RITO ALEJANDRINO.
Lo siguen los
cristianos, tanto católicos como separados, de Egipto y de
Etiopía. Suele llamársele también «Rito copto».
Rito copto (o alejandrino) en general. A. quiere hacer
remontar una de las formas de su Misa hasta S. Marcos mismo, al
que la tradición proclama como fundador de la Iglesia allí (v. VII).
En todo caso, Egipto entero adoptó los usos litúrgicos de la
capital. En las ciudades, más o menos helenizadas desde los
Ptolomeos, se utilizaba el griego como lengua litúrgica. Pero en
la campiña, donde el cristianismo no penetró hasta el s. III,
particularmente en el Alto Egipto donde apenas había penetrado el
griego, se adoptó probablemente ya desde el principio la lengua
popular, esto es, el egipcio, luego transformado en copto (v.
CAMITAS II). Cuando el monofisismo (v.) separó la Iglesia
cristiana en dos bandos, ambos siguieron conservando la misma
liturgia, aunque los monofisitas introdujeron algunas fórmulas
destinadas a reafirmar sus propias doctrinas heréticas, no
aceptando ya desde entonces más que la lengua nacional en los
oficios litúrgicos. Desaparecía, pues, el griego en la liturgia
copta, ya que, por otro lado, en la parte católica, se
introducirían algunas costumbres litúrgicas bizantinas, dando
origen a los melquitas (v.), que siguen el rito bizantino (v.
CONSTANTINOPLA Iv), no el copto o alejandrino. Desde Egipto la
liturgia alejandrina corrió hasta Abisinia o Etiopía, como lo deja
suponer la dependencia de la Iglesia etíope, siempre estrechamente
ligada a Alejandría. Pero en Etiopía la liturgia aceptaba una
lengua nueva, el ghéez, sufriendo al mismo tiempo una serie de
modificaciones, aunque no tan importantes como para constituir un
nuevo rito: El rito abisinio o etíope (v. rito coptoetíope, en
ETIOPÍA VIII, 2) viene a ser tan sólo una variedad o modalidad del
rito general copto o alejandrino.
Rito coptoegipcio (o coptoalejandrino). Cuando
Constantinopla quiso imponer su rito propio en todas las
posesiones del Imperio bizantino, el rito copto permaneció sólo en
los monofisitas, que lo consideraban como una especie de
patrimonio nacional en su odio común a la Iglesia de
Constantinopla y al Imperio bizantino. Por su medio ha llegado
hasta nosotros, sin grandes modificaciones desde el s. VII. Tan
sólo la lengua había de constituir una modificación de interés:
junto a la lengua nacional antigua, el copto, fue introduciéndose
poco a poco al árabe, lengua aportada por los invasores. Por lo
demás, la lengua nacional dejó de ser comprendida por los
naturales de la región baja de Egipto ya desde el s. X, y desde el
s. XII por los de la Tebaida. Comenzó a utilizarse el árabe para
la recitación de determinadas oraciones o plegarias, y para la
lectura rae la Epístola y del Evangelio.
A. Iglesias y vestiduras litúrgicas. Las iglesias coptas
presentan un aspecto muy diferente de las griegas o latinas. Las
primitivas no eran más que las grandes salas de los templos
paganos, pero los monasterios comenzarían muy pronto a desarrollar
un estilo propio, pudiéndose considerar a los egipcios como
inventores de la cúpula. No era frecuente el estilo de las
basílicas, tan característico de Occidente. Las actuales iglesias
coptas forman ordinariamente un rectángulo dividido en cuatro
partes o compartimentos diferenciados, que ocupan toda la
superficie interior de la construcción. El primero de ellos el
llamado Hekal, Santuario, o Santo de los Santos, separado del
resto de la iglesia por un tabique de madera artísticamente
trabajada, con incrustaciones de nácar y marfil; en su centro
tiene una puerta con un tapiz que lleva una cruz en el medio.
