SEMITAS I. HISTORIA.


Pueblos oriundos de la península Arábiga que han desempeñado desde los tiempos más remotos un papel importante en la historia política, cultural y religiosa de la Humanidad. El nombre tiene su origen en un pasaje de la Biblia, concretamente en el cap. X delGénesis. En él se explican los parentescos entre los pueblos, haciéndose derivar de antepasados comunes; así de Sem descienden Aram, Asur y Eber, es decir, arameos (v.), asirios (v.) y hebreos (v.). De ahí la adopción del nombre semita por los investigadores europeos para definir la rama a la que pertenecen los arameos, asirios y hebreos, y cuya relación resulta evidente a primera vista en el aspecto lingüístico. Posteriormente, la denominación se ha aplicado a todos los demás pueblos de caracteres análogos (fenicios, cananeos, etc.) y, en primer lugar, a los árabes (v.).
     
      Desde un punto de vista racial, los s. tienen rasgos físicos muy típicos: estatura media, cráneo alargado (dolicocéfalo), aunque en algunos de sus pueblos (particularmente los hebreos y acaso también los fenicios), a causa de la mezcla con otros de raza distinta parecen tener proporciones considerables de cráneos braquicéfalos; tez blanca, pero no demasiado clara, ojos y pelo oscuros, así como la nariz de una forma especial (perfil semejante a un seis) y lóbulos muy pronunciados, aunque esto último parece que se debe al mestizaje.
     
      1. Caracteres generales. Desde la península Arábiga, en oleadas sucesivas, se extendieron los s. por territorios cada vez más amplios (v. ARABIA II). Grupos árabes meridionales se lanzaron desde la Antigüedad a la costa africana opuesta, en donde ha surgido otra civilización de base semítica, la de los etíopes. Entre los lazos que unen a los pueblos s. entre sí figura en primer lugar la lengua; los diversos lenguajes son tan afines que más bien parecen dialectos de una misma lengua, de tal forma que es lógico suponerles un origen común (v. III). Por otra parte, existe la comunidad de territorios; el establecimiento de los s. en el Próximo Oriente es general. Siguen siempre la dirección de Arabia hacia los países vecinos del desierto, hacia las áreas de cultura sedentaria. Todo esto es acorde con las exigencias sociales y económicas; las condiciones de vida en el desierto son bastante duras y los nómadas que lo habitaban miraban con envidia la riqueza agrícola de los fértiles países vecinos, buscando por todos los medios trasladarse allí. Esto ocurre aun en nuestros días y no hay duda que en otros tiempos sería lo mismo, ya que la vida del desierto no ha cambiado sustancialmente desde los principios de la historia, hace unos 5.000 años.
     
      Una cuestión ha preocupado a la ciencia moderna. ¿Cuándo fue domesticado el camello, animal indispensable para la vida en el interior del desierto, por ser el único animal de carga que puede permanecer días enteros sin agua? Probablemente no fue domesticado en gran escala antes del 1500 a. C., o sea, bastante después del principio de la historia. De acuerdo con esto, parece necesario modificar la antigua idea que se tenía sobre los s. y considerarlos simplemente como seminómadas, es decir, nómadas que vivían en la proximidad de regiones de cultura sedentaria más que en pleno desierto. La historia de Abraham (v.), que habitaba en los alrededores de la ciudad sumeria de Ur (v.), según relata la Biblia, parece confirmar esta hipótesis.
     
      2. Primitivas condiciones de vida. Las fuentes históricas de los pueblos vecinos informan sobre la presión de los nómadas árabes en las fronteras, y las fuentes literarias dan noticias de su vida. Igualmente, Arabia ha transmitido una literatura poética beduina (V. ARABIA VI), de origen muy antiguo, que refleja tradiciones que se remontan bastante más atrás, fuera de las condiciones que han pervivido. Con las necesarias cautelas, pero con bastantes posibilidades de acertar, se pueden señalar algunos rasgos de las formas de vida de los pueblos s. Se dedicaban al pastoreo. La necesidad de aguas y pastos determinaba los desplazamientos, que dieron lugar al nomadismo. En invierno, las lluvias permitían a las tribus adentrarse en el desierto. En verano, cuando el sol secaba los pozos y agostaba la vegetación, los s. volvían a regiones de vida sedentaria, obteniendo el pasto a cambio de la protección o, sencillamente, estableciendo allí asentamientos propios; en este último caso se inicia el proceso de abandono del nomadismo (recuérdese la vida de los Patriarcas bíblicos, que se ajusta a esta descripción). Éstas son las formas de la vida parcialmente nómada. Cuando por fin se ha conseguido domesticar el camello, aparece la vida nómada total, que se desarrolla en el interior del desierto, alrededor de sus oasis, sin tocar la periferia de las zonas de vida sedentaria. Entre los nómadas y los sedentarios, los seminómadas constituyen el estrato intermedio.
     
