Unión con Roma y Unión de los Cristianos II. Movimientos Unionistas 
Protestantes. 
 
La ruptura de la comunión que implicó el protestantismo (v.) tiene raíces más hondas que la de los orientales, ya que implica diferencias dogmáticas muy profundas. Tal vez, durante los primeros años de la acción luteranocalvinista, mientras aún no se habían consolidado las cosas y las diversas corrientes protestantes no habían llegado a confesiones fijas, hubiera sido posible una superación de la escisión, pero no sucedió así. En los años posteriores, dada la naturaleza de la separación, en la que no había un nuevo cisma, sino diferencias doctrinales que afectaban a la misma comprensión de la naturaleza de la Iglesia, no resultaron posibles contactos entre Roma y los protestantes del estilo de los que nunca faltaron entre Roma y los orientales (v. I). Más aún, los protestantes mismos no manifestaron interés en componer las divisiones entre sí. Durante siglos los movimientos unionistas surgidos en el interior del protestantismo son obra casi exclusiva de individuos sin apoyo oficial de la propia confesión. Es sólo en la época contemporánea, y sobre todo en el s. XX, cuando amplios sectores del protestantismo redescubren el tema de la unidad y se orientan hacia el que se llamaría Movimiento Ecuménico. Remitiendo, por lo que se refiere a la historia y características de este movimiento, a ECUMENISMO I, vamos a ocuparnos aquí de las tendencias unionistas que se manifestaron en los siglos anteriores y que, aunque no hayan tenido eficacia histórica inmediata, han contribuido a mantener viva en el interior del protestantismo la preocupación por la unidad.
1. La época inmediatamente posterior a la escisión. 
Durante el s. XVI la preocupación por una labor mediadora se manifiesta sobre 
todo en los círculos teológicos influidos por Erasmo (v.). Este movimiento tuvo 
su oportunidad en la serie de coloquios que empezaron en Leipzig en 1539 y 
después continuaron en Hagenau, Worms y Regensburg. Los representantes 
protestantes principales fueron Bucero (v.) y Melanchton (v.). Se llegó a un 
acuerdo sobre algunas doctrinas fundamentales, tales como el problema del estado 
original del hombre, del libre albedrío, y aun de la justificación interpretada 
como «fe que obra por amor». Pero en otros asuntos, como la inerrancia de los 
Concilios, la primacía del Papa, la Confesión y la transustanciación, los 
criterios siguieron opuestos. Se notó por lo demás una actitud poco favorable a 
una solución y estuvieron siempre muy condicionados por las preocupaciones 
políticas de los príncipes alemanes, bajo cuyos auspicios estas negociaciones 
tuvieron que realizarse. 
Entre los autores que se mueven en una línea que puede ser calificada de 
erasmiana -en el sentido dicho- dos merecen una mención más detallada por haber 
expresado nociones que luego han vuelto a reaparecer en diversos movimientos 
unionistas: Georg Witzel (m. 1573) y Georg Cassander (1513-66). Witzel publicó 
en Leipzig dos tratados sobre el tema de la unidad: Methodus concordiae 
ecclesiae (1539) y Via Regis (1564). En la primera insta a los príncipes, 
obispos, doctores y laicos para que busquen la paz por medio de un concilio y 
sugiere abandonar las formulaciones escolásticas en favor de las doctrinas de 
los Padres. En la segunda obra desarrolla más estas ideas, concediendo autoridad 
solamente a los primeros cuatro Concilios Ecuménicos. Cassander desarrolló sus 
propuestas para la unión en dos tratados: De officio pii ac publicae 
tranquilitatis (1561), y Consultatio de artículos fidei inter Catholicos et 
Protestantes (1565). Sostiene que debe obtenerse la unión sobre la base de 
«artículos fundamentales» de fe, que -dice- han de buscarse en la S. E. y en los 
Padres, y son esencialmente los afirmados en el Símbolo de los Apóstoles.
Por lo que se refiere a la unidad de los protestantes entre sí, existen algunos 
intentos de limar diferencias. Así, p. ej., el intento de conciliar las 
divergencias que con respecto a la Eucaristía separaban a Lutero (v.) y Zwinglio 
(v.). En mayo 1536, un grupo numeroso y representativo de personas, entre ellas 
Lutero mismo, se reunió en Wittemburgo y preparó una declaración conjunta en la 
cual los conceptos luteranos predominaron; la reconciliación duró poco, pues los 
zwinglianos suizos se negaron a aceptar el «acuerdo». Un acontecimiento que tuvo 
más éxito es el llamado Consensus Tigurinus, o «Acuerdo de Zurich», entre 
calvinistas y zwinglianos: en mayo de 1549 se llegó a un acuerdo doctrinal entre 
Calvino y Farel, en representación de los protestantes de Suiza de habla 
francesa, y Bullinger, el sucesor de Zwinglio en Zurich, en representación de 
los de la Suiza alemana. Con este acuerdo, ambas ramas se unieron. Los luteranos 
permanecieron, sin embargo, siempre ajenos a él.
