Trinidad, Santísima II Teología. A. Historia de la reflexión teológica.
 

1. Primeros inicios. En los Padres apostólicos encontramos amplios testimonios de la fe en la Trinidad, en frases muy directamente inspiradas en los textos bíblicos; pero todavía no aparecen intentos de explicación teológica. Éstos los encontramos ya en los Padres apologistas: en S. Justino y Atenágoras sobre todo hay esbozos de una explicación de la generación del Verbo, que incide en algunos puntos en un cierto subordinacionismo (v.), probablemente meramente verbal; en Taciano, una especial teoría sobre las relaciones entre el alma y el Espíritu Santo como fuente de toda inmortalidad. Teófilo de Antioquía acuña la palabra trías, poniendo así las bases de las posteriores expresiones trinitarias (cfr. Ad Autolycum, 2,15).

Mayor relieve tiene la obra de ese teólogo y pastor, lazo de unión entre Oriente y Occidente, que fue S. Ireneo de Lyon (v.), que se concentra sobre todo en la explicación del Hijo, Verbo y Sabiduría, poniendo de manifiesto su origen del Padre y su función en la creación y redención, recapitulando en sí todas las cosas y divinizando al hombre, es decir, uniéndolo a la divinidad.

2. La patrística griega. En la Escuela de Alejandría (V. ALEJANDRíA VI) encontramos una más amplia especulación sobre el dogma de la Trinidad. Clemente de Alejandría (v.) habla especialmente del Hijo en su canto maravilloso al Maestro interior que proclama la verdad, y que, como Pedagogo, nos ha instruido por la Escritura y continúa enseñándonos en la intimidad. En Orígenes (v.) encontramos una primera síntesis de teología trinitaria, que ha sido tachada de subordinacionismo (v.), pero que ha sido defendida por otros, poniendo de manifiesto que la idea de orden (taxis) de la que él se sirve para explicar las relaciones entre las Personas divinas no implica afirmar grados o subordinación en el interior de la divinidad. En cualquier caso algo es claro: Orígenes profesa claramente la regla de fe, y la expresa con firmeza recogiendo la tradición de la Iglesia, aunque luego sus expresiones, a veces arriesgadas, puedan no ser siempre felices,La definición del Conc. de Nicea (v.) da un impulso a la especulación teol6gica trinitaria, tanto en Oriente como en Occidente, y a la composición de comentarios del Símbolo o de tratados específicamente dedicados a la Trinidad; los redactados en los años inmediatos a la crisis arriana se centran sobre todo en la figura del Hijo, posteriormente la atención se dirige más bien al Espíritu Santo. En los años inmediatos a Niceal sobresale la personalidad de S. Atanasio (v.), cuya producción se orienta sobre todo a narrar la historia del Concilio y a exponer y defender su doctrina. Es más bien un historiador de la controversia que un teólogo original y creador, aunque no faltan en él profundizaciones de relieve. Desde que un sínodo de Alejandría del a. 362 aprueba la fórmula «mia ousiai, treis hypostaseis» (una naturaleza, tres personas) S. Atanasio se sirve de ella, pero en otros lugares confunde a veces ousia con hypostasis, dando así origen a no pocos malentendidos.

Gran importancia tiene Dídimo el Ciego (Y.), que recoge y explica la tradición precedente; a él le debemos un De Trinitate (PG 39,269-992) y un De Spiritu Sancto (PG 39,1033-1086), que influyó poderosísimamente en los escritores posteriores, especialmente en los latinos a través de S. Ambrosio. Los Capadocios (v.) dan un nuevo impulso a la teología trinitaria. A ellos se debe que se acabe de definir la terminología que aún fluctuaba: los términos de ousia, prósopon e hypostasis resultan claramente precisados, poniéndose las bases de la labor que luego culminará en los Concilios de P-feso y Calcedonia. En su lucha contra Eunomio (V. ARRIO Y ARRIANISMO, 5) desarrollan la teología del Espíritu Santo, cuya consustancialidad con el Padre y el Hijo defienden esforzadamente. La fuerza con que subrayan la distinción de las Personas ha llevado a algunos a decir que, en su teología, parten de la distinción de Personas para llegar luego a la unidad de naturaleza; hay que subrayar que en ningún momento olvidan el monoteísmo y la unidad de naturaleza. S. Basilio es autor de un De Spiritu Sancto (PG 32, 67-218); S. Gregorio Niceno, del tratado Quod non sunt tres dú (PG 45,115-136) y de un De Spiritu Sancto (PG 45,1301-1334).