      3. Estructura socio-económica. La sociedad del desierto tiene en la familia su primer elemento. La autoridad suprema está constituida por el padre; por la línea paterna se transmite la descendencia; y los hijos, al casarse, llevan la mujer a la familia, determinando su extensión progresiva. La poligamia es ampliamente tolerada. En la práctica, sin embargo, las duras condiciones de la vida limitan la posibilidad de mantener varias mujeres, cosa que sólo pueden permitirse los grandes jefes de tribus. Por lo común, la mujer es escogida entre familias unidas por algún parentesco, de ahí la fundamental importancia que tiene el ideal de la tradición que se perpetúa y de la sangre que permanece incontaminada. El Génesis se refiere más de una vez a la hostilidad de los Patriarcas hebreos hacia los matrimonios con mujeres extranjeras y, así, la historia de lacob (v.) muestra que no se dudaba en enviar a los hijos a países lejanos, con tal de encontrar sus consanguíneos y elegir entre ellos las esposas.
     
      Cierto número de familias unidas por parentesco forman lo que constituye el núcleo fundamental de la sociedad nómada: la tribu. Los miembros que la componen llevan una vida común; juntos se trasladan y acampan en el desierto, juntos utilizan las fuentes y los pastos. La costumbre de la vida en común y la necesidad de defenderse contra las dificultades naturales y los enemigos crean un fuerte espíritu de cuerpo, por lo que la ofensa hecha a un miembro de la tribu es sentida por los otros como propia; de ahí que a todos alcance el deber de la venganza (v.). De este modo, la dura ley del talión (ojo por ojo, diente por diente) es un elemento característico de la antigua sociedad semítica, creada por ella en aquellas circunstancias.
     
      En el ambiente nómada, la propiedad es necesariamente limitada y rudimentaria. Como posesión personal, el s. nómada sólo tiene las armas con que se defiende y ataca, armas muy ligeras, de fácil transporte, como son la lanza, el arco y las flechas. La tienda bajo la que se cobija es propiedad colectiva de la familia. Las tierras de pastos pertenecen a la tribu.
     
      Políticamente, la tribu se rige en cierto sentido por un sistema democrático, ya que la autoridad, con un carácter limitado y controlado, la ejerce un Consejo de ancianos (v.), que elige en su seno un jefe por sus virtudes personales. El jefe es el primero entre sus iguales, con poder temporal y revocable. A él concierne, entre otras cosas, la función de juez; pero es característico de la antigua sociedad semítica que este derecho sólo se ejerza si alguien lo pide. En conjunto, la vida del desierto constituye una fuerza creadora y estimulante de energías. Por las privaciones, los peligros y las dificultades naturales que hay que salvar, el carácter se endurece y las energías son utilizadas adecuadamente. Así, en muchos momentos de la historia, la lucha entre los pueblos llamados s. y sus vecinos se manifiesta como el enfrentamiento entre una fuerza joven y emprendedora y otras ya débiles y agotadas.
     
      4. Desarrollo histórico. Las condiciones de vida de los antiguos s. tienen fundamental importancia para comprender el desarrollo sucesivo de su historia; constituyen una especie de hilo conductor que señala los lazos entre las distintas civilizaciones y los elementos hereditarios comunes a ellas. Las fuentes arqueológicas y documentales informan ampliamente sobre la penetración de algunos pueblos s. del desierto en regiones de cultura sedentaria. En Palestina, Siria, Mesopotamia y otros lugares se infiltraron mezclándose con la población preexistente y pasando del nomadismo a la vida sedentaria y de la civilización nómada a la agrícola. Este movimiento se produce naturalmente por necesidad y con la esperanza de prosperidad; pero lo que no es tan natural, ni se produce sin contraste y reacciones, es la adaptación a las nuevas formas de vida; el bienestar aumenta, pero a la vez disminuye la libertad y la independencia del nómada. Los lazos de tribu se disuelven, y la unión de varias tribus ya sedentarias -dan origen al Estado; al jefe de la tribu, primero entre sus iguales, sucede el soberano absoluto que puede disponer de la vida de los súbditos. El culto sencillo y espontáneo de la vida nómada se complica de forma artificiosa, lo que hace necesario la aparición de un grupo de personas dedicadas exclusivamente a él, la casta sacerdotal, que a su vez hace progresivamente más complicado y rico el ritual (v. II).
     
