SIMBOLISMO RELIGIOSO I. HISTORIA DE LAS RELIGIONES.


1. Delimitación de los símbolos en el campo religioso. El símbolo es una clase de signo que tiene un poder de expresión en parte contenido en su misma naturaleza y en parte dependiente de la libre imaginación del hombre (v. SIGNO Y SIGNIFICACIÓN I, 2; SIMBOLISMO I, 1-3). La palabra símbolo viene del griego, del verbo symballesthai que significa reunir, juntar, asociar. Se llamaban símbolos los dos trozos de una misma pieza, vasija, etc., de barro o de metal, que se partían entre dos amigos y que venían a ser el testimonio de una amistad que había de durar mientras duraran los dos trozos partidos en poder de ellos. La adecuada superposición de esos dos trozos testimoniaba la unidad existente entre los que los poseían. La idea de símbolo implica, así, recomposición, reconocimiento, presencia de algo distinto a la simple apariencia. El símbolo es posible supuesta la capacidad cognoscitiva del hombre junto con su poder inductivo, deductivo, intuitivo e imaginativo.
     
      Como santo y seña, el símbolo era la palabra clave con que se daban a conocer los miembros de una sociedad. Ya con los pitagóricos (v.) estos símbolos eran como consignas que en fórmulas abreviadas expresaban para los iniciados las verdades que salvaban. Los símbolos eran de uso común en los cultos mistéricos (V. MISTERIOS Y RELIGIONES MISTÉRICAS). En los estoicos (v.), el símbolo viene a ser la interpretación común de los mitos (v. MITO Y MITOLOGÍA I-II); entonces un hecho o relato mitológico es un símbolo de una verdad filosófica o teológica, en parte oculta o difícil. Así simbólico viene a ser sinónimo de alegórico, y en este sentido hay que entender la exégesis de Filón (v.), y en gran parte la de los autores de la escuela alejandrina (v. ALEJANDRÍA VI). En relación con este uso de la palabra símbolo está el llamar así al Credo, símbolo de la fe (V. FE II), fórmula que resume y contiene todo lo que hay que creer en la Iglesia (aunque aquí ya no se trata de alegorías, mitos ni hechos mitológicos, sino de hechos históricos y de verdades religiosas expresados en una determinada fórmula). Símbolos son utilizados también en los documentos comerciales, diplomáticos y jurídicos. La ciencia los usa como un recurso de abreviación en la formulación de proposiciones y en la de cálculos matemáticos.
     
      Los hombres se comunican entre sí los pensamientos, conocimientos, afectos, sentimientos, etc., por medio de toda clase de signos y símbolos: signos lingüísticos o palabras, gestos como el estrecharse las manos u otra clase de saludos, regalos, dones, etc. Con todo ello se manifiesta una persona a otra, y se une a ella, o se separa. Sin embargo, el trato y comunicación entre los hombres no se reduce a un manejo o donación mutuos de símbolos, aunque éstos sean frecuentes y necesarios. Cuando una persona sirve a otra o a varias o se sacrifica por ellas, con su trabajo, con su tiempo, etc., no está simbolizando ni usando necesariamente símbolos, sino que simplemente está amando o sirviendo. Con más razón todavía, el trato y comunicación entre el hombre y Dios no se reduce a símbolos y simbolismos, y ello por la especial relación que hay entre el hombre y Dios: por la ¡limitación del poder y libertad divinos y por la absoluta dependencia del hombre respecto a Dios, dador y sustentador del ser y vida humanos.
     
      Por eso, ciertamente, Dios se manifiesta y el hombre lo descubre a través de todas las cosas, creadas por Él, signos y símbolos, por tanto, de su inteligencia, bondad y poder. Pero Dios y lo divino pueden darse al hombre, y de hecho se han dado y se dan, de otras formas, directas, más o menos inmediatas e interiores; p. ej., con su Revelación sobrenatural, destinada a todos los hombres pormúltiples caminos interiores y exteriores (V. REVELACIÓN II-III); y también con su gracia (v.), con mociones o inspiraciones interiores, etc. (v. VÍAS DE LA VIDA INTERIOR; MÍSTICA; UNIÓN CON DIOS; etc.). Dios y su Omnipotencia no necesitan siempre de signos y símbolos para manifestarse y comunicarse al hombre, aunque los utilice muchas veces, condescendiendo con lo humano y queriendo siempre, al comunicarse, respetar y guardar el ser y la libertad que Dios mismo ha dado al hombre.
     
