REDENCIÓN I. SAGRADA ESCRITURA.


La voz r. es uno de los términos que desde sus orígenes el cristianismo ha usado para describir la idea más general de salvación (v.). Aparece por eso asociado a otros vocablos que forman la constelación terminológica con que se ha expresado el mensaje de salvación. A su lado hallamos vocablos como expiación (v.) tomado del lenguaje del culto y de los sacrificios; justificación (v.), donde encontramos el vocabulario jurídico: reconciliación, liberación, etc.
      El sustantivo redención y el verbo redimir provienen originariamente del lenguaje empleado para designar un cierto tipo de transacciones comerciales que se daban en la antigüedad: compra-venta, mediante el pago de un precio, de un hombre que vive en esclavitud. El sentido de liberación de la esclavitud está aquí presente, aunque debe ser matizado, porque al ser utilizado en el contexto religioso cristiano su significado adquiere valores propios.
      En las lenguas latinas el vocabulario de la r. se ha tipificado en el grupo redimir (redimir, redentor, etc.). La terminología griega es menos rígida, lo mismo que la hebrea. Por eso, para un análisis de este vocablo será preciso recurrir a algunos otros términos que han sido amalgamados en las traducciones en la terminología de la redención.
      1. Terminología. El griego emplea principalmente dos términos para expresar la idea de r.: los derivados de lytron (lytrousthai, lytrosis, apolytrosis, etc.) y el verbo agorazein.
      Lytron expresa la idea de desligar y de liberar. De aquí el sentido de redimir o rescatar un cautivo, mediante el pago del valor de la persona redimida de la esclavitud. En su forma verbal, liberar mediante un rescate y, en voz media, pagar el rescate. Esta forma griega traduce dosradicales hebreas, g'l y pdh, que veremos a continuación. Agorazein y exagorazein originariamente se refiere a lo relacionado con la plaza pública. Así puede significar, tomar parte en los asuntos tratados públicamente. Más frecuente es el sentido de comprar lo que se vende en la plaza y, por extensión, ir al mercado y, sobre todo, comprar. Este es el sentido que hallamos en el N. T. En voz media encierra el sentido de adquirir para uno mismo.
      El grupo lytron es, sin duda, el más empleado. Su uso en el N. T. depende de la utilización que de él ha hecho la traducción griega de la Biblia. De aquí la necesidad de examinar primero su sentido en el A. T. El verbo agorazein, en cambio, no tiene una utilización precisa en el A. T. dentro de contextos religiosos o teológicos. Por eso solamente examinaremos su presencia en el N. T.
      2. En el Antiguo Testamento. Interesa, sobre todo, precisar el sentido y el desarrollo que ha sufrido la idea de r. en el A. T. Solamente el verbo lytrousthai y el sustantivo lytrosis han tenido una utilización teológica. Como hemos indicado, la traducción griega de la Biblia, los Setenta, han vertido al griego dos radicales hebreas, g'1 y pdh. A través de la primera los hebreos expresan una característica de su derecho familiar: el go'el es el pariente más próximo a quien corresponde velar por la familia. Así interviene cuando algún miembro o parte de la familia ha caído en la esclavitud o ha perdido sus bienes. Lev 25,23 ss. legisla acerca de las obligaciones del go'el encargado de rescatar los bienes de un familiar. Cuando un miembro de la familia ha muerto sin descendencia, el pariente más próximo es el encargado de restaurar la descendencia legal del difunto tomando por esposa la mujer del hermano o pariente fallecido; es el caso de Ruth y Booz (cfr. Ruth, cap. 4). El go'el es igualmente el «vengador de sangre», es decir, el que debía castigar al asesino de un familiar (los 20). El sentido, por tanto, de la forma verbal ga'al es el de rescatar o redimir y también el de vengar, aunque cuando encontramos vengar nos aproximamos a la idea de retribuir y compensar, muerte por muerte.
