Religión. el Hecho Religioso. Descripcion General.
La religiosidad es un fenómeno verdaderamente
universal. No se conoce ningún pueblo sin religión. Las esperanzas que algunos
autores, de formación racionalista, tenían de encontrar pueblos primitivos sin
ella quedó fallida: no se ha hallado ni uno solo, e incluso en todos ellos se
encuentra más o menos viva la creencia en un Ser Supremo, si se exceptúa la
Melanesia, de la que no siempre consta (v. PRIMITIVOS, PUEBLOS II; MONOTEÍSMO
I). Ciertamente, como bien nota Radin, una cosa es la existencia universal de la
religiosidad, y otra el grado con que la viven los individuos. Por eso,
matizando la afirmación anterior desde una perspectiva sociológica, habría que
decir que en todos los pueblos, y en todas las r., aun las más arcaicas, es dado
hallar algunos individuos egregiamente religiosos, que son como el fermento de
la masa; un gran número de gente religiosa que vive su religiosidad de un modo
ordinario o común, es decir, sinceramente e incluso con hondura, pero sin rasgos
acusados y sin manifestaciones egregias; otro gran número de personas tibias,
_que, sin negar a Dios, viven en la práctica inmersas en las preocupaciones
temporales y cuya religiosidad se reduce a ciertas prácticas domésticas y a
participar del fervor colectivo en las grandes fiestas y conmemoraciones; y,
finalmente, una minoría exigua positivamente antirreligiosa o atea. Como resumen
de una constatación fáctica, cabe, pues, decir que la universalidad de la
religiosidad abarca a todas las culturas y pueblos, pero no a todos los
individuos en el mismo grado.
Analizaremos el hecho religioso, universal, intentando primero lograr un
concepto de r., y señalando después algunos de sus elementos y manifestaciones
fundamentales.
1. Concepto de religión. Para llegar a una
definición nos serviremos de tres consideraciones: la filológica o etimológica,
la histórica y la filosófica.
Etimológicamente se ha derivado la palabra r. de: a) relegere: releer o
considerar atentamente lo pertinente a los dioses (Cicerón); b) religare: porque
nos religa o revincula a Dios, de quien estábamos separados (Lactancio, S.
Agustín); c) relegere: elegir a Dios nuevamente, ya que por nuestro pecado nos
habíamos apartado de Él (S. Agustín); d) relinquere: nos ha sido dejada o
transmitida por la tradición de los antepasados, y, en último término, fue
revelada a ellos, algo recibido (Macrobio). Después de referir las tres primeras
etimologías señaladas, S. Tomás de Aquino concluye, subrayando el elemento
común: «la religión dice orden o relación a Dios» (Sum. Th. 2-2 q81 al). En
todas ellas aparece también la referencia a un elemento de orientación
voluntaria del hombre a un orden de poderes personales que reconoce como
superiores a él, y de los cuales se sabe dependiente. A este respecto Cicerón
destaca la conversión intelectual, Lactancio y S. Agustín, la de la voluntad;
mientras Macrobio destaca que esa misma conversión -y con ella la r.- no es
determinada en su forma por el hombre, sino por la iniciativa divina.
Históricamente es fácil constatar -como decíamosla existencia del hecho
religioso; no así llegar a una definición, ya que, obviamente, las r. no se han
definido a sí mismas. No obstante, al estudiarlas, advertimos en todas ellas
algunos elementos comunes, que sintéticamente (cfr. en 2 una descripción más
amplia) pueden resumirse así: el hombre debe vivir con un sentido de dependencia
total con relación a un orden suprahumano, que trasciende cuando la experiencia
sensible puede percibir. Casi siempre, por no decir siempre -las escasas
excepciones son sólo aparentes-, se concibe ese orden trascendente con un
carácter personal, es decir, formado por un ser o seres personales, a los que se
rinde culto, y cuyo favor se implora. Mas si la r. ha de circunscribirse a la
relación con esos seres personales, o bien ha de extenderse también a fuerzas o
abstracciones impersonales, es cosa que no permite resolver con certeza la mera
consideración histórica: de aquí que las definiciones de r. dadas por los
historiadores del hecho religioso sean múltiples y, a menudo, excesivamente
vagas.