      Igualmente, el trato y comunicación del hombre con Dios no está limitado a los signos y símbolos para realizarse y expresarse. Así, p. ej., la oración (v.) y el culto (v.) interior a Dios, esenciales en el hombre, son algo fundamentalmente íntimo, directo y personal entre el hombre y Dios. El conocimiento de Dios, la unión con Él, la santidad (v.), la religión (v.) en general, no son cosas sólo de símbolos o de simbolismos, aunque los hombres al buscar a Dios y comunicarse con Él necesiten utilizarlos muchas veces, sobre todo en lo que se llama culto (v.). Pero además del culto, está la moral (v.), el cumplimiento de la voluntad de Dios (v.), la contemplación (v.), y toda la vida espiritual en general (V. ESPIRITUALIDAD Y ESPIRITUALIDADES; VÍAS DE LA VIDA INTERIOR). Y todo ello, en general, no es sólo cuestión de símbolos. Aparte de los gignos naturales de la presencia de Dios (la existencia y realidad de las cosas mismas creadas por Él) y de los que Él quiera utilizar en su Revelación sobrenatural (milagros, etc.), los símbolos surgen fundamentalmente al expresar externamente el trato del hombre y su dependencia respecto a Dios. Y ello por un triple motivo o necesidad: 1) psicológico; lo interior, lo anímico, tiende a expresarse externamente, corporalmente, con palabras, gestos, etc.; y al mismo tiempo, esa expresión externa y corporal estimula lo anímico e interior; 2) social; no sólo el hombre, sino la sociedad como tal debe dar culto a Dios, pues también ella tiene su origen en Él; 3) religioso; no sólo el alma, sino también el cuerpo, a su manera y dirigido por el alma, ha de dar culto a Dios. Surge así la utilización de símbolos y signos en el culto externo, público y social.
     
      De esta forma, dentro de estos límites, en el campo religioso se encuentran variados símbolos para significar y expresar toda suerte de realidades del más allá, de manifestaciones divinas y de comunicaciones de Dios a los hombres, o de éstos a DIOS (v. SAGRADO Y PROFANO; SIGNO Y SIGNIFICACIÓN II). Se encuentran símbolos de uso casi universal, o muy frecuente, debido a la base común de religiosidad presente en todo ser humano (v. RELIGIÓN); pero ello no indica necesariamente una mutua y estricta dependencia de ideas religiosas entre los diversos ambientes donde se hallan símbolos comunes o parecidos; e incluso sucede con frecuencia que un mismo símbolo tiene significados distintos en diferentes lugares. Así, por citar un ejemplo claro y extremo, la cruz como símbolo era usada por los indios antes de la llegada de los misioneros españoles a América. Algunos pensaron que se trataba de una huella remota de una primitiva evangelización olvidada, posiblemente por S. Tomás Apóstol desde la India. Pero pronto se dieron cuenta que la cruz era para los aborígenes un símbolo del cuatro, una representación geográfica o astronómica.
     
      Cabe preguntarse si el hombre ha perdido en parte su capacidad de conocimiento y de lenguaje simbólicos, atándose excesivamente a lo concreto, lo material o lo racionalista. Sin embargo, la psicología de lo profundo ha sacado a luz la permanencia del símbolo como espontánea expresión humana. Pero el símbolo no ha quedado solamente en los niveles de la inconsciencia. A pesar de filosofías e ideologías racionalistas que quisieran dejar el símbolo fuera del lenguaje humano, el conocimiento simbólico sigue dándose en el mundo. El diálogo entre el hombre y Dios no se ha interrumpido; el sentido religioso y el culto a Dios es algo connatural con el hombre; la toma de contacto con pueblos de África y Asia ha vuelto a ponerlo de manifiesto, valorando lo simbólico. Poetas y artistas siguen entendiendo el mundo y el cosmos como una posibilidad de acceso y expresión de lo inefable. El conocimiento intuitivo de símbolos sigue ayudando al hombre a penetrar en el corazón más íntimo de la verdad de las cosas.
     