      En el ámbito religioso este término es utilizado para expresar la relación privilegiada de Israel con su Dios. Dios es el go'el de Israel. En Ex 6,6 Yahwéh se manifiesta a Moisés como el liberador de la esclavitud egipcia: «yo os libraré de la esclavitud y os rescataré». El sentido de liberación.y de r. van juntos. Este aspecto matiza el significado de rescatar eliminando la idea del pago, o de transacción mediante pago, en la liberación. La acción de Dios redimiendo a Israel de la esclavitud marcará toda la historia religiosa de este pueblo. Ya en Ex 19,5 se alude a la liberación de Egipto como causa del derecho de propiedad que Yahwéh tiene sobre Israel. Israel es un pueblo redimido que se ha hecho propiedad de su Dios. En el pacto del Sinaí Israel confirmará libremente su pertenencia .a Yahwéh, que debe reiterar permanentemente por medio de un digno comportamiento ante Yahwéh (cfr. Ex 19,5).
      En los profetas y particularmente en la segunda parte de Isaías (v.) es muy frecuente referirse a Dios como redentor y liberador de Israel (cfr. Is 41,14 donde los Setenta vierten go'el por ho lytroumenos, en otros casos traducen por ho rysamenos, «el que libera»; Is 44,6; 47,4; 48,17; 49,7.26, etc.). En esta segunda parte de Isaías encontramos también la asimilación de la liberación de la cautividad de Babilonia a la antigua liberación de Egipto: la nueva liberación, y en realidad todas las liberaciones de que ha sido objeto Israel, van a ser descritas con esta terminología (cfr. Is 52,3-6). Tiene importancia este pasaje porque nos da una idea muy real de lo que se entiende por r. en esta segunda parte de Isaías: «de balde fuisteis vendidos, y sin plata seréis rescatados» (52,3), donde el carácter de una r. que no es sino una liberación, queda de manifiesto, sin que intervenga la idea de un precio pagado por un esclavo a quien se libera de la esclavitud.
      En el mismo libro aparece otra idea cuya repercusión posterior va a ser de mucha importancia: la unión de la idea de rescate o r. con la de perdón de los pecados. El autor sagrado ve sin duda que la causa del destierro a Babilonia fueron los pecados y mala conducta del pueblo. Yahwéh, compadecido, mira de nuevo hacia su pueblo y le promete la restauración. Para ello destruirá sus pecados y le perdonará. El tema entra en la piedad de Israel y la r. de los pecados aparece con frecuencia (cfr. Ps 130,7). La doctrina de la r. del N. T. está impregnada de este pensamiento.
      Jeremías contrapone la idea de r. y rescate a la del castigo de la esclavitud en el destierro (Ier 31,11). En Mich 4,10 Israel es rescatado y liberado de sus enemigos de Babilonia y en Os 13,14 se habla de una liberación del sheol y de una r. o rescate de la muerte. Estos textos confirman el sentido de la r. que hemos dado al hacerlo equivalente al de salvación o liberación.
      Un sentido más peculiar es el que hallamos en Ex 13, 13-16, donde el verbo rescatar es empleado para describir la liberación de los primogénitos de Israel, propiedad de Yahwéh, que se le debían consagrar. Este texto rememora la liberación de aquellos primogénitos, cuando el ángel de Yahwéh pasó exterminando a los primogénitos egipcios. La liberación se efectúa en este caso mediante el sacrificio de un animal (cfr. Num 18,15.17). El sentido de redimir tiene aquí un alcance ligeramente diferente de la pura liberación que hemos hallado, ya que interviene como compensación el sacrificio de un animal, aunque queda también el valor de liberar o rescatar.
