SENTIMIENTOS


Todos nos hallamos familiarizados con los estados sentimentales, y, sin embargo, no resulta fácil su descripción. En el lenguaje habitual, el vocablo sentimiento se emplea para indicar el estado de ánimo afligido por un suceso triste o doloroso, y para referirse a la acción y efecto de sentir o sentirse en la intimidad de la conciencia. También para denotar ciertos modos de afección psicológica.
     
      Es obvio que s. no es lo mismo que conocimiento (v.) ni siquiera una variante de él. El s. no es tampoco reductible a las sensaciones (v.) aunque en- el lenguaje vulgar podamos decir, p. ej., que sentimos hambre. El s. está en relación directa con el apetito (v.), aunque también sea consecuencia indirecta del conocimiento. A veces los s. se definen como estados afectivos durables de orden moral. Pero en el presente trabajo se estudian en un sentido más amplio.
     
      1. Sentimientos, afectividad y Psicología. La característica común a estas tres acepciones, recogidas en el Diccionario de la Lengua Española, es su inmediata referencia a fenómenos que la Psicología (v.) recoge bajo la rúbrica común de la afectividad. En el presente artículo se estudian los s. desde un punto de vista psicológico. Para todo lo referente a las cuestiones teóricas y de carácter general de los mismos, como especies de la vida afectiva, v. AFECTIVIDAD; PASIÓN I. En el aspecto psicopatológico, v. PsicoPATOLOGÍA; ÁNIMO, ESTADO DE; ANGUSTIA;. DOLOR II; HIPOCONDRIA; HISTERIA; NEUROSIS I; PSICOSIS II; TIMOPATIA; etcétera.
     
      Los s. participan, de algún modo, de todas las cualidades que caracterizan y distinguen a los demás estados y procesos afectivos. Por esta razón, la palabra s. ha servido para designar, aun entre los psicólogos, cualquier fenómeno de esta estirpe. La ya clásica interpretación polar de la vida afectiva de Wundt (v.) se fundaba en las tres dimensiones (gusto-disgusto, excitación-reposo y tensiónrelajación) que el autor asigna a los s., para distinguir, así, esta parcela mayor de la vida afectiva de la representada por las emociones. Hasta entonces, las emociones se habían incluido dentro de la noción de s., junto a las afecciones y los impulsos (v.).
     
      La Psicología experimental (v. PSICOLOGÍA II) interpretó los s. como propiedades de la sensación (v.). Toda sensación tendría un matiz sentimental (Ziehen, 1862-1941, filósofo psiquiatra alemán). En la teoría de James (v.) y Lange, el s. es una sensación concomitante de otras. Es clásica la interpretación que de la vida afectiva se desprende de la frase «no lloramos porque estamos tristes, sino que estamos tristes porque lloramos». Stumpf (1848-1936, psicólogo y fenomenólogo alemán) ha seguido manteniendo la idea de la relación entre la sensación y los s. en su estudio de una categoría especial de éstos: los llamados sentimientos sensoriales, considerando que, en todo caso, el s., como contenido de conciencia, sería percibido por un sentido o sensación distinta de los cinco clásicos (v. SENTIDOS). Pero Oswald Külpe (1862-1915, psicólogo continuador de la obra de Wundt y fundador de la Escuela de Würzburg; v.) ya había atribuido a los s. las mismas propiedades que a las sensaciones para distinguirlos de éstas, admitiendo, en unos y otras, cualidad, duración e intensidad. También Ward, sentando la distinción según la cual el s. se registra como perteneciente al sujeto cognoscente y la sensación al objeto conocido. En nuestro tiempo, las doctrinas psicológicas de base orgánica siguen girando en torno a la relación entre determinadas sensaciones y la conducta; en este sentido, las experiencias de Cannon (1871-1945, fisiólogo y psicólogo norteamericano) parecen abonar la teoría de que tanto los signos orgánicos (vegetativos y viscerales principalmente), como los contenidos de conciencia (v. CONCIENCIA II), si bien pueden intervenir condicionando la conducta (v.), son la expresión, a través del soma y de la psique, de fenómenos cuyo punto de origen no se ha podido probar de manera concluyente (Morgan y Steller; v. PSICOLOGÍA FISIOLÓGICA).
     
