Protoevangelio
 

Se conoce con este término el oráculo contenido en el cap. 3, vers. 15, del Génesis (v.). Tan pronto Adán (v.) y Eva (v.) perdieron su estado privilegiado al que habían sido elevados gratuitamente por Dios, se rompió su equilibrio interior y se percataron de que estaban desnudos. En vez de salir al encuentro de su Dios, como hacían antes del pecado, huyeron de su presencia y se escondieron entre los árboles del jardín tan pronto oyeron sus pasos por el Paraíso «a la brisa de la tarde» (Gen 3,8). Dios interroga a los pecadores y les pide cuentas; Adán culpa a la mujer, ésta se excusa diciendo que la serpiente la engañó (Gen 3,13). Inmediatamente empieza el juicio contra los culpables. Dios maldice a la serpiente, y le anuncia: «Pongo enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo. Él te aplastará la cabeza y tú le acecharás el calcañal» (Gen 3,15).
Individualización de los protagonistas. a) La serpiente. Se la considera como la verdadera culpable (3,13), a la que se maldice sin darle lugar a excusas. En su conversación con la mujer aparece como un ser enemigo de Dios, como si fuera un teólogo sutil que interpreta la prohibición de Yahwéh de comer el fruto del bien y del mal en el sentido de que Dios temía perder el privilegio que gozaba Él solo de ser el único Dios. En el castigo que se le da, Dios se pone indirectamente de parte de la mujer, y corta definitivamente las relaciones amistosas que existieron entre ambos. Al hablar de la serpiente, el autor sagrado lo hace en dos sentidos sobrepuestos: Unas veces la trata como si fuera un animal más; otras, ahondando en su manera de comportarse, la muestracomo un ser inteligente, astuto y maléfico que se interpone entre Dios y el hombre, e, implícitamente, la describe como potencia individual y colectiva enemiga de Dios y de los hombres, empeñada en alterar las relaciones de amistad entre ambos. Pero el autor sagrado o hagiógrafo no dice explícitamente aquí que se sirve de la serpiente como ropaje literario para presentarla como símbolo e instrumento de una potencia espiritual enemiga de Dios, pero ello es claro; el N. T. la identifica sin más con el diablo (v. DEMONIO I), capaz, como ser racional, de mantener el estado consciente de enemistad profunda con otro ser, también racional.
Al comprobar la existencia del mal en el mundo, y no pudiéndolo achacar a Dios ni al hombre paradisíaco, imputa el hagiógrafo la culpabilidad a una potencia maléfica, que trató de arrebatar a Dios su condición divina y que indujo al hombre a compartirla. Lo que el hagiógrafo entreveía más o menos claramente por la inspiración divina, la reflexión teológica personal y por la revelación sobre la demonología, que se abría paso en la historia de Israel, lo sabemos claramente nosotros, que estamos en posesión de la plenitud de la Revelación: «Por envidia del diablo entró la muerte en el mundo» (Sap 2,24); el diablo fue homicida y pecador desde el principio (lo 8,44; 1 lo 3,8). Dando por seguro que la serpiente de este relato es la máscara del diablo, todo cuanto digamos de la serpiente puede y debe predicarse de aquél, teniendo, sin embargo, en cuenta los más antiguos modos peculiares bíblicos de decir y narrar.
b) La mujer. Se dice en Gen 3,15 que Dios pone (hebreo: asit, pongo) enemistad (hebreo, ebah) irreconciliable y permanente, hasta el derramamiento de sangre (Num 35,21-22), entre la serpiente (diablo) y la mujer (hebreo, haissah, con artículo). Al querer saber nosotros de qué mujer se trata, deberemos tener en cuenta la totalidad del contexto y, además, la índole oracular de todo el versículo, con lo cual quedará descartada la hipótesis de los que refieren el término issah única y exclusivamente a Eva como individuo. Según la mente del autor sagrado, el término isstih se refiere también a Eva, pero en cuanto es punto de partida de la enemistad y del anuncio del vencedor, que será de su linaje. Por eso emplea un término universal, con el cual no se pierde de vista a Eva, la mujer pecadora, y se prevé que la enemistad continuará con una larga serie de mujeres, principalmente la que daría a luz al vencedor. La lucha empieza con Eva, pero se perpetuará a su muerte a través de los siglos con otras mujeres.