      Si de la radical g'l pasamos a la de pdh, otra de las formas que los Setenta traducen con lytrousthai, observamos un sentido muy similar. Así, en Dt 7,8 se describe la liberación de Egipto como un «rescate de la casa de la servidumbre» (cfr. Dt 9,26; 13,6; 15,15; 21,8 con idéntica referencia a la liberación de Israel de Egipto). En 2 Sam 7,23 la idea de r.-liberación está asociada a la de adquisición. «¿Qué otro pueblo como tu pueblo Israel? Sólo hay una nación sobre la tierra a la que Dios haya ido a rescatar para hacerla su pueblo...». El amor y la misericordia de Yahwéh están sosteniendo desde el fondo esta actitud y actividad liberadora de Dios hacia su pueblo (cfr. Ps 26,11 y 130,7).
      El verbo redimir (padah) puede también tener un sentido más bien psicológico, como en 2 Sam 4,9, cuando exclama David: « ¡Por vida de Yahwéh, que ha librado mi alma de toda angustia! » (cfr. Ps 25,22).
      En Ier 15,20 ss., Yahwéh se declara liberador y redentor de Jeremías: «Yo te libraré de la mano de los malos y te rescataré del puño de los tiranos». En textos donde se expresa la piedad personal de Israel también está presente la idea de Dios redentor del justo que confía en Él.
      Este recorrido de pasajes bíblicos en los que está presente la terminología característica de la r. es suficiente para darnos una idea de lo que el A. T. entiende por redimir. El cuadro del derecho familiar del go'el nos da una primera aproximación con el sentido de proteger y de liberar o salvar. Cuando Dios figura como sujeto de ga'al este significado es manifiesto. Dios no sólo protege,sino que salva y libera a su pueblo de los males que le amenazan. Redimir en sinónimo de sacar indemne de un mal trance, por eso equivale a salvar. El telón de fondo sobre el que se piensa la r. de Israel por parte de Dios es la liberación de la esclavitud egipcia, que condiciona histórica y psicológicamente la forma de pensar, la relación de Israel con su Dios. La segunda gran liberación de Israel ha sido la liberación de la esclavitud de Babilonia, y ésta ha sido también descrita como una redención.
      En la liberación de la esclavitud babilónica, sin embargo, se añade un nuevo elemento. El destierro, según la interpretación que los profetas han dado, ha sido el castigo que Dios ha infligido a Israel por su mala conducta, es decir, por sus pecados. Objetivamente el rescate de la tiranía de Babilonia sigue siendo una liberación, como lo fue la de Egipto, pero esta nueva liberación presta atención al estado previo: no sólo van a ser sacados de Babel, sino que la causa del destierro va a ser eliminada, Dios perdona y redime también los antiguos pecados, pues ha tenido misericordia de su pueblo. De esta forma la terminología de la r. se extiende a un nuevo campo y se hace más profunda. En el judaísmo posterior, y especialmente en el cristianismo, este sentido se hará predominante.
      La intervención redentora de Dios en favor de Israel no tiene otro fundamento que el amor y la misericordia divina. El esquema estructural sobre el que se funda la idea de la r. es el de los derechos del go'el que protege y salva a los suyos. Por tanto, la acción divina es gratuita. Nunca hallamos el esquema del comprador que, mediante el pago de un rescate, redime a los esclavizados. El dominio soberano de Dios sobre todos los pueblos de la tierra la da derecho a intervenir en la historia de los hombres con plena libertad para castigar y para redimir a su pueblo.
      Otro dato importante es la relación de r. con la de adquisición. Yahwéh ha elegido a un pueblo que va a ser el portador de una promesa de salvación universal. La elección va unida a la liberación y rescate de ese pueblo hasta hacer de él una nación. En el A. T. hallamos con frecuencia la idea de que el derecho de propiedad que Dios tiene sobre Israel se funda en la protección que le ha dispensado, redimiéndole de la esclavitud. La r. por lo mismo ha hecho de Israel el pueblo de Yahwéh. Redimir y adquirir van juntos, ya que, por la r. efectuada, Israel se ha hecho propiedad de Yahwéh.
