SIMBOLISMO RELIGIOSO III. LITURGIA.
1. Naturaleza de los símbolos litúrgicos. El cristianismo no ha desconocido la
tendencia humana a la simbología y a la sacralidad (v. SAGRADO Y PROFANO),
aunque la ha modificado y elevado, uniéndola a la historia de la salvación y
dándole una eficacia nueva (V. t. SIGNO Y SIGNIFICACIÓN .III-IV; CULTO II).
Los símbolos cristianos fundamentales, los símbolos sacramentales (v.
SACRAMENTOS), constituyen las acciones actualmente salvadoras de Dios en la
historia, y dicen relación con las acciones de Dios en el Antiguo y Nuevo
Testamento y son prefiguradoras de la vida del mundo futuro. Vienen a ser así
como un resumen de la historia de la salvación (J. Daniélou, Los sacramentos y
la historia de la salvación, en Palabra de Dios y liturgia, Salamanca 1966,
47-62). En el contenido de todo símbolo cristiano encontramos, pues, tres planos
expresivos: el de la actual intervención de Dios; el que esa intervención no es
algo aislado sino ligado íntimamente al pasado, sobre todo a las acciones de
Jesús, anunciadas y prefiguradas en el Antiguo Testamento; y el que esté
proyectada hacia la consumación del mundo visible en la plenitud final. Es, por
tanto, un pasado hecho presente y que lleva en sí el germen del futuro.
La persona de Cristo, Dios y hombre, como certeramente ha señalado C.
Castro (o. c. en bibl., 309), es el centro de la sacralidad cristiana; Él es «el
sacramento del encuentro con Dios». En Cristo se da una hierofanía excepcional:
su Humanidad es signo visible de su Divinidad. La fe abre a toda la realidad de
su misterio y de su riqueza. Al que no cree, la presencia de Cristo puede
turbarle y sorprenderle, pero no sabe ver en ella a la realidad trascendente que
manifiesta. Esta doble actitud frente a Jesús se dio ya en su vida histórica y
se sigue dando en los siglos posteriores. El creyente sabe descubrir en Jesús la
manifestación del Padre, descubre que el mismo Jesús es Dios. Y entonces su
encuentro con Él, hecho en la fe (v.), es salvador. Jesús mismo, al iniciar su
vida de resucitado, hace comprender a los discípulos que el encuentro con Él va
a tener lugar de una forma nueva, por medio de los símbolos sagrados. Recuérdese
el pasaje de los discípulos de Emaús, que lo conocen (con la plenitud de
contenido que esta palabra tiene en el lenguaje bíblico) «en la fracción del
pan», expresión que cuando Lucas escribe su Evangelio designa ya el acto cúltico
del banquete eucarístico (Le 24,30-31).
Porque Cristo, subido a los cielos, no abandona a los hombres, sino que
continua presente entre nosotros por su Iglesia, «sacramento universal de
salvación» (Conc. Vaticano II, Const. Lumen gentiuni, 48), y, de modo
especialísimo, por los sacramentos, en los que se hace presente para incorporar
a los hombres a su propia vida. Todo sacramento es signo de la presencia de
Cristo, y signo eficaz, es decir, que causa lo que significa. Se ordenan a la
santidad y presuponen -en los adultos- la fe. De ahí que la Iglesia haya rodeado
su celebración de diversos ritos (v.) encaminados a poner de relieve su
contenido, excitar la fe, fomentar la caridad, etc.; ritos, pues, que son, en
cierto modo, como símbolos del símbolo fundamental que es el núcleo central del
sacramento.
2. Análisis de algunos símbolos litúrgicos. En primer lugar hay que
mencionar la Eucaristía (v.), en la que se encuentra el símbolo nuclear de la
Liturgia. La Eucaristía es memorial -objetivo- del Señor, y es sacrificio
-memorial objetivo del sacrificio pascual-; su contenido es, pues, el sacrificio
de Cristo en la cruz, su morir para resucitar. Su estructura litúrgica es la de
un banquete: Las realidades materiales utilizadas son el pan y el vino, cuyas
especies sensibles se convierten en símbolo eficaz del Cuerpo y Sangre de Jesús.
Cristo se hace presente, por la Consagración, de una forma que hace posible la
Comunión, la recepción en forma de comida, para así ser asimilados a Él. En la
economía cristiana, y por la fuerza todopoderosa de la palabra de Jesús, los
símbolos son realmente portadores de lo que significan.
