios mismo va abriendo los caminos del Señor Jesús.
El taller está en el patio. No es difícil imaginar a José serrando, bajo la sombra dulce y maternal de la parra, mientras el Niño juega en el suelo con las virutas o los
taquitos de madera. Y luego, Jesús ayudaría a su padre. Sujetarían entre los dos una gran tabla para partiría. Remataría el marco de una ventana. Se darla un golpe, quizá, con el martillo, Aprendería el oficio de carpintero bajo los ojos vigilantes de José, bajo su sonrisa divertida cuando lo hiciese mal. José, sombra de esta casa, fuego en el hogar, tronco para el apoyo, reloj para las horas, pan de cada día, sierra para el silencio, sol para el frío, mano para la caricia, confianza para el descanso, lluvia para el secano, alas para la paz...
Veamos a María, Tampoco la pensemos como nos la han dejado siglos de arte equivocado. ¡Señor, cuánto daño ha traído esa deshumanización de la Familia! No es una señora del Renacimiento, vestida con brocados, Ni esa imagen falsa adornada de oros. Ni esa actitud en éxtasis, Dios ha querido que todas las mujeres del mundo tengan en María un espejo, un espejo hermosisimo en el que poder contemplarse. Esa imagen que el espejo da es como toda muja debe intentar ser. ¿Iba, entonces, a poner como ejemplo a una mujer que desertase de lo cotidiano? Sí el deseo del Padre es que Jesús naciese en familia pobre y más tarde Cristo mismo consagraría la pobreza como virtud y como camino; ¡ay, vosotros los ricos que no sepáis empobreceros por el amor de Dios!-, ¿cómo iba María a llevar brocados ni a peinarse con un peine de oro? ¿Cómo iba a pasar el tiempo mirando por un ventanal gótico una perspectiva renacentista con árboles y perros. si ella tendría que coser, y fregar, y guisar, y cansares por el amor de los suyos y por el amor nuestro?
Imaginemos más bien a María, por su aspecto, como una muchacha de aquel tiempo. Nada de ángeles cocinando, ni de arcángeles trayéndole el agua con milagros. María trabajó y desde entonces el trabajo del hogar está santificado y, como afirmaba Santa Teresa, el Señor, desde entonces, está entre los cacharros de cocina y los jerseys de punto que tejen nuestras madres.
María llevaría, tal vez, Sus largas trenzas sobre la espalda. Calzaría sus pies con sandalias de suelas de madera, pero sólo los grandes días, pues es bien fácil que anduviese descalza. Abriría la puerta de su hogar, cada mañana, aún con ojos cansados, y dina adiós al primer vecino tempranero. Incluso sonreiría a cualquier vendedor ambulante que la ofrecería perfumes, bordados o telas de Oriente.
Ella encendería el sábado la lámpara, y la cuidaría con respeto y sumisión plena a la ley, porque ella, la privilegiada, no habría de pedir jamás ningún privilegio, y por eso le vendrían todos, desde nacer sin pecado original a no morir, sino dormirse, y ser llevada en alma y cuerpo a los cielos, hasta el milagro de ser madre sin que su pureza quedase manchada.
¿Veis a María, veis a la Señora trajinando en su hogar? En la cocina, el hornillo de tierra refractaria o arcilla. En un rincón. las tinajas con trigo, con higos. con agua. Cribas, odres, artesas, escudillas de madera, esteras para, sentarse y para dormir, palomas en los aleros con un zureo intimo al mediodía, pájaros en su parra, lámparas de aceite... Todo el mundo cotidiano de la Madre, visto por Jesús, vivido por sí, y que luego saltaría en las sencillas y fuertes imágenes de sus parábolas: la mujer que barría el suelo, las lámparas de las vírgenes, el trigo del sembrador...
Pero el trabajo de la Señora no seria nunca maldición genesiaca. Para ella sería la alegría de moler el trigo, del que saldría el pan crujiente para José y para el Niño. De faldegar con blanca cal los muros para que la casa reflejase blancura. De coser vestidos para el Niño con la eterna ilusión de toda madre. Ella sería como la parra que extiende sus brazos maternales sobre el patio y que da sombra, y frescura, y racimos. De espíritu fecundo, como fecundas son las cepas. ¿Pensaba Cristo en su Madre cuando dijo:
"Yo soy la vid y vosotros los sarmientos?" También habría problemas en aquel hogar. como en los nuestros. Quizá épocas sin trabajo. y carestía de las cosas, y preocupaciones de los vecinos o amigos. Y, para Ella, la intuición del dolor. El presentimiento de un dolor ya profetizado por Simeón. El dolor de ver al Hijo creciendo, sapiente de que algún día este Hijo podría ser la llave para la alegría del mundo, pero no sin que ella diese su amargura, su tristeza, su soledad.
Me gusta pensar en la Virgen. en los grandes instantes dramáticos del Evangelio. Pero me gusta imaginarla en los momentos pequeñitos. diarios, que no han tenido el honor de llegarnos en los relatos. ¿Quiso darnos el Señor, con la "vida oculta" de la Familia, en Nazareth, la fórmula cristiana de una sencillez, una modestia, un silencio sobre el cual puede crecer la serenidad interior?
