Transfiguración de Jesús
T., en griego metamorfosis, es el cambio de una
forma a otra. En el lenguaje bíblico del N. T. es el cambio que se operó en
jesús mientras estaba en el monte orando (Mt 17,1-13; Mc 9,2-13; Lc 9,28-34). El
transformarse en otra figura es un tema que se encuentra en las antiguas
religiones. Así en la mitología griega se decía que los dioses se cambiaban en
forma de hombres, y en las religiones mistéricas los hombres se cambiaban en
dioses. El hecho aquí narrado es totalmente distinto, no sólo por los datos de
la narración sino también por el significado.
Estudio de las fuentes. El relato del Evangelio de Marcos (Mc 9,1-10) parece ser
el más antiguo, apoyado en el testimonio de S. Pedro. Explica que Pedro no sabía
qué decir porque estaba asustado; Lucas narra que Pedro «no sabía lo que decía»;
Mateo, al narrar lo mismo, carga el acento en el estupor y el temor de Pedro
ante la presencia de lo divino. Las palabras de Mc son las mismas que después
explican el mutismo de Pedro en el huerto (Mc 14,40). Las dos escenas están
emparentadas: los mismos testigos privilegiados, el mismo estupor de los
discípulos ante la gloria de Cristo en un caso, y ante su humillación en el
otro. En ambas ocasiones los discípulos están ante un misterio incomprensible.
Marcos presenta la t. como una epifanía del Mesías -Maestro- ante los discípulos
estupefactos. El hecho permanecerá indescifrable en su memoria hasta que puedan
comprender qué es la resurrección de los muertos (Mc 9,10).
Mateo, en su Evangelio (Mt 9,1-17), mantiene el esquema primitivo de un relato
apocalíptico: aplica a jesús lo que se dice del ángel revelador y de Yahwéh; es
jesús el que «toca» y «levanta» a los discípulos postrados; éstos le llaman
Kirios en lugar de Maestro como Mc y Lc; Pedro propone humildemente con un «si
tú quieres»; se carga el acento en la divinidad de Cristo, presentando la t.
como una cristofanía. Al principio del Evangelio, en una alta montaña, Cristo
había rechazado el poder que le proponía Satanás, ahora el cielo responde
proclamando a Cristo Hijo de Dios, lleno de gloria. El camino de la
glorificación de Cristo no tiene principio de poderío humano, sino que el poder
le viene de Dios a través de la Cruz. Esta soberanía que Cristo ha recibido
solamente de Dios la podrá delegar en los suyos en el momento de partir, sobre
el monte de la Ascensión (Mt 28,18-20). La Iglesia podrá ejercer ese poder en
nombre de jesús, que le ha prometido estar presente hasta su vuelta gloriosa, si
en seguimiento de Él no se deja apartar por Satanás del camino de la cruz hacia
la gloria.
El Evangelio de Lucas (Lc 9,28-36) dispone de una fuente más rica que Mc y Mt.
Pone el relato en función del designio salvífico de Dios, relacionando
íntimamente la t. con la humillación de Getsemaní. Según Lc jesús va a la
montaña a orar (Lc 9,28). La escena se desarrolla probablemente de noche, dado
el sueño de los discípulos (9,32); Moisés y Elías hablan con Cristo del exodos,
palabra que en perspectiva lucana no designa sólo la muerte sino también la
gloria (cfr. 24,7.26.46). El principio de que hay que pasar por la cruz para
llegar a la gloria se transparenta en Cristo transfigurado, que sin dejar la
tierra está pletórico de cielo; en este momento se conjugan misteriosamente la
humillación de la condición mortal y la gloria de la existencia divina.
Los tres relatos están colocados en un momento crucial de la vida de Jesús: se
inicia el camino hacia Jerusalén, en el contexto próximo tenemos los dos
primeros anuncios de la muerte y Resurrección en Jerusalén (Mt 16,21; 17,22; Mc
8,31-33; 9,30-31; Lc 9,22; 9,44-45). La confesión de Pedro en Cesarea ha
confirmado la división provocada por Jesús: por una parte los dirigentes del
pueblo que le rechazan, por otra el grupo de los Apóstoles que le aclama como el
Cristo, el Hijo de Dios vivo; a ellos se les va a revelar progresivamente el
misterio de su persona, los planes de Dios; no entienden y reaccionan
violentamente (Mt 16,22; 17,23; 20,20 y paralelos), sin comprender las
predicciones fatídico-gloriosas de jesús. Pero el Maestro sigue inalterable su
camino hacia Jerusalén, y los discípulos acaban siguiéndole, dispuestos a morir
con Él (lo 11,16). Ante esta perspectiva extraña que van tomando los
acontecimientos los discípulos necesitaban un apoyo para su fe puesta a prueba.
