PIO XI, PAPA


1. Primeros años y estudios. Achille Ratti n. en Desio, no lejos de Milán, el 31 mayo 1857, siendo cuarto y penúltimo hijo de Francesco Ratti y Teresa Galli. El padre, director de una pequeña industria textil, podía asegurar a la familia un modesto bienestar. A los diez años ingresó en el seminario menor de S. Pedro Mártir en Seveso. El muchacho reveló inmediatamente extraordinarias dotes de inteligencia y tenacidad: sus estudios secundarios y los teológicos (en el seminario de Seveso, después en el de Monza y, finalmente, en el Colegio San Carlos de Milán) fueron brillantísimos. Versado en todas las materias, demostraba destacado talento en ciencias exactas, hasta tal punto que, una vez conseguido el título de bachiller, hubiera deseado inscribirse en la Facultad de matemáticas de la Universidad de Turín. Sus superiores prefirieron más bien que perfeccionase los estudios eclesiásticos en Roma, donde residió en el Colegio Lombardo. El 30 dic. 1879 fue ordenado sacerdote en S. Juan de Letrán y al día siguiente celebró su primera misa en la iglesia de San Carlos. En la Univ. Gregoriana consiguió el título de doctor en Derecho canónico en 1882; y el mismo año, valiéndose de la preparación recibida en Milán, pudo doctorarse en Teología en la Univ. estatal italiana de la Sapienza, el antiguo Studium Urbis. También en 1882, obtuvo la licenciatura en Filosofía en la Academia S. Tomás de Aquino, instituida desde hacía poco por León XIII para reanimar los estudios tomistas.
      En posesión de todos estos títulos académicos, el joven don Aquiles volvió a Milán, donde, por algún tiempo, rigió una parroquia, dedicándose siempre al estudio, aunque sin descuidar, tampoco, el ejercicio físico. Ya desde muchacho había revelado un extraordinario vigor: de estatura media, macizo, era un gran andarín y, como muchos lombardos, un gran amante de la montaña y de las escaladas. Más tarde será llamado el papa alpinista; y, en efecto, no fueron pocas las cimas escaladas y alcanzadas por él.
      2. Bibliotecario en Milán y Roma. En 1888 comenzó para él la vida de bibliotecario, cuando fue llamado a formar parte de los doctores de la Biblioteca Ambrosiana. No se trataba sólo de tener en orden manuscritos, códices y volúmenes impresos: los doctores tenían, y tienen, la obligación de desarrollar una seria actividad científica, y don Aquiles lo inició con tenaz inteligencia. Se remonta a esta época su principal estudio, los Acta Ecclesiae Mediolanensis. Se puede recordar también la publicación hecha por él del Missale Ambrosianum Duplex, preciosafuente para los liturgistas. En 1907, sucediendo al célebre orientalista Mons. Ceriani, por el cual tenía una afectuosa admiración, don Aquiles llegó a ser prefecto de la biblioteca. En tal periodo, aún dedicado con empeño a los estudios históricos y a los deberes de su oficio, ejerció siempre las funciones de capellán de las Hermanas del Cenáculo y de profesor de hebreo en el seminario mayor.
      En 1912 fue llamado a Roma, para suceder en la prefectura de la Bibl. Vaticana al P. Ehrle, al que S. Pío X había elevado al cardenalato; a la vez fue nombrado canónigo de S. Pedro y Protonotario Apostólico. Siempre absorto en el estudio, su mirada aguda y su sensibilidad de historiador seguían atentamente los sucesos que acaecían alrededor de él, en el Vaticano, en Roma, en el mundo.
      3. Actividad diplomática. En 1918, al final de la 1 Guerra mundial, Benedicto XV le nombró Visitador Apostólico en la resurgida Polonia, donde se planteaban problemas no fáciles de reorganización eclesiástica. Mons. Ratti dio a esta misión un carácter esencialmente pastoral, aun recogiendo y transmitiendo a la Santa Sede los elementos de juicio necesarios para la reorganización de las diócesis. Su misión se extendía a las repúblicas bálticas que habían conseguido la independencia y, en tiempo posterior, también a Rusia. Mons. Ratti siguió ansiosamente las dramáticas fluctuaciones religiosas de este gran país. En jul. 1919 fue nombrado Nuncio Apostólico en Polonia y Arzobispo titular de Lepanto: el 19 de aquel mes presentó las cartas credenciales al presidente de la república, mariscal Pildsuski; el 28 oct., en Varsovia, estando presentes las más altas personalidades religiosas y civiles, recibió la consagración episcopal.
