Testimonio en Moral.
 

1. Testimonio cristiano. a) En los primeros tiempos. Al t. dado por Jesucristo y los Apóstoles sucede, históricamente hablando, el dado por los primeros cristianos, dentro del cual destaca sobre todo el de los mártires. El martirio viene a ser el mejor t. en favor de Cristo, por la mayor perfección que contiene: «el martirio es, entre los demás actos humanos, el más perfecto en su género, como signo de mayor caridad, puesto que, según S. Juan, 'nadie tiene mayor amor que éste de dar uno la vida por sus amigos'» (S. Tomás, Sum. Th. 2-2 g124 a3). Aunque el hecho del martirio fue casi contemporáneo con el nacimiento de la Iglesia (cfr. Act 6, 12-7,60), sin embargo, el título de mártir nace en la primera mitad del s. II; en cualquier caso, antes del martirio de S. Policarpo (v.), del cual conservamos no sólo el t. de su muerte, sino también el t. verbal de su sentido del martirio: «Yo te bendigo (Dios), porque te dignaste hacerme llegar a este día y a esta hora para que yo tenga parte, contada en el número de tus testigos, en el cáliz de tu Ungido» (Mart. Polyc. 14,2). La misma conclusión se deduce de la carta de las iglesias de Lion y Viena a las de Asia y Frigia sobre los mártires del 177. En dicha carta aparecerá un nuevo término, confesor, el que ha dado testimonio de su fe, pero sin la efusión de su sangre (cfr. Eusebio, Hist. Eccl. 5,2,1-4). Hacia el 197, Tertuliano pone en circulación -en lengua' latina- el helenismo de martir y martirium (v. MÁRTIR).

A mediados del s. III, S. Cipriano distingue perfectamente entre martir y confessor, incluyendo en la denominación de mártir no sólo a quien por confesar su fehaya sufrido la muerte, sino también a quien por la misma causa haya sufrido tormento (Epist. 2). Para Clemente de Alejandría el martirio es sinónimo de perfección (Strom. 4,4); es el t. por excelencia de la fe y de la caridad (Strom. 4,6). Orígenes dará una noción más amplia del martirio, pues para él «todo el que da testimonio de la verdad, ya sea de palabra, ya de obra, ya de cualquier otra manera se ponga de parte de ella, puede con razón ser llamado mártir» (Comm. in Ioan. 2: PG 14,175). S. Agustín reafirma el carácter de t. y sufrimiento que lleva consigo el martirio: «Los mártires, en efecto, sufrieron por dar testimonio... Como testigos de Dios sufrieron» (Tract. in Epist. lo 1,2). El t. de Cristo que daban los mártires ha sido la causa próxima de muchísimas conversiones de gentiles (cfr. Eusebio, Hist. Eccl. 2,11,3; 6,5,7).

Cuando el martirio no es tan frecuente, algunos cristianos buscarán un sustitutivo en el monaquismo (v.), y más primitivamente en la vida solitaria, y darán con ello un t. singular con su apartamiento del mundo (v. ANACORETISMO). Pero lo normal será el t. ordinario dado por los cristianos de los primeros tiempos (V. CRISTIANOS, PRIMEROS), que ofrecían en medio del mundo el ejemplo de su vida íntegramente cristiana a sus contemporáneos del paganismo (cfr. Ignacio de Antioquía, A los efesios, 10; S. Justino, I Apología, 16,3-4; Atenágoras, Legatio, 11-12; Discurso a Diogneto, 5,1-17).

b) En la actualidad. El cristiano ha de manifestar con hechos de vida el t. de su fe (v.). Sus buenas obras han de resplandecer a los ojos de los hombres para que éstos den gloria al Padre celestial (Mt 5,16). Puesto que «el bien es difusivo de suyo», en la medida que el cristiano participe de ese Bien que es Cristo, lo difundirá entre los hombres; máxime, cuando Dios «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad» (1 Tim 2,4). En cuanto al modo de realizar este t. no Olvidará el cristiano que debe hacerlo «obrando la verdad con caridad» (Eph 4,15). El t. del creyente desconoce la inacción; no es del mundo, pero vive en el mundo, y como buen discípulo del Maestro dará un t. constante en la calle, en la oficina, en los negocios, en las asambleas públicas, etc. En esta tarea debe participar todo el «pueblo de Dios» (Conc. Vaticano II, Const. Lumen gentium, 16; VA. APOSTOLADO; IGLESIA III, 3).

