PARMÉNIDES
Personalidad y obra. Natural de Elea, a la que dio leyes, y fundador de la
Escuela de ese nombre, n. ca. 540-539 según las indicaciones de Apolodoro, o ca.
516-511 según el testimonio de Platón (Parménides, 129 b; Teeteto, 183e-184a; El
Sofista, 217c), mucho más atendible; no se puede fijar la fecha de su muerte.
Probablemente no conoció a Jenófanes, con el que tiene gran afinidad de
pensamiento (V. ELEA, ESCUELA DE), y fue discípulo de los pitagóricos (v.).
Platón (v.) muestra una gran admiración hacia él, que contrasta con el poco
aprecio de Aristóteles (v.). Un diálogo de Platón lleva el nombre de P., el
personaje principal, y ofrece al comienzo una semblanza de su persona: «En
cierta ocasión habían venido para asistir a las Grandes Panateneas Zenón y
Parménides. Era ya Parménides hombre de edad muy avanzada y, con su pelo
totalmente canoso, ofrecía una apariencia hermosa y noble; frisaba por entonces
muy cerca de los sesenta y cinco años» (Parménides, 127b). En el Teeteto
(183e-184a) Platón pone en boca de Sócrates estas palabras: «A mi parecer,
Parménides, como el héroe de Homero, es igualmente digno de veneración y de
temor. Túve contactocon este hombre cuando yo todavía era joven y él viejo; y
justamente, me pareció que tenía pensamientos muy profundos. Temía, pues, no
comprender sus palabras y que su pensamiento nos dejase muy atrás». Y en El
Sofista (241d), al verse obligado a corregir en un punto importante su doctrina,
le llama «nuestro padre Parménides», y hace al extranjero de Elea una súplica
insistente: «de no considerarme en manera alguna como un parricida».
P. es el primero que ha expuesto su filosofía en un poema, titulado más
tarde, como era habitual, Sobre la Naturaleza (Peri Physeos), del que se han
conservado 154 versos. Está estructurado en tres partes: proemio (Diels, 22 B,
fr. 1), vía de la verdad (aléceia) (ib. fr. 2-8,51) y vía de la opinión (doxa) (ib.
fr. 8,51-19).
Proemio. Tiene un claro sentido religioso, como las frases de una
iniciación, imitado probablemente de algún libro del orfismo (v.). Su estilo
fantástico y solemne contrasta con la simplicidad de la prosa jónica y las
imágenes realistas de Heráclito (v.). El poeta es conducido por los caballos que
tiran del carro al famoso camino de la diosa, apartado del sendero de los
hombres. Le guían unas doncellas (las hijas del Sol) desde la morada de la Noche
(las tinieblas) hacia el Día (la luz), cuyas puertas guarda la Justicia
vengadora, a la que convencen de que las abra. Allí le acoge la diosa con
afecto. Todo el resto del poema se presenta como la revelación de la diosa, que
da a conocerlas palabras de la verdad; pero están expresadas como en una lógica
rigurosa. De ahí que el poema entero conserve un carácter religioso, pero no el
propio de los ritos o de los misterios, sino el que resulta de la investigación
racional, que quiere descubrir la verdad y el camino de la salvación humana.
La investigación lógica tendría, según esto, un significado existencial y
religioso. La misma forma poética y solemne parece estar dictada por el
entusiasmo del filósofo ante el valor de esa investigación que equivale a una
revelación divina. Las primeras palabras de la diosa anuncian ya las dos vías,
de la verdad y de la opinión: «Es preciso que conozcas todo, tanto el corazón
imperturbable de la Verdad bien redonda; como las opiniones de los mortales, en
las cuales no se halla la verdadera creencia. Pero aprenderás también estas
cosas, cómo las apariencias ha sido necesario que sean probablemente,
extendiéndose todas a través de todo» (fr. 1,28-32). La doctrina de P. ha
suscitado gran variedad de interpretaciones, sobre todo por la contraposición de
las dos vías; también por la forma poética, por algunos caracteres que atribuye
al Ser en la vía de la verdad, y por sus afinidades con los pitagóricos y otros
contemporáneos.
