OSIÁNDRICA, CONTROVERSIA
La doctrina luterana de la justificación por la sola fe, objeto central de la 
ruptura doctrinal de Lutero con el catolicismo, se presentó aun dentro del mismo 
campo luterano como un punto disputado. El problema se manifestó en la c. o., 
así llamada por su figura principal, Andrés Osiander (1498-1552) que, con su 
opinión particular de la justificación, obligó a los demás teólogos luteranos a 
elaborar una formulación inequívoca de esa doctrina principal de la Reforma.
      
      Osiander, que no fue alumno personal de Lutero, representa una posición 
teológica relativamente independiente en el movimiento incipiente de la Reforma. 
Después de estudiar en Inglostadt fue ordenado sacerdote en Nuremberg donde se 
dedicó a la enseñanza del hebreo. Nombrado predicador en 1522 intervino 
destacadamente, por sus sermones y consejos, en los movimientos reformistas de 
esa ciudad. Participó en el coloquio de Marburgo (1529) entre Lutero y Zwinglio 
(v.), y en la dieta de Augsburgo (1530) conversó sobre la justificación con 
Melanchton (v.) que estaba redactando la Confesión de Augsburgo, principal 
escrito confesional (v.) de los luteranos. En posteriores coloquios 
interconfesionales conoció también a Calvino (v.). Conocedor de las ciencias 
exactas, escribió un prólogo a la obra de Copérnico sobre la astronomía De 
revolutionibus orbium caelestium cuya primera edición se publicó 1543 en 
Nuremberg. Por su oposición al interim imperial de 1548 (V. ADIAFORISTICA, 
CONTROVERSIA) tuvo que abandonar la ciudad y se trasladó a Kónigsberg, en 
Prusia, donde fue nombrado pastor y profesor de teología. Dos diputaciones en 
las que expuso sus tesis sobre Ley y Evangelio (1549) y la Justificación (1550) 
dieron origen a la controversia en cuyo curso escribió su obra principal 
titulada Confesión del único mediador Jesucristo y de la justificación por la f 
e (1551).
      
      Lutero (v.) formuló su doctrina sobre la justificación (v.) con ocasión de 
sus comentarios de las Epístolas de S. Pablo. La justicia de Dios es, según 
Lutero, básicamente una expresión de su misericordia perdonadora para con el 
pecador perdido y la justificación, al acto por el que Dios «ajusta» al hombre a 
su palabra de perdón que él hace predicar en el evangelio de Cristo. Esta 
justificación, para Lutero, se efectúa mediante la fe que se apoya confiadamente 
en la palabra divina y la toma por verÍDica, lo cual es el honor máximo que se 
le puede rendir a Dios. De modo que la justificación puede definirse también 
como la donación de la fe, o sea la inauguración, por parte de Dios, de una 
relación de «justicia» entre el hombre y la palabra divina, por la que éste es 
constituido hijo de Dios en Jesucristo. Ahora bien, ¿cuál es el efecto en el 
hombre de esa justificación? Los intérpretes actuales de Lutero se inclinan a 
afirmar que -aparte algunas fórmulas tajantes- en la concepción luterana la 
justificación no se limita a un acto forense en el que Dios, por los méritos de 
Cristo, no le imputa al hombre sus pecados declarándolo justo por la fe, sino 
que se inicia todo un proceso efectivo de renovación o santificación en el 
creyente debido al Espíritu Santo que le es dado; aunque, ciertamente, hay que 
afirmar que Lutero -en su polémica contra las obras- no sólo afirma que la 
condición de hijo de Dios no se basa sobre la santificación, sino sobre el 
perdón del Dios misericordioso, sino que tiende, además, a restringir el papel 
de las obras del justificado. En fin, para Lutero la salvación no depende de 
algo en nosotros, sino de lo que Cristo hizo por nosotros.
      
      La teología de Osiander tiene presente ese trasfondo, aunque se dirige más 
bien contra la interpretación forense de la justificación, tal como la enseñaban 
Melanchton (v.) y su escuela. Tal vez sea acertado decir que se inspiraba más en 
los escritos de S. Juan, que en los de S. Pablo, y que presentaba ciertos rasgos 
místicos y especulativos. Parte de un concepto peculiar de la Palabra de Dios: 
Dios engendra al Hijo en la eternidad, mostrándose en el Verbo con su plena 
divinidad. Esta Palabra «interna» santa y divina que no es sino Dios mismo, es 
nuestra vida y se comunica mediante la palabra «externa» de la predicación. No 
se percibe sino por la fe, de modo que el que la oye recibe a Cristo y con él, a 
Dios mismo, el amor y la fuente de buenas obras. Es, pues, por la fe en la 
Palabra de Dios que el hombre vive en comunión con Dios y es justificado.
      
      En la obra de Cristo mediador distingue entre nuestra reconciliación 
obrada en el pasado por la muerte expiadora en la cruz que satisfizo la justicia 
de Dios y nos consiguió el perdón, y nuestra justificación que se realiza en la 
actualidad por la Palabra, Cristo, que mora por la fe en nosotros. Esta 
inhabitación de Cristo Palabra constituye la base de nuestra justificación 
efectiva que no es sino la renovación operada en el creyente por la presencia 
santificadora de Cristo. Nadie es justificado, afirma, que no sea a la vez 
dotado de una nueva vida. La fe no nos justifica como tal, sino por el objeto 
que abraza y encierra, a saber Cristo que es nuestra justicia y cuyo Espíritu 
vive en los creyentes, y no puede sino realizar su propia justicia divina en los 
mismos. La imputación de la justicia de Cristo, a su vez, no se cumple sino en 
aquel en quien mora Cristo, es decir, se nos imputa la justicia de Cristo que 
habita en nosotros, y no su obediencia realizada por nosotros.
      
      Casi todos los teólogos luteranos desaprobaron estos conceptos de la 
justificación aunque no negaron la necesidad de una verdadera renovación de vida 
en el justificado. La pregunta de en qué se basa nuestra justificación y dónde 
la fe afligida puede apoyarse y encontrar consuelo seguro -en la obra «externa» 
del Cristo crucificado en el Gólgota por nosotros o en la obra «interna» de 
Cristo que habita en nosotros ahora- la resolvieron en el primer sentido, en 
pleno acuerdo con el mismo Lutero. Así la Fórmula de Concordia de 1577 define la 
justificación como el acto forense de Dios en el que él nos perdona los pecados 
y nos adopta por hijos suyos, en clara distinción de la renovación de vida que, 
a su vez, es signo de aquélla y no fuente de crecimiento en la justicia 
recibida.
      
      
BIBL.: K. ALGERMISSEN, Iglesia católica y confesiones cristianas, Madrid 1965, 932 ss.; R. SEEBERG, Manual de historia de las doctrinas, II, El Paso, Texas, s. a., 231 ss., 251 ss., 350 ss., 359 ss., 373 ss.; W. Ml7LLER, Andreas Osiander, Leben und ausgewühlte Schriften, Elberfeld 1870; E. HIRSCH, Die Theologie des Andreas Osiander, Gottinga 1919; O. RITSCHL, Dogmengeschichte des Protestantismus, II-1, Leipzig 1912, 455-500; H. E. WEBER, Reformrltion, Orthodoxie und Rationalismus, I-1, Gütersloh 1937, 258-298.
HEINZ IOACHIM HELD.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991