Vida. Sagrada Escritura.
 

1. Descripción elemental de la vida. 2. Significado religioso-moral de la vida. 3. La vida en el Nuevo Testamento.

Una de las constantes de la historia de los hombres ha sido la lucha por la vida. Vivir más y mejor. Dar a la existencia una plenitud y una profundidad que la justifiquen. Por eso el hombre ha sentido siempre como un misterioso estremecimiento frente al fenómeno de la vida. Frente a la v. suya personal, tan llena de misterios, y frente a la v. vegetal o animal con sus encantos y sus interrogantes. Un hombre que piensa y ama. Un animal que siente y lucha. Un árbol que florece y fructifica. Una fuente «que mana y corre». Y en la base de esa palpitación universal, Dios.


1. Descripción elemental de la vida. En la S. E. la v. está esencialmente vinculada al poder de Dios. Él es el principio de todo viviente. Él, la razón suficiente que explica el latido del universo. Y en la visión religiosa del mundo y de la historia que la Biblia nos ofrece encontramos también la noción y descripción de la v. en sus más distintas acepciones.
a) El término ordinario para expresar la v. en hebreo es hayyim, del radical halyah (vivir). Esta raíz recuerda el sentido del nombre de Eva (Hawwah), que el Génesis interpreta como «madre de, todos los vivientes» (Gen 3,20). La palabra hayyim aparece unas 150 veces en el A. T. y es traducida al griego en la versión de los Setenta por zoe y una sola vez por bíos. El principal sinónimo hebreo de v. es nefeš, que es el alma como principio de vida. Su contrario es la muerte como acto y como situación (cfr. Ier 8,3; 21,8; Prv 10,16; 18,21; Eccli 11,14; 15,18; 22,12; etc. 2 Mac 6,19). El adjetivo hay (vivo) se aplica a las plantas, a los animales, al hombre y a Dios, y su opuesto es muerto o carente de vida. El verbo correspondiente, además del sentido fundamental de vivir, ofrece una variada gama de matices, que tienen su razón de ser en el hecho de que más que una acción en abstracto, vivir es una acción acompañada de complementos y determinaciones concretas. Por eso vivir es a veces conservar la v. después de un peligro (Gen 20,7; 31,32; Ex 19,13; 33,20; Num 4,19; 21,8; cte.), resucitar (1 Reg 17,22; 2 Reg 13,21; Is 26,14; Ez 27,3 ss.; cte.), convalecer de una enfermedad (los 5,8; 2 Reg 1,2; 8,10; Is 38, 21). Es decir, que más que una noción teórica de la v., encontramos en la S. E. la v. misma concreta y palpitante.
El N. T. usa tres términos para significar la v.: zoe (147 veces), que es la v. en sentido biológico; bíos (10 veces) es más bien el modo o sistema de v. en sentido moral; psyche, alma en el sentido hebreo de nefeš. De las tres, zoe es la que más interesa para una noción bíblica de la vida. Como en el A. T., su opuesto lógico es muerte, thánatos (Rom 7,10; 3,38; 1 Cor5,22; 2 Cor 4,12; Philp 1,20; etc.).
b) En el concepto hebreo-bíblico de la v. en general existe una visión muy primitiva de los fenómenos vitales, llamando así a la visión de la experiencia común, elemental y evidente de los seres vivos. Ya decía Aristóteles, reflejando la mentalidad griega, que ser vivo es el que tiene alma. Y como características de los seres vivos enumeraba la inteligencia, el sentido, el movimiento, la nutrición, el crecimiento y la destrucción (De anima, II, 2,413a). Platón habla del movimiento como de algo esencial a la vida (Fedro, 245c ss.; Leg. X,895c ss.). Movimiento que puede ser por traslación de un lugar a otro o por la variación en el estado de los seres. ' El concepto de v. es, pues, una experiencia natural de la mente humana. Aunque de los vivientes apenas sepamos otra cosa, en una primera aproximación, que no sea el hecho mismo de vivir.