Y el Niño. María y José, los primeros cristianos, la primera Iglesia, ¡cómo sufrirían aquella noche de Belén, cuando el chiquillo llamase a las puertas de la vida, cuando su primer lloro escalofriase las sombras, cuando el frío, el saberse solos, el caminar, el saberse ignorados, el no tener cobijo ni ayuda... Nacido el Niño, tendido sobre el halda de su Madre, nacería en María y José una desconocida ternura - porque en esto, en sentir esa ternura, si que se sentiría José plenamente padre, que irla creciendo en los años, cuando el muchacho creciese, hermoso y fuerte, bueno y sumiso, alegre y despierto. María seguiría siendo Madre cada día, en cada pregunta del Niño: "Madre, ¿por qué vuelan los pájaros? ¿Por qué trabaja el padre? ¿Por qué no hay sol esta tarde?"
Jesús niñito crece. Observa la vida en terno suyo. Abre los ojos asombrados ante el arco iris y ante el conejo cazado por un vecino. Ve el campo. y cómo se siembra, y cómo despunta el trigo. y cómo se dora al sol, y cómo se siega, y cómo se trilla y se muele, y cómo surge la espuma blanca de la harina y es amasada, y mezclada con el agua y la leuda para que fermente, bajo el calor de una manta, y cómo salen del horno los panes con su especial perfume tostado. Jesús irá a por agua con La Madre, y la acompañará al arroyo a lavar. La verá coser, hilar, zurcir. Buscará leña para el hornillo o subirá al terrado para extender los frutos que han de secarse al sol. Encenderá la lumbre a su Madre y la ayudará a tender la ropa o la verá planchar con una piedra alisada. Podría intentarse la hermosa aventura de encontrar todo el mundo de lo familiar y diario en las páginas del Evangelio, en las parábolas. en los sermones de Jesús, en sus charlas. Allí está todo el apretado mundo de su Infancia.
Jesús crece. En él coexisten el conocimiento infuso de las cosas, como corresponde a su naturaleza divina, con el aprendizaje. el desarrollo humano, de acuerdo con su naturaleza humana. ¡Qué grande y hermoso misterio para esta pobre cabeza nuestra que sólo sabe que dos y dos son cuatro, y eso porque hemos acordado que sean cuatro!
Jesús da sus primeros pasos y se cae. Hace preguntas constantemente. Imita a María y a José en sus gestos y en sus palabras. Escucha e interviene en las charlas familiares. Empieza a trabajar en la carpintería. Antes, habrá habido un momento solemne: cuando el niño ha dicho Dios" por vez primera. ¡Con qué amor, con qué ternura cuidaría María de su Niño, le ayudaría a desarrollar sus sentidos y su percepción humana, le diría que el azúcar es dulce y el vinagre amargo!
La donación de amor que Cristo traía iba a empezar por los suyos, por los que estaban más cercanos a su Corazón. Se ha dicho que Cristo empleó tres años en redimir al mundo y treinta en santificar el hogar. Y es que ya estaba redimiendo al mundo, desde su nacimiento, aunque su tarea fuese tan reducida y tan desconocida. Pero bien sabia Jesús que habla que empezar por allí, por la familia, esa célula humana fundamental sobre la que Jesús quiso basar la salvación del mundo. Y así la Familia se santificó en el trabajo, en el dolor y en el amor, Y esta santidad interna será el camino que llevará a la familia hacia Cristo. Sencilla santidad que puede ser imitada, en la esfera humana; que debe ser imitada, pues para algo existió aquella Familia. Jesús no podía crecer en gracia,- porque él era la fuente de la gracia, pero, en su presencia, María y José perfeccionarían su gracia.
Jesús, el Hijo, sería el premio de aquella Familia y de toda familia en este mundo. Sin contar el que espere en el otro. En la alegría de María y José por dar, por darse, por darle a SI cuanto pudieron. No hay más, hermanos, no hay más alegría en este mundo que la que siente el que da. ¿Veis qué pronto las cosas nuevas se nos quedan viejas. qué pronto muere la ilusión de poseer algo, qué pronto encontramos el desencanto? Pero aquel que da, conserva siempre la alegría de haber dado. Y ésta es la medida humana de un amor divino: la generosidad., manifestación humana de la caridad y del amor.
Nos lo dice el Apóstol en la epístola de esta misma fiesta, de esta entrañable fiesta de la Sagrada Familia;
"Resitíos de entrañas de compasión... Tened caridad. Sed agradecidos. Perdonaos. Tened paz. La palabra de Cristo more abundante en vosotros, Todo cuanto hiciereis sea en el nombre de Jesús..."
En la misma liturgia del día la Iglesia sabe expresar el común sentir de los cristianos ante la meditación de aquel hogar maravilloso que todos quisiéramos haber conocido, al menos como esos huéspedes que vienen un par de días a nuestra casa y están en nuestro afecto, en medio de nuestro corazón:
"Mi alma suspira por los atrios del Señor..."
Sí. Nuestra alma suspira los días y las noches por aquel atrio del cielo que fue la casita sencilla, humilde, escondida de Nazareth. Por la gracia de María, con sus trenzas y sus ojos sabios y hermosos, con sus manos activas y su Sonrisa a punto, y su palabra de afecto para todos, y su ayuda generosa para el vecino, y su respeto y su amor por José. Por la serenidad del carpintero, por sus brazos fuertes y generosos, por su silencio y su aceptaci6n, por la gravedad sencilla de su rostro y su manera de hablar hacia lo hondo. Por la alegría del Niño mas niño que haya existido nunca, por la luz sobrenatural de sus ojos, por sus palabras y sus gestos, y su manera de mirar perdonando a todas las cosas.
Pero que el suspiro, que es nostalgia, sea también deseo. Deseo de revivir, en nuestro propio hogar, la serenidad, la intensidad, de aquel hogar de Nazareth.
JOSÉ M. PÉREZ LOZANO