La Escuela de Alejandría ofrece un último representante de gran altura en S. Cirilo de Alejandría (v.), autor del Thesaurus de sancta et consubstantiali Trinítate (PG 75,9-656) y de los De Trinitate dialogi (PG 75,659-1024). En la línea de la Escuela de Antioquía deben ser mencionados S. Juan Crisóstomo y Teodoreto de Ciro, autor de otro De Trinitate (PG 83,1167-1172). Cerrando toda esta producción la síntesis de S. luan Damasceno, en su Expositio Jidei orthodoxae (PG 94,807-834).

Dirigiendo una mirada de conjunto a toda esa producción teológica, cabe señalar su riqueza, la firmeza con que es defendida la consubstancialidad, así como la exactitud terminológica a la que llega y el desarrollo de otros diversos temas de gran importancia, como la perichoresis o compenetración entre las tres divinas Personas y la inhabitación del Espíritu Santo en el cristiano. Los Padres que hemos mencionado legan a la teología griega un planteamiento a la vez especulativo y místico que iba a alimentar toda la tradición posterior haciendo que la piedad, la liturgia y la mística del cristianismo oriental se impregnaran de una manera vital y profunda del misterio trinitario.

3. La patrística latina. Aquí, como en otros puntos, es Tertuliano (v.) el iniciador. Su Adversus Praxeam es el primer tratado sobre la Trinidad. A él se le debe la creación del lenguaje teológico latino: la introducción de la voz Trinitas, la acuñación del término persona, y de la fórmula precisa y clara «una sola substancia en tres personas», junto a una serie de distinciones que matizan toda su teología trinitaria: forma, species, proprietas; distinctio, divisio, dispositio; unitas, unio; gradus, portio; conditio, status, oikonomia, prolatio. Preocupado por defender la distinción real y numérica entre Padre, Hijo y Espíritu Santo sin por ello romper la unidad de Dios insiste fuertemente en la «unidad que se dispone en Trinidad». Novaciano (v.) en su De Trinitate busca explicar la distinción de las Personas en el orden de origen, anticipando en algunos puntos lo que luego será la explicación teológica de las relaciones; depende en bastantes lugares de Tertuliano.

S. Hilario de Poitiers (v.) es puente entre Oriente y Occidente en esta doctrina, contribuyendo poderosamente a dar a conocer la historia y doctrina de Nicea. Como aportaciones especulativas hay que reseñar el De synodis, en que explica la palabra consustancial, y el De Trinitate (PL 10,9472), con sus explicaciones sobre las relaciones mutuas entre el Padre y el Hijo y sobre la generación de la inmutabilidad y divinidad del Hijo. Ya a fines del s. iii, S. Ambrosio escribe un De Spiritu Sancto (PL 16,731-850). Dentro de la tradición latina ocupa un puesto singular Mario Victorino (m. ca. 365), que aspira a penetrar en el misterio trinitario con la ayuda de su conocimiento filosófico, ocupándose de la generación del Verbo, de su inmutabilidad y divinidad (cfr. De generatione divini Verbi: PL 8,1019-1036). Describe al Hijo como la voluntad actuada del Padre y el término de su conocimiento. Su explicación se sirve de la distinción plotiniana entre el nous y el Uno, examinando las relaciones entre ambos para entrar en el misterio. De hecho, si bien el Espíritu Santo no está ausente de su doctrina, no aparece clara su función, pareciendo a veces que lo presenta como mero lazo de unión entre las otras dos Personas.

Toda la teología trinitaria, tanto griega como latina, preparaba la gran síntesis agustiniana; con su inmortal obra De Trinitate (PL 42,819-1098), redactada entre el 400 y el 416, y que constituye -como dice Bardy (o. c. en bibl. 1687)- «el monumento más amplio elevado por la teología patrística latina a la gloria de la Trinidad». En esta obra hallamos el resumen más completo de cuanto la Teología había tratado hasta su tiempo en torno a la Trinidad, sea en la argumentación escriturística, sea en la especulación teológica. En los siete primeros libros analiza el fundamento de la fe, tanto en las S. E. como en la Tradición; del libro 8 al 15 examina diversas imágenes creadas que pueden ayudarnos a comprender la verdad de la Trinidad, centrándose especialmente en la consideración del hombre como creatura espiritual hecha a imagen de Dios, y descubriendo en él, en su conocimiento y amor, la imagen de la Trinidad. De esta suerte la explicación trinitaria se une c:)n la soteriológica: el hombre, que había perdido la imagen de Dios en su propia alma, tiene que irse renovando de día en día hasta llegar a la renovación total por la unión de sí con la Trinidad presente en él por la gracia (V. AGUSTíN, SAN II, 2).