Así la S. E. se expresa en términos sencillos respecto a la v. y a los vivientes sin mayores determinaciones o precisiones terminológicas de v. sensitiva, intelectual o espiritual, aunque no dejan de apuntarse en los diversos contextos sus diferencias esenciales. El hombre vive mientras desarrolla sus funciones materiales o espirituales. El dato común a todos los vivientes es el movimiento, la actividad. Y por lo mismo los símbolos de la v. -árbol, fuente, camino- tienen su razón de ser en el hecho del movimiento (árbol: Gen 29; 3,22 s.; Prv 10, 18; 13,12; fuente: Ps 36,10; Prv 13,14; 16,22; Eccli 21,16; camino: Ps 16,11; Prv 10,17; 15,10; Ier 21,8) (de ahí la costumbre tan antigua de dar culto a la divinidad junto a un árbol o una fuente). Se llamarán «aguas vivas» las que brotan con fuerza y con vigor (Gen 26,19; Num 20,6; Ier 2,13; lo 4,10), aquellas que una situación de estancamiento no ha corrompido su fuerza y claridad. Por el contrario la situación creada por la muerte se describe como un estado de quietud, de inactividad, aunque mejor sería decir, atendiendo a todo el contexto de la S. E. de una incierta inactividad, como un estado con cierta incertidumbre, que el desarrollo de la Revelación irá aclarando respecto al hombre (v.), luego, 2; cfr. Is 14,9 s.; Ps 30,10; 88,5.11 s,, etc.).
Común es expresar y ligar la v. del hombre con la sangre (Gen 9,5; Lev 17,11.14; Dt 12,23). Una razón sencilla es el hecho de que con la sangre se pierde también la vida. El respeto que la v. imponía se manifiesta en la prohibición de comer la sangre de los animales (Gen 9,4; Lev 17,10-14; Dt 12,23). La repugnancia que esta práctica suponía para los judíos aparece reflejada en las normas dictadas por los Apóstoles en el Conc. de Jerusalén (cfr. Act 15,29).
La experiencia lleva también a considerar la v. especialmente vinculada al aliento (ruah y nešamah) : Pues el aliento comporta un movimiento que es señal de vida. Así la v. empieza para el hombre cuando Dios le infunde el «hálito vital» (Gen 2,7; Ps 104,30; Ez 37,10. 14). Y cesa cuando el «aliento» le abandona (Ps 104,29; lob 34,14 s.; Eccl 12,7). Por eso los ídolos son pura materia muerta, «sin aliento de vida» (Ier 10,14; Hab 2,19; Ps 135,17). Y para indicar la muerte de los seres vivientes en el Diluvio, se habla de «cuanto tiene espíritu dé vida» (Gen 7,22). El aliento, pues, o espíritu, es como una medida de la v. y el signo inequívoco de su existencia (1 Reg 17,17; Iob 27,3).
c) La v. es un misterio, un poder desconocido propio de la omnipotencia divina (cfr 2 Mach 7,22 s.). Por eso Dios está en el principio del mundo como razón y causa de la vida. Por su palabra vienen todos los seres -animados e inanimados- a la existencia (Gen 1). Y por su «aliento» el hombre, modelado del barro de la tierra, se convierte en un ser viviente (Gen 2,7; cfr. Iob 34,14; Ps 104,29 s.). La revelación bíblica ha enseñado al hombre que cuanto es y posee es obra de Dios (Ps 33,9; 148,5; Idt 16,17). Con razón se habla de Dios como de «fuente de la vida» (Ps 36,10; 104,29 s.; Idt 16,17; Eccli 34,20; etc.). Pues la v. es efecto del ruah (espíritu, aliento) de Dios, ese «espíritu» que «estaba- incubando sobre la superficie de las aguas» en los albores de la creación (Gen 1,2); el aliento (soplo, espíritu) provoca o supone el movimiento y el ruah de Dios provoca sus propios resultados (cfr. Idc 6,34; 11,29; 13,25; 14,6; etc.). El principal es la existencia de los seres vivientes. Se ponen en movimiento cuando les llega el espíritu o aliento (ruah y nešamah) de Dios (Gen 6,3; Num 16,22; Ps 104,30; lob 27,3; 33,4; 34,14 s.; Is 42,5; Idt 16,17). Y si el aliento de Dios se retira vuelven sin remedio a su polvo original (Ps 104,29; Iob 33,15).
