Teosofía
 

1. Concepto general. Del griego théos, Dios, y sof ía, sabiduría, t. etimológicamente significa sabiduría o saber pleno sobre Dios. En un intento de definición más precisa, se puede considerar en primer lugar la contenida en el Dictionnaire des sciences philosophiques de Adolphe Franck (París 1843-52, vol. IV): «Por teosofía se entiende una cosa muy distinta de teología; no es la ciencia referente a Dios, sino el saber que proviene de Él, que es inspirado por El sin ser objeto de una revelación específica; y se da el nombre de 'teósofos' a los que tienen la pretensión de poseer tal ciencia». Completando esta definición, podemos decir que a lo largo de la historia se han elaborado diversas doctrinas de carácter teosófico o t. y que:(a) Las t. pretenden ser un saber total, profundo y soteriológico. El saber teosófico aspira a abarcar la plenitud de lo real, de ahí que se extienda a la constitución del universo, a la naturaleza en cada una de sus manifestaciones, al hombre como forma primordial de las mismas, y a la Divinidad; todo ello sobre la base de buscar los últimos principios y las últimas causas _ de la realidad total, con lo que el teósofo está, en cierto modo, de acuerdo con el filósofo, aunque, como luego se verá, haya una radical diferencia entre uno y otro. (b) Por medio de este saber, y en esto radica la índole soteriológica de la t., se quiere conseguir la salvación. Las t. pretenden alcanzar la liberación del ser humano de los males que le aquejan, descubriendo el camino a seguir por el hombre para su plena salvación, que consistiría fundamentalmente en lograr ese saber. Se puede decir que estos problemas son los constitutivos de la preocupación de todo teósofo, desde Agrippa de Nettesheim a Rudolf Steiner. (c) Este saber se considera como «inspirado» por Dios al teósofo sin que constituya, específicamente, una revelación (v.). Este carácter «inspirado» diferenciará al teósofo del filósofo y del teólogo; la t. no se presenta como un saber estrictamente racional, ni en su desarrollo ni en sus conclusiones, aunque a veces diga partir de principios y premisas revelados por Dios; el saber teosófico pretende ser producto de un, como decía Swedenborg, «visus internus, datus mihi ex divina Domini misericordia» (visión interna, dada a mí por la misericordia divina del Señor). (d) De ahí que, por esa pretendida inspiración, el saber teosófico se presente como culminación misteriosa de todas las demás formas del saber. Aunque las doctrinas teosóficas no se consideren propiamente una revelación, también suele darse entre los teósofos lo que conceptúan como una «llamada divina», que les impulsa a comunicar sus doctrinas al resto de los hombres (así Bóhme afirmaba haber escuchado una voz celestial, cuyas «revelaciones» fue anotando en su obra Morgenrdthe im Au/gang para transmitirlas a los humanos). (e) Tampoco ha de confundirse la t. con la mística (v.). Aunque algunos teósofos han cultivado algún tipo de mística naturalística o de pseudomística, el saber teosófico no se preocupa únicamente del problema y del conocimiento de Dios, sino que también intenta desvelar los misterios de la naturaleza, teniendo así una preocupación en cierto modo ajena al saber místico en cuanto tal.