Filosóficamente se llega a una mayor precisión. Siendo la r. un fenómeno
universal humano, deberán buscarse sus raíces en tendencias también universales
de la naturaleza del hombre, de modo que el estudio de esas tendencias sirve
para definir y circunscribir el hecho religioso: deberá así considerarse como
religioso lo que se deba a esas tendencias o por ellas se explique; no
religioso, lo que se deba a otras causas; desviación religiosa, los fenómenos en
que estén presentes esas tendencias, pero deformadas por otras o por hechos que
les sean contrarios.
Situados en esta línea hay que partir de la consideración de que el hombre es
creatura, y, como tal, un ser real y al mismo tiempo radicalmente limitado y
dependiente. Como inteligente, es consciente de su ser y de sus posibilidades y
de su dependencia y limitación, lo que, en el orden intelectual-eurístico, le
conduce al reconocimiento de la verdad de Dios, y , en el intelectual-afectivo a
buscar y a sentir «la necesidad de ser ayudado y dirigido por un ser superior; y
este Ser, sea el que sea, es el Ser que todos llamamos Dios» (S. Tomás, Sum. Th.
2-2 q85 al). Así se engendra el sentimiento de búsqueda y dependencia de un
Poder trascendente personal que, cuando se acepta libremente, se convierte en
religión. Será religioso cuanto provenga de esa tendencia de la creatura al
Creador.
Como explanación de esa tendencia, está el ansia innata de felicidad, que sólo
en el bien infinito se puede cumplir (S. Agustín, Confesiones, 1,1,1), y el
sentimiento de obligación moral percibida por el hombre como algo que se le
impone, es decir, que no nace de él sino que deriva de un poder trascendente.
Ambos aspectos no hacen más que especificar la ordenación y la dependencia
intrínseca del hombre creatura en los aspectos psicológico y ético; a la vez que
destacan en la r. dos elementos importantes: la conciencia del destino futuro y
la obligación moral.
El hombre es libre, y es con su libertad como debe acoger su dependencia frente
al poder divino. De esa forma la r., aunque viene de lo que trasciende al
hombre, ha de radicarse en él. Y, en ese sentido, es virtud. Pero la libertad
implica la posibilidad de la rebeldía: el que el hombre intente bastarse a sí
mismo, autoafirmarse como ser cerrado en sí; y es esto lo que engendra la
actitud irreligiosa o antirreligiosa.
Resumiendo las tres consideraciones antedichas, puede definirse la
religión-virtud como: «la proyección total y libre del hombre hacia un
Trascendente personal, del que se reconoce depender en absoluto, y del que
espera la asecución de sus propios destinos». Y la r. objetiva como: «todo
cuanto implique para su existencia la religión subjetiva o religión-virtud, ya
sea como presupuesto, ya sea como consecuencia natural». Sus elementos
principales son: las verdades creídas, la obediencia moral, y el culto externo,
el sacrificio, y, sobre todo, la oración.
Dado que el hombre es una criatura falible la realidad religiosa puede
realizarse en él deficientemente, tanto en el orden objetivo, en el que puede
introducirse el error -y así el Trascendente personal es a veces percibido de
modo deficiente, con deformaciones del orden del politeísmo (v.), del panteísmo
(v.), etc—, como en el subjetivo, ya que, combatido el hombre por las dos
tendencias contrarias de sumisión e independencia, puede ceder a esta última
cayendo en la arreligiosidad (ausencia de sumisión) o incluso en la
irreligiosidad (rebeldía positiva y activa frente a lo Trascendente).
2. Elementos más comunes del hecho religioso.
Resulta difícil hacer una descripción que sea universalmente válida, ya que,
como se ha señalado, el hombre no sólo conoce la diversidad, sino que está
sujeto al error. El método comparativo-histórico tropieza aquí con límites
insuperables. Cabe no obstante destacar algunos puntos comunes, que enumeraremos
a continuación. En nuestra descripción nos detendremos más en las r. arcaicas,
tanto por ser menos conocidas que las posteriores, como por el peculiar interés
que, por razones metodológicas y apologéticas, siempre les ha concedido la
historia de las r. (v. t. PRIMITIVOS, PUEBLOS II).