      2. Características y clases de símbolos religiosos. Para el hombre primitivo la sola identidad en un punto puede bastar para que encuadre en una misma categoría las cosas más variadas. Este modo de conocer se desarrolla peculiarmente en el campo de la religión, en el que ciertos sentimientos hallan su expresión adecuada en los más sencillos símbolos. En ellos se contiene e insinúa un determinado concepto espiritual, a veces en cierto modo sin discriminar, que afecta profundamente al hombre. Y en contra de lo que opina el positivismo (v.) y la doctrina de la evolución antropológica (V. EVOLUCIÓN III), se da el hecho de que ese hombre vive no sólo en el mundo sensible, inmediato y material, sino también en el mundo de las realidades superiores (v. PRIMITIVOS, PUEBLOS).
     
      El hombre a través de los símbolos rompe su limitación fragmentaria para incorporarse en el conjunto armónico que forma el universo. Mediante el símbolo el hombre comprende y comunica verdades que están por encima de lo sensitivo e incluso del pensar discursivo. El símbolo insinúa, por eso querer «explicarlo» completamente es destruirlo. El símbolo, en general, es ambiguo, vaporoso, difuso. Precisamente esa vaguedad le permite alcanzar y expresar esferas inalcanzables para la idea filosófica pura, para la palabra concreta. El símbolo despierta presentimientos, descubre la existencia de otros mundos. Otra nota del símbolo es su operabilidad y su poder de acción sobre los que lo reconocen. El símbolo pone en movimiento la intuición, y además lleva consigo fuerzas determinadas. De ahí que la veneración por el símbolo no se funda solamente en su relación con el mundo superior, sino también con frecuencia en la fuerza que se manifiesta y actualiza en el símbolo mismo.
     
      Por una parte, el mundo entero es para el hombre un gran símbolo que proclama la existencia de una realidad trascendente y superior, invisible para los sentidos. Por otra, determinadas realidades concretas poseen un simbolismo especial: los árboles, las montañas, el sol, las estrellas, la luna, la lluvia, el fuego, la tempestad, el agua, las piedras, etc. Todas estas realidades, en cuanto símbolos religiosos, son o bien manifestaciones de lo divino y sacro, o bien ocasión de darle culto o instrumentos para el mismo. También, a veces, son consideradas en sí mismas divinas, surgiendo o tendiéndose entonces a la idolatría (v.) o al politeísmo (v.); aunque siempre es discutible y difícil precisar hasta dónde llegan efectivamente estas deformaciones de lo religioso. Es decir, hasta dónde se venera efectivamente al ídolo, o a la piedra, al bosque, al sol, etc., como divinos o sólo como imagen o recuerdo de la divinidad no es fácil saberlo, especialmente al nivel personal, interior de cada hombre. La idolatría, con la superstición (v.) y la magia (v.), generalmente ligadas al politeísmo, son consideradas en muchas religiones, incluso en las aparentemente politeístas, como deformación de la religiosidad.
     
      En lo que se refiere al culto (v.) y a sus ritos (v.), los símbolos utilizados quieren expresar la petición o la acción de gracias, la donación interior del hombre a Dios (v. OFRENDA), su deseo de unión con Él, o de perdón de los pecados y faltas (v. PURIFICACIÓN I; PENITENCIA I, A). Las ofrendas son cosas del dominio del hombre que se ponen a disposición de la divinidad, en sus templos (v.), o en las tumbas (v. DIFUNTOS I), o en lugares de culto especiales (como árboles, montes y lugares altos, cavernas, fuentes, etc.). Se ofrecen las primicias de la cosecha, o lo mejor de los ganados, la primera pieza de una partida de caza, o la primera copa de un banquete. La forma máxima de ofrenda es el sacrificio (v.); lo que se ofrece se destruye, en todo o en parte, simbolizando el derecho que Dios tiene sobre ello, sobre todas las cosas, y sobre el hombre mismo. En los ritos de purificación, el simbolismo del agua y de las abluciones es uno de los más universales (v. BAUTISMO I; AGUA VI). También son frecuentes los banquetes sagrados (v.), como símbolo del deseo de unión y participación con la vida divina. Los ritos de iniciación (v.) están también cargados de simbolismos, con los que se instruye al iniciado en la vida de relación que ha de llevar con la divinidad. Todo ello se concreta de forma especial en las fiestas (v.), cuyo origen y significado es fundamentalmente religioso.
     
