SINAÍ


Macizo montañoso de la península sinaítica -a la cual dio su nombre- donde Moisés recibió la Ley de Dios.
      1. Nombre. La etimología de S. es muy oscura. Algunos autores lo han interpretado como un adjetivo en relación con el cercano desierto de Sin, designando al S. como «la montaña del desierto de Sin». Otros rechazan esta explicación y prefieren derivar S. del dios Sin o dios Luna, cuya culto habían adoptado los árabes tomándolo de los babilonios y era dominante en el país al menos en tiempo de Antonino el Mártir (s. VI). Otros, aún, lo relacionan con el vocablo hebreo sénéh, nombre de una mata de la acacia seyál, muy frecuente en la región, empleado por Ex 3,2 ss. para designar la zarza que ardía sin consumirse ante Moisés.
     
      La montaña de Dios o de la revelación recibe asimismo en la Biblia el nombre de Horeb, que debe ser tomado como equivalente de Sinaí. No obstante, el hecho, un tanto extraño, de que un mismo lugar sea designado con dos nombres diferentes parece indicar que hubo en su origen alguna diferencia local, diferencia que más tarde desapareció. Albright (o. c. en bibl.) cree que «monte Sinaí» es un nombre colectivo y que Horeb podría ser una de sus cimas. Por otra parte, es posible, si S. es un adjetivo, que el monte o macizo Horeb -vocablo que significa «seco, desolado» y responde bien al aspecto de la zona designada- haya recibido tal epíteto, bien por su vecindad al desierto de Sin, bien a causa del dios Luna.
     
      2. La península sinaítica. De forma triangular, sus tres vértices están bien delimitados: al sur la punta de Rá's Muhammad que penetra en el mar Rojo, al nordeste el fondo del golfo de `Agabah y al noroeste el extremo septentrional del golfo de Suez. Sus límites, netamente fijados al este y oeste por los golfos citados y al sur por el antedicho mar, son indecisos al norte, y según se comprenda dentro de la península una mayor o menor extensión del desierto de Tih, su superficie varía de 25.000 a 35.000 Km2.
     
      La parte meridional de la península es una región montañosa de gran belleza, con enormes moles de granito. Sus picos más elevados son el Yebel Serbál cop 2.060 m. de altitud, el )~ebel Mñsá con 2.285 m. y el Yebel Catalina con 2.600 m. Estas cumbres condensan abundante nieve y lluvia que proporcionan humedad a los wádis que separan unos macizos de otros, gracias a lo cual esos wádis aparecen cubiertos de vegetación. Yendo en dirección al norte desde esta región montañosa, se desciende primero, insensiblemente, a una gran planicie de arena, Debbet er-Ramleh, para encontrarse después con una cadena montañosa que nace al este de los lagos Amargos bajo el nombre de Yebel er-Ráhah y se prolonga, primero al sudeste y luego al noroeste, con el nombre de Yebel et-Tih. Al norte de esta cadena montañosa, se abre la vastísima llanura calcárea que forma el desierto de Tíh, el cual desciende suavemente hacia el Mediterráneo. Esta región, sin aguas corrientes, surcada por algunos wádis que, cuando alguna vez llueve, ceden sus aguas al Wádí el-`Aris, el bíblico «Torrente de Egipto», es el desierto árido y desnudo. Poco a poco, hacia el norte, emergen una serie de montañas que acaban formando un macizo compacto en torno a `Ayn Qedeis, la bíblica Cadés Barnea.
     
      Las tres zonas en que se puede dividir la península son, pues, desiertos en grado diverso. La calcárea de Tih, impropia para la vida sedentaria, incluso ingrata al nómada. Sólo en el oasis de Cadés puede darse algún cultivo. La zona central, de arenisca, con reducidas áreas cultivables, aptas para un limitado pastoreo, tampoco ofrece facilidades para la existencia. De bellos paisajes y pocos oasis, cuenta con algunas minas explotadas por los egipcios en la antigüedad. Por último, la zona granítica del sur, la más atrayente, con numerosos oasis y posibilidades de vegetación, reúne condiciones para la vida sedentaria. La población de la península hoy se calcula en unos 5.000 beduinos.
     
