Sexualidad. Homosexualidad
Los aspectos morales de la homosexualidad son muy
diversos, puesto que abarcan desde la responsabilidad propia o ajena en su
instauración, hasta la responsabilidad del sujeto que padece la homosexualidad y
las particularidades pastorales en la atención de tales personas, etc.
Instauración. Sea cual sea la verdad sobre su origen (teorías orgánicas y
teorías psicológicas) parece evidente que en bastantes casos es de decisiva
influencia el ambiente familiar. Unas veces, se facilita la estabilización de la
homosexualidad cuando los padres -y especialmente las madres- plantean
equivocada y egoístamente la educación de sus hijos. Si se considera al hijo
como una especie de propiedad -concretamente en el caso del hijo único, sobre
todo cuando la madre ha quedado viuda a los pocos años de matrimonio- es fácil
que no se le ayude a conseguir una madurez y una disposición sana de libertad y
de independencia. Una solicitud morbosa por los hijos, a quienes no se permite
prácticamente separarse de la madre, en lugar de estimularlos a adoptar una
actitud activa ante la vida, no sólo es causa de dificultad para que contraigan
matrimonio y formen una familia independiente, sino que a veces precipita la
disposición a la homosexualidad. Lo mismo se diga de los esposos que, deseando
que el primer hijo sea una niña o viceversa, ven frustradas sus ilusiones y
educan (maleducan) al hijo o a la hija de acuerdo con sus deseos y le crían, le
visten, etc., como si fuera una persona del otro sexo. Como se comprende, una
conducta de este estilo supone una falta grave a los deberes paternos. La misma
conclusión se aplica a propósito de la falta de delicadeza de algún marido, que
puede llevar a la esposa a odiar el acto conyugal y a facilitar su caída en la
homosexualidad. Ciertamente, en la mayoría de estos casos se tratará de una
responsabilidad in causa (V. VOLUNTARIO, ACTO), pero esto no exime de
culpabilidad. Por supuesto, mucha más gravedad moral implica la auténtica
corrupción que lleve a iniciar en la homosexualidad.
2. Responsabilidad moral. Desde el exceso de considerar a todas las personas con
homosexualidad como sujetos abominables y pecadores con plena responsabilidad,
se ha pasado hoy en ciertos ambientes a considerar la homosexualidad como normal
o, todo lo más, como una anomalía digna de conmiseración pero privada de
cualquier responsabilidad. Las dos posturas son equivocadas. La homosexualidad
sustitutiva (llamada por otros falsa homosexualidad), que se adoptaría como
consecuencia -según ellos- de una forzada abstinencia heterosexual, es
plenamente responsable, aunque en la mayoría de estos casos no suele hablarse de
verdadera homosexualidad (que comprende una tendencia psicológica habitual hacia
personas del mismo sexo), sino de actos concretos, aunque sean repetidos y
habituales, en contra de la castidad (v.) o de perversiones sexuales. En los
casos de verdadera homosexualidad hay también plena responsabilidad, cuando la
homosexualidad se practica libremente, como fruto de una corrupción de
costumbres que lleva a buscar el placer de cualquier modo. En otros casos, la
responsabilidad puede estar atenuada -y a veces faltar completamente- porque el
sujeto no es normal psicológicamente, y la tendencia patológica puede disminuir
o anular la libertad.
El problema está en saber qué individuos pertenecen a una categoría y cuáles a
otra, en deslindar los casos en que las tendencias homosexuales no se consienten
moralmente o bien se aceptan plenamente y con libertad, etc. A este respecto es
imprescindible la colaboración entre el médico y el sacerdote. En algunos casos,
efectivamente, no se trata de pecadores habituales sino de auténticos enfermos,
que sufren (también subjetivamente) las consecuencias de su anormalidad. Lo que
no se puede hacer es justificar la homosexualidad dando campo libre a su
ejercicio o considerando tales relaciones al mismo nivelque el matrimonio. El
hecho de que a veces la homosexualidad no sea responsable no equivale a
considerarla como una variedad, sin más, de la normal y lícita actividad sexual:
también la tendencia sexual normal supone un impulso, pero no puede dársele
cauce más que en el ámbito del legítimo matrimonio.