La vía de la verdad. El «fidedigno discurso y pensamiento sobre la verdad»
(fr. 8,50-51) está conducido como una investigación lógica rigurosamente
racional y crítica, que no concede nada a los sentidos y a la apariencia. Con
razón se ha visto a P. como fundador de la Lógica y punto de partida de toda la
dialéctica posterior. El camino de verdad sólo puede ser recorrido por la razón
(v.); la experiencia (v.) muestra caracteres contrarios. Esta vía puede
dividirse en dos partes: 1) La afirmación del Ser y la oposición entre Ser y
No-ser (principio de no contradicción). 2) Los caracteres esenciales del ser
(semejantes a los que Jenófanes había dado a Dios). P. es el primero en enunciar
ese principio y esos caracteres del ser, y, por tanto, el fundador de la
ontología (ciencia del ser en cuanto ser; V. METAFÍSICA).
1) Es necesario decir y pensar que el Ser es y que no es No-ser, y que el
No-ser no es; pues nunca será conseguido que la Nada sea (fr. 2,1-6; 6,1-3;
7,1-2; 8,1-2.46). El Seres inteligible: «pues lo mismo es el pensar y el ser»
(fr. 3; cfr. fr. 8,34-38). El No-ser es ininteligible, inconcebible e
inexpresable (fr. 2,6-8; 8,7-8.15-17). [La inteligibilidad que P. atribuye al
Ser influirá en todo el intelectualismo (v.) y racionalismo (v.) posterior. Se
ha discutido mucho sobre el sentido de las palabras «pues lo mismo es el pensar
y el ser»; significan sin duda la inteligibilidad y la unidad del Ser (v. infra,
2a) que no permite dualismos. Pueden también significar que el pensar es el Ser
mismo en su patentizarse, en su verdad presente y manifiesta. No significan que
el ser se reduzca a pensar, en el sentido del idealismo (v.) de Kant (v.) y en
especial de Hegel (v.), que se expresa en términos parecidos a P.; éste es
enteramente realista: todo el peso y el interés está centrado en el ser. P.
descubre el pensar en el ser; Hegel descubre el ser en el pensar].
Por consiguiente, es necesario que algo sea absolutamente o no sea: es o
no es (fr. 8,10.14-15). Hay que apartarse, pues, de la vía «por la que los
mortales ignorantes andan errantes, bicéfalos [como con dos cabezas: una mirando
al Ser y otra mirando al No-ser] (...); son arrastrados, como sordos y mudos,
estupefactos, gentes sin juicio para las que el Ser y el No-ser son considerados
como lo mismo y no lo mismo, para quienes el camino de todas las cosas marcha en
direcciones opuestas (...). No te obligue a marchar por esta vía la costumbre
tantas veces practicada, excitando la mirada vacilante, el oÍDo que zumba y la
lengua; juzga con el pensamiento la prueba muy discutida propuesta por mí» (fr.
6,3-9; 7,1-6). Esta crítica parece dirigirse contra las concepciones jónicas de
la sustancia primordial, que a la vez es y no es lo que de ella se deriva, que
es la misma que sus productos sin ser la misma (V. MILETO, ESCUELA DE; TALES DE
MILETO; ANAXIMANDRO; ANAXíMENES; HERÁCLITO). Para algunos se dirige en
particular contra Heráclito, que afirmaba la identidad de los opuestos en tanto
que opuestos. Pero no puede decidirse si conoció su obra, ni siquiera cuál de
las dos (de Heráclito o de P.) es anterior. Otros han supuesto que alude a los
pitagóricos (v. PITÁGORAS Y PITAGÓRICOS). Es posible también que no ataque a
nadie determinado, sino a todos los que pretenden apoyarse en la experiencia
contra la razón, cuyas verdades P. expone.
2) Parece que para P. los caracteres esenciales del ser se implican
mutuamente, de modo que es indiferente por cuál de ellos se comience (fr.