      3. Símbolos y simbolismos principales. El Sol (v. SOL II), la Luna (v. LUNA II), son símbolos, masculino y femenino, de poder y de misterio. La luz, que todo ilumina y-a vida, difícilmente aferrable, casi como inmaterial, es también símbolo de lo divino (V. LUZ II). Los astros y estrellas, en su correr y trayectorias por el firmamento, con su curso regular, son símbolo de la presencia de una ley universal suprahumana, del poder divino, o signos de acontecimientos, de decisiones superiores (v. ASTROLATRíA; ASTROLOGíA). La lluvia, la tempestad, las fuentes, los ríos, en su acción fertilizante, en su fluir natural, son símbolo de eternidad, de la acción divina; y, en ocasiones, manantiales, fuentes, etc., son lugar privilegiado de culto, como ciertos bosques y montañas (v. AGUA VI). La Tierra misma, que esconde en su seno multitud de misterios y fuerzas, es símbolo y lugar de lo sacro (V. TIERRA V). Y el fuego, que da vida o que destruye, puede también simbolizar o encerrar en sí un testimonio de lo sacro y trascendente (V. FUEGO, CULTO AL).
     
      La piedra, la roca, con la que el hombre tropieza, manifiesta en su dureza la presencia de una fuerza, de un poderío. En el reino mineral ciertos metales y piedras son considerados como sagrados por creerse que en ellas reposan los espíritus de los difuntos, 0 por representar fuerzas sagradas, o bien porque en ellas o cerca de ellas ha tenido lugar un acontecimiento sagrado (v. MEDRA II). Así la piedra sobre la que durmió Iacob y soñó con la escala de ángeles se convierte en altar y después en santuario. En otras ocasiones las rocas se sacralizan por creerlas situadas en el «centro del mundo». Así hay montañas sagradas, puntos de unión de distintos niveles cósmicos (v. MONTAÑAS III). Ciertas piedras horadadas se sacralizan por ser símbolo del sol. Hay otras piedras mágicas que tiene propiedades medicinales y que confieren la inmortalidad; p. ej., el jade entre los taoístas: «Si al abrir una tumba antigua -dice un tratado del s. v- el cadáver parece estar vivo en su interior, sabréis que hay dentro y fuera del cuerpo una gran cantidad de oro y de jade». La perla es otra piedra preciosa cargada de simbolismo.; ocupa un importante lugar en ritos asiáticos, constituyendo una especie de amuleto que en la mujer trae suerte para el amor y para la fecundidad. Se considera que la perla nace de las aguas, o de la Luna; todo eso hace de la perla un centro en el que confluyen fuerzas diversas. En cultos exequiales se usa también la perla, pues se supone que regenera al muerto insertándolo en los ritmos cósmicos de modo cíclico al modo lunar.
     
      En el mundo vegetal el árbol posee una fuerza extraordinaria de simbolismo. Sus raíces hundidas en lo más profundo de la tierra le comunican con los abismos, y sus ramas elevadas le relacionan con el cielo. Además en los árboles sopla el viento y es lugar donde habitan las aves. Viene a ser símbolo del universo. El «árbol de la vida» situado en medio del paraíso es como un prototipo, símbolo del eje del mundo. Se estima de manera especial el árbol de hoja perenne; por su duración es símbolo de eternidad. El cedro es símbolo de Yahwéh, la encina está dedicada a Zeus, el olivo a la diosa Atenas, el laurel a Apolo, el mirto a Afrodita. Los árboles vienen a ser templos de la divinidad y bajo ellos se da culto a Dios (v. ÁRBOL II). La sola presencia de la flor maravillosa da la salud, concede cualquier deseo. Brotando de las aguas cósmicas el loto se abre en mil hojas, simbolizando el centro, la plenitud, el trono de los dioses. Todo lo que es verde, lo que brota y florece es símbolo de bendición (V. FERTILIDAD II).
     