a) Creencia en un mundo invisible, supra-sensible, de radiancia y esplendor, no
sujeto a las leyes o limitaciones de tiempo y espacio; mundo que, de modo
misterioso, actúa de continuo en el universo visible, que es como su sombra,
imagen o creación. Este mundo suprasensible u orden trascendente es reconocido
como de orden personal, es decir, como el orden o modo de existencia propió de
Dios, que es reconocido como persona. A este reconocimiento se dan -como ya
advertíamos- pocas excepciones, aunque, y esto más frecuentemente, se mezclen
deformaciones de tipo politeísta, antropomórfico, etc.
b) Conciencia de la posibilidad de participación en ese mundo trascendente, con
el que el hombre se sabe relacionado, puesto que de algún modo viene de él y
podrá entrar a él después de la muerte. De ahí la «nostalgia del paraíso», en la
que Mircea Eliade ve uno de los sustratos de toda religión. Idea que en
ocasiones se expresa con la creencia en un primer antepasado -en las culturas
matriarcales, primera antepasada-, que vivió en ese mundo trascendente, y de él
decayó por un pecado misterioso, pero que enseñó a sus descendientes el modo de
volver a entrar en contacto con él, mediante prácticas que difieren según las
culturas. En esos casos toda la r. se presenta así como arrancando del primer
antepasado y, por tanto, como algo que no está al arbitrio de sus descendientes.
Tampoco arranca del arbitrio del primer padre, pues él recibió del mundo
trascendente lo que comunicó a quienes descienden de él.
c) Afirmación de la posibilidad de comunicarse ya ahora, antes de la muerte, con
ese mundo trascendente, en virtud de la oración (v.), del culto (v.) y de ritos
religiosos, entre los que destacan los de iniciación (v.), que exigen siempre un
esfuerzo moral, y comportan una ascesis severa. Los ritos de iniciación siguen
la pauta del rito muerte-resurrección, buscando desprender el pensamiento humano
del mundo físico fenomenal, para introducirlo en el invisible trascendente. Esta
iniciación tiene a veces carácter de piedra angular en las r. primitivas: de
ella se parte para entrar más plenamente en el mundo trascendente o establecer
contacto más definitivo con él, y ella moldea la mentalidad y sirve de medio
para transmitir los conocimientos tanto técnicos como religiosos, y de modelo
para concebir y explicar la vida, y fundamentar el actuar ético. Los ritos de
iniciación suelen moldear en bellos cuadros escénicos los mitos (v.) de los
orígenes, del pecado, etc., en que son ricos todos esos pueblos, cuanto más
evolucionados son.
d) Creencia prácticamente universal en un salvador o bienhechor suprahumano. Se
distingue del Ser Supremo, al que supone, del que procede y del que es órgano o
instrumento. A veces tiende a identificarse con el primer antepasado, del que
pese a todo suele siempre distinguírsele, aunque se contamine con algunos
aspectos de su figura. Otras adquiere rasgos casi divinos, en cuyo caso tiende a
sustituir al Ser Supremo, incluso en la obra creadora, que entonces se reduce a
una mera ordenación del mundo más que a una verdadera creación. El salvador es
descrito como el instructor y bienhechor de la humanidad: él es quien trae a los
hombres el fuego, les inicia en múltiples artes, especialmente en la
agricultura, les da preceptos religiosos y éticos, velando para que sean
cumplidos; frecuentemente ordena el mundo destruido por alguna catástrofe
cósmica. Demos algún ejemplo. Según el mito Iowa, fue enviado a los antepasados
un Ser que les dijo: «Yo soy el hijo de Dios; puesto que vosotros, indios,
estáis determinados a vivir en el mundo, Yo he sido enviado para instruiros.
Este es el primer don que tengo para vosotros... traigo también alimentos para
vosotros; os doy la hoja verde, el tabaco, para plantación y cultivo, para hacer
la paz y practicar la adoración; también el maíz, días nubosos, y también la
gran choza de la medicina con la puerta al este»; finalmente, dejó cuatro
personas en las cuatro regiones de la tierra, para que los continuaran
instruyendo, y desapareció. Según un mito de Nueva Guinea Holandesa, antes de
los tiempos primitivos vivió un hombre dotado de dones extraordinarios: él fue
quien dio a los papúes la ley y el derecho, y fundó la casa de los hombres; mas
como los papúes fueran repetidamente infieles a sus preceptos, desapareció,
aunque se cree volverá otra vez y renovará entonces todas las cosas. La
importancia que tiene esta creencia en un salvador o bienhechor ultraterreno se
destaca aún más si se tiene en cuenta que, junto a esa acción instructora o
civilizadora se le atribuye también la institución de ritos y enseñanzas de
iniciación, así como, otras veces, una misión de lucha con sus espíritus
enemigos de Dios y de los hombres.