5,1-2). El Ser es: a) Uno o único. No puede haber nada al lado del Ser: habría
de ser el No-ser, que no es ni puede ser (fr. 8,6.36-38). Es imposible que el
No-ser se intercale en el Ser, rompiendo su unidad, porque el No-ser no existe
(fr. 4,2; 8,22). Lo que podría diversificar al ser, aclara Aristóteles, sería
no-ser, no sería. La identidad entre el pensar y el Ser obedece en último
término a la imposibilidad de dualismo: el Ser es único. P. sustituye así el
universo jónico por una única realidad, confundiendo, al mismo tiempo unidad
(v.) con unicidad. b) Ingénito e imperecedero (fr. 8,2-21.26-28.3840). «Pues,
¿qué nacimiento le buscarías? ¿Cómo, de dónde habría nacido?» (fr. 8,6-7). Ni
del No-ser, que no es; ni del Ser, que ya es (esta segunda parte de la
alternativa no está explícita en los fragmentos conservados). Tampoco puede
parecer (a este segundo aspecto dedica P. menor atención): si el No-ser no es,
«¿cómo podría perecer entonces el Ser?» (fr. 8,19). Para nacer o perecer tendría
que proceder del No-ser o disolverse en el No-ser, lo que es imposible, porque
el No-ser no es. El Ser es, pues, encausado: toda causa concebible de su ser o
de su destrucción deberían en primer lugar ser para poder causar o destruir;
luego el Ser mismo no puede tener causa de suser o de su destrucción. P. parece
dirigirse contra los jónicos, que admitían el nacimiento a partir de la
sustancia primordial, la evolución de las cosas y su destrucción o retorno a su
principio; aparece aquí bastante clara la identificación del ser con el Ser
divino, como luego diremos. c) Inmóvil (fr. 1,29; 8,4.26.29-31.37-41). Si el Ser
es ingénito e imperecedero, es inmutable. Toda modificación del Ser supondría
nacimiento y destrucción: que algo que no era ha comenzado a ser, y que algo que
era ha dejado de ser. P. parece dirigirse de nuevo contra los jónicos, que
admitían el movimiento; y es el principal oponente del devenir de Heráclito. d)
Eterno. Si el Ser es ingénito e imperecedero «está sin comienzo ni fin» (fr.
8,27). «No ha sido ni será en cierto momento, pues es ahora todo a la vez» (fr.
8,5). Como es inmutable, no sólo se excluye el comienzo y el fin absolutos, sino
cualquier sucesión, cualquier comienzo o fin parcial: «es ahora [en un eterno
presente] todo a la vez». P. fue el primero que expresó el concepto esencial de
eternidad (v.): el totum simul (todo su ser a la vez); concepto que aparecerá en
la famosa definición de Boecio (v.) acerca de la esencia de la eternidad: «Interminabilis
vitae tota simul et perfecta possessio: la posesión perfecta y enteramente
simultánea (tota simul: toda a la vez) de una vida interminable (sin principio
ni fin)». e) Necesario. Si es Ser, no puede No-ser. Si no fuera necesario podría
no haber sido, lo que es imposible, porque el No-ser no es. «Así, es necesario
que sea absolutamente o no» (fr. 8,10). P. se acerca además a la expresión de
una realidad utilizada por la filosofía y teología desde el Medievo y S. Tomás
de Aquino hasta nuestros días: lo que no es necesario procede (en cierto modo)
del No-ser y es indiferente a ser y no ser: «Pues, ¿qué necesidad a nacer antes
o después le impulsaría si procediese de la Nada?» (fr. 8,8-9). P. llega así a
la ingenerabilidad del Ser (cfr. fr. 8,10); la Metafísica, con S. Tomás,
concluirá la necesidad de un Ser Necesario (desde luego no generado) como causa
creadora de lo que nace y se genera (v. CREACIÓN), de lo que es indiferente a
ser y no ser (v. CONTINGENCIA). f) Completo o perfecto, acabado o finito. «Es
completo» (fr. 8,4). «Por ello no es lícito que el Ser sea infinito. Pues no es
indigente de nada; mientras que no siendo carecería de todo» (fr. 8,32-33; cfr.