      Dentro del reino animal el hombre descubre símbolos en la fuerza y en la agilidad, en la ferocidad y rapidez (v. ANIMAL IV). Los mitos hablan de hombres nacidos de animales con características semidivinas. Hay leyendas que hablan de hombres que se convierten en animales determinados. Los pájaros se veneran como símbolos de la luz, destacando entre ellos el águila (v. AVES IV). El dragón (v.) se repite como símbolo en las más variadas religiones. Lo mismo sucede con la serpiente (v.), que viene a ser el más venerado y el más repudiado de todos los animales. En la misma Biblia viene a ser figura de satanás y figura de Cristo crucificado que salva a la manera de la serpiente de bronce.
     
      Dentro de los seres animales, el hombre mismo está considerado en la historia de las religiones como una recapitulación del mundo; es prototipo del Cosmos. Sus diferentes miembros están relacionados con las diferentes partes del mundo. Así, en los antiguos cánticos de la India y en algunos cantos sumerios se dice que el Sol habita en los ojos del hombre, el espacio etéreo en los oídos, el viento en la nariz, la dureza de las cosas materiales en los huesos y en las manos, el mar en la boca, la lluvia y el rocío en el sudor y en las lágrimas. San Gregorio Magno siguiendo la tradición de los Padres griegos dice que el hombre tiene algo de común con todas las criaturas. Los mitos indoeuropeos dicen que el universo fue creado con los miembros del primer hombre. El Talmud por su parte enseña que el barro de que se formó Adán estaba integrado por tierra procedente de distintos puntos del mundo. El hombre al morir sigue presente. De un modo o de otro surge indefectiblemente la creencia en un más allá en el que siguen viviendo los que murieron. El culto a los difuntos (v.) es una constante en todas las religiones, derivando a veces hacia el culto de los héroes (v.), símbolos que llenan la vida humana. Los gestos del hombre tienen también una gran fuerza simbólica. El contacto mediante las manos es el modo de captar el mundo exterior. Para prestar juramento es corriente el ademán de la mano que toca el pecho, losojos o la cabeza. Al orar el hombre eleva sus manos, entrando o facilitando así en contacto con la divinidad. Así, de una u otra forma, a través de la historia, el hombre busca permanentemente lo divino, procurando el encuentro con Dios, sirviéndose y ayudándose de numerosos símbolos. La representación de la divinidad por el hombre mismo, con caracteres antropomórficos, surge inevitable, aunque se sea consciente de los límites y peligros de esa representación, manifestados en el carácter sobrehumano de los dioses (V. ANTROPOMORFISMO). Los mitos recogen esos símbolos y simbolismos, los expresan de mil formas; y vuelve a surgir aquí la dificultad de hasta qué punto los mitos eran entendidos y aceptados en su literalidad o eran tomados como símbolos y recuerdos expresivos de la permanente presencia de Dios y de la providencia divina mejor o peor entendidas (V. MITO MITOLOGÍA I-II; REVELACIÓN I).
     
      4. Evolución y valoración de los símbolos. Evidentemente, muchos símbolos cambian de significado con las circunstancias que les rodean. Así, los israelitas tomarán diversos elementos simbólicos de los pueblos circunvecinos, como los cananeos, pero les darán un nuevo sentido, de acuerdo con la Revelación veterotestamentaria y la fe en un sola Dios, trascendente, hasta el punto que se prohíbe su representación para evitar el peligro de idolatría. Por eso los símbolos que se utilizan son sólo en el campo de expresión de ciertos hechos divinos y en el campo del culto. Lo mismo harán los cristianos, que aceptarán o tomarán algunos símbolos paganos, pero no su significado, sino dándoles un contenido nuevo o diferente.
     