      Históricamente, esta península es célebre por el tránsito por ella del pueblo de Israel, cuando huyendo de Egipto se dirigía hacia Canaán (v. ÉXODO). Pero hoy día tenemos noticias que nos permiten remontarnos más en la historia de este rincón de la Tierra, gracias al hallazgo en él de diversas estelas egipcias y de las famosas inscripciones sinaíticas, de considerable importancia para la historia del alfabeto. Esta península, por sus condiciones de vida, apenas habitada por algunas tribus semíticas, no atraía a las naciones de su contorno, era sólo un lugar de paso. Pero el descubrimiento en sus montañas de minas de cobre y turquesas atrajeron la atención de los egipcios. Así, ya desde el faraón Semerhet de la I dinastía explotaban las minas de Wádi Magárah. También en Serábit el Hádim, donde existía de antes un santuario semítico, extrajeron turquesas los egipcios desde la dinastía XII y construyeron un templo a la diosa Hator. En cuanto a las inscripciones sinaíticas, aún no enteramente descifradas, están, según Albright (o. c. en bibl.) escritas en alfabeto cananeo del s. XV a. C. Su lengua es cananeo vulgar y sus autores son los mineros, semitas nordocc¡dentales, sin duda esclavos o cautivos de los egipcios.
     
      En esta región, en Horeb, la montaña de Dios, se le apareció a Moisés (v.) el ángel de Yahwéh en medio de la zarza que ardía sin consumirse. Dios le comunicó su nombre, «Yo soy el que soy» y le ordenó sacar a su pueblo, Israel, de la servidumbre de Egipto (Ex 3,1-22). En los desiertos de esta península pasaron años los israelitas antes de entrar en la Tierra Prometida y en una de sus montañas recibieron el Decálogo (Ex, Num, Lev, Dt, pass.). De historia más reciente, tenemos noticias de un cierto dominio de los nabateos en los dos siglos anteriores y posteriores a nuestra era. Luego hablaremos de su historia cristiana.
     
      3. El monte Sinaí. En ciertos contextos, por monte Sinaí puede entenderse un grupo orográfico, pero de ordinario se aplica exclusivamente a un macizo montañoso. La tradición cristiana, ya desde el s. IV, viene identificando el S. con el Yebel Musa, enclavado en la región meridional de la península sinaítica. Es éste un macizo imponente, de constitución granítica, coronado de picos y agujas y de color grisáceo y anaranjado. Entre sus cimas destacan la llamada igualmente Yebel Músá al sur (2.285 m.) y el Ra's el-Safsáfah al norte (2.054 m.). El Wádi ed-Deir al nordeste, el Wádi el-Lega al suroeste y la extensa llanura de er-Ráhah al norte separan este macizo montañoso de los adyacentes. Lo mismo la española Eteria (v.) en la relación de su viaje a fines del s. IV, que Amrrionios y S. Nilo en la misma época, Antonino en el VI y luego los peregrinos de la Edad Media, colocan en este lugar,aquélla con gran precisión de detalles, la proclamación del Decálogo (Ex 19,1-18) y del Código de la Alianza (Ex 20,22 a 23,33).
     
      Ahora bien, desde fines del s. XIX, diversos investigadores han mantenido diferentes localizaciones para el S., unos fuera de la península sinaítica, en la costa arábiga del golfo de `Agabah o en Petra, otros dentro de ella, pero no en el Yebel Müsá sino en el cercano Yebel Serbál o en los alrededores de Cadés.
     