La t. surge precisamente cuando Jesús se dirige generoso hacia el lugar de su
inmolación. Es verdad que ellos no entenderán nada hasta que venga la luz del
Espíritu, pero aquello fue suficiente para animarles en su seguimiento.
Contenido teológico. Hay varias interpretaciones peregrinas del hecho.
Baltensweiler sostiene que la t. saca a jesús de la tentación de ser un Mesías
político, lo cual es inadmisible dados los datos; de lo que se trata es de
revelar la dignidad del Maestro. En esta línea Boobyer afirma que es una
anticipación de la Parusía; Riesenfeld se inclina por pensar que es una
proclamación del ReyMesías; algunos separan Mc 9,3 como una interpolación
helenista y consideran el resto de la narración como un modo de expresar la
superioridad de Jesús (Lohmeyer). En todas estas interpretaciones falta un
fundamento sólido.
El mensaje doctrina] hay que buscarlo en la voz que suena en la nube: es signo
de la presencia de Dios (Ex 16,10; 19,9; 24,15; Num 11,25; 2 Mac 2,8). En la
frase«Éste es mi Hijo, el amado. Escuchadle» se da una triple manifestación: En
primer lugar, se presenta a Cristo como el Hijo amado (=único de Dios),
confirmando la confesión de Pedro, a la que puede referirse el dato cronológico
(Mc 9,2); es una alusión clarísima al salmo 2, de tanta raigambre en la Iglesia
primitiva. En segundo lugar, la expresión de Lc, «el elegido», y la de Mt «en el
cual me complazco», hacen referencia clara al primer canto del Siervo de Dios
(v.) del que habla Isaías (ls 42,1), figura que tanto sirvió a los primeros
predicadores para explicar el escándalo de la Cruz. Cristo es el Siervo, el
amado en el que se recrea Dios, el humilde y paciente, el que hará triunfar la
justicia, el que será la esperanza de todas las naciones (Mt 12,18-21).
Algunos se fijan en la insistencia de Mc en la blancura de los vestidos de
Cristo: «Sus vestidos se volvieron relucientes y muy blancos, como ningún
batanero de la tierra podría blanquearlos» (Mc 9,3). Es un detalle que hace
pensar en la blancura radiante que los santos tienen en el cielo. Los personajes
que los relatos apocalípticos presentan alrededor del trono de Dios van siempre
con blancas vestiduras (Dan 7,9; 10,5; Act 1,10; Apc 3,4; 4,4; 7,9), y de aquí
concluyen que Cristo se presenta a los suyos como el Hijo del Hombre predicho en
Dan 7,9; sin embargo, parece poco fundamento ese detalle para esta afirmación.
Aparte de lo dicho hay una serie de elementos que conviene analizar por separado
para ver todo el contenido doctrina] que este suceso trae consigo:a) La
presencia de Moisés (v.) y Elías (v.). Son los dos grandes hombres de la Alianza
(v.), promulgada y renovada, que en este momento asisten como testigos del nuevo
legislador que promulgará la Alianza definitiva. Según algunos, ellos, como
representantes de la Ley y los Profetas, atestiguan la mesianidad de jesús. El
tema de la conversación sostenida es el de la salida (exodos) de Cristo desde
Jerusalén. Según el sentido antes explicado, no sólo hablan de la muerte, sino
también de la Resurrección y Ascensión. De hecho Cristo siempre que hace
referencia a la muerte ignominiosa que le espera también hace referencia a su
Resurrección (v.) y Ascensión (v.). Son como dos caras de una misma moneda, en
Él, y en los suyos. Por eso, los tres que van a presenciar y saborear la
angustia y la amargura de Getsemaní son los que preguntan y contemplan
extasiados este anticipo de la glorificación definitiva.