      El positivismo (v.), con su racionalismo (v.), pretendía en el s. XIX haber llegado a la última etapa en la evolución del uso de los símbolos, considerando todos los anteriores vacíos de auténtico significado, mera superstición y engaño. Aunque también pretendía acabar con los símbolos, también quiso establecer los suyos propios, de sentido más abstracto y «racionales»; símbolos del «progreso», de la «razón», etc.; esas mismas palabras eran todo un símbolo, que en realidad se han mostrado vacíos al despegarse de lo divino, un puro formalismo (p. ej., los «minutos de silencio») carente de contenido real. Un formalismo, desprovisto de auténtico sentido religioso e incluso carente de intuición, se ha difundido ampliamente, corriendo en todas las direcciones detrás de la sugestión de los sentidos. Y con ello, se han multiplicado la angustia vital, la utopía y la superstición, que revelan la miseria de un hombre y una sociedad sin patria y sin sentido.
     
      Por eso el simbolismo en sus relaciones con el mundo de lo desconocido y del misterio permanente, con lo que no es completamente alcanzable por la razón, es un valor importante. La revalorización de los símbolos puede contribuir a que el entendimiento humano se acerque más fácilmente a lo sobrenatural. También por el camino de los símbolos se llega al difícil mundo del subconsciente del hombre. Esta valorización de los símbolos se ha hecho presente en amplios campos de la cultura, de la literatura y del arte, con el romanticismo (v.) y los movimientos simbolistas (v. SIMBOLISMO II-III), precisamente como reacción contra el racionalismo y positivismo; aunque también en esa reacción haya sus exageraciones e inconsecuencias.
     
      Existe también un peligro en una mentalidad afincada al reconocimiento de los símbolos como casi exclusivo medio de conocimiento (v. SIMBOLISMO I, 4-5) o de comunicación con lo divino. Y así lo muestra la historia de las religiones. Ese peligro consiste en que la imagen o lo material del símbolo mismo pase como a primer plano, pretendiendo adquirir sustantividad propia, independiente de su significado o sentido. Con ello disminuye la transparencia del signo, y lo divino queda como adherido al ser intramundano del símbolo, como una propiedad de la misma cosa más o menos afín a lo natural. El hombre pretende entonces captar lo representado en el símbolo teniéndolo a su completa disposición, en lugar de entregarse plenamente a lo divino.
     
      Con todo, no se puede prescindir de los símbolos, ni en la vida humana en general, ni en lo religioso. En el momento que se desprecia o se destruye el símbolo, el hombre puede quedar mudo y ciego ante los demás y ante lo divino. Es evidente que el lenguaje religioso y cultual, lleno de símbolos, que facilitan la comunicación con Dios y su conocimiento, no son algo meramente ficticio. De ninguna manera es así, ya que el símbolo es la expresión de una realidad existente, aunque sea expresión parcial e imperfecta; realidad que no puede estar plenamente contenida en el símbolo, porque lo supera y lo rebasa.
     
      V. t.: SIGNO Y SIGNIFICACIÓN II; SAGRADO Y PROFANO.
     
     

BIBL.: F. KÚNIG (dir.), Cristo y las religiones de la Tierra, 2 ed. Madrid 1968; P. TACCHI VENTURI, G. CASTELLANI (dir.), Storia delle religioni, 6 ed. Turín 1971 ; J. DANIÉLOU, Dios y nosotros, 3 ed. Madrid 1966; L. BOUYER, Le rite et 1'honore, París 1962; R. TUHM, Símbolo, en Diccionario de las religiones, dir. F. FóNIG, Barcelona 1964, 1303-1306; L. CiAPPi, 11 valore del simbolismo nella conoscenza di Dio, «Sapienza» 1 (1948) 49-61 y 2 (1949) 233-244; M. ELIADE, Imágenes y símbolos, Madrid 1955; A. KIRCEIGASSNER, La puissance des signes, París 1962; R. GUENON, Syniboles tondamentaux de Science sacre, París 1952; I. GOmÁ Y Tomás, El valor educativo de la Liturgia católica, 4 ed. Barcelona 1945; C. CASTRO CUBELLS, El sentido religioso de la liturgia, Madrid 1964.

 

A. GARCIA-MORENO , JORGE IPAS.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991