fr. 8,42). Es completo, perfecto, pleno o autosuficiente, porque es, porque no
le falta nada para ser. En lo infinito falta todo para ser plenamente; lo
infinito es para P. lo indefinido o incompleto, entraña no-ser: no es aquella
determinación de que carece. Por eso el Ser finito es también inmóvil: sólo
puede cambiar lo que es indefinido, incompleto, abierto a conseguir algo que no
es. También este carácter esencial del Ser parece dirigido contra la sustancia
primordial infinita de los jónicos. Como se ve, para P., lo mismo que para
Anaximandro (v.), lo infinito es lo indefinido; por tanto, para P. será lo
imperfecto. En la tradición judeo-cristiana y en la Metafísica posterior se
referirá a Dios la nota de plenitud o perfección que P. atribuye al Ser, pero
expresada como infinitud (V. DIOS IV, 2 ss.); lo infinito (v.) no es lo
indefinido, sino lo pleno o perfecto que lo abarca y trasciende todo, y que no
puede ser abarcado o comprendido por lo finito limitado. g) Continuo, homogéneo
(fr. 4,1-4; 8,6.22-24.37-38.43-49). No puede haber en el Ser discontinuidad o
división interna, no puede dispersarse ni reunirse, no puede ser menos aquí y
más allí, sino que es todo igual, continuo y homogéneo. Todo lo que podría
introducirse para destruir esa continuidad homogénea sería Ser, y, por tanto, no
la destruiría. Sólo el No-ser podría destruirla, introducir discontinuidad o
división interna, dispersión y reunión, menos ser aquí (más no-ser) y más allí
(menos no-ser); pero es imposible que el No-ser se intercale en el Ser, porque
el No-ser no existe ni puede tener nada en común con el Ser (éste no puede ser
afectado por el No-ser). También aquí parece que P. critica a los jónicos, que
admitían la disipación o división de las cosas, sus contrariedades, su
separación y reunión alternativas. El Ser no puede estar disperso o reunido como
en la rarefacción y condensación de Anaxímenes (v.), o como en las diversas
fases por las que pasa la evolución del cosmos. Por eso es «semejante a la masa
de una esfera bien redonda, igual en fuerza a partir del centro por todas partes
(...). Puesto que es igual en todas direcciones, alcanza de igual manera sus
límites» (fr. 8,43-44.49). Estas expresiones han hecho pensar en la espacialidad
y corporeidad del Ser de P. y en su carácter físico (no metafísico, trans-físico,
que va más allá de las apariencias sensibles de las cosas). Según algunos, P.
habría sido todavía uno de esos físicos presocráticos (v.) que buscaba el
principio de lo que todo está hecho, y se planteaba el problema del ser de una
forma tal que parecía más haberlo imaginado que concebido; o bien su ser no
sería ni una noción abstracta ni una imagen sensible, sino más bien una imagen
geométrica, nacida del contacto con la ciencia pitagórica. Aun cuando se
considere que su ser es material, no hay que olvidar que entre los presocráticos
no se encuentra todavía una clara distinción entre corpóreo e incorpóreo; lo
incorpóreo sólo aparece en la interpretación de Zenón de Elea (v.), y
explícitamente en el Ser de Meliso, pero que es único e idéntico a la verdadera
realidad del mundo. Para otros se trata sólo de una metáfora, de una comparación
o ilustración sensible, sugerida ya por las palabras «semejante a ...»; en sí
mismo el Ser de P. tiene un carácter metafísico. En cualquier caso, la imagen de
la forma esférica parece exigida por los demás caracteres esenciales del Ser: la
unidad; la finitud, cuyos límites son perfección; la continuidad y homogeneidad.
El Ser de P. trasciende el plano de lo físico y empírico, las apariencias
sensibles de la materia, e incluso, según él, se muestra en contradicción con
ellas. Es, pues, de carácter metafísico. Con su descubrimiento del Ser (v.) y de
sus caracteres esenciales el pensamiento de P. constituye una posición
metafísica extrema y pura. Las tesis esenciales de la cosmología jónica,
especialmente bajo la forma que les había dado Heráclito (v.), son destruidas
por P. Los jónicos las afirmaban en nombre de la experiencia (v.), y P. las
destruye en nombre de la razón (v.). Al camino de la opinión que, según él,
seguían los jónicos opone la vía de la verdad. El Ser de P., con sus propiedades
esenciales, tiene un claro carácter divino; atribuye al ser casi las mismas
propiedades o atributos de Dios (v. DIOS IV, 2; sin distinguir, como se ha
apuntado, entre Ser Increado y ser creado, entre ser por sí y por otro). Lo
confirma la índole religiosa, si bien racional, del poema, patente en el proemio
y presente en toda la vía de la verdad.
La vía de la opinión. P. trata también de las opiniones físicas, a pesar
de que la vía de la verdad parecería excluirlas. Añade a su metafísica una
cosmología. Ésta se presenta también como revelación de la diosa, con alguna
expresión de carácter solemne (cfr. fr. 10,5-7), y constituye algo probable y
verosímil que conviene también conocer (cfr. fr. 1,28-32). «El orden de todas
las cosas verosímiles te revelo para que nunca te aventaje ninguna
interpretación de los mortales» (fr. 8,60-61). Pero ya ha indicado que en ellas
«no se halla la verdadera creencia»: «Todas las cosas serán nombres que los
mortales pusieron convencidos de que son la verdad» (fr. 8,38-39; cfr. 8,539,4;
19,3). «Las opiniones de los mortales aprende escuchando el orden engañoso de
mis palabras» (fr. 8,51-52).