Dios, pues, autor de la v., es el ser viviente por excelencia. Y «Dios vivo» es uno de los apelativos más característicos de Dios en el A. T. (Dt 5,26; 1 Sam 17,26.36; 2 Reg 19,4.16; Is 37,4.17; Ier 10,10; etc.). Por la mis ma razón el juramento «vive Dios» o «vivo yo» se usa hasta 60 veces en la S. E. (cfr. Num 14,21; Idc 8,19; 1 Sam 14,55...; Ez 5,11; 14,16.18.20; etc.).


2. Significado religioso-moral de la vida. La v. es ante todo la duración de los días del hombre (cfr. Gen 3,14. 17; 7,11; 23,1; 25,7; etc.). Bien supremo entre todos los bienes que el hombre tiene en este mundo (Iob 2,4), «la vida es dulce» (Eccl 11,7). Una existencia «llena de días» es motivo de alegría y bendición (Gen 25,8; 35,29; Iob 42,17; etc.). Y la presencia de los ancianos en la Jerusalén mesiánica es un cuadro lleno de optimismo (Zach 8,4). Al rey se le augura una v. larga (Ps 21,5; 61,7 s.). Y el grito «viva el rey» (cfr. 1 Sam 10,24; 2 Sam 16,16; 1 Reg 1,25.31.34.39) es la expresión del augurio mejor. Por el contrario, la v. corta es un castigo y una desgracia (Ps 55,24; 89,46; Prv 10,27...).
La revelación bíblica acerca de la retribución (v.) de esta v. en la otra fue progresiva, como toda la Revelación (v.) en general. A ello se une también el dato claro desde el comienzo de que la v. es un don de Dios. De ambas cosas se deduce que la revelación bíblica inculca o favorece un aprecio a la v. de este mundo, donde el hombre ha de cumplir la voluntad de Dios, honrarle y amarle con agradecimiento (todo ello va enriqueciendo la v. que será eterna). Por eso una larga v. en este mundo es motivo de gozo; «mientras uno vive hay esperanza», dice el Eclesiastés (9,4 s.). Y en este sentido hemos de interpretar los desgarradores acentos del cántico de Ezequías (Is 38, 10-20). El destino eterno de la v. humana, es decir, que la v. no se quita sino sólo cambia con la muerte (v.), es conocido o al menos intuido desde el principio de la Revelación, y las características concretas de la retribución divina y de la v. del más allá van siendo reveladas más claramente hasta la plenitud del N. T.; sin embargo; eso no cambia esencialmente la actitud de aprecio y aprovechamiento de la v. hacia la plenitud, que aparece desde el principio, ni aminora tampoco la conciencia de la existencia de dolores y sufrimientos, que tienen su contrapeso y sentido en la fidelidad a Dios, que es la verdadera vida. a) Sentido de plenitud.. Vivir es, pues, tener una existencia constatable que, se va llenando. La muerte es la puerta que la interrumpe, que da paso a la incertidumbre del resultado en lo eterno. Con la v. todo es posible: ver a Yahwéh, alabarle, subir a su templo (Is 38,11.19.22). Y como la luz es signo de alegría y de felicidad, los hagiógrafos hablan de la «luz de la vida» (Iob 33,30; Ps 56,14; Prv 16,15). Y ponen la v. en un contexto de paz (Mal 2,5) o en estricto paralelismo con bendición (Dt 30,19).
Pero aquí se establece una conexión lógica con la noción de v. como cumplimiento de la voluntad de Dios (v.). Así debe entenderse Dt 30,15-20. Pues la v. del pueblo está en «amar a Yahwéh, obedeciendo a su voz y adhiriéndose a É1». Lo contrario, la infidelidad y la desobediencia, será la ruina y la muerte. Por eso en la expresión «sendas de vida» más que de la existencia material se trata de una forma de vivir en conformidad con la voluntad de Dios y sus promesas (Ps 16,11; Prv 2,19; 5,6; 6,23; 10,17; 15,24; Ier 21,8).