      Finalmente, es muy importante notar que, a lo largo de la historia sagrada, la idea de r. va derivando de lo colectivo hacia lo personal. Inicialmente la r. tiene por objeto a la colectividad de Israel; pronto el mismo vocabulario se aplica a personas concretas, a un enviado de Dios o a un justo perseguido. Igualmente, la r. que originariamente se refería a la liberación de una esclavitud externa, se dirá también de la liberación de los pecados: Yahwéh redimirá a Israel de sus pecados.
      3. En el Nuevo Testamento. Sigue de cerca el sentido que hallábamos en el A. T. La r. neotestamentaria es r. del pecado, liberación y adquisición de un pueblo por y para Dios. Conviene señalar desde el primer momento dos aspectos: el N. T. acentúa con fuerza, hasta hacerse casi exclusiva, la r. como liberación o perdón de los pecados y, en segundo lugar, que cuanto se decía en el A. T. de Dios redentor de Israel es dicho frecuentemente en el N. T. de Cristo. Este dato tiene mucha importancia no sólo para la comprensión de la r. cristiana, sino también para apreciar el itinerario seguido por la cristología neotestamentaria.
      Nos encontramos, al examinar el N. T., con fórmulas que recogen textos del A. T. Así vemos que en Le 1,68 Zacarías da gracias a Dios porque ha visitado y redimido a su pueblo (cfr. Le 2,38). Lo más frecuente es, sin embargo, que Cristo figure como sujeto de la redención. Él es quien redime, aunque la obra de Cristo, y de Dios en Cristo, sean una acción única.
      En algunos casos, como los dos que acabamos de citar, la r. figura sin complemento alguno, de forma absoluta. Jesús, o Dios, redime y rescata a los hombres. No cabe preguntarse de qué, pues está presente el pensamiento escatológico del A. T., que justifica esta forma de referirse a la redención. La liberación final, el juicio de Dios, etcétera, supone la r. de las actuales tribulaciones de los justos. Sin embargo, a veces tiene un sentido más preciso, sobre todo cuando las enseñanzas se refieren al estado presente del hombre. En 1 Pet 1,18 vemos que los cristianos «han sido redimidos de la conducta vana heredada de los padres», donde se refiere al modo de vivir de acuerdo con las tradiciones recibidas de sus mayores, judíos o paganos. No podemos dejar de asociar este pasaje a las múltiples observaciones de S. Pablo sobre la Ley mosaica que nos describe esclavizando al hombre y de cuya esclavitud han sido liberados los creyentes (cfr. Gal 3,24 ss.; 4,1-7).
      La forma más generalizada en el N. T. es la de hablar de la r. de los pecados. De manera explícita o implícita se encuentra casi siempre este pensamiento. En Tit 2,14 la muerte de Jesús es presentada como una muerte para la r. de los pecados: Cristo «se entregó por nosotros para redimirnos de toda iniquidad». El tema se enlaza con el Ps 130,8. Este texto asociaba dos ideas, la de la r. de los pecados y la de la purificación, para hacer del pueblo un pueblo propiedad de Dios: redimir los pecados y purificarlos es prácticamente idéntico. Por su parte, Col 1,13-14: «Él nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del Hijo de su amor, en quien tenemos la redención: la remisión de los pecados», conjuga, a su vez, dos ideas: la r. se explícita diciendo que no es sino la remisión de los pecados; además la r. implica la salida del reino de las tinieblas y la entrada en el reino de Cristo. La metáfora del reino de las tinieblas no puede tener otro sentido que el del reino del mal o del pecado, pero concebido éste como una fuerza y poder que avasalla y esclaviza al hombre, sentido habitual en S. Pablo. El pecado es destruido o eliminado en el hombre, con lo que éste queda libre de su poder. A través de este pasaje se aclara ya un aspecto que puede oscurecer la inteligencia de la r. en el N. T.: es perfectamente lógico hablar de r. de los pecados cuando el pecado es concebido como una fuerza y poder tiránico que esclaviza al hombre. El cristiano ha sido sacado del reino del mal y trasladado al Reino de Dios. Esta forma de expresarse es indudablemente arcaica y requerirá un tratamiento hermenéutico adecuado. Evitará, sin embargo, hacer derivar la interpretación de la r. hacia fórmulas jurídicas o políticas extrañas al pensamiento neotestamentario.