El desarrollo de los acontecimientos, y posteriormente las guerras de religión, 
hicieron inviable todo intento de mediación como los precedentes calificados de 
erasmianos. El único país donde esta tendencia permaneció fue Inglaterra. Por lo 
demás el anglicanismo (v.) nunca se identificó con ninguna rama del 
protestantismo continental, sino que intentó mantener siempre una actitud de 
puente o de vía media. No es por eso extraño que en este país se advierta a lo 
largo de toda la historia que sigue una especial atención al tema de la 
concordia o unidad. El representante más característico del anglicanismo del s. 
XVI fue sin duda Thomas Cranmer, arzobispo de Canterbury (1533-56). En Cambridge 
había sido influido por Erasmo; y después lo fue por Lutero; nunca fue luterano, 
quiso establecer buenas relaciones entre las confesiones luteranas y la Iglesia 
de Inglaterra, y buscó la unificación de todas las fuerzas de la Reforma 
protestante. Para él, la Iglesia era una, la cristiandad era respublica 
christiana, e Inglaterra no debía separarse de esta unidad, a pesar de su 
insistencia en la autonomía de las iglesias nacionales. Por eso fue partidario 
de un Concilio General convocado con el asentimiento de todos los príncipes 
cristianos. Durante todo el reinado de Eduardo VI (1547-54) siguió trabajando en 
pro de su proyecto de un Concilio General, buscando el apoyo de todos los 
protestantes del Continente. Ésta era la época del Conc. de Trento (v.); la idea 
de Cranmer venía por eso a resultar como una tentativa de conseguir un consenso 
entre todos los protestantes para contrapesar a las definiciones y decretos 
tridentinos. El plan de Cranmer fracasó, pero constituye un eslabón 
significativo. En el reinado de Isabel I (1558-1603) hubo varios proyectos para 
un frente común entre los Estados protestantes, pero en los que dominaban no las 
ideas religiosas sino las consideraciones políticas.
Mientras tanto, en el continente europeo se registran algunos movimientos hacia 
la unión, pero sólo por lo que se refiere a la fusión entre varias ramas 
protestantes, y además muy limitadas. Así la confesión de Bohemia, que unificó a 
todos los protestantes de Bohemia, fueran hussitas (v. HUSS), luteranos o 
calvinistas. Cabe señalar la preocupación unionista de los protestantes de 
Francia: hay, en efecto, una larga lista de sínodos de los reformados franceses 
que se interesaron en asuntos de la unión. Aunque fuera de las fronteras estas 
tentativas fracasaron, tuvieron como resultado crear una homogeneidad entre los 
protestantes de Francia que ha perdurado desde entonces.
2. El siglo XVII. Durante este siglo se dieron pocos 
contactos oficiales entre las partes de la cristiandad dividida. Pero sí cabe 
encontrar toda una serie de individuos en cuyo pensamiento está presente el tema 
de la unidad. En ocasiones nace de una profundización religiosa, en otras deriva 
más bien de preocupaciones filosóficas o políticas, concretamente de la desazón 
que produce el espectáculo de la división cultural de Europa y consiguientemente 
está expuesto a un cierto sincretismo.
El espíritu humanista continuó en el s. XVII en autores como Hugo Grocio 
(1583-1645; v.) y su amigo el calvinista ginebrino Isaac Casaubon (1559-1614). 