Dentro del Hekal, el altar, una gran piedra exenta, sin gradas;
sólo tienen acceso a él los sacerdotes y los diáconos. El segundo
compartimento queda reservado a los sacerdotes y demás clérigos
asistentes a los oficios litúrgicos, así como a los notables o
dirigentes de la nación. El tercero está destinado a los hombres;
el cuarto a las mujeres. El edificio suele terminar, en su parte
superior, por una o varias cúpulas. Los muros interiores están
recubiertos de frescos o pinturas, imitando los iconos griegos. No
suele haber bancos ni sillas; el público se sienta en el suelo, o
en cuclillas, al estilo oriental, sobre esteras o alfombras. Al
entrar en la iglesia suelen quitarse los zapatos, pero no el
sombrero. La parte litúrgica que se celebra dentro del Santuario
se dice en lengua copta, y la que se desarrolla fuera de él, parte
en copto y parte en árabe.
En cuanto a los ornamentos sagrados, son poco más o menos
los mismos que los de las demás Iglesias orientales, de rito
bizantino. Los clérigos inferiores visten una especie de alba
bastante amplia, sin cinturón o cíngulo, adornada con cruces
bordadas. El diácono lleva estola lo mismo que los diáconos
griegos. Y el sacerdote lleva su alba (stoicharion), con el
correspondiente cíngulo (zounarion), los puños (kiman), estola (batrachil)
y el phenolion o casulla; además el Ballin, una especie de
turbante, formado por una larga banda de tela adornada con la
cruz. Los obispos católicos de rito copto han adoptado la mitra
romana.
B. Liturgia de la Misa. Es la característica principal de
cada rito; en el coptoalejandrino tiene tres modalidades
distintas, atribuidas en su composición a santos diversos. La
primera es la llamada de S. Cirilo de A., y es la auténtica del
rito copto; ya hemos dicho que quieren hacerla remontar incluso
hasta S. Marcos; sólo se oficia una vez al año, el viernes que
precede al Domingo de Ramos. La segunda es la llamada de S.
Gregorio Nacianceno; tiene un sabor típicamente siroantioqueno (v.
ANTIOQUíA VI) y es una traducción del griego; se utiliza tres
veces al año: en Navidad, Epifanía y Pascua.
La tercera modalidad de Misa, que lleva el nombre de S.
Basilio, es un rito abreviado de la Misa con el mismo nombre de
los bizantinos, aunque no tan solemne y ceremoniosa; es la
celebrada ordinariamente, exceptuadas las festividades indicadas.
Suele ir precedida de la recitación del Oficio divino; terminado
éste, entra en el Santuario el sacerdote; revestido ya de los
ornamentos sagrados, comienza las oraciones de preparación, y hace
la señal de la cruz sobre los tres panes que han de servir para el
Sacrificio. Escoge uno, destinado para la Consagración, lo besa y
coloca en el altar sobre un trozo de seda, equivalente al corporal
latino; se lava las manos, incensa el altar y recita la oración
sobre el pan. Luego echa en el cáliz vino con un poquito de agua;
pan y vino quedan cubiertos con un velo propio, y ambas óblatas
con otro velo general. Tras una breve oración, el sacerdote sale
del santuario, se arrodilla ante los fieles, y hace su confesión;
vuelve al altar e incensa la oblata. Sigue la lectura de la
Epístola por un clérigo inferior, primero en copeo y luego en
árabe. Después, la lectura del Martirologio, el Trisagio, el Pater
Noster y el Evangelio. Éste lo canta el propio sacerdote desde un
ambón; lectura en copeo y árabe (a veces es leído por un seglar);
durante todo el tiempo el diácono incensa el santo Evangelio y los
fieles lo escuchan de pie, con la cabeza levemente inclinada en
señal de respeto a la palabra de Dios; al terminar, el sacerdote
lo besa y regresa al altar. Sigue una larga oración por la
Iglesia, el Credo y un tercer lavatorio de manos.
