PADRES DE LA IGLESIA III. PADRES APOLOGISTAS.
1. Concepto. Se ha dado el título de «Apologistas» o «Apologetas» a los Padres,
en su mayoría griegos, que desde la mitad del s. II hasta entrado el III se
dedicaron sobre todo a defender con sus escritos el cristianismo de cara a los
paganos. Son una generación que sigue a la de los P. Apostólicos (v. II); pero
como género literario la «apología» antipagana sigue despierta durante todo el
periodo de las persecuciones aun entre P. que no llevan el título de
Apologistas, como Clemente de Alejandría (v.), Orígenes (v.), Eusebio de Cesarea
(v.) y S. Atanasio (v.).
La serie de los Apologistas griegos comprende a Cuadrato (v.), Arístides
Ateniense (v.), Aristón de Pella, S. Justino (v.), Taciano (v.), Milcíades,
Apolinar de Hierápolis, Atenágoras (v.), S. Teófilo de Antioquía, Melitón de
Sardes (v.), Hermias y la «Epístola a Diogneto» (v.). Como apologista latino
figura Minucio Félix (v.). El mismo Tertuliano (v.) tiene escritos apologéticos
en medio de otros de diverso género. Más concretamente apologistas fueron
posteriormente Arnobio el Viejo (v.) y Lactancio (v.).
2. Los tres adversarios del cristianismo. Al principio de su propagación
fue muy frecuente confundir el cristianismo con una secta judía; pero poco a
poco las autoridades romanas fueron distinguiéndole mejor; recuérdese el
martirio de S. Pedro y S. Pablo y el de los protomártires romanos decretado por
Nerón.
A principios del s. ii se enfrentó con el cristianismo un adversario
poderosísimo: el Imperio romano con la fuerza de sus leyes (v. ROMA III, 2). No
eran tiempos laicos. Cada Estado tenía su religión oficial. El Imperio romano
contaba con un panteón lleno de dioses patrios, tutelares de la «fortuna» de la
nación; además, desde el s. I se acostumbraba rendir culto divino al Emperador
(v. ROMA v). El cristianismo (v.), al rechazar el politeísmo pagano y el culto
imperial, venía como a enfrentarse con el Estado y la patria. Se llegó pronto al
célebre rescripto de Trajano (v.) enviado a Plinio el joven (v.). En él decidía
el Emperador que no había que investigar para descubrir a los cristianos; pero
que si eran denunciados, habían de ser obligados a ofrecer culto a los dioses,
sin lo cual habrían de ser ajusticiados. Este rescripto dio la pauta penal
contra el cristianismo que era considerado como crimen de lesa patria. Empezó la
Era de las persecuciones (v.) que tuvo sus alternativas de templanza y rigor
según los diversos Emperadores y el ánimo de sus representantes en las
provincias. Pero desde entonces no era lícito ante el Estado romano ser
cristiano. Por eso no llama la atención que la mayoría de los escritos
apologéticos estén dedicados a los Emperadores contemporáneos, que es como decir
a los círculos oficiales y a la opinión pública de entonces.
El segundo adversario fueron los intelectuales paganos imbuidos en su
mayoría en la filosofía platónica y estoica. Sofistas, retóricos y filósofos,
admiradores de los antiguos filósofos griegos (recuérdese, p. ej., a Cicerón),
despreciaban en su ánimo a esa religión nueva fundada hacía poco por un
ajusticiado en la cruz que no había legado escritos y que, desde el punto de
vista literario, no podía compararse con los sabios de la antigüedad griega.
Sabemos que el retórico Frontón, maestro del emperador Marco Aurelio, atacó en
un escrito la «corrupción» de los cristianos, libro hoy perdido. Conservamos, en
cambio, el del literato Luciano de Samosata, quien el a. 167 pergeñó la sátira
«sobre el fin del peregrino» en el que pone en solfa a un sacerdote cristiano y
a su religión. Conservamos también casi íntegro el tratado del filósofo
platónico Celso (v.) contra los cristianos, refutado por Orígenes (v.) de
Alejandría. Celso hace figurar a un judío que niega la mesianidad de Jesús, para
luego lanzarse él contra todo mesianismo judaico, atacando los diferentes dogmas
cristianos y aplicando su ingenio sagaz a querer demoler los hechos
sobrenaturales que se explicarían por causas naturales y posponiendo el
cristianismo a sus teorías platónicas. El Tratado verdadero de Celso es un
arsenal de armas contra el nombre cristiano.