Grocio estaba hondamente preocupado por la restauración de la unidad cristiana, 
que consideraba como una de las tareas propias de su generación. A la edad de 
dieciocho años afirmó su propósito de no escribir nada «que no sea católico y 
ecuménico en el sentido que los Padres de la antigüedad dieron a aquellas 
palabras». Sostuvo que ninguna de las confesiones existentes representaba la 
totalidad de la Iglesia. Consideraba como regla y fundamento de todo el actuar 
cristiano a la tradición apostólica, entendiendo por tal sobre todo a lo que 
llegaba hasta la época de S. Gregorio Magno. Como fuerza capaz de promover la 
unidad cristiana concedió gran importancia a los poderes estatales. Intentó 
promover una asamblea de representantes de los luteranos, los reformados o 
calvinistas y los anglicanos, a lo que hubieran podido invitarse también a los 
cristianos orientales. Su ideal parece haber sido el de una federación en la 
cual todas las comunidades cristianas participantes mantuviesen su 
individualidad. Hacia el fin de su vida se acercó a la Iglesia católica. Pensaba 
que la escisión protestante fue innecesaria y que la reforma de la Iglesia 
podría haber sido lograda por una renovación interior, y creía en la posibilidad 
de una interpretación que concordara entre sí las declaraciones, la Confesión 
protestante de Augsburgo y los cánones del Conc. de Trento. En la línea del 
humanismo se encuentra también Georg Calistux (1586-1656) con su idea del 
consensus quinquesaecularis, o acuerdo de la Iglesia durante los cinco primeros 
siglos. Para él, las tradiciones de la iglesia antigua debían ser el fundamento 
de la unidad y ser preferidas a los documentos confesionales posteriores. La 
restauración de la unidad -pensaba- debía buscarse por medio de discusiones 
teológicas y de la formación conjunta de los artículos de fe. Pone también 
especial énfasis en la importancia de los factores éticos en la vida cristiana 
como factor y elemento de unión.
Inglaterra siguió siendo durante este siglo y los siguientes un campo 
notablemente propicio para movimientos unionistas. La confesión anglicana 
siempre insistió en su continuidad institucional con la Ecclesia Anglicana 
medieval, y este hecho facilitó el mantenimiento de la idea de unidad. La 
expansión política y comercial de Inglaterra hicieron además que los anglicanos 
mantuvieran relaciones no sólo con los protestantes del continente europeo, sino 
con los orientales. El desarrollo de las relaciones comerciales inglesas en el 
Medio Oriente provocó el nombramiento de capellanes anglicanos en varios centros 
de la región. El acercamiento entre ellos y los ortodoxos recibió impulso con 
los viajes que diversas personalidades anglicanas realizaron durante la 
supresión de la Iglesia Anglicana por Oliver Cromwell (v.). Uno de los más 
notables entre sus capellanes y viajeros fue Isaac Basire, capellán de Esmirna, 
cuya amplia correspondencia indica la extensión de sus actividades; difundió por 
aquellas regiones traducciones en griego, y aun en turco, del catecismo 
anglicano, y tuvo relaciones amistosas no solamente con jerarcas griegos, sino 
también latinos. Las condiciones políticas del reinado de Isabel I (v.) hicieron 
imposible todo diálogo con Roma, pero con la accesión al trono de los Estuardos, 
católicos o simpatizantes con los católicos, la situación cambió. En 1634 
Christopher Davenport, convertido del anglicanismo y que al hacerse religioso 
adoptó el nombre de Franciscus a Sancta Clara, publicó un tratado sobre 
cuestiones que separaban a los católicos de los anglicanos, titulado Deus, 
Natura, Gratia, en el que se esforzaba por dar una interpretación favorable de 
los formularios anglicanos; inició así la corriente dentro de los movimientos de 
unión que recalca la distinción entre la comunidad anglicana y las confesiones o 
sectas protestantes.
Otra línea que conduce a planteamientos unionistas teñidos de sincretismo o, por 
mejor decir, informados por una cierta depreciación de lo intelectual o 
dogmático es la de ciertos autores místicos que se orientan hacia una Iglesia 
meramente espiritual. El exponente más representativo de esta corriente es el 
teósofo alemán Jacob Böhme (1575-1674; v. TEOSOFÍA). De proveniencia luterana, 
su pensamiento es confuso y difícil, aunque sus ideas eclesiológicas son claras: 
las iglesias visibles, según él, no son más que un edificio de piedras, la 
«iglesia verdadera» está en el corazón de los creyentes que constituyen una 
«iglesia universal del espíritu». En esta línea se sitúa el iniciador del 
pietismo (v.), Jacob Spener (16351705). Desde el punto de vista institucional, 
el pietismo era un movimiento anti-unionista, pero su doctrina central de un 
«nacimiento nuevo» por la vía de la conversión a la piedad apunta hacia un lazo 
de unión entre los cristianos de una u otra confesión, que otro de sus 
representantes (Zinzendorf) expresó con claridad medio siglo más tarde: «la 
iglesia invisible puede hacerse visible a los ojos del mundo a través del 
compañerismo de sus miembros». Entre las escritos pietistas era frecuente la 
edición de colecciones de vidas de santos, y en ellas solían incluir tanto a 
protestantes de las sectas más diversas como a católicos. Una agrupación que 
manifiesta bien el ambiente pietista fue la de los hermanos Moravos (v.), uno de 
cuyos dirigentes, Juan Amos Comenio (1592-1670; v.), en su libro Haggeus 
Redivivus (1632) sugirió un plan para la unión entre todos los protestantes: 
reconocer la unidad doctrinal esencial entre los evangélicos, abandonar los 
nombres propios de cada confesión, sentar como criterio la S. E. interpretada a 
la luz de la Iglesia antigua y de los primeros Concilios. En persecución de sus 
ideales viajó a Inglaterra y a Polonia. En otra obra, De rerum humanarum 
emendatione consultatio catholica, presenta el sueño de una época milenaria, con 
un mundo unificado en una sola federación dirigida por tres cuerpos gobernantes: 
la ciencia, la política y la religión.