e) El uso ritual de diversos objetos de la naturaleza -montañas (v.), cavernas,
agua (v.), vegetales, piedras (v.), rocas, minerales diferentes, animales (v.)-,
que, al usarse, son considerados como vehículos por el que el Ser Supremo -o el
primer antepasado el salvador- comunican la energía trascendente del otro mundo.
f) Finalmente, conviene recoger un rasgo que aparece firme en las más diversas
r. históricas: la convicción de que la r. no es un producto de la mente humana,
sino algo transmitido de algún modo por Dios. De ahí toma Macrobio su etimología
de la r. como «lo recibido», «lo heredado», inspirándose tal vez en la r.
etrusca, la mayor parte de cuyos ritos se atribuían a las revelaciones de Tages
y de la ninfa Vegoia. Los ejemplos que pueden citarse en este sentido son
numerosísimos. En las r. mesopotámicas el dios-salvador Enki-Ea es presentado en
trato y conversación íntima con el primer hombre Adapa, al que el mismo Enki
había creado, y después como el educador del país de Sumer, donde desembarca
bajo el nombre de Oannés u Hombre-Pez, alusión clara a un disfraz iniciático y
forma de describirlo como el iniciador primero y autor. de los ritos que la
iniciación comportaba. En Egipto, siempre es el demiurgo-creador quien establece
las leyes y ordenanzas religiosas de los hombres; y en el ciclo solar de Atum-Re,
el más extendido e influyente, se habla de un largo periodo de convivencia del
Dios supremo con la humanidad, durante el cual él personalmente la gobernó, y de
posteriores manifestaciones de ese Ser Supremo mediante oráculos varios, ya
espontáneos, ya pedidos por sus fieles. De la india recordemos la tradición
sobre la revelación hecha por el dios Vishnú al héroe o Manu salvado; e
igualmente la tradición de las cuatro edades, en la que se supone que, en la
primera, el hombre era monoteísta y estaba en contacto más íntimo con Dios. En
Grecia todas las r. de salvación o de misterios (v.) se hacen arrancar de
iniciativas divinas (recordemos especialmente los misterios de Eleusis, tanto de
Deméter como de Dionisos, y la corriente órfica); e incluso la misma r. oficial
apolínea no sólo supone una revelación primera, sino que recurre continuamente a
nuevos acercamientos divinos en todos los pasos importantes de su evolución.
Es precisamente esta creencia en el origen divino de la r. lo que las hace
tradicionales, ya que al hombre no le es lícito cambiar lo querido por los
dioses. Señalemos, por lo demás, que esta actitud no es arcaica sino que se
mantiene en plena época filosófica. Así Platón (v.) recurre a la tradición
antigua para confirmar las verdades religiosas más importantes, como son, p. ej.,
la omnipotencia y providencia infalible de Dios (Leyes, IV,715e-716a), la
inmortalidad del alma y la sanción futura, con el juicio que la precede (cfr.
VII° Carta; Gorgias, 522e; Fedón, 107d-114c; Fedro, 246a-250d; República,
X,614b621b; 11,365; Leyes, X,888), etc. E insiste en la necesidad de ser cautos
antes de introducir alguna novedad religiosa, porque -dice- el hombre es
absolutamente ignorante en materia religiosa, si Dios no se la da a conocer: «El
legislador se guardará mucho de innovar y de llevar a sus conciudadanos a una
religión sin títulos seguros, ni prohibirá los sacrificios prescritos por las
leyes tradicionales, puesto que acerca de esto no sabe absolutamente nada, ni es
posible a la raza humana saber cosa alguna en estas materias» (Epínomis,
985c-d). Por eso exige que todo cambio o novedad religiosa se introduzca sólo
con la aprobación expresa del Apolo délfico, que «es el intérprete tradicional
de la religión» (República, IV,427b-c), o al menos con la aprobación de otros
oráculos famosos, como el de Zeus de Dodona o el del egipcio Amón (Leyes,
V,738b-d).