      El proceso varía de una zona a otra. En Mesopotamia (v.), el refugio natural de las invasiones, la gran riqueza de la tierra, la amplitud y solidez de los Imperios allí existentes, absorbieron casi íntegramente la herencia nómada. En otras regiones menos ricas, como Palestina (v.), Siria (v. ASIRIA) y Arabia, las huellas de la vida antigua fueron más sólidas y duraron más, lo que permitió una mayor hostilidad a la nueva vida. Así, p. ej., en Israel (v. ISRAEL, TRIBUS DE), cuando bajo la presión de los acontecimientos externos se establece por primera vez la monarquía, los representantes de la antigua fe y de la tradición se levantan para hacerle frente; y en el califato árabe, el democrático instinto de la tribu se opone durante mucho tiempo a la evolución hacia el despotismo, que sólo se realizó plenamente cuando otros pueblos de distinto origen (persas) intervinieron con peso determinante en la composición del Estado. De este modo, los aspectos de la vida antigua, sus creencias y sus formas políticas, condicionaron la constitución de las varias civilizaciones semíticas y acompañaron su desarrollo histórico.
     
      5. Los semitas en Mesopotamia. La región donde hay pruebas más remotas de la presencia de los pueblos s. es Mesopotamia. Aquí, aproximadamente desde el principio de la historia, se encuentran nombres semíticos en las inscripciones, junto a otros de los más antiguos habitantes de la región, los sumerios (v. SUMERIA). En el valle del Tigris y Éufrates, las fuentes históricas muestran cómo a la presión de los nómadas del desierto árabe siguió la infiltración y, una vez completada ésta, la constitución de poderosos Estados s. que llegaron a dominar toda la zona. La civilización de los pueblos s. de Mesopotamia, acadios (v.) primero, babilonios después (v. BABILONIA) y asirios por último (v. ASIRIA), presenta caracteres evolucionados y diferenciados, ya sea con respecto a las condiciones más antiguas o en relación a los demás pueblos de la misma familia.
     
      Los nómadas del desierto árabe que irrumpieron en el valle de los dos ríos en condiciones todavía muy oscuras para nosotros y cuyo primer rey histórico fue Sargón hacia el 2300 a. C., entraron en una región de cultivo muy evolucionada y definida. A ella aportaron una contribución que lleva el cuño de su origen, pero esta contribución se asimiló progresiva y necesariamente al nuevo ambiente. Los s. establecidos en Mesopotamia, presionados por la cultura sumaria anterior muy evolucionada y orgánica, se alejaron cada vez más de las formas de vida y de civilización de sus hermanos, entre los cuales y a excepción de los etíopes ninguno debía encontrarse en una situación geográfica e histórica tan diversa de la de origen.
     
      El cambio producido en los s. de Mesopotamia es especialmente claro en el aspecto religioso, ya que, al asimilar las creencias religiosas de los sumerios, modificaron su noción sobre lo divino. Los s., por su parte, aportaron a la historia de Mesopotamia un gran desarrollo del Derecho, dentro del cual la ley del talión constituía su base. Así el famoso código de Hammurabi (v.), rey de Babilonia, es de indudable inspiración semítica.
     
      6. Los semitas en el Cercano Oriente. La penetración de los pueblos semíticos en Siria (v.) y Palestina (v.) es, lo mismo que en Mesopotamia, bastante antigua. En este caso, los antecedentes empiezan un poco más tarde; pero, con las primeras fuentes, aparecen ya nombres s. de lugares y personas y, por consiguiente, la primera llegada de los pueblos que los trajeron se pierde en la prehistoria. Desde los primeros documentos, puede apreciarse una continua penetración; pero aquí, a diferencia de Mesopotamia, al faltar una elevada cultura precedente, el elemento s. conservó sus primitivos caracteres bastante puros y fue además el primer protagonista de la historia de esta región. A pesar de que Siria y Palestina se encontraban situadas en medio de las grandes potencias del Antiguo Oriente (Mesopotamia, Egipto y Anatolia) y que, por tanto, el territorio fue muchas veces campo de batalla y de invasiones, el elemento étnico apenas se alteró, con lo que puede considerarse la historia de esta zona como semítica en su máxima parte. Sin embargo, también a diferencia de Mesopotamia, los s. no lograron crear nunca un Estado homogéneo, y su historia es la de una serie de gentes asentadas allí en tiempos y lugares diversos, como lo prueba la variedad de los nombres: cananeos (v.), amorreos (v.), hebreos (v.), arameos (v.), fenicios (v.), moabitas (v.) y edomitas (v.).
     