      El modo como se ha efectuado la r. de los hombres ha sido la muerte de Cristo. Los escritos del N. T. están en completo acuerdo sobre esta afirmación. Nos referimos a la muerte de Cristo como acontecimiento salvador total, es decir, incluyendo la resurrección. La referencia a la muerte puede hacerse de formas varias: Dios entregó a Cristo por nuestros pecados, Cristo se entregó a sí mismo y, sobre todo, las alusiones a la sangre de Cristo derramada en su pasión y muerte (cfr. Rom 3,24 ss.; Eph 1,7; Heb 9,11-14). Esta forma de referirse a la muerte deJesús presupone que es un sacrificio expiatorio por los pecados.
      Redimir los pecados de los hombres o, simplemente, redimir a los hombres y expiar los pecados coinciden fundamentalmente. La terminología de la r. nos lleva hacia la idea de esclavitud respecto del pecado y del mal, personificados como señores o poderes tiránicos y de liberación de esa esclavitud. La de expiación (v.) hacia la del pecado como mancha u obstáculo que impide la aproximación del hombre a lo divino, y que ha de ser eliminado o expiado mediante un sacrificio o un rito expiatorio. Las ideas cultuales del A. T. ayudan para la comprensión neotestamentaria de la expiación; el axioma «según la Ley todas las cosas han de ser purificadas con sangre, y sin efusión de sangre no hay remisión» (Heb 9,22) lo pone bien de manifiesto.
      El uso de estos dos modelos explicativos, expiación sacrificial y r., se entrecruza en el N. T. dando lugar a cierta confusión para el lector no habituado a estos tipos de lenguaje. Entre otros ejemplos señalamos a Rom 3,2126 y Heb 9,11-14. En el primero la palabra r. (apolytrosis) aparece en un contexto sacrificial: los creyentes han sido redimidos por Cristo, ya que Él es el nuevo lugar del culto y al mismo tiempo la nueva víctima del sacrificio que por su sangre purifica los pecados. En el texto último citado de la Epístola a los Hebreos la muerte y la resurrección de Cristo ha sido asimilada al paso del antiguo sumo sacerdote levítico, que penetra con la sangre del sacrificio en el interior del santuario, donde mora la divinidad, para efectuar la expiación de los pecados, «obteniendo una redención (lytrosis) eterna».
      La r. sigue siendo en el N. T. fundamentalmente una liberación de la esclavitud y consiguiente adquisición para Dios de un nuevo pueblo. Siendo el pecado una fuerza y poder que ha alejado a los hombres de su dueño natural, Dios, y siendo al mismo tiempo concebido como una mancha o impureza que requería ser purificada mediante un rito sacrificial, la conjunción de la idea de r. con la de expiación brota del todo espontánea en una mente bíblica. El no haber distinguido con suficiente precisión estos dos estratos del pensamiento bíblico ha llevado a algunos a una incorrecta inteligencia del concepto de r. y a una falsa interpretación de algunos textos del N. T. Así, p. ej., en la historia de la teología cristiana ha habido autores que han pensado en la sangre de Cristo como el precio pagado por Él al mismo demonio para redimir al hombre, idea que no tiene apoyo bíblico.
      La utilización en el N. T. de los verbos agorazein y exagorazein requiere también explicaciones. El uso corriente de estos dos verbos en el N. T. es el habitual del griego de la época; significa, en resumen, comprar o adquirir (cfr. Me 6,36 s.; 11,15; 15,46; 16,1; lo 4,8; 6,5; 13,36; etc.). Ha sido también usado para expresar la idea de redención. Así: «Habéis sido bien comprados...» (1 Cor 6,20: «Cristo nos compró de la maldición de la Ley haciéndose él mismo maldición por nosotros»; Gal 3,13) «... con tu sangre nos compraste para Dios» (Apc 5,9). A primera vista el precio de la compra es la sangre de Cristo; sin embargo, si el cuadro o esquema de una compra-venta es aplicado rígidamente no sabemos a quién ha sido dado el precio. Estas expresiones han suscitado numerosas dificultades.