      Los tiempos eran difíciles y había sobre el tapete problemas espinosos. La cuestión de la Alta Silesia, región disputada entre Alemania y Polonia, y cuya suerte fue decidida por un plebiscito, le proporcionó graves amarguras (v. POLONIA). Más tarde llegaron las horas dramáticas de la ofensiva soviética sobre Varsovia. El cuerpo diplomático había abandonado la capital, siguiendo al gobierno, que se había trasladado a otro lugar; pero el Nuncio permaneció en su puesto y esta presencia suya (en su tiempo muy discutida en los ambientes políticos y diplomáticos) animó a la población y la dio la sensación de no estar abandonada del todo. El 15 ag. 1920, la contraofensiva dirigida por el general francés Weygand obligó a los soviéticos a retirarse.
      4. Arzobispo de Milán. Entretanto, en Italia, en Milán, el arzobispo cardenal Ferrari m. en feb. 1921, y algunos meses después, Benedicto XV llamó para sucederle a Mons. Ratti, que fue elevado a la dignidad cardenalicia en el consistorio del 13 jun. 1921. El 8 de septiembre, después de una estancia en Montecassino y una peregrinación a Lourdes, y de haber visitado su pueblo natal de Desio, el nuevo arzobispo entró en la diócesis ambrosiana jubilosamente acogido por las autoridades y el pueblo milanés. Pero el suyo fue un episcopado breve: el 22 de enero Benedicto XV moría y, en un cónclave que duró cuatro días (2-6 feb.), el cardenal Ratti era elegido Pontífice romano.
      5. Primeros momentos de su Pontificado. El nuevo papa, por primera vez desde el 20 sept. 1870, impartió la bendición Urbi et Orbi desde el balcón exterior de la basílica de San Pedro, pocos momentos después de que el cardenal Bisleti, protodiácono, hubiera anunciado al gentío el gaudium magnum. Antes de realizar tal gesto, que suscitó en su tiempo una profunda impresión, había explicado a los miembros del Sacro Colegio que deseaba ofrecer una prenda de paz «no solamente a Roma e Italia, sino a toda la Iglesia y al mundo entero». Éstas venían a ser las grandes líneas del programa de su pontificado, que fue expuesto algunos meses más tarde en la primera encíclica, la Ubi arcano Dei, publicada con fecha 23 dic. 1922.
      ¿Con qué medios? En aquella misma encíclica el nuevo papa manifestó su viva esperanza de poder recomenzar y continuar el Conc. Vaticano I interrumpido a mediados de 1870. P. XI advertía, pues, la necesidad creciente de una «actualización» conciliar en el mismo momento que ponía a toda la Iglesia en estado de misión para restablecer un contacto más verdadero con el mundo.
      Las esperanzas conciliares de P. XI no se realizaron, como es sabido. El Papa quiso que se llevasen a cabo estudios preliminares, que fuesen consultados cardenales y obispos: esta acción prosiguió durante dos años, 1923 y 1924. Pero en 1925 no se habló ya más de concilio. Una hipótesis fundada en elementos concretos, en espera de que hablen los documentos, permite entrever las razones de esta renuncia. Algunos de los cardenales y de los obispos consultados, en particular el Cardenal patriarca de Venecia, Pietro La Fontaine, habían hecho notar que la convocatoria de un concilio en el Vaticano, cuando aún estaba pendiente la cuestión romana, hubiera equivalido a una conciliación de hecho con Italia, a una conciliación, en otras palabras, privada de garantías jurídicas universalmente aceptadas, que asegurasen la soberanía efectiva de la Santa Sede y, por tanto, la plena libertad del gobierno central de la Iglesia.