      Con independencia del problema de su causalidad, la Psicología actual trata de investigar comprensivamente, utilizando sobre todo el método fenomenológico, la esencia y significado de los procesos afectivos (v. FENOMENOLOGÍA II).
     
      Krüger (1874-1948, psicólogo alemán, discípulo de Wundt y precursor de los conceptos de totalidad funcional del psiquismo) considera el s. como una cualidad general de la vida anímica, atribuyéndole las siguientes particularidades: universalidad, riqueza cualitativa, transformación continua, polaridad y profundidad. De este modo, los s. se distinguen tanto de los impulsos y tendencias como de las operaciones intelectuales y los actos voluntarios, subrayando, a la vez, la íntima conexión de los procesos afectivos con unos y otros. La más importante de las conclusiones del análisis fenomenológico es que los s., junto con el humor y los estados de ánimo, no sólo representan condiciones de la vivencia, sino que constituyen el supuesto radical de toda experiencia interna (v. VIVENCIA).
     
      La subjetividad, como característica primordial de los estados y procesos afectivos, es tan evidente en los s. que sólo ella bastaría para denunciar su existencia. Todos los s., sin excepción, contienen una referencia vivida al yo (o a la persona), que les distingue de otros contenidos y funciones. Los s. se convierten así en propiedades o modos de la subjetividad misma. Max Scheler (v.) los define como estados del yo, proposición que alcanza cabal entidad psicológica si se concibe el yo (v.) como función cardinal y unificadora de todos los procesos psíquicos en la conciencia psicológica.
     
      Lo que los s. revelan, dado el carácter ontológicamente referencial de la vida humana, no es sólo un corolario racional o una realidad físicamente sensible. Entre ambas maneras extremas de la referencia personal, lo que caracteriza existencialmente al ser psíquico es el modo experiencial o pático de toda referencia, pues ésta no se agota bajo la especie estática de la relación yo-mundo.
     
      Todo contenido de conciencia, sea percepción (v.), representación (v.) o idea (v.), supone siempre una experiencia íntima que transmuta aquella relación en Otra, cuya fórmula adecuada es la de sujeto-objeto, expresiva de un dinamismo originado tanto en la natural tendencia (impulsos o instintos) de la subjetividad hacia lo real, como en la condición subjetiva, inesquivable y dura, de la realidad misma (A. Millán Puelles, o. c. en bibl., 22 ss.).
     
      En la base del vivenciar, y sustantivándolo, hay siempre una tonalidad afectiva, definible como s. concreto, e indicador, no sólo del modo de la referencia, sino de la intensidad o grado de la misma, es decir, de su profundidad subjetiva.
     
      2. Clasificación de los sentimientos. La riqueza cualitativa de los s., al hacer interminable su catálogo y descripción particular, ha determinado la conveniencia de su clasificación, pero su ubicuidad funcional permite adoptar diferentes puntos de vista. He aquí las clasificaciones más comunes: a) De acuerdo con la polaridad de la vida afectiva (Wundt), pueden clasificarse en los pares de opuestos ya citados. Lipps (1889-1961, psicólogo y filósofo alemán de los problemas del lenguaje) agrega otras oposiciones: s. importantes y fútiles, los de lo noble y lo cómico, p. ej. b) Según la localización relativa en la ecuación referencial, los que forman parte de la conciencia de la personalidad (estados del yo, en sentido estricto), y los que crean un tono a la conciencia del objeto. P. ej., mi tristeza y la tristeza del paisaje. c) Según su concreción objetiva: en inobjetivos, no dirigidos o meros estados de ánimo, y en dirigidos (Lersch). d) Por la cuantía de laafectación: en periféricos y profundos (Krüger). e) En su intensidad y duración se basaba, según laspers, la clasificación de los s. seguida tradicionalmente para distinguir las diferentes especies de fenómenos afectivos: emociones, afectos, estados de ánimo y s. f) Por último, cabe clasificarlos por su origen, de acuerdo con las concepciones estratiformes de la personalidad y la distinción fenomenológica de tales niveles, seguida, sobre todo, por Max Scheler, Karl laspers, Kurt Schneider y López Ibor.
     