3. Del siglo XVIII al Movimiento Ecuménico. Durante 
esta época continúan las líneas y tendencias que se han señalado en el siglo 
anterior, sin nuevas manifestaciones de especial relieve. Como representante 
típico del unionismo anglicano puede mencionarse a William Wake, arzobispo de 
Canterbury desde 1716 hasta 1737, que mantuvo contactos con el movimiento 
anglicano francés (uno de cuyos representantes, Du Pin, publicó un Commonitorium 
dando una interpretación católica de los artículos anglicanos) y con los 
protestantes continentales, tanto luteranos como calvinistas, a los que 
intentaba atraer a la unión bajo la condición, típicamente anglicana, de 
restaurar el episcopado histórico. La accesión al trono inglés de la dinastía 
luterana de Hannover facilitó en principio estos intentos, pero disensiones 
entre los protestantes suizos y alemanes y consideraciones políticas los 
hicieron fracasar pronto.
Representante también de la mentalidad anglicana, pero dándole dimensiones más 
amplias, es el Movimiento de Oxford (v.). Como conclusión lógica de su 
aseveración central, según la cual la Iglesia de Inglaterra para superar la 
crisis del laicismo debía profundizar en su conciencia de ser heredera de la 
Iglesia apostólica y, por tanto, adecuarse a ésta y defender la continuidad 
histórica, los representantes de este movimiento sienten a fondo la necesidad de 
la unión con aquellos cristianos en los que la fe apostólica pervive en su 
integridad. En algunos ese proceso culmina con la conversión al catolicismo: 
Ward, Newman (v.), Manning (v.), etc. En otros lleva a la llamada «teoría de las 
tres ramas», según la cual la Iglesia estaría compuesta por tres ramas en pie de 
igualdad: la romana, la ortodoxa y la anglicana. Esa idea no quedó en mera 
afirmación teórica, sino que algunos intentaron darle forma práctica. Así, p. 
ej., William Palmer (1803-85) viajó a Rusia en 1840 con la esperanza de ser 
recibido en comunión con la Iglesia Ortodoxa; su petición causó sorpresa entre 
los rusos, que no aceptaron sus explicaciones de la «catolicidad» de la 
confesión anglicana. En 1857 se fundó la Asociación for the Promotion of the 
Unity of Christendom, («Asociación para la promoción de la unidad de la 
cristiandad»), con el propósito de unir en la oración a anglicanos, ortodoxos y 
católicos romanos (en un principio participaron en esta asociación algunos 
católicos; después, a raíz de la intervención doctrinal de Pío IX, la 
abandonaron; cfr. Denz. Sch. 2885-2888). En 1863 se constituyó la Eastern 
Churches Association («Asociación para las iglesias orientales») para promover 
el acercamiento entre el anglicanismo y la ortodoxia.
De otra parte surgen actitudes y líneas diversas. El Romanticismo (v.), con la 
atención que presta a la historia y a lo vital, lleva en algunos ambientes a una 
mayor preocupación por la eclesiología, y con ello a una mayor sensibilidad por 
la unidad; representante típico de esta actitud puede considerarse al ruso 
Soloviev (v.), que acabaría convirtiéndose al catolicismo y dedicando una de sus 
obras más conocidas a exaltar la figura del Papa como centro de la unidad. El 
propagarse de las ideas agnósticas e irreligiosas, los estudios bíblicos y 
patrísticos, la experiencia de las misiones (v.) y el escándalo que suscita 
entre los paganos la división del cristianismo son otros tantos factores que 
conducen a una nueva acentuación de la preocupación por la unidad. Pero con ello 
hemos llegado ya a los antecedentes inmediatos del Movimiento Ecuménico, por lo 
que remitimos a ECUMENISMO I.
RONALD BARON. 
 
BIBL.: R. ROUSE, S. NEILL, A History of the 
Ecumenical Moment. 1517-1945, Londres 1967, y la citada en ECUMENISMO I Y II.
 
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991