P. presenta un conjunto de teorías físicas que constituyen las opiniones
tradicionales sobre el nacimiento y destrucción de las cosas. Su espíritu es
totalmente distinto al de los jónicos: manifiesta una imaginación geométrica
precisa, de sabor pitagórico, bien distinta del cielo que aquéllos imaginaban
según el modelo de los meteoros; y recoge mitos teogónicos tradicionales (Hesíodo,
orfismo), opuestos al positivismo jónico. Frente al monismo jónico de la
sustancia primordial establece una pareja de contrarios, de inspiración
pitagórica, cuya mezcla y lucha constituye la realidad física. Al dualismo de
Ser y No-ser de la vía de la verdad corresponde aquí el del Día (luz) y la Noche
(tinieblas), que recuerda a Hesíodo (v.); también lo recuerda la afirmación: «El
primero de todos los dioses es Eros» (fr. 13). Considera el cielo como el lugar
de paso de las almas donde se asienta la Necesidad (Anangké), que les distribuye
sus porciones (cfr. Diels Dox., 335,15: Aecio, Máximas, 11,7,1). En la
explicación de detalle, sin embargo, es tributario de los jónicos, especialmente
de Anaximandro (v.); aunque algunas de las doctrinas de su cosmología son
originales.
Interpretaciones y valoración. El sentido de la vía de la opinión y de su
oposición a la vía de la verdad, o el grado de realidad que deba concederse a la
primera, ha sido objeto de numerosas interpretaciones, que pueden reducirse a
dos grupos: 1) El cosmos objeto de las opiniones de los mortales no tiene
ninguna realidad. La vía de la opinión contradice la vía de la verdad y es
anulada por ésta. El Ser es la única realidad. El mundo empírico de la opinión
no existe verdaderamente. Ésta es la interpretación más frecuente. Para su
discípulo Zenón, los físicos posteriores, y Platón y Aristóteles, P. permanece
exclusivamente como el autor de la doctrina del Ser. Platón y Aristóteles
critican en parte esa doctrina, mientras que, en general, no le discuten lo
relativo a la vía de la opinión; y oponen a Heráclito y Parménides como
posiciones extremas puras. Aunque la crítica moderna no los opone de modo tan
radical -bastaría para ello que Heráclito no constituyese una posición extrema
pura-, la de P. podría, sin embargo, serlo. Esta interpretación debe explicar
por qué P. trató la vía de la opinión si no le concedía verdad alguna, y lo hace
de diversos modos: P. sólo pretendió recoger las opiniones tradicionales o
doctrinas físicas de su tiempo, para él inadmisibles, poniéndonos en guardia
contra toda tentación de adoptarlas; quiso presentar la teoría más consecuente y
mejor trabada, aun sabiendo que es ilusoria, corrigiendo las opiniones
tradicionales según una mayor verosimilitud, y dar así una explicación de las
apariencias que no fuese superada ni siquiera por quienes creen en ellas. Todas
estas explicaciones se apoyan en expresiones de P. en la vía de la opinión, y
son, por eso, admisibles.
2) El cosmos objeto de las opiniones de los mortales tiene alguna
realidad. Las dos vías se oponen, pero son conciliables, no se anulan (dualismo
y armonía). Esta interpretación se ha presentado bajo dos formas: a) Afirmando
que el No-ser es también real. Tanto el Ser como el No-ser son reales. Al No-ser
correspondería, o bien toda la vía de la opinión, o bien lo que en ella se llama
Noche, en oposición al Día. La experiencia muestra lo mismo y lo distinto, ser y
no ser (los dos opuestos), y la mezcla de ambos. El cosmos físico ofrece una
imagen de lo que constituye el principio supremo de la vía de la verdad: la
dualidad de ser y no ser. Lo que la vía de la verdad despliega como posiciones
lógicas incompatibles (Ser y No-ser), las opiniones de los mortales las funden,
de modo que aquella vía repudiada como impracticable, la que supone la
coexistencia y fusión de Ser y No-ser (fr. 6-7), es viable para el conocimiento
bicéfalo de los mortales.