      Un grupo de autores, entre los que descuellan Wellhausen y von Gall, sostienen que el S. se hallaba en la península arábiga, un poco al sur de `Agabah, donde los geógrafos antiguos colocaban el país de Madián. Se apoyan para ello en la diversidad de fuentes que la crítica literaria moderna distingue en el Pentateuco (v.). Los argumentos principales en que se basa von Gall son los siguientes: 1°) Según Dt 1,2 hay once jornadas desde el Horeb a Cadés, por la montaña de Se'ir. Como esta montaña se hallaba al este de la depresión de la `Arabá, cerca de Petra, lo lógico es deducir que ese texto situaba el Horeb al sur de `Agabah y al este del golfo del mismo nombre, pues si se le supone al sur de la península sinaítica, el itinerario para ir a Cadés, por Se'ir, sería absurdo. 2°) Por Ex 2,15-21 sabemos que Moisés se estableció en Madián al huir de las iras de Faraón y que allí se casó. Puesto que Dios se le apareció en Horeb cuando pastoreaba el ganado de su suegro (Ex 3,1 ss.), el Horeb, la montaña de Dios, estaba en Madián, es decir, al oriente del golfo de `Agabah. 3°) Según el relato de la fuente yahwista (J), que para von Gall es la más antigua, tres días después de cruzar el mar Rojo, los israelitas estaban en Cadés; si se hallaban allí antes de cumplir la cita con Yahwéh en el S., se ha de suponer que iban camino del sur; y por Cadés, viniendo de Egipto, es lógico que se va hacia `Agabah, no al sur de la península sinaítica, pues, de estar allí el monte buscado, habrían ido directamente desde el mar Rojo, sin necesidad de pasar por Cadés. ¿Cómo sabemos que, según la fuente J, a los tres días de pasar el mar Rojo estaban los israelitas en Cadés? Porque Ex 15,22 nos dice que, después del paso, caminaron tres días por el desierto sin hallar agua. La continuación de este texto no puede estar en el vers. 23 que habla de la llegada a Mará, puesto que allí se encuentra agua, aunque amarga, sino en Ex 17,1b-2, donde se nos dice que no había agua para beber y que el pueblo contendió por esta causa con Moisés. Ahora bien, los hechos relatados en Ex 17,2 se suceden en un lugar llamado Massá y Méribá, y Méribá es otro nombre de Cadés, luego, pasado el mar Rojo, al cabo de tres días estaban en Cadés.
     
      Lagrange (o. c. en bibl.), tras dejar constancia dé que el propio von Gall admite que para las otras fuentes del Pentateuco, la sacerdotal (P), la elohista (E) y la deuteronómica (D), así como para su redactor final, el S. estaba en la región meridional de la península sinaítica, refuta sus argumentos del siguiente modo: 1) Además de que el texto de Dt 1,2 no dice «por» sino «camino de», «en la dirección de» la montaña de Se'ir, si se sitúa correctamente esta montaña, no al este de la Arabá, sino al oeste, relativamente cerca de Cadés, al sur. de Judá, según nos muestran Di 1,44 y 1 Par 4,42, el itinerario desde el Yebel Músá a Cadés es perfectamente lógico. 2) Confinar, dentro de la península arábiga, con límites fijos, a un pueblo como Madián, si no nómada total, al menos seminómada, es ilógico. Pudo muy bien extenderse a ambos lados del golfo de `Agabah. Además Ex 3,1 dice que Moisés condujo el ganado lejos en el interior del desierto, cuando tuvo la divina aparición en el Horeb. Por otra parte, Num 10,29-30 (J) nos informa de que el madianita Hobab, hallándose en el S., no estaba en su país. 3) No acepta Lagrange la unión y separación de versículos que hace von Gall entre Ex 15 y Ex 17, pues le parece más natural el relato tal como aparece en el texto bíblico. Además no cree que Massá y Méribá sean un solo lugar -ningún otro topónimo lleva cópula-, sino dos, el uno Massá, el otro Méribá=Cadés, los cuales, por haber sucedido en ellos acontecimientos similares, se unieron proverbialmente. Donde los israelitas llegaron, tres días después de cruzar el mar Rojo, fue a Massá, que sitúa al sur de la península sinaítica, no a Méribá=Cadés.
     
      La teoría de Beke y Gressman, según la cual la teofanía del S. (Ex 19,16 ss.) no sería más que la pintura de una erupción volcánica y, por tanto, habría de situarse en alguno de los volcanes, hoy apagados, de la costa arábiga, carece de fundamento histórico. Lo mismo podemos decir de la idea fantástica de Nielsen, refutada por Vincent (o. c. en bibl.), la cual se basa en que el S. hubo de ser, forzosamente, antes de la teofanía, un centro de culto arcaico al dios Luna, centro que él asegura fue Petra. Mucho más atrayente es el sistema de los que, como Winckler y Weill, colocan el S. en los alrededores de Cadés. Estos autores, dando por cierta la hipótesis de que, una vez cruzado el mar Rojo, a los tres días llegaron los israelitas a Cadés, y apoyándose en que Moisés, cuando pide a Faraón autorización para salir de Egipto a sacrificar a Yahwéh, sólo habla de tres días de marcha (Ex 5,3 y 8,24, ambos J), concluyen que el S. estaba próximo a Cadés. Sin embargo, refuta Lagrange, aparte de que esa cifra que Moisés le dice a Faraón pudiera ser simplemente un número redondo y de que no está claro si son tres días a partir del mar Rojo o a partir de los establecimientos israelitas en Egipto, no debemos olvidar que Dt 1,2 señala una distancia de once jornadas entre Horeb y Cadés y que Dt 1,19 aclara que para ir del monte de Dios a Cadés había que atravesar un «inmenso y espantoso desierto».
     