2. Caracteres fundamentales de la teosofía. Dado que, históricamente, los movimientos y sectas teosóficos han tenido lugar en épocas muy distantes cronológicamente, con variaciones en su temática, no es fácil señalar un grupo de características comunes al mismo. No obstante, se pueden rastrear algunas que, de un modo más o menos manifiesto y con pocas excepciones, se han dado en los que pueden considerarse diversos representantes de la teosofía. Entre ellas destacan por su importancia:(1) La consideración del saber teosófico como un supersaber o superciencia. Las t. admiten la existencia y la validez de otras formas del saber distintas de la teosáfica, pero las consideran inferiores. El saber teosófico, más o menos misterioso, sería el que permite alcanzar la verdadera esencia de la realidad, frente al mero saber más o menos perfecto, pero siempre inferior, que se alcanza por las diversas ciencias. Claramente se observa esto en la especulación de los neoplatónicos (v.); en Proclo, p. ej., encontramos la distinción entre cuatro modos de conocimiento: el sensitivo (aísthesis), el racional (diánoia), el intuitivo (noús) y el teosófico; los tres primeros tienen una valoración similar a la que habían recibido en Platón (v.), pero, sobre el conocimiento propio del noús, el más elevado para el filósofo de Atenas, Proclo coloca al teosófico, mediante el cual se capta la esencia del ser o, según dice él, la «flor del ser», ánthos tés ousías (Teología platónica, V,35); análoga consideración del valor del saber propio de la t. se encuentra en Jámblico (De mysteriis Aegyptiorum, VII,1). Igualmente es clara la sobrevaloración de su peculiar y pintoresco «saber» en el gnosticismo (v.), así como su carácter misterioso y esotérico, como ocurrirá después en los restantes movimientos teosóficos.

(2) El panteísmo emanatista, heredado del neoplatonismo y del gnosticismo, es una de las constantes, más o menos manifestada, del pensamiento teosófico; el universo se concibe como una explicado, como una procesión emanada de la sustancia divina (v. EMANATISMO). Este tipo de panteísmo (v.) se encuentra en los más conocidos teósofos, como Agrippa, Paracelso (v.), Frank, Weigel, Bóhme, Baader, Swedenborg (v.), etc.

(3) El agnosticismo (v.) esencialista, consistente en negar la posibilidad de conocer, ni siquiera analógicamente, a la Divinidad, en su esencia y atributos, de forma que todo concepto de la mente humana a Ella aplicado sólo tiene un valor de símbolo; por ello, y ante la imposibilidad de aplicar a Dios ningún concepto, Bóhme llamará a Dios, con la negación más absoluta, la nada, «una Nada eterna» (ein ewig Nichts).

(4) La pluralidad de hipóstasis. Existente ya en el gnosticismo y el neoplatonismo, las cadenas de hipóstasis, es decir, de sucesivas emanaciones de la sustancia divina, proliferan dentro de las especulaciones teosóficas. Así, Bóhme distingue los siguientes eones -seres emanadosde la Divinidad: el Padre, el Hijo, el Espíritu Santo, los siete espíritus (el Deseo, la Tristeza, el Dolor, el Fuego, el Amor, la Palabra y la Esencia de la Naturaleza), y, por último, el mundo visible; por su parte, F. van Helmont hace emanar de Dios a Cristo, las semillas de las cosas, la vida y el mundo de los seres visibles.

(5) La magia (v.), como medio de domeñar las fuerzas ocultas de la Naturaleza. Uno de los supuestos básicos de la t. era la existencia de una serie de elementos arcanos e incógnitos en la realidad, cuyo conocimiento y dominio llevaría al hombre a erigirse en dueño y señor del universo; prueba de ello es el nombre que dio Della Porta a la institución que fundó en Nápoles en 1560: Academia secretorum naturae, y su obra Magiae naturalis, sive de miraculis rerum naturalium libre IV (1558); el De occulta philosophia (1531) de Agrippa, o el Sophia vel detectio caelestis sapientiae de mundo interno et externo (1699) de John Pordage. Hay que tener en cuenta que la magia a que aspiraban los teósofos no era la demoniaca, sino lo que llamaban magia natural, una especie de saber perfecto sobre la Naturaleza, o perfección de la filosofía natural (naturales philosopliiae consummatio, como decía Della Porta), con la que no se trataba de dominar la Naturaleza con medios diabólicos, sino con el conocimiento adecuado de las fuerzas que imperaban en ella.