      La creciente importancia de la fenomenología de los s. para la Psicología clínica (v.), pedagógica (v.), etc., justifica sobradamente una somera consideración de la misma. Por otra parte, el actual criterio funcional de la vida afectiva, postulado por la generalidad de los psicólogos, sólo puede complementarse de manera adecuada con la calificación dinámica de los diferentes niveles tendenciales de la subjetividad. Este concepto supera cumplidamente el equívoco contenido en la inverificable cuantía del ser afectado, al sustituir la noción de intensidad o grado por la de profundidad, al mismo tiempo que se soslayan, por insuficientes, los datos y argumentos de la Psicofisiología.
     
      3. Estratificación de los sentimientos. La clasificación de los s., de acuerdo con el trazado esquemático de los diferentes niveles funcionales del psiquismo, se ordena fundamentalmente a la distinción fenomenológica de los estados y procesos afectivos, no en cuanto a la relación de los objetivos de la tendencia y de la voluntad de realizar valores, sino como fuentes experimentables de tales movimientos tendenciales (M. Scheler). De este modo, los estratos de la personalidad (v.), afectivamente delimitados, revelan la existencia de los diversos grados en la referencia del sujeto con las realidades objetivas que lo constituyen. Estos grados corresponden a cuatro grupos de s.: a) s. sensibles o «sentimientos de la sensación» (Stumpf); b) s. vitales (como funciones) y corporales (como estados); c) s. anímicos, o del yo; d) s. espirituales, o de la personalidad psicológica.
     
      a) Sentimientos sensibles. Señalan el tránsito de los fenómenos sensoriales a los afectivos, entre la sensación y el s., entre un modo de referencia puramente físico y el psicológico.
     
      Cualquier persona aprecia muy bien la cualidad que distingue la pura sensación visual o del tacto de un objeto de un s. de dicha, pero hay experiencias en que la distinción es apenas posible. Ejemplos típicos son el dolor (v.), el hambre y la sed, en los que unas veces parece predominar lo sensorial y otras lo sensitivo, sin que, en ningún caso, pueda señalarse una línea de separación neta entre ambos.
     
      Las características de los s. sensibles (o sensoriales) revelan la existencia de fenómenos psíquicos en los que su proximidad a la corporalidad permite distinguirlos del resto de la vida anímica. La primera es su localización. Lo mismo el dolor que el hambre y la sed aparecen siempre más o menos localizados, aun cuando tal localización rara vez muestra límites topográficos precisos. Esta difusión e irradiación somática de los s. sensoriales tiene un correlato anatomofisiológico bien conocido, cuya naturaleza funcional, semejante a la de los actos reflejos, revela la intervención en el fenómeno de instancias neurológicas superiores y, a través de ellas, del propio psiquismo (V. REFLEJOS; REFLEXOLOGÍA).
     
      En segundo lugar, los s. sensoriales presentan cierto carácter de signo o indicación de que algo físico se encuentra alterado. No se trata exclusivamente, ni siempre, de una señal de alarma capaz de desencadenar reacciones de defensa; a veces, ni siquiera indica la presencia de ninguna enfermedad. Las sensaciones de hambre y sed, p. ej., revelan la existencia de procesos biológicos de cierto rango, cuya manera de notificar la conciencia personal es, precisamente, como tales s.; así, los dolores de parto o los de crecimiento y los mismos fenómenos del hambre o sed, indicadores, no de una alteración interna de carácter decisivamente nocivo, sino de una situación en la que intervienen tanto el medio interno (situación nutricia o metabólica) como el medio exterior (costumbres, educación, cultura y creencias).
     
