PADRES DE LA IGLESIA II. PADRES APOSTÓLICOS. ORGANIZACIÓN DE LOS ARTÍCULOS.


En los artículos que van a continuación se tratan por separado los llamados P. Apostólicos y P. Apologistas, ya que, por su número relativamente reducido, forman una unidad bien precisa, sobre todo desde el punto de vista temático. El resto de los P. de la I., mucho más numerosos y variados, no es fácil encuadrarlos en esquemas prefijados o visiones de conjunto y por eso prescindimos de incluir un artículo que intente una clasificación unitaria y remitimos en cambio a las diversas voces patrísticas existentes en esta Enciclopedia. Digamos sólo que se han intentado varias clasificaciones según diversos criterios: el más sencillo es el cronológico tal y como se acaba de exponer en la breve visión de conjunto que precede (v. I, 3); otros distinguen entre P. orientales y occidentales, y dentro de ellos hablan de P. alejandrinos, antioquenos, romanos, africanos, etc.; otros prefieren las escuelas o zonas de influencia y así consideran P. de la escuela origeniana, agustiniana, capadocios, etc.
     
      De todos modos, para una visión de conjunto de los P. de la I. y escritores eclesiásticos, además de este artículo, puede verse ESCRITORES ECLESIÁSTICOS PRIMITIVOS; ANTIOQUÍA DE SIRIA IV (Escuela teológica); ALEJANDRÍA VI (Escuela teológica); CAPADOCIOS, PADRES; AGUSTINISMO, etc. Por lo que se refiere a su actitud ante la Filosofía, v. PATRÍSTICA Y PATROLOGÍA IV.
     
      A modo de resumen mencionamos a continuación, por orden alfabético, los P. y escritores eclesiásticos que tienen voz en esta Enciclopedia (no se incluyen los P. Apostólicos y Apologistas que se consideran inmediatamente después): Afrahates, S. Agustín, S. Alejandro de Alejandría, S. Ambrosio, Anatolio de Laodicea, Arnobio el joven, Arnobio el Viejo, S. Atanasio, Ambrosiaster, S. Basilio, Boecio, S. Braulio, Casiano, Casiodoro, S. Cesáreo de Arlés, S. Cipriano, S. Cirilo de Alejandría, S. Cirilo de Jerusalén, Clemente de Alejandría, Cromacio, S. Dámaso, DÍDimo el Ciego, Diodoro de Tarso, Dionisio Aeropagita, S. Dionisio de Alejandría, S. Efrén el Sirio, S. Epifanio de Salamina, Eusebio de Cesarea, Eusebio de Vercelli, Evagrio Póntico, S. Fructuoso de Braga, Fulgencio de Ruspe, S. Gelasio, Genadio, S. Gregorio de Elvira, S. Gregorio Magno, S. Gregorio Nacianceno, S. Gregorio Niseno, S. Gregorio Taumaturgo, S. Gregorio de Tours, S. Hilario de Poitiers, S. Hipólito romano, S. Ildefonso de Toledo, S. Ireneo, S. Isidoro, S. Jerónimo, S. Juan Clímaco, S. Juan Crisóstomo, S. Juan Damasceno, S. Julián de Toledo, Lactancio, S. Leandro de Sevilla, S. León Magno, Leoncio de Bizancio, S. Luciano de Antioquía, S. Macario, Marcos el eremita, S. Martín de Dumio, S. Martín de Tours, S. Máximo el Confesor, S. Máximo de Turín, S. Melecio de Antioquía, S. Metodio de Olimpo, Orígenes, Orosio, Osio de Córdoba, Pablo de Samosata, Panteno, S. Paulino de Nola, S. Pedro Crisólogo, Próspero de Aquitania, Prudencio, Rabbula de Edesa, S. Sofronio de Jerusalén, Teodoreto de Ciro, Teodoro de Mopsuestia, Teodoro de Tarso, Tertuliano, S. Vicente de Lérins.
     
      También pueden encontrarse abundantes referencias a los P. y escritos eclesiásticos en las voces dedicadas a herejes, herejías y antiguas controversias teológicas: adopcionismo, apolinarismo, Arrio y arrianismo, Celso, docetismo, Donato y donatismo, ebionistas, encratitas, Eutiques, gnosticismo, iconoclastas, Macedonio y macedonianos, Marción, mesalianos, modalismo, monarquianismo, monofisismo, monotelismo, Montano y montanismo, Nestorio y nestorianismo, Novaciano y novacianismo, patripasianos, Pelagio y pelagianismo, pneumatómacos, Prisciliano y priscilianismo, Sabelio y sabelianismo, semiarrianismo, semipelagianismo, subordinacionismo, Valentín y valentinianos.
     
      MIGUEL ÁNGEL MONGE.
     