(6) La existencia de tres universos, el celeste, el astral y el terrestre. Con algunas variantes, es constante en la t. la división de la realidad en tres mundos, o universos: el celeste, en el que están los ángeles y los demonios: el astral, al que pertenecen los astros y las esferas propias de cada uno de ellos; el terrestre, integrado por los seres compuestos por los cuatro elementos (agua, tierra, fuego y aire).

(7) La concepción trialista del hombre y el hombre como microcosmos. El ser humano ocupa una posición privilegiada dentro del cosmos por reflejar en sí los tres universos; es un cosmos en pequeño, un microcosmos, con cuyo estudio se puede llegar a la comprensión de todo lo real. Y, como consecuencia, las t. han admitido en general el trialismo en el hombre, es decir, la presencia integrante en él de tres principios, correspondiente cada uno a cada uno de los tres universos: el cuerpo, compuesto de los cuatro elementos, es reflejo del mundo terrestre; otro cuerpo astral, etéreo, formado por este elemento del que se integran los astros, es proyección del segundo universo; por último, el alma, espiritual, es un compendio del mundo celeste; de esta forma se admite una clara «simpatía» -en su sentido etimológico- entre el macrocosmos y el microcosmos que es el hombre.

(8) La creencia en la metempsícosis (v.): el alma humana, después de la muerte, se reencarna, hasta su total liberación, en otro cuerpo, cuya dignidad dependerá de la conducta moral tenida en la vida anterior; por ello, dirá F. van Helmont, el alma que ha vivido sometida a las pasiones se reencarnará en una bestia irracional, mientras que la que ha vivido en la virtud alcanzará un cuerpo angélico.

(9) La creencia en la astrología (v.). Dado que cada uno de los tres mundos existentes, el celeste, el astral y el terrestre, están íntimamente vinculados entre sí, de forma que el superior influye sobre el inferior, los astros determinan el curso de los fenómenos del mundo terrestre, y en particular los de la vida del hombre, por la índole de microcosmos que éste tiene. De ahí que, para las t., el acertado conocimiento del mundo sidéreo se piensa permite predecir el curso de la vida humana y de los restantes fenómenos terrenos; la astrología se considera así como una especie de ciencia rigurosa, ya que el curso y las conjunciones de los astros actúan como causas respecto de los fenómenos del mundo sublunar.

(10) El cultivo de la alquimia (v.), como medio para llegar al dominio de las fuerzas ocultas de la Naturaleza. En este campo destacó I. B. Helmont que, junto a sus peregrinas especulaciones sobre los archeus o espíritus vitales y los blas o principios productores del movimiento, llegó, en sus investigaciones alquimistas, al descubrimiento del ácido sulfúrico, del ácido carbónico, del ácido clorhídrico y del deutóxido de nitrógeno. Magia, astrología y alquimia, mezcladas en diversas proporciones, se hallan en todas las sectas teosóficas, antiguas o modernas (V. t. TEURGIA).

(11) La aceptación de las doctrinas cabalísticas, en especial de la guemetría y del notaricón. Las teorías del cabalismo (v.) tuvieron amplia aceptación entre los teósofos, teniendo en cuenta que en ellas hay una gran dosis de teosofía. La guemetría consiste en la atribución de valores mágico-simbólicos a los números y a las palabras, reduciéndose éstas a números mediante la asignación de determinados valores a cada letra, para lo que se transcribía la palabra con grafías hebreas y se daba a cada letra el valor que tiene según la numeración hebrea; el notaricón consistía en la reducción de palabras o frases a una sigla, a la que se atribuía un significado mágico; una de las más famosas siglas es el tetragrama (JHVH) con las consonantes de lahvéh (o Yahwéh), del que hizo un curioso estudio Reuchlin en su De arte cabbalistica (1517), pretendiendo demostrar que en él estaba contenida la conciliación de todos los contrarios en Dios.

3. Movimientos teosóficos en la historia. En las diferentes épocas se pueden distinguir diversas modalidades de t., con vida más o menos efímera y con caracteres más o menos misteriosos o pintorescos.