a) Al estudiar los problemas morales subjetivos se ha de distinguir entre los
impulsos homosexuales y el hecho de consentirlos y seguirlos. Sentir el impulso
no supone responsabilidad moral y no implica ningún pecado. El pecado está en
secundar el impulso. Esta distinción es especialmente importante en los casos de
personas que, después de una terapéutica adecuada, han logrado recobrar el
equilibrio psicológico, sin que haya desaparecido la tendencia homosexual. Este
resultado es ya positivo, porque una persona con equilibrio interior está en
mejores condiciones de dominarse. Si no ha logrado verse transformada en
heterosexual, tiene la obligación moral de resignarse a un ajuste no sexual de
su vida, y ha de confiar en"que su situación será ocasión de santificación, si
trata de combatir y resistir sus impulsos con espíritu de generosidad, de
sacrificio y de fe. «Al lado del pervertido escandaloso, que todos señalan con
el dedo, se extiende un círculo considerable de seres humanos que llevan en
silencio la tragedia de su perturbación sexual. Yo he recibido en mi despacho
confesiones inesperadas de gentes que jamás despertaron la menor sospecha de su
instinto torcido ni aun en sus más íntimos allegados y que llegaron a la paz de
los sentidos que da la vejez, en lucha silenciosa y heroica con su perturbación,
casi siempre interpretada sin generosidad y sin conocimiento de las cosas por
médicos y por otros consejeros» (G. Marañón, Ensayos sobre la vida sexual,
Madrid 1951, 157158).
b) Por lo que se refiere al problema objetivo de la homosexualidad hay que
distinguir dos aspectos que con frecuencia se confunden: la tendencia afectiva
hacia personas del mismo sexo, acompañada de manifestaciones no genitales de
esta tendencia, y las acciones contra natura en que suele culminar. En otras
palabras, no coinciden exactamente el concepto de homosexualidad y el de
sodomía, aunque casi siempre vayan juntas las dos cosas.
Por lo que respecta al primer aspecto, el problema moral se encuadra
especialmente dentro del ámbito de la caridad, porque el elemento afectivo de la
homosexualidad encierra un gran componente egoísta, de tal manera que bastantes
psicólogos -aun desde un punto de vista humano- señalan como característica
común a todas las perversiones sexuales el egocentrismo. Prácticamente todas las
manifestaciones afectivas de la homosexualidad implican una búsqueda de sí
mismo, por lo que suponen falta de caridad y no pueden encuadrarse dentro del
auténtico amor humano: en otras palabras, se quiere a la otra persona no por su
propio bien, sino por la satisfacción egoísta, sensitiva, que el yo encuentra en
ese afecto. Otro problema moral relacionado con este primer aspecto está en la
presencia de celos, con frecuencia verdaderamente patológicos, en el daño
espiritual que supone la homosexualidad y en los posibles pecados que la persona
homosexual puede estar dispuesta a cometer, con tal de no privarse de ese afecto
innatural y morboso: mentiras, chantajes, falta de fidelidad a los propios
deberes, escándalos, destrucción del propio hogar, etc.
Por lo que se refiere al segundo aspecto moral objetivo de la homosexualidad, es
decir, a los actos carnales contra natura, la S. E. no deja lugar a dudas sobre
su gravísima ilicitud. Ese pecado fue una de las causas de la destrucción de
Sodoma (Gen 19), por lo que también es llamado sodomía. «Es cosa execrable» (Lev
13,22) y se condenaba con la pena de muerte en Israel (Lev 20, 13). S. Pablo lo
considera como un castigo de la impiedad: «por esto los entregó Dios a pasiones
afrentosas. Pues, por una parte, sus hembras trocaron el uso 'natural por otro
contra naturaleza. Igualmente, por otra, también los varones, abandonando el uso
natural de la mujer, se abrasaron en impuros deseos unos de otros, ejecutando
varones con varones la infamia y recibiendo en sí mismos el pago de su extravío»
(Rom 1,26-27; cfr. Is 3,9-12). Es pecado que excluye del Reino de Dios (1 Cor
6,9-10), es decir, es pecado mortal, de especie diversa de otros pecados de
lujuria (cfr. prop. 24 condenada por Alejandro VII, Decr. 24 sept. 1665: Denz.
Seh. 2044). En relación con la legislación eclesiástica, cfr. CIC can. 2.357,1;
2.358; 2.359,1.
3. La homosexualidad y la elección de estado. Existe entre el vulgo la creencia
de que el matrimonio es la solución para desarraigar la homosexualidad. Nada más
equivocado, además de llevar a situaciones familiares y morales muy tristes.
Aunque esa tendencia de por sí no constituye un impedimento para matrimonio (el
matrimonio contraído en esas condiciones sería válido), es, sin embargo,
desaconsejable en la mayoría de los casos, mientras no se consiga algún progreso
en la desaparición de la homosexualidad. Naturalmente se habla ahora de la
verdadera homosexualidad, no de la sustitutiva ni de la que se acompañe de
claras tendencias heterosexuales. En algunos casos extremos podría también haber
impedimento de impotencia (psíquica), por la desviación instintiva propia de la
homosexualidad, pero no es sólo esta razón la que desaconseja como regla general
el matrimonio. La experiencia demuestra que un matrimonio en esas condiciones es
más frecuentemente una causa de infelicidad para el cónyuge normal que una ayuda
para la curación del cónyuge homosexual. Para que pueda aconsejarse el
matrimonio hace falta que, junto a la disminución de las manifestaciones
homosexuales, se den también manifestaciones claras de instinto heterosexual, al
mismo tiempo que se siguen fielmente las indicaciones del médico que asiste el
caso, se hace lo posible para abandonar definitivamente las prácticas de
homosexualidad y se interrumpen habitualmente las relaciones con los ambientes
que la favorecen.
