SIMPATIA Y ANTIPATIA
Términos ambos procedentes del griego sympátheia y antipátheia (a su vez de sym,
con; anti, contra; y páthos, afección), expresan una relación favorable y
desfavorable, respectivamente, a la comunicación y participación espontánea de
sentimientos (v.) entre los hombres. Un significado vulgar, como «el ser
simpático», se refiere a las dotes por las que uno suscita fácilmente en otros
el sentimiento de agrado y de complacencia hacia él (lo contrario ocurre en el
antipático). Responden a estos aspectos otras expresiones también corrientes:
«mirar con simpatía», «sentir compasión», «ser antipático», etc. Con un
significado más objetivo, como afinidad existente entre los seres para el orden
del Cosmos, fue empleado por Empédocles (v.). El sentido psicológico, de uso
general, fue fijado por Aristóteles (v.). La aplicación del significado objetivo
a la afinidad y armonía entre las potencialidades del hombre se ha hecho clásica
desde la Edad Media entre los tratadistas de Psicología filosófica. En la s. (y
en la debida proporción en la a.) como comunicación afectiva, que es el aspecto
que consideramos, se pueden estudiar tres enfoques principales: relaciones con
la moral, su naturaleza psicológica y como realidad global.
Simpatía y moralidad. El empirismo psicológico de la escuela escocesa del
s. XVIII, como también el de D. Hume (v.), buscó en la s. la base de la ética:
una conducta humana recta será la que brota de la espontánea afinidad afectiva;
la s. será plena cuando haya unanimidad también en la apreciación. Su norma
práctica es «proceder de modo que un observador imparcial pueda simpatizar
contigo». Ya su primer teórico, A. Smith (v.), hubo de reconocer lo insuficiente
de esa espontaneidad en la ética, y sostuvo la institucionalización de la
justicia. En contraste con estas ideas teóricas, Smith tuvo más en cuenta para
la teoría económica que le ha hecho célebre la realidad del egoísmo, lo que
vincula mejor su pensamiento con la doctrina social precedente y el homo homini
lupus de T. Hobbes (v.). Esta errónea base para la ética se agrava en el s. XIX
por vía pseudocientífica, con el darwinismo (v.) y su «selección natural»
mediante la lucha. H. Spencer (v.), radical evolucionista, y Ward, que siguen
esta directriz del egoísmo, atribuyen a la compasión activa un papel de remedio
del afligido por el interés egoísta del que compadece, eliminando así lo que
también a él le causa pena; es la «gran paradoja» de Ward, como ha sido
denominada. Ideas más o menos similares se encuentran en Kropotkin, Cooly, A.
Comte (v.) y A. Schopenhauer (v.). La clara insuficiencia de un puro fundamento
afectivo para la moral ha disminuido el interés de este aspecto de la simpatía.
La escasa atención prestada posteriormente (L. V. Mises, Bagolini) ha sido más
bien crítica.
Desde otro punto de vista, Kierkegaard (v.) alude a s. y a. para definir
la «angustia», a la que ve como «una simpatía antipática y una antipatía
simpática» (El concepto de la angustia, 1,5, Madrid 1965; Diario, 111, A, 233,
mayo 1842; en ed. italiana, Brescia 1948, 159-160), como la situación afectiva
ambivalente ante lo pecaminoso, que se presenta atrayente por agradable o
repelente por inmoral. Prefiguración de la angustia es la actitud infantil en la
búsqueda temerosa de la aventura; análoga a ella es la actitud ante el porvenir
prometedor e incierto. La situación propia de la angustia se da al advertirse la
libertad ante la tentación; la transgresión se da por «salto cualitativo», el
sujeto «es sin duda inocente y, no obstante, culpable»; «en el mundo -concluye
Kierkegaard- no hay nada más ambiguo que esto». Como se ve, es la aporía del que
trata de unir la indudable convicción de la responsabilidad y a la vez profesa
la negación luterana del libre albedrío.
Aspecto psicológico. Como primer problema, cabe pensar en cómo se produce
la captación del afecto ajeno. Smith suponía esta captación mediata; sería una
aplicación de la errónea proporcionalidad de la Psicología comparada (v.).