(1) La t. antigua está representada en el gnosticismo (v.), los pitagóricos (v.), el hermetismo (v.) y los neoplatónicos (v.). En los gnósticos, las características de la t. son bien patentes: naturaleza transinteligible de la Divinidad, que no se identifica con Dios Padre, sino que se hace superior a Él -el Propátor de Valentín-; pluralidad de hipóstasis emanadas de la Divinidad -tesis común a todos los grandes sistemas gnósticos, como los de Basílides, Carpócrates, Valentín, Bardesanes y Marción-; el trialismo en el hombre, con la distinción entre cuerpo material (hyle), alma o principio vital (psiché) y espíritu (pneúnia): la distinción entre la sensación. el discurso racional y el conocimiento perfecto (gnósis). lo único capaz de producir la liberación del hombre v que sólo se alcanza por concesión de la Divinidad a sus elegidos; el carácter soteriológico que se atribuye a la gnosis; la creencia en las reencarnaciones sucesivas del alma; la inclinación hacia lo esotérico, etc. En el neopitagorismo hay algún caso, como el de Apolonio de Tiana, de clara raíz teosófica. Igualmente hay evidentes matices de la t. en las doctrinas herméticas. Por último. en el neoplatonismo, la t. aparece, tal como se ha indicado antes, como la forma más perfecta del saber.

(2) En la Edad Media se cultivan la filosofía, la teología y el derecho con seriedad y rigor, por lo que las lucubraciones teosóficas están en disminución; sólo aparece una cierta corriente teosófica entre algunos pensadores cristianos del s. X: y en la Sumrna p/tilosophiae del Pseudo-Grosseteste, del s. XIII, se habla de los teósofos, considerándoles como poseedores de una forma de saber superior a la de los teólogos. Sin embargo, la representación más genuina de la t. medieval corresponde a la Cábala judaica (V. CABALISMO); tanto en el Libro ele la Creación (Yezirah), como en el Libro del Esplendor (Zohar), hay netos rasgos teosóficos, que posteriormente influyeron en otros teósofos, como el judío Reuchlin y el protestante Swedenborg.

(3) En el Renacimiento, junto a pensadores y autores de talla, proliferan especulaciones extrañas o extravagantes (v. RENACIMIENTO II), y entre estas últimas aparece uno de los momentos de mayor auge de la teosofía. Se pueden distinguir dos direcciones. Una, más inclinada hacia el pensamiento «místico», representada por lohannes Reuchlin (1455-1522) y sus tratados De verbo mirif ico y De arte cabbalistica, donde intenta conciliar la Cábala con el cristianismo. La segunda, de orientación más naturalista, encaminada a descubrir los secretos de la Naturaleza, comprende a Heinrich Cornelius Agrippa de Nettesheim (1486-1535) con su De occulta philosophia, en la que se combinan tesis cristianas, neoplatónicas y cabalísticas; a Philippus Aureolus Theophrastus Bombast von Hohenheim, conocido como Paracelso (v.; 14931541) y su Opus paramirum, con su pananimismo o pampsiquismo (v.), basado en los archeus o fuerzas vitales; a Sebastián Franck (1499-1542), que con sus obras Vom Ort der Welt y Astrologia theologizata se orienta hacia la vertiente mística de la t.; a Giambattista della Porta (1535-1615), que en su obra antes citada hace un detenido estudio de la magia natural.