El tercer adversario fue la plebe pagana. Como los cristianos, por motivo
de la persecución, celebraban sus reuniones litúrgicas en general con cierta
clandestinidad, la maligna fantasía los calumniaba de lascivias, incluso de
antropofagia. Por ser los cristianos negadores de las divinidades gentiles, los
paganos los consideraban casi «ateos», como de mal augurio, portadores de
desgracias y huían de ellos. Un testimonio de esa irrisión sarcástica es el
«asno crucificado» dibujado en el s. i en el Capitolio de Roma y que todavía se
conserva.
3. La respuesta de los Apologistas. Contestando al Estado pagano, los
apologistas no pueden menos de condenar el politeísmo (v.) con sus absurdas
mitologías, así como el culto divino al Emperador; pero ponen de relieve que los
cristianos son fieles ciudadanos, que oran por la cosa pública, que cumplen con
sus cargos civiles. Añaden que es contra la recta razón el adorar ÍDolos
frágiles hechos por manos humanas.
La respuesta a los filósofos e intelectuales de la época es casi siempre
unánime. Es una excepción Taciano (v.) cuando se burla de la filosofía griega.
Porque los apologistas, algunos de ellos filósofos antes de convertirse, optan
por admitir todo lo sano y verdadero que según ellos contiene la filosofía
griega. No es verdad -dicenque el cristianismo sea una religión de ayer. Hay que
remontarse a Moisés, autor del Pentateuco -afirman con Filón- y así se llega a
tiempos anteriores a la Guerra de Troya. El cristianismo no resulta posterior al
helenismo. Además entre la filosofía griega y la Revelación cristiana hay muchos
puntos de contacto que hacen posible una síntesis. Así piensa sobre todo Justino
(v.) y así comienza esa labor teológica de armonizar los datos de la Revelación
con la filosofía, que era entonces sobre todo la estoico-platónica. El Verbo
(v.) que se hizo carne esparció antes su siembra de verdad entre los filósofos
griegos.
Es muy justo recoger esos elementos sanos y aprovechables de la filosofía
para incorporarlos al cristianismo. Así iba desarrollándose la teología (v.)
cristiana que luego iba a cristalizar sobre todo en la Escuela de Alejandría (v.
ALEJANDRÍA VI). Al enfrentarse con los filósofos paganos los apologistas emplean
con predilección el argumento de las predicciones sobre Jesús Mesías (v.) que se
escribieron siglos antes en el Antiguo Testamento.
Más fácil era la tarea de refutar las calumnias populares. Les bastaba a
los apologistas comparar el libertinaje público de los paganos con la honestidad
de costumbres de los cristianos. Algunos se refieren también a la propagación
constante y admirable del cristianismo.
4. Carácter de sus obras. Se trata de autores cultos y doctos que en
general están formados en la instrucción «enciclopédica» que hoy diríamos
universitaria. Se hallan con una nueva temática: la respuesta a la cultura
helénica. No la elaboran con tanta calma y método sistemático, como los Padres
posteriores, aunque ofrecen ya algunas síntesis de dogma cristiano que hasta
entonces faltaban. Téngase en cuenta que aquellos autores se hallaban en fase
polémica, como se ha dicho, y por eso sus escritos no se parecen a esos tratados
modernos de Apologética (v.) en los que metódicamente se pasa del dominio de la
razón al de la Revelación. Son sus obras contestación a objeciones y por eso
revisten un carácter más salutario y menos sistemático. Para sus obras echan
mano del lenguaje culto, de la lengua ática incluso, y así se prestan a la
semejanza literaria con sus doctos adversarios.
Además de la polémica contra los paganos se inicia en este periodo la
controversia contra los judíos por obra de S. Justino. Adopta la forma de
diálogo, como para indicar la base común que existe entre ambas religiones.
Naturalmente la argumentación no es la que se emplea contra los gentiles.
Se tratan a continuación los P. Apologistas que no tienen voz propia en la
Enciclopedia. Para los demás, v. voces respectivas.
5. San Teófilo de Antioquía. Nacido a orillas del Éufrates y educado en el
helenismo recibió ya de adulto el Bautismo y luego fue elegido sexto obispo de
Antioquía. Vivió en la segunda mitad del s. II.
