PISA, CONCILIÁBULO DE


El Concilio de Pisa de 1511, de carácter cismático como otros «conciliábulos» de la historia, es un resultado más de los intentos del galicanismo (v.) y del conciliarismo (v.) por reducir la autoridad papal y someter a los Pontífices al control de reyes y cardenales. La decadencia del Papado había facilitado el camino conciliarista durante los s. XIV y XV; al iniciarse el XVI, empieza poco a poco a recuperar la Santa Sede su anterior fuerza, gracias a la cual podrá oponerse a los desastrosos efectos de la rebelión protestante (v. CONTRARREFORMA), que caracteriza a la segunda mitad de aquel siglo. El c. de P. resulta, pues, uno de los últimos movimientos antipapales que preceden al protestantismo (v.), al Conc. de Trento (v.) y a la Contrarreforma (v.).
      La ocasión inmediata del c. de P. vino proporcionada por la guerra entre el papa julio 11 (v.) y el rey francés Luis XII (v.), que se desarrollaba en el norte de Italia en los años 1510 y 1511. Varios cardenales, descontentos del Papa, abandonaron la corte papal y se unieron al rey: los franceses De Prie y Brigonnet, el italiano Sanseverino y los españoles Carvajal y Borja. De acuerdo con ellos, Luis XII concibió la idea de convocar un concilio y someter al Papa o al menos debilitarle notablemente; para ello sería preciso que el mayor número posible de príncipes europeos se uniesen al concilio y abandonaran la obediencia al Pontífice. Base de la convocatoria lo sería la acusación contra julio II de no haber querido reunir él mismo un concilio universal, contra las prescripciones del Conc. de Constanza (v.); por este motivo, los cardenales que intervendrían en la proyectada asamblea lo harían en nombre de todo el Sacro Colegio, a quien consideraban privado de libertad por hallarse bajo el poder de julio II, y con el fin de suplir al Papa que había faltado a su deber.
      Puesto de acuerdo con el emperador Maximiliano I (v.), Luis XII acordó celebrar el Conc. en Pisa; el 28 mayo 1511 apareció la convocatoria, firmada el 16 por once cardenales, cuya cabeza era Bernardino de Carvajal; laasamblea se inauguraría en Pisa el próximo 1 de septiembre. De tres de los cardenales firmantes se había usado el nombre sin consultarles.
      Contra las esperanzas del rey francés, las Cortes europeas reaccionaron contra el proyecto conciliar del modo más decidido: Fernando el Católico (v.) de España y Enrique VIII (v.) de Inglaterra no quisieron saber nada, así como Hungría, Polonia y la mayor parte de los príncipes italianos. Tampoco los episcopados de estos países aceptaron el plan, y aun negaron su asistencia los obispos alemanes, de modo que pronto se enfrió también el Emperador. Por su parte, Julio II supo reaccionar acertadamente: el 18 de julio, antes de pasados dos meses de la convocatoria de Pisa, declaró ilegal la proyectada asamblea y excomulgados a sus promotores y participantes, y convocó a su vez un Concilio ecuménico para el 19 abr. 1512; esta hábil decisión privó a los cardenales pisanos y a Luis XII de todo pretexto, y ahogó a su concilio aun antes de que llegara a reunirse.
      En efecto, el 1 sept. 1511 no había en Pisa suficiente número de asistentes al concilio como para poder inaugurarlo. Cuando por fin se inauguró, el 1 de noviembre, ni siquiera pudo tener lugar la ceremonia en la catedral, pues los canónigos se negaron a abrirla, y hubo que acudir a la iglesia de San Miguel. Posteriormente comenzaron las sesiones de trabajo: en la primera estuvieron presentes cuatro cardenales, dos arzobispos, catorce obispos y seis abades, casi todos franceses. No era realmente un éxito para Luis XII. Tanto más cuanto que, antes de finalizar el año, el. Conc. hubo de abandonar Pisa, ante la hostilidad de la ciudad, y trasladarse a Milán, donde dominaban las tropas francesas. El Concilio citó repetidas veces al Papa para que compareciese ante él, y finalmente acordó suspenderle en sus funciones y que el propio Concilio se hiciese cargo de ellas. Era el 21 abr. 1512: verdaderamente, estas medidas conciliares resultaban ridículas, pues ante el retroceso del ejército francés, la asamblea hubo de abandonar Milán y pasar a Asti, y de allí a Lyon (junio de 1512), para disolverse en esta ciudad sin ni siquiera ser oficialmente clausurada.
      Tan modesto fin para el c. de P. tuvo, como contrapartidas, la reunión del V Conc. ecuménico de Letrán (v.), que Julio II celebró efectivamente para contrarrestar al conciliábulo pisano; una serie de estudios teológicos y jurídicos contra el conciliarismo, que los especialistas de la época fieles al Papa publicaron para demostrar el Primado pontificio, labor en la que destacó el cardenal Cayetano (v.): gracias a estos estudios las doctrinas conciliaristas y cismáticas perdieron para en adelante gran parte de su fuerza; y en fin, consecuencia también del c. de P., un afianzamiento de la autoridad papal sobre el Colegio cardenalicio, que se confirmará en los pontificados sucesivos.
      Última secuela del conciliábulo fue el arrepentimiento y sumisión al Papa de los cardenales cismáticos. Muerto ya Julio II -que antes de morir manifestó que perdonaba como hombre a estos cardenales, pero que como Papa les prohibía participar en la elección de su sucesor-, el nuevo papa León X procuró prontamente atraerse a los disidentes. En la sesión del V Conc. de Letrán, que León X continuó después de interrumpirlo el fallecimiento de Julio II, se anunció el 17 jun. 1513 que los card. Carvajal y Sanseverino abjuraban de sus errores. El 27 comparecieron ambos ante el Papa y los demás cardenales, habiéndose presentado antes en Roma sin el menor aparato externo. Ante León X pidieron perdón y leyeron la fórmula de abjuración, y el Papa les restituyó entonces en su dignidad cardenalicia. En poco tiempo más se sometieron los restantes cardenales y prelados cismáticos, y el 19 dic. 1513, Luis XII por medio de sus embajadores, se sometió al Papa reconociendo al V Conc. de Letrán.
     
      V. t.: CONCILIARISMO; GALICANISMO.
     
     

BIBL.: R. GARCÍA VILLOSLADA, Edad Nueva, vol. III de la Historia de la Iglesia católica de LLORCA, G. VILLOSLADA, MONTALBÁN, 2 ed. Madrid 1967, 492-508; A. RENAUDET, Le Concile gallican de Pisa-Milán, París 1922; J. M. DOUSSINAGUE, Fernando el Católico y el Cisma de Pisa, Madrid 1946; P. IMBART, Les origines de la Réforme, II, París 1909, 158-74; Mansi, XXXII, 563-835.

 

ALBERTO DE LA HERA.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991