      6. La Conciliación. Es un hecho que en diciembre de 1925, en un consistorio, el Papa hizo alusiones más bien enérgicas a la cuestión romana (v. ESTADOS PONTIFICIOS II) y a la posición anormal de la Santa Sede. Las negociaciones para la conciliación con Italia, dieron comienzo en 1926, seis o siete años después de los sondeos efectuados por Benedicto XV.
      Considerados desde esta perspectiva, los Pactos Lateranenses firmados tres años después, al término de negociaciones largas y difíciles llevadas con paciencia y habilidad por el card. Pietro Gasparri, Secretario de Estado, e incluso por colaboradores laicos, como Francesco Pacelli, hermano del futuro papa Pío XII (v.), asumen un claro significado eclesial. El Papa quería resolver la cuestión romana para restituir a la Santa Sede su plena libertad de acción, mientras que por los concordatos trataba de asegurar en los diversos países un espacio suficiente para el apostolado de la Iglesia y, más en particular, para el de los laicos, para la acción católica. Los pactos fueron concluidos el 2 feb. 1929 y, como es sabido (v. LETRÁN, TRATADO DE), constan de tres documentos: el Tratado, el Concordato y el convenio financiero.
      El gobierno italiano aceptó de mala gana el Concordato, porque P. XI había hecho de él una condición para el Tratado, es decir, para la solución de la cuestión romana. El Papa, por otra parte, frente a las tendencias totalitarias cada vez más dominantes en Italia, se preocupaba de salvaguardar, al menos jurídicamente, la libertad de conciencia cristiana frente a este nuevo absolutismo. No tardaron en aparecer dificultados y conflictos; especialmente serio fue el de 1931, surgido con el fascismo (v.) a propósito de la acción católica. P. XI tomó resueltamente la defensa del apostolado de los laicos y, en aquellas circunstancias, publicó en italiano la encíclica Non abbiamo bisogno.
      7. Relaciones con otros países. Pero el Concordato conItalia no es más que un hecho más de la actividad de la Santa Sede dirigida a tutelar, en el mayor número de países posibles, la libertad del testimonio cristiano para la consacratio mundi que el Papa perseguía. Fueron muchos los convenios concluidos en el Pontificado de P. XI de los que damos una relación esquemática por orden cronológico: 1922, concordato con Letonia; 1925, con Baviera; íd, con Polonia; 1926, dos convenios con Francia: a) sobre los honores litúrgicos a los representantes franceses en los países de Oriente sujetos al protectorado religioso de Francia; b) en los países en los que las «capitulaciones» no son aplicadas o han sido abrogadas; 1927, concordato con Lituania; «modus vivendi» con Checoslovaquia; 1928, dos convenios con Portugal, relativos a las Indias orientales y a la diócesis de Meliapur; 1929, Concordato con Italia; dos convenios con Rumania (firmados en 1927 fueron ratificados en 1929); concordato con Prusia; 1932, concordato con Baden; 1933, concordato con el Reich alemán; 1934, concordato con Austria.
      Son 23 convenios. El más conocido y discutido es el Concordato de 1933 con la Alemania hitleriana. Inspirado por las razones que hemos señalado, fue firmado aunque la Santa Sede no se hiciese muchas ilusiones sobre las intenciones reales de la otra parte contratante. Pero pareció a P. XI y a su nuevo Secretario de Estado, card. Pacelli (futuro Pío XII), profundísimo conocedor del mundo alemán, que precisamente la inminente amenaza de un férreo totalitarismo hitleriano aconsejaba conferir una base jurídica a las relaciones entre Estado e Iglesia en todo el Reich alemán. El acuerdo, por lo demás, fue solicitado por Berlín. El concordato fue casi inmediatamente interpretado unilateralmente, es decir, violado, y no ahorró al catolicismo alemán las persecuciones. Pero la violación fue flagrante y reveló al mundo qué valor atribuía a los pactos el régimen hitleriano. El Papa lo subrayó con la encíclica Mit brennender Sorge (14 mar. 1937) sobre las condiciones de la Iglesia católica en el Reich.
      Los concordatos, especialmente los firmados con la Italia fascista y la Alemania hitleriana, fueron más tarde interpretados por algunos tendenciosamente, como una connivencia de la Iglesia con el totalitarismo nacionalista o racista. En realidad, como se ha visto, el Papa se preocupaba de preservar las libertades religiosas, y tanto más aparecía necesaria esta defensa cuanto más reducido era el espacio que quedaba para la libertad de los ciudadanos.
