Trinidad, Santísima. III. Liturgia, Espiritualidad y Arte. 1. la Santísima Trinidad en la Liturgia.
 

El objeto principal de la Liturgia (v.) no es otro que el de la glorificación de la T., lo cual lleva consigo a la vez el de la santificación que Dios hace a los hombres. Esa glorificación aparece en la Liturgia de diversa manera en las fórmulas más antiguas que se conocen y así ha perdurado, hasta nuestros días. Siguiendo la manifestación de Dios unitrino en la S. E. y en la Tradición de la Iglesia, la Liturgia presenta genuinamente a la T. en las relaciones extratrinitarias de las tres divinas Personas en la historia sagrada, para que a través de esa consideración descubramos en la medida de lo posible la vida intratrinitaria. Por eso lo característico de esas fórmulas es mostrar que todo nos viene del Padre por Cristo en el Espíritu Santo, y por Cristo en el Espíritu Santo vuelve al Padre. Más tarde, con motivo de las contiendas antiarrianas, se subrayó más la igualdad en el plano ontológico e intratrinitario y la unidad numérica de la sustancia divina (V. 1, B Y II, A).

Desde entonces han coexistido las dos formas de presentar el misterio de la T. en las fórmulas litúrgicas. Pero eso es ahora secundario. Lo que más interesa aquí es la impronta trinitaria que tiene toda la Liturgia, como lo manifiestan sus elementos más característicos. Así, la antigua norma general, bien conocida por el Conc. de Hipona del a. 393 (Mansi, 3,884), es que toda oración se dirija al Padre por mediación de Cristo. La conclusión de las oraciones, «Por Cristo nuestro Señor», es un testimonio bien explícito. La mención del Espíritu Santo amplía esa compilación cristológica más simplificada, acentuando más la expresión de la vida intratrinitaria. Se observa aún mejor esta impronta trinitaria de las oraciones de la Iglesia en las plegarias eucarísticas o «cáriones» de la Misa (v.) en todos los ritos litúrgicos, tanto orientales como occidentales, desde los tiempos más remotos hasta nuestros días. En esas plegarias el Padre aparece como la Persona a quien se dirige la oración y la alabanza, como el primer origen de donde procede todo don, tanto del orden material como del espiritual y sobrenatural. En todas esas súplicas siempre se interpone la eficaz mediación de Cristo, Pontífice supremo de nuestra fe; por su medio se nos ha otorgado la Redención y toda gracia y por su medio también elevamos nuestra alabanza y súplica al Padre. El Espíritu Santo se muestra como Aquel en quien y con cuya presencia se realiza el acto del culto. Es bien explícito esto en el canon de la Misa más antiguo que se conoce (cfr. B. Botte, La tradition apostolique de Saint Hyppolite, Miinster W. 1963, 17-18; G. Dix, The treatrise of the Apostolic Tradition of St. Hippolytus of Ronte, Londres 1937).

Lo mismo aparece en las innumerables doxologías (v.) insertadas en la celebración litúrgica, ya sean anteriores o posteriores a las contiendas antiarrianas. Son bien conocidas las que concluyen las plegarias eucarísticas, como la ya citada de S. Hipólito de Roma: «... a fin de que te alabemos y te glorifiquemos por medio de tu siervo Jesucristo, por el cual a ti la gloria y el honor con el Espíritu Santo en tu Santa Iglesia, ahora y en los siglos de los siglos»; o la del canon romano: «Por Cristo, con El y en El , a ti, Dios, Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria, por los siglos de los siglos». Hay que añadir otras doxologías que se intercalan muchas veces en las celebraciones litúrgicas, como el Gloria Patri, el Gloria in excelsis, el Te decet alus, el Te Deunt (v.) y las que aparecen en formas muy diversas en la última estrofa de los himnos (v.). Todas ellas muestran la impronta trinitaria de la celebración litúrgica.

No existe ninguna celebración de los sacramentos (v.) ni de los sacramentales (v.) en la que no se manifieste que la fuente de la gracia sacramental es la T. y de ella provienen también toda clase de bendiciones. Fléto lo manifiesta la liturgia de todos los tiempos en un número muy considerable de testimonios tanto en las fórmulas sacramentales, como en las oraciones (v.), en las bendiciones (v.), en los responsorios (v.), en los exorcismos (v.), en las aclamaciones (v.) y en otras fórmulas. La Iglesia, en la elaboración de sus ritos y fórmulas litúrgicas, tiene muy presente lo que afirma S. Cirilo de Alejandría: «Santifícar, entendiéndose, como se acostumbra (en la Escritura), por consagrar y ofrecer, decimos que el Hijo se santificó a sí mismo por nosotros... Nuestro retorno a Dios no se entiende hecho diversamente por Cristo Salvador, sino por medio de la participación y de la santificacióndel Espíritu Santo. Aquel que nos acerca y, por decirlo así, nos une con Dios, es el Espíritu: recibiéndole somos partícipes y consortes de la naturaleza divina y lo recibimos por medio del Hijo, y en el Hijo recibimos al Padre» (In Io., 10: PG 74,544).

Este sello peculiar trinitario aparece incluso en los mismos ciclos del año litúrgico (v.), tanto en el de Adviento-Epifanía-Bautismo del Señor, cuanto en el de Cuaresma-Pascua-Pentecostés, y lo mismo también en el Santoral y de modo especial en las fiestas de la Virgen María. En realidad en todo acto litúrgico se da alabanza y honor a Dios unitrino y, en cierto modo, toda fiesta litúrgica es una fiesta de la Santísima Trinidad.

En el Oficio divino (v.) o Liturgia de las Horas se expresa constantemente y en todos los tiempos que esa alabanza va dirigida a la Trinidad. Recuérdese tan sólo la doxología Gloria Patri insertada al fin de cada salmo o cántico, a lo cual hay que añadir multitud de elementos como los himnos, oraciones, antífonas, lecturas, responsorios, etc. Toda esa celebración litúrgica se considera como una alabanza tributada a Dios Uno y Trino. Con razón se dice en la Const. Lumen gentiunt del Vaticano 11: «La más excelente manera de unirnos a la Iglesia celeste tiene lugar cuando -especialmente en la sagrada liturgia, en la cual la virtud del Espíritu Santo actúa sobre nosotros por medio de los signos sacramentalescelebramos juntos con gozo común las alabanzas de la Divina Majestad, y todos, de cualquier tribu, y lengua, y pueblo, y nación, redimidos por la sangre de Cristo, y congregados en una sola Iglesia, ensalzamos con un mismo cántico de alabanza a Dios Uno y Trino» (no 50).


M. GARRIDO BONAÑO.

BIBL.: TH. DE RÉGNON, Études de Théologie positive sur la Sainte Trinité, 4 vol., París 1892-98; C. VAGAGGINI, El sentido teológico de la liturgia, 2 ed. Madrid 1965, 189-237; H. A. P. SCHMMT, Introductio in liturgiam occidentalem, Roma 1962, 67-68, 293-295, 459 y 577.
 

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991