De los diversos escritos de Teófilo sólo se conservan los 3 libros de su
obra apologética Ad Autolycum redactada algo después del a. 180. En ella se
propone responder a la objeción de que los cristianos adoran a un Dios
invisible. También existen en la naturaleza, arguye Teófilo, diversas fuerzas
invisibles que actúan. Para conocer a Dios es necesaria la pureza del alma, así
como se necesita la vista de los ojos para contemplar el sol. Repite que el
cristianismo no es nuevo, pues se funda en Moisés, anterior a la Guerra de
Troya. Además, ¡qué diferencia tan grande media entre el origen del mundo
narrado por el Génesis y el fingido por las fábulas mitológicas! En el libro II
Teófilo conserva 84 versos de los Oráculos Sibilinos (v. SIBILA), por otra parte
desconocidos y que él cita con honor para exhortar a la adoración de un solo
Dios.
Teófilo está bajo el influjo del platonismo y del estoicismo. Él es el
primero que usa la palabra «Trinidad» (Trias) a propósito de Dios. Esa Tríade
consta del Dios (Padre), del Verbo y de la Sabiduría. Usando conceptos de origen
estoico, Teófilo formula un intento de explicación teológica de la Trinidad,
compartido luego por otros P. del siglo III, según el cual el Padre concibió el
Verbo ínsito (endiathetón) antes de la creación del mundo; pero en el momento de
crearlo profirió su Verbo (prophorikós). Este Verbo de Dios es el que hablaba
con Adán en el paraíso. Siguiendo a S. Justino y de acuerdo con S. Ireneo,
también enseña que la inmortalidad (v.) no es una cualidad natural del alma
humana, la cual fue creada indiferente para la inmortalidad o mortalidad, capaz
de lo uno y de lo otro, alternativa que decidirán sus obras.
Se han perdido las obras de T. contra Marción, contra Hermógenes, sus
Comentarios al Evangelio y a los Proverbios de Salomón, reseñados por Eusebio y
S. Jerónimo.
6. Aristón de Pella. Según el testimonio de Orígenes y S. Jerónimo,
escribió la Disputa entre fasón y Papisco sobre Cristo, cuyo resultado fue que
el judío Papisco recibió el Bautismo. De dicho escrito no queda más que una
introducción a la traducción latina conservada entre las obras de S. Cipriano (ed.
Hartel, en CSEL 3,119 ss.). Parece que Aristón redactó su apología contra los
judíos entre los a. 135-45. Probablemente era alejandrino.
7. Milcíades. Nacido en Asia Menor, fue con toda probabilidad discípulo de
S. Justino. Por Eusebio sabemos que se dedicó a la polémica contra gentiles y
herejes, y que fue autor de una Apología de la filosofía cristiana dirigida con
toda probabilidad a los emperadores Marco Aurelio (161-180) y Lucio Vero
(161-169). Escribió además dos obras: contra los griegos y contra los judíos. Se
han perdido todos sus escritos.
8. Apolinar de Hierápolis. La misma suerte ha tocado al apologista Claudio
Apolinar obispo de Hierápolis, autor de numerosos libros, todos perdidos; cinco,
Contralos griegos, dos Sobre la verdad y otros dos Contra los judíos, al decir
de Eusebio. Era contemporáneo de Marco Aurelio.
9. Hermias. Así se llama el autor de una Sátira sobre los filósofos
paganos quien no es mencionado en las fuentes antiguas. En su obra en diez
capítulos ridiculiza con sarcasmos la filosofía pagana mostrando las
contradicciones que encierra sobre la esencia de Dios, al mundo y al alma
humana. Se nota que no es un filósofo de profesión, sino improvisado con libros
de segunda mano. Escribe a finales del s. II o principios del III.
V. t.: PATRíSTICA Y PATROLOGíA IV, 3; y los arts. sobre cada uno de los P.
A.
PADRES DE LA IGLESIA IV. LA FILOSOFIA EN LOS PADRES DE LA IGLESIA: V.
PATRÍSTICA Y PATROLOGÍA IV.
BIBL.: Sobre los Apologistas en general: Ediciones: J. OTTO, Corpus apologetarum christianorum saeculi secunda, 5 vol., 3 ed. Jena 1876-81; E. GOODSPEED, Die dltesten Apologeten, Gotinga 1914 (no está Teófilo antioqueno). Un léxico: ÍD, Index apologetieus sive clavas lustini martyris aliorumque apologetarumn pristinorurn, Leipzig 1912. Trad. castellana: D. Ruiz BUENO, Padres Apologistas Griegos, Madrid 1954; C. SOLANCE, Padres Apologistas griegos del s. II: Escritos sobre la verdad de los cristianos, Madrid 1971 (selección).
I. ORTIZ DE URBINA.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991