La doctrina social cristiana parte del concepto usual de trabajo que puede
definirse como «ejercicio consciente, serio y exteriorizado objetivamente,
de las capacidades humanas para realizar los valores con que el hombre
cumple los fines queridos por Dios» (Hner, o. c. en bibl., 146). En forma
análoga, aunque más sencilla, León XIII había hablado del trabajo como
«ocuparse en hacer algo para adquirir las cosas necesarias para los
diversos fines de la vida y, sobre todo, para la propia conservación» (Enc.
Rerum novarum, 15 mayo 1891, 32); y Pío XI, por su parte, aludía a
«aplicar y ejercitar las energías corporales y espirituales a los bienes
de la naturaleza o por medio de ellos» (Enc. Quadragessimo anno, 15 mayo
1931, 53).
La valoración que del trabajo hacen la Biblia y los Padres de la
Iglesia son estudiados en el apartado siguiente (VII); aquí vamos a
exponer las enseñanzas dadas sobre esta materia de los últimos Pontífices.
1. Significación del trabajo. Siguiendo en parte a Höffnér, cabe
decir que los Pontífices han puesto de manifiesto seis rasgos o
dimensiones del trabajo:a) Como actividad para el desarrollo del hombre.
«El hombre nace para el trabajo como el ave para volar», dice un texto de
la S. E. citado por Pío XI (Quadrag. anno, 27): de ahí su necesidad y su
dignidad. Y Pío XII en diversas ocasiones insiste en el mismo pensamiento:
«el trabajo perfecciona la personalidad, no la envilece» (Radiomensaje de
Navidad, 1942); «es servicio de Dios, don de Dios, vigor y plenitud de la
vida humana, prenda del reposo eterno» (Radiomensaje de Navidad, 1943). El
ejemplo del Hijo de Dios, hecho artesano, ha de repetirse en la doctrina
pontificia para justificar la dignidad del trabajo y aun la necesidad de
practicarlo para desarrollar plenamente la personalidad (Enc. Divini
Redemptoris, 19 mar. 1937, 36; Enc. Fulgens radiatur, 21 mar. 1947, etc.).
b) Como configuración y dominio del mundo. «Como medio indispensable
para el dominio del mundo -escribe Pío XII-, querido por Dios para su
gloria, todo trabajo posee un dignidad inalienable» (Aloc. Con sempre: AAS
35, 1943, 20). «Creado el hombre a imagen de Dios -dice el Conc. Vaticano
Il- recibió el mandato de gobernar el mundo en justicia y santidad,
sometiendo a sí la tierra y cuanto en ella se contiene, y de orientar a
Dios la propia persona y el universo entero, reconociendo a Dios corno
Creador de todo, de modo que con el sometimiento de todas las cosas al
hombre sea admirable el nombre de Dios en el mundo» (Const. Gaudium et
spes, 34). Y Paulo VI, en la Enc. Populorum progressio, 24 mar. 1967,
declara tajantemente que «todo trabajador es un creador» (n. 27).
c) Como fuente de riqueza. «Para la obtención de los bienes
económicos es sumamente eficaz y necesario el trabajo de los proletarios,
ya ejerzan su habilidad y destreza en el cultivo del campo, ya en los
talleres de industrias» (Rerum novarum, 25). Se alude específicamente al
trabajo manual, cuya significación económica quizá se exagera en demasía
cuando a continuación se nos dice que «llega a tanto la eficacia y poder
de los mismos (de los proletarios) en este orden de cosas, que es
verdaderamente incuestionable que la riqueza nacional proviene no de otra
cosa que del trabajo de los obreros». León XIII se sitúa en la coyuntura
de su tiempo, la primera revolución industrial (v.), cuando parecía que no
podía admitirse más fuerza productiva que la del trabajo manual. En
cambio, con visión más amplia y actualizada, la Quadragessimo anno, que es
la encíclica de la segunda revolución industrial, tras insistir en la
virtud del trabajocomo fuente de la riqueza nacional, remata en que «nadie
puede ignorar que jamás pueblo alguno ha llegado desde la miseria y la
indigencia a una mejor y más elevada fortuna, como no fuese con el enorme
trabajo acumulado por los ciudadanos, tanto de los que dirigen como de los
que lo ejecutan».