      No hay referencia directa sobre la primera penetración de los s. en Siria y Palestina. Al surgir los primeros documentos, ya parecen hallarse presentes en la región, al menos los nombres de los ríos, montes y ciudades son en gran parte semíticos. Respecto a su primera organización política, las gruesas murallas que rodean los grupos urbanos sugieren ya la vigencia del sistema de ciudadesestados, organizadas para la defensa ya contra las invasiones extranjeras, ya contra la infiltración de nuevos nómadas. Es probable que las ciudades, como lo demuestra la historia posterior, fuesen regidas desde sus comienzos por reyes locales. A pesar de que la historia de Palestina y Siria carece de independencia, ya que siempre estuvo dominada por las grandes potencias vecinas, los pueblos s. de esta región, especialmente dos, dejaron a la humanidad un legado extraordinario: el alfabeto los fenicios (v.), y la Biblia (v.) los hebreos (v.).
     
      7. Los semitas en Abisinia. Dejando aparte los s. que permanecieron en Arabia, su historia y el Imperio creado por ellos, la última de las civilizaciones s. fue la de Abisinia (V. ETIOPÍA). Desde una época bastante remota, algunos grupos de gentes del Yemen atravesaron el estrecho brazo de mar que los separaba del continente africano, estableciendo allí colonias y factorías comerciales. Las causas de esta migración son muy claras. La política de los Estados meridionales de Arabia, orientada hacia el dominio de la gran vía comercial del océano indico y el mar Rojo, tendía a asegurarse el control de la , costa africana opuesta, cuyos principales productos (marfil, ébano e incienso) acuciaban el deseo de los s. árabes de lanzarse a una conquista duradera. Una vez llevado a cabo el salto a África, empezaron a aventurarse hacia el interior y, afianzándose políticamente, dieron vida a un Estado y a una cultura autónoma. Así nació la civilización de Etiopía; la última entre las s. y también la más diversa. Las otras culturas semíticas se consideran el resultado de la cristalización de los nómadas árabes en la periferia del desierto; ésta, en cambio, surge de un movimiento marginal, la colonización de ultramar de pueblos s. de la Arabia meridional, que ya poseía condiciones de vida estables.
     
      Es difícil señalar cuándo comienza la colonización de Etiopía por parte de la población árabe meridional. Las inscripciones sudarábigas halladas en la región se remontan por lo menos al s. vi a. C.; pero parece ser que la colonización es muy anterior. Incluso se ha señalado, aunque hasta el momento sin pruebas definitivas, que la influencia sudarábiga debió de ejercerse sobre un estrato de población semítica ya preexistente, de origen desconocido. Alrededor del s. v a. C., según indican inscripciones halladas en la región de Macallé, parece que ya se había creado un Estado político en Abisinia, análogo a los Estados árabes meridionales, y ya en el s. II o III puede hablarse con toda seguridad de un Imperio abisinio que se extendía por el N hacia Egipto, por el S hasta el corazón de Etiopía y por el E hasta el Yemen. A partir del 273 el reino de Axum se consolida, acuña moneda propia y se conoce el nombre de sus reyes (V. ETIOPÍA IV).
     
      8. Características comunes de las civilizaciones semiticas. En la Edad Antigua, las civilizaciones semíticas son, a primera vista, diferentes unas de otras; tanto que da la impresión de que en ellas el elemento s. ha desaparecido. Así, p. ej., en la civilización de Mesopotamia la acción del sustrato sumerio aparece dominante hasta el punto de casi ocultar por completo las características s. En Abisinia, entre el sustrato indígena y la aportación posterior del cristianismo, el elemento semítico resulta fuertemente comprimido. Igualmente, en Siria y Palestina, el fraccionamiento de los acontecimientos y el predominio extranjero de egipcios, hititas y egeos, determinan una constante superposición de elementos no s. Sin embargo, a pesar de todo esto, pueden percibirse en las civilizaciones de matiz s. caracteres y actitudes unitarias.
     