Sobre el valor que debe concederse a estas afirmaciones, así como su diferencia
con la Revelación cristiana, V. III y REVELACIÓN.
3. Modos de manifestación de la religiosidad. Entre
ellos destacan:
a) El culto doméstico o familiar, con imágenes sagradas en casa, ante las que se
practica la oración, y a las que se hacen ofrendas. Este culto es antiquísimo y
universal; baste recordar las imágenes de dioses encontradas en casas
neolíticas, los lares romanos, la infinidad de estatuillas pequeñitas visibles
en los museos egipcios, que eran honradas en los domicilios de sus devotos; los
il-biti -dioses de la casa- abundantes por todo el ámbito semita, y
especialmente en Mesopotamia, donde era tal su importancia que la posesión de
los ídolos paternos llevaba consigo el derecho a la herencia, según consta por
documentos de Nuzi; la puja o culto familiar doméstico hindú, del que ningún
hindú piadoso se considera dispensado; las tabletas de los antepasados en los
hogares chinos, con el culto cotidiano que se les tributa, etc.
b) La oración, tanto pública como privada, que es la expresión por excelencia
del espíritu religioso, y que no falta en ningún pueblo (v. ORACIÓN I).
c) Los lugares especialmente destinados al culto, ya abiertos, ya cerrados,
hasta constituir verdaderos templos (v.), suntuosos en las religiones
históricas. En las arcaicas o primitivas, o bien prehistóricas, nunca faltan
esos lugares de culto, ordinariamente en descampado -debidamente señalados-, con
frecuencia lejos de la población para acentuar más su carácter sagrado, a los
que se hacían peregrinaciones; otras veces como lugar sagrado dentro de la misma
aldea (choza de los misterios, o árbol de los difuntos, etc.). Esos lugares
estaban especialmente destinados al culto público, pero era también frecuente en
ellos el culto privado, especialmente siempre que se pasaba por ellos, ya fuera
ocasionalmente, ya intencionadamente (v. CULTO I).
d) La ofrenda de primicias, tanto privada como colectiva o pública. Tal ofrenda
se da en todos los pueblos y r.; y entraña el reconocimiento del supremo dominio
divino, cuyo don son todas las cosas, y el agradecimiento por sus beneficios (V.
OFRENDA).
e) Los sacrificios, tanto cruentos como incruentos, hechos, ya por particulares,
ya por la colectividad en nombre de todos. Aunque más o menos presentes por
doquier, alcanzan extraordinario y quizá hasta excesivo desarrollo en las r. de
los pueblos históricos (v. SACRIFICIO I).
f) Las grandes festividades, que salpican todo el año, e impulsan el fervor
colectivo, pues en ellas participaba todo el pueblo. Entre ellas suele destacar
la de comienzo del ciclo anual. La religiosidad suele llegar al clímax en la
preparación; en la consumación de la fiesta, la alegría desbordante puede tomar
matiz de secularización, o incluso excesos (V. FIESTA I).
g) Las peregrinaciones, ya singulares, ya colectivas, hechas a lugares
especialmente venerados, ya para cumplir votos hechos en agradecimiento a
beneficios obtenidos, ya para implorar esos mismos beneficios, o simplemente la
remisión de los pecados. Tales peregrinaciones se hacen a veces con un fuerte
espíritu de penitencia y mortificación, tanto más dura cuanto muchas veces la
peregrinación lleva para hacerla muchos días, e incluso meses.
h) La veneración más o menos acentuada, pero universal, a los difuntos y
antepasados (V. DIFUNTOS I).