 

           PADRES DE LA IGLESIA II. PADRES APOSTÓLICOS.
      1. Visión de conjunto. El título les viene de su primer editor I. B. Cotelier (m. 1686) quien los apellidó «Patres aevi apostolici» e incluía en el grupo a «Bernabé» (aún se creía en la autenticidad del Pseudo-Bernabé), Clemente Romano (v.), Ignacio de Antioquía (v.), Policarpo de Esmirna (v.) y Hermas (v.). Más tarde se agregó también Papías deHierápolis (v.) y la Epístola a Diogneto (v.), aunque esta última por su argumento y su estilo mejor se asocia hoy día a los P. Apologistas (v. III).
     
      Los P. A. son la generación de escritores que siguen inmediatamente a los Apóstoles desde fines del s. I a principios del ii (algún escrito de ellos parece anterior al último libro del N. T.). El Evangelio (v.) se difundió por cuenta de hombres poco o nada iniciados en la cultura helénica y en cambio imbuidos en la mentalidad, liturgia y tradiciones judías. La predicación apostólica se había dirigido en un primer tiempo sobre todo a los judíos. Sólo 10 años después de la Ascensión de Jesucristo iniciaron S. Pedro y S. Pablo la misión entre los paganos de cultura griega. Resulta que el primer núcleo cristiano estaba formado en su mayoría por judeocristianos (v.). Nada tiene, pues, de extraño-lo que los recientes estudios van poniendo cada vez más de manifiesto: que si en los P. A. apenas hay traza de teorías de la filosofía helénica, hay en cambio elementos de la teología judeo-cristiana, p. ej., la imagen del camino que conduce a la Vida o a la Ruina que aparece en la catequesis rabínica y en los escritos de Qumran (v.) y que observamos en el Pseudo-Bernabé. Notables son también las semejanzas entre los escritos rabínicos y ciertas expresiones e imágenes del Pastor de Hermas (v.).
     
      Como fuente de sus escritos emplean los P. A. los «libros sagrados», que consideran inspirados por Dios (respecto a la fijación del canon bíblico, V. BIBLIA II). No siempre es fácil distinguir si en las citas del N. T. se trata de los Evangelios ya escritos o de la tradición oral que les precedió y acompañó. Afirman que el Señor dijo, pero no especifican, como hacen con el A. T., si está escrito lo que el Señor dijo.
     
      Otra circunstancia histórica que explica el carácter de los escritos de los P. A. es que, como es sabido, con la excepción del Areópago y otras análogas, la predicación de los Apóstoles se dirigió en esta primera generación sobre todo a hombres sencillos, formados en la cultura griega, pero no especializados en las cuestiones filosóficas propias de la misma. Así se explica, además de por otros motivos más o menos obvios, que ninguno de los P. A. nos haya legado ningún tratado ni obra sistemática, ningún escrito en que haya abordado cuestiones filosóficas o exegéticas. En ese sentido son como una continuación del N. T. Emplean la misma lengua popular, el griego koiné y no el literario, y escriben generalmente cartas y, por excepción, una especie de apocalipsis como el Pastor de Hermas, por cierto un género literario típicamente oriental y de gusto judeo-cristiano. Los escritos de los P. A. se mueven en el campo pastoral -casi todos son Obispos- y abundan en exhortaciones paternales en orden a cuestiones internas de la Iglesia. Se nota en esos consejos un cuidado especial por mantener las estructuras esenciales de la Iglesia legadas de los Apóstoles: así S. Clemente exhorta a la obediencia a los «presbíteros» y S. Ignacio a la sumisión al Obispo local. Se explica esa preocupación en ese tránsito de la generación apostólica, a la subsiguiente de ordinaria administración.
     
      El teólogo lee con suma estima e interés los P. A., pues en la sencillez de sus epístolas, recoge alusiones y afirmaciones netas que se refieren al dogma y a la moral. Y tienen esos documentos un valor excepcional por estar inmediatamente unidos al N. T. y a la predicación apostólica. Son el primer anillo en la cadena de la Tradición (v.). Sus breves dichos teológicos son como pepitas de oro. Desarrollar temas no es su finalidad. Algunas cuestiones ni las tocan de pasada. Lo que más abunda es el material para la eclesiología, para la cristología y para la teología sacramentaria, sobre todo si, como sería conveniente, asociamos a los P. A. el arcaico escrito de la Didajé o Didaché. No faltan en ésta instrucciones litúrgicas y morales de sumo interés.
     
      Puestos a disponer en el tiempo a los P. A., conviene establecer como más antigua la Didajé (v.), seguida de S. Clemente Romano (v.), ambos del s. I. En el s. II tenemos las epístolas de S. Ignacio (v.) de Antioquía y casi al mismo tiempo los fragmentos de S. Papías (v.). Todo ello en los primeros decenios. Antes de la mitad del siglo podemos poner la Carta del Pseudo-Bernabé y poco más tarde la de S. Policarpo (v.) y el Pastor de Hermas (v.). Como coordenada espacial, representan a Siria, Asia Menor, Roma y probablemente a Alejandría. Todos ellos escriben en griego, ya que esa lengua estaba entonces muy difundida aun en el Lazio.
     
      Como los otros textos tienen artículo propio, estudiamos a continuación sólo la carta del Pseudo-Bernabé.
     