Todavía con más rigor ha de considerarse el posible deseo de seguir la vida
religiosa o hacerse sacerdote por parte de una persona con homosexualidad. La
mayoría de los autores afirma concordemente que estas personas no son idóneas en
este sentido. No solamente porque la dificultad para el matrimonio puede ser el
oscuro deseo que impulse a seguir el camino del celibato (y entonces puede
dudarse legítimamente de la presencia de una vocación divina), sino por el
peligro de escándalo y de corrupción que puede seguirse. Una vida que transcurre
ordinariamente entre personas del mismo sexo o entre la juventud, por motivos de
orden educativo o pastoral, puede suponer al que tiene tendencias homosexuales
una continua sucesión de estímulos favorables y hay el deber gravísimo de evitar
tal situación, por parte del individuo interesado y de las personas que tengan
responsabilidad en el asunto.
4. Aspectos religiosos y pastorales. Es imposible trazar una línea común que
sirva de pauta en los diversos casos de homosexualidad, pero aun con el riesgo
de caer en simplificaciones, podrían dividirse en dos grandes tipos: casos de
homosexualidad voluntaria y querida, y casos dehomosexualidad a pesar de la
voluntad del sujeto, que -si pudiera- desearía verse libre de esta anormalidad
En ambos casos la ayuda espiritual ha de estar planteada con gran firmeza, sin
concesiones indebidas, pero en la segunda posibilidad la firmeza ha de ir
acompañada especialmente de la comprensión. Suelen ser almas profundamente
turbadas y angustiadas por su estado: el disgusto por los ambientes que se ven
impulsados a frecuentar; la humillación de sentirse esclavos de hábitos
vergonzosos; el agobiante contraste íntimo entre sus convicciones religiosas y
morales y su habitual tenor de vida; la imposibilidad de formar una familia, o
los disgustos y la frialdad que encuentran en la familia ya formada; la soledad
espiritual de quien se sabe «distinto» de las demás personas, teniendo siempre
que estar fingiendo y escondiendo los propios sentimientos, etc. Se explica así
que algunos casos culminen en la desesperación y en el suicidio. Por esto el
trabajo pastoral con tales almas ha de estar lleno de cristiana comprensión.
Despachar atropelladamente y con repugnancia uno de estos casos puede ser
ocasión de verdaderas tragedias.
Se han de aconsejar las curas médicas, pero el consejo del sacerdote puede hacer
mucho, entre otras cosas porque los casos que acuden a él no suelen ser los
peores. Por otra parte la relación afectiva que puede surgir en el ámbito de la
dirección espiritual significa un cierto peligro. El sacerdote habrá de estar
vigilante y ser muy prudente, pero este peligro no puede llevar a alejar
sistemáticamente cualquier caso de homosexualidad que se le presente.
Otros dos detalles interesantes: a veces, por infantilismo y poca madurez de
conciencia, la homosexualidad no supone la tragedia esbozada antes, y los
interesados muestran escasa preocupación por la pecaminosidad de sus actos.
Pueden llorar, aunque quizá las lágrimas no signifiquen contrición sino
sensiblería. El otro punto se refiere a las eventuales manifestaciones de
impulsos de homosexualidad en la adolescencia. Pueden ser síntomas pasajeros de
la evolución normal hacia la madurez heterosexual y no han de suponer excesiva
alarma, ya que se corrigen con facilidad; al mismo tiempo se deben poner los
medios para evitar el daño que un individuo con verdadera homosexualidad puede
hacer en el seno de grupos juveniles: colegios, internados, asociaciones
deportivas, etc.
J. L. SORIA SAIZ.
BIBL.: G. MARANÓN, La evolución de la sexualidad y
los estados intersexuales, Madrid 1930; íD, Ensayos sobre la vida sexual, Madrid
1951 (en esta obra el autor aboga equivocadamente por algunas excepciones a la
indisolubilidad del matrimonio, aunque trata la materia con delicadeza y con
respeto a la Iglesia católica); A. NIEDERMEYER, Compendio de Medicina Pastoral,
3 ed. Barcelona 1961, 90 ss.; K. OVERZIER, La intersexualidad, Barcelona 1972;
G. SANTORI, Compendio del sexo, Madrid 1969; íD, Appunti di sessuología per
educatori e sacerdote, Roma 1957; J. L. SORIA, Cuestiones de Medicina Pastoral,
Madrid 1973, 244 ss.; J. H. VAN DER VELDT, R. P. ODENVVALD, Psiquiatría y
catolicismo, Barcelona 1954.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991