c) El linaje de la serpiente. Si detrás de la serpiente se oculta el diablo tentador, no se sigue que el autor sagrado pensara en que este diablo engendraría a otros de su mismo linaje que continuarían el estado de lucha. Si habla de la descendencia del diablo o de la serpiente es porque debe emplear esta expresión al referirse al estado de lucha de los descendientes de Eva contra el que fue homicida desde el principio, y que continuará siéndolo siempre. El éxito de la lucha no es nada halagüeño para la serpiente, o el ser racional que se oculta bajo su máscara, pues Dios anuncia que «él te aplastará la cabeza» (hebreo, yesupeka rol). El pronombre él hace referencia al linaje de la mujer, mientras que el complemento del verbo aplastar no se refiere al linaje del diablo, sino al diablo mismo que tentó a Eva. ¿Cuál será la reacción del diablo ante el ataque del linaje de la mujer? «Y tú le acecharás el calcañal» (hebreo, we atlah tesuppenu `ageb). Como se ve, tanto al hablar del ataque-victoria como de la defensa-reacción, se emplea el mismo verbo hebraico gup. Ahora bien, si dicho verso sólo admitiese el sentido de aplastar, cabría conjeturar que ambos contendientes sucumbirán en la lucha; uno, porque se le aplasta la cabeza; otro, por recibir una herida mortal en el calcañal. Pero cabe la posibilidad de relacionar dicho verbo con un doble original gup, con el sentido respectivo de «aplastar» (acádico, gapu; sirio-arameo, gup; cfr. Am 8,4; Ez 36,3) y de «pretender», «aspirar a», «acechar» (Iob 5,5; 7,2; ler 2,24; etc.; cfr. L. Kóhler, W. Baumgartner, Lexicon in Veteris Testamenti libros, Leyden 1958; E. Zolli, Il verbo guph nella letteratura anticotestamentaria, «Marianum», 1958, 282-287). Además también es posible que se emplee el verbo gup cuando se describe el ataque mortal del linaje de la mujer sobre la serpiente, y el vebro gaap al hablarse de la reacción de ésta; el primero significa «aplastar»; el segundo «aspirar a», «pretender». Así, pues, el sentido sería: «Él te aplastará la cabeza, pero tú te esforzarás (aunque en vano) por alcanzarle el calcañal».
Pero aun en el supuesto de que se emplee el mismo verbo con el mismo significado, el ataque del linaje de la mujer recae sobre un órgano vital, la cabeza, mientras que la serpiente, en actitud defensiva, logra solamente alcanzar un órgano secundario. La partícula unitiva waw, que corresponde a la conjunción y («y tú»), es adversativa, siendo el sentido de la frase: «El linaje de la mujer te aplastará la cabeza, pero tú...». Además, según el contexto, existen tres culpables, a cada uno de los cuales se impone un castigo. Si en Gen 3,15 se habla de una enemistad y no de una victoria del linaje de la mujer sobre el diablo, se seguiría que éste, el más culpable de todos, escaparía del castigo. Pero la idea de que el diablo es particularmente castigado flota en todo el pasaje, en el que aparece en actitud defensiva, y no en plan de ataque. Si trata de morder el calcañal del individuo que le aplasta la cabeza es con objeto de defenderse, buscando la manera de librarse del pie que le oprime. Además, los castigos que anuncian las tres sentencias dictadas por Dios se conciben de tal modo que los culpables son castigados a la vez por Dios y por sus víctimas. Para Eva la cosa es clara, al ser castigada por Dios y por su marido (vers. 16); Adán lo es por Dios y por los efectos de la maldición de la tierra (vers. 17-19). La serpiente, según el paralelismo, debe ser castigada por Dios y por la mujer. La intervención de ésta en la lucha no es considerada como una participación en la pena, sino como el ejercicio de un acto de venganza de la mujer contra el demonio. A estas razones deben añadirse las que se desprenden de las perspectivas escatológico-mesiánicas del autor yahwista, que quiere abrir un rayo de confiada esperanza a la humanidad, aun después del pecado. De hecho, Dios se pone de parte de Adán y Eva en contra de la serpiente.
