SEBASTIÁN, SAN


Es uno de los santos que gozan de mayor popularidad, aunque los datos críticos sobre su vida y martirio son muy escasos. Su fiesta tenía lugar en Roma el 20 de enero, juntamente con la del papa S. Fabián, con sendos formularios de misa: una de estas misas se celebraba en el cementerio de S. Calixto, donde se hallaban las reliquias del santo pontífice Fabián, y la otra, a corta distancia, en el cementerio denominado Ad Catacumbas (junto a las catacumbas), situado junto al sepulcro de S. S. Ambos santos -Fabián y S.- aparecen también unidos en la invocación de la letanía de los santos, en la que se conserva un eco más de aquella antigua liturgia romana. Los Sacramentarios antiguos también mantienen aquella doble Misa, pero dan en todo caso mayor relieve y preponderancia a S., sin duda por su mayor popularidad, alcanzadaen virtud de los prodigios innumerables que se le atribuían. La Misa actual del Sacramentario Romano es sustancialmente la antigua de S., pero con la incorporación del nombre de S. Fabián.
     
      Vida y martirio. La única fuente escrita de que disponemos es la Passio o Actas de S. Ambrosio. Se trata de un romance hagiográfico falsamente atribuido a S. Ambrosio, compuesto probablemente en la primera mitad del s. v por un monje del monasterio que el papa Sixto III construyó junto a las Catacumbas. Se desconoce la fecha y lugar del nacimiento de S. Su padre debía proceder de Narbona, en la Galia, y su madre de Milán. Parece ser que en esta última ciudad recibió educación esmerada. Si hemos de dar crédito a las Actas, ya desde joven sintió inclinación por la vida militar, logrando alcanzar el grado de centurión o capitán de cohorte de la guardia pretoriana, rango que normalmente sólo se otorgaba a personas de ilustre prosapia. Tampoco se conoce el momento u ocasión en que tuvo contactos con el cristianismo. Sabemos que la fortaleza y autenticidad de su virtud encontró su oportunidad de manifestarse en la última de las grandes persecuciones contra la Iglesia.
     
      Desde el a. 284 gobernaba en Roma el emperador Diocleciano, si bien dos años más tarde compartió su gobierno con el emperador Maximiano. Italia y el Occidente vinieron a manos de este último, mientras que Diocleciano, que da el nombre a la sangrienta persecución, se ocupaba del Oriente. La persecución (v.) de Diocleciano fue sin duda la más violenta de las desencadenadas contra el cristianismo. Se sabe por el primer historiador de la Iglesia, Eusebio, que esta persecución comenzó por los militares, lo que atestigua lo ampliamente difundida que se hallaba por esta época la religión cristiana entre los elementos de la milicia romana. Ante esta medida persecutoria la postura de S. fue de cautela, pero sin ceder en su espíritu apostólico. Se muestra valeroso y prudente en este trance, procurando ayudar a los mártires que van siendo víctimas de la persecución. Entre todo el ropaje legendario y fabuloso que envuelve su figura hay un núcleo sustancial de verdad que ha de mantenerse. S. no va proclamando su condición cristiana, sino que procede con un sentido muy exacto de la discreción, que le permite intervenir en favor de sus hermanos en la fe necesitados de su auxilio siempre oportuno. Pero cuando los hechos no pregonados, pero tampoco ocultados, terminaron por levantar sospechas sobre su condición, esa misma discreción le forzó a confesar con sus palabras lo que con sus gestos hacía tiempo que profesaba.
     
      La réplica del emperador Maximiano, con su decisión de condena, está en la línea de la lógica disciplinar y es mantenible en el marco de lo histórico. Mas también aquí se adorna la verdad sustancial con incidentes que, sin poderse probar testimonialmente con un criterio rigurosamente científico, responden a un sustrato de realidad. El Emperador decide en un principio que S. sea asaeteado. Para cumplir este castigo lo conducen al estadio del Monte Palatino, donde lo abandonan atado al árbol del suplicio dándolo por muerto. Los cristianos van a recoger su cuerpo y descubren que aún tiene vida. Una ilustre romana, la matrona Jrene, lo oculta en su casa y cuida sus heridas hasta que se restablece plenamente. S. no se amilana ante posibles represalias y conocedor, ahora en carne propia, de las inmensas dificultades y atroces tormentos a que son sometidos sus hermanos, se siente llamado a dar una prueba más de reciedumbre y entereza cristianas, compareciendo espontáneamente ante el Emperador e intercediendo a favor de los cristianos. Maximiano reacciona coléricamente ordenando que lo flagelen hasta que muera. Este segundo y definitivo martirio tuvo lugar el a. 304, penúltimo de Diocleciano y Maximiano al frente del Imperio. Su cuerpo fue sepultado en un cementerio subterráneo de la Vía Apia romana, que hoy lleva el nombre de Catacumba de S. Sebastián.
     
      Culto e iconografía. Aparece atestiguado en la Depositio martyrum o deposición de los mártires de la Iglesia Romana, que nos dice que S. está enterrado en el cementerio llamado Ad Catacumbas. Nos dan fe de su culto el Calendario de Cartago y el Sacramentario Gelasiano y Gregoriano, así tomó diversos Itinerarios. Concretamente el Calendario jeronimiano especifica más el lugar de su sepulcro: en una galería subterránea, junto a la memoria de los apóstoles Pedro y Pablo. Durante la peste mortífera de Roma (a. 680) fue invocada su protección particular y desde entonces la Iglesia Universal ve en él al abogado especial contra la peste y en general se le considera como gran defensor de la Iglesia.
     
      La iconografía de S. es amplísima. La representación más antigua es del s. v y fue descubierta en la cripta de S. Cecilia, en la Catacumba de S. Calixto. Aparece con túnica y palio. Hay también un notable mosaico del s. vi[ sobre el altar lateral de la basílica de S. Pedro ad Vincula en el que se muestra como anciano de poblada barba y con traje palatino. Estos dos monumentos paleocristianos parecen desdecir el carácter militar de S., pero no son argumentos apodícticos. A partir del Renacimiento los artistas lo representan como soldado, generalmente semidesnudo, atado a un árbol y erizado de flechas, fundándose sin duda en las descripciones de la Passio ambrosiana ya mencionada.
     
     

BIBL.: Acta Sanct., Enero 11, París 1863, 621-660; J. BAUDOT, Dictionnaire d'hagiographie, París 1925, 577; G. D. GORDINI, P. CANN.ATA, Sebastiano, en Bibl. Sanct. 11,776-801; A. AMORE, W. WEHR, Sebastiano, en Enciclopedia Cattolica, XI, Ciudad del Vaticano 1953, 208 ss.; V. KRACHUNG, Saint Sébastien dans l'art, París 1938; M. CHÉRAMY, Saint Sébastier:-hors-les-Murs, París 1925.

 

FERNANDO MENDOZA.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991