No parece que fuera éste el pensamiento de P., tal como él expone la vía
de la verdad y, dentro de ella, el principio de no contradicción; esta
interpretación introduciría contradicción en la vía de la verdad. b) Sin afirmar
que el No-ser sea real. Después de dar una interpretación del mundo inteligible,
P. da una explicación del mundo sensible (neoplatónicos). Para Heidegger (v.),
que no opone a Heráclito y P., el ser de P. es el principio oculto capaz de dar
cumplimiento y sentido último a las apariencias múltiples y variables de las
cosas. Hay que desprenderse de las apariencias (doxa) para descubrir el Ser. La
«verdad» (v.) es des-cubrimiento (a-létheia) del Ser. Las apariencias no son
objeto de verdad porque no están encubiertas (V. PRESOCRÁTICOS). Se establece
así la diferencia entre el Ser y los entes. Casi todas las interpretaciones que
tratan de conciliar ambas vías se inspiran en Heidegger. Que las apariencias no
sean objeto de «verdad» no significa que sean falsas, aunque son inferiores al
valor propio de la verdad, que descubre lo primario y fundamentante. Además,
esas apariencias encubren el Ser: por eso se las llama «engañosas» (fr. 8,52;
16,1) o no «verdadera creencia» (fr. 1,30). El Ser representa la entidad de las
cosas que, siendo una, continua e inmutable en cuanto tal, no impide que las
cosas sean múltiples y cambiantes, siempre que ello no afecte a su entidad
misma. Las dos vías representan dos formas de conocimiento correspondientes a
dos estadios ontológicos de una misma realidad: las formas empíricas son
deficientes designaciones de lo que en último término se descubre como ser. La
vía de la opinión no es, pues, ajena a la vía de la verdad. Ahora bien, si éste
fuese el pensamiento de P., ¿por qué dice de la vía de la opinión que es la vía
«por la que los mortales ignorantes andan errantes, bicéfalos» (fr. 6,4-5), que
supone la fusión de ser y no ser y es impracticable (fr. 6-7)?; ¿cómo es posible
que diga de esta última: «no te obligue a marchar por esta vía la costumbre
tantas veces practicada» (fr. 7,3)?Nos parece que, en lo esencial, el
pensamiento de P. se corresponde con la interpretación señalada en 1), y en ese
sentido podemos prolongar una idea de Aristóteles: Aunque P. afirmó la unidad e
inmovilidad del ser con la razón, quiso también dar satisfacción a la multitud y
al movimiento que aparece a los sentidos; quiso satisfacer la razón (v.) y los
sentidos (v.). Pero no llegó a realizar la síntesis entre ambos. La única
realidad para P. es la que muestra la vía de la verdad. Pero no quiere
prescindir del todo de las «apariencias», en las que, según él, vive nuestra
experiencia cotidiana, y por eso las trata y se interesa por ellas, las
yuxtapone a la verdad, calificándolas de falsas y engañosas. Las
interpretaciones señaladas en 2) son más bien correcciones o mejoras que pueden
hacerse a la exposición de Parménides, que tiende, como se ha visto, a un
monismo (v.) o panteísmo (v.).
P. se mueve en los motivos de investigación de todos los presocráticos: la
búsqueda del principio de que están hechas y a que se reducen todas las cosas.
Sucesivamente fue recibiendo este problema diversas respuestas: agua, infinito o
indeterminado, aire, fuego, tierra. En el s. v a. C., P. se atrevió a afirmar
que la realidad fundamental no era ninguno de los principios que habían sido
señalados, sino el Ser. Descubrió el ser (v.) como principio fundamental de la
realidad (tal vez el máximo acontecimiento en la historia de la filosofía); un
ser que trasciende las apariencias visibles de la materia (v.), aunque para él
está en contradic ción con ellas (V. FÍSICA NUEVA, IDEAS FILOSÓFICAS EN LA,
8-10). Con P. ha nacido la Metafísica (v.); por ello, y por su utilización de la
lógica, la importancia histórica de P. es extraordinaria. Deja planteada la
cuestión metafísica fundamental: la de las exigencias del ser y las dimensiones
de la experiencia; problema o pseudoproblema, según se consideren
contradictorias o no, pero que así se presenta en muchos filósofos occidentales
y determina sus dificultades. En él se debatieron los físicos posteriores, y
después Platón y Aristóteles; de estos últimos pasó a la Edad Media, y de ambas
fuentes a todo el intelectualismo (v.) y racionalismo (v.) moderno. También
pasará a los posteriores -a Platón, y a buena parte de la tradición occidental-,
en mayor o menor medida, el contraste, real o aparente, entre verdadera realidad
y apariencia, ciencia y opinión, con su correspondencia entre conocimiento inte
lectual y sensible (v. CONOCIMIENTO; ENTENDIMIENTO; REALIDAD; VERDAD).
V. t.: ELEA, ESCUELA DE; GRECIA XI, 2a; PRESOCRÁTICOS.
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J. M. ARIAS AZPIAZU.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991