      Se ha pensado, dado que en el A.T. no se encuentra esta concepción, que los autores del N. T. han utilizado una forma peculiar de transacción que se daba en el mundo greco-romano. Se trata de una forma de liberarse un esclavo de su servidumbre: el esclavo llevaba a un templo el dinero que podía ahorrar y lo depositaba bajo la tutela del dios; cuando la suma depositada correspondía al precio del esclavo, se efectuaba la liberación. El dios figuraba como el comprador del esclavo que abonaba al dueña la suma correspondiente. Se trataba evidentemente de una f ictio iuris, el esclavo en realidad se liberaba a sí mismo pagando su propio precio.
      Las diferencias entre esta forma de liberarse de la esclavitud y la descrita en los textos del N. T. son manifiestas: la r. cristiana es siempre vista como una r. absolutamente gratuita, debida únicamente a la misericordia de Dios. Cristo nunca figura abonando un precio a nadie. Faltan, por tanto, elementos para hacer una aproximación de la r. cristiana a esta forma de r. que nos ofrece la religión pagana.
      El problema planteado por el uso del verbo agorazein es fundamentalmente idéntico al que nos ofrecía lytrousthai. La solución por consiguiente es la misma. El sentido más exacto de agorazein, cuando es usado dentro del contexto religioso de la r., es más bien el de adquirir mediante algo. Dios adquiere para sí, de nuevo, a la humanidad mediante la muerte o sangre de Cristo, vista ésta como sacrificio por los pecados. Por el pecado precisamente el hombre se había apartado de Dios; conforme al pensamiento bíblico, la eliminación del pecado a través de un sacrificio expiatorio que lo borra y destruye, es el medio por el que Dios re-adquiere a una humanidad envuelta en el pecado. Por tanto, la sangre de Cristo no es un precio sino un medio de r. y liberación (cfr. Eph 1,7-14).
      Eph 1,14 confirma plenamente este sentido cuando nos habla de una «redención de adquisición»: Dios redime al hombre de los poderes malos que le dominan volviéndole hacia Él. El contexto de este pasaje es escatológico: la eclosión final de la r. se realizará en la resurrección; de momento, el cristiano tiene la garantía de que tal realidad se está gestando en el presente por la presencia del Espíritu de Dios en él, que es arra y prenda de la total y definitiva r. final (cfr. Rom 8,23; Le 21,28). En Col 1, 13-14: «Él (Dios) nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del Hijo de su amor, en quien tenemos la redención: la remisión de los pecados»; se conjugan con precisión los tres elementos que venimos examinando: poder de las tinieblas, Reino de la libertad y r. efectuada por el perdón de los pecados.
      La interpretación de la r. como una liberación de un estado o situación de la humanidad se manifiesta todavía más claramente al observar la fuerza con que se subraya en el N. T. la resurrección de Cristo (v.) y su poder salvador. La resurrección no ha sido interpretada por los autores del N. T. como un simple acontecimiento que sucede a la r. operada por Cristo en la cruz, sino que penetra en el interior mismo del acontecimiento redentor constituyendo una parte esencial de él.