b) La vida en los escritos sapienciales. Los escritos sapienciales contienen enseñanzas y reflexiones acerca de la v. humana y sus circunstancias existenciales. Pero la visión que nos presentan no parece siempre demasiado optimista. Es una preocupación el problema del mal (v.). Y al exponerlo recurren al énfasis y a la hipérbole. Así hablan con insistencia de la caducidad de la vida. Pues la v. del hombre pasa con la rapidez de un correo (lob 9,25; Sap 5,9 ss.), de una lanzadera (lob 7,6), de una lancha de papiro o de un águila que se lanza sobre la presa (lob 9,26). Es tenue como una sombra (lob 8,9; Ps 102,12; 144,4; Eccl 6,12; Sap 2,8), como un soplo (lob 7,7.16; 39,6; Ps 144,4), como una nube (Iob 7,9), como un sueño (Iob 20,8). Se marchita como la hierba (Ps 102,12; 103,15; Is 40,6 s.), como la flor (Iob 14,2; Ps 103,15), como las hojas de un árbol (Eccli 14,19).
La v. humana está además llena de miserias y dolores. «Vanidad de vanidades y todo vanidad», es el estribillo frecuente del Eclesiastés. El hombre vive «en tinieblas, afán, dolor y miseria» (Eccl 5,16). Y sobre todos sus males está el ansia y la incertidumbre de su destino ante el espectro inexorable de su muerte segura (Eccl 9,3-9). Dolorida es también la visión que Job tiene de la existencia humana. Es una guerra (7,1), un periodo breve y lleno de amarguras (7,2.11.17; 9,18.28; 14,1; etc.). Y con acentos desoladores despliega el Eclesiástico el abanico de las miserias de la v. (Eccli 40,1-9). «Penosa tarea», «yugo pesado». Hasta el salmista se queja de una v. gastada en el dolor (Ps 31,11).
Pero el dolor (V.) humano tiene el contrapeso de una, v. virtuosa. Porque el servicio de Dios, la conducta según su Ley, son camino seguro para la v. y la felicidad (V. FELICIDAD II). Queda así establecida una relación esencial entre justicia y vida. El principio se halla enunciado con toda solemnidad en el Código de Santidad del Levítico: «El que cumpla mis leyes y mandamientos, vivirá por ellos. Yo Yahwéh» (Lev 18,15). Y luego es en el Deuteronomio un motiva de fervorosa exhortación a la fidelidad (cfr. Dt 4,1; 5,16.33; 6,2.24; 8,1.20; etc.). «Guarda mis mandamientos y vivirás», leemos en los Proverbios (4,4; 7,2). A la v. conducen la observación de los mandamientos (Prv 3,1-2), el temor de Dios (Prv 14,17; 19,23), la justicia y la misericordia (Prv 12,28; 21,21), la honradez (Prv 10,16 s.; 28,16), la sabiduría (Prv 3,18; 8,35; 16,22).
Parecida recomendación encontramos en los Salmos (Ps 69,33) y en las parenesis proféticas: «Buscadme y viviréis» (Am 5,4.6.14; cfr. Ez 3,18; 18,23.32...). De modo que podemos concluir que la conversión a Dios es principio de vida.
c) Sentido escatológico. La S. E. nos habla también de una v. definitiva, v. que es la eterna salvación que Dios prepara (Is 45,17). Y esa v., fin y destino del hombre, está más allá del dolor y de la muerte. Pues Dios ha hecho todas las cosas para la existencia (Sap 1,14). Y cuando la revelación sobrenatural va haciendo progresivamente más clara la luz de la fe en la otra v., se va comprendiendo mejor también que sólo la existencia feliz de los justos en la eternidad es verdadera vida. Pues la suerte de los impíos es ruina y destrucción (Sap 5,1-14). Pero la justicia es inmortal (Sap 1,15), los impíos, en cambio, merecen llamarse «autores de la muerte» (Sap 1,16). Y así, después de exponer el desencanto de los malvados, concluye el libro de la Sabiduría: «Pero los justos vivirán eternamente» (Sap 5,15). El profeta Daniel, al hablar de la resurrección de los muertos, nota que «unos despertarán para vida eterna, otros para eterna vergüenza y confusión» (Dan 12,2). Es la fe que profesan los siete hermanos macabeos antes de morir (2 Mac 7,9.14.23.36). La muerte por la fidelidad a la Ley es para ellos la puerta de la vida. Es también la esperanza que ya abrigaba el salmista (Ps 71,20), la promesa de Isaías (25,8), el augurio de Ezequiel (37,5) o el triunfo definitivo preconizado por Oseas (13,14).