      También con la Unión Soviética hubiera negociado P. XI si el régimen bolchevique lo hubiera querido. No es casualidad que la encíclica Divini Redemptoris sobre el comunismo ateo, y la Mit brennender Sorge sobre las condiciones de la Iglesia en Alemania, aparecieran casi simultáneamente con la fecha, respectivamente, de 19 y 14 mar. 1937.
      Frente a los países en que regía el sistema democrático, P. XI siguió una praxis que fue llamada de pequeño ralliement, con referencia a las directivas seguidas por León XIII hacia finales del siglo pasado. Están en esta línea la reanudación de las relaciones con Francia, en 1924, y la reprobación de la Action Franeaise (v.) que establecía una especie de simbiosis entre Catolicismo y monarquía, como también la seguida frente a la República española de 1931 (Enc. Dilectissima nobis). El Papa pedía a los católicos la aceptación del orden constitucional y legal y que obrasen lealmente, desde el interior, usando sus derechos de ciudadanos, para enmendar las leyes y las normas lesivas a los derechos religiosos y humanos.
      En el cuadro de la inspiración que distinguió su entero pontificado, P. XI atendió mucho también las misiones. Éstas recibieron un vigoroso impulso y se atendió especialmente la promoción de un clero indígena, tan importante para el porvenir de las jóvenes cristiandades de Asia y de África.
      8. Últimos años. Con la afirmación de los totalitarismos y del imperialismo paganizante que llevaban consigo, P. XI vio herido gravemente su supremo ideal: pax Christi in regno Christi. No escondió su dolor con ocasión de la visita a Roma de Hitler, cuando abandonó el Vaticano para trasladarse a Castelgandolfo, y manifestó su aflicción al ver junto a las tumbas de los mártires alzada una cruz no cristiana.
      Amargas desilusiones le vinieron también de Italia, sobre todo cuando el fascismo quiso dirigirse por el camino del racismo alemán. Denunció vigorosamente esta funesta «imitación» y la lesión que se infería al concordato de 1929 y a los derechos humanos con las nuevas disposiciones que prohibían el matrimonio entre no arios. En la crisis checoslovaca de 1938, el «fatigado trabajador», como él mismo quiso llamarse, ofreció su vida por la paz. Pero no se alegró por el compromiso de Munich, que sacrificaba un país libre a la voracidad armada, por cesiones que no evitarían la guerra. De esto era plenamente consciente, como atestiguan sus más directos colaboradores.
      Los últimos años de P. XI fueron atormentados por la enfermedad, que poco a poco corroía la fortísima naturaleza del Papa, aunque no doblegase su fortaleza, hecha de vigor cristiano y varonil coraje. En su tenaz voluntad hubiera querido sobrevivir hasta el 11 feb. 1939, décimo aniversario de la Conciliación con Italia; para aquel día había convocado a Roma a todo el episcopado italiano y se esperaba de él un discurso de grandísima importancia. Agonizante, su entereza y sentido del deber causaba, según los casos, admiración, respeto o temor. M. a las tres de la mañana del 10 feb. 1939. Enérgico y voluntarioso en su acción, P. XI tuvo una riqueza de sentimientos humanos que le hizo padre amante y partícipe de las penas y de los consuelos de los hijos. Habló mucho sin ser orador; pero sus discursos, desnudos de cualquier concesión a la retórica, conquistaban a quien los escuchaba. Más que hablar, meditaba en voz alta y se tenía la impresión de participar al menos de una parte de su vida interior.
     

BIBL.: C. CONFALONIERI, Pio XI visto da vicino, Turín 1957G. CAPRILE, Pio XI e la ripresa del Concilio Vaticano, «La Civiltá Cattolica» (2 jul. 1966); R. FONTENELLE, Sa Sainteté Pie XI, París 1937; L. SALVATORELLI, La política della Santa Sede dopo la guerra, Milán 1937; F. PACELLI, Diario della Conciliazione, Ciudad del Vaticana 1959.

 

JOSEMARÍA REVUELTA.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991