SENSUALIDAD
Concepto. Con este nombre se designa, en la tradición ético-filosófica
cristiana, a todo un complejo campo de la afectividad (v.) humana, comprendiendo
desde el simple apetito (v.) sensitivo hasta el desorden pecaminoso,
principalmente en materia sexual, llegándose a confundir así la acepción de s.
con la de sexualidad (v.).
En la evolución semántica de este vocablo se pueden distinguir diferentes
acepciones. En primer lugar existe una significación puramente psicológica: La
s., como la estudia S. Tomás (cfr. Sum. Th. 1 q80), se identifica con el apetito
sensitivo en su realización humana (v. APETITOS). La síntesis tomista armoniza y
prolonga la antropología aristotélica (cfr. De anima, lib. II) y la teología de
S. Juan Damasceno (cfr. De Fide ortodoxa, 11,22 ss.). La acepción psicológica
asume una connotación ética y se sitúa dentro de una visión teológica de la
condición humana según la Revelación. El apetito sensitivo del hombre goza de
una prerrogativa especial, a saber: la capacidad y aun la exigencia de obedecer
a la razón (v.) y de estar al servicio de la voluntad (v.). Esta elevación de la
afectividad tiene como contrapartida la posible eventualidad de su depravación,
es decir, de su sujeción «al servicio del pecado», adquiriendo así una acepción
moral, peyorativa. Uniéndose en la tradición cristiana a la doctrina del pecado,
la s. se identifica entonces con la rebeldía de la concupiscencia (v.) de que
habla S. Pablo (cfr. Rom 7,23) y que S. Agustín destaca sobre todo como una
consecuencia del pecado original (v. PECADO II y III). De esa forma, según la
visión cristiana, aquella función de la s., la sumisión armoniosa al espíritu,
tuvo su perfecta realización en el estado de justicia original, con el don de
integridad, dado gratuitamente por Dios a los primeros padres. Pero el pecado
original acarreó la pérdida de esta armonía, y en la condición histórica actual
el hombre tiene la s. desordenada frente a los imperativos de la voluntad, como
consecuencia de haberse rebelado a la obediencia divina, y es necesario y
posible reordenarla.
La s. así considerada en la complejidad de sus elementos, y entendida como
el apetito sensitivo susceptible de orientación racional, es el «sujeto» de las
virtudes morales de la templanza (v.) y fortaleza (v.), con toda la ramificación
de virtudes a ellas anejas. El hombre no es virtuoso sólo cuando su voluntad se
inclina a la búsqueda de los valores espirituales; es necesario que esta
directriz racional y voluntaria impregne también los apetitos inferiores, es
decir, la misma s., que queda así penetrada por la virtud y se somete a los
dictados de la razón iluminada por la fe. Los datos de la psicología vienen a
corroborar esta dualidad primordial del hombre, que aparece como una unidad que
ha de ser conquistada mediante un proceso de madurez, un esfuerzo de integración
de las tendencias inferiores. Éstan gozan de un dinamismo propio (v. PASIÓN),
pero están dotadas de una posibilidad de sumisión racional que las enaltece sin
violentarlas.
La s. es entendida, pues, de una parte como la inclinación o el conjunto
de inclinaciones naturales que llevan al hombre a la búsqueda del legítimo
placer, del bienestar y comodidad en el dominio de las cosas sensibles y de la
satisfacción de las tendencias primarias (s. en sentido positivo). Por otro
lado, la s. será un «foco de pecado», si se escapa al sometimiento de la razón y
de la luz que proyecta la fe; será una clara desviación moral dirigir la
conducta humana únicamente por la búsqueda del placer o satisfacciones
sensibles; en este sentido vicioso se habla de hedonismo (v.), epicureísmo (v.)
o sensualismo (v.), o también de materialismo (v.).
Aunque la palabra s. designa hoy en la mayoría de las lenguas el apego o
la inclinación a los placeres sensibles, denotando un desvío moral, es un
concepto ambiguo que conviene entenderlo a la luz de lo expuesto más arriba.
Resumiendo -y desde un punto de vista moral- la s. designa la condición carnal
de la afectividad humana, condición considerada de manera integral, teniendo en
cuenta la naturaleza del hombre, que es cuerpo y espíritu, su vocación a la
santidad sobrenatural, la desarmonía introducida por el pecado original y
agravada por los pecados personales. La s. constituye para el cristiano un campo
de «combate espiritual», que la tradición moral, después del Evangelio, de S.
