Rogativas
 

Son unas solemnes procesiones (v.) de penitencia prescritas por la Iglesia durante el tiempo pascual: en el día 25 de abril y en los tres días que preceden a la fiesta de la Ascensión del Señor (v.). A estas procesiones se las llama también Letanías (v.) debido a que se cantan estas oraciones durante el trayecto. A la procesión del 25 de abril se la llamó desde tiempo de S. Gregorio Magno Litania mayor (cfr. Regist. II: PL 77,1329), por contraposición a otras procesiones menos importantes y menos antiguas y que se llamaron Litaniae minores, apelativo con el que se conocen las que preceden a la Ascensión.
Letanías mayores. Se instituyeron en Roma seguramente en tiempos del papa Liberio (v.; 352-366; cfr. J. Beleth, Ration, divin. Of f., cap. 123) para sustituir a las fiestas paganas llamadas Robigalia. Durante ellas se hacían unas procesiones, las ambarvalia, a través de los campos, en tiempo de primavera, para impetrar de los dioses una buena cosecha. Las más importantes eran las del 25 de abril. La procesión recorría la vía Flaminia, y llegaba hasta el puente Milvio. La procesión cristiana hacía más o menos el mismo recorrido: partía de la iglesia de S. Lorenzo in Lucina, junto a la puerta Flaminia; luego se dirigía á S. Valentín, donde se hacía una estación; por último, pasando por el puente Milvio, llegaban a S. Pedro en el Vaticano, donde hacían la solemne estación. En su origen estas rogativas no tenían el carácter penitencial que adquirieron después y que se introdujo en la Edad Media. No era día de ayuno, y en la Misa se cantaba todavía el Gloria in excelsis Deo y el Alleluya (v.). Todavía en el s. xii, esta gran procesión romana conservaba su antiguo esplendor.
Letanías menores. Fueron instituidas por S. Mamerto, obispo de Viena, en el Delfinado, hacia el a. 470, según el testimonio de S. Gregorio de Tours (cfr. Histor. Franc., 11,34). El motivo fue un espantoso terremoto y otras calamidades que desolaron aquella región. Días antes de la Ascensión todo el pueblo ayunaba, cum gemitu et contritione, y salía en procesión por toda la ciudad rezando letanías y haciendo estación en las principales iglesias. Sidonio Apolinar (m. en 482), compatriota de S. Mamerto, habla de procesiones similares que se hacían antes de él, pero con poco orden y poco espíritu de penitencia, por lo cual habían caído en descrédito. La nueva práctica fue acogida muy favorablemente. Sidonio introdujo esta práctica en su iglesia de Clermont-Ferrand. Poco después, en el a. 511, el primer sínodo de Orleáns prescribió su observancia en todas las iglesias del Imperio franco (v.). Se ordenó que los tres días que preceden a la Ascensión fuesen considerados como los de Cuaresma (v.). Más tarde S. Cesáreo de Arlés (m. 542; v.) afirmaba -con una cierta exageración- que esta práctica se había extendido a toda la Iglesia (Serm. 173), pero en Roma no se admitió hasta el s. IX, bajo el pontificado de León III (795-816). Por lo que a España se refiere parece que el Conc. de Gerona del 517 recomendó ya este uso en las iglesias visigodas, no durante el tiempo pascual (para no tener necesidad de ayunar durante esa época), sino después de la fiesta de Pentecostés (v.). En Milán se celebraban ya estas procesiones en el s. VII (cfr. H. Quentin, Manuscrits démembrés, «Rev. Bénédictine», 1911, 263).
Durante la Edad Media, las r. llegaron a ser una de las ceremonias litúrgicas más populares, aunque en algunas partes se introdujeron costumbres algún tanto extrañas, o bien abusos, que hubieron de ser suprimidos. A estas procesiones asistía todo el pueblo con las autoridades en actitud penitencial, caminando muchas veces con los pies descalzos, vestidos de cilicio y rociados de ceniza. Ello dio motivo a que en algunas iglesias, como en Milán, se comenzaran las r. con la imposición de la ceniza, como en Cuaresma. El recorrido era frecuentemente largo y penoso. Durante las estaciones, que se hacían para aliviar el cansancio, se leía la S. E. Después de la última estación, en la que se celebraba la Misa, se rompía el ayuno (v.).
Las principales oraciones en estas procesiones eran los salmos (cfr. Muratori, Lit. Rom. Vet., 11, cap. 612). Actualmente tenemos vestigios de la primitiva costumbre en el salmo 69, que se dice al final de las letanías. Las llamadas «Letanías de los santos» (v.), hoy prescritas, se introdujeron más tarde; el primer testimonio de esta práctica es un ordinario compilado hacia los a. 802-803 por Engilberto, abad de S. Riquier, para uso de su monasterio (cfr. E. Bishop, Liturgia Historica, Oxford 1918, 321-329); la letanía era una forma sencilla de oración, fácilmente popular. Cuando se llegaba a una iglesia estacional se cantaba una antífona (v.) en honor del santo titular. En Ruán, Milán, Vercelli y Génova, se añadían cantos, oraciones y lecturas (cfr. Cambiasa, Le antiche rogazioni genovesi, Génova 1915). Los textos del Misal tienden a poner de relieve la eficacia de la oración.
El n. 46 del Calendarium romanum, promulgado por el Decreto Anni liturgici (1969), indica que las r., en lo que se refiere a la duración y al modo de celebración, queda a juicio de las Conferencias Episcopales, para que se adapten a las necesidades de los fieles y de los diversos lugares (V. t. AÑO LITÚRGICO, 2).

V. t.: LETANÍAS.


I. FERNÁNDEZ DE LA CUESTA.
 

BIBL.: M. RIGHETTI, Historia de la Liturgia, 1, Madrid 1955, 850-853; I. SCHUSTER, Liber Sacramentorum, IV, Barcelona 1944, 140-162; D. DE BRUYNE, L'origine des processions de la Chandeleur et des Rogations á propos d'un sermon inédit, «Revue Bénédictine» 34 (1922) 14-26.
 

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991