d) El linaje de la mujer. La enemistad que empezó con Eva y el diablo continuará con el linaje de aquélla hasta que aparezca el héroe capaz de asestar el golpe mortal a las pretensiones del diablo. Cabe distinguir dos tiempos en este anuncio de hostilidades. El primero se caracterizará por una lucha continuada con resultados alternos para uno y otro de los contendientes. Pero a este periodo de lucha seguirá otro en que el diablo será puesto fuera de combate. ¿Qué entiende el autor sagrado por el linaje de la mujer, y a quiénes (o a quién) señala como vencedores en la lucha? Ya hemos dicho que todo el linaje de la mujer está empeñado en este combate, pero falta por averiguar si la victoria definitiva será obra de una colectividad o de un individuo concreto. Al referirseel texto al linaje (vers. 15) de la mujer que vencerá al demonio se emplea el pronombre masculino hu=él. En el hebreo primitivo el demostrativo podía ser masculino o femenino. Puede tener también un sentido colectivo o individual. En el supuesto de tener un sentido colectivo, toda la descendencia de la mujer vencerá en la lucha contra el diablo.
Sin embargo, si consideramos que el autor inspirado del Génesis reproduce fundamentalmente la tradición yahwista sobre los orígenes, ilustrándola con la experiencia teológica que le proporcionaba la historia sobre las relaciones del hombre para con Dios, cabe concluir que veía en el vencedor del demonio a un individuo concreto y extraordinario. Para el autor sagrado el pecado no sólo reinó en el mundo en los orígenes de la humanidad, sino que siguió imperando después de la aparición de Abraham en el marco de la historia universal, aun entre los que pertenecían al pueblo escogido y vivían bajo el régimen de la Alianza. Después del pecado de Adán y Eva, la historia bíblica señala con hechos concretos el desequilibrio que el pecado había introducido en la naturaleza humana, que aparece en toda su crudeza en el asesinato de Abel por Caín (Gen 4,8), en la conducta de Lamec (Gen 4,23-24) y de la humanidad de los tiempos de Noé: «Vio Yahwéh que había crecido mucho la maldad del hombre sobre la tierra, y que todos los planes que maquinaba su corazón eran siempre malos» (Gen 6,5); «Toda carne había corrompido su camino sobre la tierra» (6,12). El que seguía arrastrando al hombre al pecado era el «tentador», que perseguía un doble fin: sublevar a los hombres contra Dios y perderlos.
Esta situación de ruptura y tensión entre el hombre y Dios, con el afianzamiento del pecado en el mundo, que el hagiógrafo iba comprobando con la aportación de datos concretos, no le inclinaban a interpretar las palabras de Dios a la serpiente en el sentido de un triunfo colectivo del linaje de la mujer sobre el diablo tentador. De ahí que, a base de esta experiencia teológica y de las sucesivas promesas divinas de alcance mesiánico, va siendo cada día más clara en Israel la interpretación del oráculo divino de los orígenes en el sentido de una victoria escatológica de un luchador individual (Gen 49,10; Num 24,19; 2 Sam 7) sobre el diablo seductor. El imperio del pecado únicamente sería derrocado cuando un individuo calificado del linaje de la mujer, el Rey-Mesías, asestara su golpe mortal sobre aquel que detentaba el imperio de la muerte (Heb 2,14). Sólo Él pudo decir al tentador: «Retírate, Satanás; no tentarás al Señor, tu Dios» (Mt 4,7-10). La muerte no es otra cosa que la expresión corporal del pecado del espíritu. El poder de hacer guerra a los santos y vencerlos fue dado por Dios a Satán (Ap 13,7); pero con su triunfo definitivo sobre el diablo, el Mesías prometido, el vencedor, se convirtió para los del linaje de la mujer en espíritu vivificante, pasando a ser, de hijos de ira (Eph 2,3), hijos de Dios (lo 1,12) (v. REDENCIÓN i).