b) La montaña. Es el lugar preferido por Jesús para retirarse a orar. Los
lugares altos son considerados propicios para el retiro y la oración intensa; en
la montaña es donde han tenido lugar las grandes teofanías (v.) de Yahwéli;
Moisés y Elías han gozado en la soledad y en la altura de la presencia inefable
de Dios. Parece ser de noche según lo que dice Lc 9,32; la noche es el momento
que Jesús suele escoger para orar con más intensidad al Padre (Lc 6,12). Se ha
pretendido localizar esa montaña: la tradición la sitúa en el Tabor (v.),
mientras que críticos modernos la fijan en el Hermón, al norte de Cesarca (Y.)
de Filipo. Los evangelistas no dicen nada, pero su silencio es muy elocuente
dados los elementos que concurren en el relato: la gloria, Moisés y Elías, la
nube, las tiendas, la voz del cielo; todo ello permite pensar en una alusión a
un nuevo Sinaí (v.).
c) Las tiendas. En la ocurrencia de Pedro ven algunos una señal de su
hospitalidad, cosa que el texto no permite deducir sin más. Otros piensan que
estarían en la fiesta de los tabernáculos (V. FIESTA II), en la que los judíos
pasaban la noche bajo una tienda; tampoco hay suficiente fundamento para afirmar
esto. La tienda es un signo de la venida escatológica de Dios hasta su pueblo
(Os 12,10), por lo que se podría pensar que Pedro creyera que el fin de los
tiempos había llegado y que la aparición había de durar para siempre. De todos
modos las palabras de Pedro, que de momento no comprende la glorificación, como
tampoco comprenderá la humillación, apuntan sólo a perpetuar el momento,
queriendo obligar a aquellos personajes a permanecer bajo la sombra de una
tienda fija.
d) La nube. Es signo de teofanías (v.) de Dios; cubre y protege, es morada de
Dios (Ps 18,12). Como en la Tienda de la Reunión (Ex 40,34-35) y el Templo de
Salomón (1 Reg 8,10-12), así sería en los últimos tiempos. La nube que se había
alejado del Templo volvería a cubrirlo y con él a toda la reunión de los fieles
de Dios (2 Mach 2,8; Ez 10,34). La presencia definitiva de Dios en su pueblo se
actuaba en aquel momento, adelantando acontecimientos. La nube cubre no sólo a
los personajes celestes, sino también a los tres discípulos; ellos no son sólo
espectadores de aquel acontecimiento, sino partícipes activos de algo que les
desborda, pero que les atañe. Ahora Cristo reúne por un momento a los suyos y
les hace participar de ese gran día cuando la gloria de Dios cubra a todo su
pueblo (2 Mach 2,8).
La t. tiene un gran significado en la vida de los cristianos. No sólo de
aquellos que presenciaron la pasión, sino también de todos los que han de creer
y vivir en su carne la locura de la cruz. Es un viejo sueño del hombre la
transformación, el endiosamiento. Con Cristo se viene a realizar de una forma
inesperada y maravillosa EI es el que posee la gloria como algo propio, no es un
reflejo lo que hay en su rostro como sucedía con Moisés, es una emanación (Heb
1,3; 2 Cor 4,6; lo 1,7). Y de esa gloria participan todos los que con Él mueren
en el Bautismo, los que «reflejando como en un espejo la gloria del Señor nos
transformamos en su misma imagen resultando siempre más gloriosos...» (2 Cor
3,18). Es una transformación progresiva que se va verificando a medida en que se
participa en su cruz (v. VíAS DE LA VIDA INTE RIOR; ASCÉTICA II; LUCHA ASCÉTICA;
MíSTICA), viniendo a ser estas transfiguraciones como el apoyo y el aliento para
seguir caminando hasta la transformación definitiva (Philp 3,21; VA. PARUSíA).
V.t.: TABOR, MONTE.
A. GARCÍA MORENO.
BIBL.: J. HÖLLER, Die Verklürung lesu, Friburgo Br.
1937; J. BLINZLER, Die Neuetestamentlichen Berichte über die Verklürung lesu,
Munster 1937; E. DABROWSKi, La Transfiguration de lésus, Roma 1939 [cfr. amplia
crítica de estas tres obras en «Biblica» 21 (1940) 200-2101; M. J. LAGRANGE, El
Evangelio de Ntro. Señor jesucristo, 2 ed. Barcelona 1942, 218 ss.; J. M. VOSTÉ,
De baptismo, tentatione et transfiguratione lesu, Roma 1934; P. BENOIT, Études
sur VÉvangile, París 1966; R . SILVA, Hechos de jesús. Bautismo, tentación,
transfiguración en la exégesis actual, Santiago de Compostela 1966.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991