      Está, ante todo, la lengua (v. III) como principal señal de su origen común. En este aspecto, puede hablarse de auténtica unidad, ya que los diversos idiomas no pueden considerarse lenguas distintas, sino dialectos de una sola lengua. Con el medio de expresión, está la herencia social. La tribu, fundamento de la vida nómada, sigue ejerciendo notable influencia en muchas civilizaciones semíticas, aunque estén en avanzada fase de sedentarización (Israel) o su sedentarización hubiera tenido lugar hace ya mucho tiempo (Arabia meridional). Con las agrupaciones sociales se transmitían las costumbres de los nómadas; el ejemplo más claro en este aspecto es la ley del talión, vigente en muchos Derechos semíticos ya plenamente evolucionados, como el mesopotámico, o aún embrionarios, como el árabe.
     
      A la herencia social se une la política. Dado que el nómada tenía un particular concepto democrático del gobierno y huía de la monarquía absoluta, en muchos casos de la historia semítica (desde la monarquía de Israel a la sudarábiga e islámica, pasando por la asiria, donde el rey era un señor feudal más) la democrática herencia de tribu es el vínculo y freno al absolutismo real que la intervención de los acontecimientos del Oriente Próximo lleva consigo, y el vínculo se traduce a menudo en reacciones del más alto interés y significado. En el aspecto religioso, el polidemonismo de los nómadas (espíritus de árboles, piedras y fuentes) tenía parte preponderante no sólo en la Arabia preislámica, sino también en el territorio sirio-palestino. La creencia en los dioses de tribu se encuentra igualmente en Arabia, Siria, Palestina y Babilonia. Los ritos nómadas evolucionan en el judaísmo y en el Islam naciente. Pero sobre todo es en los nombres y en los atributos de las divinidades donde se hacen evidentes los lazos que existen entre los distintos pueblos considerados s.; de esta forma, nombres como Baal, Ishtar, Sin, Shamash y otros, se repiten continuamente y en distintos lugares con funciones parecidas.
     
      9. Aportación semítica a la cultura. Si los pueblos s. tienen importancia en la historia política, ya que crearon Imperios extensos y organizados (babilónico, asirio, islámico), mayor aún es su aportación al campo de la cultura y el espíritu. Empezando por sus formas más extrínsecas, es obra de ellos el alfabeto. Pasando a las formas intrínsecas, los motivos literarios, el Derecho, la astronomía y las matemáticas de los caldeos y asirios constituyen la base de la mitología, de las leyes y de las ciencias del mundo clásico. Pero la máxima aportación de los pueblos s. al acervo cultural de la Humanidad se encuentra en el campo religioso. No se trata de una aportación del pueblo s. considerado en su conjunto, sino sólo de uno de sus grupos: Israel (V. HEBREOS), elegido por Dios para hacerle depositario de la Revelación (v.).
     
      Su concepto del Dios único y su más depurada moral constituye a los hebreos en una especie de islote en medio del politeísmo ambiental. La historia de los dioses llegó a ser, en los pueblos circunvecinos al hebreo, en cierto modo un reflejo de la de los hombres; cuando un pueblo era poderoso, lo eran sus dioses, y viceversa (al menos en las religiones oficiales). En cambio, cuando a pesar de las caídas del Estado hebreo, la religión de Israel sobrevive, se manifiesta un concepto distinto, que desarrollará definitivamente el cristianismo, creando una comunidad espiritual y un trato personal con Dios independientes no sólo del Estado sino también de los pueblos.
     
     

BIBL.: S. MOSCATI, Las antiguas civilizaciones seyníticas, Barcelona 1960; íD, The Semites in Ancient History, Cardiff 1959; R. MONTAGNE, La civilisation du désert, París 1947; H. FIELD, Ancient and Modern Man in S. W. Asia, Coral Gables 1956; S. MYSTROM, Beduinentum und jahwismus, Lud 1946; R. DUSSAUD, La pénétration des Arabes en Syrie avant ('Islam, París 1955; M. J. LAGRANGE, Etudes sur les religions sémitiques, 3 ed. París 1928.

 

A. LAZO DíAZ.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991