d) Como servicio. Hay un aspecto muy importante que los Papas no han
pasado én silencio. El trabajo, como dicen León XIII y Pío XI, tiene un
significado social y en este terreno cumple una función claramente
socializadora. La Populorum progressio nos dirá que el trabajo «une las
voluntades, aproxima los espíritus y funde los corazones; al realizarlo,
los hombres descubren que son humanos» (no 27). Y, por su parte, la
Gaudium et spes enseña que «por él el hombre se une a sus hermanos y les
hace un servicio, puede practicar la caridad y cooperar al
perfeccionamiento de la creación divina».
e) Como glorificación de Dios. Es éste, sin duda, el punto en que la
doctrina pontificia ha hecho culminar la dignidad del trabajo humano. No
es ya que sea efectivamente tarea digna y no innoble, que desarrolle la
personalidad, domine la naturaleza y ayude a la asociación con los demás;
es que, a mayor abundamiento, implica obediencia al mandato de Dios,
participa en su obra creadora y alcanza así las dimensiones más hondas. De
diversas maneras los Papas han destacado esta nueva cara del trabajo que
no dudamos en calificar de teológica (v. VII). Esbozada ya la idea por los
Pontífices anteriores, es expresada rotundamente por Pío XII sobre todo a
partir de 1950: «el trabajo de un hombre que vive en gracia santificante
debe manifestar la filiación de Dios como una fuente sobrenatural de
energía cotidiana y de cotidiano mérito para el cielo y para los vastos y
elevados fines del reino del Padre» (Alocución al personal del Banco de
Italia, 25 abr. 1950). Y en otro momento añade: «El hombre puede
considerar su trabajo como un verdadero instrumento de la propia
santificación, puesto que trabajando cumple el deber y el derecho de
procurar para sí y para los suyos el necesario sustento y se convierte en
elemento útil de la sociedad» (Col cuore aperto, radiomensaje de Navidad,
1955). luan XXIII recuerda que Jesucristo fue artesano e hijo de artesano
y al incorporarse a la vida dura que él llevó «el cristiano está unido
espiritualmente al divino Redentor» (Mater et Magistra, 15 mayo 1961,
259). Y continúa la misma Encíclica: «al desplegar su actividad en las
empresas temporales, su trabajo viene a ser como una continuación del de
Jesucristo, del cual toma fuerza y virtud salvadora». De este modo «el
trabajo del hombre se eleva y ennoblece de tal manera que conduce a la
perfección espiritual del hombre que lo realiza y, al mismo tiempo, puede
contribuir a extender a los demás los frutos de la redención cristiana y
propagarlos por todas partes» (ib.). Ante la Asamblea General de la
Organización Internacional del Trabajo, Paulo VI, en su discurso de 10
jun. 1965, volvió a recordar los motivos específicamente religiosos de la
dignidad del trabajo, y en la Populorum progressio, no 28, escribe que el
trabajo «tiene la misión de colaborar en la creación del mundo
sobrenatural no terminada, hasta que lleguemos todos juntos a constituir
aquel hombre perfecto de que habla S. Pablo 'que realiza la plenitud de
Cristo' (Eph 4,13)». Finalmente, la Const. Gaudium et spes del Conc.
Vaticano II enseña que «por la oblación de su trabajo a Dios, los hombres
se asocian a la propia obra redentora de Jesucristo, quien dio al trabajo
una dignidad sobreeminente, laborando con sus propias manos en Nazaret»
(no 67).
Virtud santificante, colaboración en la obra divina creadora y unión
con Cristo: he aquí hasta dónde asciende la dignísima significación del
trabajo (v. vii).
f) Como expiación. La dignidad concedida así al trabajo no ha de
hacer olvidar completamente que subsiste siempre en él algo de penitencia
o expiación, si no de maldición. El trabajo que el hombre hubiera
desempeñado en estado de inocencia, es decir, sin el pecado original (V.
PECADO II y III), hubiera sido deleitable; después del pecado «le fue
impuesto como una penitencia necesaria cuyo peso tiene que sentir» (Rerum
novarum, 14).