      La revelación cristiana se ha centrado desde el primer momento en la muerte y resurrección de Cristo y ha hecho de ellas el centro de su mensaje de salvación. El hecho de la muerte y resurrección del Mesías desconcertó en los primeros momentos a los apóstoles, que se resistían a dejar su concepción del Mesías como un rey victorioso; sólo de modo sobrenatural se produjo el giro completo para que vieran luego en este doble acontecimiento el punto clave de su mesianismo. Para comprender la forma en que nos han descrito la r. es preciso recordar la fuerza con que el pensamiento hebreo sentía la idea de solidaridad, por la cual los miembros de un grupo o clan participan, para bien o para mal, unos de otros. Dentro delgrupo funciona también un elemento peculiar, hay un representante o jefe que de alguna manera reasume al grupo y en quien el grupo se ve representado. Este representante podía ser el jefe del clan familiar, pero al nivel del pueblo lo era el rey o el sumo sacerdote. Cuando S. Pablo contrapone las figuras de Cristo y de Adán no hace sino recurrir a este cuadro, ampliando el horizonte a la humanidad entera: ambos son los representantes de dos humanidades, ambos solidariamente llevan tras sí a los hombres, uno hacia un mundo dominado por el mal y el pecado, otro hacia un mundo restaurado y redimido que vuelve hacia Dios, su dueño.
      S. Pablo nos muestra a Cristo solidario de una humanidad pecadora con un vigor que no deja de chocarnos: «A aquel que no conoció pecado (Dios) le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él» (2 Cor 5,21; cfr. Rom 8,3; Gal 3,13). La muerte de Cristo ha sido, por lo mismo, una consecuencia necesaria de su plena participación en la situación en que se hallaba la humanidad, ya que para S. Pablo la unión entre muerte y pecado es indisoluble. Cuando Cristo, sin tener pecado propio, ha aceptado la muerte, ha dado el primer paso para la restauración del hombre. La resurrección de la muerte es el segundo momento de la r. del hombre. Dios interviene librando a Cristo de «las ataduras del Hades», conforme a la expresión arcaica de Act 2,24 y haciendo de Él, resucitado, el hombre nuevo, cabeza de la nueva humanidad redimida de la muerte. De esta forma el hombre vuelve a ser plenamente propiedad de Dios, su creador.
      La r. es, pues, una acción esencialmente liberadora y salvadora de Dios realizada en Cristo. El hombre es liberado de la esclavitud del mal y salvado de la muerte eterna. En la muerte de Cristo Dios desvela al hombre la naturaleza íntima de la situación en que se halla ante Él. No se trata de un arreglo de cuentas entre Dios y el hombre más o menos riguroso, ni de una peculiar fictio iuris, sino de la expresión objetiva de la realidad humana, tal como es juzgada por Dios. La resurrección de Cristo (v.) es el acontecimiento final al que está ordenada su muerte en la cruz. En el Resucitado, Dios ha creado una humanidad nueva que devuelve a su creador la vieja humanidad alejada de Él por el pecado y la muerte.
     
      V. t.: SALVACIÓN II; CORDERO DE DIOS I; ENCARNACIiN DEL VERBO II; EXPIACIÓN.
     
     

BIBL.: A. MÉDEBIELLE, Expiation, en DB (Suppl.) IV,1-262; G. BARDY, Le Sauveur, París 1939; J. BONSIRVEN, Théologie du N. T., París 1951, 292-327; M. MEINERTZ, Teología del Nuevo Testamento, Madrid 1966; F. PRAT, La théologie de Saint Paul, 11, 10 ed. París 1925, 53-277; 1. M. BOVER, El dogma de la redención en las Epístolas de San Pablo, «Estudios Bíblicos» 1 (1942) 357-403; 517-541; íD, Teología de San Pablo, Madrid 1952; L. CERFAUX, Le Christ dans la Théologie de Saint Paul, París 1951; D. DE CONCFIAs, Redemptio acquisitionis, «Verbum Domini» 30 (1952) 14-29; 81-91; 154-169; S. LYONNET, De peccato et redemptione, Roma 1960; íD, La historia de la salvación en la epístola a los Romanos, Salamanca 1967; íD, San Pablo. Libertad y Ley Nueva, Salamanca 1964; A. GÜEMES, La libertad en San Pablo, Pamplona 1971; P. HENRY, Kénose, en DB (Suppl.) 7-161; A. ROBERT y C. SPicQ, Médiation, en DB (Suppl.) 997-1083.

 

MIGUEL ÁNGEL R. PATÓN.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991