Pablo y de S. Agustín, describe como una lucha trágica sin ser angustiosa (v.
LUCHA ASCÉTICA), que es el destino del hombre pecador y redimido por Cristo.
Pecados y movimientos de la sensualidad. Para una visión de conjunto de la
valoración moral de la s. puede consultarse el artículo PASIÓN II. Nos vamos a
referir aquí de manera más específica a la sensualidad.
Cuando S. Tomás trata del pecado de s. -resumiendo y dando una formulación
definitiva a la doctrina que era común entre los autores medievales- no se
refiere a un pecado en una materia determinada, sino al desorden habitual que se
puede encontrar en los diferentes 'campos del apetito sensible, desorden que es
anterior a la advertencia actual y al consentimiento expreso de la voluntad. El
pecado o vicio de s. significa una falta de armonía en la s., que estando
destinada a la plena docilidad a la razón, huye de esta función específicamente
humana, reforzada por la condición sobrenatural del hombre. Sería, pues, erróneo
identificar este pecado con un acto o una omisión actual de la propia voluntad;
en este caso ya estaríamos en el plano de un pecado cuyo «sujeto» o principio
elicitivo sería no sólo la simple s. sino la voluntad actual por medio del
apetito sensible. En esta doctrina no aparece una visión pesimista del hombre,
condenado a pecar, sino ante todo el ideal de una naturaleza humana llamada a la
armonía constante y profunda, primeramente con las normas de la razón y
finalmente con la gracia divina, principio fecundo y exigente de la santidad
(v.).
La teología posterior, más orientada hacia el análisis minucioso del
pecado y de la responsabilidad humana, estudia especialmente las relaciones de
la s. con el consentimiento voluntario en que consiste esencialmente el acto
moral. La s. es entonces entendida como la inclinación al placer prohibido,
especialmente a la impureza (v. LUJURIA). Prolongando una distinción ya conocida
por los autores medievales, los teólogos, sobre todo a partir del s. XVII,
enumeran y explican los diferentes «movimientos» de la s. en relación con la
deliberación y consentimiento voluntario: movimientos indeliberados (primo-primi),
semideliberados y plenamente deliberados. El pecado coincide entonces con la
deliberación y el consentimiento: pecado leve, por tanto, es cuando esta
participación racional y libre es imperfecta (movimiento semideliberado); pecado
grave, supuesta la gravedad de la materia, en el caso de los movimientos
plenamente deliberados. Por el contrario, no habrá culpabilidad cuando se trata
solamente de movimientos indeliberados. Estamos aquí en una perspectiva del
pecado actual, que no debe confundirse con la visión tomista anterior del
llamado pecado de s., que considera no solamente la fidelidad o infidelidad en
los actos sino también la armonía habitual, o estado de pacificación.
Nos parece oportuno conservar esa doble contribución de la teología moral
para adoptar una auténtica actitud en relación con la s.: por un lado, una
atención razonable a los llamados movimientos de la s., para ordenarlos según
los dictámenes de la razón y de la gracia; por otro lado, la doctrina medieval,
en continuidad con la tradición agustiniana, insiste sobre la orientación
constante, virtuosa de la persona, resultando una armonización progresiva y una
docilidad cada vez más espontánea de la propia s. (Queda fuera de este estudio
la determinación de la influencia que tiene la materia en la gravedad del
pecado; para ello v. las voces TEMPLANZA; LUJURIA; CASTIDAD; GULA; ABSTINENCIA;
etc.).
V.t.: CONCUPISCENCIA; PASIÓN; PECADO.
BIBL.: S. TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologica 1 q81; 1-2 q22 ss.; 1-2 q74; O. LOTTIN, Les mouvements premiers de l'appétit sensitil de Pierre Lombard á St. Thomas d'Aquin, en Psychologie et morale aux XII= et XIII, siécles, III, Lovaina 1942-54, 493-589; TH. DEMAN, Le péché de sensualité, en Mélanges Mandonnet, I, París 1930, 265-283; R. M. VOYER, Psychologie des premiers mouvements, «Rev. Dominicaine» 38 (1932) 193-200; A. VERMEERSCH, De castitate et vitüs, Roma 1921, n. 22 ss.; B. MERKELBACH, Quaestiones de castitate, Lieja 1936, 19 ss.; P. LUMBRERAS, De sensualitatis peccato, «Divinus Thomas» (Piacenza) 32 (1929) 225-240.
C. J. PINTO DE OLIVEIRA.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991