(4) Nuevamente en la Edad Moderna se pueden diferenciar dos corrientes teosóficas, una más «mística» y otra más «naturalista». A la primera pertenecen Jakob Bóhme, que en su Aurora, oder die Morgenróthe im Aufgang expone una de las concepciones teosóficas más interesantes y que tuvo cierto influjo en el movimiento protestante del pietismo (v.); John Pordage (1625-98) y su Theologia mystica; Emanuel Swedenborg (v.; 16881772), que en sus obras, especialmente en Principia rerum naturalium, Arcana coelestia y Vera christiana religio, intentó crear un sistema teosófico de altos vuelos, que fue objeto de burla por parte de Kant en sus Trüume eines Geistersehers; Louis Claude de Saint-Martin (17431803), muy influido por Bóhme y Swedenborg. En la corriente naturalista hay que citar a Robert Fludd (15741637), que en su Philosophia moysaica combina la ciencia experimental con la Cábala, a la que hace remontar hasta Moisés; a jan Baptist van Helmont (1577-1644), famoso por sus descubrimientos químicos ya citados; a Franciscus Mercurius van Helmont (1614-99) y su Seder Olam sive ordo saeculorum; a Johann Scheffler, médico protestante que, convertido al catolicismo, tomó el nombre de Angelus Silesius (1624-77).

(5) En la t. más contemporánea predomina la tendencia a especulaciones «místico-religiosas» sobre las dedicadas a los fenómenos naturales. Como principales representantes citaremos a Franz Xaver von Baader (17651841), que en su obra Fermenta cognitionis expone una concepción teosófica sobre la base del alma como speculum Dei; al Schelling (v.) de la última época, bajo la influencia de Baader, con sus escritos Philosophie und Religion, Philosophische Untersuchungen über das Wesen des menschlichen Freiheit, Philosophie der Mythologie y Philosophie der Of fenbarung (estas dos últimas obras póstumas); y a Gotthilf Heinrich Schubert (1780-1860), discípulo del anterior, con su Die Geschichte der Seele. Aparte de estos autores, en 1875, con la fundación de la «Sociedad Teosófica», la palabra t. y ciertas doctrinas teosóficas, mezcla de un extraño sincretismo religioso y de espiritismo, cobraron cierto auge durante finales del s. XIX (y hasta principios del XX), hasta que fueron puestos en evidencia diversos fraudes de sus fautores (v. apartado siguiente, 4).

Por último, digamos, con independencia de todo lo anterior, que Rosmini (v.) emplea la palabra t. para designar a una de las partes de su metafísica: la que trata del ente y del ser como ente y ser, y que se subdivide en Ontología, Cosmología y Teología natural. Rosmini llama Teosofía a esta parte de la Metafísica porque considera el estudio de Dios (normalmente llamado Teodicea,v., o Teología, v.) como centro de todo conocimiento del ser, sin el que éste sería ininteligible.


J. BARRIO GUTIÉRREZ.


4. La «Sociedad Teosófica» de fines del siglo XIX. La palabra t. no hubiera pasado de ser un vocablo para designar ciertas corrientes o ciertos aspectos de ideologías filosófico-religiosas antiguas, si en el s. XIX no hubiera habido un movimiento de tipo ocultista y espiritista que, por casualidad además, tomó ese nombre y lo puso de moda en ciertos ambientes.