      2. Carta del Pseudo-Bernabé. El documento es anónimo, aunque desde tiempos antiguos haya sido atribuida al apóstol S. Bernabé (v.). Así lo hace, citándola, Clemente de Alejandría en el s. III. Orígenes la consideraba como libro bíblico. Pero Eusebio de Cesarea la pone como de dudosa atribución y S. jerónimo la cataloga entre los apócrifos. Entre estos dos autores el célebre Codex Sinaiticus, del s. IV, la sitúa entre los libros canónicos del N. T. Hoy ya ninguno sostiene que la epístola sea del apóstol Bernabé y ello por dos razones sólidas: se habla en ella de la destrucción del Templo de Jerusalén y de su reciente reconstrucción, y por añadidura trata de desvirtuar completamente el valor del A. T. Se ha notado en el autor el influjo de Filón (v.). Por ello y por el uso del método alegórico se tiende a creer que haya sido compuesta en Alejandría, lo que explicaría también el aprecio y uso en Clemente Alejandrino y Orígenes.
     
      No reina completa claridad en torno a la cronología del escrito. Ha tenido que ser escrita después del año 70, fecha de la destrucción de Jerusalén. En la epístola leemos: «He aquí que los que han destruido este templo, ellos mismos lo reedificarán. Así está sucediendo, pues por haberse ellos sublevado, fue derribado el templo por sus enemigos, y ahora los mismos siervos de sus enemigos lo van a reconstruir». De la diversa inteligencia de estas frases brota la diferencia de opiniones. Funk la entiende de los tiempos de Nerva (96-98); Lebreton halló en la epístola una cita del Apocalipsis de Baruch, escrito probablemente ca. 115; Harnack supone el origen del Pseudo-Bernabé el año 130-31; Lietzmann, que su autor tiene ante los ojos la segunda destrucción del Templo en la guerra de Bar-Kochba, y la insurrección de éste terminó con el imperio de Adriano (138). Hoy día ningún autor difiere más la cronología del escrito. Después del estudio de Muilenberg, se ha disipado, si aún quedaba, toda sospecha contra la homogeneidad de la epístola, más instrucción que epístola, pero obra todo ella de un mismo autor no muy hábil en la redacción. Además de la S. E. el autor utiliza fuentes rabínicas judeocristianas, cuya identificación no siempre es clara.
     
      Comprende dos partes: una dogmática y otra parenética. En la primera va explicando cómo los judíos entendieron mal su Ley porque tomaron a la letra; los sacrificios, la circuncisión, etc., han de entenderse en sentido espiritual; los judíos en su errada interpretación de la Ley fueron engañados por el maligno; poco falta al autor para decir que el culto judío es semejante al pagano. La segunda parte obedece al esquema rabínico del Camino que lleva a la Vida y del que conduce a la Muerte; a propósito del camino de la luz leemos una serie de preceptos y consejos basados en el Decálogo; en cambio, el camino que lleva a la muerte está empedrado de pecados y vicios que el autor enumera.
     
      Extractando de cuanto escribe el Pseudo-Bernabé deducimos que Jesucristo existió desde la eternidad, que tomó carne para que «llegara al colmo la consumación de los pecados de quienes persiguieron de muerte a sus profetas» (5,11). Por todas partes asoma la actitud antijudía que hace presentir el marcionismo (v. MARCIÓN); y lo notable es que el mismo autor está lejos de las teorías helénicas sino que más bien pertenece a ambientes judoo-cristianos. Habla sobre el efecto del Bautismo que hace del cristiano una creatura nueva, «hasta el punto de tener un alma de niño, como de veras nos ha plasmado Él de nuevo» (6,11-12); el Bautismo nos otorga la filiación adoptiva y nos hace templos del Espíritu Santo. La epístola censura la costumbre judía de celebrar como fiesta el sábado (v.) siendo el octavo día de la semana el día del Señor que nos recuerda su Resurrección (v. DOMINGO). En la parte dedicada a la moral el autor prohibe expresamente el aborto: «No matarás a tu hijo en el seno de la madre ni, una vez nacido, le quitarás la vida» (19,5). El milenarismo (v.) le hace sostener la idea de que el mundo va a durar 6.000 años desde la creación, terminados los cuales vendrá de nuevo Jesucristo - y reinará sobre los justos en este mundo durante otros mil años, que son años sabáticos (cfr. 15,1-9).
     
     

BIBL.: Sobre los P. A.: Ediciones: F. FUNK, Patres apostolici, Tubinga 1901 (3 ed. del vol. 2, F. DIEKAMP, Tubinga 1913); K. BIHLMEYER, Die apostolischen Vdter, 2 ed. Tubinga 1956; D. Ruiz BUENO, Padres apostólicos, ed. bilingüe, Madrid 1950; F. LOUREL, Les Ecrits des Péres Apostoliques, París 1963; C. Riccl, Los Padres apostólicos, Buenos Aires 1929.

 

I. ORTIZ DE URBINA.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991