4. El hecho religioso en la historia. Suele
distinguirse con frecuencia entre r. natural y positiva. Por r. natural se
entiende aquella que parte del conocimiento racional que el hombre tiene de su
condición de creatura, y se expresa por la proyección del hombre hacia Dios
según y conforme a las exigencias de esa misma naturaleza. El modo de honrar a
Dios, de proyectarse a Él, parte aquí, por un lado, del estudio y contemplación
del mismo hombre, y de otro del conocimiento natural que el hombre como creatura
racional puede alcanzar de Dios y de los modos con que sospecha quiera pl ser
honrado. La r. positiva supone o implica en su noción que el modo de proyección
del hombre hacia Dios viene determinado, al menos en gran parte, por
disposiciones libres, ya humanas, ya divinas. Recordemos al respecto que la r.
no es sólo fenómeno individual, sino también social. Por lo mismo, la tradición
juega un papel importante, ya que puede y suele regular en muchos aspectos el
modo práctico y concreto de practicar la religión. Tenemos entonces un aspecto
positivo en la misma r. natural, en cuanto es la autoridad de la tradición, o
del estamento sacerdotal depositaria de ella, quien determina no pocos aspectos
de la misma. La r. positiva así entendida no se opone a la natural, pues la
misma naturaleza humana, como social, exige y postula no pocas determinaciones
concretas de lo que la naturaleza de modo general exige. La distinción entre r.
natural y positiva es, desde esta perspectiva (sobre la r. positiva en cuanto r.
revelada sobrenatural, v. III), en realidad mera cuestión teórica. Jamás se ha
dado religión alguna meramente «natural», ni individual ni colectiva. Toda r.
concreta es en realidad positiva en muchos de sus elementos, que son fruto de
concreciones de lo que se suele llamar r. natural.
Intentar hacer la historia del hecho religioso sería tan dificultoso como hacer
la historia de la humanidad. Por otra parte, en esta Enciclopedia se han
dedicado numerosos artículos a las diversas religiones y manifestaciones
del hecho religioso. Nos limitamos aquí a indicar con un cierto orden
sistemático dichos artículos:
Para las religiones de los distintos pueblos y culturas. a) Europa: EUROPA VI;
BÁLTICOS II; CELTAS III; ESCANDINAVIA III; ESLAVOS III; GALIA II; GERMANIA II;
GRECIA VII; IBEROS II; ROMA V. b) Asia y África: ASIA VI; ÁFRICA VII; ARABIA IV;
ASIA MENOR IV; ASIRIA III; BABILONIA III; CANAÁN II; CHINA VI; DRUSOS; EGIPTO
VII; ETIOPÍA VI; FILIPINAS IV; FILISTEOS II; HITITAS II; HURRITAS II; INDIA VI;
JAPÓN VI; MOAB II; PIGMEOS II; SABEOS; SEMITAS II; SUMERIA III; TIBET III;
VIETNAM V. c) América y Oceanía: AMÉRICA VI; OCEANÍA V; AUSTRALIA VII; AZTECAS
II; ESQUIMALES III; FUEGUINOS II; INCAS 11; MAYAS II; MÉXICO IV.
Para las distintas religiones históricas, además del cristianismo (v.), pueden
verse los artículos: BRAHMANISMO; BUDA Y BUDISMO; HINDUISMO; CONFUCIO Y
CONFUCIANISMO; ISLAMISMO; JAINISMO; JUDAÍSMO; MANIQUEÍSMO; MAZDEÍSMO; PARSISMO;
TAOÍSMO; ZEN; ZOROASTRO Y ZOROASTRISMO.
Otros artículos y temas relacionados con la historia de las religiones:
ANIMISMO; CHAMANISMO; DUALISMO; FETICHISMO; MONOTEÍSMO; IDOLATRÍA; MAGIA;
MANISMO; PANTEÍSMO I; POLITEíSMO; PREANIMISMO; PRIMITIVOS, PUEBLOS II;
TOTEMISMO; GNOSTICISMO; SINCRETISMO; HERMETISMO; MISTERIOS Y RELIGIONES
MISTÉRICAS; RELIGIONES ÉTNICO-POLÍTICAS; MITO Y MITOLOGÍA II; etC.
Diversas manifestaciones del hecho religioso: ASCETISMO; CULTO; DIFUNTOS;
INICIACIÓN, RITOS DE; MÍSTICA; MITO Y MITOLOGÍA; OFRENDA; ORACIÓN; PENITENCIA;
PURIFICACIÓN; SACERDOCIO; SACRIFICIO; etC.
A. PACIOS LÓPEZ.
BIBL.: W. SCHMIDT, Der Ursprung der gottesidee,
Miinster 1926-55; ID, Manual de historia comparada de las religiones, Madrid
1941; ID, Menschheitswege zum gotterkennen, Munich 1923; W. KOPPERS, Primitive
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Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991