La versión griega de los Setenta refleja una relectura sapiencia) de Gen 3,15, a la luz del progreso de la Revelación y de las concepciones teológicas de su tiempo, a las que sacrifica las reglas de la gramática, empleando el pronombre autós al traducir la frase: «Él te aplastará la cabeza». Por haber empleado anteriormente el término sperma, de género neutro, se esperaba que escribiera erutó, por razón de la concordancia. Pero, por razón de que veía en el vencedor de la serpiente a un individuo concreto escribe autós (masculino) en vez de autó (neutro). De esta idea se hizo eco también la Vetus Latina, que traduce ipse en vez de ipsum, que exigía el neutro semen=linaje. Lo dicho demuestra que tanto los Setenta, como la Vetus Latina, atribuían la victoria definitiva sobre el diablo a un luchador individual. Era también éste el pensamiento de S. Jerónimo: «Ipse servabit caput ttium... melius habet hebraeo: ipse conteret capta tuum, et tu conteres eius calcaneum... Quia Dominus conteret Satanaln sub pedibus nostris velociter» Un Gen 3,13: PL 23,991).
Interpretación mesiánico-mariológica. La exégesis a que hemos sometido el texto de Gen 3,15, nos ha llevado a ver y definir la verdadera intención del autor sagrado al recoger en su libro un oráculo divino conservado en la tradición yahwista, puesta por escrito probablemente en tiempos de Salomón, y a preguntarnos si detrás de la materialidad de las palabras tiene en vista un sentido teológico más profundo, que él quiso expresar y de hecho expresó. Como cada texto debe interpretarse dentro de su contexto próximo y remoto, y teniendo en cuenta que el autor último sagrado escribía en un periodo relativamente reciente de la historia de Israel, y, por consiguiente, en posesión de un acervo teológico revelado importante, podemos concluir, sin apartarnos de la letra del texto, que allí se habla de un futuro luchador y vencedor excepcional, hijo de David y, por consiguiente, del linaje de la mujer. Si examinamos dicho texto a la luz de la plenitud de la revelación, nos será posible señalar en concreto a este vencedor que el hagiógrafo solamente entrevió, el Mesías (v.), hijo de David, Cristo Jesús (v. JESUCRISTO).
La traducción de la Vulgata: «Ella te aplastará la cabeza», dio pie a que, en un tiempo, prevaleciera la interpretación mariológica sobre la cristológica. En este punto creemos que, para el yahwista, la mujer (haisscrli) del texto oracular no es Eva individuo, sino en cuanto es punto de partida, haciéndose mención de ella en función de otras mujeres, pero, en especial, de la mujer ligada íntimamente a la escatología y al mesianismo de la narración. La unión de la mujer al linaje es una asociación al Mesías en la victoria sobre el diablo. La mujer y su linaje, que anuncian un Mesías hombre, tienen la relación de madre e hijo. De ahí que en Gen 3,15 aparezca implícitamente la madre del Mesías. Por la luz de la fe conocemos plenamente que también María, la madre del «vencedor», aplastó la cabeza del diablo, que en el relato se presenta bajo la forma de serpiente (v. MARÍA I, 1).


L. ARNALDICH PEROT.
 

BIBL.: Comentarios: J. CHAINE, Le lirre de la Genése, París 1949; A. CLAMER, La Genése, en La Sainte Bible, París 1953. Estudios principales: F. CEUPPENs, De Frotoerangelio, Roma 1930; A. COLUNGA, La primera promesa n7esiánica, «Ciencia Tomista» 61 (1942) 5,28; P. HITZ, Les sens nrariale du Protoérangile, «Bulletin de la Société fran~aisc et mariologique» 5 (1947) 33-83; J. COPPENs, Le Protoéc,angile. Un nourel essai d'ex,;gése, «Ephemerides Theologicae Lovanienses), 26 (1950) 5-36; J. CoPPENs, La Mére du Sauveur á la lurniére de la théologie rétérotestamentaire, ib. 31 (1955) 7-20; A. BEA, Bulla «Ineffabilis Deus» et hermeneutica bíblica, en Virgo Imrnaculata, III, Roma 1955, 1-17; B. RIGAux, La femme et son lignage dans Gen 3,15, «Revue Bibliquen 61 (1954) 321-348; D. UNGER, The First Gospel, Gen 3,15, Nueva York 1954; M. BRUNEC, De sensu protoecangelii, «Verbum Domini» 36 (1958) 193-220 y 321-337. Para una bibl. más completa: L. ARNALDICH, Bibliografía bíblico-mariana, «Cultura Bíblica» 11 (1954) 427-434.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991