Historia. Helena Petrowna Blavatsky, a la que, como los teósofos, llamaremos H. P. B., nació de la familia de los Hahn, en Ekaterinoslav, Ucrania (Rusia), el 30 jul. 1831; sus padres, de origen alemán, se habían establecido en Rusia hacía tiempo; su madre era una Dolgoruky. De temperamento muy brusco e irritable y modales descuidados, según la biografía del teósofo Sinnett, H. P. B. casó a los 17 años con Nikifor Blavatsky, vicegobernador de la provincia de Erivan, pero abandonó a su marido tres meses después. En 1850-51 aparece en El Cairo con una amiga suya, la condesa Kazenov, y visitó Egipto, Grecia y Europa Oriental. En sus Memorias (1921), el conde Sergei Julievitch Witte, famoso hombre de estado ruso, cuenta que la princesa Dolgoruky fue su abuela materna, y la madre de H. P. B. su tía; da algunos detalles sobre su prima; según él, en Constantinopla y en esta época, entró en un circo como amazona. En 1851 aparece en América casada con un inglés, según lo que dice su abuelo Fadeyev, funcionario imperial en el Cáucaso. Después trabaja en Europa con el medium Home, cuyas experiencias psíquicas en la corte de Napoleón III fueron famosas. Según papeles de la familia, el conde Witte relata que H. P. B. dio clases de piano en París y Londres. Escribió a su familia que deseaba volver a casa, a Rusia, y en 1858 la encontramos en su país y de nuevo con su primer marido, hecho confirmado por Sinnett, que recibió información sobre este periodo de su hermana Vera Zhelikhovsky. Fue a Tiflis a hacer espiritismo y allí encontró a Metrovitch, cantante húngaro, con quien, según la biografía de H. P. B. escrita por J. Symonds (1959), estuvo a punto de tener un hijo que no llegó a nacer. Los dos huyeron de Tiflis y marcharon a Kiev y Odesa, donde pusieron una tienda de flores artificiales que visitó su primo Witte algunas veces, según él dice. En 1871 la H.P.B. y Metrovitch aparecen en El Cairo; y en el verano de 1873 fueron a los Estados Unidos, a Nueva York. Desde entonces su biografía se hace más clara; según miss Holt, que vivió con ella desde ese momento, realizó trabajos manuales femeninos para ganarse la vida. En 1874 había reuniones espiritistas en Chittenden (Vermont), y H. P. B. acudió allí; en aquellas reuniones encontró al coronel Olcott.

El coronel Henry Steel Olcott era un americano que había servido a las fuerzas federales durante la guerra civil, y que obtuvo el título de coronel gracias a posteriores trabajos de control administrativo hechos para el Ministerio de la Guerra de su país; era abogado de profesión y estaba muy interesado en el ocultismo y espiritismo. La H. P. B. y Olcott se encontraron a menudo en los círculos espiritistas de Nueva York; los dos estuvieron después en Filadelfia para investigar el caso Katie King, asunto de simulación mediúmnica tan frecuente en los anales del espiritismo (v.). Hubo también sesiones espiritistas en las cuales actuó H. P. B. Según Symonds, H. P. B. casó de nuevo en Filadelfia con Michael Betanelly (mar. 1875). Mientras tanto, Olcott publicó un libro, People from the Other World (Gente del otro mundo), qué tuvo gran éxito; en las sesiones que hicieron dijeron recibir mensajes de adeptos invisibles de la Brotherhood of Luxor (Fraternidad de Luxor), y H. P. B. servía de intermediaria entre esos maestros invisibles y el coronel Olcott. De vuelta a Nueva York, un grupo de gente interesada en el ocultismo buscó el modo de crear una sociedad para el estudio de las leyes secretas de la Naturaleza, de la Sabiduría secreta, de la magia de Egipto; la llamaron Sociedad Teosófica, la S. T.; era el 13 sept. 1875.

Los primeros pasos de la S. T. en Nueva York fueron lentos y oscuros. La H. P. B. publicó en 1877 su obra Isis Unveiled (Isis desvelada), alcanzando gran venta. Entre tanto, el coronel había escrito a un hindú, Mulji Thackersey, a quien conoció en 1870, hablándole de la S. T. y de H. P. B.; Mulji le contestó y le explicó el movimiento del Arya Samaj, establecido en la India por el Swámi Dayananda Sarasvati con el fin de renovar la más pura religión védica (v. HINDUISMO; BRAHMANISMO). El coronel Olcott pensó en la fusión de las dos sectas, dando a la S. T., que llevaba una vida lánguida, el nombre de S. T. del Arya Samaj. Los dos fundadores de la S. T., Olcott y H. P. B., pensaron ir a la India para aprovechar la organización del Arya Samaj y estar más cerca de los yoguis y maestros hindúes. El 16 feb. 1879 llegaron a la India con un grupo reducido de amigos.