En la Eucaristía, los tres planos de la historia de la salvación hallan
expresión. La celebración de la Pascua (v.) de Israel se ritualiza en el
banquete del Cordero (Ex l2), y cuando los Profetas anuncian los dones
mesiánicos no dejan de emplear la imagen de la comida (ls 25,6; 55,2); lo mismo
hacen los escritos sapienciales (Prov 9; Ps 22). Jesús es el realizador de estos
anuncios. La abundancia de vino en las bodas de Caná es ya un símbolo de la
plenitud de los dones mesiánicos que han llegado con la presencia de Jesús: Él
reparte el pan a los pobres (Mi 14,13-21) y anuncia que dará un pan de vida
eterna: su propia Carne (lo 6,26-58). Finalmente, en la última Cena (v.),
entrega a sus discípulos, bajo la forma de pan y vino, el Cuerpo y la Sangre que
iban a ser inmolados en el Calvario, mandándoles repetir en memorial suyo lo que
Él acaba de hacer (Le 22,19-20). Y a la vez proyecta este banquete al plano
escatológico, pues les anuncia que no volverá a comer la Pascua y a beber el
fruto de la vid hasta que llegue al Reino de Dios (Le 22,15-18). La Misa (v.)
cristiana, una vez hecho presente Cristo, renovado su sacrificio por la
Consagración, es por eso, como dice un clásico texto litúrgico, un «sagrado
convite, en el cual se recibe a Cristo, se hace memoria de su pasión, se llena
el alma de gracia y se recibe en prenda la gloria futura» (liturgia del Corpus
Christi).
Otro símbolo fundamental en la Liturgia cristiana es el agua. Su
utilización simbólico-religiosa es universal (v. I, 2-3). En el mundo bíblico se
encuentra a todos los niveles, desde el Génesis al Apocalipsis. Jesús, que se
proclama fuente de agua viva (lo 7,37-38), manda a los suyos que santifiquen con
el Bautismo (Mi 28,19-20). El lavado con agua es aquí símbolo eficaz, que
produce por el poder de Dios, con la fe en Él, el perdón del pecado y el
nacimiento a la vida de la gracia. En el simbolismo bautismal se hace referencia
al agua como sepulcro de formas viejas e inicio de vida nueva, como principio de
existencia (v. BAUTISMO II-III).
El aceite es símbolo repetidamente utilizado en los sacramentos cristianos
(v. ÓLEOS, SANTOS). Forma parte de los alimentos cotidianos, sirve de masaje, de
bálsamo, y el olivo que lo trae es signo de abundancia. En el A. T. se ungían
reyes y profetas (v. UNCIÓN). Jesús es el gran ungido (Le 4,18-19; v. MESíAS).
Por el óleo se simboliza la participación que el cristiano tiene en la misión de
Jesús y el fortalecimiento del alma (v. CONFIRMACION; UNCIÓN DE LOS ENFERMOS).
El símbolo asume también para su expresividad religiosa realidades no
puramente físicas. Así, el amor humano, símbolo vigoroso de la ternura de Dios
por la humanidad. En el matrimonio (v.) cristiano, el amor se convierte en
símbolo eficaz del don de Dios que en Cristo se ha entregado a la humanidad,
salvándola. También otros gestos humanos, como la imposición de manos, son
portadores de gracia (v. ORDEN. SACRAMENTO DEL).
Y el tiempo y el espacio son también sacralizados; en ellos se abren
puertas por las que accedemos a la divinidad. La fiesta (v.) y el templo (v.)
son realidades cúlticas. Para el cristiano la fiesta es ante todo la Pascua y su
rememoración cúltica; es la fiesta de la salvación (v. PASCUA II; ANO
LITÚRGICO). Y el templo es Cristo mismo, su humanidad santificada por la
presencia de Dios; y los fieles, piedras vivas que forman el templo del Señor; y
las iglesias, lugar de encuentro con Dios y símbolo material de la Jerusalén
celestial.
El mundo de los símbolos nos lleva a Dios trascendente, que se nos acerca
por las cosas. Devolver al hombre su instintiva capacidad para el símbolo,
atrofiada por una civilización excesivamente racionalista y técnica, es una
importante tarea de la pastoral (v. t. RÚBRICAS; RITOS).
Para otros símbolos litúrgicos concretos, v. GESTOS Y ACTITUDES
LITÚRGICOS; VESTIDURAS LITÚRGICAS; UTENSILIOS .LITÚRGICOS; INSIGNIAS LITÚRGICAS;
COLORES LITÚRGICOS (COLOR 11). También puede verse: CANTO LITÚRGICO (CANTO II);
HIMNOS LITÚRGICOS; CELEBRACIÓN LITÚRGICA.
V. t.: SIGNO Y SIGNIFICACIÓN IV; SAGRADO Y PROFANO.
BIBL.: O. CASE[., Misterio de la Ekklesia, Madrid 1964; f. DANIÉLOU, El misterio de la historia, San Sebastián 1957, 172-191; ID, Sacramentos y culto, 2 ed. Madrid 1964; J. FERRANDO Roici, Sinibología cristiana, Barcelona 1958; VARIOS Valera permanente du syrnholisrne, «La Maison-Dieu» n- 18 (1950); J. GOMA Y TOMÁs, El calor educativo de la Liturgia católica, 4 ed. Barcelona 1945; C. CASTRO, El sentido religioso de la Liturgia, Madrid 1964; M. RIGHETTI, Historia de la Liturgia, 3 ed. Madrid 1969; la BIbl. de SIGNO Y SIGNIFICACIÓN IV.
J. M. LECLA YABAR.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991