Spencer la basa en una asociación previa (v. ASOCIACIONISMO) favorecida por la
imitación gregaria. Sin embargo, los casos claros de participación emotiva en la
primera infancia, antes de la existencia de cualquier asociación, decidieron
independientemente a autores como Lehmann, McDougall y otros a mantener que esta
captación es una predisposición innata, lo que no impide, sin embargo, eJ
enriquecimiento y perfeccionamiento ulterior por procesos que, en el hombre,
tienen componentes o presupuestos de orden intelectual, sean de carácter
intuitivo, bien de argumentación analógica o por otros procedimientos. El
estricto examen psicológico de la s. ha derivado más bien hacia la denominada
por Lipps, en 1907, Einfiihlung, «empatía» (v. AFECTIVIDAD); aunque en relación
con la s., cabe señalar que la empatía implica preferentemente actividad y
advertencia de alteridad entre participante y participado.
Los escasos estudios empíricos de deferentes autores se orientan,
relacionando la s. con la actividad (Murphy),con la «primariedad» (Heymans), con
los caracteres tipológicos, con la necesidad de dependencia y los vestigios de
situaciones afectivas intensas, etc.; pero no existe un serio examen
experimental. Las manifestaciones de s. o a., en las más varias situaciones,
como habitualmente tienen lugar, favorecerán su estudio por interobservaciones;
pero una rígida interpretación genética (v. PSICOLOGíA GENÉTICA), influida, sin
duda, por el enfoque del «análisis del destino» (Szondi), impide o dificulta
aceptar la flexibilidad fáctica de lo psicológico típico, como lamenta G. Murphy.
Es en definitiva un caso más de la dificultad que lleva consigo una mentalidad
organicista en las ciencias humanas.
Concepción global. A ella tiende el pensamiento de McDougall. Valiosos
antecedentes para sus ideas son su preferencia por lo social y lo instintivo, de
gran afinidad con la s. ya., y una madura evolución en su concepción psicológica
general. En relación con la s., aplicable en lo básico a la a., intervienen,
según él, en escalonada jerarquía, lo cognoscitivo, conativo y emotivo; lo
innato y lo adquirido, con sus mutuos influjos; el egocentrismo de
autoprotección y autodominio por vía de sumisión y de afirmación; y por fin, las
«tendencias innatas no específicas» y las emociones tiernas. Pero en este autor,
la s. permanece vinculada a un solo aspecto y en un nivel inferior al de la alta
y fina afectividad humana.
Más amplio es el pensamiento de Max Scheler (v.). La percepción de la
interioridad afectiva ajena, punto capital de arranque de sus ideas, es, según
él, inmediata: siento el sentimiento del otro, ya que la intencionalidad
primordial de la s. se dirige al sentimiento ajeno, no al sentimiento propio.
Hay también una s. «objetiva» como especie de principio inmanente, normativo y
dinámico para la armonía del Cosmos -concepción coherente con la de su ordo
amoris- que, ascendiendo desde los niveles inferiores, se realiza en los más
elevados, como conciencia, valor, moralidad, según las realidades propias de
estos órdenes y no por atribución extrínseca. La s. como tal englobaría al yo y
a los otros en fusión de egocentrismo y altruismo, ampliando sus círculos
afectivos hasta el «amor acosmístico», hasta Dios. Opuesto expresamente a todo
monismo subraya la diferencia, aun en la s. actual, entre el yo y el otro. Su
postura, aunque tiene grandes aciertos, participa de las limitaciones de la
fenomenología (v.), complicados en él por la tendencia dualista (v. DUALISMO)
manifestada en sus últimas obras.
Conclusión. Puede decirse que en la s. uno de los rasgos fundamentales
(con sus correlativos opuestos en la a.) es una base constitucional ambivalente,
capaz de altruismo y de egoísmo, coherentes con la realidad del ser humano. Esa
potencialidad básica, diversa en unos y otros, se actúa según la diversidad de
circunstancias, entre las que es capital la conducta moral personal, libre y
responsable, que podrá favorecer el egoísmo con el menosprecio ajeno, inductores
de a., o bien el amor generoso y desinteresado, estimulador de la simpatía. Fino
detalle en la compasión es el desagrado de no sentirla ante la pena ajena y el
delicado agrado de sentirla; pero ha de ser con un sentimiento penoso, según la
aguda observación de Santo Tomás (v.): es grato sentirse en la pena compadecido
y en el gozo congratulado, porque es en ambos casos sentirse amado;
análogamente, siendo grato amar, lo es condolerse porque implica estar amando.
V. t.: ÁNIMO, ESTADO DE; AUTISMO; CARÁCTER; SENTIMIENTOS.
BIBL.: M. SCHELER, Esencia y formas de la simpatía, 2 ed. Buenos Aires 1950; W. McDOUCALL, An Introduction to SocialPsychology, 30 ed. Londres 1950; L. MURPHY, Social Behavior, Nueva York 1937.
J. MUÑOZ PÉREZ-VIZCAÍNO.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991