3. La vida en el Nuevo Testamento. Los escritos de S. Juan y S. Pablo son los que más insistentemente hablan de la v. en sus distintas acepciones. La primera y más elemental es la del periodo de existencia mortal, que ya encontramos en el A. T. Pues si vivir es actuar, sentir, moverse, pensar..., el tiempo de la v. marca los límites de esta actividad (cfr. Lc 16,25; Rom 7,1 s.; 1 Cor 7,39). Y la actividad es la que determina y caracteriza la vida. Por eso «palabra viva» tiene el sentido de eficaz, operante (Heb 4,12), palabra que da vida (1 Pet 1,23; cfr. Io 6,63.68; Act 7,38; Philp 2;16; 1 Io 1,1). «Pan vivo», el que «da vida al mundo» (Io 6,33.35.48.51). Vida es la esperanza que vivifica (1 Pet 1,3). Y con el mismo sentido encontramos en el Apocalipsis el árbol y el agua de la vida (Apc 2,7; 22,2.14.19; 7,17; 21,6; 22,1.17; cfr. Io 7,38). Y como Dios es el más activo y operante por esencia (Io 5,17; Act 17,25), recibe el calificativo frecuente de «Dios vivo» (15 veces).
a) La vida, objeto de la misión de Cristo. Entre otras expresiones o formulaciones de la misión de Cristo, se nos dice que vino a traer la «vida» (Io 10,10). Aquí la alusión es bastante clara a la «vida eterna», de la que, por la gracia (v.) de Cristo y su v. sobrenatural, se puede empezar a participar en la v. terrena. Por eso la palabra v. en muchas expresiones tiene esa ambivalencia, como vamos a ver. Y, como «autor de la vida» (Act 3,15), Jesús tiene potestad para darla a quienes Él quiere (Io 5,21), a sus ovejas (Io 10,28), a sus fieles (Io 17,2). En esto podemos resumir su misión salvadora: «aniquiló la muerte, iluminó la vida» (2 Tim 1,10). Sus palabras son v. (Io 6,63.68), enseñan el camino que lleva a la «vida». Y el Bautismo (v.) es como un camino que, pasando por la muerte de Cristo, nos lleva a su v. (Rom 6,3-11) (v. GRACIA SOBRENATURAL; FILIACIÓN DIVINA; JESUCRISTO V).
La «vida», pues, tiene un sentido trascendente, al mismo tiempo que actual. Y aunque la cima haya de ser la felicidad eterna (v. CIELO III), la v. es ya una situación existencial típicamente cristiana. Hay una conexión necesaria entre la fe (v.) y la vida. El que cree ha entrado en la v. (Io 3,15 s. 36; 5,24; 6,40.47...; 20,31). La conversión, obediencia al Evangelio, supone una transformación vital (Io 8,12; Act 11,8; Rom 6,4). Más aún, la v. eterna es creer en Dios y en su Enviado (Io 17,3). Por eso los cristianos «poseen la vida» (1 Cor 3,22), porque creen y «tienen al Hijo» (1 Io 15,12). Prenda de esa v. es su participación de la Eucaristía (v.; Io 6,53 s.). Y prueba social es su conducta de caridad (v.) fraterna (1 Io 3,14). Esa forma de vivir típicamente cristiana, que se llama v. en Cristo o según Cristo, es v. que sigue el camino de la voluntad del Padre (cfr. 1 Cor 15,19; 2 Cor 4,10; Col 3,3 s.; 2 Tim 1,1; 1 Io 5,11).
b) Sentido escatológico. Pero la v. que vive el cristiano tiene una proyección hacia la eternidad. Aquella v., la eterna, es la verdadera (1 Tim 6,19). Más de 40 veces la palabra v. va acompañada del epíteto . «eterna» en el N. T. Existe una promesa condicionada a una conducta de fidelidad a Dios y a sus preceptos (cfr. Mt 19,16 s.; 25, 46; Io 5,29; Rom 2,7; 6,22; Tit 1,2; 3,7; Apc 2,10). La existencia cristiana es ya camino para esa v. (Mt 7,14; 2 Cor 5,4; Gal 6,8). «Entrar en la vida», «ver la vida» es poseer la v. eterna (Mt 18,8; 19,17; Io 3,36). Este significado de v. escatológica está subrayado por su relación con la resurrección (v.; Io 5,29; 6,54; 11,25). Y es la base de lo que dice S. Pablo sobre la transformación de nuestra v. a ejemplo de Cristo muerto, resucitado y glorificado (Rom 6,4; Philp 3,10 s.; Col 2,12 s.; cfr. Mt 16,25) (v. CIELO III).