      Por último, debe señalarse su carácter puntual y transitorio. Cada dolor es, siempre, como cada manifestación del hambre o de la sed, una experiencia nueva. Cualquier s. sensible, por intenso que sea, se olvida tan pronto como desaparece. Por eso no cabe adiestramiento; y, por ello, las experiencias dolorosas se olvidan tan pronto como cesan, modificándose así el tono sentimental de los recuerdos, que tienden, en general, a ser evocados en forma placentera.
     
      El s. sensible refleja, en esencia, una situación exclusivamente actual. Es más, dentro del dilatado y complejo despliegue de la vida afectiva y del propio psiquismo parecen emerger de una zona virtual de encuentro del espacio y tiempo vividos (V. TIEMPO III), en el que el sujeto revela su condición referencial en un presente que tiene más de aquí que de ahora, más de opresión física que de amenaza posible.
     
      b) Sentimientos vitales y corporales. En este nivel desaparece la nota local característica de los anteriores. Siguen expresando una situación en la que lo físico acaba de perder su precisión topográfica para extenderse a la corporalidad en su conjunto. El s. de salud o de enfermedad, el de ligereza o cansancio, los ordinarios de bienestar o malestar, contienen esa significación corporal, unitaria y comprehensiva que refleja su expresión verbal: p. ej., me siento cansado (o bien, o mal). Por este carácter indicativo del estado global del organismo y su funcionamiento se les llama también cenestesia (v.) o sensibilidad interna. Sin embargo, no se trata de una suma o integración de las sensaciones particulares de todos y cada uno de los sectores de la economía biológica, como idearon Leibniz y Wundt, ni de una especie de sensación global, como piensan Hoffding y los psicólogos behavioristas (V. CONNUCTISMO), sino de una verdadera percepción primaria (Max Scheler y López Ibor), con la que pasivamente se identifica el propio sujeto.
     
      La condición más importante de los s. vitales es su temporalidad. Muestran el carácter fluente de la vida misma, y no como mero movimiento, sino como sucesión llena de sentido. El pasado y el futuro operan dinámicamente en cada momento. Gracias a los s. vitales, ni la memoria es una simple representación de figuras, ni el futuro una serie de imágenes inertes, sino algo que modula las vivencias del presente. De ahí su capacidad evocadora y de presentimiento. «En el sentimiento vital sentimos nuestra vida misma, es decir, nos es dado en ese sentimiento algo, el ascenso o la decadencia de la vida, su enfermedad o salud, su peligro y su porvenir» (cfr. M. Scheler, o. c. en bibl.).
     
      Esta continuidad variable de la existencia es sentida vitalmente, tanto como humor, talante o estado de ánimo fundamental, como también a modo de relación con el entorno, que adquiere de esta suerte tonalidades páticas. Así es como un paisaje puede afectarnos, como una personapuede resultar simpática o antipática, y como una situación puede ser comprendida empáticamente, mostrando ventajas o inconvenientes cuyo sentido intelectual sólo aparecerá más tarde (v. SIMPATÍA Y ANTIPATÍA). En su valor de anticipación significativa reside el sentido y la importancia de los s. vitales. Sus alteraciones constituyen uno de los capítulos de mayor importancia para la Psiquiatría actual.
     
      c) Sentimientos anímicos. Se les designa también como s. dirigidos (Lersch), s. puros del yo y s. reactivos. Corresponden a un nivel referencia] más elaborado psíquicamente, es decir, más concreto e independiente de servidumbres corporales. Se revela en ellos la urdimbre motivacional que sirvió a Dilthey para distinguir los fenómenos psíquicos de los físicos (V. FENÓMENOS PSÍQUICOS Y FENÓMENOS FÍSICOS). La tristeza, la alegría, la cólera, la ira,. el entusiasmo, la decepción y el asombro, por citar sus especies más comunes (v. PASIÓN I), se tienen por algo, surgen en un momento determinado, y, por intenso que sea su efecto, nunca tienen esa difusión corporal característica de los s. vitales. Más que estados son cualidades del yo, cuyo significado se limita a modular afectivamente una singular relación sujeto-objeto, con independencia de otros contenidos y funciones, hasta el punto de que la ausencia de motivación o la pérdida de su sentido serían signos reveladores de anomalía.
     