En razón de los diversos componentes del «pueblo de Dios» cabría considerar el t. de laicos, sacerdotes y religiosos. En este sentido, el Vaticano II ha precisado que «la obligación principal de los laicos, hombres y mujeres, es el t. de Cristo que deben dar con su vida y con su palabra en la familia, en su grupo social y en su ámbito profesional» (Decr. Ad gentes, 21). Los cristianos corrientes han de testimoniar a Cristo en el campo de las realidades temporales, que les es propio (ib., 12; Paulo VI, Enc. Ecclesiam suam, 13). El fiel proclama el mensaje de salvación a través de los medios apostólicos a su alcance, entre los que conviene consignar el cumplimiento cabal de su tarea profesional y social, bajo el impulso de su fe cristiana (v. LAICOS; TRABAJO, así como la VOZ OPUS DEI, dado el especial relieve que al t. laical da esta asociación).

A los sacerdotes (v. SACERDOCIO; PRESBÍTERO) también se les indica que deben dar un t. con su vida en la misión eclesial que se les ha conferido: «Los presbíteros han de tener la máxima preocupación por mostrar a los fieles -con el ministerio de la palabra y con el testimonio de su propia vida, que debe manifestar claramente el espíritu de servicio y la verdadera alegría pascual- la excelencia y la necesidad del sacerdocio» (Decr. Presbyterorum Ordinis, 11). El t. que deberán ofrecer los pastores a su grey tendrá la expresión de verdadera diakonía, servicio, a ejemplo del Señor, qué «no ha venido a ser servido, sino a servir» (Mt 20,28). Aun en las circunstancias más adversas deberá el sacerdote manifestar el t. de su vida, llegando, si fuera preciso, hasta el martirio (Ad gentes, 6 y 24).

Finalmente, a los religiosos se les pide que manifiesten a los demás hombres un t. escatológico. Ellos «dan testimonio preclaro e insigne de que el mundo no puede ser transfigurado y ofrecido a Dios sin el espíritu de las bienaventuranzas» (Const. Lumen gentium, 31). Para los demás componentes del pueblo de Dios -conscientes de que pasa la figura de este mundo (1 Cor 7,31)-, los religiosos representan, con su vida apartada del mundo, una advertencia indicadora de que los bienes de este mundo son caducos, y que, por tanto, deben poner su esperanza en los bienes celestiales (v. RELIGIOSOS).

2. Falso testimonio. Se entiende por falso t. afirmar o negar como testigo un hecho falso (v. CALUMNIA; VERACIDAD). El falso t. en juicio (v.) es de suyo pecado grave y envuelve un triple daño: perjurio, injusticia y mentira (V. JURAMENTO; DAÑO; MENTIRA). Causas excusantes, en diversos grados, de la declaración testifical son: el sigilo sacramental (v.); el secreto (v.) profesional; daño grave propio o de la familia; si el juez no interroga legítimamente; si el testigo conoce injustamente el asunto; si se trata de personas excluidas por el mismo derecho. Finalmente, como toda injusticia, lleva consigo la obligación de repararlo (v. RESTITUCIÓN; DAÑO II). Para el aspecto jurídico, v. FALSEDAD II.


D. RAMOS LISSÓN.
 

BIBL.: N. BROX, Testimonio, en H. FRIES, Conceptos fundamentales de Teología, IV, Madrid 1967, 332-343; fo, Zeuge und Mürtyrer, Munich 1960; F. ROBERTI, Diccionario de Teología Moral, Barcelona 1960, 1255-1257; B. PRUCHE, Teología para seglares, 2 ed. Madrid 1966, 371-374; D. RAMOs LisSóN, El testimonio de los primeros cristianos, Madrid 1969; D. Ruiz BUENo, Actas de los mártires, Madrid 1962.
 

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991