SAVONAROLA, GIROLAMO


Célebre dominico italiano, n. en Ferrara en 1452, y m. en la hoguera en Florencia en 1498. Su figura simboliza la reacción contra las tendencias paganas que se dan en el Renacimiento. Cursados estudios en su ciudad natal, llegó a ser un virtuoso escolástico. A los 22 años tomó el hábito de su Orden, donde cultivó tanto o más que el estudio las prácticas ascéticas. Dedicóse con entusiasmo a la predicación, fustigando acremente desde el púlpito las conductas desordenadas. Cuando el monarca francés Carlos VIII intentó la conquista de Italia en 1494, S. llegó a considerarle como instrumento divino de la regeneración de su patria por el castigo, y a él se presentó en Pisa y Florencia excitándole a cumplir el mandato de la Providencia. Llegó a tal punto su exaltación e imprudencia en este terreno, que intervino activamente, como hombre de gobierno, en la política de Florencia, en cuyo convento de San Marcos había fijado su residencia. Mezcló la moral con la política. Elaboró una Constitución, reformó la justicia, suprimió la usura y proclamó la amnistía general. Pero no supo calibrar el poder de sus envidiosos y descontentos.
     
      Su afán moralizador en su actuación política hizo que llevase a la hoguera objetos diversos de arte, manuscritos, etc., y que ejerciese una vigilancia molesta en la vida de sus conciudadanos, organizando escuadras de jóvenes, quienes, en su celo policial, llegaron en ocasiones frecuentes a denunciar a sus propios padres. Este estado de cosas atrajo enemistades a su promotor, tensión que llegó a su colmo cuando S., en sus críticas severas, indispuso también contra sí al papa Alejandro VI (v.). S. le acusó de simoniaco, diciendo en público que había comprado la Silla de San Pedro y terminó chocando con él por cuestiones referentes a la administración de diversas casas de la orden dominicana.
     
      S., que se había dado a conocer por lo novedoso de sus profecías, fue benévolamente invitado por el papa Alejandro VI a responder en Roma de ese sensacionalismo chocante que cundía en la masa popular. S., aun reconociendo que como religioso estaba obligado a obedecer al Jerarca supremo de la Iglesia, dejó de acudir al llamamiento papal, alegando enfermedad, que en realidad era un motivo encubridor del principal y más verdadero: el temor a las insidias de sus enemigos políticos.
     
      Alejandro VI, el 8 sept. de 1495, le prohibió sus predicaciones; pero en febrero del año siguiente S. declaraba desde el púlpito que si el Papa manda contra el bien hay que desobedecerle, insistiendo en esto mismo durante la Cuaresma, a más de mortificar al Pontífice con su palabra flagelante que se cebaba duramente contra los defectos de la Corte Romana. La tensión llegó a tal extremo que en 1497 el Papa le excomulgó, pero el fraile se burló públicamente de la censura y continuó celebrando la Santa Misa y subiendo a la sagrada tribuna para declarar nula la excomunión, pues, decía, el poder papal quedaba sin efecto ante la «llamada de Dios». Escarneció de nuevo al Papa ante un breve en el que éste amenazaba a Florencia con ponerla en entredicho si la ciudad continuaba apoyando al predicador y a la Liga concertada con Francia en contra de Italia. Habló, por último, hasta de reunir un concilio general (más bien conciliábulo) que depusiese al Papa.
     
      Pero el partido de S., desde la excomunión de su jefe, estaba ya seriamente comprometido, siendo los franciscanos los que principalmente habían tomado la iniciativa contra su política. El franciscano Francisco de Puglia propuso en marzo de 1498 sufrir la prueba del fuego en contradicción con S. «Estoy convencido de que arderé -dijo el franciscano-, pero con gusto acepto este sacrificio para librar al pueblo: si Savonarola no arde conmigo, le podréis tener por un verdadero profeta». Desde entonces el pueblo empezó a fantasear con la posibilidad del espectáculo del fuego. Los gobernantes de Florencia accedían a la realización de la prueba para así quitarse de en medio al fraile comprometedor, y en abril siguiente declaró la Señoría de Florencia que si el dominico fray Domingo (que había de representar a S. en este juicio de Dios) era quemado, S. debería abandonar la ciudad dentro de las tres horas siguientes a la realización de la prueba.
     
      El Papa censuró el procedimiento, que constituía una auténtica provocación supersticiosa a Dios, pero Florencia no accedió, y todo fue preparado en la plaza de la Señoría para la realización del extraño juicio. Se decidió que el franciscano fr. Juliano Rondinelli y el dominico fr. Domingo habían de entrar en las llamas. Pero una discusión primero, provocada por el dominico, que quería entrar en las llamas de la hoguera llevando en sus manos el Santísimo Sacramento; y una tempestad después, fueron motivo suficiente para que la gente, cansada de la espera, despejara la plaza y abandonara el espectáculo. Al día siguiente S. subió al púlpito contra la prohibición de la Señoría, pero al atardecer, entre un griterío escandaloso de la masa, S. y fr. Domingo fueron conducidos a la cárcel. S. fue juzgado en un proceso en el que estuvieron presentes dos delegados papales. Fr. Domingo y otro fraile, junto con S., fueron condenados a muerte y ejecutados (colgados, quemados y sus cenizas arrojadas al Arno).
     
      S. fue un notable escritor. Ni siquiera en la cárcel abandonó esta actividad, encontrando tiempo allí para componer un comentario a los Salmos Miserere e In te, Domine, speravi. En sus obras sigue a S. Buenaventura para la mística, y a S. Tomás para la filosofía. Destacan entre otras su Triunfo de la Cruz, especie de tratado apologético emparentado con la Summa contra gentiles del Aquinate, aunque sin su aparato dialéctico. Nuestro autor no simpatiza con la verborrea profana propia del humanismo. También hay que citar entre sus escritos el Compendium totius philosophiae, calcado sobre S. Tomás, las colecciones de sus sermones, los tratados De simplicitate vitae Christianae, De mysterio Crucis, y otros muchos sobre la humildad, el amor de Jesucristo, la oración, etc.
     
      Fue nuestro personaje un ser temperamentalmente exaltado y presuntuoso, cuyas actuaciones concretas pecaron infinidad de veces de imprudentes. Su desobediencia al Papa es ciertamente censurable. Pero contra todo esto quizá pueda alegarse en su favor la atenuante de haber constituido su existencia una reacción sincera contra el ambiente en que hubo de desenvolver su vida. Por otra parte personajes ilustres de la Iglesia (San Felipe Neri, Benedicto XIV, y otros) le tuvieron en alta estima.
     
     

BIBL.: B. LLORCA, R. GARCÍA VILLOSLADA, F. J. MONTALBÁN, Historia de la Iglesia católica, III, 2 ed. Madrid 1967. 444-469:M. M. GORCE, Savonarole, en DTC 14,1215 ss.; M. BRION, Savonarole, le héraut de Dieu, París 1948; L. M. LOTENDIO, Savonarola, Madrid 1945; R. RIDOLFI, Vita di Gerolamo Savonarola, Roma 1952; G. SORANZO, Il tempo di Alessandro VI Papa e di Fra' Gerolamo Savonarola, Milán 1960.

 

V. SEBASTIÁN IRANZO.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991