En la época posterior a San Agustín, la aportación teológica más importante es la de Boecio (v.) que, defendiendo los términos con claridad y aplicando un método filosófico riguroso, tuvo el gran mérito de iniciar una confrontación de la filosofía aristotélica con la platónica, de gran fortuna en la Edad Media; su De unitate Trinitatis (PL 64,1248-1256) fue muy comentado y estudiado. Los demás autores latinos, S. León Magno, S. Gregorio el Grande, Fulgencio de Ruspe (De Trinitate: PL 65,497508), Casiodoro, S. Cesáreo de Arlés, S. Isidoro de Sevilla, han bebido en la fuente agustiniana, pero han aportado poco para una mayor profundización.

4. Desarrollos posteriores. La teología griega ha continuado la línea especulativo-mística de la patrística propia alcanzando resultados muy ricos, sobre todo en temas fronterizos entre la teología trinitaria y la eclesiología y la antropología sobrenatural. Ha dedicado particular empeño a la consideración de la procesión del Espíritu Santo y de su acción, en ocasiones con un espíritu polémico frente a la tradición. latina (V. ORTODOXA, IGLESIA II).

La Escolástica medieval continúa la herencia agustiniana, a la que se unen las aportaciones de Boecio y, en algunos casos, un conocimiento directo de la patrística griega, todo ello asumido de acuerdo con la preocupación por una síntesis teológica que caracteriza a la época. Especial mención merecen los Victorinos (v. SAN VÍCTOR, ESCUELA DE), Pedro Lombardo (v.) y, sobre todo, S. Tomás de Aquino (v.). En la Summa theologiae, especialmente, el Aquinate ofrece una amplia y trabada sistematización del tratado sobre Dios: comienza con el tratado sobre Dios uno, es decir, según la unidad de su esencia (Suni. Th. 1 qq2-26). para dar paso luego al tratado sobre Dios trino (qq27-43); dentro de éste considera primero las procesiones (q27), luego las relaciones (q28) y finalmente las Personas, primero en general (q29-32), luego cada una de ellas en singular (q33-38), y por último relativamente o en comparación a la esencia o entre sí (qq39-43). El tratado se cierra (q43) con la consideración de las misiones, entroncando así con la visión tomista de la creación como salida (exitus) de las criaturas desde Dios ordenada a una vuelta (reditus) hacia Él, vuelta que de hecho está llamada a realizarse a través de la ordenación de las criaturas racionales a la participación en la vida trinitaria. Si, como ha llegado a decir Gilson (La hilosophie au Moyen Áge, 2 ed. París 1952, 587), r'cuango un medieval escribe un De Trinitrate, y no De fluxu entis et de processione mundi, puede reconocerse en él a un agustiniano auténtico, cabe sostener que S. Tomás intenta armonizar ambas líneas integrándolas en una síntesis.

En las épocas posteriores el tratado De Trinitate no progresa apenas: se continúa glosando el tratado de S. Tomás, que se impone por su profunda estructuración, y en ocasiones se llega incluso a esquematizarlo con exceso. El único punto en que la Teología se manifiesta más viva es en el estudio de la inhabitación de la Trinidad en el cristiano, con especial referencia a la actuación de los dones del Espíritu Santo en la vida mística (V. ESPíRITU SANTO III). En el s. XX, como consecuencia en parte de los estudios bíblicos, de un acercamiento a la patrística griega y del movimiento litúrgico, se advierte un resurgir de los estudios trinitarios, especialmente de los dirigidos al análisis de la operación de la Trinidad en la historia de la salvación, en la Iglesia y en el cristiano. Esa línea de trabajo ha encontrado eco incluso en diversos documentos magisteriales, desde la Enc. Divinum illud munus de León XIII (a. 1897) y la Mystici corporis de Pío XII (1943), hasta el Conc. Vaticano II (cfr. especialmente Const. Lumen genfluni, 1-4; Decr. Ad gentes; 1-4; Const. Sacrosanctum Concilium, 5-10, etc.). Es un panorama amplio y prometedor, que puede llevar a poner de manifiesto nuevas riquezas del misterio central de nuestra fe, con tal de que -y la advertencia no es innecesariaesa atención prestada a la vivencia del misterio no lleve a dejar en segundo lugar la consideración de la vida trinitaria en sí misma, sino que, al contrario, proceda de la realidad de la Trinidad, tal y como la regla de la fe nos la da a conocer, para, a partir de ella y a su luz, analizar y valorar la obra de la Redención y Salvación.


JOSÉ MORÁN.
 

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Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991


 

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