2. Peligro de una sobrevaloración del trabajo. Nos ha parecido
oportuno dejar para el último lugar en las referencias al trabajo ésta del
carácter penitencial del trabajo que, aun sin ser la única, puede servir
como freno para no incurrir en excesos sobre la estimación del trabajo,
supervalorándolo más allá de lo que merece, lo que llevaría a caer en lo
que podemos llamar el «laboralismo» o religión del trabajo -concretamente
del trabajo manual- que se extendió desde el s. XIX, incurriendo en
exageraciones iguales en medida aunque de signo contrario a las del
profundo desprecio por la actividad artesanal de épocas anteriores. Paulo
VI puso en guardia contra una sobrestimación del trabajo que le haga
salirse de su cauce: no basta por sí mismo, no es fin absoluto ' ni «la
causa suprema»; es sencillamente una vía instrumental, un medio que tiene
que servir al hombre (aloc. de 23 ag. 1964). Y el hombre está aquí para
salvarse, no para transformar el mundo natural. Por lo demás, y pese a su
dignidad, no hemos de convertirlo en deber absoluto, pues, según escribe
F. Bataglia, el trabajo es para la vida, no la vida para el trabajo.
Sería preciso además recordar las condiciones del trabajo industrial
moderno, traído en gran parte por ese falso laboralismo para evitar toda
esa idealización ilusoria. Las declamaciones de la Sociología industrial y
de la Ética del trabajo contra la deshumanización del maquinismo y la
técnica no han sido olvidadas por los Pontífices. Ya León XIII reconocía
que la técnica puede aliviar el esfuerzo humano, pero que en su forma
actual muchas veces es fuente de perversión y de envilecimiento de la
persona humana. Pío XI, a su vez, prevenía contra los riesgos del trabajo
industrial para el pudor de la mujer, para las costumbres de los jóvenes,
para la cohesión del grupo familiar. Si «de las fábricas sale ennoblecida
la materia inerte», es en ellas donde «los hombres se corrompen y
envilecen» (Quadragessimo anno, 23). Y Pío XII, resumiendo el carácter
ambivalente del trabajo -en cuanto natural y en cuanto tecnificado y
mecanizado-, dijo que el «espíritu técnico» pervierte y desordena
grandemente y en profundidad el concepto natural y cristiano del trabajo
(11 Popolo, Radiomensaje de Navidad, 1953).
3. Trabajo, capital y empresa. No podía la doctrina pontificia dejar
de hacer referencia a la relación entre estos temas; y aunque su
desarrollo particular pertenece a los artículos correspondientes, no
estará de más resumir aquí, con la mayor concisión posible, la posición
que adopta la doctrina social católica. Sobre la relación capital-trabajo,
el pensamiento pontificio se resume en dos tesis: 1) necesidad de
colaboración entre ambos (Rerum novarum, 14; Quadrag. anno, 53); 2)
especial dignidad del trabajo, en cuanto realidad personal de la que
dependen los restantes elementos de la vida económica, que no tienen otro
papel que el de instrumentos (Gaudium el spes, 67). Por lo que respecta a
la relación empresatrabajo, diremos que la doctrina de la Iglesia tiende
cadavez más a la participación en los beneficios (Quadrag. anno, 53 y 55)
y en la organización misma de la empresa (Pío XI, La Solennitá, 20; Juan
XXIII, Mater et Magistra, 92). Tal organización es en principio de
competencia de log propios interesados, propietarios o empresarios y
trabajadores; mas si ellos no quieren o no pueden cumplir su función «es
deber del Estado intervenir en la división y distribución del trabajo,
según la forma y medida que requiera el bien común, rectamente entendido»
(Mater et Magistra, 44). Esto nos remite a la postura de la Iglesia en lo
concerniente a la política social relativa a las cuestiones de trabajo:
V. CUESTIÓN SOCIAL; EMPRESA III; CAPITAL II; SALARIO; PRODUCCIóN;
REFORMA SOCIAL.
BIBL.: F. BATAGMA, Filosofía del
trabajo, Madrid 1955; H. ARVON, La Philosophie du travail, París 1961; F.
RODRíGUEZ, Documentos sociales, Madrid 1964; J. L. GUTIÉRREZ GARCíA,
Trabajo, en Conceptos fundamentales en la doctrina social de la Iglesia,
IV, Madrid 1971, 373-86; 1. HóFI`NER, Doctrina social cristiana, Madrid
1964, 146-81; C. VON GESTEL, La doctrina social de la Iglesia, Barcelona
1959, cap. V; C. H. BELAÚNDE, Doctrina económica social de León XIII a
Paulo VI, Buenos Aires 1970, cap. VI; P. BADIN Y OTROS, El trabajo, Madrid
1963; A. HFRRERA ORIA, Propiedad y trabajo en los documentos conciliares,
Madrid 1%6; J. MESSNER, Ética social, política y económica, Madrid 1%7,
1259 ss.; XII SEMANA SOCIAL DE EsPAÑA, El Trabajo, Madrid 1952; J.
MAESSELE, Vetica cristiana del lavoro, Roma 1949.
A. PERPIÑÁ RODRíGUEZ.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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