Visitaron India, dieron conferencias, entraron en contacto con Alfred Percy Sinnett, editor del «Pioneer», un periódico de la India; en aquellos tiempos no era muy corriente la amistad fraternal de los europeos hacia los hindúes, lo que explica su éxito allí. Estuvieron en Ceilán, donde Olcott aceptó el budismo y empezó a luchar contra los misioneros cristianos, lo que aumentó el éxito del grupo en algunos sectores del país. La H. P. B. seguía haciendo demostraciones de sus dotes de medium, entregando a Sinnett, Olcott y otros cartas de los maestros, los Mahátmas invisibles, que moraban en el Tibet y a los que se consideraba dirigentes ocultos de la humanidad. Una serie de conferencias aumentó el número de miembros de la S. T. en la India, que tuvo allí un centenar de centros; el Arya Samaj se había separado de la S. T., que no tenía sus mismos fines. En 1882, la S. T. se instaló en unos terrenos cerca de Madrás, en Adyar, donde en 1970 todavía se halla lo que queda de ella. En este lugar vivían algunos hindúes (como Damodar, Mohini Mohun Chatterjee y otros) junto con los fundadores; una cámara oculta (occult room) con una especie de altar era el «centro psíquico» en el cual se recibían las cartas «materializadas» de los Mahátmas. En 1883, los fundadores hicieron un viaje a Europa donde tuvieron un cierto éxito en los medios ocultistas.

Pero sobrevino lo que Symonds llama el ocaso de H. P. B. Un matrimonio conocido por H. P. B. en Egipto, los Coulomb, estaba en Adyar al cuidado del centro; la Sra. Coulomb tenía cartas de H. P. B. comprometedoras que probaban la falsedad de los «fenómenos ocultos» ocurridos en Adyar, así como los fraudes alrededor de los supuestos maestros invisibles de la Gran Logia Blanca del Tibet. La Sra. Coulomb reveló los trucos utilizados para hacer llegar las supuestas cartas de los Mahátmas, y algunos teósofos registraron la famosa cámara oculta del centro de Adyar, descubriendo una trampilla en la pared que daba a la habitación de la H. P. B., lo que vino a confirmar las graves dudas que ya había sobre su buena fe (19 sept. 1884). Al día siguiente fueron quemadas las cortinas y el armazón de madera de la famosa cámara. La Sociedad londinense de Investigaciones Psíquicas envió a Adyar una comisión con el fin de estudiar los fenómenos y la capacidad de medium de H. P. B., y el Dr. R. Hodgson, presidente de dicha comisión, escribió un informe muy severo (dic. 1885) en el que consideraba a la fundadora como «uno de los más cabales, ingeniosos e interesantes impostores». La S. T. pasó por una profunda crisis de dimisiones y ramas independientes. H. P. B. reorganizó centros, fundó en 1887 la revista inglesa «Lucifer» y escribió los seis tomos de su Doctrina Secreta (Londres 1888), muriendo en Londres el 8 mayo 1891.

Olcott fue presidente hasta su muerte, acaecida en 1907. Annie Besant (n. 1847) fue nombrada presidente de la S. T. en ese mismo año. Fue «librepensadora», secretaria de Charles Bradlaugh, y siguió el movimiento socialista fabiano (v.); había conocido en 1890 a H. P. B. y llegó a ser secretaria suya. Trató de ensanchar y consolidar la S. T., tan quebrantada por los últimos acontecimientos, viajando sin cesar entre India y Europa; publicó varias obras; intentó fomentar un «cristianismo esotérico», primero con un pastor protestante, luego con un nuevo Mesías en la persona de Krishnamurti, joven hindú nacido en 1897 y que en 1923 fue declarado «instructor del mundo» y jefe de la Orden de la Estrella de Oriente. Ello provocó la creación en Alemania por Rudolf Steiner (1861-1925) de un movimiento disidente: la Antroposofía. Krishnamurti renunció en 1929 a las «prerrogativas» que se le habían concedido, separándose de la S. T. La Besant murió en Adyar en 1933, y la sucedió J. G. S. Arundale; el presidente de lo que sobrevive de la S. T. es N. Sri Ram.