c) Cristo es la vida. Cristo es cima y corona de la vida. Es necesario ir a Él para encontrarla (Io 5,40). La fe en el Evangelio nos hace ya sentirnos poseedores de la v. eterna (1 Io 5,11). Y no sólo porque, como Dios, es fuente y autor de la v. (Col 1,16-18; Act 3,15), sino porque el Padre le ha encomendado una misión vivificadora. «En É1 estaba la vida, la vida era la luz...» y vino a traer la luz al mundo (lo 1,4.9). Y hay tal conexión entre Cristo y la v. que Cristo puede identificarse con ella: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Io 14,6), «yo soy la resurrección y la vida» (Io 11,25). Y «el que tiene al Hijo tiene la vida» (1 Io 5,12), porque «É1 es la vida eterna» (1 Io 5,20), «nuestra vida» (Col 3,4). Y es que, siendo el principio de toda criatura, la v. que viene a vivificar al mundo, su doctrina, su palabra, su cruz, su pan son camino de «vida». El que sigue ese camino tendrá la «luz de la vida» (Io 8,12) (v. JESUCRISTO v). El que no obedece a su llamada permanece en las tinieblas de la muerte, es decir, del pecado (v.) (cfr. lo 5,24).
Si la Biblia empieza con la creación de la v., termina con su coronación. La historia ha sido una lucha. Mors et vita duello conflixere mirando, podemos cantar aquí también. Y con S. Pablo, lanzar el grito de victoria: la muerte ha sido vencida (1 Cor 15,54). Para el Apocalipsis el fracaso del Paraíso (v.) ha sido subsanado. La v. empieza otra vez en un estilo nuevo y definitivo. Dios vuelve a poner su tienda entre sus elegidos, destierra los despojos de la muerte, brilla en la Nueva Jerusalén con luz inextinguible (Apc, 21,3 s.; 24 s.). Del «árbol de la vida» nueva comerán los elegidos (2,7; 22,2.14.19) y de las «aguas de la vida» beberán todos aquellos cuyo nombre esté registrado en el «libro de la vida» (cfr. Apc 7,17; 21,1.6.17 y 3,5; 17,8; 20,15; 21,27; 22,19).

V. t.: TIEMPO IV-V; HISTORIA VI; PERSONA I; MUNDO II-III; ALMA II; ESPÍRITU III; HOMBRE II; VÍAS DE LA VIDA INTERIOR.


G. DEL CERRO CALDERÓN.
 

BIBL.: P. VAN IMSCHOOT, Teología del Antiguo Testamento, Madrid 1969, 63 ss., 340-433, etc.; M. MEINERTZ, Teología del Nuevo Testamento, 2 ed. Madrid 1966 (cfr. índice alfabético: vida eterna, vida moral, vida nueva, vida terrena); C. SPICQ, Teología moral del Nuevo Testamento, Pamplona 1973 (cfr. índice alfabético: vida, vitalidad); J, B. FREY, Le concept de «vie» dans, l'Évangile de St. lean, «Bíblica» I (1920), 35-58 y 211-239; J. RAMOS, Concepto de vida eterna en los Sinópticos, «Ilustración del clero» 36 (1943) 402-411 y 442-451; G. CUADRADO, El concepto de vida eterna en los escritos de San luan, «Ciencia Tomista» 67 (1944), 33-51; J. GUILLET, Thémes Bibliques, París 1954, cap. VIVII; F. MUSSNER, Vie, en Encyclopedie de la Foi, IV, París 1967; F. OCÁRIZ, Hijos de Dios en Cristo, Introducción a una Teología de la participación sobrenatural, Pamplona 1972.
 

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991