      Más modernamente, Cazelles (o. c. en bibl.), apoyándose en parte en Eissfeldt, cree que hay, desde luego, dos relatos diferentes del Éxodo en los libros del Pentateuco; uno que lleva el itinerario por el sur de la península sinaítica y otro, el de J, que señala un camino directo a Cadés. No obstante, piensa que el relato de J hay una mezcla entre la tradición del Éxodo y la de la expulsión de los hicsos (v.), que ciertamente siguió el camino de la costa mediterránea. Simons (o. c. en bibl.) se opone a esta teoría por estar basada en localizaciones de la ruta del Éxodo todavía, para él, inmaduras e hipotéticas.
     
      Por último, otros investigadores, p. ej., Lepsius y Ebers, identifican el S. con el Yebel Serbál, identificación sostenida ya en el s. VI por el monje egipcio Cosmes Indicopleuste, al creer que el cercano oasis de Feirán era la bíblica Réfidim, la estación anterior al S. según Num 33,15.
     
      Los pocos datos topográficos que la Biblia nos ofrece para el S. cuadran mejor al Yebel Músá que al Serbál o a cualquier otro lugar. Tiene una llanura (la de er-Ráhah) «al pie de la montaña», capaz de contener a todo el pueblo (Ex 19,17-18); su cima es un pico bien determinado, visible desde la llanura (Ex 19,11; 20,18); y es una montaña suficientemente aislada para fijar los límites que impidieran el acceso a hombres y animales (Ex 19,12-13). Ahora bien, aunque los monjes del convento de S. Catalina afirman que el pico de este macizó donde fue proclamada la Ley es el asimismo llamado Yebel Musá, parece más probable el Ra's el Safsáfah, pues desde la llanura de er-Ráhah no se ve aquél, mientras éste se ofrece como una cima impresionante.
     
      4. Convento de S. Catalina. Desde muy pronto, los alrededores del Yebel Músá se poblaron de anacoretas cristianos, edificando iglesias para honrar los trascendentales acontecimientos que allí tuvieron lugar. Molestados a menudo por los beduinos y devastadas sus iglesias en diversas ocasiones, los monjes pidieron protección en el s. vi al emperador Justiniano 1, quien construyó en 527 el convento que aún subsiste, con murallas para su defensa y con una basílica dedicada a la Virgen. Más tarde, cuando se extendió por la cristiandad la leyenda del traslado por los ángeles de los restos de S. Catalina a la cumbre más elevada de los montes sinaíticos, el convento cambió su nombre tomando el de dicha santa. Con el paso de los siglos han ido acumulándose allí verdaderos tesoros artísticos, destacando por su riqueza la biblioteca, poseedora de preciosos y raros manuscritos griegos, árabes, siriacos, etc. En ella encontró Tischendorf, a mediados del s. XIX, uno de los dos más antiguos manuscritos de la Biblia griega hoy existentes, el célebre códice sinaítico.
     
     

BIBL.: J. DAUMAS, La Péninsule da Sinaí, El Cairo 1951 ; B. UB.ACH, El Sinaí, Biatge per l'Arabia Pétria, 2 ed. Montserrat 1955; M. J. LAGRANGE, Le Sinaí biblique, «Revue biblique» VIII (1899) 369-392; A. LEGENDRE, Sinai, en DB V,1751-1783; J. SIMONS, The Geographical and Topographical Texts o/ the O.'d Testament, Leiden 1959, 234-253; L. H. VINCENT, Un nouneau Sina¿ biblique, «Revue biblique» XXXIX (1930) 73-83; H. CAZELLE, Les localisations de 1'Exode et la critique latéraire, «Revue biblique» LXII (1955) 321-364; F. M. ABEL, Géographie de la Palestine, 1, 3 ed. París 1967, 101-102 y 391-396; W. F. ALBRIGHT, Mount Sinai and the Exodus, «Israel Exploration lournal» 4 (1954) 53; W. F. ALBRIGHT, The Early Alpltabetic lnscriptions jron7 Sinai and Their Decl:ipherrn?errt, «Bulletin of the American Schools of Oriental Research,, 110 (abril 1948) 6-22.

 

J. L. LACAVE RIANO.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991