Doctrina de la S. T. y juicio. La S. T. tiene tres objetivos: 1°, formar un núcleo de fraternidad universal de la humanidad, sin distinción de raza, creencia, sexo, casta o color; 2°, fomentar el estudio comparativo de las religiones, y 3°, investigar las leyes inexplicadas de la naturaleza y los poderes psíquicos latentes en el hombre. La S. T. está dividida en dos secciones: la esotérica y la exotérica, con iniciaciones, grados y exámenes; está muy ligada a la masonería (v.) y ha creado además la Obediencia masónica al Derecho Humano que depende de su influencia. Considera a su doctrina como esotérica, misteriosa y secreta, y distingue en todas las religiones una enseñanza secreta, distinta de la destinada al común de los fieles; existe así en la S. T. toda una literatura sobre un cristianismo, un budismo y un islamismo «esotéricos», cuyos orígenes, textos y doctrinas son muy distintos de los conocidos. Gran parte de la doctrina de la S. T. descansa sobre las teorías y «revelaciones» escritas por la H. P. B. en sus libros.

En ellos y en los de otros teósofos se pueden comprobar casi todas las características antes indicadas de las sectas teosóficas (v. n° 2): Un curioso eclecticismo o sincretismo discordante de cristianismo, budismo y sectas orientales (la antroposofía de Steiner se apoya también en las antiguas religiones de «misterios», v., egipcias y griegas). Un complicado panteísmo emanatista con una increíble cosmogonía, según la cual el mundo se ha ido desplegando en sucesivos estadios, grados o plataformas, entre los dos polos de espíritu y materia, que están sometidos a los planetas. Una fantástica concepción de la historia, en la que el hombre está formado como de siete sustancias, cuatro de los grados materiales y tres de los espirituales. Por peculiares formas de meditación (no oración) se potencian las facultades cognoscitivas y se dice podrían llegar hasta la contemplación de todos los seres. Se cree en la posibilidad de comunicarse con los espíritus de los fallecidos o ausentes (espiritismo) y en la metempsícosis o transmigración de las almas (diferente en cada caso según la conducta) hasta su absorción en la sustancia universal. El mal y el pecado se dicen introducidos, durante la era o estadio solar, por un espíritu solar abrasado; Cristo sería un espíritu solar benéfico y vencedor glorioso de todo mal; todas las religiones serían equivalentes, etc.

Respecto a H. P. B., el estudio sereno e imparcial de su vida caótica no permite sacar una conclusión adecuada y firme. Que H. P. B. haya tenido dotes de medium, que pudiera producir fenómenos, como los llamados de «percepción extrasensorial» (v. PERCEPCIÓN III), estudiados ahora en la parapsicología, quizá sea cierto; pero dadas la atmósfera turbia de engaños e ilusionismo que rodea a todas estas manifestaciones paranormales, las resonantes dimisiones de muchos teósofos de primera hora, los fraudes alrededor de las cartas de los Mahátmas recibidas por «precipitación» a través de H. P. B., las conclusiones negativas y muy duras del informe presentado por la Sociedad de Investigaciones Psíquicas de Londres en 1885, no es posible hacer un juicio positivo de H. P. B. y de su S. T.

Para una valoración científica y juicio moral acerca de la t.: V. ESPIRITISMO II; MASONERÍA II; METEMPSÍCO SIS; PANTENMO; SINCRETISMO; INDIFERENTISMO.


J. ROGER RIVIÉRE.


J. BARRIO GUTIÉRREZ , J. ROGER RIVIÉRE.
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Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991