Se retiran los velos de la oblata y da comienzo el Canon o
Anáfora de la Misa con una característica muy señalada: tiene dos
epíelesis (v.), una antes y otra después de la Consagración. La
narración de la institución eucarística es introducida por la
partícula causativa «porque»; las palabras de la Consagración se
pronuncian siempre en voz alta, y después de la epíelesis, el
pueblo proclama su fe en el Misterio eucarístico con una oración;
la oblación, dentro de la anamnesis (v.), se dice en pretérito:
«Hemos presentado», «Hemos ofrecido», etc. Hay muchos puntos de
contacto con el canon romano.
El sacerdote recorre la iglesia con la hostia en sus manos,
deteniéndose ante los enfermos, si hay, rogando por su curación.
Regresado al altar, divide el pan en dos partes; de una de ellas
separa un trocito, que eleva ante los fieles al mismo tiempo que
dice en griego «lo santo para los santos»; luego lo deja caer en
el cáliz. Sacerdote y diáconos comulgan bajo ambas especies, y lo
mismo los fieles. Una vez que ha regresado al altar purifica el
sacerdote los vasos sagrados y se procede al saludo de despedida.
Después distribuye el pan bendito, de los dos panes que quedaron
sin consagrar, pero que fueron también dedicados a Dios al
comienzo del Santo Sacrificio.
C. Vasos y libros litúrgicos. Los vasos sagrados vienen a
ser los mismos del rito bizantino. Los católicos coptos suelen
utilizar una cucharilla para repartir el sanguis en la Comunión.
El pan del Sacrificio debe prepararse el día mismo del Sacrificio
con extremo cuidado; lleva el nombre de corban. Es fermentado; de
un espesor de un dedo poco más o menos, y lleva en la cara
superior hasta 13 cruces en relieve, que quieren representar, la
del centro a Nuestro Señor, y las demás a los Apóstoles. El
sacerdote suele tomar la parte central, y distribuye las demás
entre los fieles.
Entre los libros litúrgicos, pueden recogerse hasta diez,
como libros oficiales, para la celebración de la Liturgia (la
Misa), la recitación de los Oficios o la administración de los
Sacramentos. El Eucologio (con las oraciones para la Misa, parte
del Oficio y ritos de la administración de los Sacramentos y
algunas bendiciones particulares), el Horario correspondiente al
Breviario latino, el Katameros con el Salterio y extractos del N.
T., la Salmodia, los Theotokies o himnos, y la Doxología. Luego el
Evangeliario, el Salterio y el Synaxario o vidas de santos.
Existen otros libros particulares para determinadas funciones
litúrgicas.
V. t.: RITO.
BIBL.: A. KING, The Rites of Eastern Christendom, Coptic Rite, I, Roma 1947, 337496 (con buena bibl.); R. 1ANIN, ÉgliSeS Orientales et Rites Orientaux, París 1955, 458478; 1 SAUGET, Bibliographie des Liturgies orientales, Roma 1962; A. HXNGGII. PHAL, Prex Eucharistica, Friburgo 1968, 101127. Se conserva en griego la anáfora de S. Marcos, su mejor edición en C. A. SWAINSON, The Greek liturgies, Cambridge 1884, 173; su traducción y adaptación es la anáfora de S. Cirilo, ed. en F. E. BRIGHTnIAN, Eastern liturgies, Oxford 1896, 144148 y C. A. SWAINSON, 1. c. Traducción latina de la anáfora de S. Gregorio en E. RENAUDOT, Liturgiarum orientalium collectio, 2 ed. Francfort 1847, t. 1, p. 125; trad. francesa en S. DE BEAURECUIL, «Cahiers coptes» 78 (1954) 610. Trad. latina de la anáfora de S. Basilio en E. RENAUDOT, o. c., 2537; trad. francesa en S. DE BEARECUIL, «Cahiers coptes» 6 (1954) 612.
A. SANTOS HERNÁNDEZ.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991