      Dentro de esta clase de s. ocupan una peculiar posición los s. estéticos. Presentan el carácter dirigido o reactivo que caracteriza a todos los del grupo. Sin embargo, su dependencia del objeto es evidentemente mayor que, p. ej., en la tristeza, la alegría o la cólera. Al mismo tiempo, la resonancia afectiva que desencadena la contemplación de algo bello tiene, a la vez, cierta difusividad que los aproxima a los s. vitales y un grado de elevación que les permite proyectarse en la dirección de lo espiritual. Tan evidente es que la belleza puede infundir placer o deleite espiritual como provocar ciertas reacciones emocionales. Esta doble vertiente es, sin duda, la clave psicológica de la singularidad individual y la consiguiente dispersión en la escala de los gustos estéticos (V. ESTÉTICA I).
     
      d) Sentimientos espirituales. Brotan de los niveles referenciales más elevados y absolutos, expresando modos personales de relación trascendental. Se motivan no por la noticia, el acontecimiento u objeto sensibles, sino por algo cuya entidad se muestra más allá de una percepción o imagen inmediatas, como resultado de las operaciones espirituales más decantadas.
     
      Se distinguen netamente de los demás fenómenos afectivos en que, más que estados, se podrían catalogar como modos de ser: s. absolutos que penetran y empapan todos los contenidos peculiares de la vivencia. La beatitud, la suprema felicidad o la paz del alma (v. PAZ INTERIOR), cuando son vividas embargan plenamente, tomando posesión de todo nuestro ser. Por eso, no se dan en las relaciones del sujeto con acontecimientos parciales, ni en situaciones voluntariamente determinadas o empíricamente manejables; sino que proceden de raíces más hondas, por lo que tampoco está en poder del hombre modificarlos a su placer. Esta falta de condicionamiento ha inducido a Max Scheler a calificarlos como los s. religiosos y metafísicos, en los que se revela la esencia valiosa del ser personal. Un estudio filosófico y no meramente fenomenológico de estos s. nos llevaría a poner de relieve como sobre ellos gravita un conocimiento, aunque sea limitado y a veces con errores, de la realidad trascendente de Dios.
     
      En resumen, la naturaleza y significado de los s. cualquiera que sea su cualidad, grado o nivel de origen, revelan, con los caracteres de una experiencia tan real como incomunicable, la esencial unidad de la persona humana y su ontológica condición referencial.
     
      V. t.: AFECTIVIDAD; ÁNIMO, ESTADO DE; IMPULSOS; MEDICINA PSICOSOMÁTICA; PASIÓN.
     
     

BIBL.: R. E. BRENNAN, Psicología general, 2 ed. Madrid 1969, 245-260; T. HAECKER, Metafísica del sentimiento, Madrid 1959; P. LERSCH, La estructura de la personalidad, 8 ed. Barcelona 1971, 264-311; J. J. LóPEZ IBOR, Lecciones de Psicología médica, 2 Vol. Madrid 1968; A. MILLÁN PUELLEs, La estructura de la subjetividad, Madrid 1967; J. M. POVEDA, Psicología de la afectividad, «Actas IV Congreso Nacional de Neuropsiquiatría», Barcelona 1960, 181 ss.; A. ROLDÁN, Metafísica del sentimiento, Madrid 1956; MAx SCHELER, La percepción sentimental y el sentimiento y Los estratos de la vida emocional, en Ética, II, Buenos Aires 1948, 24 ss. y 110-127.

 

J. M. POVEDA ARIÑO.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991